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“Ernesto Laclau ¿Qué hay en la falla?

”1

Emilio Lo Valvo (UNR - CONICET)

ABREVIATURAS

Ernesto Laclau
P&I Política e ideología en la teoría marxista, Buenos Aires, Siglo XXI, 1978.
H&ES Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia,
Buenos Aires, Fondo de cultura económica, 2004.
NR Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Buenos Aires, Nueva
Visión, 2000.
E&D Emancipación y Diferencia, Buenos Aires, Ariel, 1996.
LRP La razón populista, Buenos Aires, Fondo de cultura económica, 2005.

¿QUÉ DEBE TENER UN SUJETO PARA SER POLÍTICO?

Pregunta tan simple como tramposa, ella apunta, más allá de una respuesta concreta,
al supuesto de que, en principio, el pensamiento político tiene la posibilidad de concebir
sujetos no políticos. Esta posibilidad sería la de una politicidad que vendría a coronar
una serie de atributos para un sujeto que, en su “esencia”, se anclaría totalmente en otro
espacio, en otra escena. El discurso filosófico hegemónico de la modernidad sentencia
que la política adviene al sujeto como una extraña fuerza externa. Es (ya) un sujeto
quien se politiza, hace política, pacta, lucha.
La respuesta a la pregunta, desde la obra de Laclau, es imposible. Para Laclau, la
pregunta correctamente formulada debería ser ¿cómo concebimos la política para poder
pensar en el sujeto? La sentencia es clara: sin política no hay sujeto. Para Laclau el
sujeto no realiza una práctica susceptible de politizarse sino, más bien, es la política la
que habilita un espacio para concebir al sujeto político.
Postular a la política como condición de posibilidad del sujeto, tal y como hace
Laclau, supone una definición particular de lo que se entiende por política. Para nuestro
autor, y en pocas palabras, la política supone un rol ontológico primario, se convierte en
la posibilidad de ser de la comunidad. “La sociedad no existe” dirá Laclau (2004),

1
Presentado en las Primeras Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea. 2010

1
impostando un tono lacaniano, para apuntar a la imposibilidad de su autoconstitución, a
la necesidad de otra instancia (la política) que le de a la sociedad su posibilidad de ser.
Así, sujeto y política quedan definitivamente intrincados.
Laclau entiende toda sociedad como un discurso políticamente edificado mediante
“puntos nodales”2. Ahora bien, esta perspectiva que concibe la objetividad social como
un todo articulado/relacional, hace de la hegemonía la forma de la política. La
hegemonía será entonces una lógica política que nombra a la articulación que hace
antológicamente posible la sociedad. Resulta esclarecedora así la relación que teje
Laclau (en particular en H&ES) entre el paradigma discursivo y la hegemonía. Sin
exterioridad/interioridad, sin la concepción de lo social como abierto, no habría lugar
para la hegemonía: “la dimensión hegemónica de la política sólo se expande en la
medida en que se incrementa el carácter abierto, no saturado de lo social” (H&ES: 182).
Esta forma de comprender la imbricación de lo social y lo político es lo que Laclau
ha denominado una concepción “no-objetivista” de lo social (NR: 53). Dicha
concepción no-objetivista de lo social se asienta básicamente sobre cuatro puntos, que
de alguna manera, vienen a resumir aquello que hemos mencionado brevemente hasta
aquí.
En primer lugar, el poder. Dado que el fundamento de lo social no existe
(necesariamente), la constitución de una identidad social es un acto de poder y la
identidad como tal es poder. Esto supone también, que no hay identidad social que
preceda al poder, lo que equivale a afirmar que el poder es la condición de posibilidad
de toda objetividad. La noción de articulación como expresión de la racionalidad de la
lógica hegemónica y la noción de exterior constitutivo (que implica la violenta
exclusión de algo como condición de existencia de la identidad) apuntan a esto.
En segundo lugar, la primacía de lo político respecto de lo social. Si la objetividad
social es resultado de una lucha hegemónica, es decir que precisa de lo político para
constituirse, para “suturarse”, ya no podemos pensar las prácticas políticas como mera
expresión de una lógica social que las preceda. Lo político entonces, concluirá Laclau,
constituye intereses, no se limita a expresarlos, o más exactamente, constituye aquellos
intereses que quiere expresar. Así, la política alcanza una “primacía sobre lo social”

2
Laclau (2004: 77-78) hará uso de la noción lacaniana de “points de capiton” (donde ciertos significantes
privilegiados fijan el sentido de la cadena discursiva) para hablar de puntos nodales, entendiendo como
tales, a esos puntos discursivos resultantes del intento por detener el flujo de las diferencias a través de
una sutura hegemónica que al desplegarse sobre la apertura constitutiva de lo social da lugar a la práctica
política (y, cuestión no menor, a la emergencia del sujeto).

2
(NR: 50). Mientras lo político instituye mediante un acto de violencia originaria, lo
social estructurado es fruto de una decisión política sedimentada (NR: 51).
En tercer lugar, la historicidad. La noción de discurso nos conduce finalmente al ser
de los objetos, a su condición de posibilidad. La contingencia nos muestra la
imposibilidad de pensar la historia como una estructura básica subyacente a los objetos
sino que “esa misma estructura es histórica” (NR: 52).
En cuarto lugar, la contingencia. La concepción de Laclau (y como veremos, su
correlativa valoración de la negatividad), no intenta reemplazar a la metafísica de la
presencia en el papel de fundamento. Precisamente, la contingencia solamente se mueve
en el terreno de lo necesario y a esta relación irresoluble, que está en la base de la
concepción laclausiana, es a lo que llama (en H&ES) subversión. Dicha subversión es lo
que introduce en la estructura su radical indecibilidad. Laclau sostendrá que no
podemos simplemente negar la necesidad en aras de la contingencia dado que
seguiríamos, íntimamente, adscribiendo negativamente a una noción de necesidad que
es precisamente la que debe ser cuestionada: “la contingencia no es el reverso negativo
de la necesidad sino el elemento de impureza que deforma e impide la constitución
plena de esta última” (NR: 44).
El último punto mencionado guarda una íntima relación con una noción que baliza
todo el pensamiento. En efecto, la concepción “no objetivista de lo social”, se erige
sobre un edificio ontológico que concede una importancia capital a una noción
filosófica muy precisa: la negatividad, la cual se hallará al menos en principio, ligada
directamente a la idea de antagonismo.

UNA OPCION FILOSÓFICA

Es útil señalar que la noción de “discurso” supone, para Laclau, el quiebre de la


“ilusión de inmediatez” que había apresado a la epistemología de distintas corrientes e
influido de manera evidente en las concepciones de la teoría política3. Laclau en efecto,

3
“(…) la categoría de “discurso” tiene una tradición que remonta a las tres principales corrientes
intelectuales del siglo XX: la filosofía analítica, la fenomenología y el estructuralismo. En las tres, el
siglo comenzó con una ilusión de inmediatez, de un acceso no mediado discursivamente a las cosas
mismas -el referente, el fenómeno y el signo, respectivamente-. En las tres, sin embargo, esta ilusión de
inmediatez se disuelve, en un cierto punto, y debe ser reemplazada por una u otra forma de mediación
discursiva” (H&ES: 11).

3
intenta alinearse (desde H&ES) con un movimiento del pensamiento contemporáneo
que hace de la negatividad, no sólo un punto de partida sino, aún más
significativamente, aquello que ya no puede diluirse en ninguna positividad.
En lo que considera una verdadera “divisoria de aguas” de la filosofía actual Laclau
no duda en colocarse en la vereda de enfrente de aquella filósofos y pensadores que
siguiendo la tradición occidental “que va desde Juan Escoto de Eriúgena a Hegel,
pasando momentos tales como el misticismo septentrional, Nicolás de Cusa y Spinoza”
reducen la negatividad a mera apariencia (Laclau, 2008: 400). La negatividad no es ya
“mera apariencia” sino una marca ineludible de opacidad, una suerte de índice
ontológico que señala tanto el fracaso como la posibilidad de las pretensiones
totalizantes de una política hegemónica concreta.
Ahora bien, hablar de negatividad supone hacer referencia a otro concepto de
manera casi directa, el concepto de totalidad. El punto de partida (un tanto implícito) de
Laclau es la conocida crítica que realizó Althusser al método dialéctico hegeliano,
haciendo hincapié en la (falsa) negatividad que supone el esquema filosófico del teórico
alemán. No tanto por su condición de “totalidad abstracta” a la cual se contrapondría
una totalidad de carácter “concreto” sino, más bien por considerar que la relación entre
totalidad y negatividad es una relación dada al interior del despliegue mismo de la Idea.
Laclau (1996: 58) afirmará, en este sentido que “el concepto de “negativo” implícito en
la noción dialéctica de contradicción es incapaz de llevarnos más allá de esta lógica
conservadora de la pura diferencia. Un contenido negativo que participa en la
determinación de uno positivo es parte integrante de este último” (Laclau, 1996: 58). El
elemento de negatividad, por tanto, se reducía a una “apariencia” de un orden inferior
(Laclau, 2000: 33) o en palabras de Althusser:

“(…) ninguna de estas determinaciones es en esencia exterior a las otras, no


solamente porque constituyen todas juntas una totalidad orgánica original sino, mas aún,
y sobre todo, porque esta totalidad se refleja en un principio interno único, que es la
verdad de todas las determinaciones” (Althusser, 2004: 83).

En conclusión, aún con el mérito de haber integrado la negatividad al pensar


filosófico moderno, Hegel no intentaría cuestionar la unidad última del ser. Esta unidad,
sostenida en el fundamento real/racional de la sociedad, termina absorbiendo cualquier
fragmentación o parcialidad inscripta en la materialidad social. La propuesta de Laclau
trata precisamente de cuestionar esa unidad última del ser que atribuye, vía Althusser, a

4
Hegel. Hallamos así una diferencia entre el momento negativo de la dialéctica, que
supone que la imposibilidad de lo social, qua negación, se convierte en un momento del
autodespliegue de una lógica subyacente y por tanto, es abarcado en un proceso que
culmina en la plena positividad de lo social4; y una lógica de subversión recíproca entre
lo necesario y lo contingente que es, propiamente negativa, inasible. Como diría
Marchart (2009), estamos en presencia de una opción filosófica que define las
potencialidades de una empresa política. ¿Qué status ontológico tiene aquello que puede
ser políticamente pensado? El debate político se muestra desdoblado así, en una
cuestión filosófica. Del paso de la negatividad dialéctica a la negatividad constitutiva,
se abre un orificio ontológico que permite vislumbrar la productividad de un concepto
que es clave para comprender la dinámica entre negatividad y sujeto: el concepto de
antagonismo.

EL (NO)LUGAR DEL SUJETO

En H&ES Laclau esboza, lo que para Žižek (2000) constituye uno de los aportes
más interesantes para la teoría política de este siglo: la noción de antagonismo como
límite de lo social. El antagonismo, en efecto, es definido como una forma discursiva
capaz de mostrar la imposibilidad final de toda diferencia estable y por tanto, la de toda
objetividad. Señala, por tanto, la manera en que el límite de toda objetividad se presenta
discursivamente (H&ES: 164). Sin embargo, y mediante un gesto típico del autor
esloveno, Žižek acusa a Laclau y a Mouffe de haberse “mareado por demasiado éxito” y
como consecuencia haber subteorizado la cuestión del sujeto al elaborarlo desde una
perspectiva típicamente postestructuralista (Žižek, 2000: 258).
En H&ES, nuestro autor había sido terminante: “Siempre que en este texto
utilicemos la categoría de “sujeto”, lo haremos en el sentido de “posiciones de sujeto”
en el interior de una estructura discursiva” (H&ES: 156). Básicamente, Laclau trataba
de evitar “la tentación del sujeto-sustancia” y pensaba que, al postular un sujeto que
ocupaba “posiciones” permitía evitar el riesgo de una subjetividad trascendental. En
pocas palabras, para Laclau (en H&ES), no existe el sujeto como algo anterior a la
estructura discursiva, siempre está ocupando una “posición de sujeto” en una estructura
discursiva. Los sujetos, por tanto, “no pueden ser el origen de las relaciones sociales, ni

4
Aquí, claro está, Laclau está pensando en la filosofía de Hegel y su concepción de la negatividad
dialéctica, tal y como ya indicamos en la parte II.

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siquiera en el sentido limitado de estar dotados de facultades que posibiliten una
experiencia, ya que toda “experiencia” depende de condiciones discursivas de
posibilidad precisas” (H&ES: 156).
¿Pero cómo, entonces diferenciar el planteo de Laclau de las concepciones
estructuralistas del sujeto? Si como vimos, Laclau se siente inclinado a concebir la
subjetividad en términos de posiciones dentro de una totalidad, ¿no constituye acaso un
paso atrás acerca de las posibilidades que la noción de discurso (que apuntaba a la
apertura constitutiva de lo social) brindaba? Laclau procura separar la problemática del
carácter discursivo del sujeto, del análisis de las relaciones que entre estas distintas
posiciones de sujeto se establecen, es decir, de la cuestión de la sobredeterminación:

“Como la afirmación del carácter discursivo de toda posición de sujeto iba unida al rechazo
de la noción de sujeto como totalidad originaria y fundante, el momento analítico que debía
afirmarse era el de la dispersión, la detotalización, el descentramiento de unas posiciones
respecto a las otras. Todo momento de articulación o relación entre las mismas rompía los
efectos cognoscitivos de la metáfora de la dispersión y conducía a la sospecha de una
retotalización que reintroduciría subrepticiamente la categoría de sujeto como esencia unificada
y unificante. De ahí había sólo un paso a transformar esa dispersión de posiciones de sujeto en
una separación efectiva entre las mismas. Pero la transformación de una dispersión en
separación crea obviamente, todos los problemas analíticos que antes señaláramos —
especialmente los inherentes a un reemplazo del esencialismo de la totalidad por un
esencialismo de los elementos. Si toda posición de sujeto es una posición discursiva, el análisis
no puede prescindir de las formas de sobredeterminación de unas posiciones por otras —del
carácter contingente de toda necesidad que, según hemos visto, es inherente a toda diferencia
discursiva”. (H&ES: 156-157. Cursivas nuestras).

La estrategia de Laclau para superar el hiato estructura - sujeto es apostar por la


sobredeterminación althusseriana5. Dada su naturaleza inherentemente discursiva, toda
posición de sujeto es parte de la apertura de lo social, y por lo tanto, “no logra fijar
totalmente dichas posiciones en un sistema cerrado de diferencias”. Para Laclau la
alternativa planteada es clara: si afirmamos que el sujeto no preexiste al campo de la
discursividad sino más bien, que es un “producto ontológico” de este campo, la
contingencia del discurso articulado en torno y a través de él es también la contingencia
de su identificación, es decir, de su condición de sujeto.

5
La sobredeterminación (en claro contraste, para Laclau, con las posibilidades de desplazamiento del
concepto en Hegel) supone una lógica que, lejos de asemejarse a los movimientos de una esencia, remite
a “un tipo de fusión muy preciso, que supone formas de reenvío simbólico y una pluralidad de sentidos”
(H&ES: 134). De esta manera, se interrelaciona con la apertura de lo social que la noción de “campo de la
discursividad” encierra: “El sentido de toda identidad está sobredeterminado en la medida en que toda
literalidad aparece constitutivamente subvertida y desbordada; es decir, en la medida en que, lejos de
darse una totalización esencialista o una separación no menos esencialista entre objetos, hay una
presencia de unos objetos en otros que impide fijar su identidad” (H&ES: 142).

6
La especificidad de la subjetividad entonces, no puede establecerse ni a través de la
absolutización de las “posiciones de sujeto”, ni a través de la unificación en torno a un
“sujeto trascendental”. Para Laclau, por tanto

“La categoría de sujeto está penetrada por el mismo carácter polisémico, ambiguo e
incompleto que la sobredeterminación acuerda a toda identidad discursiva. Por esto mismo, el
momento de cierre de una totalidad discursiva, que no es dado al nivel «objetivo» de dicha
totalidad, tampoco puede ser dado al nivel de un sujeto que es «fuente de sentido», ya que la
subjetividad del agente está penetrada por la misma precariedad y ausencia de sutura que
cualquier otro punto de la totalidad discursiva de la que es parte. «Objetivismo» y
«subjetivismo»; «totalismo» e «individualismo» son expresiones simétricas del deseo de una
plenitud que es permanentemente diferida. Por esa misma falta de sutura última es por lo que
tampoco la dispersión de las posiciones de sujeto constituye una solución: por el mismo hecho
de que ninguna de ellas logra consolidarse finalmente como posición separada, hay un juego de
sobredeterminación entre las mismas que reintroduce el horizonte de una totalidad imposible. Es
este juego el que hace posible la articulación hegemónica”. (H&ES: 163-164. Cursivas en el
original)

Como vemos, la falta de plenitud alcanza tanto el “nivel” estructural como el del
agente. El “juego de sobredeterminación” se extiende tanto a la relación hegemónica
como a las posiciones de sujeto. Así, Laclau encuentra el modo de escapar al dilema ya
planteado y será allí mismo, en efecto, donde hará hincapié la crítica de Žižek.
Recordemos que para Žižek, Laclau (y Mouffe) habrían “retrocedido” en su
teorización del sujeto. De acuerdo al filósofo esloveno, el teórico argentino se limita, en
H&ES, a presentar una versión más o menos acabada de la idea postestructuralista del
sujeto6. Esta podría resumirse, de acuerdo a Žižek, en el planteo que (intentando alejarse
de la clásica noción del sujeto como una entidad sustancial y esencial), propone hacer
foco sobre una serie de posiciones particulares de sujeto (feminista, ecologista,
democrática, etc.), entendiendo su significación como un producto de la cambiante
articulación equivalencial a través del excedente metafórico que define la identidad de
cada una de esas posiciones (Žižek, 2000: 258).

6
Si bien Laclau aceptará en este punto la crítica de Žižek, quizás esta frase pueda inducir a equívocos
toda vez que Laclau sigue pensando su teoría del sujeto como “postestructuralista”. Sucede que el
significante “postestructuralismo” es usado por Laclau y Žižek de manera distinta. Para Laclau, su
postestructuralismo abreva tanto en la deconstrucción derrideana como en el psicoanálisis lacaniano.
Ambas corrientes beben de la misma fuente posfundacionalista. Žižek, en cambio, opta por colocar una
barrera entre el postestructuralismo en general y el psicoanálisis lacaniano (en clara opción por este
último). Para ejemplificar valga una curiosa cita donde Laclau imposta el tono žižekiano: “yo diría que
soy un bígamo intelectual que trata de explorar esa ambigüedad recurriendo a sus mejores posibilidades
estratégicas, mientras que Žižek es un estricto monógamo (lacaniano) en teoría, que, no obstante, hace
todo tipo de concesiones prácticas -este es su reverso, obsceno- a su nunca públicamente reconocida
amante (la deconstrucción)” (Laclau, 2003: 82).

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Sin embargo, aún aceptando que el carácter del sujeto es producto de la articulación
contingente (y por tanto no es expresión de algún tipo de necesidad interna que
“reuniría objetivamente” en el largo plazo los intereses de dichas posiciones) para Žižek
esta noción de subjetividad dejar de lado cierta inadecuación radical entre sujeto y la
estructura, un momento anterior a la posibilidad misma de identificarnos como sujetos:

“(…) la posición de sujeto es uno de los modos que reconocemos nuestra posición como
agentes (interesados) del proceso social, en que experimentamos nuestra dedicación a una cierta
causa ideológica. Pero tan pronto como nos constituimos a nosotros mismos como agentes
ideológicos, tan pronto como respondemos a la interpelación y asumimos una cierta posición de
sujeto, somos a priori, per definitionem engañados, hemos pasado por alto la radical dimensión
del antagonismo social, es decir, el núcleo traumático cuya la simbolización siempre fracasa”
(Žižek, 2000: 259. Cursivas en el original).

En esta intervención, Žižek habla precisamente de un engaño producido por la


interpelación ideológica que nos constituye subjetivamente. Este engaño se relaciona
con el hecho de que, en la noción de antagonismo del Laclau de H&ES, la imposibilidad
de una identidad social se sostiene sobre la base de la existencia de un enemigo externo
que impide el cierre total. Žižek, sin embargo, nos dice que cada identidad, librada a sí
misma, está ya siempre bloqueada, marcada por una imposibilidad. Este núcleo
traumático cuya simbolización siempre fracasa, es para Žižek la definición lacaniana del
sujeto como “lugar vacío del estructura”, la cual describe al sujeto “en su confrontación
con el antagonismo, el sujeto que no oculta la dimensión traumática del antagonismo
social” (Žižek, 2000: 259):
Por lo tanto para Žižek, el antagonismo no podía ser el límite de lo social tal como
estaba esbozado en H&ES, dado que el antagonismo resultaba de la “puesta en escena”
mediante posiciones de sujeto, del sujeto mismo entendido como ese vacío estructural.
Ese vacío estructural es, en términos lacanianos, aquel real que se presenta como un
fracaso de la realidad simbólica en saturarse de sentido. Más allá (o más acá) de toda
subversión de las posiciones de sujeto (al nivel de la realidad social y la lucha
antagónica inscripta simbólicamente), se encuentra aquello que precisamente sostiene
al sujeto en su dimensión más radical (que se identifica con el real y es a lo que Žižek
llama antagonismo “puro”).
A esto refiere, precisamente la noción lacaniana de “sujeto antes de la
subjetivación”:

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“El sujeto es el correlato de su propio límite, el elemento que no puede ser subjetivizado; él
es el nombre del vacío que no puede ser llenado por la subjetivación; el sujeto es el punto de
fracaso de la subjetivación” (Žižek, 2000: 262)

La subjetivación entonces, refiere al momento en el cual el sujeto integra “lo que le


es dado en el universo de sentido”, integración la cual siempre fracasa porque hay un
núcleo traumático no simbolizable, un residuo del cual el sujeto no es sino su correlato.
Como vemos, la noción de antagonismo “radical” apunta a una dimensión de la
subjetividad que si bien latente, no se hallaba explicitada en H&ES. Se comprende así el
reconocimiento crítico que hace Žižek (2003) a la obra de Althusser. Ésta es pensada en
su análisis como una verdadera ruptura en la conceptualización del sujeto que, frente al
debate Habermas - Foucault, insiste en que la condición humana se caracteriza por un
reconocimiento falso, indicando así una cierta fisura o brecha innegociable la relación
ideología-sujeto (Žižek, 2003: 24).
Recordemos nosotros la tesis althusseriana de la interpelación ideológica. Althusser
denominaba interpelación a la operación por medio de la cual la ideología “actuaba”
reclutando sujetos entre los individuos o transformando individuos en sujetos. El dictum
de la interpelación era resumida por Althusser en la típica interpelación policial: “¡Eh,
usted, oiga!” (Althusser, 1988). Esta interpelación supone, nos explica Žižek, un
engaño; el llamamiento de la causa ideológica implica necesariamente cortocircuito. Es
por esto que Žižek caracteriza la obra de Althusser como “un heroísmo de la
enajenación”. Althusser intenta develar el mecanismo estructural que está produciendo
el efecto de sujeto como falso en última instancia, mientras que a la vez reconoce que la
falsedad del reconocimiento ideológico es inevitable si queremos asumir papel como
agentes de la historia (Žižek, 2003: 25).
Sobre la base de la conceptualización althusseriana del sujeto, Žižek nos presentará,
en contraste con Althusser, su análisis de la subjetividad inspirado en Lacan:

“En contraste con esta ética althusseriana de la enajenación en el simbólico “proceso sin
sujeto”, podríamos designar a la ética que implica el psicoanálisis lacaniano como la de la
separación. El famoso lema lacaniano de no ceder al propio deseo (ne pas céder sur son desir)
apunta a que no hemos de borrar la distancia que separa lo real de su simbolización, puesto que
es éste el plus de lo real que hay en cada simbolización lo que funge como objeto-causa del
deseo. Llegará a un acuerdo con este plus (o, con más precisión, resto) significa reconocer un
desacuerdo fundamental (“antagonismo”), un núcleo que resiste la integración-disolución
simbólica” (Žižek, 2003: 25. Cursivas en el original).

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Mientras que la enajenación althusseriana supone una inscripción completa de los
sujetos en lo simbólico7 mediante la interpelación ideológica, Žižek sostiene la
importancia de un momento lógicamente anterior, “lo real”, que debe ser distinguido de
la inscripción simbólica. Este momento de “lo real” extiende sus efectos sobre el campo
de lo simbólico:

“sabemos por Pascal que está “internalización” por necesidad estructural, nunca se logra
plenamente, que siempre hay un residuo, un resto, una mancha de irracionalidad traumática y
sinsentido adherida a ella, y que este resto, lejos de obstaculizar la plena sumisión del sujeto al
mandato ideológico, la condición misma de ello” (Žižek, 2003: 73-74. Cursivas en el original).

Es ese residuo de negatividad que marca Žižek aquello que se hallaba no teorizado
por Laclau en H&ES. La frontera antagónica era el límite del discurso, y la objetividad
social el fruto de la exclusión radical que aquella creaba. Un momento lógicamente
anterior al antagonismo, como el que Žižek denominaba “antagonismo radical”, no
podía pensarse en ese esquema.
Laclau se hará eco de esta crítica en NR (a tal punto de incluir el artículo de Žižek
en la publicación). Básicamente, Laclau seguirá sosteniendo la importancia de la forma
discursiva del antagonismo pero aquello que la frontera antagónica vendrá a inscribir es
un “espacio más primario”, que Laclau denominará “dislocación”. Si como
argumentaba Žižek, para pensar el sujeto es necesario concebir el espacio de una falla
estructural (que el esloveno sugiere denominar “antagonismo radical”), en NR dicho
sujeto será equivalente a la forma pura de la dislocación de la estructura.
De esta manera, el abandono del concepto “posiciones de sujeto” es realizado junto
con la incorporación de la noción de “dislocación estructural”, que se constituye en la
condición de posibilidad del sujeto y “fuente de la libertad”:

“(…) esta no es la libertad de un sujeto que tiene una identidad positiva -pues en tal caso
sería tan sólo una posición estructural- sino la libertad derivada de una falla estructural, por lo
que el sujeto sólo puede construirse una identidad a través de actos de identificación” (NR: 76.
Cursivas en el original).

No es casual entonces, que Laclau vuelva a tratar al comienzo de NR la noción de


antagonismo. Allí, analiza las dos concepciones de cambio social inscriptas en la obra

7
Para hacer más clara su postura, Žižek recurrirá a los escritos de Kafka quien funciona como un crítico
avant la lettre de Althusser. Žižek encuentra en sus textos el ejemplo de la brecha no teorizada por
Althusser entre el aparato y la internalización dado que el sujeto kafkiano se encuentra enfrentado en una
situación de extrañeza al gran Otro (el tribunal, por ejemplo) buscando identificarse (Véase Žižek, 2003:
73-78).

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de Marx para mostrar que el antagonismo supone aludir a una instancia que no se halla
representada. Para realizar su cometido, por un lado, menciona la contradicción fuerzas
productivas / relaciones de producción, ejemplificada en la introducción a la
“Contribución a la crítica de la economía política”. Por el otro lado, cita el famoso
pasaje del Manifiesto comunista donde la historia es leída en clave de la “lucha de
clases”. El objetivo de Laclau, es romper con la equivalencia entre antagonismo y
contradicción:

“En el caso de la dualidad fuerzas productivas / relaciones de producción, se trata de una


contradicción en el sentido estricto del término: la continuidad de la expansión de las fuerzas
productivas más allá de un cierto punto constituye, dado un cierto sistema de relaciones de
producción, una imposibilidad lógica, y esta imposibilidad se traduce, a corto o largo plazo, en
el colapso mecánico del sistema. (…) Pero esta es una contradicción sin antagonismo. Del
hecho de que exista un cierto punto y que esto conduzca a su colapso no se sigue
necesariamente que este colapso deba adoptar la forma de un enfrentamiento entre grupos. (…)
la dificultad reside en el hecho de que si la contradicción fuerzas productivas / relaciones de
producción es una contradicción sin antagonismo, la lucha de clases es, por su parte, un
antagonismo sin contradicción” (NR: 23)

Laclau apunta a mostrar que ambos momentos, contradicción y antagonismo, no se


encuentran “lógicamente” integrados en el discurso marxista, con el agregado de que,
más allá de su cohabitación en el mismo discurso, es en las contradicciones de la base
donde reside en última instancia el cambio social (NR: 23). Esto supone, por tanto, la
opción implícita que hace Marx por la contradicción, relegando a la lucha de clases, que
se vuelve un “momento interno en el despliegue dialéctico” de la contradicción:

“Las razones son claras: si las dos contradicciones fueran independientes una de la otra, las
consecuencias serían: (1) que la unidad dialéctica de la historia estaría puesta en cuestión; y,
más importante aún, (2) que la relación entre ambas dejaría de estar fijada a priori en una teoría
general de la historia y pasaría a depender de una relación contingente de poder entre las dos”
(NR: 23).

Estas dos consecuencias nos sacarían, claramente, del espacio discursivo marxista.
El punto de Laclau claramente “posmarxista” es que sólo así, el antagonismo puede
seguir siendo pensado. Al señalar que no se puede deducir lógicamente de las relaciones
de producción ningún antagonismo, en otras palabras, que es imposible atribuir a priori
a partir de una posición en la estructura productiva algún tipo de subjetividad política,
Laclau nos conduce a su visión de una historia siempre contingente.

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“En este punto resulta plenamente evidente por que las dos explicaciones de la lógica de la
historia que el marxismo propusiera -una de ellas fundada en la contradicción fuerzas
productivas / relaciones de producción, la otra en la centralidad de la lucha de clases- resulta
difíciles de integrar. La razón es, claramente, que una de ellas presupone la racionalidad de lo
real y, por lo tanto, la objetividad radical de la historia y de la sociedad, en tanto que la otra
presupone el carácter constitutivo del antagonismo. Según se adopte una u otra perspectiva, la
interrogación de lo social será de tipo fundamentalmente distinto” (NR: 38).

El problema con el marxismo por tanto, no es que haya sido incapaz de pensar las
dislocaciones (la negatividad) sino que las haya inscripto como dato objetivo de la
realidad. De esta manera, el sujeto del cambio social sólo puede existir al interior de
una estructura y por tanto, está predeterminado por ella, es “enteramente absorbido por
la estructura”, posición teórica incompatible con la noción de dislocación que supone la
concepción de la idea de un sujeto como un fracaso estructural que planteará Laclau
(NR: 57).
Ya hemos visto cómo se relaciona la noción de contingencia con la lógica política
de la articulación hegemónica. Es importante retener que el carácter fundante de la
negatividad, (ese momento del análisis al que apuntan desde distintos ángulos conceptos
tales como “subversión”, “antagonismo”, “dislocación”, “real”, etc.) no indica
simplemente una “incompletitud”, una imposibilidad “fáctica” estructural, sino “algo
que trabaja desde el comienzo al interior mismo de la estructura” (NR: 46). La
“indecibilidad” estructural es precisamente lo que sostiene la posibilidad del acto
hegemónico y habilita un espacio para el sujeto:

“En primer lugar, si la indecibilidad reside en la estructura en cuanto tal, en ese caso toda
decisión que desarrolle una de sus posibilidades será contingente -es decir, externa a la
estructura, en el sentido de que si bien resulta posible a partir de una estructura no está,
determinada por ella. Pero en segundo término, el agente de esa decisión contingente no debe
ser considerado como una entidad separada de la estructura, sino constituido en relación con
ella. Si el agente no es, sin embargo enteramente interior a la estructura, esto se debe a que la
estructura misma es indecidible y en tal sentido no puede ser enteramente repetitiva, ya que las
decisiones tomadas a partir de ella -pero no determinadas por ella- la transforman y subvierten
de manera constante” (NR: 46).

Dado que el sujeto habita el espacio de una falla, no puede ocupar una posición de la
estructura. Sin embargo, esto no quiere decir que el sujeto se halle fuera de ella, sino
precisamente que su espacio se sitúa en el lugar no-estructural de la estructura. En otras
palabras, la falta de estructuración total de la estructura, la dislocación constitutiva de
ésta última habilita el juego del sujeto. A la vez, debemos recordar que esta ambigüedad
constitutiva de la realidad social, también se halla presente en los sujetos sociales.

12
Recordemos la observación de Žižek acerca de la división constitutiva del sujeto. Esto
explica porque no hay simplemente identidades absolutas (posiciones de sujeto
estructurales) sino actos de identificación mediante “decisiones” (el sujeto como intento
de llenar las brechas estructurales) (Laclau, 2003: 63):

“(…) si por un lado, el sujeto no es externo respecto de la estructura, por el otro se


autonomías parcialmente respecto de ésta en la medida en que él constituye el locus de una
decisión que la estructura no determina. Pero esto significa: (a) que el sujeto no es otra cosa que
esta distancia entre la estructura indecidible y la decisión; (b) que la decisión tiene,
ontológicamente hablando, un carácter fundante tan primario como el de la estructura a partir de
la cual es tomada, ya que no está determinada por esta última (…)” (NR: 47).

La aparición del concepto de “decisión” apunta a dar cuenta de la falla estructural.


La “decisión” no supone afirmar que el sujeto sea libre, es decir, causa sui, sino a
demostrar que la libertad del sujeto es producto de una falla, es fracaso de la autopoiesis
estructural. Los actos de identificación (los actos inherentes a la decisión), se hallan
impregnados, marcados por otras decisiones: “el creador ha sido ya parcialmente creado
a través de sus formas de identificación” (NR: 76). Esto supone la imposibilidad de
retrotraerse a cierto momento de fundación radical, no hay fiat originario, la institución
radical de lo social nunca llega8, y diferencia el planteo de Laclau de un puro
“decisionismo”: “El sujeto que toma la decisión es sólo parcialmente un sujeto; él
también es un escenario de prácticas sedimentadas que organizan un marco normativo
que opera como una limitación sobre el horizonte de opciones” (Laclau, 2003: 90). La
distinción psicoanalítica identidad - identificación apunta a señalar esto. La identidad,
postulada como el producto de sucesivas identificaciones imaginarias, se diferencia así
de los actos de identificación, que suponen la fundación de una nueva significación. La
identidad se presenta entonces como la constatación de la “pretericidad” en la
orientación de la acción, mientras que el acto de identificación refleja una dimensión
instituyente de la acción y, por tanto, la amenaza a la estabilidad de toda identidad
(Aboy Carlés, 2001: 51). Esto nos lleva a observar cómo el sujeto laclausiano se separa
de la noción de identidad:

8
No es extraño que Laclau, por tanto, ubique en la noción de revolución (como reducto último de la
fijación esencialista) el problema del pensamiento de la izquierda: “el concepto clásico de revolución,
calcado sobre el molde jacobino (…) implicaba el carácter fundacional de hecho revolucionario, la
institución de un punto de concentración del poder a partir del cual la sociedad podía ser reorganizada
racionalmente” (H&ES: 223. Cursivas en el original).

13
“No entenderíamos por sujeto una unidad de existencia física (extensional) sino un tipo
particular de acción social (instituyente) que denota la radical contingencia de la vida social: la
conmoción de la sedimentación de instituciones pretéritas a las que en su estado de objetivación
conocemos como “sociedad”. De allí que por sujeto debemos entender más cabalmente un
“efecto de sujeto” como distinto y contrapuesto (en la misma forma en que los conceptos de
acto de identificación e identidad se contraponen) a la noción de “posiciones de sujeto”” (Aboy
Carlés, 2001: 61).

Sin embargo, y más allá de la indicación de Aboy Carlés, no debemos perder de


vista la íntima conexión entre “posición” y “decisión”. Sin una pertenencia a lo
estructural, el momento de la decisión nunca llegaría. Creemos que en esta diferencia
entre un sujeto interno a la estructura (lo que no quiere decir determinado por) y el
momento de la decisión, cuya exterioridad respecto de la estructura es índice de la
indecibilidad estructural (de la ausencia de fundamento que regule los movimientos de
la estructura) se halla la clave de algunas críticas y malentendidos que Laclau ha
recibido.
Falla social y decisión del sujeto son, entonces dos caras de una misma moneda
ontológica, que se juega en una apuesta por hacer de la negatividad una clave heurística
para el pensamiento político de Laclau. Aunque esta apuesta no es desestimada con la
publicación de LRP, es innegable que la introducción de tres nuevos conceptos,
populismo-heterogeneidad-pueblo, para entender la relación política-negatividad-
subjetividad, suponen cierta inflexión del pensamiento laclausiano que no deja de abrir
nuevos interrogantes. Para concluir entonces, nos gustaría explorar brevemente, en la
perspectiva que venimos tomando, el último libro de Laclau.

FRONTERA(S) POPULISTAS

No es nuestra intención hacer un resumen del libro. En términos generales en LRP


el sujeto sigue siendo el lugar de una falla estructural, sin embargo no dejan de
asomarse ciertas cuestiones.
Laclau comienza su último libro, criticando las posiciones epistemológicas desde las
cuales la teoría política ha pensado “lo político”. En este sentido, Laclau sospecha que
la relegación sistemática del populismo en la teoría política canónica, esconde algo más
que una cuestión de precisión conceptual. Laclau, sin embargo, no intenta una
reivindicación de los fenómenos que designa habitualmente el populismo. Su rescate del

14
populismo, de la razón populista apunta más bien a la existencia de un vínculo
particular y estrecho, entre populismo y política. Dicho vínculo, parecía adquirir
consistencia como un cierto “exceso” común, tanto por parte de la política como del
populismo, respecto de los “moldes racionales comunitarios”:

“¿No es esta lógica de la simplificación y de la imprecisión, la condición misma de la


acción política? (…) El rasgo de distintivo del populismo sería sólo el énfasis especial en una
lógica política, la cual, como tal, es un ingrediente necesario de la política tout court” (LRP:
33).

En breve, el populismo es una lógica política de simplificación/imprecisión del


espacio comunitario. El pueblo, como sujeto del populismo, nace como fruto de una
confrontación antagónica entre aquellos que se proclaman representantes legítimos de la
comunidad en su conjunto y aquellos que son sus enemigos. Esta es precisamente una
definición exacta para hegemonía: la plebs que reclama ser el único populus legítimo,
un particular que encarna un universal, la parte que es el todo.
Recordemos ahora que la distinción dislocación – antagonismo, nos marcaba que no
todas las totalidades (dislocadas por definición) precisan de una construcción
antagónica para constituirse como tales. Ni lo diferencial ni lo equivalencial entonces
son el espacio primario de lo social: lo social no es otra cosa que el locus de esta
tensión (LRP: 107). En la ontología de Laclau equivalencias y diferencias por tanto, no
están en relación de exclusión. El autor es muy claro al sostener que su
incompatibilidad no anula su necesidad recíproca, dado que ambas lógicas sólo existen
en tensión entre sí. Una sociedad fundada por un momento absolutamente equivalencial
es tan improbable como una sociedad donde sólo rija la diferencialidad, como explica el
mismo Laclau citando los ejemplos, inspirados en A. Ramos, del “cementerio” y el
“manicomio”9.
Se comprende así la distinción que realizara Laclau en LRP entre totalidades
institucionales y totalidades populistas.
Al haber descartado que las totalidades se definan por una relación de suma cero de
las lógicas de lo social, Laclau se ve obligado a plantearse un interrogante para

9
“Hay un cierto tipo de discurso que tiende a reemplazar el juego político entre fuerzas antagónicas por
una administración de carácter tecnocrático. Del otro lado hay un discurso de oposición frontal que sería
una suerte de populismo salvaje, pero en la política nunca se dan formas puras. Recuerdo que Abelardo
Ramos decía que la sociedad no se polariza nunca entre el manicomio y el cementerio, que siempre
estamos en una situación relativamente intermedia” (Revista Noticias, 24-05-07)

15
diferenciar administración de populismo: en concreto, ¿cuál es la especificidad del
populismo de privilegiar el momento equivalencial? (LRP: 107):

“La diferencia entre una totalización populista y una institucionalista debe buscarse en el
nivel de estos significantes privilegiados, hegemónicos, que estructuran, como puntos nodales,
el conjunto de la formación discursiva. La diferencia y la equivalencia están presentes en ambos
casos, pero un discurso institucionalista es aquel que intenta hacer coincidir los límites de la
formación discursiva con los límites de la comunidad. Por lo tanto, el principio universal de la
“diferencialidad” se convertiría en la equivalencia dominante dentro de un espacio comunitario
homogéneo (…). En el caso del populismo ocurre lo opuesto: una frontera de exclusión divide a
la sociedad en dos campos. El “pueblo”, en ese caso, es algo menos que la totalidad de los
miembros de la comunidad: es un componente parcial que aspira, sin embargo, a ser concebido
como la única totalidad legítima” (LRP: 108).

Si toda totalización (ya sea institucionalista o populista) requiere para su


constitución ontológica una sutura realizada sobre la base de ciertos significantes
privilegiados (los puntos nodales), toda “sociedad”, al ser el sedimento de una decisión,
es política10. El hecho de “privilegiar”, implica este desnivel constitutivo de lo social,
supone la función de “establecer el horizonte de lo social, el límite de lo que es
representable dentro de él” (LRP: 107).
El populismo, difiere de la administración porque privilegia la ruptura, traza una
frontera antagónica que genera una brecha en el espacio comunitario, en resumen,
dicotomiza el espacio social. La administración por el contrario, tiende a constituir un
lazo equivalencial mínimo postulando a la “diferencialidad” como principio universal.
Esta diferencialidad pretendidamente universal, implica que “todas las diferencias son
consideradas igualmente válidas dentro de una totalidad más amplia” (LRP: 108). Así,
el antagonismo es borrado discursivamente bajo la pretensión “institucionalista” de
hacer coincidir sus límites con los límites de la comunidad. Sin embargo, la
coincidencia última entre ambos límites es altamente improbable:

“(…) sólo en una situación en la que todos los grupos difieran entre si y en la que ninguno
de ellos quisiera ser algo distinto de lo que es al presente, la pura lógica de la diferencia
gobernaría de modo exclusivo la relación entre grupos. En toda otra situación la lógica de la
diferencia será interrumpida por una lógica de la equivalencia y de la igualdad” (Laclau, 1996:
90-91).

Lo llamativo de esto es que en un capítulo clave del libro, y antes de comenzar


propiamente con el análisis del pueblo, Laclau propone algunas premisas ontológicas

10
Recordemos que lo propio de lo político para Laclau es estructurar lo social, darle sentido,
ontologizarlo mediante una decisión.

16
para que se comprenda su análisis tales como discurso, significantes vacíos, hegemonía
y retórica. Curiosamente, la dislocación no es mencionada tampoco en la explicación de
estos conceptos. Lo que si aparece es un nuevo concepto que apunta en una dirección
similar: nos referimos a la heterogeneidad.
Para Laclau, el análisis de dicho concepto puede comenzar a través de una pregunta
concreta: ¿Qué status tienen aquellas demandas insatisfechas que no pueden
incorporarse a la cadena equivalencial popular? Estas demandas nos dice Laclau,
suponen una radical exterioridad, es decir que al ser negadas por la totalidad diferencial
institucional y al mismo tiempo no integrar la cadena equivalencial popular (por el
motivo que fuese), su particularismo ya no puede ser considerado como una exclusión
inscripta discursivamente. Al ser “dejada aparte” en el trazado de la frontera antagónica
y el espacio común que ella presupone, una demanda determinada queda realmente
aislada de ambas formas de articulación, en relación de exterioridad al espacio mismo
de representación. Para Laclau, la heterogeneidad es la clave para no caer en las trampas
de un movimiento dialéctico hegeliano (LRP: 187). El campo de la representación
dicotomizado por el antagonismo es constitutivamente opaco, “interrumpido por un
‘real’ heterogéneo al cual no se puede dominar simbólicamente” (LRP: 177). Por lo
tanto todo pueblo, construye un lazo a través de la heterogeneidad, puesto que no hay
mediación simbólica posible entre las demandas insatisfechas que aglutina. De allí, “la
productividad social del nombre” (LRP: 135).
¿Pero cual es la relación entre dislocación y heterogeneidad? Si bien Laclau es claro
al afirmar que la falla estructural es precondición ontológica del populismo creemos que
en LRP no es tan evidente la relación entre la falla y los conceptos arriba mencionados.
En una lectura veloz se tiene a entender que ambos se relacionan con el famoso “real”
lacaniano y por tanto, a superponerse. Sin embargo, la cuestión parece más compleja.
Dado el acento que Laclau pone en aquello que el pueblo tiene de inconmensurable en
relación al marco simbólico de la sociedad, llamado en LRP “homogeneidad social”, la
“heterogeneidad social” será siempre un otro lado, la “no representabilidad total” 11.
Laclau intenta dar cuenta así de un tipo de externalidad que se opone al interior pero no
dentro del espacio de representación (como en el caso del antagonismo) sino porque es
“dejado aparte”, no es capaz de influenciar en nada la identidad del sistema:

11
Laclau menciona como ejemplos de esta “no representabilidad total” la noción hegeliana de “pueblos
sin historia” y la noción marxista de “lumpemproletariado” comentando que en comparación con este tipo
de nociones “tanto la dislocación como el antagonismo se pueden ver como etapas sucesivas en el camino
hacia la representación total” (Laclau, 2008: 394).

17
“(…) el tipo de exterioridad al que nos estamos refiriendo ahora presupone no sólo una
exterioridad a algo dentro de un espacio de representación, sino respecto del espacio de
representación como tal. Este tipo de exterioridad es lo que vamos a denominar heterogeneidad
social. La heterogeneidad social, concebida de esta manera, no significa diferencia; dos
entidades, para ser diferentes, necesitan un espacio dentro del cual esa diferencia será
representable, mientras que lo que ahora estamos denominando heterogéneo presupone el
ausencia de ese espacio común” (LRP: 176).

Laclau, como explica Marchart (2006: 53), llama heterogeneidad al “otro lado” del
orden homogéneo de diferencias. Como vemos, lo heterogéneo es algo imposible de
integrar en el juego hegemónico entre diferencia y equivalencia: no pertenece al orden
homogéneo de diferencias y tampoco pertenece al orden de equivalencia antagónica,
pues entonces habría adquirido un nombre y nuevamente pertenecería al orden de
significación.
Si la introducción de la noción de heterogeneidad, no evacua a la dislocación el
resultado es una complejidad mucho mayor de los límites del sistema. Lo
heterogéneo/homogéneo, lo dislocado/lo estructurado y la dicotomización producida por
el antagonismo trazan líneas siempre desplazadas mostrando las complejidades
inherentes a la comprensión de las fronteras sistémicas:

“(…) los límites de una formación discursiva no son homogéneos sino que se constituyen
mediante la articulación inestable de las tres dimensiones descriptas [antagonismo, dislocación,
heterogeneidad] y el pasaje de una hacia la otra. Esto quiere decir, por supuesto, que la
dislocación es inherente a toda formación hegemónica” (Laclau, 2008: 394).

Si como hemos intentado mostrar, la noción de negatividad es clave para el edificio


teórico de Laclau, asoma en LRP una cuenta pendiente, que es la de trabajar de manera
más precisa cómo se relacionan los conceptos de heterogeneidad, dislocación y
antagonismo. La consistencia teórica de la noción de pueblo como sujeto de la política,
creemos, sería así apuntalada.

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19
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Editores.

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