El dedo en la llaga a nuestro modelo de crecimiento (y
desarrollo), ha puesto Monseñor Goic.
Las enormes desigualdades que se generan en el país por la
aplicación del modelo neoliberal, el cual estructuralmente, genera ese tipo de consecuencias, es el debate de fondo que se ha planteado, en un país, que no por nada, ha sido llamado el laboratorio del neoliberalismo, por la brutal aplicación de este sistema económico, (desde la teoría a la práctica), sin plantear nuestro país alguna modificación o algún ajuste que recoja las bondades del sistema y se haga cargo de sus defectos.
El principal de ellos, la concentración de la riqueza, lo que
genera que en nuestro país el 2% de los chilenos se apropie del 23.5% de lo producido, mientras que el 25% más pobre recibe sólo el 4% del ingreso nacional.
Si a esto le sumamos el tipo de país que estamos construyendo,
ajeno y extranjero, el menos Latinoamericano en Latinoamérica, con grandes mall y un estilo de vida donde la farándula domina la agenda de una buena parte de la población. ¿Es esto lo que queremos?.
En este contexto de país que Monseñor Goic centra su mirada
en las grandes empresas, con las monstruosas utilidades v/s las condiciones de vida que enfrentan muchos de los trabajadores de estas mismas empresas. Es por esto que él va más allá de la economía, de los tecnicismos y apela a la conciencia cristiana de un país que dice serlo, buscando que reaccione ante la realidad que tenemos frente a nuestras narices.
Quizás un sueldo ético no sea el mecanismo, para todas las
empresas, pero plantea un debate de fondo acerca de la desigualdad y el desarrollo que estamos construyendo.
El debate se ha encendido, y de que manera, desde que no
tiene que meterse en temas económicos hasta de loco ha sido catalogado, por aquellos que hace algunos años aplaudían la opinión en temas valóricos de la iglesia (píldora del día después y otros).
Sin embargo, la discusión sigue en las esferas de poder, en los
políticos, en los partidos, en el parlamento. Pero que pasa con los aludidos en este tema, los que viven en los campamentos, en las casas que se gotean, en los peligrosos barrios de las viviendas sociales. ¿Qué pasa con aquellos ausentes que se levantan a las cinco de la mañana todos lo días para parar la olla de la casa?. ¿Por qué no están en las calles, en los servicios públicos, en el parlamento, en las empresas, expresando lo que les pasa?.
Nuestra sociedad civil está tan dormida que se necesitará un
enorme cambio, quizás generacional para que reaccione ante la realidad que enfrenta, al parecer los embates de la dictadura son más profundos de lo que cualquier intelectual se imaginó, y deberá pasar otra generación para que se generen cambios.
Sino pregúntense que pasaría si las más de 200.000 familias
del programa puente se uniesen y generaran un movimiento de reivindicación frente al país, las grandes empresas y el Estado.
Quizás sea momento de dejar que el crecimiento solucione
todos nuestros males, dejar de decir que no es el momento, que debemos esperar, y nos atrevamos a “ajustar” el modelo, para que la justicia social deje de ser una palabra y se transforme en realidad.