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EUCARISTÍA:

“OTRO MUNDO
ES POSIBLE”
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José M. Castillo
2. LA EXPERIENCIA HUMANA: TRAICIÓN Y SOLEDAD

La primera eucaristía

Los evangelios nos dicen que Jesús instituyó y celebró la primera


eucaristía en un momento muy especial. Un momento que tuvo que estar
cargado de sentimientos y emociones que son obviamente muy fuertes
para cualquier ser humano. Jesús, en efecto, partió el pan y repartió la
copa de vino inmediatamente después de anunciar que uno, de los que
estaban allí cenando, le iba a traicionar (Mc 14, 17-21 par) e
inmediatamente antes de decir que todos los allí presentes le iban a dejar
solo y hasta alguno de ellos le iba a negar (Mc 14, 27-31 par), lo que era
tanto como decir que aquel apóstol, presuntamente tan fiel, iba a renegar
de su fe en Jesús.

Esto quiere decir que Jesús, en aquel momento, se veía metido


de lleno en una situación dura y difícil, humanamente muy desagradable
y hasta se puede decir que espantosa. Jesús se encontraba entre una
traición, que le llevaba a la muerte, y la soledad de quien se ve
abandonado cuando más necesita a sus amigos más cercanos. En tal
situación, se empezó a celebrar la eucaristía. Y así fue el comienzo, el
punto de partida de este acto al que los cristianos estamos tan
acostumbrados y al que, muchas veces, asistimos de forma casi rutinaria.

Más que una ceremonia religiosa

Se equivocan, por tanto, los que piensan que la misa es una


ceremonia “religiosa” y nada más que eso. Se equivocan, por
consiguiente, los que tienen la idea de que la misa es solamente un acto
“religioso”, en el que hay que estar con el respeto, la devoción y la
reverencia que requiere una ceremonia así. O sea, una función “sagrada”,
en la que se reza, se escucha la palabra de Dios, se comulga con toda la
piedad que eso supone y exige, y nada más, ni nada menos, que todo
eso.

Por supuesto, nadie discute que la misa es una ceremonia


religiosa, con todo lo que se acaba de decir. Nadie (si es que sabe de
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religión) va a discutir, por tanto, si en la misa tenemos que estar con
respeto y reverencia, rezando y escuchando la palabra de Dios, con fe y
con devoción. Todo eso es evidente para cualquier cristiano.

La experiencia humana

Pero ocurre que muchos creyentes no saben (ni seguramente se


imaginan) que la misa, antes que una ceremonia religiosa, es una
experiencia humana. Y esto es tan importante, que, si uno va a misa y
allí no tiene, de ninguna manera, la experiencia humana que se debe
vivir en toda misa, lo más seguro es que esa misa le sirve para poco o
incluso, quizá, no le sirve para nada. Porque una misa, como experiencia
“religiosa” sola (y nada más que eso) no es lo que quiso Jesús. Ni eso es
lo que Jesús nos mandó a los cristianos que hiciéramos para acordarnos
de él. ¿Por qué?

Empezó por ser una cena

La cuestión capital consiste en tener siempre muy presente que


la misa tuvo su origen en una cena. O dicho de otra manera, la misa
empezó por ser una cena. Lo que llamamos “la última cena”, que Jesús
comió y bebió con sus apóstoles (y amigos) la noche en que se despidió
de ellos para siempre. Ahora bien, lo primero, lo más claro y lo más
evidente, que ocurre en una cena de despedida, es que en ella se come y
se bebe, se habla y se convive con otras personas, se tienen
determinados sentimientos, es decir, cada cual se siente a gusto o a
disgusto, lo pasa bien o lo pasa mal, se queda satisfecho o se va con
hambre, tiene alegría o se siente triste, etc, etc. Pues bien, nadie discute
que todo esto es una experiencia humana. Que puede ser buena o mala.
Que a unos les sentará bien y quizá a alguno le haga sentirse mal. Que,
en la despedida, habrá quien se emocione. O a lo mejor ocurre que haya
alguien que se pone triste. En fin, todos hemos vivido cosas así. Pues una
experiencia así fue, antes que ninguna otra cosa, el acto al que ahora
nosotros le hemos puesto el nombre de “misa”.

Lo que pasa es que una misa de ahora no se parece casi en nada,


prácticamente en nada, a una cena de despedida. El que va a misa no se
imagina que está reproduciendo lo que fue (y debe seguir siendo, de
alguna manera al menos) algo que nos hace recordar y vivir lo que es y
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lo que representa una cena de personas y amigos que se despiden (del
mejor de ellos) para siempre, una cena en la que se dicen cosas muy
serias y ocurren cosas fuertes. Por eso ahora los cristianos tenemos que
hacer un esfuerzo por recuperar la “cena perdida”, es decir, la experiencia
humana que, con el paso de los tiempos, ya no es lo que fue en su origen
primero. Y lo que Jesús quiso que fuera para siempre.

La despedida definitiva y trágica

¿Y qué fue aquella cena? Por consiguiente, ¿qué pasó allí aquella
noche y qué experiencias humanas se vivieron en aquella ocasión?

1. Como ya se ha dicho, fue una cena de despedida. Todos


sabemos que cenar juntos es un acto de cercanía humana, de amistad,
quizá de intimidad. Pero, si a eso añadimos que se trata de una cena
para despedirse de alguien a quien se aprecia mucho, se valora mucho y
se quiere mucho, entonces la cosa tiene más importancia y se carga
lógicamente de emoción y de sentimientos fuertes. Eso es lo que pasó
aquella noche. Jesús sabía que había llegado su último momento, “la
hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13, 1) . Lo iban a matar al día
siguiente. Y así se lo dio a entender a sus amigos, a los más cercanos, de
los que se despedía en una noche tan cargada de emociones: “todos
ustedes van a fallar” (Mc 14, 27 par). Y eso iba a suceder aquella “misma
noche” (Mc 14, 30 par), en víspera del trágico final.

2. Además, la despedida era definitiva. El mismo Jesús lo aseguró


de forma firme y tajante: “Nunca más comeré (esta cena)” (Lc 22, 15).
“Desde ahora no beberé más del fruto de la vid” (Lc 22, 18 par). Con
estas afirmaciones tan fuertes, Jesús estaba afirmando que aquello era
su última cena en este mundo. La despedida, por tanto, era definitiva: ya
no se volverían a ver más en esta vida.
3. Y, para colmo, aquella cena resultó trágica. O sea, se dio en
unas circunstancias de extrema gravedad. Primero, porque no era una
despedida cualquiera. No es que Jesús se iba de viaje o algo parecido. Se
trataba de que a Jesús lo iban a asesinar. Y lo iban a asesinar con la
complicidad, más aún, mediante la “traición” de uno de los que estaban
allí mismo aquella noche, cenando con los demás, como si tal cosa,
dando la impresión (por parte del traidor) de que no iba a pasar nada.
Por eso se comprende la carga de enorme dolor que llevaban las palabras
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de Jesús: “les aseguro que uno de ustedes me ve a entregar: uno que
está comiendo conmigo” (Mc 14, 18 par). Uno al que “más le valdría no
haber nacido” (Mc 14, 21 par).

4. A todo esto hay que añadir que, según piensan los


especialistas más entendidos en este asunto, lo más seguro es que
aquella cena no fue propiamente un acto “religioso”. Porque no fue la
llamada (por los judíos) “cena pascual” o “cena de pascua”. Es verdad
que los tres evangelios sinópticos coinciden en que aquello sucedió
exactamente “el día de los Ácimos (la Pascua judía), cuando se
sacrificaba el cordero pascual” (Mc 14, 12 par). Pero hay que tener
presente que el evangelio de Juan (que lo más seguro es que se escribió
después de los otros tres) puntualiza que todo esto sucedió “antes del día
de la Pascua” (Jn 13, 1; 19, 31).

Además, en el relato de aquella comida, no se dice nada, ni se


hace la más mínima alusión, a que allí estuvieran comiendo los alimentos
que eran propios de la cena de Pascua: el cordero (que se tenía que
sacrificar en el templo), las hierbas amargas y los trozos de pan sin
fermentar mojados en el harosèt, un dulce o mermelada de higos y de
raíces cocidas en vino, que simbolizaba los ladrillos fabricados por los
Hebreos durante su esclavitud en Egipto (Ex 12, 15-20 y 11-14). Lo
único que sabemos es que todo aquello transcurrió como un banquete
judío cualquiera, que empezaba partiendo un pan grande (cosa que hacía
el padre de familia o el principal de la casa) y se terminaba con la bebida
del llamado cáliz de bendición. La sola indicación, que conocemos
además de esto, es que en aquella cena se mojaba pan en un plato con
salsa (Mc 14, 20 par; Jn 13, 26).

Por tanto, lo que es seguro es que aquella cena se comió de


forma que allí se vivieron experiencias humanas muy fuertes. Y lo que no
sabemos es que aquella cena fuera un acto propiamente “religioso”. En
cualquier caso, si se puede hablar de un acto “religioso”, es porque, con
el paso del tiempo, ha sido “interpretado” así por los cristianos,
especialmente por los teólogos. Pero es evidente que aquel grupo de
personas, que estuvieron con Jesús en la cena, no parece que vivieran
aquella comida como un ceremonial religioso. Datos para llegar a esa
conclusión no tenemos ninguno, a no ser que se fuerce el significado de
los relatos, hasta hacerles decir lo que realmente no dicen.
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Conclusiones

De todo lo que acabo de explicar, podemos sacar dos


conclusiones bastante claras:

1) La última cena de Jesús con sus apóstoles no fue una


ceremonia sagrada.
2) La última cena de Jesús con sus apóstoles fue una cena en la
que se vivieron experiencias muy fuertes, muy profundas en la vida de
cualquier persona normal. Estas experiencias fueron: a) la experiencia
del dolor por la separación definitiva de alguien a quien se quiere mucho;
b) la experiencia de soledad y vacío que deja semejante ausencia; c) la
experiencia que tuvo Jesús al verse traicionado por un amigo; d) la
experiencia del que se siente abandonado y solo porque está seguro de
que todos le van a fallar, van a huir; e) y más que nada, la experiencia de
quien se ve abocado a una muerte inminente, cruel e injusta.

Pero lo que nos cuentan los evangelios y el relato del apóstol


Pablo (1 Cor 11, 23-27) es que, en una situación así, Jesús organizó una
cena, una comida compartida con sus amigos más cercanos, pero
también con aquellos que, siendo precisamente los más cercanos, le iban
a abandonar y alguno de ellos le iba a traicionar. Se necesita mucha
serenidad, una enorme generosidad, una bondad que supera todo lo que
estamos acostumbrados a ver en esta vida, para ponerse, en tales
condiciones, a cenar con el traidor que te va a traicionar. Y hay que tener
mucha fuerza interior para comer en el mismo plato y beber en la misma
copa de vino con quienes te van a abandonar cuando más necesitas que
los amigos más cercanos estén junto a ti.

Todo esto, sobre todo, no se recuerda aquí solamente para traer


a la memoria el buen ejemplo que nos dio Jesús. Ese buen ejemplo,
como es lógico, es importante y siempre nos hace falta. Pero sólo el
buen ejemplo no es lo que interesa al hablar de Cena del Señor. Lo que
debemos recordar al hablar de este asunto, es que, en el momento
central de aquella cena, Jesús les mandó a los que le acompañaban que
hicieran lo que él estaba haciendo, para que así se acordaran de él, es
decir, para que, haciendo lo que él hacía, le tuvieran siempre presente. A
esto se refieren las palabras de Jesús que siempre recordamos en la
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misa: “Hagan esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24; Lc 22, 19). Al pie de
la letra, lo que Jesús dijo fue : “Hagan esto para que se acuerden de mí”,
es decir, “para que el recuerdo mío” (eís ten emèn anámnesin) esté
siempre en ustedes, en sus personas y en sus vidas. Con estas palabras
Jesús les dio un mandato a sus apóstoles. Un mandato que la Iglesia
siempre ha interpretado como un mandato que el Señor le impuso a ella
para siempre. Se trata, pues, de un mandato que los cristianos tenemos
que cumplir en cada misa. Ahora bien, ¿qué es lo que Jesús nos mandó
en aquel momento tan importante, tan decisivo, precisamente cuando se
despedía de los suyos? Sobre esto hay que decir varias cosas.

Ante todo, Jesús no mandó que digamos lo que él dijo, sino que
hagamos lo que él hizo. No es lo mismo “decir” que “hacer”. Como “no es
lo mismo predicar que dar trigo”, según dice el antiguo refrán y es cosa
que comprende cualquiera. En cada misa, cuando llega el momento que
llamamos de “la consagración”, el sacerdote tiene buen cuidado de
“decir” exactamente las palabras que Jesús dijo. Pero lo que no está tan
claro es que, en cada misa y en cada parroquia o en cada convento, el
sacerdote que preside la misa (y los cristianos que están allí con él)
tengan también el mismo cuidado de “hacer” lo que hizo Jesús.
Exactamente, lo que hizo Jesús en aquella cena. Lo cual es mucho más
serio de lo que parece a primera vista.

En efecto, se trata de hacer lo que hizo Jesús para que eso sea y
se constituya en la “memoria” o, para decirlo con la palabra que se
utilizaba en aquel tiempo, el “memorial” (en griego, anámnesis) de lo que
es y lo que representa Jesús en nuestras vidas. Hay que insistir en esto:
hay que hacer lo que hizo Jesús aquella noche. Y de esa forma, cuando
hacemos eso, lo que hacemos es para nosotros el “memorial” que hace
presente a Jesús en nuestras vidas. Aquí es fundamental tener en cuenta
que, para los judíos, era (y es) muy importante el tema de la “memoria”,
una palabra que viene de la raíz hebrea zâkar, que no es un simple
“recuerdo”, sino una “acción” que hace presente lo que recordamos o
aquel a quien recordamos.
Ahora bien, lo que ante todo recordamos y hacemos presente en
la eucaristía es el “recuerdo”, el “memorial”, de lo que hizo Jesús aquella
noche de despedida y lo que allí se vivió. Pero, como es lógico, lo que allí
se vivió no fue solamente la comida del pan y del vino, sino, además de
eso, las experiencias y sentimientos de Jesús y de quienes compartieron
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aquella comida con él. Como los judíos cuando cada año, en la noche de
Pascua, hacen “memoria” de lo que Dios realizó con ellos (Deut 5, 15; 8,
2; 26, 3-10), no se limitan a tener presente que los israelitas mataron un
cordero y se lo comieron la noche aquélla en que (según sus creencias)
salieron de Egipto, sino que, sobre todo, lo que recuerdan y quieren
hacer presente es lo que aquello significó, que fue la liberación de un
pueblo de esclavos. De la misma manera, en cada misa, es importante el
recuerdo de la comida del pan y de la bebida del vino. Pero no nos
podemos quedar en eso. Lo importante es hacer presente lo que la
comida del pan y el vino representan, que es la presencia en nuestras
vidas del mismo Jesús. Y, más en concreto, la presencia de Jesús que se
hace actual mediante una comida compartida. Ahora bien, ¿qué significa
eso?

Para hablar en Comunidad

1. ¿Vivimos la Eucaristía desde “una ceremonia religiosa”, un “acto


religioso”, y nada más, o dejamos que interpele nuestros
criterios, actitudes, relaciones…?

2. “Misa, antes que una ceremonia religiosa, es una experiencia


humana” ¿Cómo entendemos esta afirmación?

3. Qué medios podríamos poner para “recuperar la cena perdida”,


para hacer que la Eucaristía sea el “memorial” que Jesús quiso
que fuera.

4. ¿Qué puede significar para nuestras comunidades el tener “fuerza


interior” para ser capaz de comer en el mismo plato y beber en la
misma copa….?

5. Al hablar de Cena del Señor, ¿qué es lo central y más importante


a tener en cuenta?

6. Al hablar de Cena del Señor, ¿qué es lo central y más importante


a tener en cuenta?

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