Vous êtes sur la page 1sur 5

Vida cotidiana en tiempos del Quijote.

Personajes, espacio y reflexiones


en el contexto de la realidad transformada.
Detrás de cada uno de los personajes del Quijote, hay una palpable realidad que se resiste a dejar su
lugar a la fantasía; esta realidad lucha tenazmente con el mundo inventado por el creador y -muchas
veces-, termina por reflejarse en los diferentes momentos en que se articula el mensaje poético.
Cuando Cervantes compuso la novela aquí analizada, su intención prioritaria era de carácter irónico,
sarcástico casi; pretendía denunciar la hipocresía del mundo que lo rodeaba, subrayar la inevitable
contradicción que existía entre el buen decir literario y la falsa prosa de las novelas de caballería; en fin,
desentrañar la vieja polémica instaurada desde siglos entre lo cursi y lo sublime.
Para lograr esto, el autor de la Mancha se vio obligado a confrontar la realidad con la fantasía; mejor
aún, se vio en la necesidad de arrancar la verdad que estaba oculta en las raíces de lo cotidiano; por
eso logró ver gigantes donde sólo había molinos, y doncellas en la desteñida figura de pobres rameras.
Es quizá el fenómeno de la transmutación de la realidad inmediata lo que más ha conmovido a los
críticos subjetivos del Quijote, a aquellos que se sintieron profundamente involucrados con el mensaje
cervantino y que llegaron a sostener, como el propio don Miguel de Unamuno lo hizo, que Cervantes
había vislumbrado apenas el mundo simbólico del hidalgo de la Mancha, que se había acercado
tímidamente a la inmensa fuente de poesía que representaba su tema sublime, pero que no había sido
capaz de entender en lo más profundo el sentido del sufrimiento humano, la denuncia de la miseria de
cada día, la manifestación de la necesidad de luchar por imponer una cosmovisión basada en la
búsqueda constante de los ideales perdidos. Ajeno a este profundo sentido, el autor llegó a revelar sólo
una parte, y dejó supeditada al paso del tiempo la interpretación de la otra, la oculta, la significativa, la
sublime.
Por todo ello, Unamuno, inmerso en la cosmovisión quijotesca y lleno de la inconmensurable locura que
caracterizara al hidalgo de la Mancha, propone una nueva empresa para los hombres contemporáneos
que realmente lo sientan así:
Creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de don Quijote del poder de los
bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado. Creo que se puede intentar la
santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro del Caballero de la Locura del poder de los hidalgos de la
Razón.1
Si nos ubicamos en el contexto del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, podremos observar los
siguientes aspectos que nos permitirán un análisis literario involucrado directamente con el tema
propuesto en el presente ensayo.
En primer lugar hablarenos de los personajes relacionados con un doble planteamiento: Realidad-
cotidianidad vs. idealización.
Los personajes escogidos han sido: el ventero, encargado de armar caballero a don Quijote; las dos
rameras que estarán junto al hidalgo en este momento sublime de su existencia (capítulo 3, de la 1a.
parte); y los mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia (capítulo IV, de la 1a. parte),
Es dado observar que los términos de referencia en que nos apoyamos en el presente contexto,
responden a elementos cotidianos, que en su necesario devenir chocan con la figura idealista del
caballero. El ventero es el símbolo de un afincamiento en su tiempo real, constituye la manifestación
burlona que sólo sabe esbozar una sonrisa irónica ante la presencia del hidalgo; las prostitutas son las
tristes mujeres del mundo de cada día que comercian con el preciado cuerpo, que lo entregan en manos
desconocidas para satisfacción del instante; en fin, los mercaderes se entronizan como los
representantes de un universo económicamente organizado, los que están completamente inhabilitados
para acceder al perfecto mundo ideal que defiende el hidalgo con argumentos ilógicos e irreales.
Ubiquémonos por un momento en la venta manchega en donde Alonso Quijano ha decidido que lo
armen caballero, en donde vive la necesidad impostergable de ser habilitado para llevar a cabo la gran
empresa imposible en la que se sumaban "agravios", "tuertos", "sinrazones", "abusos" y "deudas", que
no son más que la síntesis y representación de las angustias del hombre cotidiano, oprimido a cada
minuto por el dolor de vivir en un universo lleno de injusticias. Es el sublime instante en el cual el
hidalgo de la Mancha arrodillado ante el ventero le dice su propia verdad, le explica en un lenguaje
hermético, fundamentado tan sólo en el valor de la palabra dada, lo que necesita de él:
—No me levantaré jamás de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesía me otorgue
un don que pedirle quiero, el cual redundará en alabanza vuestra y en pro del género humano.2
Los exhortamos a reflexionar acerca de los pensamientos que llegarían -en este momento- a la mente
del obeso anfitrión. He aquí la más grotesca oposición entre el ideal y la realidad cotidiana. El ventero
está oyendo un discurso en el que no puede creer, aunque se lo proponga; Alonso Quijano está
colocando a su huésped en una posición que le resulta particularmente incómoda, le está pidiendo que
prometa algo, sin saber qué, ni cómo, ni por qué.
Es perfectamente explicable la confusión del ventero; y, finalmente, ya sea para lograr que se levantase
o, quizás, accediendo, porque nada le costaba prometer si no pensaba cumplir, le dice que sí lo hará.
Veladas ya las armas en el perentorio lapso que la locura del hidalgo lo permite, está todo dispuesto
para llevar a cabo la improvisada ceremonia.
Estamos así frente a aquella escena conmovedoramente barroca que se inicia con el discurso del
narrador:
Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba
a los harrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se
vino a donde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas.3
Están enfrentadas dos opuestas concepciones del mundo; es, la figura grotesca del ideal ante la
realidad picaresca -como lo señala Joaquín Casalduero-; es el pensamiento soñador que se solaza en sus
reflexiones imaginadas ante el mundo cotidiano con toda su carga de ironía y malicia.
Esto último ha hecho decir al autor anteriormente mencionado:
De aquí que el voluminoso ventero, más que malo parezca malicioso, y que todo su cuerpo rezume
socarronería. La biografía del ventero, descrita de una manera muy esquemática, nos presenta a un
pícaro completo. La descripción nos da el envés de la vida del caballero andante, y de aquí su ironía:
"Haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando
algunos pupilos..."4
El ventero procede con toda la seriedad que la situación permite. Apartado momentáneanente de los
quehaceres de ese día y. como dice el texto, "por tener que reír aquella noche", decide iniciar algo que
a él, desde el comienzo, se le antojaba como absurdo. Pero -subrayamos de manera particular-, que
esto que resulta absurdo para el ventero, es trascendente para Alonso Quijano; son dos mundos que se
encuentran en el reducido espacio de aquella venta, son dos almas completamente distintas que
estarán unidas por breves momentos: de diversión para uno, y de realización plena para el otro.
Queremos llamar la atención acerca del ventero, quien, en este instante, trae un libro de cuentas en sus
manos; este libro es simulación y apariencia, ocupa el lugar de un manual de oraciones, al mismo
tiempo que permite la unión de los dos grandes espacios en los cuales se mueve la narración: el real, el
cotidiano, en donde hay un ventero gordo que mientras repasa sus ventas, está parodiando una
oración; y el mundo ideal, el de la transformación, el del cambio radical, en donde un caballero flaco
lleva a cabo su promesa grandiosa de entregarse a la humanidad que sufre.
Entre risas burlonas apagadas por el temor, se lleva a cabo la mencionada ceremonia. El ventero lee
como si dijera alguna devota oración y cumple con los pasos señalados en los libros de caballería.
Después de la pescozada y el espaldarazo, toca el turno a las dos rameras, quienes procederán a ceñirle
la espada y calzarle espuela respectivamente.
Con ambas tiene un diálogo semejante que nos permite entender cuán lejos estaba el inocente hidalgo
de comprender el inmenso abismo que separa la realidad del ideal soñado.
Quien le dice a don Quijote: "-Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé ventura en
lides!"5, es definitivamente la Tolosa, ella intenta un discurso elegante que se adecue al momento. Esta
mujer habla al hidalgo desde el abismo de su infrahumana condición, pero le habla con sinceridad
profunda, no le miente, le dice su nombre, o, mejor, su apodo, aquel con el cual sus clientes la
identificaban.
En ella tenemos una representación perfecta de lo cotidiano. Pero, el hidalgo, no queda satisfecho con
lo que escucha y decide cambiar la condición de esta mujer:
Don Quijote le replicó que, por su amor, le hiciese merced que de allí adelante se pusiese don y se
llamase doña Tolosa.6
Ubicada en su mundo real, la Tolosa no entenderá el profundo significado de esta transmutación y,
quizás, muchos hombres de hoy sólo esbozarán una irónica sonrisa ante el hecho presentado. Don
Quijote ha actuado con amor ante esta mujer, la ha tratado con una ternura que hacía mucho tiempo no
conocía, la ha rescatado, al menos por un instante, del inmenso dolor de la vida y le ha permitido creer
que en este universo no todo es corrupción y abandono.7 Mediante la magia de la poesía ha descubierto
damas en donde sólo había rameras.
Abandonando la venta, el hidalgo se encontrará posteriormente en un sendero que se divide en cuatro;
dejado a su arbitrio, Rocinante elige el camino de las caballerizas. De esta forma la casualidad conduce
a don Quijote a una nueva aventura.
El narrador se encarga de presentarnos a unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a
Murcia: "Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas
a pie."8
He aquí un cuadro de costumbres de la época: trece personas de diferente condición, que van camino
de Murcia. Pero, inmediatamente, el hidalgo de la Mancha ve una oportunidad para la aventura y en alta
voz y con ademán arrogante dijo:
Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más
hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.9
Este discurso exhortatorio del personaje causa sorpresa en los viajeros; y, no es para menos. Al igual
que el ventero, estos representantes de la cotidianidad, no estaban acostumbrados a regalar su palabra
así no más.
Por ello, el que habla en nombre de todos, manifiesta su ignorancia y pide pruebas:
Mostrádnosla; que si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio
alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida.10
Pero don Quijote, con la terquedad de siempre, insiste en su planteamiento anterior y exige un acto de
fe:
La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no,
conmigo sóis en batalla, gente descomunal y soberbia.11
El tema defendido por el hidalgo en esta circunstancia es el de la belleza. Creer en ella es sólo
patrimonio de los hombres que poseen la fe, y los mercaderes, evidentemente y debido al enfoque que
le han dado a su profesión, no la tienen.
Ellos responden con ironía socarrona a la exigencia de su antagonista y le solicitan entre veras y burlas:
Vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un
grano de trigo; [...] y aun creo que estamos ya tan de su parte que, aunque su retrato nos muestre que
es tuerta de un ojo y que de otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a
vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.12
Don Quijote reacciona así muy enojado, tan enojado como aquel que defiende el tesoro más preciado, la
riqueza infinita que representa el ideal; él cumple con su papel heroico al responderles sin ninguna
clase de temor:
—¡No le mana, canalla infame -respondió don Quijote, encendido en cólera-; no le mana, digo, eso que
decís, sino ámbar y algalia entre algodones; y no es tuerta ni corcovada, sino más derecha que un huso
de Guadarrama!13
En los discursos pronunciados por los mercaderes advertimos la presencia de elementos que reflejan la
cotidianidad, la realidad; son palabras que se aferran a lo mundano desde el momento en que exigen
pruebas y se niegan a aceptar la promesa otorgada por el ideal, en la cual se sostiene que la belleza
existe sin necesidad de mostrarla, que esa misma belleza está en todas partes y que le podemos llamar
Dulcinea del Toboso o de cualquier otra manera; lo más importante consiste en presentir su cercanía,
en saber abarcarla y amarla, porque es parte de nosotros mismos.
Cuando el hidalgo se lanza iracundo sobre los comerciantes, que si no hubiera sido por la caída de
Rocinante lo habrían pagado muy caro, queda documentado hasta qué punto el personaje es capaz de
jugarse la vida en defensa del ideal.
Desde el suelo les grita sin cejar en su empeño:
—Non fuyáis, gente cobarde; gente cautiva, atended; que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy
aquí tendido.14
Ésta es una de tantas veces en que el ideal muerde el polvo del camino; pero, no está derrotado; él
mismo lo señala cuando dice que ha sido culpa de su caballo, esto es, culpa de las circunstancias que
no le han resultado favorables, de los elementos con los que cuenta, los cuales no han cumplido con su
cometido.
Ahora bien, lo que más interesa en las grandes empresas llevadas a cabo por el ser humano, no es el
triunfo material obtenido, sino la defensa irrenunciable de aquello que amamos, la coherencia con el
ideal defendido. Y esto, precisamente, es lo que encontramos en el hidalgo de la Mancha: una profunda
fe que ningún factor exterior ha de perturbar, una inamovible convicción que será capaz de enfrentarse
a la materialidad de la vida, que será capaz de derrotar en donde más les duele a estos mercaderes
toledanos y a cuantos otros se opongan al imperio de la belleza.

El espacio real y el espacio del pensamiento.


Si nosotros partimos de la consideración del lugar de residencia del hidalgo, tendremos un espacio real
en el que había vivido Alonso Quijano hasta el momento en que decide cambiar radicalmente su
existencia.
Él es un pobre noble, un hidalgo en desgracia. Conviene insistir en esa necesidad planteada por
Cervantes de apoyar a las clases más menesterosas y fustigar a las pudientes. Dice al respecto Ludovik
Osterc:
Mientras moteja a las parasitarias clases de la nobleza histórica y sus integrantes, Cervantes hace una
apología de las clases populares y sus representantes. De su pluma fluye una cálida y franca simpatía
hacia los humildes y pobres. [...] Sale en defensa de los desvalidos, oprimidos y explotados, en toda
ocasión que se le ofrece. Así, protege al pastorcillo Andrés, expoliado y maltratado por su codicioso
amo, Juan Haldudo (I,4); defiende la castidad y libertad de Marcela ante los agresivos pastores, amigos
del difunto Grisóstomo (I, 14).15
Don Quijote y Sancho proceden de las clases pobres; y el primero, de los hidalgos de aldea arruinados.
De esta forma nos enteramos del valor que posee la menguada hacienda de Alonso Quijano; él gastaba
las tres partes de su hacienda en comer y el resto de ella en vestirse.
De esta realidad sale don Quijote. No la cambia, la mantiene tal cual la conoce desde hace ya mucho
tiempo; pero cuando llega a otros espacios, reales, pero desconocidos por él, deja en libertad la
maquinaria de transmutación.
Queremos referirnos, por último, al capítulo XLVII de la 1a parte, en donde se relata "Del extraño modo
con que fue encantado don Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos".16
El personaje ha sido encerrado en una jaula de madera, y será conducido así de regreso a su tierra para
alejarlo de las extrañas circunstancias en las que se encontraba inmerso como consecuencia de sus
locas invenciones.
Nuevamente es el mundo real que interviene para pretender -supuestamente-, "ayudar" al hidalgo.
En el espacio de su propio encierro y en una carreta tirada por bueyes, se trasladará don Quijote hacia
el mundo de la cordura que había dejado muy atrás.
Veamos cuáles son sus palabras en este momento:
Muchas y muy graves historias he yo leído de caballeros andantes; pero jamás he leído, ni visto, ni oído,
que a los caballeros encantados los lleven desta manera y con el espacio que prometen estos perezosos
y tardíos animales; porque siempre los suelen llevar por los aires con extraña ligereza, encerrados en
alguna parda y escura nube, o en algún carro de fuego, o ya sobre algún hipogrifo o alguna otra bestia
semejante; pero que me lleven a mí agora sobre un carro de bueyes, ¡vive Dios que me pone en
confusión!17
El contraste se establece ahora entre lo inmediato, aquello que es percibido por el hidalgo, y la realidad
soñada que, -racionalmente- debería responder a otros esquemas diferentes. Hacemos notar, al mismo
tiempo, que la transformación de la realidad no opera en este momento; en el espacio de una carreta
tirada por bueyes, don Quijote ve precisamente eso: una carreta tirada por bueyes y nada más. Ahora
bien, él advierte que para estar encantado se requeriría otro espacio diferente; por eso está muy
confundido.
Si recordamos el episodio del yelmo de Mambrino, por ejemplo, allí podía analizarse cómo el personaje
transmutaba inmediatamente lo que observaba; en esa circunstancia no dudó un solo instante en
descubrir, en lugar de la bacía del barbero, el famoso yelmo de Mambrino. Esto sucede porque el
hidalgo no se había enfrentado todavía a tantos acontecimientos que irían -paulatinamente- minando su
decidida convicción.
Ahora, encerrado en la jaula de madera, las cosas son distintas. Pero el personaje se da cuenta que no
puede creer si observa objetivamente los acontecimientos; al mismo tiempo comprende que debe creer
aunque las situaciones no sean tan a su favor.
Por ello, da una explicación que le permite conciliar los extremos en disputa:
Pero quizá la caballería y los encantos de estos nuestros tiempos deben de seguir otro camino que
siguieron los antiguos. Y también podría ser que, como yo soy nuevo caballero en el mundo, y el
primero que ha resucitado el ya olvidado ejercicio de la caballería aventurera, también nuevamente se
hayan inventado otros géneros de encantamentos, y otros modos de llevar a los encantados.18
Para confirmar su nueva teoría consulta a Sancho quien, harto y temeroso ya por tantos
enfrentamientos, responde que no sabe nada, pero sí se atreve a sostener que "estas visiones que por
aquí andan, que no son del todo católicas".19
El vocablo "católicas" utilizado por el escudero da lugar a un interesante juego semántico y dilógico
según la interpretación que tiene en mente cada uno de los hablantes. Para don Quijote no pueden ser
visiones "católicas", porque se trata nada menos que de demonios que han tomado cuerpos fantásticos;
el término en cuestión resulta así asociado a una concepción religiosa y difiere de lo señalado por
Sancho, quien, al emplearlo, hacía alusión a la idea de "verdadero".
Don Quijote retorna así al espacio real del que se había alejado al comienzo de la obra.
Conclusiones.
La propuesta básica en que se fundamentó nuestro planteamiento consistió en subrayar la notable
oposición que existe entre don Quijote, como personaje representativo del ideal soñado, y los individuos
que integran el mundo cotidiano y que responden a él de acuerdo con los esquemas incorporados en su
formación cultural.
Alonso Quijano es real en el contexto de esa misma ficción y se transforma en don Quijote de la Mancha
para ponerse al servicio de un mundo preponderantemente entrópico que necesita de su presencia para
establecer al menos un principio de orden, el cual se había perdido desde hacía ya mucho tiempo.
Guiado por ese loco anhelo de redimir al oprimido, choca bruscamente con el mundo real que se resiste
a aceptarlo tal y como es.
El ventero, las rameras, los mercaderes, los hombres que lo conducen enjaulado, no lo comprenden, no
entienden el carácter de su locura, se oponen a él y pretenden cambiarlo.
Esto sucede debido a la condición peregrina en este mundo del hidalgo de la Mancha; él está presente
físicamente, pero ausente espiritualmente, es el "caballero de la triste figura", es el individuo al servicio
de la causa más loca, más ingenua y quizás también, por eso mismo, la más buena.
Don Quijote había abandonado su propia cotidianidad para correr al encuentro de otra, la realidad
ajena, que necesitaba ser transmutada. Pero, paulatinamente, él irá retornando a esa misma realidad
para morir, finalmente, prisionero de ella.

Vous aimerez peut-être aussi