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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

TERCERA PARTE
LOS MUCHACHOS DE HUITZILOPOCHTLI

I. NOCHE Y VIENTO-CANTO Y FLOR


(Yohualli in Ehécatl - Xochitl in Cuicátl)
La noche, limbo plomizo, se cierne
cubriendo la región de sombras,
salva de recuerdos fuertes, tu nombre,
a la cordura que de mí quiere escapar en alas.
Alborada con viento fresco los besos que me diste
y que hoy al espíritu rescatan del tormento,
borrascas, fuego, breñas, llegas a la mente,
amainando el áspero rigor del sentimiento.
Santidad hecha mujer, ¿Qué hiciste?
Que por la noche eres viento,
En el día flor, y en la fiesta canto.
Eres exhalación de Dios, y te citó su hálito celeste.
Autor: Comitl Acatzín, tlacatecatl (general) del imperio azteca.
Traducción Clementina Mendoza Carrillo.
folio: ticaque del llamado escrito de Iztapalapa.

Durante cinco soles la indomable voluntad humana enfrentó


prolongada lucha mortal contra los elementos terrestres: tierra,
viento, agua y fuego, conjugados en bellas combinaciones
letales, listas para alterar el verbo de la vida. Paisajes
extraordinarios manando agua y miel. ¡Mentiras! trampas
incidiosas de Natura, esencia lúdica que se complace causando
daños a la esperanza humana. Y a pesar de que las calamidades
han sido una constante que no gusta de la vida, generación tras
generación la humanidad se aferró a la existencia arriesgándose a
sufrir las pérdidas materiales que, en cada ocasión, la arrojaban a
morar en la miseria. Sobre escenografía tan cruel se desplegó la
actividad del hombre; ¡desdichado! siempre acosado y
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perseguido por eventualidades que lo obligaban a diversificarse,


adversidades que lo empujaban a vagar por tierras y mares donde
las Seducciones, con su abanico de ilimitadas posibilidades,
encontraban la ocasión de atraerlos a la flama, facinaciones que
los invitaban a establecerse bajo la consabida promesa de una
vida diferente. Quimeras fementidas y perniciosas de la madre
tierra, ofrecimientos vacuos que despiertan la codicia y sujetan
con yugo la voluntad de los blandengues. ¡Insensatos! Con la
riqueza vendran las pavorosas guerras, en fin que la humana
necesidad al ir en seguimiento de un futuro mejor, inicia por
enésima ocasión el drama de la vida. Espectadores mudos de la
contienda, tierra ihuic (contra) hombres, despojos de
innumerables civilizaciones, ruinas esparcidas por doquier;
ciudades abandonadas, derruidas y olvidadas, donde habitaron
esos pueblos, de cuya magnífica memoria sólo se recuerda en las
narraciones que hace el quilmach (dicen que dizque), en los
cuentos para niños.

Al interior del campamento regía una infernal rutina matutina,


que empezaba a desarrollarse cuando se alzaban los gritos en
órdenes, u órdenes a gritos, revueltos con los epitetos más
descalificativos, coloridos e infamantes que pudiera idear la
mente avispada del exasperante tlacatecatl Comitl Acatzin. Los
guerreros, sin una pizca de voluntad, hacían de esos mandatos su
único propósito en la vida, y aunque desmañanados, iniciaban la
fajina realizando las actividades que eran propias de su
mantenimiento; todo lo ejecutaban de prisa, porque a los
primeros rayos del sol, embarcados sobre sus frágiles cáscaras de
madera, apretarían animosos el remo dispuestos a trastocar con
su bravura la rutina del caprichoso líquido salado. Árduas
jornadas que realizaban de sol a sol, acompasadas por los
estrepitosos gritos del furibundo general: ¡Remen, remen...!
“escasísimo vocabulario marítimo” aunque suficiente para
persuadirlos de batir con brío el remo.

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El desgaste de la flexible musculatura, de por si ya mermada por


las contingencias de la huida, al primer mes de navegación se
hizo notoria, aunque al parecer, la consumida apariencia de los
guerreros no levantó la mínima inquietud en Comitl, porque sin
darles tregua los apremiaba a continuar con la rigurosa faena de
abrirse camino en la mar: ¡Señoritas! ¿No decían que la distancia
era imposible de salvar? ¡Pues ya ven que si se puede! Así que
no me vengan con más lloriqueos y reeemen, reeemen!. Y así,
con la presión de un desconsiderado líder, bogaron hasta que el
resto de su recia complexión desapareció en esos deslizamientos
cansinos que se llevaron contra las corrientes marinas, rutas
acuáticas que tanto insistían en desviarlos de ruta.

Una de tantas tardes, frente al calor de la fogata, Teteme Ahuetl


platicaba animadamente de los furtivos sueños tropicales que
arrastraban a su mente las oscilaciones de las palmeras; futilezas
venidas quien sabe de donde; pero que aparecían como
arrastradas por la brisa. Ofrecimientos de la costa que maduraban
a la luz de la luna y que, en este caso, Teteme Ahuetl, haciendo
eco de las promesas baladís del entorno, ardía en deseos de
materializar: tener una finca con huerta, pescar por las mañanas.
Decía que a sus hijos les encantaría vivir en la playa. La
conversación se desarrollaba entre animosos diálogos que
sacaban a la luz los proyectos más íntimos que cada uno de los
aventureros pensaba realizar junto a las olas del océano. Pobres
románticos, habían caído ante el embrujo de la madre tierra; pero
no tardarían en despertar al drama. Así sería cuando la tierra,
amante cruel, soltara su “estate quieto”.

II. EL RETORNO A XICALANCO


Fue en el día ome de tozontontli, cuando Comitl y sus hombres
concretaron el agónico viaje que los llevó de regreso a
Xicalanco, provincia de la que salieron para destruir los sueños
de gloria de los siete generales traidores al imperio azteca. Los

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habitantes de la próspera ciudad comercial y el gobierno que


administraba los intereses de la isla, recibieron la noticia con
júbilo.

El gobernador Citlacohuatzin Ayocuactl, tlacatecatl de profesión,


pero más inclinado a los puestos administrativos, reaccionó con
asombro ante la noticia que le llevó, de sopetón, Tecayehuatzin,
un funcionario de su gobierno. ─¿Que Comitl y sus guerreros
están vivos? ¡No puede ser! ¡No lo puedo creer! En verdad que
ese maldito de Comitl es indestructible, y ¿Con cuántos hombres
dices que viene? ¿Con catorce? ¿De verdad? ¡Qué increíble!
¡No, no puede ser! Bien, bien, bien...─ Decía al tiempo que
trataba de ordenar sus ideas y continuó: ─En Tenochtitlan se
alegrarán al enterarse de que siguen vivos, mientras tanto,
prepárales el palacio del caracol y mándales lo necesario:
comida, ropa y mujeres, ¡rápido!, que no les falte nada ni a
Comitl ni a sus hombres.

Sobre la prominencia de Teuculuacan, donde hacen la iztatl (sal),


se levantaba el palacio del caracol, una ostentosa construcción de
piedra y maderas finas, rodeada de selva, ubicada dos kilómetros
al oeste de Xicalanco. El gobernador Citlacohuatzin, al llegar a
palacio, fue recibido en un ambiente cálido y confortable, muy
adecuado para una agradable reunión de amigos. Un grupo de
mujeres desentonaba del contexto, y sin cuidarse de protocolos
reían ruidosamente. Citlacohuatzin, atraído por el alboroto, con
discreción se fue arrimando; el escándalo se debía a las
bufonadas que realizaba un oso; el animalote, obedeciendo las
órdenes de las damas, payaseaba parándose en una pata, dando
vueltas para alcanzar su cola o girando como bailarina. Las
féminas, prendiéndose del brazo del gobernador, no tardaron en
divertirse por partida doble. Citlacihuatzin, con la intención de
premiar al oso, alargó la mano; pero más tardó en extender el
brazo, que éste en transfigurarse a su forma humana, para terror
de Citlacohuatzin y algarabía de las mujeres. Ceti Miquini
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refrenó la sorpresa del gobernador, tomándolo de las manos y


pidiéndole, con voz firme, que no tuviera miedo. Citlacohuatzin,
lívido por la impresión, al reconocer a Ceti Miquini, soltó la
carcajada, y después de un intercambio elocuente de parabienes,
el nagual volvió a transfigurarse en oso. Comitl, con una sonrisa
de oreja a oreja, entró a la sala y yendo directamente hacia
Citlacohuatzin, lo saludó con un apretado abrazo. La negra
melena de Comitl caía graciosamente sobre los hombros, vestía
una túnica larga color blanco y, sin modestia, exhibía toda su
joyería de refulgente oro: tempilolo, bezote, orejeras, collares,
pendientes, brazaletes; calzaba unas sencillas sandalias
amarradas hasta el tobillo. El general, fumador empedernido,
sacaba humo, escandalosamente, de una pequeña pipa de madera
con forma de serpiente.

Citlacohuatzin, contemplando a Comitl, dijo: ─¡Por las aguas de


Tlaloc, Comitl! estas hecho un hueso, y mira a esos guerreros
tuyos, son unos enclenques ¡sin ofender, por supuesto! pero,
bueno, bueno..., en unos cuantos días su vida volverá a la
normalidad y, mientras tanto, nosotros cuidaremos de su salud;
pero cuéntame ¿Qué te ocurrió en las tierras del sur que regresas
a casa en tan mal estado?─.

Comitl, invitándolo a caminar por el jardín, respondió: ─Sucedió


la muerte de Itzcóatl, que no recibí los refuerzos prometidos, que
los tepoloque (conquistadores) conjurados, conocían su negocio,
y que desde un principio estuvimos en desventaja numérica,
aunque no quiero dar cifras de nuestras respectivas tropas porque
me disgusta exagerar... Levantar el ánimo de la tropa, después de
la emboscada, fue de lo más difícil, sobre todo porque
contristados por la pujanza estéril de esos malditos, querían
regresar a casa; a lo que me negué rotundamente debido a que
tenía órdenes de llegar a Chichen-Itza. Deberías ver los efectos
catastróficos que producen las profecías en la psiquis de la gente.

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Esta fecha del calendario Katun-ocho devastó la moral de la


población, suscitando que destruyeran todo por lo que habían
luchado a lo largo de los siglos. Así que cuando estalló la guerra
entre Chichen-Itza y Mayapán, me vi precisado a improvisar.
Los hombres fueron excelentes, pelearon como nunca, ví hacerlo
a un guerrero y gracias a su valentía pudimos saldar cuentas con
esas siete cabezas; aunque no traigo pruebas del ajuste de
cuentas porque el collar de orejas me lo arrebataron los puumes
mayas; en fin, fue un largo viaje lleno de miserias, y ahora,
después de dos años de andanzas, ansío entrevistarme con
Moctezuma para que me asigne en otra misión que considero de
lo más importante─.

Citlacohuatzin dijo: ─ ¡Caray Comitl!, no sé que decir..., en


verdad estoy contento de verte, sobre todo, sorprendido, porque
para mí que regresan de los brazos de la muerte. Pero déjame
confiarte que cuando Moctezuma me envió a Xicalanco y me
enteré de lo sucedido, llegué a pensar que te matarían, pues
comprendí claramente que la empresa sobrepasaba la habilidad
de cualquier comandante y aunque ya me conoces, sinceramente
te digo, temí que Moctezuma me ordenara seguir tras tus pasos,
orden que por supuesto hubiera cumplido... Pero..., bueno,
dejemos eso y mejor cuéntame como se perdió la vida del
valeroso Axayacaci, y de tantos otros excelentes compañeros.

─Dejémoslo para otra ocasión Citlacohuatzin..., pues fue una


experiencia devastadora, imagínate, Axayacaci Xuchitototzin
muerto, ese hombre bien valia por diez de nosotros, además de
mil quinientos guerreros perdidos, buenos amigos y compañeros
que por años me siguieron y no regresarán a la isla; figúrate el
desamparo en que quedarán sus familias,... en verdad venimos
desolados, contentos de vivir; pero deshechos por dentro, y
creeme que he llegado a cansarme de este batallar continuo que
no tiene para cuando acabar. ¿Sabías que cuando cumplí doce
años entré al servicio de Chimalpopoca, y a su muerte, tres años
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después, peleé contra tecpanecas, xochimilcas, mixtecos,


zapotecas, chalcas y mizquicas?. He vivido en el campo de
batalla viendo morir multitud de gente, despernancados,
decapitados, mutilados, en todas las condiciones horribles que un
ser humano pueda morir y el espíritu lo resiente, a tal grado que
la locura se apodera de uno por las noches, cuando los
remordimientos agobian el alma. Es entonces que la
intranquilidad te hace dar bandazos y te invita a pensar en la
seductora idea del suicidio; y aunque tratas de salir a flote,
repitiendo las palabras que dicen los sacerdotes o esforzándote
en comprender el significado del libro de los sueños, es inutil,
porque la cordura no se repone, debido a que entre los conceptos
no existe una justificación para el daño que se ha gestado,
entonces te aferras a las palabras del cihuacóatl Tlacaélel, quien
dice que nuestra misión en la tierra es evitar que los poderes de
la oscuridad y de la noche prevalezcan en este quinto sol; pero
ahora, que he visto caer ciudades como la populosa Chichen-
Itza, ya no estoy seguro del contenido de esas palabras, debido a
que he comprendido que la maldad se encuentra en nosotros
mismos y permanece activa en las ansias de poder, en las
injusticias que se cometen contra el prójimo, además de los otros
defectos de carácter que salen de lo más hondo del corazón, y
asoman solo para acarrear la ruina. Y a eso súmale el miedo de
enfrentar los retos de una vida, donde simplemente no existe la
bondad porque todo se ha reducido a un vergonzoso intercambio
por interés. Eso me ha hecho dudar de los preceptos con que fui
educado y te puedo asegurar que, individualmente, el hombre es
proclive a la violencia, y la violencia engendra resentimiento, el
resentimiento engendra odio, y este proceso sin fin acaba a la
larga con el orden, con las ciudades, con la gente misma, debido
a que en los hombres el rencor perdura encendido por mucho
tiempo; pues nadie quiere, ni sabe perdonar, y nosotros hemos
usado mucha violencia para doblegar el orgullo de pueblos
enteros y, si de algo estoy seguro, es que en la primera

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oportunidad que tengan, esas multitudes, se levantarán en armas


para arruinarnos y arruinarse. Esta idea fue la que me sacó de la
locura en que caí en la selva y me dio el brío para guiar a estos
bravos fuera del peligro, porque me dije: “Ya que estamos aquí,
hagamos algo, levanta los brazos y trabaja”. Así que he
regresado con ganas de continuar trabajando─.

Citlacohuatzin dijo: ─Caray Comitl has hablado bien y creeme


que estoy contento al ver que esa energía vital que posees
alimentará con su ejemplo a los jóvenes tenochcas, aunque para
ser sincero no creo que tus ideas sean muy bien aceptadas en la
isla, sobre todo después de lo que pasó con esos mil quinientos
guerreros, así que te sugiero sólo las compartas con quienes te
apreciamos, y sumándome a tus palabras, como también deseo
que el orden prevalezca, ahorita que estabas hablando me acorde
de las palabras que Quequecholtzin Tlaqce dice en sus
ceremonias y las quiero repetir por si te sirven de algo: “Para que
no te sientas atormentado espiritualmente refrena los apetitos,
deseos y malos pensamientos que se alojan en tu corazón, porque
eso y un corazon humilde dependen de tí, no de Dios, de esa
manera te sentirás mejor y podrás realizar con maestría los
proyectos que están a tu alcance” ─.

─Eso precisamente intento hacer Citlacohuatzin, aunque debo


confesarte que seguir la receta me resulta de lo más dificil, a
pesar de que Quequecholtzin Tlaqce y Ceti Miquini digan lo
contrario; pero cambiando de tema, como estoy enterado de que
México tiene muchos enemigos en activo, emprenderemos el
camino a Tenochtitlan, cuanto antes─.

─Querido Comitl, el más insigne de los capitanes, aunque


entiendo que te veas precisado a partir, no me pidas que esté de
acuerdo con tu decisión, pues me hubiera gustado gozar de tu
compañía por mas tiempo; pero ya que me revelas tus verdaderos

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pensamientos, no entorpeceré tu camino y dejaré que te marches


cuando gustes─.

Por algunos días Comitl y sus hombres disfrutaron de la


hospitalidad de Citlacohuatzin. Cuando el general consideró que
habían tenido suficiente descanso se dirigió a las bodegas de
Xicalanco. El tesorero, antiguo amigo suyo, de nombre
Poztecqui, obedeciendo las instrucciones del gobernador, le dio
paso franco a los almacenes y registró las salidas con la
minuciosidad de costumbre. Comitl, con prodigalidad, proveyó a
sus hombres de cuanto les hacía falta: calzado, mantas de
algodón, armas, ropas, colguijes, dinero, etc. y preparó el regreso
a casa.
III. LA CUEVA DE LOS CHANEQUES
A su regreso a Xicalanco, el comerciante Otlica Eilhuitl esperaba
encontrarse con el cargador Ocelopan; pero los días transcurrían
y del tameme (cargador) no había noticias. Mortificado por tal
desaparición, salió a buscarlo. Dentro y fuera de la ciudad
preguntó por él, pero nadie recordaba haberlo visto, parecía
como si la tierra se lo hubiera tragado vivo. Cuando se convenció
de que no lo encontraría, resolvió encaminarse a la cueva de los
chaneques.

─Ni modo, tendré que ir a sacarlo de las entrañas de la tierra


como se lo prometí─, pensó. Y de regreso, en el palacio del
caracol alistó su exiguo equipaje y cuando estuvo listo se
despidió de sus compañeros de viaje.

Comitl, asombrado por el exabrupto del viejo, dijo: ─Otlica


¿Qué significa eso de que te vas?, por favor, pensé que
regresaríamos juntos a Tenochtitlan y ahora sales con esa
ocurrencia de ir a rescatar a Ocelopan, permite que me desocupe
y entonces iremos por el tameme.

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Otlica respondió: ─Discúlpame, pero no puedo esperar, ha


pasado más de un año desde nuestra salida de Xicalanco y hasta
ahora Ocelopan no aparece por ningún lado; tal vez, en este
preciso instante, el cargador necesite de mi ayuda y lo peor es
que no estoy ahí para auxiliarlo. Si, si,si, no me digas nada, ya se
que no debería ir solo; pero lo prometí y no voy a faltar a mi
palabra; aunque si quieres, en cuanto termines con tus negocios,
alcánzanos, porque lo más seguro es que necesitemos de tu
ayuda.

Comitl, que conocía el voluntarioso carácter del viejo, para


evitarse la discusión, mejor lo dejó partir, discurriendo en su
mente que tal vez podría alcanzarlo más tarde.

El viejo llevaba un buen tiempo de haberse marchado, cuando un


mal presentimiento asaltó a Comitl, y pese a su convicción de
respetar las decisiones de la gente, comenzó a preocuparse. ─De
seguro se meterá en problemas graves y entonces voy a lamentar
el no haberlo acompañado─.

Y sin esperar a que transcurriera más tiempo, se acercó a Ceti


Miquini para pedirle se fuera tras el viejo; pero el sacerdote, un
tanto escamado, contestó: ─¿Sabes lo que hará Mictlantecutli si
llega a pescarme en sus dominios? Sobre todo ahora que
recibimos la postal en el templo de Quetzalcóatl; vamos Comitl,
piénsalo, la verdad preferiría no desafiar al Señor del
Inframundo, por lo menos no hasta hablar con el temachtli
(maestro) Quequecholtzin Tlaqce, y te sugiero hagas lo mismo.
Si Otlica quiere hacerla de héroe, déjalo, allá él, tal vez
encuentre a tu primo Ah Yax y éste le brinde ayuda.

Comitl, bastante ofendido, le dijo: ─¡Déjate de estupideces!, bien


sabes que Otlica no sabe en lo que se anda metiendo, porque si lo
supiera, se olvidaría del holgazán de Ocelopan y regresaría con
nosotros a la isla; pero ya conoces al viejo, nunca miente y es
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leal hasta mas no poder; si fuera otro no me importaría, pero a él


no lo podemos abandonar a su suerte─.

Ceti Miquini, en una franca actitud de indiferencia, respondió:


─Pues vé tú, yo no tengo necesidad de bajar al Inframundo a
rescatar a nadie; además, debiste disuadirlo antes de que, muy
macho, se largara a contender contra fuerzas que no comprende;
ese es su problema y si lo quieres hacer tuyo, ¡bueno, allá
ustedes!; pero a mí no me inmiscuyas en tus negocios─.

─No se marchó muy macho, se fue muy inconsciente y lo dejé


partir porque ya conoces lo aferrado que es, y aunque no creo
que pueda encontrar la entrada al submundo, el viejo es tan
obstinado que seguramente se quedará a vivir en el valle hasta
dar con la entrada, o que lo secuestren los chaneques; así que
hazme el favor de acompañarlo; dale largas, miéntele o lo que
gustes, sólo distráelo hasta que yo llegue─.

Ceti Miquini, dejándose convencer, en cuanto reunió los


instrumentos que utilizaría para entrar al submundo de los
chaneques, salió tras las huellas del anciano.

Otlica se hallaba fascinado con el movimiento que se realizaba


en ambos sentidos de la avenida principal, nombrada yectlalli
(tierra buena), punto de convergencia de los cientos de
proveedores que iban y venían con su mercancía cargada a lomo
de hombre, invariablemente las cuadrillas transportaban sus
productos de, y hacia lugares lejanos. La diversidad de lenguajes
y vestimentas le hicieron recordar las historias que se contaban
sobre los sureños pueblos del sol, leyendas que por arcaicas se
diluían en la mente al igual que los imaginarios valles y
montañas incas que les dieron origen; pero ahora, el colorido de
los insólitos ropajes contribuía a extender la ilusión, convirtiendo

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a los pochtecas y sus tamemes en los personajes de esos relatos


post-diluvio.

La vasta experiencia acumulada en sus andanzas lo hacían


reflexionar sobre el esfuerzo que realizaban las partidas de
comerciantes por abastecer los centros comerciales, duras faenas
que contribuían a estabilizar las turbulencias sociales
dinamizadas por los tiempos de consolidación del imperio.
Aunque no todo era miel sobre ojuelas porque también existían
los riesgos derivados de andar sobre el camino, expuestos a los
asaltos y latrocinios de los estafadores que no comprendían la
cantidad de trabajo invertido para la producción y transportación
de cada producto.

En la cara de esos comerciantes veía gravada la determinación


que los aguijoneaba en sus afanes, todo esto la sabía porque él
también llegó a ser como uno de ellos, jóvenes robustos, que
batallaban en busca de su destino.

Reflexionar sobre el pasado lo entristecía, pues consideraba que


su vida era cual vieja nave carcomida por la polilla, y él surcaba
las arcanas aguas de la edad provecta, en busca de un puerto
seguro donde pudiera guarecer sus anhelos del agobio de la
tempestad, no es que estuviera derrotado, no, era simplemente
que había envejecido y ahora con la distancia de por medio temía
que el bajel irreparable en que se había convertido su vida,
sirviera para alimentar la pira, sólo esperaba que la luz que
levantara la hoguera sirviera para guiar los pasos de sus hijos. El
sentimiento le producía un nudo en la garganta. ¿Sería que la
edad lo había sensibilizado al grado de valorar el cariño familiar,
a su equipo de trabajo y los negocios? Tal vez, y conforme se
adentraba al interior de sus preocupaciones y se salía del camino
para cortar por la selva, se fue acallando el trajín y la algarabía
de la calzada.

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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

El viejo aguzaba los sentidos para tratar de mantener la


orientación, avanzaba con agilidad, la experiencia le permitía
separar maquinalmente la enramada, pero en su rostro se advertía
la lucha interna que libraba para no pensar en Ocelopan, porque
bien visto, el pretendido rescate era una locura que principió con
una pesadilla, una fantasía que en esta aplastante realidad no
significaba absolutamente nada. La mente con sus
razonamientos, poco a poco le iba ganando terreno al corazón;
aún así, Otlica no podía decidirse entre seguir adelante o desistir
y regresar a Xicalanco; entrando con esta indecisión a un estado
de ansiedad, que le mortificaba el alma; aunque algo en su
interior le indicaba que no estaba tan fuera de la realidad, como
sus cavilaciones le sugerían, porque: ¿no es verdad que el
hombre es materia y espíritu? y tal vez su espíritu había
descendido al submundo, de los chaneques, por eso la confianza
en sus actos reaparecía, sobre todo al recordar los poderes de
precognición que poseía su madre. Además, las terribles
imágenes, el mal olor, la humedad, los lamentos que proferían
los niñitos y la sensación de peligro, le aseguraban que no había
sido una ilusión y para demostrarlo tendría que regresar al
inframundo de los chaneques. Pero como Otlica tenía la
costumbre de preocuparse por cualquier cosa que tentativamente
pudiera alterar el curso de su vida, no tardó en darse a la tarea de
construir miles de hipótesis con finales de todo tipo. Por último
exclamó en voz alta: ─¡Huitzilopochtli! Ojalá me encontrara con
Ocelopán...─ La última sílaba fue acompañada por un terrible
rugido que acalló la selva. El viejo, presintiendo el peligro, se
repegó a un árbol, el latido de su corazón resonaba con vigor en
las sienes, la fiera estaba cerca, lo percibía porque sus rugidos se
escuchaban cada vez más brutales y secos, los minutos parecían
deslizarse con dificultad convirtiendo la trampa en una tortura
interminable, la angustia y el calor le empaparon el rostro; por
experiencia sabía que encontrarse con estos animales resultaba
en un peligro mortal, y ahora, con la fiera merodeando por los

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alrededores, casi daba por concluido el círculo de su vida;


entonces, de la espesura salió un jabalí, la colmilluda bestia sin
cuidarse de él pasó con prisa a su lado. Otlica, que siempre se
había distinguido por su sagacidad, sin querer averiguar a que
hora saltaría el jaguar, salió huyendo detrás del animal, y apenas
había dado unas zancadas cuando de la enramada salió el ocelote
(jaguar). El viejo lanzó un grito de terror, pero sin querer darse
por muerto amplió el tranco, y ya se internaba en la selva a todo
correr, cuando escuchó que lo llamaban a gritos. Era Ceti
Miquini, que en traje de ocelote lo andaba buscando; el nagual,
regresando a su forma humana, con una sonrisa de oreja a oreja,
se acercó a Otlica; vestía a la usanza de la orden de la madre
tierra y llevaba un morral repleto de aditamentos, que dijo,
servirían para efectuar el rescate. Otlica sin hacerlo del
conocimiento de Ceti Miquini, se sintió aliviado por su
presencia, porque ¿quién más cualificado que el sacerdote de la
madre tierra para entrar en los parajes infames del inframundo?
Durante el recorrido Ceti Miquini comentó que no sabía que tipo
de rescate efectuarían, si sería espiritual, chocarrero, demoniaco,
físico, trascendental, combinación de todos, etc., lo que era un
problema ya que tendrían que iniciar la investigación
identificando el tipo de entes involucrados en los secuestros, de
dónde obtenían sus fuerzas, y lo más importante, cómo se
entraba en sus dominios. Otlica escuchaba sin atreverse a
formular preguntas, pues, al parecer, Ceti Miquini se encontraba
más angustiado que él ─¡Qué fácil le resulta al hombre ordinario
juzgar o tergiversar las palabras o acciones del estudioso!─
porque Ceti Miquini, con su elocuencia, lo que pretendía era
transmitirle lo delicado de la situación.

Por varios días caminaron entre la exótica vegetación tropical,


agredidos por una inclemente ecología que no era apta para seres
humanos, sin embargo, Ceti Miquini, fascinado por la diversidad
de flora, de lo más tranquilo, se detenía ante cualquier nuevo
hallazgo, situación que desesperó a Otlica, sobre todo por la
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

pachorra con que el sacerdote abordó el in tlilli in tlapalli


(estudio de las plantas) y se olvidó del motivo del viaje. El
sacerdote, entusiasmado por sus descubrimientos botánicos,
había atiborrado un canasto con muestras y seguía recogiendo
plantas. Otlica, de muy mal humor, insistía en que no recolectara
más yerbas, porque decía no le ayudaría a cargarlas, empezaba a
creer que la dinámica del viaje sería así de lenta cuando por la
madrugada, sucedió que al viejo lo despertaron los gritos
desaforados que pegaba Ceti Miquini, el miedo lo obligó a
brincar de las mantas, y al ponerse de pie, lo primero que
observó fue al sacerdote corriendo de un lado a otro con las
manos en la oreja izquierda, el escándalo se debía a que un
insecto se le había metido en el oído. Otlica saltó sobre él para
inmovilizarlo, y aunque el enloquecido nagual porfiaba por
escabullirse, el viejo no se lo permitió y concentrado en la
curación, estirándose tomó de la hoguera un puño de ardientes
cenizas, mismas que vació en el dolorido oído del nagual. Ceti
Miquini pataleó, bufó, se revolcó, espumó por la boca y por
último, se desmayó. La frente perlada de sudor indicaba que
ardía en fiebre.

A la mañana siguiente, gracias a los cuidados de Otlica, Ceti


Miquini se encontraba mejor, cansado, pero bien, y el bicho
había salido de su oído. Otlica, enseñándole la mano
chamuscada, le pidió que evitara ponerse de almohada las
plantas que recolectaba, porque contenían insectos y no estaba
dispuesto a seguir tomando carbones al rojo vivo para curarlo. El
zumbido de los bichos resonaba con fuerza en la cabeza del
maltrecho botánico. Otlica, para disminuirle el sufrimiento,
decidió distraerlo apurando el paso.

El esplendoroso sol de mediodía ocupaba su puesto en el apogeo


del éter, cuando el dúo ingresó al estéril valle de los chaneques.
Las tierras resecas y agobiadas por energías malditas, que

- 223 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

gustaban de vivir en la miseria, mantenían una raquítica


vegetación compuesta, principalmente de lechuguillas. El calor
abrasivo que se concentraba como en una olla, los obligó a
buscar un refugio, y no anduvieron por mucho trecho cuando
descubrieron junto a la gran roca el campamento de Ocelopán.
En la tienda se hallaban sus pertenencias, sin embargo, de él no
encontraron rastros.

En el valle, la cueva y sus alrededores, tampoco había señales


que hicieran suponer que alguna vez se encontró ahí. Otlica,
después de vagar por los alrededores, regresó con la intención de
registrar en las pertenencias del tameme, deseaba sentir algún
tipo de percepción que le indicara donde buscar; pero, realmente,
ese tipo de apreciaciones están reservadas para individuos con
características muy definidas. Desanimado por la falta de rastros,
el viejo aceptó la sugerencia de Ceti Miquini y volvió a salir de
la tienda para continuar buscando. Al caer la tarde, mientras
preparaban la cena, analizaron el contenido de sus conjeturas, y
después de una ardua valoración, concluyeron que Ocelopan,
muy posiblemente, se había introducido en la cueva de la que no
volvió a salir con vida. Ceti Miquini, verdaderamente enfadado,
porfiaba: ─¿Cómo es posible, que un hombre del pueblo, un
cargador sin educación ni conocimientos, tenga el atrevimiento
de inmiscuirse en eventos que no conoce ni comprende? ¡es
inadmisible Otlica! creeme que si lo vuelves a ver en sus cinco
sentidos, será un milagro; pero lo dudo, y si regresa lo hará
convertido en un estúpido; aunque para mí ya es un verdadero
estúpido─.

Al día siguiente Ceti Miquini, en un intento descarado por darle


largas al asunto, insistió en seguir rebuscando por los mismos
sitios. Otlica, sin sospechar de los propósitos del sacerdote, de
buena fe se dejaba guiar, pensando que el hombre santo deseaba
lo mejor para ellos, por eso, sin chistar palabra realizaba con
prontitud los encargos que le solicitaba. Sin embargo, dos días
- 224 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

más tarde se hallaban como al principio. Los rayos del sol caían
a plomo calcinando las escasas tentativas de vida que se
aventuraban a profanar con su esperanza el suelo de esa tierra
maldita. Otlica, consternado por los nulos resultados de la
investigación, se retiró al campamento, dejando el campo libre
para que el colérico nagual siguiera desarrollando sus enredadas
pesquisas.

El viejo sufría de mala gana los calores de mediodía cuando


escuchó que lo llamaba Ceti Miquini; debido a lo abrasivo del
sol, pensó en ignorar el llamado y continuar echado a la sombra,
pero como el nagual siguiera perturbando su tranquilidad a
gritos, no tuvo más remedio que ir a su encuentro.

El jadeante Otlica llegó hasta la cima empapado en sudor, de su


boca reseca, escapaba un vaho caliente, la esperanza de ver al
sacerdote con la lengua de fuera hizó que la subida bien valiera
la pena pero no sucedió como esperaba y Ceti Miquini ajeno a
tan mala voluntad, lucía tan fresco como una lechuga, el
sacerdote examinaba un aro de piedra. La rueda semejante a las
del juego de pelota tambien estaba labrada, aunque las imágenes
en bajo relieve es mejor no intentar ni referirlas, para no
mancillar con la terrible descripción, las letras de este relato;
pues bien, que el aro en cuestión estaba diseñado, para
confundirse con el entorno.

Ceti Miquini, triunfante le mostró la piedra, y dijo: ─Mira Otlica,


esta es la llave que abre la ergástula (cárcel) de los chaneques.

Otlica con natural expectación preguntó: ─¿Y cómo funciona?─.

Ceti Miquini acostumbrado a dar esas abstrusas explicaciones


que rayaban en la cientifico con aires de maestro dijo:

- 225 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

─El dispositivo se activa cuando los emanaciones de la luna


inciden sobre los cristales que se hallan incrustados en la parte
interna, el diseño autócrata de las piedras les permiten absorber
las plateadas emisiones y despedirlas en forma de haz sobre las
bocas de la cueva, aunque no siempre funciona porque la luna
cambia de tamaño, ya sabes, de luna llena a menguante; pero
cuando la intensidad es la correcta, el haz de luz abre la carcel
que encierra a los chaneques (dueños de la casa morada); lo
bueno es que removiendo el anillo podemos dejarlos encerrados
para siempre─.

El propositivo Otlica, monologó: ─Muy bien, entonces


aguardaremos escondidos hasta que la puerta se abra y cuando
los chaneques salgan a realizar sus tropelías, aprovechamos para
introducirnos, liberamos a Ocelopan, a los niñitos, y si todo
marcha bien, en cuanto salgamos, subimos a destruir el anillo ...

Ceti Miquini, negando con la cabeza, interrumpió el monólogo y


con mucho tacto, le explicó que no intervendrían materialmente
en el rescate, porque los chaneques eran almas en pena que se
habían fugado de las amplias llanuras del Mictlán, aunque
aseguró que eso no sería inconveniente porque tenía un plan para
exterminarlos. El nagual, al observar la expresión de malestar
pintado en el rostro del anciano, preguntó: ─¡Qué! ¿no es lo que
querías?─.

Otlica, que había sentido como el corazón le daba un vuelco,


asintió.

─Pues anda, relájate, vamos a alistarnos pues bajaremos cuanto


antes a la morada de los chaneques─ prosiguió el sacerdote, y
como era su costumbre repetir lo que consideraba importante,
enfáticamente señaló que el rescate no sería físico sino espiritual,
porque los niñitos definitivamente estaban muertos, al igual que
Ocelopán.
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

Otlica, perturbado por las razonamientos del sacerdote, hasta ese


momento comprendió la envergadura de la aventura que estaban
a punto de emprender, y reconoció, demasiado tarde, que no
estaba preparado para enfrentar eventos de este género, de los
que por cierto, no sabía nada, inexplicablemente se le vino a la
mente la noche en que el mariguano de Ah Yax, aprendiz de
sacerdote de la orden de Tlaloc, “la limpida agua de manantial”,
le pidió una trajinera prestada, porque, según dijo, iba a cerrar el
acceso que un temblor abrió hacía el Inframundo y del que
estaban escapando los hombres caracol. El jovencito Comitl, en
ese entonces de doce años de edad, lo acompañaba. El viejo,
después de tanto tiempo, comprendió el misterio en torno a la
personalidad de Comitl, quien de seguro, también debía ser un
nagual, de hecho, sólo así se podía explicar que el tlatoani (rey)
Chimalpopoca permitiera que el niño acompañara al demente de
Ah Yax y que el sacerdote supremo, Quequecholtzin Tlaqce y
Ceti Miquini, se le subordinaran con tanta docilidad.

Sin decir palabra Otlica dio media vuelta y se retiró al


campamento, donde de mal humor empezó a preparar su
equipaje. Todo hacía pensar que se olvidaría de Ocelopán y
regresaría a Xicalanco. Sin embargo, Otlica trataba de
autoexaminarse en busca de algún argumento que validara lo que
no quería hacer; aunque siempre regresaban a su mente las
palabras con que animó a su hijo Macce Ocotl el día que se
marchó a la guerra: “Debes aprender a amar todo lo que te rodea
y una vez que lo consigas, vendrá a ti una paz interior que no
tiene precio, después, viene el segundo principio que es igual de
difícil que el primero y consiste en luchar por conservar lo que se
ama”. Confrontando estas ideas con las del mundo egoísta que se
había construido, decidió que, si estaba en sus manos resolver el
problema planteado por los chaneques, debería por lo menos
intentarlo. Ahora el inconveniente se centraba en el hecho de, si

- 227 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

tendría el valor suficiente para cumplir con la palabra que


empeñara a Ocelopán. Después de una ardua instrospección y
para complacencia de Ceti Miquini, que en todo ese tiempo se
mantuvo al margen y nunca dijo esta boca es mía, el viejo
accedió a entrar en la cueva.

Otlica Eilhuitl seguía detrás de Ceti Miquini, con una expresión


de profunda reverencia marcada en el rostro, pues reconocía que
estaba pisando los terrenos profesionales del sacerdote nagual de
la orden de Coatlicue (la madre tierra) a quien ya consideraba su
maestro. Por indicaciones del sacerdote exploraron palmo a
palmo el interior de la cueva; no era profunda, acaso diez metros
de fondo, con un declive negativo de quince grados hacia el
interior; las paredes se prolongaban en línea recta para después,
cortar en zig zag hacia la derecha. Palparon paredes, removieron
piedras y urgaron por los resquicios que parecían sospechosos,
pero no encontraron nada. Definitivamente no son de este
mundo, susurró el sacerdote y con pose teatral extendió un petate
sobre el que descargó sus cachivaches mefistofélicos. Del
incensario escapaban espirales aromáticas que subían hasta una
altura determinada por la densidad, las volutas de humo
concentradas en capas, ondulaban cual jirones de bandera en el
campo de batalla. Ceti Miquini inició la ceremonia con un
cántico, el argumento de la composición revelaba el motivo que
los había conducido hasta ahí, lo reiterado de los estribillos
generaba un efecto soporífero que amenazaba con hacer dormir a
Otlica, y sin embargo, la repetición era necesaria porque se tenía
que convencer a las Esencias Divinas que se porfiaba por una
causa honesta. La monotonía del bisbiseo se rompió cuando el
sacerdote atañó la sonaja e inició la danza. Otlica, para no
dormirse, tomó del altar un tlaquimilolli (bulto con las cenizas de
alguna deidad, talismán) y con pases amplios, limpió el espacio
de las malas vibraciones. El carácter secuenciado del ritual llevó
a los devotos a encender la pipa ceremonial, el humo del tabaco
era el agente encargado de establecer el contacto con el poder
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

omnipresente del inmencionable Tloque Nahuaque, el señor


dueño del cerca y del junto, y con el Moyocoyatzin (señor de los
corazones), el que se inventa así mismo, el supremo Dios dual
Ometeótl.

Ta momac manis in matlalatl in toxpalatl in ipapacoa, in


iahatiloca in cuitlapilli, in atlapalli..., Quinmacuilia in tloque
Nahuaque in inchoquiz... in imelcicihuiliz, in intlatlauhtiliz...,
Auh in iauiltiloca in Tloque Nahuaque in itlaitlanililoca, in
itlatoltemoloca... Las peticiones trascendentales demandaban a
las esencias divinas abrieran el portón y consintieran el ingreso
franco al submundo de los chaneques, in apochquiiaoaiocan in
atlecalocan. En un pasaje determinado de la ceremonia, Ceti
Miquini extrajo de su morral a unos pequeños seres de forma
cuasi humana, llamados sirriliks; conforme los dejaba en libertad
las bestiezuelas corrían a urgar en las paredes. Otlica,
aterrorizado de verlos correr de aquí para allá, sin aguantarse las
ganas le preguntó a Ceti Miquini si deberitas tenía pleno control
sobre las criaturitas, porque ya había escuchado hablar de ellas y
la gente decía que eran sumamente peligrosas. El chamán lo
tranquilizó diciéndole que los brutuelos eran buenos amigos
suyos y que ya en otras ocasiones lo habían auxiliado; y añadió
que la misión de los sirriliks no tenía retorno a casa, porque se
habían ofrecido a permanecer dentro de la cueva para exterminar
el nido de chaneques.

El tiempo pasaba y Ceti Miquini proseguía con los cánticos:


izcatqui inic tonquicaz in uncan tepetl imonamiquia. Auh
izcatqui ic itla tonquicaz in utli quipia in coatl. Auh izcatqui iqu
itlan tonquicaz, in xoxouhqui cuetzpalin in xochitonal. Auh
izcatqui ynic tocontocaz chicuey ixtlaoatl. Auh izcatqui ic
tonquicaz in chicue tiliuhcan. Yzcatqui ic tonquicaz in
itzehecaian. Nauhcampa quiyahua in tlemaitl ic niman ocontema
in tlecuazco...

- 229 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

Uno de los sirriliks chilló cuando una parte del muro dejó al
descubierto un hueco. Otlica y Ceti Miquini, alertados por el
chillido, recogieron sus pertenencias y corrieron a echar un
vistazo, una breve inspección fue suficiente para que decidieran
introducirse en la hendidura. Los sirriliks con una basta
experiencia en los métodos de trabajo del chamán, sabiendo que
no se detendría por ellos, corrieron a encaramarse en el morral
que llevaba arrastrando. La variación en el diámetro del corredor
dificultaba el avance, golpes y contusiones resultaban de
estrellarse contra las puntiagudas salientes que asomaban de las
paredes y que por la oscuridad no alcanzaban a detectar; el
prescindir de sopetón de algún sentido, era incómodo, y más si
se trataba del sentido de la vista; pero peor que gatear a ciegas,
fue la molestia provocada por el agua helada que se filtraba entre
las vetas, la escalofriante sensación de los chorros cayendo sobre
sus espaldas, les hizo lamentar el haber entrado en la angostura
que funcionaba como recolector natural de agua. Entre chapaleos
desembocaron en la bóveda de una galería. Ceti Miquini,
soltando una luz, determinó que podían descolgarse con la ayuda
de cuerdas. La galería se defendió de la invasión, sofocándolos
con su enrarecido vaho, mismo que no tardó en hacerlos vomitar.

Ceti Miquini jalaba de las ropas a un Otlica agobiado por el olor,


y sólo habían dado unos cuantos pasos cuando el viejo se hundió
en el piso. El nagual, en un acto de tejemaneje, apareció una
antorcha, y lo que vio no le agradó nadita. Otlica había resbalado
por una pendiente y se hundía en un socavón anegado en guano,
sangre, entrañas y carne pútrida. En ese caldo sanguinolento el
viejo manoteaba tratando de mantenerse a flote; sobre los
cadáveres corrompidos de los niños asesinados, gusanos y larvas,
se formaba una pestilente nata. Otlica gorgoteando se sumía sin
remedio, para desesperación de Ceti Miquini que no encontraba
la forma de ayudarlo, entonces se le ocurrió la idea de atar una
cuerda en la cintura de Srlikik, uno de los sirriliks, y lo arrojó
- 230 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

hacía Otlica, pero el brutuelo cayó lejos del objetivo. Srlikik,


comprendiendo el motivo de su misión, chapoteaba sobre los
desperdicios tratando de dirigirse hacia donde veía que se
levantaban las braceadas que daba el viejo, pero cuando llegó
hasta donde debía estar Otlica, no encontró nada. Ceti Miquini, a
gritos, le indicó que el viejo se había hundido. Srlikik,
asintiendo, tomó aire y se sumergió en la asquerosidad. Los
instantes se sucedían con rapidez, pero no había señas ni del
sirrilik ni del viejo. Un retortijón provocado por la angustia hizo
que Ceti Miquini se arrodillara, y ya los daba por desaparecidos
cuando sintió un leve tirón en la cuerda, el nagual, apoyando las
piernas sobre una piedra, jaló y jaló hasta que logró sacarlos. La
bestiezuela, relamiéndose el cuerpecito con piel de rata, en su
jerga ssirksls,srrikskkkskllis, ssirrikkkll, liiskslriliks, de donde
por onomatopeya se les había dado el nombre de sirriliks, le
platicaba a Ceti Miquini lo difícil que había sido encontrar el
cuerpo de Otlica entre los despojos. El sacerdote reía a
carcajadas con las ocurrencias del monstruelo. El pestielnte
Otlica despertó, se hallaba recostado junto al ídolo de un
chaneque, cuyo rostro arrugado sonreía con ironía. Sobre el
fetiche los chaneques habían embarrado la materia gris que
extrajeron de los cráneos de sus víctimas, los huesos fracturados
formaban un montón en la base de la estatua. Ceti Miquini,
acercándose con expresión umbría, le dijo que tal vez deberían
salir en busca de ayuda. Otlica, incorporándose, se sacudía los
cuajarones de sangre, trozos de carne y grasa, cuando le
respondió que él no dejaría sin castigo a esas bestias y que no
había entrado a ese submundo para fracasar, porque él, al igual
que los guerreros aztecas, nunca había conocido la derrota y no
la podía aceptar, y arrebatándole la antorcha dijo: ─Si me vas a
ayudar, sígueme, y aprende de lo que es capaz un viejo.

La buena voluntad con que Otlica emprendió la marcha se


desvaneció cuando al cabo de un tiempo tuvo que reconocer que

- 231 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

estaban perdidos. El sacerdote, exhausto por el calor, se tumbó


sobre una roca, se hallaba tranquilo porque sabía que no
tardarían en recibir ayuda de las deidades que les permitieron el
acceso, y al levantar la vista para apreciar el tamaño de una
estalagmita, descubrió unas marcas de color verde fosforescente,
embarradas en lo alto de los muros, señales que al parecer
indicaban la ruta a seguir; guiándose por ellas atravesaron
laberintos, galerías, conductos y oquedades umbrosas; los
minerales despedian lucecitas de colores que solo contribuían a
aumentar su temor, debido a que en esas regiones la soledad
reinaba sobre el silencio y la oscuridad sobre el abandono; apto
lugar para criaturas como los chaneques, pensaba Ceti Miquini,
entonces, se rompió el silencio, una queja imperceptible se
insinuaba e iba subiendo de tono: ─Mamita, mamita ayúdennos,
sáquenos de aquí, ya nos vamos a portar bien... Mamita, papito,
vengan por nosotros, no nos dejen... Ayúdennos, ya no queremos
estar aquí, por favor, por favor, sáquennos de aquí─ El fantasmal
lamento, además de sorprenderlos, les puso la carne de guajolote.

Pero las vocecitas no era el único sonido que se propagaba por


las cavernas umbrosas, también se escuchaban gritos y fragores
confusos como los de una pelea en desarrollo que, al parecer,
provenían del fondo del ducto. En ese momento, a Otlica no le
cupo la menor duda que se trataba de Ocelopán, y jalando a Ceti
Miquini de las ropas gritó: ─¡Bajemos, bajemos rápido, es
Ocelopán que necesita ayuda!─ Ceti Miquini, transfigurado en
oso, siguió detrás de Otlica. El tunel desembocaba en una gruta,
dentro corría Ocelopán. El viejo estaba a punto de llamarlo
cuando descubrió que huía de tres enormes tencualactlis: Opic,
Ezzo y Tepilolo, los bubosillos, hombres caracol, se divertían
hostigando al indefenso Ocelopán; durante la persecución se
habían estado mofaban de él : ─Ja, ja, ja ¿Tú vas a rescatar a los
niñitos? ¡Dínos! ¿Cómo lo vas a hacer? ¡Atrápalo, atrápalo
Tepilolo (horca), rápido que va para allá─.

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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

Ocelopan, con una agilidad inusual en los cargadores, saltaba,


trepaba, subía y bajaba entre las rocas, esforzándose por
escabullir el cuerpo de las garras de los bubosillos. Con un hacha
sin filo y un escudo a punto de reventarse de las correas, se había
defendido con éxito hasta ese momento, aunque estaba claro que
con esas armas no salvaría el pellejo. Las bestias, por su parte,
no habían dado cuenta de él porque deseaban seguir olisqueando
el tufillo a miedo que desprendían sus entrañas; lo que era un
hecho, es que no soltarían la presa y solo era cuestion de tiempo
antes de que los hambrientos bubosillos se arrojaran a
despedezarlo. El alicaído tameme, no encontraba la forma de
escapar del embrollo en que su necedad lo había metido, y para
darse ánimos se autoengañaba pensando que: “siempre hay una
salida cuando se usa la inteligencia”. Aunque para ser sinceros,
no tenía ni la más leve idea de cómo salir del atolladero.

Otlica y Ceti Miquini, parados en la entrada, contemplaban


boquiabiertos la formidable talla de los tencualactlis. Ceti
Miquini para no atraer su atención jaló en vilo a Otlica. Un
grupo de estalagmitas les sirvieron de refugio. El viejo se
recargó en la piedra, temblaba incontrolablemente, y no era para
menos porque la lechosa constitución de los tlatolyamanquis
(habladores graciosos) era impactante. Ceti Miquini, consciente
de que no podían hacer otra cosa mas que observar, espió en
silencio. Entonces Ezzo (sangriento) arrojó a Ocelopán contra un
montículo; al impacto la pierna derecha se introdujo en el hueco
que formaban dos rocas, el femur no resistió la palanca y se
quebró; los tristes lamentos que profería Ocelopán despertaron
algo en el interior de Ceti Miquini, tal vez el pundonor de morir
salvando la vida de quien, desinteresadamente, procuraba
rescatar a la chiquillería. Ceti Miquini pese al temor que sentía
bullir en lo mas superficial de su fuerte pecho, desenvainó sus
dos gigantescos pedernales con empuñadura de hueso, sabía que
se iba a arrepentir, aún así le dijo a Otlica: ─¡Anciano de nobles

- 233 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

canas, corre por ayuda, hazme caso, ve, y no regreses! porque


esto no tiene remedio─ Ceti Miquini el de corazón valiente,
trago aire, positivamente sabía que se iba a arrepentir, y sin
vencer el temor, al grito de: ¡Mixquic en guerra! se lanzó al
rescate. Los cuchillos en sus manos refulgían como tizones al
rojo vivo, fue lo último que se vio de él porque a unos pasos se
transfiguró en tencualactli. Ezzo estrujaba al indefenso
Ocelopán, cuando sintió que su cuerpo era mordido y lacerado.
El tlatolyamanqui volteó hacia su agresor con un dejo, mezcla de
incredulidad y dolor marcado en el rostro, si se le puede llamar
rostro a esas facciones. El bubosillo al verse atacado por un
compañero exclamó: ─¿Quién eres tú? ¿Quién te dio la llave de
este submundo? Y sin esperar respuesta, se abalanzó contra un
Ceti Miquini, que con los pedernales por delante caminaba hacia
atrás, en un intento por alejar a Ezzo de Ocelopán. Cuando creyó
que la distancia era prudente se lanzó de nueva cuenta al ataque;
los filosos pedernales entraban despiadadamente en las carnes de
la blanquecina bestia. Ezzo, con fuerza bruta, repelía la agresión,
pero la descomunal musculatura de Ceti Miquini, respondía
liberando una cantidad exagerada de energía. De haber sido Ezzo
el único bubosillo dentro de la cueva, no hubiera sido rival para
el quilmach (dicen que dizque). Opic (tlapictli, criatura) y
Tepilolo (horca), salibando copiosamente lubricaron su camino y
deslizándose sobre sus músculos locomotores fueron en auxilio
de su compañero, pues creían que el recién llegado pretendía
robarles el alimento; pero la escandalosa cantidad de sangre que
manaba a borbotones de Ezzo, los sacó de su equivocación. Ceti
Miquini, a pie firme, aguantó la embestida de sus atacantes.
Ezzo, Opic y Tepilolo, gritaban al unísono: ─¡Deja, vete de aquí,
el humano es nuestro!─.

Ceti Miquini, a sabiendas de que era la única esperanza del


cargador, multiplicaba el ataque lanzando puñaladas a diestra y
siniestra, la famosa moralidad con que fue educado en Mixquic,
tan propia del Anáhuac, era la responsable de mantenerlo en pie
- 234 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

de lucha. Ezzo, bastante lastimado, se replegó para tomar aire,


pero ya no se animó ni a acercarse y débilmente les gritaba a
Opic y a Tepilolo, le quitaran al extraño los dientes de las manos.
Los tencualactlis, refrenados por los mordiscos de los filosos
cuchillos, se retiraron hasta una distancia prudente y comenzaron
a tirarle rocas. Ezzo, a gritos maldecía la mala puntería de sus
compañeros, y les reclamaba que los proyectiles estaban cayendo
sobre él. Ceti Miquini, sin poder esquivar la lluvia de piedras,
recibió una contusión en la cabeza, el golpe lo hizo caer de
costado; la descalabrada necesitaría puntadas. Opic y Tepilolo,
con la celeridad característica de los hombres caracol,
aprovechando el desvanecimiento de su oponente, se echaron
sobre él. Pero Ceti Miquini, sobreponiéndose al momentaneo
desmayo, corrió hacia el fondo de la gruta donde se transfiguró
en lagartija. Ocelopán, sin saber a ciencia cierta que estaba
sucediendo, aprovechó la confusión para escabullirse y no tardó
en trepar por uno de los muros, para por último encogerse en una
saliente. Ceti Miquini, pegado a la roca, observaba a los
bubosillos, impasible subía y bajaba, bajaba y subía, como
haciendo ejercicio, el nagual a la expectativa se cuidaba de no
perderlos de vista. Los hombres caracol, también llamados
iixtlactlis, bufando de coraje, se preguntaban qué había sido del
intruso. La lagartija, a la expectativa, subía y bajaba, bajaba y
subía, inmutable, sin apartar la vista de ellos; subía y bajaba,
bajaba y subía, como haciendo ejercicio. Entonces, Tepilolo,
percibiendo su olor, soltó el coletazo. Ceti Miquini, cogido de
sorpresa, quedó embarrado en la roca. Otlica, que no se había ido
y observaba detrás de las estalagmitas, con un nudo en la
garganta, se mordió la mano para no gritar, y enloquecido por la
angustia entró a un estado de inconciencia del que despertó
cuando se escuchó gritando: ─¡Tenochca ma ye cuel!─ Sin saber
a que hora ni cuando tomó la decisión, acortaba la distancia que
lo separaba de Ceti Miquini, y en un segundo cayó a golpes
sobre el babosillo. Sin embargo los golpes de la macana

- 235 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

rebotaban como las baquetas sobre un tambor. Tepilolo, girando


en redondo, lanzó el coletazo. Otlica inclinándose sintió la ráfaga
de aire pasar sobre él, y aprovechando lo descompuesto del
ataque, guardó la macana, empuñó el pedernal y se lanzó sobre
la cola del tencualactli. Tepilolo, regresando el coletazo, se
desembarazó de su agresor y previendo las intenciones del
anciano, cuando éste se le iba de nueva cuenta encima, lo recibió
con otro fuerte azote. El viejo, volando cual muñeco de trapo,
perdiendo su señorío y abolengo, se estrelló contra las rocas.
Ocelopán, que se hallaba encaramado en la saliente, gritó
impactado: ─¡Nooooo!.

Tepilolo (Horca), ubicando la procedencia del grito, de la forma


que haría un gato meloso, soltó la presa y corrió en busca de
Ocelopán. El cargador, con la pierna rota, se repegaba al muro
tratando de escabullir el cuerpo, arrepentido de no haber
reprimido el grito, pues bien sabía que no podía hacer nada por
auxiliar a Otlica, ni para defenderse. Ceti Miquini, recobrado del
impacto, luchaba desesperadamente por la posesión del cuerpo
de su compañero. Ocelopán, recargándose en la pared, cerró los
ojos y pensó: “Todos vamos a morir”.

IV. COMITL ACATZIN AL RESCATE


El tlacatecatl Comitl Acatzin, al mando de una veintena de
hombres, entró al maldito valle de los chaneques; las tierras
yermas, azotadas por fuerzas que gustaban de vivir en la miseria,
mantenían una raquítica vegetación semidesértica, impropia de
las tierras costeras, el calor se almacenaba en la arenisca como si
fueran las brasas de un anafre. El cuahunochtli Teteme Ahuetl,
después de inspeccionar el terreno, señaló hacia el lugar que
consideró más apropiado para levantar el campamento. Comitl,
separándose del grupo, trepó la pendiente en dirección a la
cueva; laja suelta dificultaba el ascenso. A mitad de la pendiente
aparecía un caminito, subía o bajaba según el punto de vista del
observador; bajando, se perdía a mitad de la pendiente; subiendo,
- 236 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

terminaba frente a las bocas de la cueva, tres entradas daban


acceso a una misma garganta. Comitl, repelido por la energía
negativa que emanaba del lugar, se detuvo en seco; en los
alrededores se olisqueaba un tenue olor a pudrición. El general
intuía que el tufo provenía de las víctimas de los chaneques, esta
consideración lo hizo penetrar por el resquicio. En la oquedad
descubrió los cuerpos en trance de Otlica y Ceti Miquini; a un
lado de ellos yacía el cuerpo de quien debía ser Ocelopán. La
cantidad de humo que salía del incensario indicaba que acababan
de emprender el viaje. Comitl, mésandose el cabello, lanzó una
maldición al recordar la bajada que consumó al Inframundo. A
consecuencia de la cual su primo Ah Yax, el aprendiz de
sacerdote, perteneciente a la orden de: “La límpida agua de
manantial”, quedó atrapado espiritualmente del lado
septentrional del río icac atl patlaoac. Ah Yax, actualmente, era
un pobre anciano imbécil, todo loco, que por las noches subía a
la azotea de su casa para aullarle a la luna. Comitl recordaba con
claridad la horrible sensación que experimentó durante el
recorrido nocturno por el bosque de Chapultepec, el infame
descenso al infierno, las cavernas húmedas y oscuras, los cuartos
de tortura, las criaturas alimentándose de la desazón que trae
implícito el resentimiento, la llanura blanca donde se desvanece
la conciencia, llanura de la que escapó gracias al arrojo de Tza
Mitz, su querida esposa, a quien supuestamente iban a rescatar.
Todavía tenía presente el nauseabundo olor de los tencualactlis
(hombres caracol), aroma relacionado con la substancia
resbaladiza que segregaban las glándulas de sus órganos
locomotores, sus pieles lechosas y resistentes, su estatura y
peligrosidad, en fin, ya no era tiempo de echarse para atrás,
porqué entendía que, a pesar del drama que se desarrollaba en
esos antros, estaba comprometido a bajar para apoyar a Ceti
Miquini. Resignado a la idea, se puso de pie y bajó la cuesta en
dirección al campamento. En la tienda se reunieron los
cuahunochtlis: Teteme Ahuetl, Águila Omometl y Taltezco

- 237 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

Ocelotl, para aclarar los puntos de la misión. Comitl, sin hacerse


del rogar, contestaba a todas sus preguntas, explayando
elocuentemente hasta sus más nimios recuerdos, pues deseaba
evitar que cayeran en las trampas diseñadas para someterlos. Los
guerreros fumaban en pipas antropomorfas de madera, adornadas
con borlas bicolores y plumería fina, el humo del tabaco les
ayudaba a considerar las cosas con tranquilidad. Teteme Ahuetl
y Águila Omometl, influenciados culturalmente por la necedad
de Itzcóatl, de no ceder al temor ni aceptar la derrota, no tuvieron
más opción que acceder a secundarlo. Taltezco Ocelotl
aguardaría en el campamento porque era el único con la
capacidad de cumplir sus instrucciones. Comitl, dirigiéndose a
Taltezco Ocelotl, dijo:

─Taltezco, como esta dicho, mantendrás una guardia en la


cueva. Si no salimos en dos días subirás a ese extremo del valle,
ahí encontraras un aro de piedra, desde aquí es imposible verlo,
pero ahí se encuentra─. Dijo señalando en dirección contraria al
acceso de las cuevas. ─En su parte interna, el aro tiene joyas
incrustradas, quítaselas y hazlas llegar a los sacerdotes de
Xochicalco, por último, destruye el aro. Es importante que hagas
como te digo, sobre todo si no salimos en dos días, a menos que
quieras vernos convertidos en retrasados, saca nuestros cuerpos
de la cueva y quémalos ¿Está bien amigo?─.

Taltezco meditabundo respondió: ─Así lo haré Comitl─. Aunque


el capitán ya estaba pensando en un plan de ayuda.

Armados hasta los dientes, Comitl y sus cuhuanochtlis se


dirigieron a la cueva. En el interior persistía el fétido aroma de la
muerte, aunque al parecer, tan sólo él podía percibirlo. Águila
Omometl y Teteme Ahuetl, un tanto escamados por la aventura,
se acomodaron a un lado de Ceti Miquini, Otlica y Ocelopán, los
cuerpos en trance parecían estatuas de cera. El general, sin soltar
el arco, de un morralito sacó un puñado de resina y lo echó al
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

incensario, la humareda se levantó espesa ahuyentando el mal


olor. Comitl, tomando asiento, inició la ceremonia con una
súplica al Tloque Nahuaque (Dios del cerca y del junto) y a
Ometeotl (Dios dual), el Moyocoyatzin. El guerrero pedía
autorización para acceder a los dominios de los chaneques; los
estribillos producían vibratos en la cabeza. Teteme Ahuetl y
Águila Omometl entraron a un estado de relajación y
transcurrido un rato, dormitaron. Comitl dejó que su poder
nagual se deslizara delicadamente sobre las ondulaciones
energéticas de sus compañeros, y modificó los patrones de la
mente hasta llevarlos al umbral del sueño profundo donde...

Águila Omometl despertó al escuchar el ruido que se produjo en


el interior de la cueva. El humo del incienso flotaba en capas,
ondulaba inamovible hasta una altura determinada por la
densidad, los rayos del sol al chocar contra las moléculas de
humo se hacían visibles. El jorobado Omometl, volviendo la
vista, observó que Comitl y Teteme dormían a pierna suelta. Los
cuerpos de Ceti Miquini, Ocelopán y Otlica habían desaparecido.
Águila Omometl, de un empujón, despertó a Comitl y sin esperar
a que lo acompañara se dirigió a revisar la abertura. Comitl, al
contrario de lo que esperaba el jorobado, se recostó en el suelo.
Omometl, un tanto neurótico, señalando el hueco le pidió que se
incorporara, arguyendo que la puerta se podía cerrar. Comitl, de
un puntapié despertó a Teteme y, con sus maneras habituales, le
expresó que no lo había llevado para haraganear. El grupo,
concentrándose en la misión, recogió su bagaje y se aventuró al
interior. Teteme Ahuetl, extraviado en sus ideas, señaló al suelo,
y preguntó de donde diablos había salido el charco de sangre.
Comitl se acercó a revisar, pero no vio nada, y mirando el rostro
de su cuahunochtli comprendió que Teteme estaba presenciando
un evento del pasado, alguien había sido asesinado a la entrada
del hueco y el charco de sangre era la imagen del remanente
energético que dejó el movimiento de materia, es decir, estaban

- 239 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

presenciando la reproducción de las condiciones físicas


imperantes a la hora del asesinato, por medio de las cuales se
liberaban las ondas de materia que quedaron almacenadas en las
paredes del antro, y por eso, Teteme, como buen receptor, podía
ver el charco de sangre. Para explicarlo de forma sencilla, diré
que estaba viendo la sangre de un fantasma. Comitl, poniéndole
una mano al hombro, le pidió que no hiciera caso del evento,
porque adentro encontrarían más acontecimientos de ese tipo.
Uno a uno penetraron por la hendedura; se trataba de una
garganta cerrada que conducía abruptamente hacia abajo, las
salientes que asomaban de las paredes les ocasionaban lesiones
en cabeza y hombros, porque en la oscuridad no podían evitar los
dolorosos encontronazos. Hilos de agua se filtraban entre las
rocas, la humedad combinada con los gases estaba a punto de
provocarles vómito; el ducto que serpenteaba por un buen trecho,
desembocaba en una amplia galería. El grupo, totalmente
empapado, se descolgó de una altura de tres metros, el recinto
hedía a putrefacción. Águila Omometl y Teteme Ahuetl se
taparon boca y nariz para no olisquear el apestoso tufo de la
muerte. Los cuahunochtlis avanzaban bien pegaditos a Comitl,
quien, al parecer, ya había estado en ese lugar, pues además de
asegurar que el nido chaneque era maligno, se movía como si
conociera la distribución de la gruta. El general, con paso seguro,
se encaminó hacia uno de los muros, sacó los pedernales, los
golpeó y las chispas saltaron hacia una antorcha; la llama trajo
consigo una imagen repugnante, restos humanos y sangre, los
pellejos sobre las rocas conferían a las piedras un aspecto
aterrador; la masa encefálica de esos cuerpos se hallaba untada
sobre una estatuilla de piedra rojiza, el amasijo blanqui-rojo
había sido extraído de decenas de cráneos, los fragmentos se
encontraban amontonados en la base del fetiche. Teteme y
Águila Omometl, auxiliados por la luz de la antorcha, vieron a
Comitl usando una máscara con la insignia de Quetzalcóatl, tal
vez era la causa de que pudiera ver en la oscuridad. El general,
con órdenes rápidas, les indicó que desenfundaran las armas y se
- 240 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

prepararan para el combate. Los ojos de la máscara brillaban con


intensidad. Comitl, trasladándose hasta la estatua, la sopesó, y de
un tirón la separó del pedestal. Sus miembros se tensaron cuando
la alzó por encima de su cabeza, y con un grito desgarrador,
alimentado por el odio, la dejó caer sobre una roca; la figura se
desintegró en mil pedazos. Aquello debió despertar la cólera de
las criaturas ocultas que cuidaban el recinto, porque hasta ellos
llegó el aquelarre que escapó de sus gargantas. Un
estremecimiento recorrió los cuerpos de Teteme Ahuetl y Águila
Omometl. Comitl, a gritos y empujones les corrió el espanto, y
como sabía que el tiempo era vital, les ordenó pegaran las
espaldas y aguantaran la cargada. Los acontecimientos en ese
punto se iban desarrollando con celeridad asombrosa, y en un
momento, irrumpieron cientos de chaneques. Águila Omometl y
Teteme Ahuetl, en un acto reflejo, quisieron echarse a correr,
pero el general, jalándolos de las ropas, los hizo reaccionar, y
aunque hubieran deseado se les diera un tiempo fuera para
considerar las cosas con serenidad, se desató la pelea. Comitl,
adelantándose, descargaba a “matlacpa”, descuajaringando el
ataque por su frente. Los chaneques chillaban de odio al ver
desarticulada su iniciativa. Comitl, como un verdadero
energúmeno, pisaba los cuerpecitos de los chaneques caídos,
haciendo que la tronadera de huesos recordara el crepitar de la
leña húmeda al fuego. Águila Omometl y Teteme Ahuetl,
sobrepasando el miedo, a cada golpe de hacha o macana
descabezaban a un enemigo. Los hombrecitos caían
convulsionados o con el intestino de fuera, el triperío, al
relajarse, dejaba escapar su contenido. El olor de las miasmas
penetraba por todos sus poros; la pegajosa sensación que
producía la sangre enardecía a Comitl que, sin decoro, comenzó
con sus actos de salvajismo, y arrebatando de una manotada a
uno de los hombrecitos, con una mordida lo pescó del cogote;
con odio sangoloteó el cuerpecito en el aire, el pescuezo crujió y
los chisguetes de sangre salieron a presión. Comitl, asqueado por

- 241 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

el sabor, escupió al chaneque. La criaturita, liberada de sus


garras, escapó del salón como guajolote descabezado; la acción
prendió miedo entre los hombrecitos y fue suficiente para que se
retiraran. Los guerreros, empapados en sudor y sangre, tragaban
bocanadas de aire; pero Comitl, realmente se encontraba
molesto, y sin darles tiempo para descansar, los instó a
perseguirlos, y a paso rápido cruzaron el socavón. Algunos de
los chaneques que yacían en agonía, intentaron sujetarlos de los
tobillos para hacerlos caer; pero los nahuas, sin detenerse, los
apachurraban sin consideración. Comitl, enseñoreado de la
cueva, vio cuando los entes se escabulleron por una grieta,
seguido por sus hombres penetró en la oquedad; del otro lado se
abría una mina; a treinta metros, un tiro ancho y profundo
impedía seguir adelante. En el lugar los aguardaban decenas de
chaneques, en cuanto los vieron entrar se abalanzaron sobre
éllos; la lucha se desató cruenta; los guerreros, en cuña, se
abrieron paso, los golpes caían mecos sobre las criaturas, las
cabezas explotaban como si fueran cocos bañándolos de sangre y
materia gris. Comitl, al sentirse rebasado por la suma de fuerzas,
gritó a sus compañeros para que no se separaran; pero Teteme
Ahuetl había sido empujado lejos de éllos y se había
desplomado. Los chaneques, dando gritos de triunfo, se
abatieron sobre el caído; los mordiscos y puñaladas lo dejaron
ensangrentado en un instante. Comitl, a golpe de macana, se
abría paso en un intento por auxiliar a Teteme, empujaba con
fuerza sobre la marejada creciente de enemigos, y aunque se le
colgaban en piernas, brazos y cuello, seguía adelante. Águila
Omometl tambien había caído. Comitl, sin saber a quien auxiliar,
se llevó la mano izquierda al pecho, giró la tapa del artefacto que
extrajo de la tumba de Quetzalcóatl y desapareció.
Inexplicablemente los chaneques seguían cayendo destrozados.
Alguien entre los hombrecitos gritó: ¡Es el arma de
Quetzalcóatl!, ¡huyan!, ¡huyan!, ¡Quetzalcóatl se ha escapado del
Mictlán!. Los chaneques aterrados iniciaron la fuga porque
positivamente observaban que alguna fuerza que no podían ver
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

derribaba a sus compañeros y sin aguardar a recibir más pruebas


del escape de Quetzalcóatl, huyeron en desbandada. En la
confusión un gran número de chaneques se desbarrancó por el
tiro; el espacio no tardó en quedar vacío. Teteme Ahuetl, cortado
y mordido de todo el cuerpo, se levantó a duras penas, el llanto
escurría por sus mejillas. Águila Omometl, desesperadamente se
desato de las ligaduras, y corrió hacia Teteme, preguntando con
ansiedad: ─¿Dónde está Comitl? ¿dónde está Comitl?─. Comitl
apareció detrás de él y respondió: ─No se angustien, aquí
estoy─. Teteme y Águila Omometl se tumbaron en el piso y
entre sollozos le pidieron que luego les explicara como hacía el
truco. Dentro del túnel se perdían los gritos de los asustados
chaneques, decían que Quetzalcóatl había escapado del
Inframundo, lo cual no pasó inadvertido para los militares
nahuas. Uno de los chaneques de nombre Nepoaliztli, que era
especialmente rencoroso y vengativo, gritó fuerte para que lo
escucharan: ─¡Síganme, vayamos a matar a los tres que están en
las cavernas subterráneas!─. Comitl, volteando hacia Teteme y
Omometl, ordenó: ─¡Sigamos a ése!─. Y aunque se daba cuenta
de que podría tratarse de una trampa, siguió el rastro del
hombrecito. Los chaneques, al percibir que bajaban tras ellos,
descendieron más de prisa, caían y rodaban sin saber quién los
defendería de la terrible arma que pensaban era de Quetzalcóatl;
los chaneques, en tropel, entraron chillando a la gruta donde los
tencualactlis peleaban contra Ceti Miquini. Opic, olvidándose de
Otlica, viró disgustado y arremetió contra las criaturitas,
llevándose a la cavidad, que llaman boca, dos chaneques;
después de fuertes chupeteadas, escupió los cuerpecitos
convertidos en sacos deshidratados de piel, hueso y pelo.
Tepilolo y Ezzo, lastimados por las armas de Ceti Miquini,
cavilaron que sería bueno aplacar el hambre con alguna botana,
más tarde darían cuenta del nagual y sus acompañantes. Los
chiquitines corrían como conejos asustados. Comitl, Teteme y
Omometl, en esos momentos llegaron a la gruta y se toparon de

- 243 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

frente con los chaneques que ya no sabían hacia donde huir.


Teteme y Águila se volcaron contra ellos. Comitl, valiéndose de
la confusión, accionó el arma de Quetzalcóatl y desapareció. Ceti
Miquini, con los pedernales en las manos, escudaba el cuerpo
inerte de Otlica. Ocelopán, encaramado en la saliente, lloraba
inconsolablemente.

Antes de que otras fuerzas decidieran entrar en acción, Comitl,


experto cazador de bubosillos, sacó de su carcaj una flecha, el
proyectil llevaba amarrado en la punta un saquito. El general,
armando el arco, disparó contra Tepilolo (Horca), la sibilante
flecha penetró en el lomo de la bestia, al choque reventó el
saquito, la lluvia de polvo blanco lo cubrió. Tepilolo gimió de
dolor cimbrando el recinto con sus chillidos; el animal se
revolcaba lastimosamente en el suelo, la cola chasqueaba de un
lado a otro sin control, ámpulas reventaban en las partes
expuestas a la sustancia cristalina. Tepilolo sentía que la sal se lo
comía vivo. Los chaneques, al percatarse del ataque con sal,
gritaron alarmados: ─¡Siii, es Quetzalcóatl que se ha fugado del
Mictlán! y viene a acabar con nosotros─. El frenesí por escapar
se apoderó de éllos, corrían despavoridos y no alcanzaban a
discernir cual muerte sería la mejor, si morir por las armas de los
aztecas o por los chupetes de los bubosillos. Opic y Ezzo,
dejando las presas, se acercaron a su compañero. Tepilolo se
revolcaba de dolor. ─¿Quién te hizo esto? ¿Fue el nagual?─ Pero
Ceti Miquini, al fondo de la cueva, no podía ni moverse y
permanecía jadeando, viéndolos fijamente, esperando el final del
ataque. Los bubosillos no entendían cuando Tepilolo les
contestaba que nadie lo había herido. Extrañados, Opic y Ezzo le
volvían a preguntar: ─Entonces, si nadie te lastimó ¿Qué fue lo
que te pasó? ¿Por qué estás ahí revolcándote de dolor?─ Tepilolo
les contestó: ─Vean mis heridas, fue “nadie” quien me lanzó una
flecha cargada con sal─. Y los dos bubosillos, Opic y Ezzo,
curiosos, le volvían a preguntar: ─¿Cómo es posible que nadie te
haya lanzado una flecha cargada con sal? ¿Acaso no estamos
- 244 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

viendo la herida que te produjo el proyectil y esas quemaduras


de sal?─. Tepilolo, en agonía, les contestaba: ─Entiéndanme, fue
“nadie” quién me hirió y los herirá a ustedes también si no lo
detienen─. Los bubosillos seguían sin entender y volvían a
interrogar a Tepilolo: ─¿Cómo? ¿si nadie puede herirnos a
nosotros, nos pides que lo detengamos─. Comitl, que ya sabía
que estos seres se la podían llevar con esta cantaleta por horas,
tomó otra flecha, tensó el arco y disparó contra Opic, las
ámpulas que provocaba la sal surtieron el mismo efecto y de la
misma forma se revolcaba de dolor. Ezzo gritaba: ─¡Siii, es
verdad, “nadie” está disparando flechas cargadas con sal!─.
Comitl, volviendo a disparar, hirió a Ezzo que cayó al suelo, y
ahora, los tres gritaban: ─¡Nadie, por favor, no nos hagas daño!─
Las bestias, incorporándose, salieron precipitadamente de la
gruta. El cargador Ocelopán se encontraba asombrado; pero por
más que aguzaba la vista, no alcanzaba a ver nada, entonces, de
la nada apareció Comitl.

Teteme y Águila Omometl, junto con los chaneques huyendo de


los tencualactlis, entraron a la gruta despavoridos. Ceti Miquini y
Comitl, sin hacer caso de los compañeros, se abatieron furiosos
contra los chaneques. Teteme y Omometl, reponiéndose del
espanto, contribuyeron con gusto al exterminio de esos infames
hombrecitos. Cuando completaron la extinción, Comitl,
arrimándose al sacerdote, le dijo: ─Que bueno que estás bien,
ahora sí me tenías preocupado; pero el cielo quiso que
llegáramos a tiempo. ¿Cómo se encuentra Ocelopán?─. Ceti
Miquini, señalando hacia arriba, respondió: ─Creo que tiene una
pierna rota; pero vivirá─.

Ocelopán gritó: ─¡Siii, estoy con vida y si alguien; aunque sea


“nadie” me ayuda a bajar, creo que estaré mejor.

- 245 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

A todos les dio gracia la ocurrencia de Ocelopán. Teteme y


Águila Omometl, acomidiéndose, lo ayudaron a bajar. Otlica
permanecía inconsciente y para cuando despertó, el grupo
platicaba sobre lo que convenía hacer. Comitl, con rostro
preocupado, les había ordenado emprender la retirada. Ocelopán
con la cabeza gacha, no se atrevía ni a levantar el rostro; el
respeto que sentía hacia el grupo de militares era absoluto. Otlica
escuchó atribulado la orden; pero no dijo nada, consciente de su
incapacidad para enfrentar eventos de esa naturaleza. Comitl,
aún cuando no sabía dar explicaciones a sus subordinados, le
dijo al anciano:

─Otlica, no te puedo explicar lo comprometido que estamos Ceti


Miquini y yo, en estos momentos, debido a que Mictlantecutli
nos considera sus enemigos, espero te baste con escuchar que
nuestras vidas peligran; de hecho, no se si podamos salir de aquí
con vida, por eso te voy a suplicar que te olvides de los niñitos,
deja que algún otro, en el futuro, emprenda la tarea de venir a
rescatarlos...

Comitl fue interrumpido por una vocesita infantil, la niñita que le


hablaba dijo:

─Sí saldrán con vida, porque yo los conduciré a la salida─.

Una niñita morenita, de largas trenzas y ojos vivaces, ataviada


con un vestido de color azul, había salido de una cavidad y
acercándose a Comitl, le dijo: ─Ven conmigo y te diré primero
en donde están los niñitos.

El grupo se puso de pie. Comitl, hincándose frente a ella, la


abrazó fuertemente, tenía los ojos rasados en lágrimas y la voz
cortada por la emoción: ─¿De dónde vienes hijita? ¿Cómo
escapaste?─ La chiquilla contestó: ─Vengo del Tlalocan (Cielo).

- 246 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

y agregó: ─Soy la encargada de poner a salvo a los niños


raptados por los chaneques─.

Comitl respondió que el Tlalocan quedaba en el Mictlán y no en


ese antro; la niñita contestó: ─Ya lo sé; pero Huitzilopochtli,
creó una extensión del Tlalocan hallá abajo y es donde estamos
viviendo; síganme y les mostraré donde están los niños─.

Otlica, vivamente emocionado, fue el primero en introducirse


por la depresión de donde había surgido la niña, una caída libre
de tres metros lo obligó a flexionarse por completo, sus propias
rodillas le pegaron en la boca; para colmo, salió despedido hacia
atrás como resorte, cayendo, indecorosamente, de nalgas. Antes
de introducirse por el agujero, Ceti Miquini abrió el morral y
dejó en libertad a los sirriliks, quienes, sin despedirse del
maestro sacerdote, se desperdigaron.

Iteteu (ombligo de Dios), guiaba a Comitl de la mano, recorrían


un túnel largo y oscuro que, paulatinamente, se agrandaba; una
luminiscencia azul se insinuó colmando el espacio de luz; al
corredor desembocaban innumerables pasajes; aquello era un
laberinto. Iteteu se detuvo hablando con una seguridad inusual en
niños de su edad: ─No teman porque el Tloque Nahuaque, cuida
de estos pasajes, aguarden aquí la llegada de los niñitos─. Iteteu,
adentrándose en la cámara, se perdió de vista. Frente a ellos, bajó
una rampa de la que descendieron gritando los niñitos, estaban
felices de saber que serían liberados; por unos instantes rodearon
a los rescatadores, después, siguieron túneles arriba cantando y
saltando. Un grupo de chaneques bloqueaba la salida; los niñitos,
enfrentándolos, gritaron que ya no les podían hacer daño; los
chaneques, sin decir palabra, se hicieron a un lado y
malencarados se escabulleron por un túnel lateral. Comitl y los
hombres corrían detrás de los niños. Iteteu los aguardaba en la
entrada de la cueva, cuando llegaron a ella les dijo:

- 247 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

─Ahora ya estamos bien porque sabemos que sí nos quieren; les


agradecemos que hayan venido a rescatar nuestras almas; ustedes
se pueden ir tranquilos a casa, que nosotros nos encargaremos de
esos chaneques, y estén seguros que ya no causaran más daño en
esta región─. Dicho lo cual, Iteteu se transformó en una pequeña
luciérnaga y salió volando de la cueva.

Ceti Miquini les atajó la salida, recordándoles que para regresar


tenían que respetar el protocolo de entrada y procedió a sentarlos
en los mismos lugares en que iniciaron el viaje.

El humo del copal ondeaba suavemente en capas, saturando con


su esencia el interior de la cueva; la paz y la tranquilidad,
verdaderas joyas que no tienen precio, imperaban de nueva
cuenta en la entrada del que fuera el submundo de los chaneques.
Poco a poco los viajeros recobraron la conciencia y,
sorprendidos, vieron que sus heridas y magulladuras habían
desaparecido; cuando salieron de la cueva era de madrugada.
Taltezco dirigía una ceremonia en su favor; los compañeros del
campamento participaban tomados de las manos, formando una
cadena; la concentración y buena voluntad de estos hombres
había facilitado el salvamento. Taltezco, al ver a sus compañeros
salir de la cueva, comunicó a la cadena que habían triunfado, que
dieran gracias y terminaran con la súplica. Concluyeron el ritual
con un aplauso, para posteriormente darse un abrazo, al finalizar
se aproximaron a los rescatadores. Taltezco decía:

─Ha sido lo más increíble que he visto en mi vida, llevábamos


un buen tiempo con la cadena y cuando estábamos más
concentrados comenzaron a escucharse vocecitas, nos daban las
gracias por venir a rescatarlos; conforme el griterío se
incrementaba algo sorprendente sucedió, miles de luciérnagas,
apagando y prendiendo sus lucecitas, escaparon de la cueva. Fue

- 248 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

maravilloso, yo creo que este rescate se nos tomará en cuenta


cuando vayamos al Tlalocan.

Comitl y Ceti Miquini, separándose del grupo, subieron a donde


se encontraba el anillo y removiéndolo de su base, procedieron a
quitarle las piedras, después, rodaron el aro cuesta abajo.

A la mañana siguiente, al despuntar el alba, los hombres


marcharon de regreso a la costa donde esperaban embarcarse en
las grandes canoas que tenían preparadas.

El tameme Ocelopán se encontraba bien de la pierna; aunque


caminaba como si de verdad se la hubiera fracturado, no podía
hacerse a la idea de que todo aquello había sido un viaje astral;
aún así, cargaba las pertenencias de su amo, el pochtecatl Otlica
Eilhuitl, un anciano venerado. Ocelopán, con el paso de los años,
desvirtuó un poco la historia, narrando a quien quisiera
escucharlo, la ocasión en que el poderoso y gigantesco Otlica
Eilhuitl, airado contra los chaneques, rompió las puertas del
Mictlán con sus propias manos, emocionando a los escuchas con
el episodio del sorpresivo ataque con sal, y sólo, ocasionalmente,
cuando la imaginación se le agotaba, mencionaba la breve
participación de los soldados del ejército de Moctezuma.

V. LA TORMENTA
Un día que no logró fijarse en la memoria, un total de treinta y
dos hombres, comandados por el tlacatecatl del imperio, Comitl
Acatzin, embarcaron en dos canoas largas con dirección a
Cempoala. Quedaban en el recuerdo: las atenciones de
Citlacohuatzin, el palacio del caracol, las fiestas y las cariñosas
atenciones de sus anfitrionas. Y aunque era tiempo de huracanes,
la premura por regresar a casa los empujó a enfrentar el riesgo de
franquear los agitados ánimos del océano. Los marinos, guiados
por los gobernantes de las naves, libraron los invisibles peligros

- 249 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

que acechaban a flor de agua (escollos, atolones y arrecifes).


Como buenos conocedores de las arbitrariedades del clima, a la
primera señal de perturbación atmosférica, los vigías, ordenaban
conducir las embarcaciones a la costa, donde en más de una
ocasión, tuvieron que aguardar a que cediera el turbión, tiempo
que aprovechaban para disfrutar cándidas noches de jolgorio
entre los habitantes de los caseríos y villorios, donde
fortuitamente establecían el campamento.

Finales de agosto, día calmoso con sol brillante y viento suave,


los marinos, sintiéndose favorecidos por tan buen tiempo, se
solazaban con el agradable panorama, el confín del firmamento
revelaba, al buen observador, que la tierra era redonda. La
espumante agua marina, cortada por el veloz desplazamiento de
los puntiagudos bajeles, salpicaba a los tripulantes con gotitas de
agua templada. De improviso, una corriente marina detuvo las
naves, las desvió de curso y atoó mar adentro. Los marinos,
minimizando el riesgo, creyeron que sería fácil retomar el
rumbo, pero después de un rato de aplicar con vigor el remo,
comprendieron que no conseguirían evadirse del fenómeno.
Entonces los rugientes vientos del norte liberandose de su
prisión, sacudieron las naves con impetuosidad, y acallaron las
elocuentes imprecaciones con que Comitl instaba a los hombres
a vencer la resistencia del mar. El sol, velado por la cerrada
nubosidad que arrastraba el viento, palideció y no tardó en
ocultarse, con lo que descendió la temperatura. Siguiendo con el
vertiginoso proceso de las tormentas las lenguas refulgentes
comenzaron a chicotear sobre los cúmulos-nimbos, sus ardientes
dedos, a velocidades lumínicas, chamuscaban las extensas capas
atmosféricas, saturando los cielos con un fuerte olor a ozono. El
oscurecido escenario creado por “Natura”, para prender miedo
entre las almas de los condenados, si cabe decirlo, funcionó de
maravilla, pues inequívocamente antecedía a la desgracia que
estaba a punto de alcanzarlos. Y como imaginaban, las aguas
desatando la energía potencial que almacenaban en su volumen,
- 250 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

encresparon las olas, las frágiles embarcaciones a la deriva,


cabriolaron indefensas sobre las amplias ondulaciones hídricas.
Los ráfagas energeticas siguiendo la comparsa de la tormenta,
saltaban aguijoneadas por la diferencia de potencial, rajando con
sus destellantes explosiones las esponjosas vestiduras de los
negros nubarrones. Las marejadas en altamar habían cogido a los
nahuas en una trampa de la que, definitivamente, no escaparían
con vida.

La Cihuacoatl Tonantzin, la morenita del tepeyac, al contemplar


el estado de indefensión en que se encontraban sus hijitos, sintió
que la embargaba un profundo pesar, y suplicante incitó al beodo
Teoctli para que dejando de libar, se encaminará a cumplir la
orden que le encomendo el atronador Tetzahuitl.

Teteme Ahuetl, con tristeza observaba la furia ciega con que


eran acometidas las naves, y pensaba: -bellos paisajes seductores
que la tierra creó para dárnoslos en posesión- y burlándose de
sus sueños decía: ─Ja, ja, ja, vivir en la playa..., a mis hijos les
gustaría..., distraerse viendo las olas romper en la arena..., ja, ja,
ja, tontito, espera despertar del hechizo azotado por el rigor de
las exterminadoras Furias─.

La divinal Xochitl Tazatli, la adorada señorcita, nombrada por


sus sectarios Xochiquetzal (Flor Preciosa), entró angustiada al
palacio-pirámide de Iicxitlan. En la sala de las pinturas
Huitzilopochtli reñía acaloradamente con las esencias divinas. El
tonante Tetzahuitl, enojado porfiaba:

─ ...¡Y no voy a permitir que trastoquen los designios del


destino, esas instancias son sagradas y todos acordamos no
cruzar por sus puertas!, así que, díganme: ¿Quién de ustedes
transgredió el mandato? ─.

- 251 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

Tezcatlipoca, el negro, respondió: ─Fue Mictlantecutli─.

Flor Preciosa, asida del brazo del rey, veía angustiada los
enigmaticos rostros de las divinidades y presentía que se trataba
de una intriga. Huitzilopochtli, viendo su hermoso rostro surcado
de arrugas, dijo: ─No temas querida, que ya envié a Teoctli en su
auxilio─.

Flor Preciosa, al escuchar el nombre del rescatador, con un gesto


de sorpresa, abrió desmesuradamente los ojos y suspiró
desalentadoramente.

Las tormentosas crestas del mar, de hasta cincuenta metros de


altura, y cientos de toneladas de peso, al caer pulverizaban las
cadenas moleculares del líquido salino, expulsando de su seno
sendos espumajos que desaparecían bajo la torrencial lluvia. Las
olas secundarias de menor volumen, igualmente destructivas,
embestían las cóncavas naves amenazando con destrozar el
maderamen. Los hombres, con el terror pintado en el rostro,
habían soltado los remos y hasta los más descreídos solicitaban a
las esencias divinas disminuyeran en su rigor; como única
respuesta recibían el azote de los elementos en la cara. Otlica, en
angustia, observaba la furia ciega con que se agitaba Comitl
buscando una salida. El general, como fiera herida, gritaba sus
órdenes a pleno pulmón. Teteme Ahuetl, con ese vozarrón tan
característico suyo y la autoridad que emanaba de su persona,
forzó a los hombres a empuñar el remo, y a grito pelado repetía
las elocuentes palabras de su tlacatecatl: ─¡Señores, una vez más
la aventura viene inoportuna a tocar nuestra puerta, y aunque
tenemos todas las de perder, la muerte nos encontrará luchando a
brazo partido por huir de su frío abrazo, debido a eso, en la
desgracia no puedo mas que llamarlos afortunados! ¿Por qué que
hay mas de glorioso que escapar de la espantosa muerte?
¿Querían paz? pues los elementos nos quieren despojar de su
agradable compañia, así que con voluntarioso denuedo les
- 252 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

arrebataremos nuestra paz. ¿Querían larga vida? pues ya ven, las


salinas aguas tratarán de aniquilarnos, pero de ninguna forma
consentiremos en ello. ¿Querían ver a sus familias y a las
hermosas aguas de la laguna salobra que lamen los pies de la
sagrada isla de Tenochtitlan? pues tendremos que luchar por
conseguirlo, debido a eso los llamo más que bienaventurados,
porque cuando al paso de los años la fama cuente a nuestros
descendientes la forma en que logramos escapar de la trampa que
nos tendió el mar, se nos llamará: “Agraciados hijos de la
fortuna”, así que no me decepcionen y por sus almas siempre
valientes ¡reeeemen!, ¡reeeeeemen! ... ─. Mientras esto sucedía,
la otra nave era alzada por un macizo de agua, ola que al
alcanzar el máximo tamaño, se desgajó estruendosamente
despedazando la concava madera y engullendo con turbulenta ira
a sus tripulantes. Otlica lloraba la muerte del maestro Ceti
Miquini, uno de los tripulantes de la embarcación, y mientras la
cáscara de madera, en que viajaba, sufría de la misma suerte,
balbuceó: ─Nos vemos en el más allá querido quilmach─.
Entonces la canoa, a pesar de los esfuerzos bizarros de la
tripulación, entre bramidos se quebrantó desapareciendó en las
profundas regiones abismales. Los náufragos, inmersos en el
seno del mar, afectados en el equilibrio, no sabían hacia donde
bracear para salir a flote. Otlica, afianzado de una tabla, no podía
ver mas que ondulaciones. Totemoctzin, el gobernante de la
embarcación, gritó: ─¡Quítense la ropa para que puedan nadar!
─. Obviamente, el bufido del temporal hizo inaudible sus
recomendaciones.

Otlica, debilitado y entumido a causa del agua helada, soltó la


madera y mientras se hundía pensó: “Que fácil es morir ahogado
en pulque...” ─ ¿Pulque? Este, este, querido lector te pido
humildemente disculpes este lapsus calami y con discreción
pases por alto el extraviado pensamiento, pues si me sigues
estaras de acuerdo en que sin duda el viejo deliraba─.

- 253 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

De entre el portentoso batir de los elementos, Otlica fue


regurgitado, su cuerpo viajaba sobre la cima de una ola, aunque
lo increíble de este hecho es que la espuma del mar,
positivamente, olía a pulque. Y a pesar de que era revolcado por
las olas, sin explicación sus pulmones se llenaron de aire.

El vidente Teoctli, prevenido por Tonantzin acerca de las


mustias intenciones de Mictlantecutli, tuvo que mantenerse
alejado de las oblaciones, que hacía en merecimiento de sus
creyentes, y en un estado lamentable de sobriedad, que
entristeció a cuantos pudieron verlo, al recibir la orden del
tonante Huitzilopochtli, voló raudo al rescate. En fin, que el
abstemio Teoctli, con una resaca horrible, como pudo condujo a
los náufragos lejos de las pretensiones homicidas del mar.

La tormenta, en apogeo, dirigía los vertiginosos vientos


huracanados sobre la delgada franja de tierra; las palmeras
cediendo a la guadaña del huracán se doblaban como cañas. En
la playa, Comitl retaba el ímpetu del bóreas, buscaba entre los
deshechos, los restos mortales de sus compañeros, pues aunque
su corazón, se encontraba apesadumbrado por la desgracia, tenía
culturalmente prohibido rendirse, y por eso, negándose a ceder a
los trabajos, porfiaba por encontrar a alguien con vida.

El general a lo lejos divisó un cuerpo, flotaba inerme entre las


olas, Comitl sin pensarlo dos veces se arrojó a la mar. Las
gigantescas marejadas, jugando a las vencidas, lo devolvían sin
dificultad a la playa, esto a pesar de que el general aplicaba toda
su energía en cada braceada; entonces, alguna fuerza
desconocida, que lo dejó marcado por muchos días, con un fuerte
olor a marranilla, entró en acción y lo arrastro hasta el cuerpo,
Comitl sin averiguar de quién se trataba, lo afianzó y regresó a
tierra. En la playa constató que el viejo aún respiraba ¡Está vivo!
Sollozó el general, y gritó a los compañeros que habían
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

sobrevivido al naufragio, para que le asistieran a transportarlo


hasta el refugio. Águila Omometl, su hijo, Taltezco Ocelotl y
varios hombres más, seguían sin aparecer. El fenómeno
atmosférico tardó cuatro días en pasar, sin embargo, no se
realizaron más salvamentos.

El sol que brillaba en lo alto, trajo de nueva cuenta el color a una


playa coqueta que los invitaba a pasar un día agradable sobre sus
arenas. El grupo, sin hacer caso de la invitación, siguió en su
duelo y se dedicó a buscar sobrevivientes.

Se encontraban en una isla, desde la playa se avistaba con


facilidad el continente. Entusiasmados por la noticia,
consideraron que podrían transponer la distancia en medio día.
Comitl decidió descansar por uno o dos días, antes de realizar la
hazaña.

La revoltina que producía el cardumen humano, alcanzó tierra


firme, por la noche. Agotados por el esfuerzo pensaron que sería
bueno esperar tendidos a que apareciera el astro rey. Pero por la
madrugada, los destemplados gritos de Comitl los devolvieron a
la realidad, los militares apesadumbrados por la desmañanada no
tuvieron mas opción que regresar a la férrea disciplina militar. El
grupo, acatando las disposiciones del tlacatecatl, siguieron con el
itinerario. De los treinta y dos hombres que se embarcaron en
Xicalanco, sólo veintidos seguían con vida. Entre los
desaparecidos se hallaban: Águila Omometl, Taltezco Ocelotl,
Ceti Miquini, Petlacatl Yoch y el ayudante de Otlica: Ocelopán,
además de otros cinco infelices que se les habían unido en
Xicalanco.

VI. CEMPOALA
En los hombres el cansancio de los últimos días se había
acumulado en los huesos de los adoloridos musculos y a pesar de

- 255 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

que las calamidades los habían golpeado con singular dureza,


Comitl Acatzin prefirió olvidar la fatiga, y ante lo irremediable,
como era su costumbre, canalizó su energía para llevar a buen
término el proyecto más inmediato: llegar hasta Cempoala. Así
fue que el miserable grupo de desarrapados, en marcha triunfal,
entró a Cempoaljóchitl, donde se aprovisionó de cuanto le hacía
falta. Ilhuitepeto, el señor del poblado, no dejó pasar la
oportunidad de granjearse el afecto del rey, por eso atendio con
esmero al general y ofreció una comilona, donde reveló a Comitl
el drama que se desarrollaba en las fronteras del imperio. El
general que conocía el temple de los guerreros de la isla, para
tranquilizar las inquietudes que podrían hacer de Ilhuitepeto, un
enemigo más, aceptó la oferta de permanecer unos días en el
poblado, pero en cuanto salió hizo avanzar el grupo a marchas
forzadas con dirección a Cempoala, pues llevaba la
determinación de llegar cuanto antes a la ciudad para confirmar
las malas nuevas que recibía de población en población.
Finalmente, el día chicome de hueytozontontli (septiembre-
octubre), arribaron a Cempoala, donde las actividades se
desarrollaban con normalidad, tal vez se debía a que los
problemas del imperio estaban tan lejos que no alcanzaban a
preocupar a los sometidos cempoaltecas.

La ciudad era un importante centro comercial. Debido a su


importancia, en ella se acantonaban las fuerzas militares de la
zona este. En el cuartel, por orden del tlatoani Moctezuma
Ilhuicamina, capitaneaba el cuahunochtli Iquehuacatzin, el
militar de origen xochimilca, en esos momentos, tenía a su cargo
un pequeño contingente militar debido a que el grueso del
ejército combatía en distintos puntos de la Huasteca. En el
campamento se percibía el desánimo que producían las
comunicaciones oficiales que se recibían a diario y que en los
últimos días, habían sido del mismo tenor: “Grupos reducidos de
aztecas luchan a la desesperada contra cientos de sublevados”.

- 256 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

El oficial, con actitud de resignación, recibió al grupo que


llegaba, y en cuanto se enteró que se trataba del tlacatecatl
Comitl Acatzin, más cordial, dijo:

─Su excelencia, que sorpresa tan inesperada, en verdad estamos


sorprendidos de verlo pues según nos enteramos estaban
perdidos en el mar, pero bueno me complace comunicarle que
algunos de los sobrevivientes al naufragio se encuentran aquí,
aunque éllos, han salido a buscarlo por la costa.

Comitl preguntó: ─¿Y cuántos hombres son, querido


Iquehuacatzin? ─.

Iquehuacatzin: Son nueve, contando al maestro sacerdote Ceti


Miquini.

El grupo, animado por la noticia, se retiró a descansar, aunque


para su infortunio, tuvieron que aguardar hasta la hora de la
comida para llevar algo calientito al estómago. Por la noche se
reunieron con el resto del grupo: Omometl, Ceti Miquini,
Taltezco, Ocelopán, Petlacatl Yoch y tres de los hombres que se
les unieron en Xicalanco, sólo faltaba Totemoctzin, el
gobernante de una de las naves.

Platicaron hasta muy entrada la noche el saberse vivos


reanimado la camaradería por momento las reflexiones se
centraban en la arenga de Comitl ¡feliz hijos de la fortuna!
Algunas lagrimas despues regresaban a la espantosa tormenta
que los hizo naufragar. ─Ahora si Tlaloc (Dios de la lluvia), nos
gastó una buena broma y por poco perecemos en ella─. Así
decían los hombres burlándose de las garras de la muerte.

Esa madrugada llegó de Tuxpan un grupo de trescientos


guerreros del imperio, al mando de los hombres iba el

- 257 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

cuahunochtli Zacuatzin Octl, de origen tecpaneca (gente del


pueblo de Atzcapotzalco), su destino, señaló, era el pueblo de
Tepeaca, a donde marchaban para reforzar las diezmadas fuerzas
del tlacatecatl (general) Apanecatl Opochtzin; quién, por lo que
sabían, a duras penas contenía las fuerzas de Tlaxcala y
Huejotzingo, aliados de Tepeaca. Según Zacuatzin, esos pueblos
levantiscos no tardarían en cerrar el corredor que aseguraba el
libre tránsito de Tenochtitlan al mar.

Muy de mañana, Comitl, tomando el mando de los trescientos


guerreros, salió de las instalaciones militares.

VII. LA SALA DE LOS DARDOS


La guerra contra Tepeaca había sublevado los ánimos, de por sí
ya caldeados, de los pueblos circunvecinos a los territorios de
Tenochtitlan, y entre: matlazincas, chontales, mixtecos,
zapotecas, tlaxcaltecas, huejotzingas, tepeacanos, etc., querían
contener por medio de las armas la expansión territorial,
comercial y política de los aztecas; debido a eso, grandes grupos
de gente armada andaba por los caminos causando cantidad de
daños en perjuicio de los súbditos del emperador Moctezuma
Ilhuicamina.

En la sala de los dardos, el Cihuacóatl Tlacaélel, consejero


sempiterno de los reyes aztecas, se habia reunido con la nobleza,
llevaban meses planeando las estrategias que contendrían la
rebelión, de una vez y para siempre, el concejo guiado por la
sabiduría de Tlacaelel ejercitaba la inteligencia buscando la
salida más conveniente para las partes en conflicto, pues estaban
dispuestos a no ceder, ni un ápice, en la trama, donde por demás
sabido, tenían comprometidos todos sus recursos; ¿Por qué no es
verdad? que cuando la diplomacia fracasa y no hay lugar para
más palabras, ofertas de paz, ni promesas de prosperidad, y los
moldes del diálogo son resquebrajados por la sin razón, se debe,
antes de tomar cualquier decisión, hacer prevalecer el respeto por
- 258 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

el punto de vista del prójimo, detener los aguijones de la fuerza,


para a continuación usar el arma más poderosa de la sabiduría:
“La imaginación” ave surcadora de los cielos que transpone
cualquier linde y evita las desgracias, ¡ah! eso es, precisamente,
lo que hacía el concejo nahua. Así que los planes que
desarrollaban, esta vez no serían de guerra, debido a que los
tlacochcácatl y sus tlacatecutlis guiaban la pelea en los frentes,
aplicando sus propias estrategias de combate, más bien, el plan
que utilizarían era de orden histórico y se basaba, simplemente,
en aguardar a que los pueblos levantados fueran cediendo al
empuje de los caballeros águilas y tigres; entonces, quemarían
los códices y memorias antiguas de los Amoxcallis, documentos
que serían sustituidos por memorias nuevas. En los documentos
quedaría asentado que los aztecas eran parientes consanguíneos
además de aliados. El efecto calculaban arrojaría resultados a
mediano plazo, ¡genial! plan sutil y civilizado, digno de
Tenochtitlan, así harían para regresar al orden.

El tlatoani Moctezuma Ilhuicamina decía a su consejero y


hermano Tlacaélel:

─Todos esos pueblos tuvieron miles de años para consolidar la


grandeza y prosperidad entre sus gentes; pero no lo hicieron,
ahora que no se quejen, que nosotros, un pueblo reciente, de no
más de ciento cincuenta años, lo estemos logrando, o ¿No te
acuerdas? Nuestros abuelos llegaron a una mísera isla que todo
mundo desdeñó, donde, según decían, no había condiciones para
la vida humana, y nuestros sufridos ancestros, trabajaron en la
explotación de los recursos de la laguna, hiciendonos crecer
hasta alcanzar lo que somos hoy en día. Así que no hablen de
más, pero ¿Cómo cambiar la mentalidad de esos hombres tan
poco afectos al trabajo, indiferentes al dolor humano, atenidos,
miserables, envidiosos, egoístas, prepotentes, negligentes y
corruptos, que tienen infectados a sus hijos con esos mismos

- 259 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

defectos de carácter? enfermedades espirituales que no les


permiten crecer en ningún aspecto ni sentido de la vida, ni dejan
que otros lo hagan, incluso, entre ellos mismos se ponen
zancadillas para hacerse caer, por eso ganamos la guerra contra
Atzcapotzalco, y te apuesto que cuando ya no estemos en el
mundo para gobernarlos y detener sus desmanes, sus hijos
pelearán por el poder, sin llegar a entenderse nunca. Siempre
serán facciosos y arribistas, ladrones que desearán llenar las
bolsas a costa de los demás, como sus padres lo hacen hoy en
día; pero ahora, que todavía existimos, tendrán que atender a mi
último exhorto: “O cambian, o los haremos cambiar a fuerza de
lanza”─.

Sin embargo, los pueblos no cambiaron ni escucharon las


elocuentes palabras con que los amonestaba el rey, y debido a
eso, todos los generales aztecas se hallaban comprometidos en
feroces batallas a lo largo de las fronteras. La isla de
Tenochtitlan se había convertido en tierra de ancianos, mujeres y
niños, ya que todos los hombres, con capacidad de pelear, se
encontraban defendiendo la soberanía del Anáhuac. México
ardía en llamas y la guerra, causante de las epidemias, se estaba
llevando la civilización al carajo; pero los tenochcas no cederían,
afectados como lo estaban por la profecía de Huitzilopochtli y
mantenían en sus firmes corazones la convicción de que el
mundo les pertenecía por completo, decían que sin importar
cuántos pueblos más se levantaran en su contra, ellos no
cederían, y utilizarían sus armas de madera, filosos cuchillos de
pedernal y hachas de piedra, para mantener la promesa hecha al
Tetzahuitl, y eso, era precisamente lo que estaban haciendo en el
campo de batalla. Por eso, ahora que las cosas iban tan mal,
desde los puntos más alejados del imperio, regresaban los
caudillos aztecas con sus grupos de conquistadores, y llegaban
dispuestos a sofocar los levantamientos a como diera lugar, y
sobre todo, retornaban para castigar a los individuos que

- 260 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

mantenían asustadas a sus familias dentro de la sagrada isla de


Tenochtitlan.

En el imperio los escasos recursos eran canalizados eficazmente,


pues se utilizaba el arma más importante incautada al pueblo de
Atzcapotzalco: “la administración”, conocimiento que aplicaban
para mantener el abastecimiento y la comunicación fluyendo
eficazmente entre los diversos elementos del imperio. Esto era de
lo más benéfico cuando había una emboscada, se acercaban
grupos de enemigos o había que abastecer a algún poblado con
víveres.

Por su parte, los pueblos levantados en armas tenían su propia


versión de los hechos y decían que el gobierno centralista de
Tenochtitlan era ilegítimo, que mantenía usurpado el poder por
la fuerza, y que la marginación generaba hambrunas entre las
clases bajas debido a lo excesivo de los tributos, y terminaban
amenazando que, uno de estos días, regresaría Quetzalcóatl a
reclamar su imperio, y que no dudaran que se unirían a sus
huestes para destruirlos.

Esto y más expresaban de la isla que admiraban y odiaban al


mismo tiempo. Y de entre todos los pueblos, los tlaxcaltecas, a
quienes se les negaban los suministros de sal, parecían los más
enojados y juraban ser los que al final terminarían con esa raza
maldita, seguidora del diablo Huitzilopochtli (Dios colibrí cojo
del pie izquierdo). Pero los hombres de esos pueblos eran
injustos, porque era bien sabido que los aztecas tenían una
misión que cumplir en esta vida: “Luchar contra las fuerzas de la
oscuridad que amenazaban cernirse sobre el mundo, y si el
presagio resultaba efectivo terminaría con el quinto sol, el astro
que iluminaba la vida de los hombres de maíz”. Si, esa era su
razon principal de ser, porque al final de cuentas, serían los

- 261 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

aztecas y no otros los que darían la cara y, si llegaban a fracasar,


después de ellos, no más grandeza.

¿Cuál fue el secreto que llevó al éxito al pueblo del sol? Muy
fácil, el conocimiento exacto tanto de cualidades como de
defectos de carácter, el pleno control de las emociones y por
último concentrar toda su atención en el trabajo que
desempeñaban.

En la sala de los dardos, el emperador, Moctezuma Ilhuicamina,


analizaba el contenido de los comunicados que llegaban de los
frentes de batalla. En todos lados sucedía lo mismo, grupos
reducidos de tenochcas se enfrentaban contra hordas de miles y
cientos de miles de enemigos. El rey conjeturaba que todo estaba
perdido, y en un estado de inseguridad preguntó a Tlacaélel:
─¿Qué puede hacer un pueblo de cuatrocientas mil almas,
contando ancianos, mujeres y niños, contra tal cantidad de
enemigos? ─.

El cihuacoatl Tlacaélel, hermano y consejero del tlatoani (rey)


reprendió a Moctezuma diciéndole: ─!Desdichado recobra la
confianza! Recuerda que tu eres méxico, ademas procura que tus
servidores no vean que desfalleces en el ánimo, ten presente que
si en verdad somos el pueblo elegido de Dios, al final
terminaremos venciéndolos a todos.

VIII. QUEQUECHOLTZIN TLAQCE


EL SUPREMO SACERDOTE DE COATLICUE
Quequecholtzin Tlaqce llevaba semanas estacionado en la
frontera con Tlaxcallan, por razones que le eran desconocidas, el
cihuacóatl Tlacaélel le había asignado la misión, permitiéndole
por primera vez, desde la toma de Mixquic, en que fue hecho
prisionero, ejercer el mando sobre un grupo de estudiantes del
Calmecac. Su labor consistía en supervisar los trabajos que se
desarrollaban en la construcción de la muralla, obra
- 262 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

arquitectónica planeada para confinar a los tlaxcaltecas dentro de


su territorio. Pero, hacia el interior del grupo, se despertó una
fuerte inquietud, debido a que entre Tlaxcala y Huejotzingo se
habían incrementado las comunicaciones. Los ingenieros y
albañiles que habían suspendido la obra por cuestiones de
seguridad, pensaban que, si esto tenía algo que ver con la guerra
que libraba la isla contra el pueblo de Tepeaca, entonces debían
hallarse en un serio peligro. Quequecholtzin Tlaqce, que pensaba
de la misma forma, en una reunión que sostuvo con sus oficiales,
propuso enviar al personal de regreso a Tenochtitlan, moción que
fue aceptada, además, acordaron despachar espías a indagar lo
que se estaba fraguando en la región. Quequecholtzin Tlaqce casi
podía asegurar que tendrían que moverse hacia Cholula, donde
creía, sería conveniente permanecer hasta que se apaciguaran las
cosas. En el solitario campamento quedaron los militares
esperando noticias; aunque la sensación de peligro que se
percibía en los alrededores, era tan intensa, que los orilló a
buscar refugio en las profundidades del bosque. Fue entonces
que los informantes regresaron para notificarle que por el
momento no corrían peligro, debido a que las fuerzas enemigas
se desplazaban en dirección a Tepeaca, lo que equivalía a una
declaración formal de guerra en contra de Tenochtitlan.

Quequecholtzin Tlaqce nunca pudo explicarse, de forma


satisfactoria, el por qué decidió ordenar a los guerreros, un grupo
de treinta y cinco jovencitos, recoger sus pertenencias y salir del
resguardo para internarse en territorio tlaxcalteca. Los
muchachos, presintiendo que se estaban metiendo en camisa de
once varas, caminaban de mala gana y entre ellos decían, en tono
de reproche, que los tlaxcaltecas habían elegido un momento
muy oportuno para cerrarles el acceso al mar, precisamente
ahora que el ejército estaba tan comprometido, peleando contra
cuetlachtecas, chalcas, tamazollacas, piaztlecas, acatlanecas,
mixtecos y zapotecas; pero sobre todo, les irritaba que el

- 263 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

enemigo estuviera enterado que, en caso de atacar la ciudad de


Cholula, nadie correría en su auxilio. Quequecholtzin, con la
intención de clarificar el panorama, decidió prender un correo
para interrogarlo, así establecería con certeza, el número de
hombres que se hallaban en movimiento y si entraba en sus
proyectos atacar Cholula. Para conseguirlo, ocultó a los
estudiantes a un lado del camino principal, el nervioso grupo de
estudiantes acechó en silencio. Pero ya era demasiado tarde para
emprender cualquier tipo de indagatoria, incluso, para retirarse,
porque un grupo de tlaxcaltecas, capitaneados por el teoforme
Ixtletl Cahual, habían salido en su búsqueda.

Los nahuatlacas, saliendo de su escondite redujeron a un paisano


que transitaba rumbo a Huejotzingo. El pobre macehual que casi
se infarta por la sorpresa, sin ofrecer nada de resistencia confesó
que una fuerza de cinco mil hombres corria en apoyo de Tepeaca
y que una vez, que se hicieran con el control de la zona, se les
unirían xicalancas, cempoaltecas y huejotzingas, para
conjuntamente bajar a destruir a los cholutecos, y según
señalaban los capitanes de tlaxcallan soló se detendrían cuando
hubieran terminado con la hegemonía de los chichimecas de
Aztlán.

Quequecholtzin, satisfecho por el resultado de sus pesquisas,


permitio que el individuo se fuera y envió a los mensajeros con
la información al valle de México, y ya se disponía a marchar
con sus hombres a Cholula cuando se percató que los tenían
rodeados.

El tlaxcalteca Ixtletl Cahual, quien por algunos días había


acechado a los constructores de la muralla, se encontraba de
cacería, deseaba tomar cautivos en el campo florido, (espaciosa
franja de tierra en donde convencionalmente los guerreros
tenochcas y tlaxcaltecas median fuerzas), llevarlos a Tlaxcallan
para innmolarlos en la fiesta llamada tlacaxipehualiztli que era
- 264 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

cuando se realizaban las ceremonias sangrientas para renovar la


llama del quinto sol, pero al no encontrar la ocasión de
prenderlos, se aburrió de la acechanza y decidió seguir con su
camino, aunque ahora que los aztecas se hallaban dentro de
Tlaxcallan, deseaba con toda su alma capturarlos. Uno de los
espías, allegándose con noticias fresquecitas, le informó: ─Los
treinta y seis guerreros tenochcas se hallan agazapados dentro
del huizachal, a un lado del camino a Huejotzingo─.

Ixtletl Cahual, profundo conocedor de sus dominios, de


inmediato ubicó la posición, y con los más obscuros designios
puso a sus hombres en movimiento. Sus capitanes con la mira de
tenderles un cerco, le aconsejaron que enviara una patrulla de
ciento cincuenta hombres sobre el camino principal, con la
encomienda de revisar exhaustivamente en los alrededores del
huizachal, así los forzaría a salir del escondite, mientras que
ellos, dijeron, con ochenta y nueve guerreros les cortarían la
retirada e Ixtletl no desobedecio.

El supremo sacerdote de la orden de la tierra, Quequecholtzin


Tlaqce, desde su escondite podía ver el desplazamiento que
realizaban hacia ellos los dos grupo de curtidos tlaxcaltecas. Por
la determinación con que se movían, no le cupo la menor duda
de que los andaban buscando. Los espías tlaxcaltecas debían
estar escondidos, no muy lejos de ahí ─¿Cómo no los vimos
antes?─ Se reprochó Quequecholtzin, culpándose por haber
metido a los muchachos en ese predicamento. Los grupos
avanzaban cautelosamente como esperando que, de un momento
a otro, se diera el contacto hostil. Quequecholtzin, sin ser militar,
adivinó que el huizachal sería un lugar poco adecuado para
sostener el encuentro, y para no verse atacado por dos frentes,
descubriendo su posición condujo a los guerreros por la
terracería, pues llevaba en la mira posicionarse de un montículo
cercano. Los tlaxcaltecas, comandados por Ixtletl Cahual, al

- 265 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

verlos salir, apretaron animosos las armas y levantando


horrorosa gritería se lanzaron con fiereza a su encuentro. Los
inexpertos estudiantes del calmecac, saliendo de la terracería, a
paso tendido cruzaron por la llanura y se encaramaron en la
abrupta colina. Quequecholtzin, sin hacer caso de los
desencajados rostros, con voces enérgicas los distribuyó
conforme a sus armas. Mientras aguardaba la acometida, los
exhortó para que resistieran, porque como todos sabían no habría
ayuda, pues a fin de cuentas ¿Quién podría socorrerlos dentro de
la misma Tlaxcala?

Los tlaxcaltecas que allanaban el campo a paso rápido, llevaban


tres banderas desplegadas y una de ellas señalaba que al mando
de los hombres iba el célebre Ixtletl Cahual, el matador del
tlacochcálcatl Chapollotl Nicciteotzin. Los jóvenes aztecas, al
saber de quién se trataba, temblaron de miedo y suplicantes
pidieron al sacerdote que enviara por ayuda, argumentando que
aun cuando no fuera sino Ixtletl sólo, ellos no eran suficientes
para enfrentar su descomunal furia. Quequecholtzin, haciendo
caso de las súplicas de los jovencitos, llamó a Tepatzin Cuica y
Chimaltzin Oquitzin, señalados por la rápidez que le imprimían a
la carrera, y tras instruirlos con respecto al mensaje de auxilio,
los despachó en dirección a un pequeño cerro que se veía diez
kilómetros al oeste. Atrás del cerro, les dijo, se encuentra el
camino a Cholula. Y pensaba: ─Si tan solo hubiéramos llegado
hasta allí, ahorita no estaríamos metidos en este embrollo─.

Los jovencitos, aguijoneados por el temor, con celeridad


descendieron del montículo, y una vez que estuvieron en el llano,
echaron a correr como liebres. Ixtletl Cahual, distinguía con
claridad a la tropa de nahuas y no le pasó desapercibido cuando
dos de ellos se desprendieron del grupo. Para evitar que llevaran
el esperanzador pedimento de socorro, con órdenes claras
despachó diez hombres a interceptarlos.

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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

IX. EL JOVEN AHUIZOTL CUIDA CHOLULA


La bienamada Cholula, la que acogió a Quetzalcóatl durante su
huida, el bastión “más leal del imperio”, se preparaba para
sostener la defensa, debido a que los partes militares indicaban
que las fuerzas del tlacatecatl Apanecatl Opochtzin estaban a
punto de ceder al empuje de los tres ejércitos de Tlaxcallán y
Puebla. ─Que Dios sostenga firme el brazo del general
Opochtzin─ suplicaba la gente en los oficios religiosos que se
realizaban en su favor. Pues sabían que en caso de que el
tlacatecatl Opochtzin cediera en Tepeaca, la guerra se
desplazaría hasta su territorio. Gran actividad se realizaba en la
ciudad: reforzamiento de emplazamientos militares, recolección
de víveres, almacenamiento de agua, elaboración de armas,
instrucción militar a los hombres en edad de pelear, cuando
inesperadamente se recibió la noticia de que una vanguardia
militar se acercaba a toda prisa por el camino principal.
Avanzaban con los verdegueantes estandartes de quetzal
desplegados. La confusión por saberse aislados del imperio, hizo
circular rumores de los más infundados, acrecentando el temor
entre la población. El tlacatecatl Ahuizotl, y su estado mayor, a
la expectativa, se contentaban con vigilar el desarrollo de los
acontecimientos. Los cucuahunochtin, desde las fortificaciones
de avanzada, enlazados por las banderas de comunicaciones,
esperaban la órden del general en jefe para lanzar los
tumultuosos escuadrones de caballeros águilas y tigres a la
homicida contienda. El grueso de la población, agazapada detrás
de la bardas, conjeturaba sobre las iniciativas que tomarían los
tlaxcaltecas en caso de darse el asalto.

Todas las miradas fijas en el camino principal observaban el


desplazamiento de un grupo de trescientos cincuenta operarios
de la muerte, marchaban en perfecto orden, la formación
revelaba a las claras, que eran tenochcas. A una distancia
juiciosa Comitl y sus hombres hicieron alto y con las banderolas

- 267 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

de comunicación pidieron permiso para entrar a Cholula. Los


Cholutecos, que no esperaban recibir apoyo de ningún tipo, se
emocionaron al verlos entrar en la ciudadela, sobre todo por
saber que se trataba de la carta fuerte del difunto emperador
Itzcóatl. En medio de los afanes de la guerra se desbordó el
júbilo y la gente salió a las calles para vitorearlo. El tlacatecatl
Ahuizotl, un hombre joven de familia ilustre, hermano menor de
Tizoc y Axayacatl (padre de Moctezuma Xocoyotzin), los tres
futuros emperadores de Tenochtitlan, saliendo a su encuentro, le
agradeció por llegar a socorrerlo en momento de tan gran
necesidad. Comitl, disculpándose, le informó que regresaba de
una misión y que el emperador Moctezuma Ilhuicamina
demandaba su presencia en la ciudad de México, por lo que dijo
permanecería sólo unas cuantas horas en Cholula, el tiempo
suficiente para recuperar fuerzas y después, se iría. Cuando la
situación fue más propicia, Comitl se atrevió a sugerirle al
general Ahuizotl, que en lugar de levantar defensas, enviara
combatientes para apoyar al general Apanecatl Opochtzin. El
prudente Ahuizotl, respondió que no podía hacer tal cosa, porque
tenía instrucciones precisas de cuidar la posición, entonces
Comitl añadió:

─Comprendo la situación en que nos encontramos, querido


Ahuizotl, y para serenidad de todos debo decirle que Apanecatl
Opochtzin es un hombre extraordinario, yo mismo lo he visto
conducir acciones militares en franca desventaja numérica, y en
mi opinión, es un genio militar que sabe hacer uso de sus
recursos; pero para más tranquilidad de usted y de la gente del
pueblo, antes de regresar a la isla patrullaré con mis hombres la
región e iré hasta la misma Tlaxcala, si lo considero necesario─.
Así dijo Comitl, comprometiéndose a mantenerlo informado
respecto de cualquier situación que pudiera llegar a presentarse.

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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

X. EL TLAXCALTECA IXTLETL CAHUAL


Comitl, apercibido del peligro que amenazaba la puerta
choluteca del Anáhuac, para contener el riesgo de una presunta
invasión, se dispuso a salir cuanto antes del poblado. Por la
madrugada, los oficiales, siguiendo las instrucciones del alocado
general, reunieron a la tropa en la explanada, la ciudadela
iluminada por la luz de las antorchas irradiaba belleza. Encanto
que fue roto cuando el exasperante generalísimo se apersono, y
con esas maneras suyas de niño rabietas, sin advertencia prevía,
comenzó a profirir un sartal de palabras agrias, Comitl en su
irrasible jerga no bajaba a los oficiales de indolentes y con igual
empeño calificaba a los guerreros de zoquetes, desplantes
exagerados que por lo demas no hacian sino promover la risa
entre la tropa que ya empezaba a acostumbrarse a sus
majaderías, extravagancias que iban seguidas de esa peculiar
manía suya por la perfección, Comitl sin hacer caso de las risillas
y muy en su papel ordenó a los cucuahunochtin verificaran que
las armas de los guerreros estuvieran en buen estado. Tiempo
que utilizó para mover con sus asperezas el animo de la gente,
cuando se convenció, que estaban listos para partir, a voces,
ordenó a los tetepianin desplegaran los gallardetes del imperio, y
entre el aplauso que levantaban los huaraches al reventar sobre el
empedrado, avanzó con sus fuerzas rumbo a Tlaxcala.

Por dos días la patrulla azteca, inspeccionó los alrededores de


Cholula, pero no encontraron nada; los intrepidos espías que se
internaban a explorar en tlaxcallan, regresaban con la misma
noticia: “todo está en calma”, sin embargo, la gente de los
caseríos y villorios fronterizos se encontraban inquietas y
suplicaban no los dejaran sin protección, debido a que en el
ambiente se respiraba la amenaza de guerra.

El caballero de la noche, Comitl Acatzin consideraba seriamente


dirigirse con la tropa a Tepeaca, cuando los informantes

- 269 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

regresaron para notificarle que un par de guerreros escapaban a


toda prisa de una facción de tlaxcaltecas e iban en dirección a
ellos. Comitl, imaginando que pudiera tratarse de algo
importante, ordenó avanzar a paso largo. La tropa, dividida en
cinco secciones, cubría con celeridad el área, bajaban y subían
montículos. Se encontraban sobre uno de los altozanos cuando
observaron que uno de los fugitivos resulto alcanzado por los
rectilineos proyectiles de madera; se trataba de los jovencitos
que despachó Quequecholtzin con el mensaje de auxilio. En la
inercia de la carrera, Tepatzin Cuica trompicó y después de tres
intentos por sobreponerse a los impactos, se derrumbó; el cuerpo
sin vida quedó doblado dramáticamente, la juvenil cabeza se
ocultaba como avergonzada entre el hueco que formaban el viril
pecho, y la espaciosa tierra. Los aztecas, aguijoneados por el
artero crimen ampliaron el tranco, los negros penachos, por el
fuerte trepidar de la carrera, ondeaban con fiereza al aire. Los
tlaxcaltecas, al reparar en los grupos numerosos que les salían al
paso, detuvieron la persecución y regresaron tendidos sobre sus
huellas. Al llegar hasta los heraldos Comitl ordenó hacer alto,
pero a la calumna de su hijo, con los dedos indice y medio les
ordeno seguir de largo, Tepaltzin Cuica yacía con los labios
fruncidos, el rictus revelaba que había sufrido, la sección de
Águila Omometl formada por setenta guerreros, siguió adelante
atendiendo a la orden del general, y se encargaron de alcanzar a
los tlaxcaltecas más adelante. Al término de la breve escaramuza
de los diez cazadores que perseguían a los jovencitos, ninguno
quedó con vida. El jovencito Chimaltzin, parado frente al
imponente Comitl, no pudo, por más que lo intento, contener el
llanto. Los guerreros en silencio permitieron que Chimaltzin se
satisficiera en su aflicción, finalmente, el mensajero reportó que
Ixtletl Cahual se afanaba por destruir a Quequecholtzin Tlaqce y
a los treinta y tres hombres que lo acompañaban.

El fornido Teteme Ahuetl con ese vozarron tan caracteristico


suyo preguntó con incredulidad: ─¿Quequecholtzin Tlaqce de
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

Mixquic?─. Chimaltzin contestó que sí, que se encontraban


atrincherados en la cima de un cerrito, no muy lejos de ahí.

Teteme Ahuetl, que al parecer conocía al maestro


Quequecholtzin Tlaqce, sin alcanzar a entender qué estaba
haciendo el sacerdote de Coatlicue dentro de Tlaxcala la grande,
con voz de alarma exclamo: ─¡Comitl vayamos sin demora a
defender al hombre santo!─. El sacerdote-nagual Ceti Miquini,
impactado por la noticia, enmudecio, debido a un nudo en la
garganta que le impedía hablar, y para apoyar las palabras de
Teteme, asintió, aunque la urgencia por apoyar a Quequecholtzin
lo hizo tragar saliva, y despues de un gran esfuerzo para
contener el llanto, con voz chillona solicitó permiso para
adelantarse. Comitl, que sabía del lazo que unía a los sacerdotes,
le dijo que se fuera porque éllos también estaban ya sobre el
camino. El nagual, empuñando sus armas, desapareció con
rápidez.

Comitl Acatzin, no pudo mas que relacionar estos insólitos


acontecimientos con el mensaje de auxilio gravado en el
santuario de Quetzalcoatl, y pensó que el señor del inframundo
Mictlantecutli, definitivamente los quería dañar. Entonces,
dirigió la vista sobre el venerado Otlica, y al contemplar la
endeble anatomía del anciano, se conmovió profundamente en su
corazón y penso: “si fuera mi padre no lo arriesgaría en la
inconstante contienda”, por lo que decidió dejarlo al cuidado del
fiel Ocelopán, y para que no respingara por la orden, le pidió que
se quedara con diez soldados cuidando de Chimaltzin, a lo que el
viejo accedió.

Entonces dirigiéndose a los guerreros dijo:

─¡Guerreros de Tuxpan, Xochimilco y Atzcapotzalco, varones


ilustres, dueños de un rostro y noble corazón, hábiles artesanos

- 271 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

de la muerte, allá adelante se nos presenta la oportunidad de


destruir al matador del tlacochcálcatl Chapollotl Nicciteotzin, el
inestable Ixtletl Cahual, lo venceremos en su propia tierra, para
que todos nuestros enemigos teman al escuchar el sagrado
nombre de Tenochtitlan, la de sauces blancos, y aunque al
parecer sus fuerzas son igual de numerosas, procederemos con
rapidez para no darles la oportunidad de recibir refuerzos. Pero
antes de marchar, debo decirle a los guerreros que vienen de
Tuxpan y desconocen nuestras costumbres de guerra, que les está
terminantemente prohibido, por orden expresa del emperador,
echarse para atrás o rendirse, porque los que habitamos en la isla
no sabemos aceptar la derrota, antes, nos sobrevenga la negra
miqui (muerte) y si alguien decide incumplir la orden, estará en
peligro de sucumbir en nuestras propias manos. Así que
confiemos mutuamente en la destreza de nuestros brazos, y
vayamos a socorrer a los hermanos que peligran!─.

La tropa levanto animosa gritería en señal de asentimiento. El


suicida belicoso en potencia, Comitl Acatzin, amante de la
destrucción, con los ojos torvos, ordenó: ─ ¡A paso rápido!─.

Las arrojadas filas de soldados cortaban por la pingüe llanura,


seguidos por el melodioso canto de las caracolas, las acústicas
notas que perturbaban con su energía el mecánico medio del aire,
anunciaban que los águilas y jaguares del imperio se hallaban en
pie de guerra.

En la colina, la situación para los guerreros de Quequecholtzin


Tlaqce resultaba insostenible, y aunque la pujanza tlaxcalteca, en
un primer momento, había sido frenada a pedrada limpia, Ixtletl
Cahual, sin desanimarse, ordeno levantar el sitio. Arriba, los
aztecas insuficientemente instruidos en los artificios de la guerra,
se burlaban de ellos, la inexperiencia de la juventud les hacía
creer que los tlaxcaltecas no los alcanzarían. Ixtletl Cahual, el de
ágil figura, y en prudencia igual a los tlamatinime (los que ven),
- 272 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

analizando la situación, para no arriesgarse con un ataque


desventajoso hacia arriba, dispuso franquearlos, enviando dos
columnas paralelas de escaladores, quienes posteriormente,
atacarían en perpendicular.

Quequecholtzin Tlaqce, mesándose los cabellos, veía


desesperanzado cómo las columnas de soldados, con ánimo
homicida, ascendían la pendiente. El sacerdote, reconociendo
que con treinta hombres no podría detenerlos, se vio obligado a
buscar refugio en la cima, donde ordenó a sus bravos extender
las hondas e iniciar con su labor destructiva. La lluvia de
proyectiles, efectiva hasta los ciento sesenta metros, estorbaba el
ascenso del enemigo hostil. Quequecholtzin Tlaqce, presionado
por la situación, recordó el día en que los generales Macce Ocotl
y Comitl Acatzin, por orden del rey Itzcóatl, entraron a Mixquic,
con la orden expresa de destruir a los sacerdotes del templo de
Coatlicue. Y cuando los tlaxcaltecas porfiaban con más ardor,
por encaramarse y terminar con el asedio, Quequecholtzin,
atormentado por los recuerdos, en un arrebato de cólera, se
transformó en oso y bajó dispuesto a matar al enemigo número
uno del imperio. El clamor entre los tlaxcaltecas creció cuando
se corrió la voz de que era al supremo sacerdote de Coatlicue al
que atacaban. Ixtletl Cahual, sin dar muestras de respeto para con
el hombre santo, dijo a su estado mayor: ─¡Pues con más razón
hay que destruir al perro que lame los huaraches de Comitl
Acatzin!─ y se lanzó a la escalada. El furor con que subía pronto
fue contenido por los veloces proyectiles que al impactarse
resquebrajaban los escudos. Ixtletl se escudaba detrás de una
roca cuando se percató que Quequecholtzin, en su forma
humana, iba a su encuentro. Los guardias que lo protegían, con
el temor y la reverencia pintado en sus rostros, inclinaron la
cabeza y echaron un paso atrás. Ixtletl, enojado por el miedo que
prendía el sacerdote en el ánimo de sus hombres, empuñó el
mazo y le dijo: ─ ¡Perro! ¿Usarás tus poderes para destruirnos, o

- 273 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

lucharás como un hombre? Aunque lo dudo, porque es bien


sabido que sólo disfrazados los naguales se atreven a dar la
cara─ Quequecholtzin Tlaqce, plantándole el rostro, respondió:
─Bien sabes Ixtletl, que mi Diosa me impide actuar alevemente,
por eso no usaré ningún influjo sobre tu pusilánime persona, así
que no temas que actúe de la forma en que sueles hacerlo con tus
víctimas; aunque tampoco dialogaré contigo, porque me disgusta
escuchar las estupideces rencorosas que profieren los tipos
afectos a la violencia, como tu─ Entonces, Ixtletl se arrojó sobre
él. Las armas batieron, el trabajo, viniéndoseles a las manos,
llenó sus forzudos miembros de sudor. Entonces Ixtletl Cahual,
proyectando toda su energía, de un sólido mazaso acertó a
romper el escudo. Quequecholtzin al recibir el demoledor
impacto en la clavícula se derrumbó. Los aztecas, alentándose
mutuamente, dirigieron las piedras sobre el invicto héroe para
alejarlo del sacerdote. Ixtletl, protegido por los escudos de la
guardía, con jactancia, lanzó el grito de victoria y saltó sobre el
maltrecho Quequecholtzin y con otro ardoroso golpe, desgarró el
nervio tibial. Uno de los escoltas aprovechó la alevosa
oportunidad para propinarle una patada en el rostro; pero Ixtletl,
deteniéndolo, le pidió retrocediera, y con torva faz, amenazó al
resto de sus muchos escoltas para que no intervinieran.
Quequecholtzin, arrastrándose, comprendió la futilidad de su
ataque y pretendiendo alejar a su oponente, pateó con la pierna
buena. Ixtletl Cahual, aporreó el pie, el metatarso del dedo
gordo, se rompió. Quequecholtzin, con las extremidades
inferiores lastimadas, no podía pararse, y para salvar la
existencia se vio forzado a usar de sus poderes. Como si
hubieran padecido una contracción del tiempo, Ixtletl y sus
hombres advirtieron con sorpresa que el sacerdote había huido.
El nagual, a rastras, transpuso de nueva cuenta sus líneas. De
haberlo querido, con sus poderes habría matado a Ixtletl, a sus
guardias y a cuantos los rodeaban, pero su religión le prohibía
actuar con alevosía y ventaja. Ixtletl, encolerizado por los trucos
del mixquica, conminó a sus hombres a terminar con el asalto y,
- 274 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

dando el ejemplo, con determinación emprendió la penetración.


Sus guerreros, imitándolo, cruzaron la primera línea defensiva, el
asalto culminó con la muerte de los trece aztecas que se hallaban
parapetados en ella; aunque la matanza en la cima no se
concretó, porque el sonido de las caracolas anunciaba que las
fuerzas de Comitl Acatzin, el empedernido comedor de
corazones humanos, estaban próximas.

El puberto Motloc Ayactzin, el capitan del reducido piquetes de


soldados, al ver que los tlaxcaltecas se replegaban ordeno
adelantar posiciones para pasmo de sus compañeros, para dar el
ejemplo al grito de “tenochca ma ye cuel” se lanzó belicoso a la
contienda, y alcanzando a un tlaxcalteca se trabo en pelea cuerpo
a cuerpo, Tlaquentli era el nombre del enemigo, Motloc con los
ojos empañados en lagrimas de rabía, no cabia en su furor y
golpeaba con frenesi sobre el gigantesco escudo, la peonada
siguiendo sobre sus huellas al unísono se echaron sobre
Tlaquentli y lo hicieron prisionero. Motloc Ayactzin vencedor y
dueño absoluto del cerrito erguido sobre una prominencia
escuchaba gozoso el esperanzador canto de las caracolas, y con
ardoroso grito reto a los tlaxcalteca para que intentaran asaltar la
posición de nuevo, Quequecholtzin contemplaba con cariño y
admiración a la prole de Tenochtitlan.

Ixtletl Cahual, enterado de la cantidad de gente que llegaba, con


la tranquilidad que da la experiencia, cedió la posición. Sus
bravos, cargando con los descalabrados, lo siguieron cuesta
abajo. El desalojo fue seguido por los insultos y pedradas que no
dejaban de arrojar los lacrimosos defensores.

Ixtletl Cahual, el de ojos torvos y ánimo imperturbable, quien


también esperaba refuerzos, sabiendo que el desenlace se
inclinaría a su favor, decidió hacerse fuerte en la base del
promontorio, y para el efecto, distribuyó a sus guerreros sobre el

- 275 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

camino. Los saeteros, en primera línea, tenían la consigna de


causar el mayor daño en el menor tiempo posible, mientras los
lanceros, junto con la tropa, dispuestos en dos secciones,
cargarían sobre los flancos. Para dar seguimiento a sus planes,
Ixtletl Cahual marchó con un piquete de arqueros a hostigarlos.
Con un ataque frontal pensaba atraerlos a la trampa.

Comitl Acatzin (Vasija de Caña), detuvo las fuerzas a un


kilómetro del cerrito para otear la situación y convino con el
estado mayor en dividir la tropa en dos secciones. La primera
dirigida por Taltezco Ocelotl; atacaría sobre el camino donde el
grueso de la gente de Ixtletl, se concentraba. Comitl, a cargo de
la segunda sección, cortaría por la llanura e iría a rescatar a
Quequecholtzin Tlaqce. El cuahunochtli Zacuatzin Octl,
originario del pueblo de Atzcapotzalco, y el estado mayor,
dirigirían las operaciones, despacharían a los mensajeros con las
instrucciones que emanaran de la supervisión de las acciones, y
con las banderas de comunicación, mantendrían el enlace entre
los elementos del grupo. El tecpaneca Zacuatzin Octl, al mando
de las tropas, ordenó al del banderín diera la señal para iniciar el
combate. Comitl adelantó a los melenudos aztecas a paso
tendido.

El matador del tlacochcálcatl Chapollotl Nicciteotzin, les atajaba


el paso, y vociferante incitaba a los arqueros a resistir la cargada.
Los saeteros, con los arcos tensados, con gran espanto veían al
grupo de Comitl acercarse; pero Ixtletl Cahual, haciendo alarde
de sangre fría, se reservaba la orden de disparar. La separación
entre los contendientes se acortaba con dramatismo, la cargada
en desarrollo distorcionaba psicologicamente el campo por el
que circulaban con rapidez los cuerpos cargados de adrenalina, el
temor como descargas electricas se difundian chisporrotentes
impactando con velocidades hiperluminicas los belicosos animos
saturados de emoción; pero Ixtletl Cahual, excelente receptaculo
de la muerte inconmovible, seguía pidiendo a los arqueros que
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

resistieran: ─¡Bravos guerreros de Tlaxcallan, ocelotzinzintin


(jaguares estimados) formidables en la yaoyotl (guerra),
yérgance como el jaguar, porque el día de hoy nuestras armas se
cubrirán de mahuizzotl (gloria) y por eso, el tenyotl (fama)
incitará a los poetas a componer loas en donde por siempre se
nos llamará gloriosos; envidia seremos de las generaciones por
venir, muchos anhelarán, en vano, haber contemplado con sus
propios ojos el día en que matamos al despiadado tenochca
Comitl Acatzin!─ Los nervios de los arqueros estaban por
hacerlos ceder cuando a escasos setenta y cinco metros, el
invencible Ixtletl ordenó se liberaran los veloces picos pulidos de
las avidas aves de madera. La andanada de ásperas flechas, no
tardaron en cobrar sus primeras víctimas; pero los nahuas no se
detuvieron, una nueva andanada de saetas a los cincuenta metros,
y otra a los treinta y cinco; entonces, Ixtletl con voz potente
ordenó emprender la maniobra de atracción. Petlacatl Tlatocan,
con su sección de arqueros, separandose del grupo de Comitl,
ordeno a sus saeteros hincar la rodilla en la fructífera tierra, y
respondieron con furia al insidioso ataque. Las ásperas maderas,
silbando ruidosamente, ensartaron las desprotegidas espaldas de
los que huían. La negra miqui, feliz por la abundante cosecha de
almas, tomó de las manos a numerosos guerreros y
arrebatándoles la frágil vida, se los llevó a las puertas del
Infierno para que pidieran posada.

El de hombros amplios y pies ligeros Comitl Acatzin, en primera


línea, dio alcance a los rezagados, y de un macanazo derribó a
Cempooni. El guerrero cayó de bruces sin soltar el arco. Comitl,
acostumbrado a los actos de barbarie, desenvainó el filoso
pedernal y con saña apuñaló repetidamente en el cuello; la
carótida primitiva y las subclavias dejaron escapar a presión el
líquido contenido rojo. Cempooni, entre pataleos y profundo
suspiros expiró. Ixtletl Cahual, promotor de la desgracia,
vociferando espantosamente, a escasos metros del promontorio,

- 277 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

ordenó dar media vuelta, la fiera columna tlaxcalteca, sin hacer


quedar mal a su capitán, como si se tratara de un solo hombre,
viró con ímpetu incontenible, para luego lanzar sus vidas como
apuesta en el albur que les ofrecía la vida. Decenas de guerreros
de ambos bandos lamentablemente sucumbieron en el violento
choque, las mesnadas tlaxcaltecas, con ese indomeñable carácter
tan famoso en el mundo, haciendo alarde de valentía, se
revolvían como piara de colmilludos jabalís, y formados en
doble línea quebrantaban los cuerpos de sus enemigos. La
batalla, concentrada en torno al matador de Chapollotl
Nicciteotzin cobraba la vida de muchos peones, entonces, una de
sus secciones de apoyo se adelantó para reforzarlo. Ixtletl
Cahual, contento por el desarrollo de las acciones, siempre
dando órdenes, buscaba al caballero de la noche, pues deseaba
guiarlo hacia el desastre. En ese punto se propagó la llama de la
violencia y ardió el campo; los guerreros pujantes se embestían
unos a otros, ¡infelices amantes de la crueldad!. Comitl, con sus
vitales manos que no se cansaban de matar, se arrojó contra
Zinéximotoa, quién para salvar la vida corría como asustadiza
gacela, aunque por más que lo intentó, no logró escapar a su
cruel destino. Comitl, para frenar la veloz carrera de
Zinéximotoa, arrojó la macana a las piernas. Al guerrero se le
trabaron los celerípedes pies, aturdido en sus sentidos a causa de
la terrible caída y deprimido en su espíritu por la inevitable
calamidad que se le avecinaba, no pudo evitar que Comitl,
cayendo sobre él, le hincara el pedernal en la parte interna del
muslo; las femorales al reventar se llevaron la fuerza de las
membrudas extremidades, y después de diez y nueve puñaladas,
murió.

Teteme Ahuetl y Petlacatl Yoch, combatían denodadamente


entre los soldados delanteros, cuando vieron aparecer frente a
ellos a un Ixtetl Cahual, que adueñado del campo, se agitaba
como llama viva; el prepotente tlaxcalteca con tesón destrozaba
falanges enteras de guerreros; amedrentados por el furor con que
- 278 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

se revolvía el guerrero, y menoscabando sus propias fuerzas


Teteme y Petlacatl consideraban que lo conveniente sería dejar
que algún otro lo detuviera, pero cuando pretendían darse a la
fuga, notaron que sus compañeros los habían dejado solos. No
obstante Petlacatl Yoch sujetando el aliento, fue el primero en
embestir al guerrero, pero al ser herido en la mejilla, y temiendo
por su vida, se alejó con prudencia; sin embargo, permaneció
merodeando, pues deseaba alcanzar la infinita gloria de atravesar
con la puntiaguda lanza el cuerpo de su oponente. Teteme
Ahuetl, el que vencía en toda clase de luchas, pasmado por la
agilidad del forzudo Ixtletl, se vio obligado a relevar en el ataque
al médico, pero no tardó en ser superado por la fortaleza del
portentoso héroe quien sentía en el amplio pecho el bullicioso
deseo de pelear, Teteme dejandose llevar por una finta descuido
el costado y recibió un golpe devastador en el cuello, sus ojos se
cubrieron de oscuridad y no se dio cuenta de que se desplomó
con estrépito. Las armas le fueron arrancadas de las manos por
los guardias de Ixtletl; aunque se vieron precisados a soltar la
presa cuando apareció Ceti Miquini, guiando una fila de
valientes tecpanecas, que cual perros de colmillos blancos, se
lanzaron en contra del tlaxcalteca. Ixtletl Cahual, como águila de
curvo pico, totalmente concentrado en matar, luchaba contra Ceti
Miquini cuando ofreció la ocasión que anhelaba Petlacatl Yoch;
éste, al contemplar la desnuda cuitlapantli (espalda) del
tlaxcalteca, sin demora, arrojó el venablo, desafortunadamente la
rectilínea madera atravesó el hueso iliaco de un auxiliar.
Coamete, para salvar la vida de su capitán, había tratado, aunque
sin éxito, de interponer el escudo. El hombre, al ser atravesado
perdió el vigor, y cayó pesadamente de rodillas, al tiempo que
profería hondos gemidos de dolor, y debido al temor que sentia
de perder la vida, se quedó como petrificado. El maldiciente
Petlacatl Yoch, incapaz de entender el acto de salvajismo que
estaba a punto de cometer, se acercó al herido, y apalancando el
pie sobre su hombro, extrajo la negra pica manchada de sangre;

- 279 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

pues aún mantenía la esperanza de atravesar a Ixtletl. El


tlaxcalteca, cegado por el dolor, se desvaneció, no murió, pero
para su desgracia tampoco volvió a caminar. Ixtletl, que había
dejado a Ceti Miquini tendido en el suelo, volviendo el rostro,
contempló el acto vil del azteca y fijandó los homicidas ojos en
el depravado médico se lanzó a su encuentro abriendose paso
entre la enardecida turba tecpaneca, que por mas que batallo no
alcanzo a darle muerte; pero Petlacatl Yoch, no lo esperó y para
salvar la vida, a toda prisa emprendia la confusa huida.

Comitl, con palabras vehementes instigó a los hombres que


combatían junto a él, para que, sin abstenerse de luchar, lo
siguieran a liberar al teohua (sacerdote) Quequecholtzin Tlaqce.
Los greñudos aztecas, guarnecidos con duras protecciones de
cuero, armadura de algodón y fieros penachos de guerra,
envueltos de homicidios, con ánimo violento volaron presurosos
trás el general, la falange como un fuerte viento de impetu
incontenible se infiltró en la depresión que servía de ratonera.
Los arqueros tlaxcaltecas, ingresaron al combate, impulsados por
el deseo de cerrar la trampa, y con animo temictiani (asesino)
soltaron las nefastas saetas, sobre los aztecas, que corrían
envueltos en polvo.

El gigante Taltezco Ocelotzin, al frente de su sección,


habiéndose estrellado contra la escuadra que defendía la
terracería, impulsado por el deseo de acabar con el enemigo; con
ánimo cerril, combatía cuerpo a cuerpo a pesar de las
magulladuras y heridas que había recibido en todo el cuerpo. En
la fértil tierra se sacudían los heridos y mutilados que suplicaban
por una ayuda que jamás llegaría. De los muertos, destripados o
mutilados francamente ni preocuparse, porque su vida había
tocado puerto. Comitl y sus hombres, desplazándose por la
hondonada, llevaban los escudos sobre la cabeza, la fila de
soldados asemejaban un gigantesco ciempiés. La presión que
ejercían los arqueros de tlaxcala en ese punto, había creado
- 280 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

alrededor de ellos una sensación de máximo peligro, y a pesar de


que cada miembro del grupo tenía temple de piedra, una parte
cedió al miedo, y al atrasarse fracturaron la columna abriendo un
hueco que debilitó el avance. Teteme Ahuetl, debido al fuerte
hematoma que Ixtletl le había producido en el cuello, era el
último de la línea; pero al verse detenido a causa del temor que
hacía presa de los que estaban delante de él, ordenó a los que lo
rodearon, un grupo de veinte caballeros águilas, subir la cuesta.
Los maniobreros arqueros de Petlacatl Tlatocan, llegando hasta
la hondonada, concentraron su ataque sobre los saeteros
tlaxcaltecas, operación que redituó en detener a los lanceros que
se preparaban para bajar la hondonada. Teteme Ahuetl, protegido
por la lluvía de flechas haciendo alarde de valor realizó la rápida
escalada, y llegó a la cima con los más negros despropósitos
seguido de los fieros caballeros águila; pero la iniciativa
encontró una tenaz resistencia por parte de los lanceros
tlaxcaltecas, que condujeron a la muerte a quince de ellos. Los
sobrevivientes entre los que se encontraba Teteme Ahuetl, para
salvar la vida, tuvieron que arrojarse cuesta abajo. Los arqueros
de Ixtletl, enardecidos por la contundente victoria, e instigados
por su valor siguiendo con su labor destructiva, no dejaban de
causar bajas entre los arqueros tenochcas. Petlacatl Tlatocan, que
no sabía aceptar la derrota, desafiando el peligro, adelantó
posiciones dispuesto a morir peleando; acción que agudizó el
duelo y la mortandad. El ataque nahua había chocado contra un
grueso muro de sólida determinación tlaxalteca que, no estaba
dispuesta a ceder ante las fuerzas de la isla.

Taltezco Ocelotl, el jorobado Águila Omometl y sus tetepianin,


mezclados en soez contienda a costa de muchas vidas, lograron
romper el orden de los cuadros que custodiaban el camino,
creando la confusión necesaria para que los tlaxcaltecas se
desbandaran. Comitl, peleando cuerpo a cuerpo contra los
lanceros que habían abatido a los águilas de Teteme Ahuetl logró

- 281 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

llegar hasta la base del promontorio donde los jóvenes de


Quequecholtzin, por orden del enardecido Motloc Ayactzin
empuñaron las vibratiles lanzas y armandose de valor decidieron
para apoyar al generalísimo.

Comitl muy irritado meditaba que la fiera resistencia los exponía


a quedar atrapados debido a que los refuerzos de tlaxcala no
tardaría en llegar, entonces advirtió que Ilnamicoltia, caudillo
igual en fiereza a Tezcatlipoca, el negro, y aliado de Tlaxcala,
inflamado de ardor destruía las hileras de fieros ocelotes. Los
tenochcas, como timidos cervatos, se alejaban asustados sin
atreverse a plantarle el rostro. Gran pesar sintió el alma valerosa
del cruel Comitl cuando Ilnamilcoltia destrozo el craneo de
Motloc Ayactzin, Comitl cual imprevista calamidad se volvió a
su encuentro. El guerrero de origen Huejotzinga, Ilnamicoltia,
sin ser herido de cerca ni de lejos jactancioso caminaba
blandiendo un hacha de piedra pulida, de doble filo, y no había
escudo ni guerrero que resistiera el impacto de la potente arma,
muchos habían muerto a sus pies. Comitl, esquivando la veloz
carrera del hacha, descargó a “matlacpa” sobre la hombrera de
rígido cuero. El vigoroso Ilnamicoltia, vacilante dio tres pasos
hacía atrás pero regresando en sus sentidos, descargó la oscilante
hacha sobre el liso escudo de piel que salto hecho añicos.
Comitl, con el antebrazo izquierdo lastimado, se replegó,
entonces, desenvainó el pedernal y con el puñal por delante, se
abalanzó sobre su adversario. La filosa obsidiana, en su carrera
encontro el voluminoso biceps, la puñalada obligó al guerrero ha
soltar el arma; pero Ilnamicoltia frenó el ataque de Comitl con
una manotada sobre la quijada, y aprovechando el desconcierto
del tlacatecatl, lo afianzó fuertemente del ixcahualpilli (armadura
de algodón) y con la facilidad con que se levanta a un niño, así
mismito lo alzó en vilo. Comitl, afianzando el pedernal, apuñaló
la sien; la punta de obsidiana, al chocar contra el cráneo, saltó
hecha añicos. Ilnamicoltia, como fulminado por un relámpago,
se derrumbó sacudido por los estertores de la muerte; la quijada,
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

cerrándose sobre la lengua, la trepanó, al punto de casi


cercenarla; con los ojos totalmente en blanco y asotándose como
lo hace un pez cuando es sacado del agua, de la misma forma
terminó sus días Ilnamicoltia. Comitl, sin hacer caso del cadáver,
se lanzó de nueva cuenta al combate.

XI. CUAPPONTONTLI
El opúsculo del crimen llamado Cuappontontli, un verdadero
gigante entre los hombres, blandía con destreza la macana. El
pujante tlatocapol (señoron) rompía, con el arma y la sola fuerza
de sus brazos, las cerradas filas de valientes guerreros aztecas.
Había producido muchas defunciones y en cada ocasión se
acercaba con jactancia al muerto para gritarle en el desbaratado
rostro que él era el más fuerte. Teteme Ahuetl, ofendido por
estos ultrajantes hechos, se mordió con desesperación el labio
inferior, y entornando amenazadora vista, corrió a detenerlo. Los
hombres, al quedar frente a frente, altercaron con injuriosas
palabras, insultos que se escuchaban más ofensivos en la boca de
Teteme Ahuetl debido al estruendo que producía ese vozarrón,
tan característico suyo. Cuappontontli, sin tolerar más insultos,
enojado le respondió: ─Osado Teteme Ahuetl, loco e insensato
¡temerario!, piensa mejor el contenido de tus insultos y retírate
ahora que puedes, no sea que sucumbas en mis manos y también
recibas el trato que, me reprochas, he dado a tus compañeros
muertos─. Teteme Ahuetl con sombria expresión le dijo:
─Príncipe Cuappontontli, soberbio, ultrajador, manchado de
homicidios, no creas que me inspiras el mínimo temor, y sólo
añadiré que niman aocmo ceppa ihu nicchihuaz (de ninguna
manera volverás a hacer cosa semejante) y al terminar el día te
estarán llorando tus deudos─. El Cuapponeo se impulsó para
golpearlo. Teteme, con horror veía aquellos colosales brazos el
doble de gruesos que los suyos, pero al esquivar los golpes, se
dio cuenta que era lento en su ataque por eso midió mentalmente

- 283 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

el tiempo que se tardaba en alzar el arma. Cuando Cuappontontli


levantaba de nueva cuenta el demoledor mazo, se proyectó sobre
él; los guerreros rodaron por el piso. Cuappotontli, con la mano
derecha, hacía intentos por agarrar los testículos de Teteme; pero
éste, al intuir lo que pretendía, echaba las nalgas hacia atrás.
Teteme, sintiendo que el poderío de su rival no tardaría en
sobrepasarlo, buscó con la mano derecha las cuencas de los ojos
y apretó con fuerza. Cuappontontli, con la robusta mano, oprimía
el escroto de Teteme, pensando que lo tenía cogido de los
testículos; pero cuando se sintió lastimado del ojo izquierdo, se
dio por vencido y se tendió en el suelo. Teteme, sintiéndose
dueño de la situación, le dijo que no lo podía tomar como
prisionero. Cuappontontli, que ya no quería saber nada de
contiendas, le suplicó que le permitiera huir, añadiendo que ya
había tenido suficiente y deseaba irse. Teteme le contestó que
sería en otra ocasión, y acercándose con el pedernal en la mano,
se lanzó nuevamente sobre Cuappontontli, quién,
inexplicablemente, no hizo nada por defenderse y recibió de
lleno el cuchillo; la filosa hoja de pedernal penetró
profundamente en el estómago, llegando la punta hasta el plexo
solar; el guerrero, que se decía el hombre más fuerte, cayó
muerto. Teteme recogiendó sus armas ya corría de vuelta a la
contienda, cuando recibió el impactó de una veloz piedra en la
sien derecha, manó la sangre. Teteme noqueado luchaba en el
inconsciente para no caer. Ceti Miquini, apareciendo
subrepticiamente, con violencia detuvo el ataque que dirigía
Moquendoh contra el inerme Teteme. Moquendoh se derrumbó
con el cráneo destrozado, boqueo un tiempo en agonía, y despues
de emitir un profundó chillido, murio. Ceti Miquini sacudiendó a
Teteme del hombro, le dijo: ─Ya no juegues Teteme, hazme
caso, limpiate el chorrito de sangre, en verdad que no es nada,
dijo mientras hacia un mueca de ¡hay que golpazó!, y concluyó
su apoyo diciendo, anda, reanimate, y ayudanos a desalojar esta
gente de aquí─.

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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

XII. IXTLETL CAHUAL IHUIC (CONTRA)


COMITL ACATZIN
Ante los ojos de un Ixtletl Cahual, que se revolvía como jabalí
de filosos colmillos, se desarticulaban las líneas de esforzados
tlaxcaltecas, los hombres con el terror panico prendido en sus
almas emprendian la desastroza huída, pero él sin darse por
vencido, rodeado por sus escoltas principes tlaxcaltecas y nobles,
permanecia en el campo ocasionando cantidad de males, el grupo
de divinales capitanes se debatía con un coraje, igual en
intensidad al ardor que sentían como llama viva en el fondo de
sus esforzados corazones, el destructor de ejercitos, Ixtletl
Cahual confiando en la fortaleza de sus pesadas manos y aún con
la esperanza de vencer a cada paso que daba buscaba al siniestro
caballero de la noche, Comitl Acatzin, que tanto llanto había
acarreado a las enlutadas madres tlaxcaltecas, Ixtletl lo buscaba a
gritos pues deseaba cercenar la impúdica cabeza de cerdo del
general. Entonces se dio el inevitable encontronazo, los caudillos
cual jaguares que luchan por la posesión de un territorio, se
lanzaron, uno en pos del otro, y la lucha se desató con frenetico
encono alrededor de ellos; la escena se desarrollaba entre
ardorosos gritos de odio y tristes lamentos. Imágenes terribles
que tocaban las fibras emocionales de hasta los mas valientes,
daba tristeza ver el derroche con que se perdían las almas
esforzadas de tantos portentosos varones. La contienda alcanzó
su punto álgido cuando los soldados destrabandose dejaron de
luchar, para dar seguimiento a la pelea de sus respectivos
generales, esperaban que la muerte de alguno de ellos decidiera
el resultado del combate. Comitl mostrando el odio que sentía
por su rival atacaba a un incontenible Ixtletl Cahual, ágil y audaz
que jamás hubiera consentido en capitular al dominio azteca,
pero el general a comparación del tlaxcalteca lucia lento y
descoordinado entonces como mal augurio se le rompio el arma
entre las manos. El tlaxcalteca burlandose socarronamente
arremetio de lleno, los escudos se deformaron al impacto, Ixtletl

- 285 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

mejor balanceado descargó la macana de puntiagudos clavos


sobre el hombro izquierdo de Comitl; el general aturdido por el
impacto al sentir que las rodillas se le doblaban para escapar del
agresor rodo por el suelo. Águila Omometl y Teteme Ahuetl,
saltaron de inmediato a cubrir con sus escudo el indefenso
cuerpo de Comitl; Ceti Miquini, bajo el disfraz de coyote
procedio a secundarlos y mostrando a Ixtletl los afilados
colmillos del puntiagudo hocico lo invito a retirarse; los
tlaxcaltecas, gozosos, por el resultado del encuentro reanudaron
la contienda; Pero Comitl saliendo del cerco protector, salto de
nueva cuenta sobre Ixtletl, que a voces lo injuria y esperaba que
se acercara para darle muerte; Taltezco Ocelotl a gritos
conminaba a los guerreros para que bajando las armas dejaran de
luchar, estos al ver que los generales de nuevo se acometían
obedecieron, bajaron las armas y separandose, formaron lineas
equidistantes de los contendientes; Ixtletl Cahual, con el torso
desnudo, mostraba su Cuapponea musculatura para inducir el
temor en su oponente; pero Comitl, sin dejarse intimidar por el
tremendo fisico de Ixtletl, se lanzó a la pelea y descargando la
macana rompio el sólido escudo del tlaxcalteca; Ixtletl,
reaccionando con rapidez, arrojó el destrozado escudo al rostro
de Comitl; quien al escudarse desprotegio el costado derecho,
movimiento que aprovecho Ixtletl para golpearlo a la altura del
riñón, las piernas de Comitl no pudieron sostener su peso y se
derrumbo de nuevo; el tlaxcalteca, sin amainar su furia, se
abalanzó contra él; Comitl que con celeridad se había
reincorporado aplicó el nervudo brazo sobre el cuello de Ixtletl,
con lo que detuvo el ataque; Ixtletl intentaba ponerse de pie,
cuando recibió de lleno un golpe en la mandíbula; los huesos
crujieron como cáscara de cacahuate; Ixtletl se desplomó y ya no
se levanto. Los bloques de soldados rompiendo la tregua se
impactaron con virulencia descomunal, guerreros con el triperio
de fuera, huesos expuestos, craneos destrozados fue el saldo
inmediato del encontronazo pero los tlaxcaltecas, francamente
afectados por la caída de Ixtletl Cahual, no tardaron en
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

retroceder, y en un alarmante estado de inseguridad, comenzaron


a desbandarse. Zacuatzin Octl, a través de los caracoles, anunció
que se acercaban los refuerzos del enemigo, la noticia retuvo a
los jaguares que ya corrian detrás de los fugitivos; un mensajero
llegó junto a Comitl para informarle que un grupo de mil
quinientos guerreros con las banderas desplegadas se acercaban a
reforzar a los tlaxcaltecas; a lo lejos, sonaban los caracoles y
atabales de tlaxcala llamando al debacle, era un grupo de
soldados de Huejotzingo a cuyo mando venía el debastador
Acaco Poctli.

XIII. EL FINAL
Águila Omometl, con un destacamente de cincuenta tenochcas,
fue enviado por el grupo de Otlica; El jorobado Omometl
desplazandose a paso largo, deseaba que no fuera demasiado
tarde para el viejo. Comitl, reuniéndose con Zacuatzin Octl, el
estado mayor y sus capitanes, consideraba la posibilidad de
retirarse; pero ante la imposibilidad de transportar a los heridos
tuvieron que descartar la idea; Entonces de común acuerdo,
decidieron despachar mensajeros en todas direcciones, esperaban
que alguien en algún lugar estuviera en capacidad de entrar en
Tlaxcallan para auxiliarlos. Sin alternativas reales que pudieran
sacarlos del problema, Comitl ordenó a sus comandantes
posicionaran a los hombres sobre el cerrito. Al grupo que corría
a su encuentro, se le habían sumado las fuerzas de Ixtletl Cahual.
El Huegotzinga Acaco Poctli tomando la dirección de los
asaltantes envio un conferencista a parlamentar, solicitaba
permiso para retirar a los muertos además exigia se les
devolvieran los heridos. Taltezco Ocelotl, ofreciendose a
parlamentar con el emisario, accedió a la petición, aclarándole
que no deberían sustraer despojo material alguno, porque al igual
que los heridos, eran posesión del emperador de México
Tenochtitlan.

- 287 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

La tarde declinaba cuando el tecpaneca Zacuatzin Octl, actuando


bajo las instrucciones de Comitl, estableció los puntos
defensivos. Los tlaxcaltecas y huejotzingas que tenían la
oportunidad de vengar años y años de represiones y homicidios,
producto de las infaustas guerras floridas acordaron no
abandonar el campo hasta liquidar al último de los invasores
provenientes de la isla maldita y, sin más preámbulos, se
volvieron hostiles sobre los atrincherados aztecas. Dos grupos de
más de ochocientos guerreros apostaron a que podrían vencer a
Comitl antes de caer la noche y valientes se lanzaron a la pelea.
La abundante lluvia de flechas cayó mortal sobre la elevación;
las tropas aliadas de Huejotzingo y Tlaxcala, cual marejada
crecida, se abatieron sobre las defensas nahuas; el inmenso
griterío que se levantó hasta el cielo causo inimaginable desazón
entre los defensores que no pudieron impedir la penetración.
Grandes rocas, desprendidas desde lo alto del terreno, rodaban
cuesta abajo pero no bastaron para detener el avace de
Huejotzingo. Comitl apostado en la cima hacía descender
piquetes de guerreros a las posiciones más comprometidas.
Zacuatzin, observando la audacia del enemigo, le dijo a Comitl
que a ese paso, no resistirían.

Quequecholtzin Tlaqce, postrado a causa de sus lesiones, viendo


lo comprometido de la situación, dijo a Comitl: ─No te
preocupes por nosotros Comitl, si tienes que huir, huye llevate a
Ceti Miquini y a cuantos hombres puedas antes de que sea tarde;
anda no seas orgulloso y obedece, esta bien que confies en las
cualidades de los hombres pero el enemigo parecen un enjambre
de avispas; vete de inmediato yo te libero de cualquier
compromiso que sientas por nuestras vidas─.

Comitl que en la guerra se volvía otro hombre, le pidio a


Quequecholtzin que se aplicara al rezo mientras el se preocupaba
por sacarlos del atolladero; Quequecholtzin al contemplar a este

- 288 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

hombre genial, guardo silencio y como le ordeno inició con las


plegarias.

Teoctli entro como pudo al salon Teotleco donde Huitzilopochtli


miraba entretenido la pelea, al etilico dios del pulque se le
cruzaba la mirada, juraba por su sacrosanta jicara que dejaria las
libaciones para momentos mas oportunos. Teoctli apenas podía
hablar: -Huiiizitooo, hip, porrrrrr favor, por favor ayuuuda a
Queeee, a Queeeee, oooh, al sacerrrdote, anda si.

Huitzilopochtli respondio: -Dejemoslos hacer por esta ocasion y


miremos hasta donde es capaz de llegar Mictlantecutli, anda ven
no seas pesimista, disfrutemos de la contienda y aprende de mi.-

Las deidades animosas poco a poco llegaban a ocupar sus


puestos y observaban con interes el desarrollo de la batalla.

¡Con fuerza! gritaban los nahuas, esforzandose por detener el


avance del enemigo que insistía en romper una por una sus
líneas.

La muerte, complacida por la matanza, empeñada en llevarse al


mayor número posible de almas aplaudía el empeño que
imprimían ambos bandos por cumplir su cruel capricho.
Mictlantecutli desde el palacio de Izteecayan decía contento:
─¡Vamos guerreros de Huejotzingo! No se arruguen, y échenle
al costal─.

La lucha cuerpo a cuerpo paulatinamente se extendía sobre todo


el montículo Comitl, sabiendo que la situación ya era
insostenible, distribuyó a su guardia personal para recibir la
última cargada, entonces dijo a los guerreros:

- 289 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

─Señores, ustedes que sostienen al imperio con el poder de sus


brazos, el día de hoy los huejotzincas intentan levantarse con la
victoria; pero no les daremos el gusto de decir que nos pillaron
con miedo así que mientras aun mantenemos el vital alito de vida
lucharemos con pundonor, cerraremos el circulo de nuestras
vidas enseñandoles porque aún en la derrota nos seguimos
llamando: “Los dueños del cemanahuatl (mundo)”.

Los hombres gritaron emocionados; pero sus gritos se apagaron


cuando llegaron hasta ellos los aullidos de lobo que emitían los
engreídos enemigos, había llegado la hora final; el odio proveía a
tlaxcaltecas y huejotzingas de alas, y la venganza de
determinación. Además a los atacantes se había unido una fuerza
de doscientos tlaxcaltecas que acababan de llegar de refresco;
como un grupo de avispas cuando asaltan el panal de abejas y
estas atacan con un aguijon diseñado para penetrar en repetidas
ocasiones, de igual forma atacaban tlaxcaltecas y huejotzingas;
las defensas nahuas penetradas en todos los puntos mostraban
escenas de gallardía y muerte, donde las vidas tenochcas se
apagaban cual consumidas velas. Otlica agobiado por las
mesnadas huejotzincas negandose a morir no dejaba de golpear
con su macana, a la que llamaba “bubosillo”. Taltezco, con su
hacha, se había especializado en decapitar a sus contendientes de
un sólo golpe; los cuerpos sin cabeza caminaban lanzando
chorros de sangre como guajolotes descabezados. Águila
Omometl lanzaba piedras con su honda, los inclementes
guijarros aplastaban rostros, rompian huesos, y escudos los
contrarios molidos por las zumbadoras piedras no sabían, bien a
bien, en que momento habían pasado a mejor vida.

Los aztecas heridos arrastrados fuera del campo comenzaron a


ser torturados; los lastimeros lamentos llenaban el ambiente de
un palpable sabor a destrucción. Los aztecas, parapetados en la
cima del montículo, que no podían hacer nada para rescatar a los
infortunados prisioneros impotentes, escuchaban el sádico
- 290 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

comportamiento del enemigo, verdugos fuera de la ley que


gozaban realizando con impunidad sus tortuosidades: azotes,
mutilación de miembros, desollamientos y muchas nuevas
formas criminales de agredir a los prisioneros se les ocurrían a
cada momento; brazos y piernas cercenadas, lenguas arrancadas,
ojos quemados. Era tremendo para los aztecas tratar de salvar la
propia vida y escuchar las suplicas entremezcladas con la risa
burlona de los verdugos; Comitl les pedía a los hombres que
aguantaran. El salvajismo se incrementaba en el campo, algunos
de los compañeros, a la vista de los nahuas eran empalados;
aunque el baño de sangre lejos de apaciguar el coraje que ardía
en el animo del enemigo parecía enardecerlos más; entonces,
Zacuatzin se acercó emocionado a Comitl y le dijo:

─¡Señor, mis hombres como lo ordeno han perecido en manos


del enemigo y ya es imposible que se hechen para atrás, así que
permítame, bajar con mi guardia para honrar con nuestra muerte
su memoria!.

Comitl le repondió: ─¡No permita Dios que sobrevivamos a tan


gran sacrificio. ¡Zacuatzin reúne a los sobrevivientes y bajemos a
morir todos juntos al valle!.

Comitl dirigiendose a los naguales les pidio que se ocultaran.

Ceti Miquini por primera vez dejó de cuidar de Comitl, y


apostandose junto al supremo sacerdote Quequecholtzin Tlaqce
dirigio todas sus atenciones para resguardarlo.

La suprema habilidad de Azcapotzalco, famosa en todo el


mundo, se hizo presente de nuevo en Zacuatzin Octl, quien
después de batallar un rato, logró reunir a los defensores de la
cima, Comitl para no prolongar la agonía, ordeno formar una
cuña; pero no descendieron ni diez metros cuando los rodeo el

- 291 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

numeroso enemigo. Los tlaxcaltecas y huejotzingas gritaban


felices ante su gran victoria cuando...
XIV. MACCE OCOTL, ÁGUILAS Y TIGRES
TECPANECAS
El estruendoso alarido belico de las caracolas corto sonoro por el
fertil llano, las vibrantes notas se propagaban anunciando al
querellante que se aproximaban tropas tenochcas de refresco; los
tetepianin, seiscientos tecpanecas comandados por el benigno
protector de aztecas Macce Ocotl, cargados de adrenalina, se
desplazaban respirando cólera; los operarios de la muerte cual
manada de fieros lobos llevaban en el agresivo ánimo la
concluyente consigna de arrasar con el enemigo.

El querido alumno de Tezcatipoca el negro Macce Ocotl, unos


días antes y a través de un mensajero que envió su abuela
Xochitl, fue enterado sobre el inminente peligro en que se
encontraba el viejo Otlica, su venerado padre, el prudente Macce
sabiendo que a las precogniciones de la abuela había que
tomarlas en serío despues de un momento de reflexión decidio
prestar oidos al acusiante mensaje que lo empujaba a salir cuanto
antes.
Debido a eso el benigno protector de aztecas en dos días había
realizado una marcha fulminante de cien kilometros, aunque de
los tres mil hombres con que salió de Huehuetan solo una
pequeña fracción había conseguido aguantarle el paso, Macce
Ocotl vistiendo el lobuno uniforme militar de Azcapotzalco, con
negruzco penacho de plumas de halcón ardía en desesperación,
había llorado durante la marcha, temiendo llegar con retraso a la
cita, aunque la abuela le había asegurado que si salia de
inmediato llegaría con tiempo de sobra.

Los rescatadores, en bloque, avanzaban por el campo de batalla


como un suspiro. Fue entonces que Macce Ocotl pudo percatarse
de las tortuosidades que se habían perpetrado en contra de sus
compañeros, lágrimas de rabia rodaron por sus mejillas,
- 292 -
TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

conmovido en lo más hondo de su corazón, alzó la vista al cielo


y clamó al altísimo le concediera las fuerzas suficientes para
vengar la afrenta. ¡Ocelotes tomen el frente, Águilas atrás!
Rugio. A su voz, los bloques de águilas y tigres se desplegaron
formando una doble línea. Adelante, el enemigo se esmeraba en
destruir a sus compañeros.

El estruendoso alarido bélico que escapo de la garganta de los


seiscientos batalladores tecpanecas ¡México en guerra!, estalló
ensordecedoramente, resonando con tal potencia que las
nacientes estrellas se estremecieron.

El tonante Huitzilopóchtli, el que se complace con las batallas,


desde su morada de Iicxitlan, comentó risueño: “Ésos son mis
muchachos”, Teoctli a medios chiles y sin dejar de libar dijo:
“Esta jícara, hip de pul, hip, pulqueee va por tus
mmmuchachooos Huizitooo”.

Las escalonadas lineas de águilas y tigres, sin detener la carrera,


se estrellaron contra el enemigo. El encontronazo se convirtio en
una orgía de sangre que tiñó el campo de rojo. Macce Ocotl
salpicado de sangre, se abrió paso directamente hacia el núcleo
de la batalla, pues el que conociera a Otlica sabría que ahí es
donde se encontraría, sus bravisimos escoltas como siempre
trataban de seguirle el voraginoso paso; las tapas de los sesos a
su paso volaban como las hojas que caen en otoño, los cuerpos
desfigurados salpicaban los uniformes con materia gris y
cuajerones sangre; la nutrida carnicería dejó en suspenso a la
victoria, que no decidía hacia que lado inclinar la balanza.

Alrededor de Macce Ocotl, se agitaban sus no menos de quince


escoltas que como siempre se debatían procurando el bienestar
de su comandante.

- 293 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

Comitl Acatzin, viendose libre del asedio, se arrojó con


renovado ímpetu a la pelea; Ceti Miquini apareciendo a su lado
le dijo que nuevamente podía cuidar de él, Comitl le dio unas
palmaditas. Zacuatzin reagrupó a los sobrevivientes y les ordenó
formar un sólo frente; al grupo de comandantes se sumó la
peonada; avanzaron en perpendicular al monticulo, para segar la
resistencia que procuraba el enemigo entre las peñas. El desalojo
se efectuo sin tardanza; Comitl, empapado de sangre, destazaba
un cuerpo cuando Águila Omometl llegó hasta él y le cubrió los
hombros con una manta púrpura; Comitl, tomado por sorpresa,
se incorporó con una expresión de locura pintada en el rostro;
reaccionando, recibió el bastón de mando que le entregaba su
querido hijo Águila Omometl; era la señal de que, en esos
momentos, representaba al emperador Moctezuma Ilhuicamina;
el general escoltado por Teteme Ahuetl y la guardía, muy a su
pesar, fue sustraido de la pelea.

Petlacatl Tlatocan con sus escasos saeteros barría la última


resistencia del campo; La desbandada inició a la par que la caída
de la noche. Taltezco Ocelotzin con un grupo de diecisiete
lanceros, se internó en el camino a Tlaxcala, en persecución de
los que huían.

Macce Ocotl, enardecido por la zozobra de encontrar a su padre


muerto, exigía a sus bravos: ¡Que ninguno escape con vida!,
decía esto porque pensaba que cualquiera de ellos podría ser el
verdugo de Otlica. Conforme se calmaban las hostilidades, los
hombres de Macce llegaban hasta él para recibir instrucciones; a
las claras se veía el respeto que los tecpanecas le profesaban.
Macce, llegando junto a Comitl, indagó por el paradero de su
padre; Comitl, intuyendo la causa de su temor, le respondió que
no se preocupara porque Ceti Miquini y Quequecholtzin Tlaqce
lo resguardaban; Macce, con el rostro descompuesto, poniéndole
una mano en el hombro le dio las gracias por cuidar de Otlica;
pero lo cierto era que Quequecholtzin Tlaqce estaba postrado en
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

la cima del cerrito y Ceti Miquini, desatendido de toda


obligación, buscaba enemigos ocultos por los alrededores,
convertido en lobo.

A la mañana siguiente, se contaron sesenta y dos prisioneros; los


desgraciados servirían de ofrenda para las ceremonias al sol; ahí
pagarían por el daño que habían causado.

Macce Ocotl encontró a Otlica, el viejo se hallaba sentado bajo


un encino, el anciano marchito lucía cansado y triste; al guerrero
se le anegaron los ojos; esforzándose por refrenar la emoción,
llegó hasta anciano y le dijo: ─Cuéntame algo gracioso, sí─.

El viejo se abrazó a su hijo y le dijo: ─Has llegado justo a


tiempo; pero dime, ¿Cómo supiste donde encontrarme?.

Macce respondió: ─Es cosa de la abuela, mandó un mensajero a


Huehuatan, para enterarme que regresabas de tu misión, por voz
del mensajero supe que se encontraba bastante preocupada, decia
que si no me apuraba recibiríamos malas noticias; Conociendo a
la abuela decidí obedecerla; entonces, me dirigí a Cholula; pero
tenían dos días de haber partido, así que salí en tú búsqueda, a
medio camino de tlaxcala un mensajero nos alcanzó para
informarnos que estaban en serias dificultades, que corriera en su
auxilio, porque no aguantarían en su precaria posición─.

Las rezagadas tropas de Macce Ocotl llegaron para asegurar la


zona, el cordon de seguridad permitio que se atendiera a los
heridos Petlacatl Yoch, Cuappia Cualli y varios medicos
tecpanecas procedieron a las curaciones, un contingentes de dos
mil hombres enviado por Ahuizotl llegaron por la mañana, traían
viveres y provisiones el general se disculpaba por mandar la
ayuda demasiado tarde, aunque los invitaba a reponerse de las
heridas en Cholula donde dijo tendría la oportunidad de ponerse

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EL REGRESO DEL POCHTECATL .

a mano. En Cholula Otlica, se despidio de Comitl y las


excelentes tropas, pues tenía planeado emprender el retorno a
casa acompañado de su hijo Macce Ocotl.

Me gustaría añadir que el regreso del pochtecatl no se vio


empañada con ningún otra salida; pero bueno la verdad es que
solo una vez más lo hizo; y eso fue cuando la vieja Ixchel, la
pumme maya acordó una cita con él, el motivo de la entrevista
era para suplicarle brindara su ayuda a Comitl, quien al parecer
se encontraba detenido en las salas de Izteecayan, el palacio de
Mictlántecutli.

XV. EL PALACIO DE LAS GOLONDRINAS


A su regreso a Cholula, el maltrecho Comitl fue informado que
el tlacatecatl Apanecatl Opochtzin despues de un esfuerzo
supremo había logrado alzarse con la victoria, así que la calma
regresaba a la región.

En el palacio de las golondrinas, que Ahuizotl cediera a Comitl


Acatzin Ceti Miquini, Quequecholtzin Tlaqce y treinta dos
guerreros más se reponían de las heridas, los naguales pasaban
los días disfrutando de largos paseos matutinos y ocupando las
tardes en la composición de un documento que intitularon: “El
escrito de Iztapalapa”; el nombre del escrito se debía a que en
ese poblado tenían el Amoxcalli.

El palacio de las golondrinas, era un conjunto arquitectonico en


desniveles cuyas planchas de dos aguas dejaban escurrir,
perfectamente, el agua en tiempo de lluvias; frente al edificio se
extendía una explanada que hacía de mirador, la explanada era el
lugar preferido de los naguales; el canto de las aves y el suave
ulular que producía el aire, al pasar entre las ramas de los
milenarios árboles, desdecía las penurias por las que habían
atravesado, durante el accidentado viaje que ya duraba dos años;
los horribles recuerdos de la lucha, momentáneamente, quedaban
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

en el recuerdo; Una tarde en que el grupo de naguales


descansaba tranquilamente observando el juego de sombras que
generaban los rayos del sol al filtrarse entre la enramada, Ceti
Miquini decidió romper el circunloquió con la naturaleza y
preguntó: ¿Iremos al Soconusco como lo tenemos planeado? su
articulada voz sonó grotesca; el tlacatecatl soltando una voluta
de humo respondió que no, que primero tenían que ir a
Tenochtitlan para rendirle cuentas al rey Moctezuma
Ilhuicamina.

Ceti Miquini atacó la pipa con ansiedad y volvio a guardar


silencio, Quequecholtzin Tlaqce lo miraba, como apurandolo a
hacer la pregunta, Ceti Miquini dejando escapar una buena
bocanada de humo, preguntó: ¿Qué piensas hacer con los objetos
que has sustraídos de la tumba de Quetzalcóatl?. Comitl viendolo
fijamente respondió: ─¿Qué más podemos hacer? Hay que bajar
al Mictlán a rescatar a Kukulkan (Quetzalcóatl).

Quequecholtzin Tlaqce, el supremo sacerdote nagual de la orden


de Coatlicue, preguntó: ¿Yo también puedo ir?...

FIN

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EL REGRESO DEL POCHTECATL .

XVI. LAPSUS CALAMI


IV. EL CALENDARIO MAYA

CUENTA DE LOS KATUNES

1 kin = 1 día
20 kines = 1 uinal, o 20 días.
18 uinales = 1 tun, o 360 días.
20 tunes = 1 katún, o 7,200 días.
20 katunes = 1 baktún, o 144,000 días.
20 baktunes = 1 pictún, o 2.880,000 días.
20 pictunes = 1calabtún, o 57.600,000 días.
20 calabtunes = 1 kinchiltún, o 1,152,000,000 días.
20 kinchiltunes = 1 alautún, o 23,040,000,000 días.

La numeración maya está basada en un sistema de numeración


vigesimal que usa tres dígitos: cero, uno y cinco; junto con un
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

principio de posición en base veinte que asigna a cada lugar del


espacio un nombre relacionado con una potencia en base veinte.
El principio de tres dígitos utiliza tres símbolos diferentes como
dígitos: el cero que se asemeja a una concha de mar, el uno que
se representa por un punto y el cinco que se representa con una
línea horizontal. Con estos tres dígitos y el principio vigesimal
de posición vertical o ascendente como si fuera una escalera, se
puede escribir cualquier número. Por ejemplo: un punto en el
primer peldaño representa al uno, porque uno por veinte a la cero
es igual a uno; mientras que un punto en el segundo peldaño,
hacia arriba, representa al dieciocho, debido a que, por razones
religiosas y de ajuste con lecturas celestes, este peldaño se
encuentra alterado; es decir, uno por dieciocho es igual a
dieciocho; un punto en el tercer peldaño representa al
cuatrocientos, porque uno por veinte a la dos es igual a uno por
cuatrocientos que es igual a cuatrocientos, y así sucesivamente.
Cada peldaño se multiplica por una potencia en base veinte en
forma ascendente, con excepción del segundo peldaño que debe
multiplicarse por dieciocho; por otra parte, en todas las estelas
mayas, las caritas representan días o meses del calendario maya,
mientras que los símbolos numéricos, citados arriba, registran las
fechas numéricas en que se presentaron esos días o meses. El
calendario lunar consta de doscientos sesenta días, llamado
tzolkín o año sagrado; también hay un calendario maya de
trescientos sesenta y cinco días, llamado haab. Los dos
calendarios fueron usados, cotidianamente, por este pueblo
extraordinario.

1 Katun = 20 años, 13 Katunes = 260 años, 3 Katun-


ocho = 780 años
El calendario maya tiene 13 Katunes. Para que se repita un
Katun-ocho, deben transcurrir 260 años.

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EL REGRESO DEL POCHTECATL .

y por eso, sin tregua, descargaban con ahínco sus esfuerzos sobre
los lomos acuáticos, añorando el día en que su vista se posaría de
nuevo sobre la sagrada isla de Tenochtitlan!.
Sobre escenografía tan cruel se desplegó la actividad del
hombre; siempre acosado y perseguido por fuerzas que lo
obligaban a actuar como no quería, calamidades que lo
expulsaban a vagar por tierras y mares donde las seducciones,
desplegando sus encantos, lo invitaban a establecerse
prometiéndole una vida diferente. Quimeras fementidas y
perniciosas de la madre tierra, que sujetan la voluntad de los
blandengues, y orillan a que la humanidad inicie por enesima
ocasión el drama de la vida;

la capa azul turquesa de Comitl ondeaba al aire, marcando el


ritmo de los golpes;

Quinomicuillo nican méxico a 12 de diciembre de 2005

Cuando Apanecatl Opochtzin fue sustituido como gobernador de


Xicalanco se vio imposibilitado de marchar en apoyo de Comitl,
porque México ardía en llamas y las circunstancias lo precisaron
a salir con sus tropas a contener las huestes que deseaban
cerrarle a México el camino al mar. Estallidos intermitentes de
violencia, desde siempre, habían obligado a la movilización de
tropas, pero esta vez la carga tributaria era la manzana de la
discordia, que sublevaba los animos de pueblos enteros y estaba
a punto de ocasionar una revuelta general. Momento que
aprovechaban los enemigos de Tenochtitlan para atacar los
emplazamientos civiles y militares de las fronteras. Los
tlacatecah y sus cucuahunochtlis, para impedir el colapso en
ciernes, guiaban a los fieros águilas y ocelotes contra chalcas,
mixtecos, tojobales, zapotecos, tepeatlacas, tlaxcaltecas,
huejotzingas, xochtlanecas, amaxtlanecas, izhuatlanecas,
xolotlanecas, xoconuzcas, cotzacoalco y ayotecas. El tlatoani
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

Moctezuma Ilhuicamina, al considerar la desventaja numérica de


su ejército, les ordenó a los tlacochcacatl (comandantes):

 ...Que ninguno de los hombres o capitanes traiga a la isla


esclavo preso, los prisioneros deben morir a sangre y fuego en
sus tierras( sin que queden chicos ni grandes... todos los que se
rindan no deben ser enviados a México porque estamos muy
lejos de ellos, todos deben morir)...

, censurándolo por las sarcásticas injurias con que ofendía a los


muertos;

Hacia los cuatro rumbos del mundo,


¡Moctezuma revuelve la hoguera!
Da su palabra de mando.
Hay águilas y ocelotes, hay nobleza,
¡Hay aurora de guerra en la ciudad!
Izcatqui in otli tictocaz

los interiores ornamentaciones de madera y engastadura de


piedras finas que armonizaban, a la perfección, con el juego de
sombras que proyectaban los árboles; el trazo abierto de la
estructura permitía que la luz cayera con liberalidad en los
jardines, lo que contribuía a alejar la penumbra de los pasillos.

Debido a esta desventaja númerica al primer enfrentamiento los


enemigos casi liquidaron mis fuerzas.

Temiendo que la descomposición social terminara por diluir el


raquítico apoyo que nos brindaban nuestros aliados, pensé en
adelantarme a las circunstancias y envié espías a indagar la
posición de los traidores; pero como los resultados de la
investigación no fueron nada halagueños, nos tuvimos que
replegar a nuestro campamento a esperar el desarrollo de los

- 301 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

acontecimientos. Y debido(esta palabra se repite mucho) a que el


infortunio no aguarda,

El general, consciente de los riesgos que amenazaban la


empresa, no dejaba el plan de combatiente, por eso activaba, con
su energía vital, la vida dentro del campamento.

flujos de agua que insistían en desviarlos de ruta.

porque la tierra es amante cruel que despliega a la seducción sus


encantadoras formas; ¡pobre infeliz, espera despertar de tu sueño
azotado por las Furias!.

tras remontar los inhóspitos valles oceánicos,

Días de trabajo apapachados por Natura, jornadas apacibles con


un mar en calma, cielo azul y refrescantes corrientes de aire;

Los aztecas, curtidos en la lucha contra el mar, bogaron ajenos a


las intenciones mustias del Ilhuicáatl (Océano Atlántico).

La trampa estaba tendida para los nautas, quienes, en sus


endebles embarcaciones, agotaban sus fuerzas perseverando en
arduas jornadas que pensaban resultaría en el ansiado regreso a
casa.

, una construcción tres pabellones con cimentación de piedra,


conformados perimetralmente en un semicírculo con diámetro de
50 metros le daban nombre a;

Ilusiones que se manifestaban en susurros, cual tiernas melodías


al oído

Las Quimeras adornaban los paisajes con los olores y sabores


propios de la costa, sin contar, para no abundar sobre el tema,
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

con el magnífico clima y los hermosos horizontes, artilugios


utilizados para despertar en la víctima

, quien sin consideración avivaba con sus dichos la iniciativa de


los flojos que comandaba.

trastabillo al impacto y aún con todo pudo descargar el arma. El


escudo de Ixtletl crujio, y siguiendo la primera regla del
combate, se dejó caer para despues golpear en la pantorrilla.

; el nagual cayó pesadamente de lado

al recibir de lleno el impacto

sabiéndose cercado entre paralelas y previendo que el ataque


sería en perpendicular,

atrincherarse. Con la laboriosidad acostumbrada, los aztecas


juntaron la mayor cantidad de piedras y, extendiendo las
temibles hondas

dos de sus hombres no resistieron la presion y rompiendo la


formación se echaron unos pasos hacia atrás, Ixtletl con palabras
mordaces los amenazo para que regresaran a sus puestos y ellos
al verlo tan encorajinado temblando accedieron,

Ixtletl lo mandaba, las tropas de Comitl se acercaban Ixtletl


contenia a sus hombres,

; le cerraba el paso un grupo de arqueros.

andaba de cacería en el campo florido, una espaciosa franja de


tierra consagrada al dios de la guerra, convencionalmente
utilizada por tlaxcaltecas y tenochcas para ejercitarse en las

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EL REGRESO DEL POCHTECATL .

tacticas de guerra, donde alcanzaba honra, quien mas daños


infligiera al enemigo, por esos lares merodeaba el infatigable
cazador de hombres, Ixtletl Cahual, el destructor de ejercitos
aztecas, Infame militar que deseaba tomar cautivos, llevarlos a
tlaxcallan para posteriormente inmolarlos en las ceremonias
sangrientas con las que se renovaría la llama del quinto sol.
Ixtletl

Ixtletl llamando a sus guerreros les encarga le avisen cuando


detecten la posición de Ixtletl Cahual

El grupo de tlaxcaltecas que servía de cebo comprendió,


demasiado tarde, que había sido mala idea atraer de esa forma al
enemigo azteca.

y a pesar de que sus hombres estaban por ceder al empuje azteca,


a él no había quien pudiera dominarlo;

Debido a que los reportes señalaban que lo fuerte de la contienda


se libraba en los alrededores de Tepeaca, hasta ese tramo, no se
habían encontrado fuerzas hostiles.

Sucediéndose una desgracia a otra, los tlaxcaltecas, puestos en


fuga, fueron obligados a replegarse a su centro, los gritos de los
heridos llenaban de angustia los viriles pechos de cuantos los
escuchaban.

esto debido a sus crueles hábitos de comer corazones humanos.

Los mutilados y heridos eran arrastrados fuera del campo; pies y


brazos colgando, huesos fracturados o astillados, pómulos rotos,
ojos desorbitados;

el mal, que nunca descansa, trabajaba con avidez y algunas


almas perversas empezaron con el pillaje, llevando los cuerpos
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TERCERA PARTE LOS MUCHAHOS DE HUITZILOPÓCHTLI

fuera del campo de batalla para despojarlos de sus objetos


personales. Taltezco Ocelotl, al darse cuenta del delito, se
desprendió de sus obligaciones llevando consigo a un grupo de
hombres. El dolor y el coraje lo invadieron cuando descubrió que
eran sus propios compañeros los que estaban robando a los
muertos; sin permitirles disculparse por estos hechos
incalificables, sin juicio previo, Taltezco y sus guardias borraron
esta vergüenza del mundo.

PROLOGO
El regreso del pochtecatl es un libro que cuenta las aventuras del
comerciante azteca Otlica Eilhuitl,

Conforme se acercaba a la línea defendida por los aztecas,


aumentaba el riesgo de recibir una contusión.

Escribi El regreso del Pochteca dentro de mi pobreza espiritual


para mi hijo Macbeth Arcangel mi Macce Ocotl y para mi musa
la adorada Clementina mi Tza Mitz. Con humildad Roberto
Laguna Luna, verdadero estupido, embajador encadenado de
Jehova y mi señor Jesucristo.
Para mi hija Lucero, heroína de “En la tierra podemos
defendernos”.
Para el señor Fermin, Otlica Eilhuitl.
Para mi Chelito, la promotora de mi amor por la lectura.
Querido lector espero lo recibas con amistad y disculpes lo
maltrecho de este hijo que tanto quiero.
El autor.

corren destruyendo poblados piedras de aguas del océano, que


las revuelven en colosas confusión, y estas violentas arrasan con
la incipiente actividad humana que se desarrolla en su superficie,
para despues sin detener su devastadora carrera impiadosas
rebasan las costas inundando con sus ondas bravas las tierras

- 305 -
EL REGRESO DEL POCHTECATL .

bajas desanimando a los agricultores que se arriesgaron a


cultivarlas, y cuando al cabo de los días estas se desecan y solo
destrucción queda como muestra de su rabia,

- 306 -

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