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FE L I Z A Ñ O N U E V O ,

Q U E R I DA S V O C E S
Recu erdo s de Perú
Juan Miguel Batalloso Navas

Realmente estoy cansado y cada vez entiendo menos este impulso contradictorio que
me lleva a recorrer tres caminos al mismo tiempo. Uno es el camino de lo s deseos: comer,
beber, acumular, poseer, mandar, seducir y un montón de pequeñas adicciones que
generalmente me proporcionan una fugaz seguridad y un cierto tedio. Otro es el camino de los
sentimientos con los que me singularizo y me expando: el trino de los gorriones en el
limonero; el olor a tierra mojada en las primeras lluvias; el atardecer desde el Guadalquivir
cuando el sol see esconde tras las tres colinas; el saludo de Marcelo el chatarrero de mi pueblo;
el beso de mi amada o la sonrisa de mis hijas . Y el tercer camino, ese que no sé de donde
viene, ni a donde va pero que me impulsa infatigablemente a caminar, que se confunde con el
agua cristalina y transparente de las cascadas o se extiende en el áureo crepúsculo de
Huanchaco, o que de pronto me sorprende
so rprende en Santo Domingo de la Calzada, o en el ingenuo
Juego de la Oca, pero que sé que está ahí alimentándose y alimentándome con el latir
cotidiano
tidiano del milagro de la vida.

Un nuevo año llega. ¿Nuevo? Pero…¿Para quién? Y entonces las voces que hace
tiempo
po estaban calladas de pronto estallan en mil gritos exigiéndome y reclamándome su
derecho a existir, su derecho a vivir, su derecho a comer y su derecho a soñar.

Las dejo que se tranquilicen asegurándome que no son más que recuerdos de una
mente demasiadoo fantasiosa y centrada en mirarse solamente a sí misma, y por un tiempo
permanecen en silencio.

Al año siguiente vuelven a aparecer en las habitaciones de mi corazón y sin darme


cuenta entran en mi despensa y comienzan a devorarlo todo. Es como si me que dase
completamente vacío y sin capacidad para afrontar el presente y poder ver que las personas
que en este instante están conmigo realmente me quieren y me necesitan.

Una vez más procuro investigar de donde vienen esas voces y como han llegado aquí
con ell fin de contener el ensordecedor ruido que producen en mi alma, pero por más que
intento ocultarlas, vuelven de nuevo a recordarme que están aquí esperando.

Pero esta vez no estoy dispuesto a controlarlas, las voy a dejar que entren por todos
los lugares aun a riesgo de que pongan en peligro mi visión de la realidad y el mundo protegido
y seguro que me he ido haciendo.

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Y en ese acto las lágrimas vienen a mis ojos sin ser llamadas porque ya no solamente
oigo voces, sino que además las veo, las abrazo, río y lloro con ellas, las aplaudo, las admiro y
con un manto invisible las acojo y les permito que hagan todo lo que deseen.

Veo a Juana, la anciana ciega que sentada en el suelo me pide una limosna para poder
cenar y veo también a Rosario, la cambista de Tacna que me asegura que los billetes que me
da son de curso legal, lo cual me certifica mostrándome su carnet.

Me encuentro a Kevin, el niño que saludé en la gasolinera y me limpió el parabrisas por


unas monedas que me agradeció como si fuesen de oro puro y al mismo tiempo abrazo a
Ninfa, la niña que comía pasta en la Comunidad “Sagrada Familia” de niños abandonados de El
Zapallal y se despidió de mí con el beso más dulce que jamás un hombre como yo haya podido
recibir en su vida.

Saludo a Hugo, el vendedor de helados que me aseguró que él no quería limosna y que
su exclusivo deseo era platicar conmigo un rato y que lo escuchara. Después aparece Goyita, la
vendedora de jugos que me ofreció sus vitamínicas frutas y me permitió acceder a sus
preocupaciones y cuando salgo de la “juguería” veo nuevamente a Ricardo, el niño que la
noche anterior, en la puerta del hotel me vendió unos caramelitos con el fin de llevarle a su
abuela el dinero que le había prometido. Por sorpresa y cuando me despedía de él, me coge de
la mano y me dice que lo lleve conmigo para siempre.

También veo a Matilde, la anciana que me mira con recelo porque se da cuenta que la
observo mientras come en el suelo un arroz amarillo que la mujer del kiosco cercano le ha
regalado. Me intenta decir que me vaya de inmediato porque no quiere mirones. Con paso
firme se acerca a mí Mario, un simpático joven que me asegura que quiere hacerse predicador
e intenta convencerme del verdadero camino para la salvación de la humanidad.

Sin descansar, a mi espalda una voz quebrada me anuncia su visita, es Manuela, la


contadora de cuentos que debatiéndose entre lo que le dice su corazón, su razón y su religión,
lo da todo a cambio de nada, derramando el poder de las hadas y el amor de las diosas a los
niños y niñas más necesitados.

En mi breve paseo abrazo a Fernando, un economista de mirada limpia y hablar


pausado que ha perdido su trabajo y huye despacio intentando empezar de nuevo ante la
posibilidad de perder más cosas. Y también me topo con mi admirado Miguel, el constructor
de sueños, que paciente y activamente se esfuerza en dar cama, comida, cariño y educación a
más de quinientos niños de El Zapallal.

A lo lejos descubro a Judith, la empresaria, que con un punto de soberbia no exento de


prepotencia y engreimiento, me explica su buena posición económica e intenta convencerme
de la torpeza y la apatía de la mayor parte de la población. Y es ella la que me presenta a
Antonio, el dueño de una gran empresa editorial, que prefiere pagarte una comida antes que
mirarte a los ojos o reconocer que el factor humano no entra en las hojas de cálculo de su
computadora.

También conozco a Andrea, una valiente y arriesgada mujer, dispuesta a todo por
entregarse a los demás. Y Andrea me invita a descubrir que la vida es muchísimo más que un
programa establecido o que las seguridades cotidianas que a la larga te llenan de aburrimiento

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y hastío. Me habla de sus dolores, de sus hijos, de sus amores y desamores, de sus
sufrimientos, pero también me enseña su esperanza, su fortaleza y su bravura.

Sin estar muy convencido viajo a una extraña ciudad que me muestra la grandiosidad y
hermosura de sus construcciones coloniales y la imperturbable serenidad de su catedral en
cuyas escalinatas encuentro a Clara. Clara fue, es y será la que me regaló su “claridad”, una
“claridad” que me taladra el cuerpo y el alma de parte a parte, que quema mis ojos y que
revienta mi corazón de una infinita indignación. Niña, hija y madre de diecisiete años con un
bebé de veinte meses de un brillo en sus ojos que salta directamente de las estrellas para
penetrar en lo más profundo de mi corazón y para recordarme una vez más hacia dónde
quiero y debo encaminar mis pasos.

Diez minutos después se me acerca Héctor con un cartapacio de pinturas que él mismo
ha creado a base de buscar tiempo para estudiar en la Escuela de Arte después de andar casi
todo el día chambeando para llevar algo de comer a su familia. Pinturas que no me parecen
“pinturas”, sino bellísimas gotas de sangre de un pueblo al que los poderosos y esos ricos que
jamás entrarán en el Reino de los Cielos, han expoliado, golpeado, masacrado, asesinado y
explotado. Y viendo esas pinturas de Héctor me invade un sentimiento de culpabilidad y de
vergüenza porque sin pedirme permiso, me nacieron en este espacio al que llamamos España,
pero también me surge desde lo más hondo de mis entrañas aquello que aprendí en mi
juventud y de ningún modo estoy dispuesto a desaprender: “Ni en dioses, reyes, ni tribunos
está el supremo salvador, nosotros mismos hagamos el esfuerzo redentor”.

En la puerta de otra Iglesia, un tropel de vendedoras con sus hijitos al hombro. Vienen
de los más diferentes lugares a ofrecer a los turistas sus más tiernas mercancías: medallas
milagrosas, escapularios del Señor de los Milagros, velas, muñecas de trapo y un sin fin de
objetos hechos con sus propias manos unos y de diferentes procedencias otros. ¿Cómo no
hablar con ellas? ¿Cómo no conmoverse con sus expresiones? ¿Cómo no llorar después
sabiendo que yo como y bebo todos los días sin necesidad de vender nada? Llorar me alivia, sí,
pero no entiendo lo que me sucede a esta edad en la que ya no puedo dar marcha atrás a mi
vida. ¿Serán pruebas que lo Innombrable me ofrece para dar un giro a mi vida?

Cotilleos, prejuicios, celos y todas esa mediocridad e ignorancia también me han


acompañado porque no solamente forman parte de mí como ser humano, sino también de
algunas de las personas que he conocido. María, Alberto, Jesica, Ricardo…, personajes que se
dicen tus amigos, que realmente creen que son muy de izquierdas y espirituales, cuando lo
que en realidad les sucede es que no se quieren a sí mismos y así no pueden aprender nada.
Les gusta tener criados, buenos carros, varias viviendas y aun diciéndose de izquierdas, hacen
que sus empleados tengan jornadas interminables pagándoles salarios irrisorios, o presumen
de tener amigos y amigas de gran influencia que les permitirán obtener lugares privilegiados.
Es lo que en aquellas tierras llaman, “la izquierda caviar”. ¡Qué pena!

Y aun así, también me reconozco en ellos, también forman parte de mí y de ese lado
oscuro que conforma nuestra existencia y que debemos integrar, aceptando nuestras
limitaciones, pero sobre todo los quiero porque me han enseñado a como no deseo ser y
porque en el fondo también los amo. Nunca entendí aquel mensaje de “Amad a vuestros
enemigos y bendecid a los que os maldicen” y sin embargo en este mismo instante es como si

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una pequeña luz me ayudase a comprender su significado y por esto doy gracias incluso por las
cosas que han hecho consciente o inconscientemente para molestarme.

Pero en aquella habitación en la que ensimismadas me escuchaban un buen número


de profesoras y profesores que entregan su vida a los niños y niñas de Arequipa, todo gracias
al empeño y a la paciencia de Marta, pude escuchar las voces de sus espíritus. Fue como si la
atmósfera de aquella sala se hubiese contagiado de algo que no puede explicarse con palabras
ni experimentarse con los órganos de los sentidos. Pero lo cierto fue que viví una de esas
experiencias límite en las que al entregarte en cuerpo y alma, recibes el ciento por uno.

¿Y cómo no recordar a “San Charbel” y a “Mater Admirabilis”? ¿Cómo no integrar en


mi alma todo lo que aprendí y recibí de aquellas profesoras? ¿Cómo no agradecer su ternura,
atención, interés, motivación y deseos porque les contase con mis palabras lo que con mis
actos todavía no he conseguido emparejar? ¿Cómo no felicitarme por haber tenido la fortuna
de que Manuel, el director del Colegio me localizase por todo el Internet para llevarme a su
Colegio e incluso suspendiese las clases para que les hablase a sus profesoras? ¿Cómo no darle
las gracias con toda mi alma?

Nunca pensé que podría escribir un libro y en realidad no lo he escrito yo, lo ha escrito
una escritora maravillosa que ama incondicionalmente, que siente en su alma una infinita
vocación de escritora y de educadora, y gracias a ella sucedió el milagro. Mi primer libro serio
precisamente en el país en el que creo de todo corazón que únicamente pueden entender mis
palabras, palabras que son de indignación, rebeldía, escándalo, pero también de esfuerzo,
trabajo, lucha, combate, esperanza y sobre todo de ternura. Su voz quebrada, aguda y grave a
la vez, carrasposa por ese siempre presente cigarrillo del que dice disfrutar, va gratuitamente
repartiendo “Gotitas de cariño” a todos los niños y niñas de las zonas más deprimidas de Lima.

Y sigo y sigo sin cesa,r dejando definitivamente entrar a todos. Jacinto, el taxista que
me asegura, que su dolor de la espalda se lo curó el Señor de los Milagros. Maribel, la india
que trabaja todo el día vendiendo dulces que ella misma elabora cada mañana bien temprano.
Jesús y sus dos hermanos, que a las siete de la mañana deambulan por la solitaria calle de un
hotel de Piura intentando que alguien le dé algunas monedas para desayunar y poder llevar
algo a su abuela. Karina, una limeña, que viene de Villa el Salvador para trabajar en tareas
domésticas en Magadalena del Mar. Ana María que es capaz de gastar tres horas diarias en
transporte para ir a regalar su trabajo al Foro Perú Paulo Freire. O a Rubén un curita de 30
años que me ofrece con dulzura y pasión trabajar en Villa El Salvador.

Y así aparece Salomón, el profesor que tras mostrarme un infinito agradecimiento por
lo que cree que he hecho por él, me cuenta con lágrimas en los ojos como despidió a su madre
cuando marchó al último viaje. Y también Carmen, la chica que estuvo más de tres años en la
cama como consecuencia de una dolencia de huesos que consiguió superar gracias al amor de
sus padres. Alicia, la elegante, brillante y cariñosa profesora de buena familia, que no quiere
perder su posición social y se debate entre la seguridad de una vida acomodada y el riesgo de
hacer lo que le dicta su corazón. Verónica, la estudiante de magisterio que asegura que no le
importa el salario y que su mayor deseo es enseñar a los más pobres para que salgan de su
pobreza. Julia la capacitadora docente de grandes ojos que transmiten sensaciones de alegría,
paz y fuerza renovada. Noelia, la directora de un Instituto Superior Pedagógico, que me
asegura que a pesar de los dificultoso de su tarea y la soledad en la que se encuentra, está

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dispuesta a entregar todo con tal de que sus alumnos aprendan más y adquieran una buena
formación en valores. Raquel, la doctora que me asegura, que la pasividad y el supuesto
carácter apático de los niños es consecuencia de su secular desnutrición. Ángel, el vendedor de
discos piratas, que me cuenta como se gana la vida a base de enganchar clientes en la calle. A
Raúl el taxista que me dice convencido que Escrivá de Balaguer es el santo de los millonarios.
Sofía, la empleada de la farmacia que tras haberme dado el vaso de agua para tomarme dos
pastillas que ella misma me había recetado para la diarrea, me ratifica que trabaja doce horas
diarias. Luis, el alumno que con una dulce y tierna voz me agradece la atención que le he
prestado y la necesidad que tiene de conocer en profundidad la obra de Paulo Freire y Miguel
Ángel, el de la Asociación de Alcohólicos Anónimos que me enseñó la oración de pedir
paciencia para aceptar lo que no puedo cambiar porque no depende de mí, valor para cambiar
aquello que sí depende de mí y sabiduría para entender la diferencia. Y al final esas miradas,
sonrisas y ganas de aprender del alumnado del Pedagógico “Nueva Esperanza” de Villa El
Salvador que acompañados del compromiso de sus sacrificados profesores, me enseñan con
placer y alegría, esa renovada y fresca ilusión por mejorar las cosas y por ver los aspectos
positivos de las situaciones.

Y es que, mi corazón puede adoptar todas las formas y en él caben todos los que como
yo hemos conocido la soledad, hemos aguantado la escasez y la insatisfacción de la opulencia,
la pérdida de una apuesta, la indignación por la injusticia, el riesgo de la libertad, la belleza de
una sonrisa, el sinsabor de las lágrimas, la amargura de la consecuencias de tus errores, el grito
de la desobediencia o la corporeidad de las voces que una vez que entran por la puerta del
corazón jamás salen de mi interior si no es para llevarlas conmigo siempre e ir subidos en la
alfombra de la esperanza y en el suelo del esfuerzo cotidiano por trabajar infatigablemente
para conseguir mayores y mejores cuotas de igualdad, justicia y libertad.

¡Feliz año nuevo, queridas voces!

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