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Ed uca ci ó n d e per so nas a dul t as:

com pl ej i d ad y con di ci ó n h u m an a 1
Juan Miguel Batalloso Navas2

«…Debemos inscribir en nosotros: La conciencia antropológica que


reconoce nuestra unidad en nuestra diversidad. La conciencia ecológica, es
decir la conciencia de habitar con todos los seres mortales una misma esfera
viviente (biósfera); reconocer nuestro lazo consustancial con la biósfera nos
conduce a abandonar el sueño prometeico del dominio del universo para
alimentar la aspiración a la convivencia sobre la Tierra. La conciencia cívica
terrenal, es decir de la responsabilidad y de la solidaridad para los hijos de
la Tierra. La conciencia espiritual de la humana condición que viene del
ejercicio complejo del pensamiento y que nos permite a la vez criticarnos
mutuamente, auto-criticarnos y comprendernos entre sí…»

Edgar Morin3

Mi amigo Pep me ha encargado que prepare una conferencia con motivo de este
maravilloso acontecimiento en el que inauguráis este nuevo espacio para la Educación y en el
que celebráis también 30 años de Educación Popular en Xátiva y en verdad debo decir que he
recibido con mucha alegría esta invitación. Es para mí sin duda, una oportunidad que
agradezco sumamente, sobre todo teniendo en cuenta que al fin y al cabo, como le gusta decir
a Pep, yo como él, soy también “un maestro ignorante”4.

Verdaderamente estoy encantado y agradecido. Encantado porque la fuerza de la vida


es tan intensa y misteriosa que lo más sencillo, aquello que nos pasa desapercibido, e incluso
lo que se nos presenta a veces como más doloroso, de pronto se nos manifiesta como una
oportunidad que puede cambiar el curso de nuestra existencia, y es que si contemplo el
camino recorrido en los últimos ocho años, creo sinceramente que el haber venido aquí a
Xátiva en varias ocasiones, forma parte de esa transformación. Y agradecido, porque si he
llegado hoy hasta aquí, es sin duda gracias a Pep Aparicio y a las personas que forman el CREC
y gracias por supuesto al apoyo de Paqui Borox y las personas de TAREPA, pero también
gracias a Encarni, Herminia y a todas sus compañeras del Centro con las que tuve la
oportunidad de encontrarme en aquella Escuela de Verano en la que cruzábamos puentes y
fronteras.

1
Conferencia pronunciada en Xátiva, el 27 de marzo de 2009, con motivo de la inauguración del nuevo Centro
de Educación de Adultos y la celebración de los 30 años de Educación Popular en la ciudad.
2
Maestro de escuela, orientador escolar y doctor en Ciencias de la Educación. Instituto Paulo Freire de España.
33
MORIN, E. (1999) Los siete saberes de la educación para el futuro. UNESCO. París. Pág. 42.
4
Ver RANCIER, J. (2003) El maestro ignorante. Laertes. Barcelona.

1
Dicho esto, creo que es también de justicia reconocer, que aunque os manifieste mi
satisfacción por estar con ustedes, en realidad tengo una cierta ansiedad y nerviosismo,
primero porque esto es un acontecimiento histórico y no sé si mis palabras serán las más
adecuadas para tan importante acto y segundo porque con el tema de esta conferencia, me he
metido en un auténtico embrollo, sobre todo porque la palabra “Educación” además de que
nadie puede saber con certeza lo que significa, no solamente está desgastada por su mal uso,
sino que posiblemente se esté convirtiendo en la gran ausente de todas nuestras escuelas e
instituciones que se dicen educativas.

Hoy lo realmente fácil, utilitario y funcional de lo que conocemos como educación, es


eso que ahora llaman “competencias curriculares”5 que al fin y al cabo es lo mismo de siempre,
es decir, aprobar exámenes, sacar certificados, obtener títulos, y como todo el mundo sabe,
para eso solamente hacen falta un poquito de tiempo, de esfuerzo y de habilidad para conocer
de antemano lo que van a poner en las pruebas, pero también una buena ración de
obediencia, sumisión, conformidad y aquello de que “en boca cerrada no entran moscas”. Sin
embargo lo más difícil es lo que se aprende en la vida, en el trabajo, en la familia, en la
sociedad o cuando tenemos que enfrentarnos al dolor, al sufrimiento, a la injusticia, a la
discriminación, a la violencia, a problemas graves, a situaciones límite, y en general al acto
cotidiano de vivir cada día con sentido, dignidad y coherencia.

Por eso me pregunto ¿Qué les puedo yo contar a todas las personas que están aquí
reunidas, cuando sé que su sabiduría y su cultura educativa es mucho más viva y rica que la
mía? ¿Qué les puedo decir para que experimentemos juntos que la educación, la auténtica
educación y no esa que nos venden los políticos de turno, no puede entenderse si no hay
diálogo, comprensión, conocimiento, compromiso, cariño y ternura? ¿Cómo demostrarles que
lo que hoy reciben nuestra infancia y juventud en las escuelas e institutos, cada vez tiene
menos que ver con una educación auténtica?

Por lo tanto y como no tengo muy claro que esto que estoy leyendo ahora sea
realmente lo que se espera de mí, con toda libertad me voy a permitir hablaros de tú a tú y
hacerme dos preguntas en voz alta, preguntas que hace tiempo vengo dándole vueltas y para
las que todavía no he encontrado, ni creo que encontraré, una respuesta definitiva. Ahí van:

1) ¿Qué es una persona educada?

2) ¿Cuáles son los aprendizajes fundamentales que una persona debe adquirir en la
vida para hacerse plenamente una persona?

¿Os habéis hecho alguna vez estas preguntas? ¿Habéis llegado a plantearos si realmente
las personas podemos llegar a estar completamente educadas? O mejor ¿Habéis observado y
experimentado algo con alguna persona que os haya hecho sentir y pensar que estabais ante
una persona educada? ¿Qué es lo más importante que habéis aprendido en vuestra vida? ¿Os
lo enseñó alguien? ¿Cómo os lo enseñó? ¿Cómo habéis conseguido recordar y aplicar esas
enseñanzas?...

5
Ver GIMENO S., J. (Comp.)(2008) Competencias curriculares. ¿Qué hay de nuevo? Morata. Madrid.

2
Seguro que ya habréis pensado algunas respuestas, pero con vuestro permiso me vais a
permitir que os cuente algunas historias personales con el fin de ir poco a poco entrando en el
fondo del tema que nos trae hoy hasta aquí.

Antonia es la abuela de mis hijas. Ahora mismo tiene ochenta y cuatro años y todos los
días acude a la Unidad Asistencial, un lugar en el que la ayudan en sus incipientes dificultades
de memoria y autonomía. Sin embargo cuando se le pregunta cuales son las cosas más
importantes que una persona debe aprender en la vida, recupera milagrosamente la memoria
para decir siempre con seguridad y convicción que “en la vida de las personas, lo más
importante son tres cosas: tener educación, tener cultura y tener sencillez”.

Cuando le pregunto qué es eso de “tener educación” ella me contesta como si


estuviese preguntándole algo muy fácil, y rápidamente afirma que “tener educación es saber
comportarse en la vida”; “saber respetar y ayudar a la gente”; “no discutir, ni pelearse” y “ser
una buena persona”.

De la misma manera cuando trata de explicar lo que significa “tener cultura”, Antonia
vuelve a decir lo mismo otra vez y aunque le insista en que la cultura más o menos es tener
conocimiento de muchas cosas y saber hacer todo lo que haga falta para vivir, insiste otra vez y
dice que tener cultura es lo mismo que tener educación y ser una buena persona.

Pero en lo que se detiene más, es en eso de “tener sencillez”, lo cual describe diciendo
que “hay muchas personas que se dan mucha importancia y no saben donde tienen la mano
derecha” y que “la cosa más bonita de una persona es su sencillez”, con lo que está apuntando
sin darse cuenta a una nueva palabra de la que más tarde hablaremos, y que se conoce como
“sabiduría”.

Lo que por lo menos a mí me queda bastante claro es que aunque Antonia no haya
leído libros de educación, ni sepa quiénes son Jacques Delors6 o Edgar Morin7, ni tenga
tampoco ningún certificado ni título académico, creo que sabe muy bien lo que una persona
necesita saber para vivir.

Ahora quisiera remontarme a mis tiempos de escolar para traer algunos momentos
inolvidables de mi infancia que me van a servir para recrear y matizar que es eso de la
educación y los aprendizajes importantes de la vida.

Recuerdo, cuando tenía unos cinco o seis años, a una monja que la llamábamos “Sor
Dolores” cuya cercanía, atención y cariño, me daba una seguridad enorme en la realización de
aquellos interminables ejercicios de pre-escritura, que eran los conocidos “palotes”. Bastaba
con que ella se pusiese a mi lado y me mirase diciéndome algunas palabras de ánimo, para que
de inmediato volviese a intentar hacer la tarea lo mejor posible, a pesar de que siempre, en
eso del dibujo y la coordinación ojo-mano, fui un auténtico desastre.

En los años siguientes, estuve en una “Escuela Nacional”, ¿Las recordáis? Era una de
esas escuelas, que más que escuelas parecían un cuartel militar y en las que teníamos que

6
DELORS, J. (1999) La educación encierra un tesoro. Informe de la UNESCO de la Comisión Internacional para la
Educación en el siglo XXI. Santillana. Madrid.
7
MORIN, E. (1999) Los siete saberes necesarios de la educación para el futuro. UNESCO. París.

3
estar siempre callados obedeciendo sin rechistar al maestro, maestro que en mi caso era un
militar de aquellos que colocaron para sustituir a los maestros republicanos represaliados por
el franquismo8. Pero de aquella Escuela, lo único que recuerdo, aparte de los gritos del
maestro mandando a formar filas y del frío que pasaba, es que mi padre me quitó por su
propia iniciativa porque decía que allí no aprendía absolutamente nada porque el que daba
clase ni era maestro, ni sabía enseñar. Por ello y de un día para otro, me vi de pronto
trasladado a una nueva escuela, escuela que era religiosa y estaba regentada por una
comunidad de franciscanos que había en mi pueblo.

De la “Escuela Franciscana” a lo mejor ustedes creen que aprendí algo del espíritu de
San Francisco de Asís, o del amor a los animales y por la naturaleza, pero nada de eso. Allí
aprendí a cómo mover y colocar mi mano de forma que la palmeta de Fray Antonio no me
doliera mucho, porque aquel fraile, es de justicia decirlo, era un auténtico torturador, dados
los extraordinarios castigos de todo tipo a los que éramos sometidos, (brazos en cruz con
libros en las manos, palmetazos de diversas categorías dolorosas, humillaciones públicas,
escribir cien o doscientas veces una frase, pellizcos en los brazos, tirones de orejas, dejarte sin
ir al aseo hasta llegar al límite, etc. ).

Después de esto pues otra vez me volvieron a cambiar de escuela y me llevaron a lo


que se llamaba “Escuela de La Milagrosa”, llevada por monjas de “La Caridad” y realmente
puedo decir que hicieron conmigo un milagro, porque del alumno más atrasado, lento,
distraído y asustado que fui en la “escuela de los frailes”, consiguieron enseñarme a ser
curioso, preguntón, contestón, atrevido y a no quedarme satisfecho casi nunca con las
respuestas que me daban. Lo que consiguieron en realidad fue contagiarme el gusto por
aprender, gusto que afortunadamente todavía no he perdido.

Recuerdo con muchísima emoción a “Sor Higinia” la monja-científica, un ser humano


excepcional que era la síntesis y viva expresión de los valores y cualidades que hoy considero
que son esenciales para el oficio de educar. Sor Higinia, lo mismo un día nos enseñaba a cantar
y a recitar poemas, que otro se ponía un delantal para las clases de ciencias naturales que ella
hacía a base de observar con todo detalle animales y plantas, o te llenaba la pizarra para
demostrarte el teorema de Pitágoras haciéndote siempre muy fácil las que para mí, por aquel
entonces eran las odiosas Matemáticas.

¿Qué fue lo que realmente aprendí con Sor Higinia? Aprendí de todo lo que un niño de
nueve años en aquellos tiempos podía aprender, pero hay dos cosas que quiero destacar de
ella. Creo que aquella supermonja que lo mismo nos daba gimnasia, que nos enseñaba en el
microscopio la célula, me enseñó algo que ya creo se ha perdido en nuestras escuelas: me
enseñó a mirar, a contemplar, a admirar y a asómbrame por los descubrimientos y todo ello en
silencio, con alegría, con ternura, con paciencia y sin las prisas que hoy tiene todo el mundo
con los horarios. Y claro, esto me sirvió de mucho, porque con ella tuve como una especie de
enamoramiento del conocimiento, de forma que mis ganas de aprender, desde entonces me
han acompañado siempre, aunque también tengo que decir que Sor Higinia no era un ser
angelical, porque ella me reñía, me corregía muchas veces con severidad, pero también me
felicitaba y me daba la oportunidad de explicar las cosas que aprendía a mis compañeros.

8
Ver ESLAVA GALÁN, J. (2000) Escuela y prisiones de Vicentito González. Muchnik. Barcelona.

4
Puede que lo mismo me estoy poniendo un poco pesado con estas historias, por lo que
os pido disculpas, pero de verdad es que si no cuento esto, no podré justificar con mi
experiencia vital lo que pretendo deciros para responder al título de esta charla, así que
permitidme que continúe con el hilo de esta breve historia personal.

Después de mi paso por la escuela de los frailes, quiero traer aquí a otro maestro
extraordinariamente ejemplar y realmente dotado de “competencias” como se dice ahora,
ejemplar y bien dotado porque fue el primero que me dio la única y más grandiosa y
espectacular bofetada que me tumbó en el asiento del pupitre, dejándome un zumbido en el
oído que me duró varios días. Era “don Francisco”, triste casualidad, porque los que más me
zurraron y me dieron bien, o se llamaban Francisco, o eran franciscanos, o eran franquistas,
pero gracias a este “don Francisco” aprendí algunas cosas importantes. Me las ingenié para
esquivar golpes; a huir de los castigos mediante la sagacidad y el uso inteligente de la mentira;
aprendí a desobedecer y rebelarme con rabia; a plantar cara, a faltar a clase y organizar
expediciones campestres con mis amigos, las conocidas y siempre deseadas “rabonas” y otras
muchas cosas más acerca de cómo sobrevivir a las injusticias, arbitrariedades y torturas que
allá por los años cincuenta y sesenta del pasado siglo se hacían en muchas, por no decir casi
todas las escuelas de nuestro país.

No tengo dudas de que estos aprendizajes que emergieron como consecuencia de la


violencia y la ignorancia de “Don Francisco”, fueron realmente muy importantes, sobre todo
porque me servirían varios años después cuando me tocó arrimar el hombro en tiempos de
clandestinidad y de ausencia de derechos humanos. Pero que quede claro que no fue “don
Francisco” el que me lo enseñó, sino el que lo provocó y me permitió activar todo lo que un ser
humano lleva dentro para sobrevivir.

Pero la figura y la persona más importante y trascendental, de la que aprendí los


motivos, las emociones y las razones que me han hecho llegar hoy hasta aquí y contar esto
con toda la naturalidad de que soy capaz, seguramente ya os la podéis imaginar. Era
exactamente igual que vosotras, de la misma condición y naturaleza, de igual sensibilidad y
atención y siempre dispuesta a ofrecer bondad, generosidad, paciencia, serenidad, trabajo,
ayuda, ternura y eso que únicamente vosotras las mujeres, madres y maestras sabéis dar sin
pedir nada a cambio: amor incondicional.9 Queda claro pues que esa persona era mi madre.

Traerla hoy aquí, es para mí algo muy normal y nada especial, porque ¿Cómo voy a
hablar de educación si no la menciono y rememoro? Y es que gracias a ella, no solamente
existo como proyecto de ser humano que no acaba todavía de hacerse, sino sobre todo porque
ella fue la que naturalmente me enseñó lo que hoy considero que es más importante para la
educación de una persona. La verdad es que durante muchísimo tiempo le hice muy poco
caso, porque como la gran mayoría de los “hombres” mi objetivo en la vida fue, como decía mi
padre, “ser alguien la vida” y esto significaba luchar y trabajar duro para obtener éxito y
bienestar, porque también hay que decir que en aquellos años y todavía hoy a las mujeres no
se les reconoce como “alguien” y continúan siendo invisibles en muchísimos lugares y
situaciones.

9
Ver FROMM, E. (1969) El arte de amar. Paidos. Madrid. También MATURANA, H. y VERDEN ZÖLLER, Gerda
(2003) Amor y juego. Fundamentos olvidados de lo humano. J.C. Sáez Editor.

5
De las enseñanzas de mi madre, me vienen ahora a la memoria algunas ideas fuerza
que quiero recalcar. La primera, siguiendo las mismas palabras que ella decía, es aquello de
que “Dios castiga a los buenos y premia a los malos” y efectivamente mi experiencia de vida
me ha enseñado que esto es realmente así.

El mundo como dice también Eduardo Galeano10 está completamente al revés, premia
al revés, desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensan al mentiroso y al ladrón,
admira la falta de escrúpulos, alimenta el canibalismo, ensalza al corrupto, premia a los
banqueros que son los que se apropian legalmente del sudor y el dolor del que no tiene como
pagar su hipoteca, y por este robo reciben ahora graciosamente del Estado miles de millones
de euros para que puedan seguir robando legalmente con la excusa de que la economía
funcione y castigando una vez más a los que menos tienen. Y es que al parecer, la injusticia,
dicen los grandes líderes del mundo, es la ley natural y así se habla de “tasa natural de
desempleo” o de “crisis económicas naturales e inevitables”.

Mi madre llevaba razón. Ella era una gran observadora y se daba cuenta, como
cualquier persona que tiene que sobrevivir en situaciones difíciles, que para llevar una familia
adelante hay que dar muchas vueltas. Así, observando y acumulando experiencias, ella
aprendía como cualquier ser humano, porque eso de que solamente se aprende en los libros,
en las escuelas o de lo que dice una maestra o maestro, por muy famoso o bien hablado que
sea, no se lo cree ya nadie. Mi madre me explicaba todo aquello y me decía “Hijo mío, tienes
que estar atento, tienes que darte cuenta de las cosas, porque en una carrera solamente gana
uno y los demás pierden y la mayoría de las veces los que ganan lo hacen ocultando,
engañando, atropellando y aprovechándose de los demás. Tú no te aproveches de nadie hijo
mío, pero no permitas que se aprovechen de ti, porque tú eres muy ingenuo y cualquiera te la
da”

Después de tantos años, pues la verdad es que a mi madre no le faltaba razón y eso
que era una mujer católica, muy creyente y muy conforme con todo, pero en el fondo sabía
que eso de la religión tal como ella la veía encerraba algún tipo de engaño, sobre todo porque
siempre perdían los mismos y lo único que podían hacer era resignarse y conformarse porque
esa era la voluntad de Dios.

Otra importantísima enseñanza, fue la del “agradecimiento”, porque según ella, por
muy mal que nos fuesen las cosas, siempre podían ir peor, por tanto teníamos que estar
siempre agradecidos a Dios, a la suerte, al cielo o a lo que fuera y estar agradecidos era
también para ella tener esperanza porque si antes había conseguido salir de cosas peores, en
aquel momento pues también saldría. Pero para mi madre aquella esperanza era muy básica y
de mínimos, en realidad era una especie de conformidad de que más tarde o más temprano
vendrían tiempos mejores. Pero a mí me parece que la esperanza no es eso, sino más bien esa
idea de Paulo Freire11, de que la historia no fue, ni tampoco es, sino que la historia está siendo,
es decir, que lo que yo haga o diga ahora mismo en este instante, está influyendo,
condicionando, preparando lo que ocurrirá en el instante siguiente y por lo tanto, todo

10
Ver GALEANO, E. (2005) Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Siglo XXI. Madrid.
11
Ver FREIRE, P. (1993) Pedagogía de la esperanza. Un reencuentro con la pedagogía del oprimido. Siglo XXI.
Madrid.

6
cambia, todo se mueve, nada se queda quieto, pero para ello tengo que moverme yo también
y no quedarme sentado a esperar que me las den todas.

Podría decir muchísimo más de mi madre, pero voy a terminar este recorrido,
recordando a dos de mis grandes maestros cuando ya estuve en la escuela siendo mayor. Uno
fue Pepe, del que otro día les contaré su historia. De él aprendí también mucho, pero voy a
destacar ahora solamente dos cosas.

La primera es que si las personas lo simplificamos todo y creemos que las cosas
funcionan siempre de la misma manera como si fuesen relojes o máquinas simples, estamos
en realidad sembrando ruina y tempestades, porque la vida no es simple ni sencilla, sino
compleja, por eso él nos decía: libraros de los que os prometen la solución inmediata, sencilla
e inocua de los problemas, porque “la negación de la complejidad es el principio de toda
tiranía” y es que detrás de un líder que promete que lo va a arreglar todo de momento, o que
nos dice que es lo que hay que hacer para alcanzar el paraíso sin preocuparnos por intervenir
en nada, siempre hay escondido un salvapatrias, un dictador o un fascista, y esto es así por
muy democrático y votado que se nos presente. Y es que mi amigo Pepe decía que eso de la
democracia era muchísimo más que ir cada cuatro años a votar y que lo mismo que una
persona no se puede decer que sea cristiana por que vaya a misa, el que haya votaciones no
significa tampoco que haya democracia y que seamos demócratas.

Y la segunda cosa importante que Pepe decía es que “la educación tiene que ser un
proyecto cultural”, lo que significa que solamente tiene sentido si nos ayuda a ser más cultos,
si nos sirve para tener más conocimiento de la naturaleza, de la sociedad y de las personas y
“tener conocimiento” no significa tener mucha información, sino saber ordenar, clasificar y
relacionar esa información para que nos ayude a resolver los problemas de la vida en la
naturaleza, en la sociedad y de nosotros mismos como especie y seres extraordinariamente
complejos y evolucionados. Él decía que necesitamos conocer y comprender mejor el mundo
con el fin de conseguir “teorías más explicativas y, tecnologías más eficaces con el fin de crear
situaciones más satisfactorias para todos los seres humanos sin excepción”.

Pero antes que Pepe, la otra persona de la que más he aprendido en la escuela y en eso
de los estudios, a la que siempre llevo en mi corazón y a la que siempre cito cada vez que
tengo oportunidad de expresar públicamente lo que pienso y lo que siento, fue Pilar, una joven
profesora que estudió en Paris en 1968 y que con toda valentía y entusiasmo puso en marcha
en la Escuela de Magisterio de Sevilla una filosofía y un método revolucionario para aprender y
educarnos: la Educación Personalizada y Autogestionaria. De Pilar no me cansaría nunca de
hablar, porque conforme más años cumplo más me doy cuenta de que su comportamiento con
nosotros era auténticamente evangélico por aquello de que “si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”12. Y es que este mensaje tiene
mucho que ver con la educación, pero que quiere esto decir ¿Qué tenemos que aprender a
morir? ¿Qué tenemos que aprender a dar fruto?, pues que cada persona lo interprete como
quiera, pero este asunto hasta que uno no lo ve con sus propios ojos en alguien, pues no
podemos comprenderlo y de esto solamente las madres tienen el conocimiento verdadero.

12
Evangelio de San Juan 12, 24.

7
Por decirlo de la misma forma que Pilar me lo enseñó, me gustaría decirles que la
educación es una forma de entregarse al placer y a la aventura de descubrir y conocer por uno
mismo, sabiendo que esa aventura comporta muchos riesgos, compromisos, responsabilidades
y lo mismo también dolores y sufrimientos, pero en la vida de las personas, lo más valioso no
es lo que cuesta más dinero, sino lo que conlleva más esfuerzo, más coraje, más pasión,
aspectos que están muy relacionados con otro triángulo de fundamental importancia para la
educación: el formado por la fe, la esperanza y el amor. Concretándolo algo más: si tú no te
arriesgas a caminar por lugare por las que no ha ido nadie y no hay caminos, asumiendo así el
riesgo de equivocarte, de hacer el ridículo, de cambiar incluso de dirección aunque el camino
que tú hayas hecho no te lleve a ninguna parte, pues difícilmente podremos saber lo que es la
educación. Y es que Pilar, para que se sepa, puso en marcha un proceso que ni ella misma
sabía a ciencia cierta cómo hacerlo, ni tampoco como iba a terminar todo aquello, pero lo
cierto fue que muchos de sus alumnos y alumnas, entre los que me encuentro, la recuerdan
como la mejor profesora que han tenido en su vida.

¿Acaso podemos asegurar que es lo que nos va a suceder después o lo que va ocurrir
mañana? ¿Realmente podemos controlar algo cuando nuestra vida no es más que el soplo de
un polvo cósmico y azaroso entre las dos grandes eternidades de antes de nuestro nacimiento
y de después de nuestra muerte? ¿Acaso alguien puede saber lo que es el conocimiento
verdadero cuando hasta los mismos físicos han descubierto que la verdad de lo que
observamos depende de la actitud y las intenciones del observador? ¿Quién puede decir que
tiene el método infalible para ser feliz o que lo que él piensa es completamente verdadero?

¿Y que tenía Pilar que no tuviesen los demás? Pues tenía algo que no he vuelto a ver en
ningún otro profesor de universidad, salvo Pepe, y ese algo se llama asumir el riesgo de estar
equivocado, ser lo suficientemente valiente como para vivir en la incertidumbre y apostar por
valores que están más allá de la evidencia empírica o que incluso son negados y perseguidos
por los poderosos y sectores dominantes de la sociedad. Y es que la educación tiene que
prepararnos como dice Morin, para vivir en la incertidumbre, para asumir el riesgo de lo
inesperado y esto era precisamente lo que hacía Pilar: a partir de su intuición, de su fe, de su
valentía y de su esfuerzo nos colocó en un camino incierto que sorprendentemente nos
proporcionó experiencias únicas de aprendizaje.

Para empezar Pilar te ofrecía o te planteaba toda una serie de temas y asuntos que
había que estudiar, de los cuales tú escogías los que más te interesaran, pero si no te iba bien
ninguno, pues tenías que llevar una propuesta de estudio, dentro de la materia del curso.
Podía suceder, y de hecho sucedía que había algunos temas que ella no sabía, no conocía o no
dominaba muy bien, pero no importaba, lo decía públicamente y se ponía a estudiar, comentar
y leer con nosotros los documentos y textos que buscábamos en la biblioteca. Era algo
impensable en aquella época y de hecho recibió muchas críticas por nuestra parte cuando le
decíamos que el profesor es siempre el que sabe y el alumno el que no sabe, pero Pilar seguía
sembrando y haciendo morir sus semillas porque tenía la intuición, digo bien, la intuición de
que más temprano que tarde sus alumnos se harían autónomos, independientes y capaces de
aprender por ellos mismos. Con esto quiero decir que no todo se conoce y aprende por la
imitación, el estudio, o la experiencia, sino también por la intuición sumada a las convicciones
profundas y a la energía que desplegamos.

8
Pero además de esto, Pilar planteaba que eso de que aprender y estudiar no es algo que
se hace exclusivamente en la soledad de un cuarto leyendo libros, sino que por el contrario los
aprendizajes más importantes son aquellos que se producen en el diálogo, en la convivencia,
pero para eso había que empezar admitiendo y reconociendo que cualquier persona, haya
pasado o no por la escuela obligatoria, puede siempre aprender y enseñar algo. De esta
manera nos ponía a durante determinados tiempos a la semana a aprender y enseñar unos de
otros. Ella estaba siempre desaparecía del aula en su papel de profesora tradicional y se
transformaba en una especie de ayudante o secretaria que nos iba pasando aquellas
informaciones o sugerencias para que realmente nosotros fuésemos alumnos y profesores al
mismo tiempo y ocupásemos así todo el protagonismo. Hasta incluso los pocos exámenes que
hacíamos, los inventábamos nosotros mismos con su ayuda poniendo siempre las cosas más
importantes que habíamos estudiado y no todas esas preguntitas que ahora se hacen en
muchos sitios para pescar y castigar a los que se equivocan. Y que conste que estoy hablando
del año 1970 y 1971, cuando en este país vivíamos todavía en el más puro fascismo.

Con todo lo que os he contado hasta ahora, lo que quiero deciros, es que realmente nos
resulta muy difícil saber qué es la Educación, porque todo está relacionado con todo, todo está
influido por todo y a ciencia cierta no podremos llegar a saber con exactitud de que estamos
hablando, porque la educación pertenece a la categoría de lo que se conoce como fenómenos
complejos y un hecho educativo puede manifestarse a veces de la forma más sorprendente y
en las condiciones aparentemente menos adecuadas.

Al decir que un hecho educativo es un fenómeno quiero decir que la educación, lo


educativo es algo más que un suceso, un dato, una información, un certificado, un título o un
detalle. Es un fenómeno porque es algo de lo que tomamos conciencia clara, no solamente por
nuestros sentidos, sino también por nuestras emociones, interpretaciones, valoraciones,
observaciones, intuiciones, creencias y deseos íntimos, pero también porque es algo que
resulta difícil de explicar y describir. Fenómeno porque lo educativo es aquello que afecta y en
lo que está mezclada la persona entera en todo lo que tiene individualmente de corporal,
intelectual, emocional y espiritual, pero también en todo lo que tiene de social, familiar,
grupal, laboral, político, institucional, local o nacional. Y fenómeno porque de alguna manera
todo lo que es realmente educativo está siempre en proceso de cambio y nos cambia, nos
transforma y hace que nos comportemos de otra manera muy diferente a como lo hacíamos
antes de haber vivido la experiencia de la educación.

Pero la educación, educarse, educarnos, es también algo complejo. Complejo, porque


todos los acontecimientos educativos están tejidos como en una red, se relacionan y
complementan unos con otros y ninguno de ellos adquiere valor individual si no es en relación
con los demás. Complejo, porque la educación es como la misma vida, en el sentido de que
siempre puede renacer de sus cenizas, siempre puede surgir un aprendizaje desde el lugar más
sorprendente y con la persona aparentemente menos adecuada, pero al igual que la vida se
crea a sí misma, la educación como fenómeno complejo también lo hace. Y complejo también
porque cuando hacemos algo con una intención educativa esperando que produzca
determinados resultados, pues los resultados no son nunca los que esperamos y lo que sucede

9
termina por cambiar lo que teníamos pensado hacer porque comienzan a pasar cosas
imprevistas e inesperadas que hacen cambiar nuestras intenciones y nuestros actos.

De esto que he dicho, creo que solamente habrá educación, en aquel lugar en el que
haya vida, es decir, allá donde encontramos dos o más personas que dialogan, se comprenden,
se reconocen como legítimos, iguales y diferentes pero sobre todo se intercambian afectos,
cariño, sensibilidad y compromiso. Y habrá educación también si estas personas que se
reconocen como iguales y dialogan entre sí, están al mismo tiempo, leyendo su realidad y
comprometiéndose en un proceso de transformación para la mejora de sus condiciones de
existencia social y personal, ya sea en el trabajo, en el barrio, en la familia, o consigo mismas
en su propio interior.

Por lo tanto, para entender y saber lo que es una persona educada y cuales son los
aprendizajes indispensables para la vida, a mí me parece que necesitamos de un ir hacia atrás
para observar como la vida nos ha marcado y como hemos construido nuestra propia historia
personal y social, pero también de un ir hacia delante proyectando sueños a partir de nuestros
deseos profundos, de nuestras intenciones, pero sobre todo desde nuestra humanidad
partiendo de aquellas necesidades indispensables para nuestro desarrollo humano más pleno.

En mi opinión, diciendo lo mismo de una forma diferente, esto significa afirmar que
únicamente podemos educarnos si somos capaces de “trabajar retroprospectivamente” a
partir de nuestra experiencia y de nuestra acción en la vida cotidiana, pero no para quedarnos
en mera contemplación de la misma, sino para deconstruirla y desaprenderla con el fin de
volverla a construir y a aprender de un modo nuevo, más integral, más auténtico y más
enriquecedor.

¿Qué es entonces la educación? ¿Cuándo podemos decir que una persona está
plenamente educada si es que acaso se pueda llegar a ese estado? ¿Proporcionan educación
nuestras escuelas y universidades? ¿Por dónde encaminar nuestros pasos para que seamos,
actuemos, pensemos y convivamos educadamente? ¿Qué es lo que vale realmente la pena ser
aprendido?

Estoy seguro que cualquiera de vosotras que estáis aquí escuchándome con tanta
paciencia, es capaz de darnos una definición de lo que es educación, pero el problema es que
para saber lo que es la educación ya no necesitamos definiciones, porque como todo el mundo
sabe, todo termina por caducar, todo termina por convertirse en una palabra o en una
hermosa frase separada de la práctica y de la vida real. Creo que la cuestión no está en decir
que es la educación, porque nunca vamos a ser capaces de dar una definición que satisfaga a
todo el mundo, ya que la educación es un asunto bien complejo. Lo realmente importante no
está en eso, sino en conocer y comprender exactamente lo contrario, es decir, si somos
capaces de identificar “lo que no es educación”, o todo aquello que es contrario a la vida, a la
dignidad y al desarrollo de las personas, pues sabremos que nos aproximaremos muchísimo a
lo que es la educación. Pero para eso no necesitamos que nadie nos lo diga, sino que
basándonos en las informaciones que obtenemos de nuestra vida personal y social, seremos
nosotros mismos los que descubriremos cuáles son los puntos o elementos clave para
comprender en profundidad lo que es una persona educada.

10
De lo que no poseo la menor duda, es de que la educación no puede consistir en
almacenar informaciones. ¿De qué nos sirve la memoria si solamente la utilizamos para
recordar y repetir respuestas a preguntas sin importancia y muy poco interesantes y útiles
para nuestra vida? ¿Para qué leer y estudiar tanto si después resulta que eres una persona
infeliz que no sabes disfrutar de la vida? ¿Para qué tener tantos títulos y tantos certificados si
los conocimientos cada vez caducan más rápidamente? Bueno, tampoco voy a negar que la
memoria es de suma necesidad y que los seres humanos somos humanos porque somos seres
de memoria, pero la memoria indispensable es la memoria significativa, la memoria que me
dice que todo lo realmente importante en la vida, y esa memoria tiene un recorrido largo y es
imborrable, es la memoria que empieza en el corazón y termina en la cabeza, para volver a
pasar por el corazón y todo lo que no pase por aquí pues no es realmente educativo porque es
inhumano.

De la misma manera que la educación no es pasear toda una serie de libros y estudiar
cosas de memoria que rápidamente se olvidarán después del día del examen, la educación
tampoco consiste en estar pasmado esperando que la maestra o el maestro me resuelva los
problemas. El verdadero conocimiento, como ya nos decía Krishnamurti13, no lo regala nadie,
ni se puede transmitir de unas personas a otras, porque el verdadero maestro, no es el que
sabe mucho y está muy estudiado, sino el que tenemos cada uno de nosotros en nuestro
interior, por eso debemos tener cuidado cuando hacemos viajes al pasado porque eso nos
puede dar una sensación de continuidad que nos puede generar sufrimiento ya que lo único
que existe, lo único que es, es este instante en el que tengo la oportunidad de hablar y ser
escuchado, acto que por cierto afirma mi existencia y por eso lo agradezco de corazón.

La educación por tanto y en términos muy generales es como un proceso constante,


permanente de aprender a vivir el presente, reconociendo a cualquier ser humano como
maestro, ya que cualquier persona nos puede enseñar algo; pero reconociendo también a
nuestro maestro interno, poniéndolo en funcionamiento y teniéndolo siempre dispuesto para
que me enseñe y ayude a sacar todos los talentos que toda persona por el hecho de ser
persona lleva dentro. Sin embargo para esto necesitamos aprender a conocer y re-conocer y
esto no es otra cosa que aprender a leer en todos las dimensiones de la palabra. Sí, sí,
necesitamos aprender a leer y aquel que se crea que ya sabe leer porque tiene una carrera
universitaria puede que esté bastante equivocado.

¿Qué significa eso de aprender a leer? Para empezar no tengo más remedio que
referirme al maestro Freire14 que decía aquello que la lectura de la realidad no solamente está
antes que la lectura de la palabra, sino que lectura de la palabra y lectura de la realidad son
inseparables. Como vosotras sabéis muy bien lo que primero aprende un ser humano es a
reclamar protección, cuidado y alimento y esto requiere toda una serie de aprendizajes que
van desde el apego básico a la madre cuando somos bebés, hasta la independencia y
autonomía total cuando somos adultos y esta larga marcha de conquista de la autonomía, a
veces larguísima, porque las crisis económicas y el modelo de consumo del capitalismo la
impiden, únicamente puede hacerse si sin somos capaces de insertarnos en la realidad. Y digo

13
Ver KRISHNAMURTI, J. (2008) Relación y amor. La verdadera revolución. Kairós.
14
Ver FREIRE, P. (1975) Pedagogía del Oprimido. S

11
“insertarnos” que quiere decir conocer bien donde estamos, qué necesitamos y cuáles son los
mecanismos y los procedimientos para intervenir en la realidad (la que sea: familiar, de barrio,
escolar, económica, política, laboral, natural, municipal, etc.,) y poder cambiarla para que
podamos satisfacer necesidades verdaderamente humanas.

Lo primero que tiene que proporcionar la educación es conseguir que las personas sean
capaces de leer su realidad social y política partiendo de su contexto vital más cercano. Y esto
significa darse cuenta, despertar del sueño y las mentiras que nos han hecho creer de que todo
está atado y bien atado y no podemos hacer nada para mejorar nuestro país, nuestra ciudad o
nuestra propia casa. Leer la realidad es lo mismo que eso que las leyes educativas dicen de
aprender a conocer, olvidando que para aprender a conocer tenemos que comenzar por lo que
nos es más cercano, lo que nos resulta más vital, por lo que más nos preocupa y para esto
necesitamos aprender a observar, a mirar con atención, a preguntar toda clase de preguntas
para saber que es aquello que nos beneficia o que nos perjudica como seres humanos.

Aprender de la realidad y de nuestra experiencia con ella no es algo que podamos hacer
en soledad, sino que nos hacen falta los demás para que nos ayuden y nos enseñen a ver y
comprender cosas que con nuestros ojos no hemos sido capaces de descubrir. Y esto en otras
palabras significa que tenemos que aprender a comunicarnos, a hablar, a expresarnos, pero
sobre todo a escuchar y a dialogar.

No sé si os habréis dado cuenta, pero de las historias escolares de nuestra infancia


podemos observar que solamente había que cumplir dos grandes leyes, la ley de la obediencia
y la ley del silencio, por eso toda la enseñanza estaba montada en aprender a escribir en
solitario en el pupitre haciendo las actividades que el maestro te ponía y en obedecer a sus
consignas como si fuésemos borregos. Y es que en la enseñanza eso de hacer reuniones, hacer
asambleas, dialogar, tomar notas y aprender de lo que los compañeros y compañeras dicen
que es perder el tiempo. El tiempo escolar fue siempre un tiempo de aprendizaje solitario y
silencioso aprendiendo de memoria las frases de un libro que no significaba nada para
nosotros, y de esta manera no podemos educarnos, a lo sumo pueden domarnos o
domesticarnos, pero no educarnos.

Y es que como dice Freire, para que las personas lleguemos a ser personas, o lleguemos
a estar plenamente educadas necesitamos pasar del estado de pasividad, indolencia,
aborregamiento o inmersión, en el que nos conformamos con todo, tragándonos mentiras y
callándonos nuestro dolor y sufrimiento, hasta el estado de inserción, en el que ya, al estar en
proceso de convertirnos en personas15 y tomar plena conciencia de nuestra situación y
nuestros problemas, asumimos la responsabilidad y el compromiso de cambiar las cosas. Y
básicamente la educación consiste en esto: en hacerse plenamente persona y en cambiar y
mejorar las condiciones de existencia que impiden o dificultan que podamos serlo. Por eso
cuando dicen por ahí y por aquí, que la escuela no se puede meter en política o que la
educación para la ciudadanía es algo muy malo, lo que en realidad están pretendiendo, los que
dicen eso, es que nos quedemos inmersos, aborregados y no lleguemos a ser plenamente
personas porque si lo somos pues lo mismo a algunos se les acaba el chollo.

15
Ver ROGERS, C. (1989). El proceso de convertirse en persona. Paidos. Barcelona.

12
La educación como la vida misma, es una especie de movimiento y de actividad continua
entre la persona, la naturaleza y la sociedad, por eso si separamos lo que aprendemos de la
vida social o de la naturaleza, estamos en realidad negando la vida, porque que yo sepa, todo
lo que somos y hacemos está siempre en función de nuestras relaciones con el medio natural y
con el medio social. Visto así, aprender a leer la realidad, a observarla, a conocerla, a
preguntarnos sobre ella y nuestras relaciones, a comprenderla y a saber cambiarla para que
tengamos más vida, es la principal tarea que tiene la educación. Tenemos que empezar a
hablar de educación como responsabilidad social, porque si la educación que ofrecen nuestras
instituciones no sirve para mejorar y resolver los problemas de la sociedad, de la naturaleza y
de las personas pues no sirve realmente para nada. Por esto digo siempre que no podemos
confundir lo que es una persona educada, de una persona escolarizada, pues aunque haya
muchas escuelas y toda la población reciba enseñanza, esto no quiere decir que se haga
educación dentro de ellas.

Leer la realidad es sin duda aprender a cambiarla, pero para cambiarla tenemos que
aprender a conocerla lo mejor posible y esto exige de nosotros aprender dos cosas que son
indispensables.

Por un lado saber leer y escribir para que podamos realmente decir y hacer nuestra
palabra y que conste que leer y escribir no es un asunto que se aprende en un tiempo y ya se
terminó. Leer y escribir en realidad es algo que no se termina nunca, porque leer y escribir son
sobre todo acciones de conocimiento (conocer el mundo y denunciar lo que impide y niega la
vida), acciones de creación (inventar el mundo, anunciando y pronunciar nuestra palabra de
cambio, mejora y transformación) y acciones políticas (hacer el mundo y convertir nuestras
palabras en actos). Y esto es un ciclo que no se termina nunca: denunciar, pronunciar,
anunciar, hacer y otra vez denunciar, pronunciar, anunciar y hacer y así sucesivamente.

Una persona educada no es solamente aquella que es capaz de leer la realidad y de leer
la palabra. Hoy todos sabemos que se ha producido una auténtica revolución tecnológica en el
mundo de la comunicación, revolución que nos permite tener a nuestra disposición
extraordinarias y megalománicas cantidades de información, cantidades que hace tan solo
unos años eran impensables.

Cuando Sor Dolores enseñaba a los niños de cinco años las primeras letras, nadie podía
pensar que con esa edad un niño podía aprender de forma autónoma manejando un pequeño
ordenador. Hoy los niñas y niñas de nuestro contexto han nacido en un tiempo en el que el
teléfono móvil, el ordenador portátil y todo tipo de artilugios de entretenimiento electrónico
forman parte de la vida cotidiana, como antes eran para nosotros, el cuaderno, el lápiz, el
“Juego del Parchís” o la máquina de escribir. Podría decirse que mientras nosotros nacimos en
contextos analógicos y reales, ellos lo han hecho en contextos digitales y virtuales, y este
cambio es de una extraordinaria importancia para la educación, sobre todo porque el trabajo
de aquel maestro que nos daba largas explicaciones y ponía dibujos en la pizarra para
informarnos de cosas que debíamos conocer, se ha hecho completamente innecesario.

Hoy una persona educada, no es aquella que reclama maestros y escuelas para que le
enseñen cosas, sino la que es capaz de aprender por sí misma, con sus propios medios y
recursos, a su manera particular y sin necesidad de que el profesor le diga nada de lo que tiene

13
que conocer. Pero para eso ya no basta la alfabetización lecto-esritora, sino que es necesaria
también la alfabetización tecnológica, lo que quiere decir, que las personas deben saber
manejar ordenadores para recopilar información, comunicarse, procesar información, pero
sobre todo para adquirir y construir conocimiento.

Los cambios producidos como consecuencia del desarrollo de las tecnologías de la


información y la comunicación, traen inevitablemente acarreados cambios en la mentalidad, la
actitud, los papeles, las tareas y el trabajo que el profesorado y el alumnado ha venido
realizando hasta el momento. El papel del profesorado tiene que consistir a partir de ahora en
ayudar a las personas a que aprendan por sí mismas, en que aprendan a aprender, pero
también en proporcionales recursos, oportunidades y posibilidades para que aprendan a
preguntar, a criticar, a investigar y a producir conocimiento a partir de la lectura de su
realidad, el papel del profesorado pues tendrá que ser semejante a lo que hacía Pilar conmigo
y mis compañeros hace ya casi cuarenta años.

Al mismo tiempo el papel del alumnado ya no puede quedar en el de borreguito que


consume el pienso que el profesor le da aprendiendo las preguntitas del examen para pasar el
curso, sino que por el contrario tendrá que esforzarse mucho más en el ejercicio de la
comunicación, la interrogación, el diálogo, la búsqueda y selección de información y sobre
todo de cooperación e intercambio, porque su educación, su formación y su aprendizaje ya no
dependen de lo que le diga una persona en un momento determinado, sino de lo que sea
capaz de construir y hacer por sí mismo acudiendo a diversas fuentes de información.

Todo esto puede parecernos muy bien y muy necesario, pero ¿De qué sirve aprender a
leer y escribir, aprender a manejar ordenadores, conocer cuáles son los problemas de mi
barrio si no soy capaz de aprender a ser yo mismo, o si no soy capaz de aprender a ser una
buena persona? ¿De qué me sirve tener muchos estudios y carreras si no tengo sensibilidad, si
no soy capaz de emocionarme ante un ser humano que sufre, un anciano que llora, una niña
que sonríe, una nube que pasa o un pajarillo que se posa en mi ventana? ¿De qué me sirve
conocer tantas cosas de afuera de mí, si a la primera de cambio me revuelvo, me ataco de ira y
tiro todos los trastos al primero que se me ponga por delante? ¿De qué me sirve aprender
tanto si mi comportamiento es agresivo, malhumorado, pesimista, autoritario y siempre estoy
con la escopeta cargada para ver quién va a ser hoy el blanco de mis disparos? ¿De qué me
sirve tanto estudio si no soy capaz de aprender de mis errores, si no soy capaz de hacer planes
personales de mejora y cumplirlos, o de si no soy capaz de dar y recibir afectos, cariño y
ternura?

Abundando en estas preguntas, creo que todas se habrán dado cuenta que de las
pequeñas historias que he contado aquí, hay un hilo conductor que quiero dejar bien claro y es
el referido al papel que las mujeres y las maestras han jugado en mi educación. Como os he
relatado, todos los aprendizajes provocados por la agresión, la violencia, el castigo, la ira o el
miedo, da la casualidad, … ¿casualidad?..., que fueron protagonizados por hombres que en
aquel momento tenían poder sobre mí y ejercían su poder para hacerme obedecer por
cualquier medio. Por el contrario, todos los aprendizajes generados a partir de la acogida, los
afectos, el cariño, la comprensión y la estimulación para ser yo mismo, han sido
proporcionados por mujeres cuyo único poder sobre mí era el de la satisfacción que me
proporcionaban sus cuidados y atenciones. ¿Casualidad?

14
Hace mucho tiempo que no creo en las casualidades sino en las causalidades, por tanto
he de manifestar con sencillez que mientras nuestra educación no esté basada en los
principios que producen y sostienen la vida y en los valores, emociones, sentimientos que
nuestras madres, hacedoras de vida y dadoras incondicionales de atenciones y cuidados, nos
han proporcionado, no podremos realmente educarnos y llegar a ser plenamente personas. O
para decirlo de otra manera: mientras que sigamos alentando los valores del patriarcado, tales
con la competitividad, el éxito, la autoridad, la jerarquía, la propiedad, la agresión y la guerra e
ignorando los valores de cooperación, ayuda, acogimiento, comprensión, cuidado, empatía y
cariño seguiremos convirtiendo la educación en un simple paseo por las escuelas para sacar un
certificado.

Y todo esto me lleva a decir que además de conocer la realidad, saber leer y escribir,
aprender a manejar ordenadores y producir conocimiento con los recursos que nos
proporcionan, hay algo mucho más importante: aprender a ser nosotros mismos, aprender a
conocernos, aprender a reconocer nuestros tesoros personales y a poner en marcha nuestro
maestro interno. Y esto significa en primer lugar que tenemos que aprender a reconocer e
identificar nuestras emociones y sentimientos; que tenemos que reflexionar sobre nuestra
conducta personal para no dejarnos llevar por las emociones destructivas como la ira, el
miedo, los celos o la envidia; que tenemos que aprender a dar y a recibir afectos o que
tenemos sencillamente que desarrollar como ahora se dice nuestra inteligencia emocional,
porque lo verdaderamente importante es conseguir el suficiente equilibrio y sensibilidad para
saber apreciar todo lo hermoso que tiene nuestra existencia, pero también para saber afrontar
con lucidez todo lo que tiene de sombrío y de dolor.

Tenemos pues que aprender a equilibrarnos, aprender a estar centrados, aprender a


conocernos y a reconocernos, sabiendo que en realidad no vamos a llegar a conocernos del
todo. Tenemos que aprender a tomar conciencia de lo que pensamos, de lo que sentimos, de
lo que decimos y de lo que hacernos, porque puede suceder que estemos enfermos como
consecuencia de nuestra pertenencia y sometimiento a una sociedad cada vez más enferma.
Porque hay que decir también, que toda enfermedad, de una manera u otra, está originada,
como diría Maturana, por una falta de amor, por una falta de reconocimiento, por la ausencia
de equilibrio y de armonía en ese triángulo formado por uno mismo, los demás y el medio
natural.

Para decirlo en otra palabras, creo que la educación, el fin último de una educación
auténtica hay que buscarlo mediante la peregrinación constante por caminos que nadie puede
recorrer por nosotros y esta peregrinación por caminos nuevos, creativos, intuitivos,
emocionantes, sensibles y también arriesgados nos permitirá aprender a cuidarnos y a cuidar a
los demás, a prestarnos atención y a atender a nuestros semejantes, a respetarnos y a
respetar, pero también a responsabilizarnos de nosotros mismos y de la sociedad. Y esto no es
otra cosa que el aprendizaje del amor en todas sus facetas y dimensiones y aquí es donde
aparece la palabra “sabiduría”. No basta pues con poseer mucha información, ni tampoco con
tener mucho conocimiento, lo que importa es saber situarnos en el camino de la sabiduría y la
sabiduría afortunadamente está en la calle, en el aire, aquí y en cualquier lugar donde las
personas sean capaces de reconocer que una vida sin amor no merece ser vivida, que una vida
sin amor no es vida.

15
Me resulta siempre muy gracioso cuando nos dicen eso de que debemos “Educar en
Valores”, pero ¿Acaso podemos educar de otra manera? Por eso mientras que en nuestras
escuelas e institutos sigamos practicando la división, la fragmentación y la especialización, con
tantas asignaturas aisladas, separadas y con tantos profesores que ni se dicen buenos días
porque cada uno va a lo suyo y tiene un horario diferente, pues me parece que los valores que
estamos transmitiendo son los del individualismo, el carrerismo y el más ridículo conocimiento
que para el año siguiente se habrá olvidado por completo.

Necesitamos pues de una educación emocional, pero también y muy pegadita a ella de
una educación ética que sea capaz de hacernos buenas personas como decía Antonia, y esta
responsabilidad de educar éticamente a toda las personas, no es solamente de las familias,
sino de la sociedad entera y especialmente de las instituciones públicas, que son las que tienen
que garantizar que el derecho a la educación sea realmente un derecho humano universal y no
un privilegio en exclusiva para los que disponen de recursos económicos. Por eso no acabaré
nunca de entender la que se ha montado en este país con el asunto de la Educación para la
Ciudadanía, cuando esto debería de ser algo tan elemental y básico como aprender a tomar el
biberón o a comunicarse en la lengua materna. ¿Cómo entonces nos vamos a cuidar y a librar
de los ladrones, de los mentirosos, de los corruptos o de los que violentan, dañan y explotan?
O ¿Cómo nos vamos a cuidar y a librar de nosotros mismos y de la bestia que todas y todos
llevamos dentro?

Pero también necesitamos, como decía mi amigo Pepe escuelas de complejidad, que
necesariamente tendrán que ser al mismo tiempo escuelas de ciudadanía en las que
aprendamos a convivir, a respetarnos, a reconocernos y darnos cuenta como decía
Kirshnamurti de que la verdad es un país sin caminos y que todos llevamos un maestro interno.
Escuelas de ciudadanía que deberán servir, no para dar a todo el mundo lo mismo, sino para
dar más a quién más lo necesita, y esto significa que tendrán que ser escuelas inclusivas que
permitan atender al diferente y aprender de lo diverso, que permitan ayudar a los más débiles
y aprender a cooperar y a responsabilizarse de lo común y de lo colectivo.

Creo que ya es el momento de ir terminando esta charla, por eso me siento en la


obligación de resumir, aunque con este gazpacho que he montado pues lo mismo no me sale
bien, pero sinceramente creo que todo esto de la educación y de lo que es una persona
educada podía resumirse en dos palabras: conciencia y libertad.

La educación es un proceso interminable de toma de conciencia en, con y para la


liberación. ¿Y qué quiere decir esto? Pues a mi entender, esto significa en primer lugar que
tenemos que aprender a darnos cuenta de todo, a prestar atención a todo y a ser sensibles por
todo y cuando digo todo, estoy hablando de la realidad humana, la social y la natural. Tomar
conciencia de quienes somos, qué hacemos, a dónde vamos si seguimos así, de cuáles son las
cualidades esenciales que identifican nuestra humanidad, de cómo tengo y debo generar y
mantener vida, lo cual significa que tengo que trabajar en el desarrollo de muchas conciencias
a la vez: conciencia personal, conciencia social, conciencia política, conciencia ecológica,
conciencia cósmica, conciencia de pueblo, de barrio, conciencia ciudadana, conciencia
corporal, conciencia emocional, conciencia de nuestros estados internos, conciencia estética,
conciencia ética… y algo de lo que generalmente parece que da miedo hablar: conciencia
espiritual.

16
¿Y qué es esto? Pues realmente no sé lo que es, porque si es algo, no lo puedo expresar
completa ni correctamente con palabras porque pertenece a la esfera de lo íntimo, de lo que
no es lógico, de lo que está más allá del lenguaje, pero que si tuviese que definirlo sería como
una especie de aceptación de que somos seres limitados, contradictorios, erráticos pero que
tenemos una conexión y una ligazón con las tramas de la vida existentes en el universo y que
esa conexión nos anuncia de que hay algo que nos trasciende, que nos supera y que nos
permite hacer frente al dolor, al sufrimiento y a darle sentido a nuestras vidas.

¿Y para que necesitamos conciencia? Pues para liberarnos. Para liberarnos de los
mentirosos, de los ladrones, de los que agreden y maltratan, de los que violentan al diferente,
de los que matan a las mujeres, de los corruptos, de los hombres de la guerra y de todos esos
seres que hacen que el mundo esté al revés. Pero para liberarnos también de nosotros
mismos, de nuestro engreimiento, de nuestros apegos, de nuestra falta de sensibilidad, de
nuestras mezquindades y mediocridades, de nuestros límites, de nuestro agotamiento, de
nuestra soberbia, de nuestra soledad.

Y al iniciar este proceso de liberación que no se termina nunca, sentiremos la alegría


infinita de comprobar que no podemos vivir sin estar enamorados, no podemos vivir sin amar,
no podemos vivir sin experimentar la más singular y más central de las emociones humanas, ya
signifique esto enamorarse de un hombre, de una mujer, de un trabajo, de un proyecto, de un
hijo o una hija, de un amigo, de una amiga, de una ciudad, de un barrio, de una escuela como
esta, o de lo que sea, pero también enamorarse de un sueño: del sueño de que más temprano
que tarde, como decía Salvador Allende el día que lo mataron, «…se abrirán las grandes
alamedas, por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor», más justa, más
fraterna y más amorosa.

Muchas gracias.

Juan Miguel Batalloso Navas, terminado en


Camas (Sevilla) a las 22:20 del día 9 de febrero de 2009.

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