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“Me acordaré de las obras antiguas de

Jehová; sí, haré yo memoria de tus


maravillas antiguas.”
Salmos 77:11
En los primeros nueve versículos de este salmo, encontramos a un cristiano
sumido en una de las conocidas como noches del alma. Vemos aquí el reflejo de un
espíritu golpeado por las olas de la angustia y la desesperación. Como bien lo dice él
mismo: “Mi alma rehusaba consuelo”, y refiriéndose al Señor expresa: “No me
dejabas pegar los ojos; estaba yo quebrantado, y no hablaba”. Recordaba el salmista
en esos momentos los años de gozo y favor del Señor, pero la nostalgia tampoco le
servía de consuelo en tal estado. Esta terrible condición de espíritu le llevo a dudar de
las misericordias de Dios. En sus propias palabras: “¿Desechará el Señor para siempre,
y no volverá más a sernos propicio?”, esto es, ¿nunca cambiará esta situación? ¿es
posible que la misericordia de Dios se halla apartado definitivamente de mí? El alma
que comienza a preguntarse estas cosas ha llegado al lugar de profundo quebranto, un
lugar por el que tarde o temprano todos debemos pasar.
Es de gran refrigerio meditar en la conclusión a la que llega el salmista en medio
a su noche oscura, donde leemos: “Dije: Enfermedad mía es esta” (vv. 10). En otras
palabras. Esta condición de alma en la que me encuentro, estos torrentes de incredulidad
que me rodean, de ninguna manera concuerdan con la realidad en cuanto a mí, ni en
cuanto a mi Dios. Es posible que mi alma se encuentre en esta condición, y
efectivamente así es, pero esto no cambia un ápice de los propósitos de Dios para
conmigo, ni de mi posición delante de Él. Esta enfermedad es mía y sólo mía; o como lo
expresa Matthew Henry: “Ésta es mi debilidad: Pensar que la diestra del Altísimo pudo
cambiar”. En otras palabras, mi error en la incredulidad consiste en pensar que las
condiciones subjetivas de mi alma, determinan los propósitos eternos de Dios para
conmigo. Como hijos de Dios debemos saber que Él nos permite vivir estas
experiencias para que aprendamos a depender de aquello que es eterno, y por lo tanto
objetivo e inmutable; pues nuestra tendencia es la de apegarnos a la subjetividad de la
condición momentánea de nuestras almas. Dios es Dios, cuando yo estoy en las más
altas montaneas, y sigue siendo el mismo Dios, cuando las más densa oscuridad inunda
mi débil espíritu. La madurez espiritual tiene como fundamento una confianza
depositada única y exclusivamente en la gracia de Dios, y en su obra para con nuestras
vidas.
Al llegar a esta concusión en cuanto a su real condición, el salmista entiende que
lo que es menester hacer es traer a su memoria el modo de proceder de Dios para con su
pueblo. En frases como: “Oh Dios, santo es tu camino”, o “Con tu brazo redimiste a tu
pueblo”, él apoya su espíritu en los sempiternos planes de Dios, y en sus inmutables
obras para con su pueblo. Es en ese lugar, y sólo en ese lugar, donde el alma del
cristiano encuentra verdadero descanso.
Ha pasado un año en el que podemos recordar innumeras bendiciones, y también
algunas noches del alma. Entra un nuevo año en el que bendiciones y aflicciones
también han de venir. Como el día y la noche se intercalan ininterrumpidamente,
nuestro peregrinar en esta Tierra es marcado por tiempos de bonanza, y tiempos de
dolor. Pero lo que el Señor nos enseña en su Palabra, es que ni unos ni otros deben
determinar nuestro gozo o nuestra paz, ni tampoco nuestro caminar delante de Él. Que
en todo momento y circunstancia, nuestros corazones encuentren descanso en Dios y en
su perfecta voluntad.
¡Feliz año nuevo!

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