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Borja Barragué
Universidad Autónoma de Madrid
Introducción
Quizá uno de los motivos por que la propuesta de la Renta Básica (RB) no
termina de hacerse un hueco en la agenda política de muchos países donde, sin
embargo, se trata de una idea que ha traspasado el ámbito estrictamente académico para
convertirse en una reivindicación de ciertos sectores y movimientos sociales, es que el
debate se ha centrado excesivamente en la justificación normativa de la propuesta. Por
ello, y a pesar de que ciertamente son muchos los artículos dedicados a esta cuestión,
creo pertinente examinar en este papel la posibilidad de financiar una RB mediante
impuestos ecológicos (ecotasas).
El artículo se estructura en 4 apartados principales. Primero se exponen los
argumentos normativos sobre los que descansa teóricamente la propuesta. En la sección
segunda se discuten las ventajas que en el ámbito de la economía se derivarían de la
adopción de un modelo como el que se propone. En el apartado tercero se perfila un
posible diseño del modelo. Y, por último, en la sección cuarta se sugieren algunas
conclusiones, con una breve discusión acerca de los efectos que la adopción de un
modelo así tendría sobre una eventual reforma fiscal posterior.
∗
Ponencia presentada en el XII Congreso del Basic Income Earth Network (“Desigualdad y desarrollo en
una economía globalizada: la opción de la Renta Básica), celebrado los días 20 y 21 de junio de 2008 en
el University College de Dublín.
1
francesa, y es reflejo de su amistad con los principales exponentes de cada una de ellas:
THOMAS JEFFERSON y MARQUIS DE CONDORCET.
Agrarian Justice es un breve manifiesto dirigido al Directorio que en 1797
gobernaba Francia. Al igual que JOHN LOCKE, PAINE elabora su discurso sobre la
premisa de que en el estado de naturaleza la tierra es de la propiedad común de la raza
humana (Paine 1990, 102). Pero, a diferencia de aquél, Paine no cree que el cultivo de la
tierra atribuya por sí mismo ningún título de propiedad, pues, a pesar de que a su través
se multiplican por diez los frutos que se obtienen de ella, “únicamente el valor de las
mejoras del cultivo, y no la tierra misma, es de propiedad individual”. Por ello, “todo
propietario de tierra cultivada…debe a la comunidad una renta del suelo…y es de esta
renta del suelo de la que ha de surgir el fondo propuesto en este plan” (Ibídem); un
fondo nacional con el que se pague a cada ciudadano que haya cumplido los veintiún
años de edad la suma de quince libras esterlinas, con las que indemnizarle por la pérdida
de la herencia común de la tierra a consecuencia de la introducción del sistema de
propiedad privada.
En cuanto al mecanismo operativo de su fondo, Paine determina que los pagos
se abonen a toda persona ya sea rica o pobre –pues se trata de repartir las rentas
derivadas de una herencia natural que, como un derecho, y no como mera caridad, le
corresponde a todo ciudadano independientemente de cualesquiera otras fuentes de
riqueza-, y a ese objeto propone gravar la propiedad cuando ésta se traspasa, por la
muerte, de una persona a otra, en una décima parte, como medida del valor de la
herencia natural contenida en ella. De esta manera, el mecanismo de Paine comienza
adoptando la forma de un impuesto sobre el suelo muy en la línea de las ideas
lockeanas, pero acaba como un impuesto de sucesiones en la transmisión tanto de
bienes muebles como inmuebles.
En Libertad real para todos, uno de los desarrollos teóricos más elaborados para
tratar de justificar normativamente la RB, PHILIPPE VAN PARIJS (en adelante, PVP)
parte de dos premisas: “Uno: Nuestras sociedades capitalistas están repletas de
desigualdades inaceptables. Dos: La libertad es de primordial importancia.” (Van Parijs
1995, 1). Respecto a esto último, PVP considera que ser libre consiste no en no verse
impedido de hacer exactamente lo que se quiere hacer, sino en no verse impedido de
hacer cualquier cosa que uno pueda querer hacer (Van Parijs 1995, 23). En este sentido,
la libertad real implica y supera la libertad formal, por cuanto se extiende a las
oportunidades y a los recursos que las materializan.
2
A partir de aquí, PVP extrae las tres condiciones que ha de satisfacer toda
sociedad libre; a saber, que exista una estructura de derechos bien definida (seguridad);
que en esta estructura cada persona sea propietaria de sí misma (autopropiedad); y que
en esta estructura cada persona tenga la mayor oportunidad posible para hacer cualquier
cosa que pueda querer hacer (ordenación maximín de las oportunidades).
Estos principios se concretan en una serie de instituciones llamadas a realizarlos.
La seguridad demanda una estructura de derechos bien garantizada; la autopropiedad
exige la defensa de la autonomía; y, por último, la ordenación del conjunto de
oportunidades de tal manera que las opciones de la persona peor situada no sean
menores que las que disfruta la persona peor situada bajo cualquier otro sistema se
instrumenta a través del pago de una RB a todos los miembros de la sociedad. De esta
manera, PVP integra la RB dentro de una teoría de la justicia de corte liberal, y la
convierte en una exigencia institucional derivada de su particular principio de
diferencia. La RB es, así, una de las implicaciones institucionales exigidas por los
principios que tiene que satisfacer una sociedad libre. Si la libertad real alcanza a los
medios, la RB es el mecanismo que diseña PVP para garantizar que los miembros de un
grupo no se vean obstaculizados de hacer aquello que pudieran querer hacer.
Pero toda propuesta de redistribución ha de argumentar convincentemente acerca
no sólo de los beneficiarios, sino que debe justificar también la apropiación de los
recursos que luego van a ser redistribuidos.
Después de igualar, mediante las oportunas compensaciones económicas
aconsejadas por la adopción del principio de diversidad no dominadai, las dotaciones
internas de los individuos, PVP entiende que son los recursos externos los que van a
determinar que una persona pueda realizar en mayor o menor medida sus planes de
vida; esto es, son los determinantes de la extensión de su libertad real. Estos recursos se
deben repartir equitativamente entre todos los miembros del grupo y la RB es
precisamente el mecanismo escogido por PVP para operar el reparto. Pero, ¿cuál es
conjunto de bienes que, integrando el acervo común, ha de ser repartido?
Una primera intuición podría llevarnos a pensar que lo único que ha de ser
redistribuido son los recursos naturales; sin embargo, para PVP “lo que…resulta
pertinente [distribuir] es el conjunto completo de medios externos que afectan a la
capacidad de las personas para poder llevar adelante sus correspondientes concepciones
sobre la vida buena, con independencia de si esos bienes son naturales o producidos.
3
Las dotaciones externas incluyen en el más amplio sentido cualquier objeto externo
utilizable al que tengan acceso los individuos” (Van Parijs 1996, 129).
Dentro de estos medios externos que afectan a la capacidad de las personas para
poder desarrollar sus planes de vida PVP identifica en un primer momento las
herencias, donaciones y la tecnología. Pero una simple inspección de las cifras
resultantes advierte del hecho de que la cuantía de una RB así financiada resulta
espantosamente baja. Por eso, el hecho crucial a considerar en la teoría de PVP es su
aserto de que la categoría más importante de activos está formada por los empleos que
las personas tienen como recursos. Partiendo de que en las economías europeas el
desempleo amenaza con convertirse en una disfunción crónica del mercado laboral,
pues la escasez de los empleos se genera sistemáticamente, PVP alcanza la conclusión
de que quienes los tienen se apropian de una renta a la que legítimamente se le pueden
establecer impuestos. Creo, sin embargo, que esta equiparación que plantea PVP entre
recursos externos y empleos no se sostiene por, al menos, dos razones.
En primer lugar, porque los empleos no son –por continuar el símil propuesto
por PVP en su libro- como la tierra. En efecto, mientras ésta existe con independencia
de que una persona se preocupe o no por ararla y puede ser disfrutada por alguien
simplemente contemplándola, aquéllos solamente existen en tanto que dos partes
contratan las condiciones bajo las cuales una de ellas se obliga a desarrollar ciertas
habilidades que la otra desea. Si por cualquier motivo la relación entre empleador y
empleado no concluyera con la firma de un contrato de trabajo, sencillamente no
existiría ese empleo (De Wispelaere 2000, 249).
Y segundo, la tesis de PVP a favor de la incondicionalidad de la RB presenta el
problema adicional de que parte de la escasez de los puestos de trabajo, pero no de la
del tiempo de ocio. Mientras que JOHN RAWLS respondió a la crítica de que su
principio de diferencia contenía un sesgo favorable a los holgazanes incluyendo el
tiempo de ocio entre los bienes primarios –siempre que esa sociedad asegurase de hecho
que las oportunidades para un trabajo están disponibles de forma general-, PVP sostiene
que cuando los surfistas de Malibú cobran la RB están tomando la parte que les
corresponde del activo trabajo. Pues bien, para lograr evitar la crítica de que una RB
incondicional podría suponer una explotación de los industriosos por los vagos (Elster
1988, 127), PVP tendría que demostrar que la conducta de los surfistas es una opción
que, en cuanto no merece ningún reproche moral, está disponible para todos los
miembros de la sociedad que quieran optar por ella. O, dicho de otro modo, que es una
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conducta universalizable. Obviamente, esto no es así. Por decirlo con GIJS VAN
DONSELAAR (GVD), “Una persona puede elegir vivir únicamente del ingreso básico
a condición de que esa opción no sea elegida por una mayoría del resto de agentes”
(Van Donselaar 1997, 329). El ocio es así un bien escaso, a semejanza de lo que ocurre
con los empleos y a diferencia del aire que respiramos, de forma que la opción de
dedicar nuestra vida a la mera contemplación no sería universalizable.
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teoría de PVP, cesión de unos recursos que a ellos también les pertenecen, sino porque
con su ausencia contribuyen a la mayor eficiencia del mercado de trabajo (De
Wispelaere, 1999, p. 6). La cuestión, al igual que en el caso de los surfistas de Malibú,
es que esta opción tampoco está disponible para todas las personas al mismo tiempo,
con lo que su conducta en este caso tampoco sería universalizable.
6
cada persona en compensación por el deterioro de su herencia natural, a consecuencia
de la introducción del sistema de propiedad del cielo.
7
los distintos arreglos institucionales diseñados para la internalización de las
externalidades. Y es que, efectivamente, existen varias alternativas: a) dejar la cuestión
en manos de las empresas; b) arbitrar un sistema, de inspiración mercantilista, de topes e
intercambio de derechos de emisión de residuos contaminantes; y c), atribuir al
legislador la capacidad de establecer una regulación sobre la materia. La elección que
hagamos vendrá determinada por comparación entre los resultados que, teniendo en
cuenta costes y beneficios totales, presentan cada una de las alternativas.
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Si bien el argumento de ALPEROVITZ resulta, grosso modo, original y
sugerente, una de las principales tesis en que se sustenta resulta, por lo menos,
llamativa. Y es que a pesar de que analiza muy detalladamente varias de las causas que,
en su opinión, se ocultan tras la referida crisis de valores –la guerra contra el terrorismo,
el creciente individualismo de los ciudadanos estadounidenses, etc.-, parece como si, a
fin de cuentas, hubiera una de singular relevancia, cuyo examen permite dar cuenta de la
crisis y de cuyo tratamiento se puede obtener razonablemente una solución; el enorme
poder de las empresas transnacionales. De acuerdo con ALPEROVITZ, son ya muchos
los estudios que han demostrado que las empresas transnacionales de gran tamaño
tienden a: 1º) influir en el proceso legislativo y en la selección de los asuntos que entran
en la agenda política a través del lobbying; 2º) influir en las elecciones mediante
grandes aportaciones de capital a las campañas de los candidatos; 3º) influir en las
actitudes de la ciudadanía a través de la publicidad; 4º) influir en la política local
haciendo uso de todos los medios que se acaban de mencionar; y 5º) influir en las
elecciones que se realizan a todos los niveles en virtud del simple hecho de que en
ausencia de una alternativa, la economía en términos generales depende de la viabilidad
y del éxito de sus actores más importantes, esto es, las grandes empresas (Alperovitz,
2005, p. 29).
De acuerdo con este análisis, ALPEROVITZ propone una serie de medidas que
se integran de forma coherente en un sistema político-económico que denomina
Comunidad de pequeños propietarios (Pluralist Commonwealth)iii. En el ámbito
político, la Comunidad de pequeños propietarios se caracteriza por reconstruir la
Democracia (con mayúscula, o en el ámbito nacional) desde abajo, implantando
programas que refuercen el principio democrático (con minúscula) en las corporaciones
y asociaciones de ámbito local. Tal y como reconoce el propio ALPEROVITZ, las bases
del discurso político de su propuesta se corresponden, mutatis mutandi, con las tesis
manejadas por ROBERT PUTNAM en Bowling Alone: The Collapse and Revival of
American Community (2000).
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eficiencia, el sistema económico de su Comunidad de pequeños propietarios debe ir más
allá de los mecanismos de redistribución de la renta, e implantar mecanismos basados
en la pre-distribución de la herencia común. Y es que, según advirtiera KENNETH
GALBRAITH, a pesar de que el único diseño eficaz para reducir las desigualdades de
renta inherentes al capitalismo es el impuesto progresivo sobre la renta, que los
impuestos sean una herramienta para combatir la desigualdad es una idea muy alejada
de la forma instalada de pensar (Galbraith 1958). En segundo término, ALPEROVITZ
sostiene que hay disponibles estrategias económicas que, casando los intereses
individuales y comunitarios, son capaces de generar recursos no sólo a corto plazo y a
expensas del medio ambiente, sino que teniendo en cuenta el medio y largo plazo se
proponen un desarrollo –de la comunidad así como del entorno en que se ubica-
ecológicamente sostenible.
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cambios en las vertientes política y económica del modelo de Comunidades de
pequeños propietarios; efectivamente, mientras en la esfera económica contribuye a
descentralizar la toma de decisiones acercándola a los ciudadanos (mayor democracia),
en el ámbito económico implica la asunción de una idea de justicia que, con el paso del
tiempo, puede derivar en un cambio fundamental en la propiedad de los recursos
económicos y, con ello, en una mayor igualdadv.
En primer lugar, la causa eficiente que da lugar a las empresas son los costos de
transacción. Si la realidad respondiera a un sistema walrasiano en el que el mercado
coordinara de manera perfectamente eficiente las actividades, las empresas no tendrían
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razón de ser. De acuerdo aquí con RONALD H. COASE (1988), la empresa surge por
su capacidad para reducir los costes de transacción, que a menudo se sustituyen por
actos administrativos, limitando además la incertidumbre y los comportamientos
oportunistas. Asimismo, el límite dimensional de una empresa se sitúa en el punto en
que sus costes de administración superan a los que ese mismo acuerdo originaría de
haberse perfeccionado en el mercado. ALPEROVITZ es muy crítico con el tamaño de
muchas de las multinacionales que operan en los mercados actualmente y con el de sus
patrimonios. Pero si bien es cierto que el número de empresas gestionadas por los
trabajadores crece significativamente en los EEUU gracias, en buena medida, a las
ESOPsviii, también lo es que las desigualdades en aquel país siguen creciendo y que las
empresas transnacionales parecen disfrutar de una relativa buena salud. En ausencia de
una propuesta más concreta –limitar legalmente el número de empleados, de sucursales,
de clientes, etc.-, parece que la observación de COASE de que el límite de la dimensión
de una empresa viene determinado por el punto en que los costes de administración
interna de un asunto superan a los que se derivarían de su gestión en el mercado sigue
siendo cierta.
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lobbying, pues si no parece democráticamente saludable que el Congreso –por más que
sus miembros representen al conjunto de la ciudadanía por haber sido elegidos por
votación popular, lo cual, por cierto, constituye un valioso instrumento de fiscalización
para el electorado- interfiera en la esfera del poder judicial, menos aún puede serlo que
algunos centros de poder económico – mucho menos representativos de los intereses de
los ciudadanos y sobre todo mucho menos fiscalizables por éstos- interfieran en el
legislativo.
Pero es que, por último, y en lo que aquí más nos interesa, las empresas
gestionadas por los trabajadores no son la institución más adecuada para afrontar el
problema de las externalidades, porque tienden a privilegiar los criterios mercantilistas
sobre cualesquiera otros. A pesar de que, sea cual sea el modelo de empresa que
estemos considerando, siempre surgen problemas a la hora de definir el interés común,
cuando nos preguntamos si una empresa emisora de residuos contaminantes y sujeta a
las exigencias competitivas del mercado tendría mayores incentivos para reducir sus
emisiones –por dañar, pongamos por caso, el bosque que limpia el aire de la zona en
que residen la mayoría de sus empleados-propietarios- que una sociedad limitada, la
respuesta seguramente sea negativa. En efecto, la presión del mercado forzaría a ambas
a externalizar sus costesxi (Alperovitz 1999), en ausencia de otros mecanismos que les
empujaran a internalizarlos. ¿Cuáles podrían ser, entonces, esos otros mecanismos?
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2.2.1. Una teoría basada en la explotación sostenible y equitativa de los bienes comunes
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BARNES propone crear un tercer sector –alternativo a los espacios de lo privado
(mercado) y lo público (Estado)- encargado de la explotación equitativa y sostenible de
los bienes de propiedad colectiva.
Así, tal y como el mercado está poblado por empresas con ánimo de lucro, el
sector de los commons lo constituirían fondosxiv no lucrativos encargados de su
conservación. Éstos disfrutarían de derechos de propiedad sobre los bienes comunes de
manera similar a como las empresas detentan sus recursos de propiedad privada, con la
diferencia de que en este caso la gestión de aquellos bienes beneficiaría a toda la
comunidad –pero no sólo, pues en tanto uno de los objetivos de la gestión es la
conservación de los commons, aquí se incluirían también las generaciones futuras-, y no
sólo a los accionistas de la sociedad.
Existen muchos y muy distintos tipos de fondos, pero los más frecuentes son los
que se constituyen con el objetivo de conservar ciertos bienes de propiedad colectiva
durante algún tiempo. En EEUU, los land-trust son un instrumento muy popular para la
conservación de bosques, terrenos agrícolas, playas y otros espacios naturales de
similares características. En principio, estos fondos de conservación no están
concebidos para generar dividendos, sino para conservar determinados bienes colectivos
y asegurar que su disfrute es igualmente accesible a todos los individuos. Si el objetivo
es, en cambio, obtener una renta no salarial en beneficio de la ciudadanía, los fondos
comunitariosxv son un excelente instrumento para ello. Así, la propuesta de BARNES
para la explotación sostenible de la atmósfera adopta la forma de un fondo de
conservación.
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emisión de gases contaminantes con los que aquéllas podían comerciar o,
alternativamente, usar para contaminar. La legislación cumplió razonablemente sus
objetivos, obligando a las empresas a reducir el nivel de sus emisiones. Este éxito no
obstante, la ley contiene un defecto fundamental, y es que atribuye los derechos de
emisión de gases a las empresas de forma gratuita, asumiendo así tácitamente que
algunas de éstas no deben pagar un precio por dañar un recurso natural que, por
principio, nos pertenece a todos.
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instalaciones contaminadoras parten sin ningún derecho de emisión, por lo que tienen
que adquirirlos (los derechos) en el mercado de intercambio. En principio éste es un
arreglo más justo –por cuanto no se privilegiaría precisamente a quienes más han
contaminado en el pasado- y más eficiente –pues, al implicar la compra de los derechos
un coste, funciona como un incentivo para reducir las emisiones- que el grandfathering,
pero a juicio de BARNES presenta dos problemas. Uno de tipo técnico, y otro de índole
más ideológica, que es el motivo principal por el que rechaza el sistema de subasta. En
el aspecto técnico, un sistema de subasta elevaría considerablemente los costes de la
industria europea en relación con el resto de operadores, perjudicando así su
competitividad (Hyvärinen 2005). De adoptarse, pues, este sistema en ulteriores
revisiones del EU ETS, habría que considerar la posibilidad de acompañarlo de un
arancel a las importaciones (import fee). En el campo ideológico, el sistema de subasta
es problemático, siempre según el criterio de BARNES, debido a que el dinero va a
parar a las arcas del Estado y no a la ciudadanía en su conjunto. Así, mediante la
oposición entre los intereses del Gobierno, por una parte, y los de la ciudadanía, por
otra, es como nuestro autor alcanza la conclusión de que el único sistema de cuotas
(capping system) capaz de reducir las emisiones –acercándose así al objetivo de
conservar los commons- al tiempo que distribuye igualitariamente las rentas procedentes
del aprovechamiento de un recurso escaso como la atmósfera –en persecución del
objetivo de introducir una mayor igualdad en el capitalismo de empresa-, es el sistema
de cuotas y dividendos (cap-and-dividend)xvii.
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del que se viene comentando, inmediatamente atractivos. Ahora bien, ocurre también
con frecuencia que quien se topa con una idea así, quiera profundizar, yendo un poco
más allá de lo meramente superficial, en ella. Y es en este punto donde la propuesta de
BARNES presenta varias dificultades.
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En tercer lugar, y en relación con el reparto de dividendos, si bien por un lado es
un mecanismo que realiza una concepción igualitaria de la justicia, retribuyendo a todos
los ciudadanos por el uso que se hace de un bien –la atmósfera, en este caso- que
pertenece colectivamente a todos ellos, por otro presenta un elevado coste de
oportunidad, pues es un dinero no invertido en investigación. Aunque más adelante
volveré sobre ello, los objetivos que persigue la propuesta que venimos comentando y
los que permitirían que los países en vías de desarrollo sigan creciendo sin que ello
derive en una recesión dramática de las economías occidentales, son los mismos: 1)
mejoras en la eficiencia energética y aumento en el uso de energías renovables; 2)
mayor ahorro energético; y 3), reducción de las emisiones de CO2. Dado que su sistema
se centra fundamentalmente en este último objetivo, BARNES seguramente sepa que la
tecnología más importante para un uso ecológico del carbón es su captura y
almacenamientoxix (CAC, en sus siglas en castellano). Las tecnologías clave para el
CAC ya se han desarrollado, y es el momento de que se pongan a prueba en las
centrales eléctricas. Sin embargo, los costes de las primeras fases de prueba de estas
nuevas tecnologías son muy elevados y, sin una inversión pública adecuada, su
aplicación será lenta y desigual. Teniendo en cuenta que de acuerdo con los datos del
Organismo Internacional para la Energía (OIE), en 2006 el Gobierno de los EEUU
dedicó 2.000 millones de euros a la investigación y el desarrollo energéticos, y que esto
equivale a lo que el ejército de aquel país gastó como promedio en un día y medio de
ese mismo año, parece aconsejable que parte del dinero que se obtenga como resultado
de la introducción de una reforma verde se dedique a la investigación. Más aún cuando
el éxito de esas tecnologías podría traducirse en billones de euros de producción
económica (Sachs 2008).
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capitalismo hoy en día funciona a escala global. Parece, pues, que si la atmósfera es un
bien común global, y la polución impone costes sociales a escala igualmente global, la
mejor solución tanto en términos de justicia como de eficiencia ha de tener un ámbito de
aplicación mundial.
2.3.1. Introducción
Aunque no todos los autores estén de acuerdo, la noción más extendida del
término globalización denota una situación en la que tanto el mercado como las
empresas que operan en él han pasado a ser transnacionales, eludiendo las regulaciones
de los Estados nacionales en sus actividadesxxii. Desde esta perspectiva económica, los
procesos globalizatorios implican un nuevo contexto muy diferente al que surgió tras el
final de la II Guerra Mundial, cuando los Estados sociales se extendieron en Occidente
como la forma generalmente aceptada de organización político social. El Estado debía
constituir entonces el marco institucional en que los actores económicos y sociales
alcanzaran acuerdos, al tiempo que jugaba un rol activo en materias de consumo,
inversión o fiscalización relevantes para mantener la cohesión social.
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de la difusa amenaza del terrorismo radical islamista, lo que justifica el incremento de
los presupuestos de Defensa a expensas del gasto social.
Hoy en día, por el contrario, se admiten –al menos por la mayoría de los
economistas- las limitaciones del mercado. En primer lugar, ya sabemos que el
mercado, sin las regulaciones e intervenciones estatales apropiadas, no conduce, debido
a la existencia de externalidades negativas, a la eficiencia económica. En esta misma
dirección apuntan las investigaciones en economía de la información desarrolladas por
JOSEPH E. STIGLITZ a mediados de los 80, de acuerdo con las cuales si la
información es imperfecta y, sobre todo, si existen asimetrías en la misma de modo que
hay individuos que saben algo que otros no saben –lo que, por lo demás, ocurre
siempre, según STIGLITZ-, se debe a que “la razón de que la mano invisible parezca
invisible es que no existe” (Stiglitz 2006). En segundo lugar, el modelo escandinavo de
bienestar es una muestra elocuente de que existen formas alternativas de economías de
mercado económicamente eficientesxxiii. Y, por último, las políticas adoptadas por el
BM, el FMI y la OMC ni han erradicado la pobreza, ni han reducido las desigualdades.
Según un informe publicado en 2004 por la Comisión Mundial sobre las Dimensiones
Sociales de la Globalización, el 59% de la población mundial vivía en países donde la
desigualdad iba en aumento, y sólo el 5% en países donde retrocedía; en cuanto a la
pobreza –definida por el BM como la situación de quienes viven con menos de dos
dólares al día-, había crecido un 36% en todo el mundo en el período comprendido entre
1981 y 2004, siendo así además que en África el porcentaje de la población que vivía en
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la extrema pobreza –aquéllos que subsisten con menos de un dólar al día- había
ascendido del 41,6% en 1981 al 46,9% en 2004 (Oficina Internacional del Trabajo
2004).
22
neoclásica, la intervención pública se halla justificada cuando se orienta a evitar las
distorsiones provocadas por fallos en el mercado, entre los que se incluyen las
externalidades ambientales.
Ya se dijo más arriba que el problema de las externalidades fue por primera vez
tratado de forma sistemática por ARTHUR PIGOU en Riqueza y Bienestar (1912)
primero y en La economía del Bienestar (1920) después. Aquí sólo recordaré que las
soluciones que, siguiendo este análisis, se venían proponiendo, pasaban
alternativamente por: 1) hacer responsable al dueño de la empresa por los perjuicios
ocasionados; 2) establecer un impuesto variable en función de la cantidad de residuos
contaminantes emitidos; o 3) desplazar a las fábricas contaminantes de las áreas
residenciales.
Así pues, la idea de usar impuestos para solucionar problemas y no sólo para
engordar las arcas del Estado no es nueva, como reconoce GREGORY MANKIW, sino
que puede encontrarse en la economía del Bienestar de principios del siglo XX
(Mankiw 2007, 1). Así como tampoco lo es la de usar un impuesto correctivo para
reducir el calentamiento global, propuesta ya en 1992 por MARTIN S. FELDSTEIN, ex
economista jefe de RONALD REAGANxxiv. Todos estos precedentes no obstante, el
debate sobre la conveniencia de introducir nuevos impuestos ambientales se activó
extraordinariamente –sobre todo en los EEUU- a partir de la publicación en octubre de
2006 en el Wall Street Journal de un artículo de G. MANKIW intitulado “Raise the Gas
Tax”, en que el profesor de Harvard defendía un incremento gradual del impuesto sobre
la gasolina en aquel paísxxv. El objetivo más inmediato del artículo era el de abrir el
debate en torno a la necesidad de reducir las emisiones de CO2 procedentes del
consumo de gasolina, pues de acuerdo con un conocido principio de economía básica,
cuando se grava algo, ese algo pasa a producirse –o consumirse- en menor cantidad.
Llegados a este punto, existen dos instrumentos mediante los que internalizar (parte de)
los costes sociales de la producción vía precio; los impuestos pigouvianos, por un lado,
y los suplementos ambientales, por otro.
23
El argumento teórico básico que sugiere la internalización de externalidades vía
precio tiene su fundamento en que el teorema de la eficiencia de los equilibrios
competitivos sólo resulta válido para el caso de mercados universales (Elena Izquierdo y
otros 2002, 3-4). En realidad, los suplementos ambientales pueden verse como una
variación de los impuestos pigouvianos, con la diferencia de que con aquéllos el precio
de intercambio de los productos en el mercado no se ve alterado para los agentes que
participan en él. Por este motivo, un primer análisis de las diferencias que separan a
estos dos mecanismos nos alerta de que los suplementos ambientales no son
instrumentos válidos para todos los mercados, sino únicamente para aquéllos en que
exista una institución encargada de asignar cuotas en función de las ofertas presentadas
por los distintos agentes.
Una característica común a las reformas fiscales verdesxxvii es que tienden a ser
neutras en cuanto a presión fiscal se refiere; esto es, la nueva –o aumentada- ecotasa se
utiliza para financiar reducciones en otros impuestos. El objetivo de estas reformas es
doble; por un lado, mejorar la calidad ambiental y, por otro, incrementar la eficiencia
del sistema fiscal. El primer objetivo sería el primer dividendo que típicamente va
asociado a las reformas fiscales verdes, mientras que la mejora de la eficiencia del
sistema fiscal sería el segundo (Pearce 1991).
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Existen distintos enfoques metodológicos para estimar los efectos de una
reforma fiscal sobre variables macroeconómicas como el Producto Interior Bruto (PIB),
el empleo y los niveles de bienestar de un país –éstas son las variables analizadas en las
simulaciones para apreciar la existencia o no de un doble dividendo asociado a la
reforma-. De todos ellos –modelos económicos de equilibrio parcial, modelos
macroeconométricos, modelos de equilibrio general estáticos, etc.-, a continuación se
presentan algunos de los resultados encontrados por los modelos de equilibrio general y
los de tax-interaction (modelos TI).
Estos resultados necesitan, empero, ser matizados, ya que tanto las simulaciones
basadas en modelos de equilibrio general como los modelos TI consideran distintas
formas de reciclar la recaudación derivada de la ecotasa. Así, los ingresos del impuesto
ambiental pueden emplearse alternativamente: a) en la reducción de las cotizaciones
sociales a cargo de los empleadores –la más utilizada en las simulaciones-; b) en su
devolución a los ciudadanos en forma de dividendo –la propuesta por PETER BARNES
y también por JAMES E. HANSEN-; c) en la reducción del Impuesto sobre Renta de las
Personas Físicas (IRPF) o el Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA); y d) el Gobierno
siempre puede arriesgarse a acometer reformas fiscales no neutrales, o sea,
incrementando la presión fiscal.
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simulaciones, aproximadamente, consideran que sus efectos sobre el bienestar serán
igualmente no negativos” (Rodríguez Méndez 2001, 13-14). Ahora bien, una reforma de
este tipo, si bien políticamente más viable, podría adolecer de los mismos problemas
que los tradicionales sistemas de cap-and-trade. Esto ocurrirá cuando los recortes en las
cotizaciones sociales a cargo de los empleadores sean tales que la reforma globalmente
considerada no suponga un incentivo para que las empresas reduzcan sus emisiones.
Además, es obvio que de los ingresos de la ecotasa se aprovecharían muy especialmente
los empresarios, a expensas de otros sectores sociales. Pero, en lo que aquí nos interesa,
le siguen en número las simulaciones que han considerado los efectos que sobre el PIB,
el empleo y el bienestar tendría el reciclaje de la recaudación en forma de dividendo
ciudadano. Y los resultados –tanto los obtenidos por los modelos de equilibrio general
como los obtenidos por los TI- son considerablemente menos halagüeños.
Efectivamente, y de acuerdo con los modelos TI, las ecotasas, siempre que sean
más bajas que un impuesto pigouviano, son beneficiosas en términos de eficiencia.
Ahora bien, esta conclusión sólo es cierta si los ingresos obtenidos como resultado de su
imposición –o aumento- se utilizan para financiar reducciones en otros impuestos
distorsionantes –típicamente los impuestos sobre el consumo y el trabajo-, porque
cuando lo son para financiar un dividendo ciudadano ocurre que “una ecotasa reducirá
el bienestar ciudadano a menos que los beneficios marginales derivados de su
imposición superen la divisoria de cierto umbral positivo” (Parry y Williams 2004 y
Bovenberg y Goulder 1996)xxix. Esto no significa que la ecotasa como tal sea
ineficiente, sino que repartir los ingresos en forma de dividendo es mucho menos
eficiente que financiar con ellos una reducción en otros impuestos distorsionantes. Las
reformas ambientales –y, por tanto, las reformas propuestas por BARNES y por
HANSEN- no han de valorarse sólo a la luz de criterios de justicia, sino también de
eficiencia económica.
26
hipótesis del doble dividendo (Rodríguez Méndez 2001, 14-15). No obstante, hay que
observar que estos resultados no tienen en cuenta –ni pueden hacerlo- las características
típicas de toda labor investigadora; en primer lugar, que sus beneficios difícilmente se
obtienen de forma inmediata; y, en segundo, que suele requerir de cierta inversión
pública, debido a que los mercados, además de demasiada contaminación, producen
muy poca investigación básica (Stiglitz 2006a). Pero es que, asimismo, los beneficiarios
en este caso no se reducen, a diferencia de lo que ocurre con las reducciones de las
cotizaciones sociales a los empresarios, a un sector de la población concreto, sino que
del desarrollo de las tecnologías CAC, al igual que de los ordenadores o de las vacunas,
terminaríamos aprovechándonos todos.
De todo lo anterior se desprende que una reforma fiscal verde, que consolidara
total o parcialmente los ingresos generados por la ecotasa, podría mejorar la calidad
ambiental, el bienestar social de toda la ciudadanía y la eficiencia del sistema fiscal.
Estas conclusiones hay que tomarlas, sin embargo, con cierta cautela, pues es necesaria
una mayor evidencia empírica proveniente tanto de modelos TI como de simulaciones
basadas en modelos de equilibrio general.
2.3.3. Una globalización más pacífica y más justa: impuestos y fondos globales
27
años, situándose siempre entre el 10 y el 15%. En comparación con EEUU, Europa
presenta sistemáticamente cifras propias de sociedades más cohesionadas –índices de
GINI más bajos- y ratios menores de pobreza. En cambio, el problema de los países
europeos se encuentra en sus elevadas tasas de paroxxxii. A la vista de estos datos, no es
extraño que PVP conciba la RB como “una vía para solucionar el aparente dilema entre
el estilo europeo de una combinación de pobreza limitada y alto desempleo y el estilo
americano de una combinación de poco desempleo y una extensa pobreza” (Van Parijs
2001, 52).
Lo que sugieren los datos anteriores es que allí donde hay más pobreza y más
desigualdades de renta, la poca voluntad o la manifiesta corrupción de la clase política
complican mucho la instauración de una RB à la PVP, es decir, financiada sobre las
rentas del trabajo, que incluso en los países desarrollados presenta problemas de
viabilidad política. Sin embargo, estos mismos datos apuntan la necesidad de erradicar o
al menos paliar la pobreza de muchos que, por la forma en que se ha venido gestionando
hasta ahora la globalización, no han visto más que el lado oscuro de este fenómeno. La
RB à la PVP es una institución perfectamente adecuada para sociedades desarrolladas
con altas tasas de paro, como las europeas, o quizá incluso para sociedades
desarrolladas con elevados índices de desigualdad y pobreza, como la estadounidense –
aunque en este caso quizá las rentas del trabajo no fueran la mejor fuente de
financiación desde una perspectiva ética-. Pero, intuitivamente, parece imperativo que
los países en desarrollo comiencen a beneficiarse de la enorme riqueza creada por un
fenómeno del que, hasta ahora, no han visto más que su reverso tenebroso, en forma de
contaminación, deforestación, aumentos de la desigualdad y de la pobreza, etc.
28
El contexto de análisis ha de ser, por tanto, el de una economía globalizada.
Entre otras cosas, porque este marco nos puede proveer de algunas importantes
explicaciones, como la del porqué del desempleo endémico en Europa. Efectivamente,
si el paro en Europa en el último cuarto de siglo ha pasado de ser una circunstancia
coyuntural a un elemento estructural del mercado de trabajo, una posible causa puede
encontrarse en que hoy las grandes empresas tienden a instalarse en los países donde
reciben un trato fiscal más favorable. Como decía más arriba, si un Gobierno –
pongamos de la Unión Europea- decide regularlas de alguna manera contraria a sus
intereses, siempre encontrarán, debido a la cantidad de empleos que generan y de
impuestos que pagan, algún país que las acoja. El problema es que la competencia entre
los países en vías de desarrollo por atraer las inversiones procedentes de estas grandes
empresas ha provocado que muchos de ellos flexibilicen sus normativas laborales y
ambientales; de esta manera, sin leyes que les obliguen a proteger el entorno y el
bienestar de sus trabajadores, las empresas tienen pocos incentivos para hacerlo.
29
La idea de establecer impuestos globales no es nueva, y se encuentra ya en la
teoría económica de ALFREED MARSHALL, JAMES MEADE o JHON MAYNARD
KEYNES (Frankman 1996). De hecho, durante los años que siguieron a la fundación de
Naciones Unidas en 1945, existía cierto consenso entre economistas y diseñadores de
políticas públicas acerca de la necesidad de introducir mecanismos redistributivos en el
sistema económico internacional para evitar nuevas depresiones y conflictos (Paul y
Walhberg 2002). Pero en los años de la Guerra Fría el debate en torno a los impuestos
globales se paralizó como consecuencia del frontal rechazo de EEUU, y no sería hasta
comienzos de los setenta cuando volvió a emerger.
En general, los impuestos globales pueden tener dos objetivos; o bien servir
como desincentivo de alguna actividad considerada perjudicial –éstos serían típicamente
los pigouvianos, aunque como hemos visto las reformas fiscales verdes pueden generar
doble dividendo-; o bien generar una recaudación, gravando actividades que se
consideren positivas, como el uso de Internet o el comercio internacional. Los dos
30
impuestos globales más conocidos y discutidos son típicamente pigouvianos; los
impuestos medioambientales, que se proponen internalizar las externalidades negativas,
y los impuestos sobre las transacciones de divisas, o Tasa Tobin, tendentes a evitar la
inestabilidad de los mercados financieros. Pero, aunque menos conocidos y discutidos,
los impuestos a la venta de armas comparten este mismo espíritu pigouviano, en tanto se
proponen disuadir a los Estados (desarrollados) de vender armas a los países en
desarrollo.
31
serían suficientes para erradicar la pobreza mundial. No obstante, esto implicaría gravar
al 100% la venta de armas, lo que, siquiera perfectamente defendible desde un punto de
vista ético, es económicamente ineficaz y prácticamente irrealizable. Pero sin llegar a
ese extremo, imponer algún tipo de gravamen particularmente elevado a la venta de
armas parece absolutamente justificado.
En primer lugar, los datos del CRS señalan que, desde 1999, el porcentaje total
de armas vendidas por los países ricos a los que están en vías de desarrollo supera todos
los años el 70%, y que, aunque muy lentamente, éste va creciendo. Los beneficios
derivados de la venta de armas se quedan de nuevo, como en el caso de las
externalidades negativas, en los países desarrollados, y los países más pobres obtienen a
cambio más muertes por arma de fuego y menos dinero. Porque si decíamos que las
grandes empresas transnacionales habían llevado las nuevas tecnologías, empleo y en
algún caso incrementos del PIB a determinados países en desarrollo, la venta de armas
únicamente parece posible relacionarla con la corrupción de las autoridades de los
países importadores y el prolongamiento artificial de algunas guerras (Transparency
International, Informe de 1 abril de 2002); esto es, con el enquistamiento del
subdesarrollo. Por último, es legítimo pensar además que algunas de las armas vendidas
por los países desarrollados han sido luego utilizadas en su contra, en conflictos –
aunque esto es más discutible- alimentados por las desigualdades inherentes a la gestión
neoliberal de la globalización.
32
Conclusiones
33
3. La globalización no es un fenómeno intrínsecamente nocivo. Sin embargo,
tampoco es ideológicamente neutra y la globalidad, la ideología que la ha venido hasta
ahora acompañando, ha hecho que de su mano las diferencias entre países en desarrollo
y países desarrollados hayan aumentado. Las instituciones diseñadas a escala global han
fracasado, y las que se diseñan a escala nacional parecen desbordadas por las empresas
transnacionales. Pero mientras seguimos pensando en instituciones a escala nacional y
observamos cómo las internacionales se declaran insolventes, los recursos continúan
agotándose.
Notas
i
En el capítulo tercero de Libertad real para todos, PVP introduce en su teoría una idea que Bruce
Ackerman denominó diversidad no dominada. La idea, en breve, sugiere que la distribución de las
dotaciones (tanto internas como externas) en una sociedad es injusta –y, por tanto, procede la
compensación- “…en la medida en que haya dos personas tales que cualquiera que pertenezca a esa
sociedad prefiera la dotación total de una de ellas en lugar de la dotación total de la otra.” Sólo cuando
esto ocurra –es decir, sólo cuando todos los miembros de una sociedad prefieran la dotación total de uno
de ellos-, se podrá decir que hay diversidad dominada y que, por ende, corresponde compensar al sujeto
perjudicado por ello.
ii
En Alaska se paga anualmente una renta variable a cada residente con una antigüedad de al menos un
año con cargo a los recursos petrolíferos de propiedad pública.
iii
He decidido traducirlo como comunidad de pequeños propietarios porque según explica el propio
Alperovitz, “The overall system…might be termed a “Pluralist Commonwealth” –“Pluralist” to
emphasize the priority given to democratic diversity and individual liberty; “Commonwealth” to
underscore the centrality of new public and quasi-public wealth-holding institutions that take on ever
greater power on behalf of the community of the nation as a whole as the twenty-first century unfolds”
(Alperovitz, 2005, 31).
iv
El CTF es una transferencia de dinero que el Estado paga a todos los niños nacidos en Gran Bretaña
desde el 1 de septiembre de 2002.
v
Conviene señalar que esta mayor igualdad no se logra a expensas de una menor eficiencia, pues “cuando
los empleados se convierten además en propietarios, el cambio produce una mayor eficiencia”
(Alperovitz 1999).
vi
En este sentido, véase el artículo de Alperovitz “Distributing Our Technological Inheritance” (1999
[1994]), en que Alperovitz sostiene que todos los ciudadanos en justicia deberían beneficiarse del
fabuloso legado tecnológico, pues los avances contemporáneos –como los desarrollados por el riquísmo
Bill Gates y su multimillonaria empresa- se basan inevitablemente en el conocimiento acumulado durante
generaciones.
34
vii
Y es que Alperovitz es consciente de que, entre otras cosas, las cooperativas sólo hacen partícipes de
sus beneficios a los empleados, dejando fuera del reparto a muchos ciudadanos que, de acuerdo con la
concepción paineana de la justicia, tendrían derecho a un dividendo por las rentas derivadas de la
explotación de recursos de propiedad colectiva. Por eso, junto con las cooperativas, en el diseño de
Alperovitz nos encontramos con un conjunto de instituciones – empresas para el desarrollo comunitario,
empresas de propiedad comunitaria, fondos encargados de de la gestión de terrenos de propiedad
comunitaria-, destinadas a socializar y distribuir la herencia común. Pero además de ser discutible desde
la perspectiva de la justicia social, mientras la información sea imperfecta o un conjunto de mercados
también lo sea, es asimismo dudoso que maximizar el bienestar de los accionistas conduzca siempre a la
eficiencia económica y a un mayor bienestar general.
viii
Siglas en inglés de Employee Stock Ownership Plans. En la práctica, esta legislación federal, aprobada
en 1974 y que concede privilegios fiscales a las empresas que se transforman en cooperativas, funciona
como una especie de “fondo” donde se van acumulando los dividendos de los socios cooperativistas.
ix
Ésta no es una cuestión en absoluto pacífica, ya que “estudios recientes demuestran que las cooperativas
producen más, no menos, desigualdad entre los empleados de la propia empresa [recent studies of what
actually happens within the firm show that ESOPS produce more, not less, inequality]” (Alperovitz 1999).
x
El propio Alperovitz reconoce que “…even the best ESOPs are hardly one-person, one-vote systems;
voting –when it occurs- is based on the number of shares owns, hence is even more biased against true
democratic processes.” (Alperovitz 1999).
xi
Y posiblemente a maximizar los beneficios de los socios cooperativistas, objetivo poco conciliable,
como en el caso de la RB situada al máximo nivel de PVP, con un desarrollo económico respetuoso con
el medio ambiente.
xii
En “Capitalism, The Commons and Divine Right” (2003), Barnes, siguiendo el argumento de
MARJORIE KELLY en The Divine Right of Capital, comenta que en el sistema legal americano, los
derechos del capital prevalecen sobre los derechos de los trabajadores, los de las comunidades, los de la
naturaleza y los de las generaciones futuras [“…under the current laws of our land, the rights of capital
trump everything else. The rights of employees, the rights of communities, the rights of nature, and the
rights of future generations are all subordinate to the right of capital to maximize short-term profit for the
few”].
xiii
De esta desconfianza en la gestión pública no debe inferirse que Barnes sea un liberal de derechas que
defienda el Estado mínimo. En este sentido, comenta que “Many of my liberal friends get nervous when I
make these arguments. They think I’m aiding and abetting those conservatives who believe the state is
always incompetent and the market is always right. So let me be clear that this is not what I’m saying. At
heart I am an old New Deal liberal. I believe in limiting corporate power and in achieving a fairer
distribution of income and property, but I am a pragmatist when it comes to the means to achieve these
ends. I think the state is good at some things and not good at others” (Barnes 2003).
xiv
En sus escritos, Barnes (2003, 2007) utiliza casi siempre el término inglés trust, que se traduciría como
fideicomiso, en lugar de fund, que sería propiamente el de fondo. Sin embargo, teniendo en cuenta el
diseño del mecanismo de Barnes –que está concebido, al igual que el Alaska Permanent Fund, para
distribuir un dividendo ciudadano-, he optado por traducirlo como “fondo” en lugar de como
“fideicomiso”.
xv
En el original, “stakeholder trusts”. En inglés, es habitual oponer la figura del “shareholder” –
accionista- a la del stakeholder –beneficiario o interesado-. He optado por traducirlo como fondo
comunitario porque el criterio para ser considerado beneficiario suele ser, precisamente, el de la
pertenencia a la comunidad –o nivel local, estatal o federal de gobierno- que lo constituye.
xvi
Según Barnes, “In 2005 the European Union applied the sulfur model to carbon. The resulting scheme
is widely considered a failure. It has led to huge windfalls for companies that received free permits,
higher prices for everyone else, and no reduction in carbon emissions. The EU is now trying to fix its
system” (Barnes 2007). En realidad, no se trata de que el sistema haya sido ineficaz a la hora de reducir
las emisiones de gases de efecto invernadero –pues no sólo las emisiones de CO2 en Europa se redujeron
en 2005 entre 50 y 200 MtCO2 debido al mercado de derechos de emisión (Ellerman y Buchner 2006),
sino que el 65% de las empresas implantaron medidas tendentes a la disminución de CO2 en 2006 a causa
de la puesta en marcha del EU ETS (Pointcarbon 2006)-, sino de que no parece que, tal y como está
ideado, ofrezca incentivos suficientes para reducir las emisiones.
xvii
Lo cierto, sin embargo, es que existe al menos otro método de asignación de cuotas, basado en el
establecimiento de valores de referencia. A pesar de que aquí también se tienen en cuenta criterios
históricos, las empresas sólo obtienen cuotas para vender en tanto que cumplan con determinados
objetivos de eficiencia, mientras que las que no los alcancen tendrían que comprarlas (Hyvärinen 2005).
35
xviii
Según un estudio de la Oficina de Presupuestos del Congreso de los EEUU citado por Barnes (2007,
12), una reducción de un 15% de las emisiones de CO2 conllevaría un incremento de un 3,3% del gasto
de las familias más pobres, un 2,9% de las del segundo quintil más bajo, un 2,8% de las del tercer quintil,
un 2,7% de las del cuarto, y apenas un 1,7% -prácticamente la mitad del coste que supone para las
economías más pobres- de las familias más acomodadas. El efecto regresivo es evidente, aunque es
posible que el reparto de dividendos consiguiera mitigarlo en parte.
xix
La captura y almacenamiento de carbono consiste en capturar el CO2 producido en las centrales
eléctricas o plantas industriales, y almacenarlo posteriormente por un periodo de tiempo, ya sea en
formaciones geológicas del subsuelo, en océanos o en otros lugares.
xx
Barnes observa que “It is important to distinguish between a commons and the commons. A commons
is specific: the playground down the street, the Housatonic River, the Boston Common. The commons is
an abstract concept similar to the market or the state. It is the sum of thousands, perhaps millions, of
individual commons.” (Barnes 2003).
xxi
Cuando hace ya veinte años el mundo reconoció la existencia de un problema potencial, la
Organización de Naciones Unidas (ONU) creó en 1988 el Panel Intergubernamental sobre Cambio
Climático (IPCC, en sus siglas en inglés), pidiendo a los mejores especialistas del mundo que valorasen el
posible impacto del calentamiento global. A medida que las evidencias científicas sobre las consecuencias
asociadas al cambio climático aumentaron, también lo hizo la presión sobre los políticos. De ahí que en
1997 –pero ya 5 años antes en Río de Janeiro- más de 150 países se reunieran en Kyoto para la firma de
un tratado cuyo objetivo era aprobar medidas globales para solucionar un problema global.
xxii
U. Beck (1998) distingue entre globalismo, globalidad y globalización. El primero hace referencia a la
ideología sobre que se asienta el capitalismo global, según la cual lo único importante es el éxito de los
procesos económicos. El segundo término designaría un modelo de sociedad mundialmente
interconectada a través de complejas redes y modernas tecnologías de la información. La globalización
propiamente dicha consistiría en un proceso particularmente intenso de relaciones de Estados entre sí, de
Estados con actores transnacionales –típicamente, empresas multinacionales- y de actores transnacionales
entre sí. Para Beck la internacionalización de los procesos económicos no supone ninguna amenaza –ni
siquiera una novedad- a los presupuestos igualitaristas del Estado del Bienestar, sino que lo
verdaderamente novedoso y preocupante es la extensión de la ideología neoliberal que la acompaña.
xxiii
En Los tres mundos del Estado del Bienestar, Esping-Andersen distinguía tres modelos de Estado de
bienestar; el modelo liberal o anglosajón, el conservador –presente sobre todo en la Europa continental- y
el socialdemócrata. Al margen de que luego otros autores añadieran a esta clasificación un cuarto modelo
mediterráneo, propio de los países del sur de Europa salidos tardíamente de dictaduras de corte
autoritario, a los efectos de este trabajo interesa señalar que, de acuerdo con el Informe de Naciones
Unidas sobre Desarrollo Humano de 2007/2008, el país más desarrollado –o con mayor calidad de
desarrollo- es Islandia, seguido de Noruega, y donde Suecia y Finlandia ocupan los puestos sexto y
undécimo, respectivamente. Todos ellos se sitúan por delante de EEUU –paradigma del capitalismo de
mercado escasamente intervencionista-, que ocupa la duodécima posición (Human Development Report
2007/2008).
xxiv
No por casualidad Mankiw es profesor de Social Ananlysis 10 (“Ec. 10”) en la Universidad de
Harvard, la asignatura que durante muchos años impartió en esa misma universidad Feldstein.
xxv
El artículo es también el manifiesto fundante del Club Pigou, “un club de expertos y fanáticos de la
ciencia política con el sentido común suficiente para apercibirse de que es necesario aumentar los
impuestos pigouvianos”, según Mankiw, al que, entre otros muchos, pertenecen Al Gore, Alan
Greenspan, Paul Krugman y Robert Shapiro.
xxvi
Ahora bien, para que luego se produzca la recaudación, el instrumento de los impuestos primero
requieren de una autoridad con capacidad normativa para poder establecerlos, mientras que los
suplementos sólo de una institución –como podría ser el caso del sky trust de Barnes- con capacidad para
elegir entre distintas ofertas sopesando entre otros criterios ambientales.
xxvii
Consideraré que una reforma fiscal verde no consiste sólo en la introducción –o aumento- de una
ecotasa, sino en un conjunto de medidas orientadas a que los costes, en términos del PIB o de los niveles
de empleo, derivados de la regulación ambiental no superen sus beneficios –esto es, sea eficiente-.
xxviii
Nótese que los cambios estimados sobre el bienestar no han considerado los efectos positivos en la
calidad ambiental.
xxix
La sentencia, en el original inglés, cultiva cierto oscurantismo; “For example, Bovenberg and Goulder
(1996) show that when carbon tax revenues finance lump-sum transfers, a carbon tax reduces welfare
unless marginal benefits exceed a positive threshold level.” Y continúan, “In this case, there is no positive
R[evenue] R[ecycling] effect to offset the TI effect, and thus the social marginal abatement cost curve has
a positive rather than zero intercept. But it is not that the environmental tax itself is inefficient; rather, it is
36
that a lump-sum transfer is a far less efficient use of revenue than is a cut in distortionary tax rates.” La
posición de los autores queda clara. No tanto dónde se sitúe el umbral.
xxx
Jeffrey D. Sachs (2008) no sostiene que la financiación provenga concretamente de la instauración de
ninguna ecotasa, sino simplemente que “Es escandaloso, y preocupante, que la financiación pública [de
las tecnologías para un uso ecológico y seguro del carbón] siga siendo escasa… ”.
xxxi
En su octava página, el Informe observa interesantemente que “La manera en que el mundo enfrente
el cambio climático hoy tendrá un efecto directo en las perspectivas d desarrollo humano de un gran
segmento de la humanidad. El fracaso destinará al 40% más pobre de la población mundial (unos 2.600
millones de personas) a un futuro con muy pocas oportunidades… En el mundo de hoy, son los pobres los
que llevan el peso del cambio climático. Mañana, será toda la humanidad la que deberá enfrentar los
riesgos asociados al calentamiento global”.
xxxii
A pesar de los malísimos datos de paro recientes en EEEUU –que lo sitúan en el 5,5%-, según un
informe publicado en marzo por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico
consultable en www.oecd.org/dataoecd, la tasa de paro en la eurozona se encuentra en el 7,1%, lo cual
contrasta con los datos de EEUU, pero también con los de Japón, donde no alcanza ni siquiera el 4%
(3,8%). Éste, lejos de ser una situación coyuntural, es un desajuste estructural del mercado laboral
europeo desde hace ya tiempo. Para
xxxiii
OMAL (Observatorio de Multinacionales en América Latina) es una plataforma impulsada por la
Asociación Paz con Dignidad que, consciente de que el contexto de la economía global favorece que las
multinacionales se lancen a la búsqueda de condiciones flexibles (en lo ambiental y laboral) en los países
periféricos, eludiendo las que estiman perjudiciales para sus intereses, se dedica al seguimiento de las
inversiones de las multinacionales españolas en Latinoamérica. http://www.omal.info/www/
xxxiv
Hoy esa cantidad se sitúa en torno a los 860 millones. Información consultable en:
(http://www.fao.org/newsroom/es/news/2008/1000853/index.html).
xxxv
Jacques Diouf, Director General de la FAO, señaló el pasado 3 de junio de 2008 que bastarían 30.000
millones (de dólares) para erradicar la amenaza del hambre y relanzar la agricultura
(http://www.fao.org/newsroom/es/news/2008)
37
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