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Obras Completas Lovecraft
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Obras Completas Lovecraft

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Howard Philip Lovecraft no estaba a gusto en el mundo real, y decidió refugiarse en un mundo fantástico, pleno de espanto y horror. En los laberintos de su universo siempre se sintió amenazado y perseguido, sobre todo por la civilización, que no paraba de arrinconarlo. Desde esa pesadilla construyó una obra única, inquietante y perturbadora. Fundó un modo de narrar irrepetible en esa atmósfera sofocante.
Los cuatro tomos que comprenden estas obras completas reúnen todos los relatos del escritor de Providence. Los tres primeros volúmenes comprenden desde los relatos primerizos del autor, poco conocidos para el público ocasional, hasta los clásicos, incluyendo su ensayo sobre el horror sobrenatural en la literatura. El cuarto volumen reúne la obra poética de Lovecraft, tan inquietante como sus cuentos. 36 sonetos en una edición bilingüe castellano-inglés.
Sin duda un gran regalo para los adeptos del autor y la narrativa fantástica.
LanguageEspañol
Release dateJul 8, 2020
ISBN9788418354373
Obras Completas Lovecraft
Author

H.P. LOVECRAFT

Howard Phillips Lovecraft, mejor conocido como H. P. Lovecraft, fue un escritor estadounidense, autor de novelas y relatos de terror y ciencia ficción. Se le considera un gran innovador del cuento de terror, al que aportó una mitología propia (los mitos de Cthulhu), desarrollada en colaboración con otros autores y aún vigente. Su obra constituye un clásico del horror cósmico, una corriente que se aparta de la temática tradicional del terror sobrenatural (satanismo, fantasmas), incorporando elementos de ciencia ficción (razas alienígenas, viajes en el tiempo, existencia de otras dimensiones). Lovecraft cultivó asimismo la poesía, el ensayo y la literatura epistolar. Se le considera uno de los autores más influyentes del siglo XX en el género de la literatura fantástica

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    Obras Completas Lovecraft - H.P. LOVECRAFT

    He sido siempre un extraño.

    Un acercamiento a Howard Phillips Lovecraft y su obra

    Jamás me sentiré demasiado alegre ni demasiado triste, pues tengo más tendencia a analizar que a sentir.

    La alegría que puedo experimentar se deriva siempre del principio satírico, y mi tristeza no es tanto personal como una inmensa y terrible melancolía ante el dolor y la futilidad de toda existencia.

    HPL

    Sin malas intenciones, con el más puro de los amores en la mano, se puede abrir, también, las puertas de la noche futura menos deseada. La vida de Lovecraft fue marcada desde sus primeros días en una dirección compleja. Un padre que la tragedia roba de escena muy pronto, una madre muy especial, un abuelo amante de la fantasía, y dos tías como invitadas.

    Nacido para vivir y morir en Providence, Lovecraft fue también un extraño en sus calles. Fue el recluso, el apartado; fue aquel que no hallándose a gusto en el mundo real, se fue refugiando, de a poco, en otros mundos. Primero fueron mundos cedidos por otros hombres y a partir de ellos construyó el propio. Un mundo fantástico, pleno de miedos y espantos. Siempre estará presente la amenaza, porque siempre se sintió perseguido, ante todo, por la civilización que no paraba de arrinconarlo.

    Howard Phillips Lovecraft, el sufriente de Providence, pocas veces gozó de los mínimos atisbos de las maravillas que puede entregar la vida.

    En Providence, Rhode Island, en una casa de tres plantas, en el 454 de Angell Street, en una casa típica de clase alta, con servicio de criados, allá por los primeros años de la década de 1890, vivía Whipple Van Buren Phillips, su esposa, Robie Alzada Place y dos hijas solteras.

    Los Phillips eran gente con formación; en esa casa había una biblioteca con dos mil libros. En esa biblioteca había maravillas tales como una colección de periódicos encuadernados del siglo XVIII, cien libros publicados antes de 1800, varios del siglo XVII, un tesoro de 1567 y un ejemplar del Magnalia Christi Americana de 1702 de Cotton Mather, el libro más valioso que poseería Lovecraft. Y fue a este lugar adonde llegó en 1893, la hija segunda de los Phillips, Susie Phillips Lovecraft, con su hijo de dos años, Howard.

    La situación era consecuencia de la enfermedad de Winfield Scott Lovecraft, el padre, que había sido internado en un sanatorio para enfermos mentales. Fue un duro golpe para Susie, y todavía más duro sería para Howard, ya que significó el cambio de paisaje.

    Susie fue una madre sobreprotectora; una madre que siempre había querido tener una nena, y que entonces trató sistemáticamente de feminizar a su hijo todo lo que pudo. Le hizo los bucles hasta los seis años, pero a esa edad tuvo que cortarle el pelo, el muchachito se resistía, y fue a partir de ese momento que evitó el contacto físico con Howard. Fue un chico muy especial desde los primeros años, sabía las letras a los dos años, leía a los tres y escribía a los cuatro. La biblioteca de los Phillips esperaba.

    Los testimonios afirman que Susie no era una chica muy despierta, tenía algunas inclinaciones artísticas, tocaba el piano y cantaba, pero la verdad era que se la consideraba como a una nena boba. Winfield Scott Lovecraft era viajante de comercio. Se casaron el 12 de junio de 1884, ella tenía treinta y un años, él le llevaba cuatro.

    La familia Lovecraft venía de Devonshire, Inglaterra. Joseph Lovecraft, el abuelo de Winfield, emprendió el gran salto a Estados Unidos en 1827. Del matrimonio de uno de los seis hijos de Joseph, George (1815-1895), con Helen Allgood, también de padres ingleses, nació en 1853 Winfield Scott, cuyos padres, muy orgullosos de la madre patria, obligaron a que hablara a la manera inglesa.

    Una vez casados, los Lovecraft, vivieron en Dorchester, Massachusetts, en el sur de Boston. Cuando Susie estaba por dar a luz, volvió a la casa paterna, y ahí nació Howard el 20 de agosto de 1890.

    Hasta los dos años y medio de Howard vivieron en distintos lugares de Massachusetts y todo transcurrió de manera normal. Pero en abril de 1893, estando Winfield en un viaje a Chicago, algo explotó dentro de su cabeza. Solo, en la habitación del hotel, empezó a gritar que la camarera lo había insultado y que en el piso superior estaban atacando a su esposa. Fue el principio de las alucinaciones.

    De esta manera, Howard terminó en la casa de los abuelos. La biblioteca esperaba, y muy pronto el abuelo Whipple enseñó sus preferencias literarias a su nieto. Al abuelo le gustaba la literatura sobrenatural y macabra. Sus escritores preferidos eran los góticos de finales del siglo XVIII y principios del XIX. A las manos de Howard fueron a dar Ann Radcliffe, Matthew Gregory Lewis, Charles Maturin. Cuando el abuelo vio que el chico se interesaba, empezó a contarle historias terribles que él mismo inventaba. En algún momento Howard mostró miedo a la oscuridad, pero el abuelo Whipple corrigió la desviación haciéndole recorrer toda la casa durante la noche. Y será así, de noche, como vivirá la mayoría de su vida el recluso de Providence.

    Pasó por los cuentos de Grimm, y llegó a una edición juvenil de Las mil y una noches. Así fue como adhirió al Islam medieval y a su intento de ser árabe. Más tarde recordaría: Hice que mi madre me arreglase un rincón oriental con tapices e inciensiarios en mi habitación. Un familiar no identificado sugirió un nombre que luego haría historia: Abdul Alhazred. Esta incursión en el Islam lo llevó a dudar de la fe de sus padres. A los cinco años descartó a Santa Claus y los mismos reparos puso frente a la existencia de Dios. En la escuela, cuando llegó el turno de los mártires cristianos arrojados a los leones, el niño se puso de parte de los leones.

    Fue cuando la pasión se inclinó hacia la mitología clásica. Así lo recordó HPL en una carta a J. F. Morton del 1º de marzo de 1923: [...] A los siete u ocho años yo era un auténtico pagano, tan embriagado con la belleza de Grecia que alcancé una semicreencia en los viejos dioses y los espíritus naturales. Llegué a construir, literalmente, altares a Pan, Apolo y Atenea, y a vigilar los bosques y los campos en el atardecer, con la esperanza de sorprender a las dríadas y a los sátiros. Una vez creí firmemente haber sorprendido a una especie de criaturas selváticas danzando bajo los robles otoñales; una especie de experiencia religiosa, tan auténtica en su género como los éxtasis subjetivos de un cristiano. Si un cristiano me dice que ha sentido la realidad de su Jesús o Yahvé, puedo contestarle que yo he visto al Pan de pezuñas hendidas y a los hermanos de la hespérica Phäethusa.

    A los seis años componía aleluyas olvidables, y entonces se dedicó a tratar de mejorar estudiando las reglas de versificación en el reader de Abner Alden de 1797, que él volvía a la vida en 1897. En carta a Clark Ashton Smith del 16 de noviembre de 1926 recordaba ese momento: [...] (Se me ocurrió) la infantil extravagancia de trasladarme totalmente al pasado; así, empecé a escoger sólo libros que fueran muy antiguos: que tuvieran f larga... y fechar todos mis escritos 200 años más atrás: 1697, en vez de 1897, y así... Antes de que me diese cuenta, el siglo XVIII me había apresado más completamente de lo que fuera jamás el héroe de Berkeley Square, de manera que solía pasarme las horas en el ático hojeando los librotes desterrados de la biblioteca de abajo, y asimilando inconscientemente el estilo de Pope y del doctor Johnson como un modo de expresión natural. Así empezó el juego que nunca se detuvo; siendo ya una persona mayor, HPL se definía de esta manera: Creo que soy, probablemente, la única persona para quien la lengua antigua del siglo XVIII es realmente lengua madre en prosa y en poesía... norma naturalmente aceptada, y lengua básica de la realidad a la cual instintivamente me retrotraigo, pese a todas las argucias objetivamente aprendidas... Realmente me sentiría más a gusto con una casaca con botones de plata, calzones de terciopelo, sombrero de tres picos, zapatos de hebilla, peluca ramillie, chorrera y todo cuanto forma parte del atuendo, desde la espada al estuche de rapé, que con la simple ropa moderna que el sentido común me manda llevar en esta era prosaica. Siempre he abrigado el sentimiento subconsciente de que, a partir del siglo XVIII, todo es irreal e ilusorio, una especie de grotesca pesadilla o caricatura. Las gentes me parecen, más o menos, irónicas sombras o fantasmas... como si fuese capaz de disolverlas en el éter (junto con todas sus casas e invenciones y perspectivas modernas) con sólo pellizcarme y despertar y gritarles: "¡Eh, malditos, ni siquiera han nacido, ni lo harán hasta dentro de siglo y medio! Dios salve al Rey, y a su colonia de Rhode Island y a sus plantaciones de Providence.

    Susie se preocupó para que el niño poseyera un bagaje cultural: iban al teatro, y como resultado de una asidua concurrencia a conciertos de música clásica. Howard estudió violín durante dos años.

    A los nueve años, una crisis nerviosa lo obligó a dejar el colegio. El médico recomendó que dejara el violín; Howard, que nunca podría esforzarse en rutina alguna, ya no soportaba sus lecciones.

    El 19 de julio de 1898 murió Winfield Scott Lovecraft a los cuarenta y cuatro años. Dejó una herencia a su hijo de diez mil dólares y ropa, que HPL guardó y, cuando pudo, usó sin importarle que estuvieran pasadas de moda.

    Susie creía que su hijo era demasiado nervioso para soportar la vida de la escuela pública. Madre e hijo ya estaban enfermos. Ella lo sacó de la escuela, pero de igual manera el niño desarrolló todo tipo de enfermedades, entre ellas, la fiebre reumática. También soportaba unos sueños terribles, lo cuenta en una carta a J. V. Shea de febrero de 1934: Cuando tenía seis o siete años, solía sentirme constantemente atormentado por un extraño tipo de pesadilla intermitente en la que una monstruosa especie de entidades (a las que yo llamaba alimañas descarnadas, no sé de dónde saqué el nombre) solían agarrarme con los dientes por el estómago y llevarme a través de infinitas leguas de negrura por encima de torres de ciudades horribles y de muertos. Finalmente, me llevaban a un vacío gris donde podía ver los pináculos afilados de enormes montañas, millas más abajo. Entonces me dejaban caer..., y al cobrar velocidad en mi caída icaresca, empezaba a despertar, en tal estado de pánico que odiaba la idea de dormirme otra vez. Las alimañas descarnadas eran unos seres negros, flacos, gomosos, con cuernos, colas espinosas, alas de murciélago y sin rostro de ningún género. Indudablemente, la imagen la había sacado de una mezcla de recuerdos de dibujos de Doré (mayormente de ilustraciones del Paraíso perdido) que me fascinaban en mis horas de vigilia.

    Lovecraft no asistió a clases durante dos años. Se dedicó a la lectura y en ella halló la maravilla: Edgar Allan Poe, que tanto marcaría sus días de escritor.

    También aprendió a través de la lectura las nociones básicas sobre sexo. En una carta a Robert E. Howard de octubre de 1931, relata lo ocurrido luego de haber leído unos libros de anatomía en busca de información sobre sexo: El resultado fue exactamente opuesto al que los padres temen generalmente; pues en vez de producirme interés anormal y precoz por el sexo (como lo habría producido una curiosidad insatisfecha), prácticamente mató mi interés por el tema. Todo el asunto se redujo a un prosaico mecanismo: un mecanismo que despreciaba, o al menos no me parecía fascinante debido a su naturaleza puramente animal y separada de cosas tales como el intelecto y la belleza..., y perdió todo el drama.

    Desde los ocho años Howard escribía historias breves, y a esa edad se vio tentado por la mitología, pero en relación a las constelaciones y entonces se encontró a las puertas de la astronomía. Luego fue el turno de la química y en 1899 pudo disponer de su laboratorio en el sótano.

    En 1902, recuperado, volvió al colegio durante dos años; hubo períodos en que faltaba por causa de sus nervios y entonces era ayudado por preceptores.

    De todas maneras esta época fue relativamente feliz, a ella pertenece la presencia del gato Nigger-Man, una criatura que recordaría durante toda su vida. En 1903 tuvo su primer telescopio. También tuvo un microscopio, dos espectroscopios y un espindariscopio para observar los efectos de la radioactividad.

    Desde 1900 el bienestar económico de la familia fue cuesta abajo. Howard vivía al margen de todo, más tarde recordaría: Mi legión de juguetes, libros y demás placeres juveniles eran prácticamente ilimitados; y creo que no se me ocurrió pensar en cosas tales como contingencia de la prosperidad o la inestabilidad de la fortuna. Los pobres eran simplemente animales curiosos sobre los que uno hablaba insinceramente y a los que se les daba dinero, alimento, ropa..., como a los paganos de los que siempre estaban hablando las gentes de iglesia. El dinero como cosa concreta estaba enteramente ausente de mi horizonte.

    Tía Lilian se casó con el doctor Clark; la casa quedó entonces para el abuelo Whipple, la hija viuda y el niño. Pero el 28 de marzo de 1904 falleció Whipple y todo se desbarrancó, la casa del 454 de Angell Street tuvo que ser vendida.

    Susie y Howard se mudaron al 598 de Angell Street, a un departamento en la planta baja. HPL recordará, en una carta a J. V. Shea del 4 de febrero de 1934, la traumática mudanza ocurrida cuando tenía catorce años: [...] Por primera vez supe lo que era una casa congestionada, sin servidumbre –con otra familia en el mismo edificio–. Había un solar vacío al lado... que no tardé en explotar como jardín y adornar con un pueblo de casitas, pero ni siquiera borraba mi nostalgia. Sentía que había perdido mi completo ajustamiento en el cosmos; porque efectivamente, ¿qué era H. P. L. sin el recuerdo de las habitaciones y vestíbulos o tapices y escaleras y estatuas y pinturas... y patios y paseos y cerezos y fuente y arcos de hiedra y el establo y jardines y todo lo demás? ¿Cómo podría un viejo de catorce años (porque efectivamente me sentía así) ajustar de nuevo su existencia a un piso reducido y a un programa doméstico nuevo y a un marco exterior inferior en el que no quedaba casi nada familiar? Parecía condenadamente inútil seguir viviendo... Mi casa había sido mi ideal de Paraíso y mi fuente de inspiración; pero iba a ser profanada por otras manos. La vida desde aquel día no ha tenido para mí más que una sola ambición: recobrar la vieja casa y restablecer su gloria, cosa que me temo jamás podré cumplir.

    Una tragedia se sumó a esta época, Nigger-Man, su amado gato, desapareció. Sobre Nigger-Man dejó una imagen muy evocadora en una carta a H. O. Fischer del 10 de enero de 1937: [...] Y en las tardes de verano, en el crepúsculo, mostraba su parentesco con los duendes de la sombra corriendo por el prado en misiones ignoradas, perdiéndose veloz en la oscuridad de los arbustos, de vez en cuando, para saltar sobre mí por sorpresa y huir otra vez a lo invisible antes de que pudiera atraparlo.

    En la adolescencia jugó con la idea del suicidio, claro que no llegó lejos por razones muy especiales. Entre sus recuerdos figura la razón, desde ya, intelectual: [...] ¿Podría morir propiamente un caballero sin haber demostrado sobre el papel por qué el cuadrado de la hipotenusa de un triángulo rectángulo equivale a la suma de los cuadrados de sus catetos? Así que, por último, decidí posponer mi final hasta el verano siguiente.

    El 1º de abril de 1905 es la fecha que abre una nueva época en los intentos de escritura del joven Lovecraft. La fecha figura al pie del relato La bestia en la cueva. A 1907 corresponde El cuadro, y El alquimista a 1908. Existen muy pocos relatos primerizos debido a la destrucción que el propio autor realizó sobre el material en 1908.

    Había abandonado la escuela secundaria en 1905 y en 1906 sufrió un nuevo desequilibrio nervioso.

    Sus primeras apariciones en letra impresa se debieron a cartas que enviaba a publicaciones sobre astronomía (Providence Journal, Scientific American). Pero luego tuvo a cargo columnas sobre astronomía en el Providence Evening Tribune y en el Pawtuxet Valley Gleaner. Asimismo seguía con la publicación de la Scientific Gazette y el Rhode Island Journal, que primero publicó a mano y en copias al carbón y que en esta época lo hacía utilizando el sistema multicopista. Amigos y familiares agradecidos.

    HPL escribiría toda su vida en la misma máquina de escribir Remington usada que comprara en 1906. Éste, cuando la usaba, sufría mucho con ese esfuerzo; a su muerte quedaron manuscritos que nunca fueron pasados a máquina.

    En 1908 sufrió un derrumbe nervioso; siempre estará aquejado de dolores de cabeza, mala digestión, desgano, cansancio, depresión y problemas para concentrarse. Sprague de Camp afirma en Lovecraft, una biografía que aparentemente había desarrollado una enfermedad muy rara llamada poikilotermismo, que significa la pérdida de la capacidad mamífera de conservar constante la temperatura del cuerpo, y entonces éste adopta la temperatura del ambiente, como lo hacen los reptiles o los peces. Justo venía a ocurrirle esto a HPL, que a lo largo de sus historias dejará muy en claro el asco que le ocasionaban estas especies. HPL precisaba del calor, el frío lo aniquilaba.

    Vivió la mayor parte de los años 1909 a 1914 en la cama, leyendo y escribiendo poesía georgiana. Mientras tanto Susie insistía en la importancia de los ideales y las tradiciones que debe cultivar un caballero inglés. HPL instituye la filosofía de un caballero en una carta a Clark Ashton Smith del 15 de octubre de 1927: [...] Puede obtenerse una satisfacción muchísimo mayor de la vida mediante el repudio del atropellado ideal moderno, y el retorno a los sanos principios clásicos antiguos que reconocen la superioridad del ser sobre el hacer, y acentúan la necesidad del ocio civilizado y de una reflexiva economía y gusto, si uno quiere extraer cualquier satisfacción sólida o duradera de los acontecimientos de la existencia. El siglo XVIII tenía la idea justa...

    Claro que de a poco fue adivinando que sus ideales no eran tan acertados, y hacia el final de su vida lo lamentaba. En una carta a W. Conover del 23 de septiembre de 1936 escribía: [...] Si fuese joven otra vez, tomaría alguna enseñanza oficinesca que me capacitase para un trabajo lucrativo... mi equivocación ha sido que jamás he pensado en el dinero cuando era joven. Entonces no me apremiaba ninguna necesidad inmediata, y siempre pensé que sería fácil meterme en algún nicho de paga modesta cuando surgiese la necesidad... Hoy (1936) me abalanzaría sobre cualquier puesto regular en el que cobrase diez dólares a la semana o más...

    De su período de misteriosas enfermedades existe su testimonio en una carta a R. H. Barlow del 8 de septiembre de 1933: [...] Sólo estoy medio vivo; gran parte de mi fuerza la consumo permaneciendo sentado o paseando. Mi sistema nervioso es un despojo de naufragio, y me siento absolutamente aburrido e indiferente, salvo cuando me encuentro con algo que me interesa de manera especial.

    Y a ese mismo período pertenecen estos recuerdos y pensamientos: [...] Me dediqué en la casa a la química, la literatura y demás; ¡y compuse algunos de los relatos más horripilantes y tenebrosos jamás escritos por el hombre! Evité todo trato humano, juzgándome un fracaso demasiado grande en la vida para dejarme ver socialmente por aquellos que me conocieron de joven, y esperaban neciamente grandes cosas de mí.

    La falta de voluntad para el trabajo fue siempre una constante: [...] Yo quería el encanto y el misterio y lo impresionante de las ciencias sin su duro trabajo. [...] Mi debilidad consiste en que no puedo acomodarme muy bien a las reglas y limitaciones. Tengo que aprender a hacer las cosas a mi manera, como dictado por mis intereses especiales y mis aptitudes... o dejarlo estar.

    Es interesante, a la hora de ir comprendiendo todas las tendencias de HPL, contemplar los hechos de su origen, su cuna. A continuación el recuerdo de una vecina de los Lovecraf, Clara L. Hess: [...] Mi visita fue bastante agradable, pero la casa tenía una atmósfera extraña y cerrada, el ambiente parecía espectral; la señora Lovecraft hablaba continuamente de su infortunado hijo, que era tan feo que se ocultaba de todo el mundo y no le gustaba andar por las calles porque la gente podía mirarlo. [...] Howard solía salir al campo por detrás de mi casa a estudiar las estrellas. Una noche de primeros de otoño varios niños de la vecindad se reunieron para espiarlo desde cierta distancia. Conmovida por su soledad, me acerqué a él y le pregunté sobre su telescopio, y me dejó mirar por él. Pero su lenguaje era tan técnico que no lo comprendí... [...] Recuerdo que la señora Lovecraft me hablaba de misteriosas y fantásticas criaturas que surgían de detrás de los edificios y de las esquinas, por la noche, y temblaba y miraba en torno suyo con aprensión, mientras me lo contaba.

    Recién a los veinticinco años su salud mejoró un poco y fue saliendo de su ostracismo. HPL salía al mundo exterior usando una vestimenta que no era la que correspondía a un hombre de su edad. Siempre fue un conservador en este aspecto, jamás salía sin sombrero. Si se ponía nervioso, tendía a tartamudear. No consumía leche ni manteca, ni hablar de pescado, y elegía algunas verduras. Era fanático del queso, los helados y el café. La delgadez era aristocrática, bien lo sabía.

    Como parte de su despertar incorporó su colaboración con el periodismo amateur. Inició críticas y polémicas con escritores y periodistas aficionados alrededor de lo que consideraba literatura ordinaria que sólo fomentaba el negocio del amor. Volvió a publicar sus columnas sobre astronomía, uno de cuyos pasajes presagian los abismos preferidos de su literatura: [...] La escena resultante de desolación será verdaderamente terrible. Un vasto universo sepulcral de ininterrumpida y perpetua frialdad ártica, en medio del cual rodarán, oscuros y fríos, los soles con sus hordas de planetas muertos y helados, sobre los que yacerá el polvo de aquellos desdichados mortales que habrán perecido al apagarse en los cielos sus astros dominantes.

    Publicó artículos como, por ejemplo, Ciencia versus charlatanería y La falsedad de la astrología. El periodismo aficionado era un universo habitado por distintos seres, escritores sin suerte o sin el oficio verdadero, imprenteros en la misma situación, y personajes tratando de hacerse notar a través de la polémica. HPL definía el periodismo aficionado de esta manera: [...] El periodismo aficionado es un pasatiempo, pero es más que un pasatiempo corriente. En el fondo, es un esfuerzo espontáneo por una preocupación artística sin trabas por parte de quienes no son capaces de hablar como quieren a través de los cauces literarios reconocidos; y como tal, posee los fundamentos que contribuyen a una perseverancia constante.

    Pero en esta actividad HPL tampoco se encontraría a gusto; la transitaría con ganas, pero seguía siendo un extraño que veía extraños. Su ideal era difícil de ser asumido por simples mortales: [...] Mi ideal en inglés es la restauración de la dignidad del siglo XVIII y la regularidad tanto en prosa como en verso, ideal que muy pocos comparten conmigo y que probablemente provocarán numerosos sarcasmos...

    Era obvio que siempre estaría solo.

    HPL publicó su propio periódico, el Conservative. Su primer número apareció en abril de 1915 y se publicó durante ocho años. Desde el Conservative, HPL lanza una de sus poses más polémicas. Allí habla de [...] atajar a tiempo la inmigración degenerada. Llegó a escribir una gran cantidad de barbaridades, insultos antológicos de los que más tarde hubiese querido liberarse. Terminó un poema anotando:

    Para llenar el vacío, y unir el resto al Hombre,

    la hueste moradora del Olimpo ideó un sabio plan,

    creó una bestia de forma semihumana,

    la llenó de vicio y la llamó Negro.

    Los aires de su época que respiraban los viejos americanos, los verdaderos, lo enardecían y lo llevaron a apuntar, otra vez, hacia lo distinto que lo hacía sentir tan extraño. Un extraño sólo ve extraños.

    El 26 de abril de 1915 falleció el Dr. Franklin Chase Clark, y tía Lilian quedó sola esperando ser necesaria en la vida de su amado sobrino.

    En el Conservative se pudo leer: [...] El negro es fundamentalmente inferior biológicamente a todas las razas blancas y hasta mongólicas, y el pueblo nórdico debe recordar el peligro que corre al concederle demasiado generosamente los privilegios de la sociedad y el gobierno... el Ku-Klux-Klan, ese grupo noble aunque difamado de sudistas que salvó de la destrucción a la mitad de nuestro país... El prejuicio de raza es un don de la naturaleza, tendente a conservar en su pureza las diversas divisiones de la humanidad que los siglos han desarrollado... También tenía palabras panfletarias para el Bolchevismo: La tendencia más alarmante observada en estos tiempos es el creciente desprecio por las fuerzas establecidas de la ley y el orden. Ya se halle o no estimulado por el pernicioso ejemplo de la chusma rusa subhumana, el elemento menos inteligente del mundo parece animado por un vicio especial, y muestra síntomas como los de una manada al borde de la estampida. Mientras los pesados políticos predican la paz universal, los anarquistas de pelo largo predican un levantamiento que pretende nada más y nada menos que un retorno al salvajismo o a la barbarie medieval...

    Se hizo adicto al cine, admiraba a Chaplin, aunque tuvo, para variar, ciertos reparos: [...] La atmósfera de mugre nublaba demasiado a menudo el mérito de las obras de Chaplin. Al cabo de algún tiempo, el fastidiado ojo se cansa de tanto andrajo y suciedad. Lo decía justo él que siempre soñó con pertenecer y no paró de contar las monedas durante toda su vida.

    En el periodismo aficionado conoció a muchos de sus amigos, como Sam Loveman, James F. Morton, Alfred Galpin, Maurice Winter Moe, Rheinhart Kleiner, entre otros.

    Se calcula que HPL llegó a escribir cien mil cartas de entre cuatro y ocho páginas, aunque hay cartas que llegaron a tener hasta sesenta o setenta páginas. Eran su contacto con el mundo, la forma de amistad que mejor podía cultivar. Las escribía sobre cualquier papel, papelería de hoteles, el dorso de las cartas recibidas, que muy raramente guardaba. Cuando luego se hizo viajero, escribía en postales, en letra minúscula, apretada. En las cartas jugaba con los nombres de los destinatarios, los modificaba, como Bhoblôk para designar a Robert Bloch, o los latinizaba, como Belknapius para nombrar a Frank Belknap Long. A sus compañeros de la revista Weird Tales podía escribirles desde Kadath de la inmensidad fría: hora de las alimañas descarnadas.

    HPL podía hablar con sus corresponsales de infinidad de temas, y desde ya que estaban los preferidos, la inmigración, el militarismo, su postura contraria a la religión organizada para consumo de los cándidos. Consideraba a la religión como uno [...] de los pequeños e inofensivos fingimientos por los cuales podemos llegar a convencernos de que somos felices. Así su relación con el intercambio epistolar sería uno de los motivos por los que HPL no contara con más tiempo para trabajar en su obra.

    Desde su encierro enfermizo en Providence insistía en otra de sus fantasías: [...] Soy naturalmente nórdico: un homicida pálido y fornido de los bosques escandinavos o germánicos del norte, un vikingo, un frenético asesino, un ladrón depredador de la sangre de Hengist y Horsa, un conquistador de celtas y mestizos y fundador de imperios, un hijo del trueno y de los vientos árticos, hermano de los hielos y la aurora, un bebedor de sangre de enemigos en los cráneos recién arrancados...

    Cuando Estados Unidos declaró la guerra en 1917 al Imperio Alemán, HPL ocultó su historial médico y fue aceptado como combatiente. Quizá para escapar de los cuidados de su madre, pero al fin Susie, una vez repuesta de la sorpresa, logró encarrilar al pecador. Con ayuda del doctor de la familia, logró que el ejército reviera la decisión.

    Sólo tenía su periodismo aficionado, entre sus páginas publicó, de 1915 a 1925, más de cien ensayos y artículos.

    Si bien nunca había abandonado la escritura de sus versos pareados georgianos, empezó a experimentar con otras formas. De todo lo compuesto hasta 1918, llegó a afirmar que era una mezcolanza de basura mediocre y miserable. Trató de escribir poemas a lo Poe, pero no logró nada destacado. No faltaba mucho para que detuviera su trabajo en poesía, su costado poético descansaría durante diez años.

    Lovecraft quería escribir, pero no terminaba de decidirse. Lo empujaron algunos amigos. De esta manera HPL llega a la ficción macabra. Fue en la revista aficionada The Vagrant, que W. Paul Cook publicaba en New Hampshire, donde apareció El sepulcro. El relato fue impreso en 1922: Al contar las circunstancias que han conducido a mi encierro en este refugio para enfermos mentales, me doy cuenta de que mi situación actual atraerá las naturales dudas sobre la autenticidad de mi relato. Es una lástima que la mayor parte de la humanidad tenga una visión mental tan limitada a la hora de tomar con calma y con inteligencia aquellos fenómenos aislados, vistos y percibidos sólo por unas pocas personas psíquicamente sensibles, que ocurren más allá de la experiencia común. Los hombres de mente más amplia saben que no hay una distinción clara entre lo real y lo irreal; que todas las cosas parecen lo que parecen sólo en virtud de los delicados instrumentos psíquicos y mentales de cada individuo, gracias a los cuales llegamos a conocerlos; pero el prosaico materialismo de la mayoría condena como locura los destellos de clarividencia que traspasan el velo común del claro empirismo.

    Me llamo Jervas Dudley, y desde mi infancia he sido soñador y visionario. Dueño de una importante fortuna, y temperamentalmente incapaz de seguir unos estudios tradicionales y de gozar del trato social de amistades, he vivido siempre en regiones alejadas del mundo visible; he pasado mi adolescencia y mi juventud inmerso en libros antiguos y poco conocidos, y vagando por los campos y arboledas próximas a mi casa solariega.

    Desde el principio HPL hablará de su vida en sus relatos. Si bien esto no es una rareza en los primeros textos de un escritor, en él había una tendencia muy marcada y que no estuvo sólo sujeta a esos primeros pasos de su escritura. Lovecraft siempre intentará verse, retratarse, como si con ello lograra exorcizar ciertos fantasmas.

    Siguió la escritura de Dagon, que fue publicado en noviembre de 1919, o sea mucho antes que El sepulcro.

    En 1920 HPL llegó a escribir a un amigo lo siguiente: [...] Me alegro de que te parezcan meritorios mis intentos en la literatura de ficción, y me habría gustado no haber dejado este género entre 1908 y 1917... En la actualidad me encuentro lleno de ideas, incluida una novela que puede titularse El club de los Siete Soñadores.

    Pero nunca llegó a escribir la novela. De 1922 data el inicio de la novela Azathoth, pero no pasó de la primera página. Otra promesa en el camino. En diciembre de 1920 apareció Polaris en el Philosopher de Alfred Galpin. En estos relatos ya asoma la tendencia de Lovecraft al uso y abuso de adjetivos y adverbios.

    Por el año de 1918 Lovecraft supo que algunos aficionados tenían intención, si él aceptaba, de pagarle para que revisara sus escritos. Así Lovecraft terminó siendo escritor para otros. Todo comenzaba con enmendar los errores de tipeo, las faltas ortográficas y algún toque al estilo. Pero cuando se encontraba con alguna buena idea que despertaba su interés, reescribía el texto para beneficio del autor. No tenía dinero, y despreciaba el mercantilismo. Luego, cobraba menos que aquello que había que cobrar, y mientras tanto, una realidad, su propia escritura quedaba de lado.

    Susie cada vez estaba peor de salud, la histeria y la depresión la llevaron a quedar internada el 13 de marzo de 1919 en el sanatorio para enfermos mentales donde hacía veintiún años había muerto Winfield Scott Lovecraft, su esposo. Annie Gamwell, la tercera hermana, había abandonado a su marido y estaba de regreso en Providence. Susie todavía vivió dos años más. Lovecraft la visitó siempre, pero de una manera cuya causa no pudo ser develada, siempre visitó a su madre en el parque, nunca en el interior del sanatorio.

    A principios de 1919 escribe Más allá del muro del sueño. Incursionó también en el poema en prosa a partir de la lectura de los decadentes franceses del siglo XIX, especialmente Huysmans. Poemas como Memoria, Nyarlathotep, Ex Oblivione, Qué trae la luna. También lo marcaría la literatura de Lord Dunsany (John Moreton Drax Plunkett, decimoctavo barón Dunsany (1878-1957)).

    De 1920 es su relato La nave blanca: [...] Pero más prodigiosa que la sabiduría de los viejos y de los libros es la sabiduría secreta del océano. Azul, verde, gris, blanco o negro; tranquilo, agitado o montañoso, ese océano nunca está en silencio. Toda mi vida lo he observado y escuchado, y lo conozco bien. Al principio, sólo me contaba sencillas historias de playas serenas y puertos minúsculos; pero con los años se volvió más amigo y habló de otras cosas; de cosas más extrañas, más lejanas en el espacio y en el tiempo. A veces, al atardecer, los grises vapores del horizonte se han abierto para concederme visiones fugaces de las rutas que hay más allá; otras, por la noche, las profundas aguas del mar se han vuelto claras y fosforescentes, y me han permitido vislumbrar las rutas que hay debajo. Y estas visiones eran tanto de las rutas que existieron o pudieron existir, como de las que existen aún; porque el océano es más antiguo que las montañas, y transporta los recuerdos y los sueños del tiempo.

    En ese mismo año le siguen Arthur Jermyn, Los gatos de Ulthar, La maldición que cayó sobre Sarnath, La declaración de Randolph Carter; este personaje, Carter, que va a aparecer en otros relatos, es una idealización literaria del propio HPL. El relato Celephais también pertenece a la seguidilla creativa: [...] No son muchas las personas que saben las maravillas que guardan para ellas los relatos y visiones de su propia juventud; porque cuando somos niños escuchamos y soñamos y llegamos a pensamientos a medias sugeridos; y cuando hemos crecido y tratamos de recordar, la ponzoña de la vida nos ha vuelto torpes y prosaicos. Pero algunos de nosotros despertamos por la noche con extraños fantasmas de montes y jardines encantados, de fuentes que cantan al sol, de dorados acantilados que se asoman a unos mares rumorosos, de llanuras que se extienden en torno a soñolientas ciudades de bronce y de piedra, y de oscuras compañías de héroes que cabalgan sobre enjaezados caballos blancos por los linderos de bosques espesos; entonces sabemos que hemos vuelto la mirada, a través de la puerta de marfil, hacia ese mundo de maravilla que fue nuestro, antes de alcanzar la sabiduría y la infelicidad.

    Luego siguieron Del más allá, El templo, El anciano terrible, este último ya escrito hacia finales de 1920.

    En 1921 escribe La música de Erich Zann, La ciudad sin nombre, Los otros dioses, La búsqueda de Iranon, El extraño. A continuación dos fragmentos de este último relato: Desdichado sea aquel a quien los recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado sea aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en extensos y lúgubres recintos de cortinajes marrones y de alucinantes hileras de antiguos libros; o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles inmensos y grotescos, envueltos en enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas. Esto es lo que los dioses me destinaron, a mí, el aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado, y sin embargo, me siento extrañamente satisfecho y me aferro, con desesperación, a esos recuerdos marchitos cada vez que mi mente amenaza con ir más allá, hacia el otro lado.

    [...] Porque aunque el olvido me ha dado la calma, no por eso ignoro que soy un extranjero; un extraño a este siglo y a todos los que aún son hombres. Esto es lo que supe desde que extendí mis dedos hacia esa cosa abominable surgida en aquel gran marco dorado; desde que extendí mis dedos y toqué una fría e inexorable superficie de pulido espejo.

    En el mismo año sigue El pantano de la luna.

    Entre los peridistas aficionados que HPL conoció, se encontraba Sonia Haft Greene. Ella pretendía publicar su propio periódico.

    El 24 de mayo de 1921 falleció Susie. Pero HPL no pudo cortar amarras, sus dos tías ocuparon el lugar vacante. La muerte de su madre fue un duro golpe: [...] Psicológicamente, siento que han aumentado inmensamente mi falta de objetivo y mi incapacidad para interesarme por las cosas, debido en parte a que casi todo mi antiguo interés por las cosas residía en discutirlas con mi madre y conseguir su punto de vista y aprobación.

    [...] Me desprecio a mí mismo por seguir viviendo sin la menor excusa válida para prolongar esta farsa deplorable. Rara vez me despierto sin disgusto ante la necesidad de permanecer consciente otras 16 o 17 horas, antes de regresar al olvido de nuevo; y más tarde o más temprano me encontraré lo bastante persuadido como para decidirme por un sueño más piadosamente duradero.

    Lilian Clark se mudó a la casa y durante tres años HPL vivió con sus dos tías. El dinero alcanzaba para lo esencial.

    HPL recibió un encargo para escribir seis historias de horror conectadas, para la revista profesional Home Brew. No fue fue feliz con el condicionante, pero el encargo era pago. Así nació la serie Herbert West, reanimador, que fue publicada durante 1922.

    HPL describe a Sonia Greene como [...] ese inteligente aunque excéntrico fonógrafo humano. Cabe aclarar que Sonia era judía, por eso Lovecraft hacía una salvedad en medio de sus verdades de bazar con respecto a las razas: [...] Mme. G. es ciertamente una persona de muy admirables cualidades, cuyo generoso y amable talante espiritual no es en modo alguno ficticio, y cuya inteligencia y devoción al arte merecen el más sincero aplauso. La volubilidad consiguiente a la herencia continental y no-aria no debe impedir al observador analítico ver el sólido valor y verdadero cultivo que subyace en ella. Sí, una extraña manera de decir que la mujer le gustaba.

    Sonia y HPL pasearon por Providence. Sonia estaba de paso en un viaje de negocios. Fue en septiembre de 1921. En los meses siguientes compartieron algunas salidas y cenas.

    A finales de 1921 escribe El grabado en la casa: [...] Pero el verdadero amante de lo terrible, aquel para quien un nuevo estremecimiento de inconmensurable horror representa el objetivo principal y la justificación de toda una existencia, elige, por encima de todo, las antiguas y solitarias granjas que se levantan entre los bosques de Nueva Inglaterra, porque es en esta región donde mejor se combinan los sombríos elementos de fuerza, soledad, fantasía e ignorancia, hasta constituir la máxima expresión de lo tenebroso.

    [...] No sabría decir qué era exactamente lo que me inspiraba temor o qué era lo que detestaba de aquella casa, pero había algo en aquella atmósfera que me recordaba una fragancia de épocas licenciosas, de ignominiosa brutalidad y de secretos que era mejor dejar en el olvido.

    En 1922 escribe El sabueso, Hipnos, y en ese año volvió a aceptar un encargo para la revista Home Brew; El horror oculto, también constaba de seis entregas: [...] Al tratar más a los colonos, descubrimos que eran extraordinariamente amables en muchos aspectos. Eran simples animales que descendían poco a poco en la escala de la evolución debido a su desafortunada ascendencia y a su aislamiento embrutecedor. Tenían miedo de los forasteros, pero poco a poco se fueron acostumbrando a nosotros; al final nos ayudaron muchísimo cuando talamos todos los grupos de árboles y derribamos todos los tabiques de la mansión, en nuestra búsqueda del horror oculto.

    En abril de 1922 HPL llegó por primera vez a Nueva York; nunca había estado tan lejos de su casa. Concurrió invitado por Sonia, Morton, Kleiner y Loveman. Lovecraft no paró de caminar por la ciudad, afirmó que [...] no se parecía a ninguna ciudad de la tierra. Pero claro, los barrios pobres de East Side, era de esperar, no le cayeron muy bien: [...] estos cerdos tienen movimientos instintivos gregarios... una mezcolanza bastarda de carne mestiza sin intelecto, repulsiva para la vista, el olfato y la imaginación; ¡ojalá que una bendita bocanada de cianógeno asfixiase todo ese gigantesco aborto, eliminase la miseria y limpiase el lugar!

    Lovecraft conoció la escritura de un amigo de Loveman, Clark Ashton Smith (1893-1961). Le escribió alabando su poesía, dibujos y acuarelas, y ese contacto epistolar duró hasta la muerte de Howard.

    Jacob Clark Henneberger sería el editor de la revista Weird Tales. Éste contrató a Edwin F. Baird para que la dirigiera junto a Detective Tales. El primer número de la revista apareció en 1923. Es a Baird a quien HPL envía esta carta:

    Muy señor mío:

    Teniendo el hábito de escribir relatos sobrenaturales, macabros y fantásticos para mi propia distracción, me he visto recientemente acosado por casi una docena de amigos bien intencionados, los cuales insisten para que me decida a enviar unos cuantos horrores góticos a su recién fundado periódico...

    De estos, los dos primeros son probablemente los mejores. Si no los encuentra satisfactorios, no hace falta que lea los demás...

    No tengo idea de si estas cosas están bien, dado que no me preocupan las demandas de literatura comercial. Mi objetivo es el placer que puede proporcionarme la creación de determinadas escenas, situaciones y efectos ambientales extraños; y en el único lector en quien pienso es en mí mismo. Mis modelos son invariablemente los escritores del pasado, especialmente Poe, que ha sido mi figura literaria favorita desde mi niñez. Si algún milagro lo impulsara a Ud. a publicar mis cuentos, sólo tengo una condición que presentar; y es que no deben hacérsele recortes. Si el cuento no puede imprimirse tal como está escrito, hasta su última coma, le ruego que acepte mi negativa... Pero probablemente no habrá necesidad, ya que mis manuscritos no conseguirán la consideración de Ud. Dagon ha sido rechazado por (el nombre, probablemente Black Mask fue tachado por Baird), a la cual lo he enviado a instancias de otros, del mismo modo que ahora se lo adjunto a usted.

    Baird compró los cinco relatos y varios más. Incluso publicó en la revista la carta de HPL con el siguiente comentario: [...] Pese a lo que antecede, o precisamente por ello, utilizamos algunas de las historias del señor Lovecraft, y encontrarán su Dagon en el próximo número de Weird Tales.

    Weird Tales sería el nombre de una leyenda, y con ella, el nombre de sus tres mosqueteros: Robert E. Howard, Howard Phillips Lovecraft y Clark Ashton Smith.

    Lovecraft adhirió durante toda su vida a la escuela de Arthur Machen, otro de los escritores que influyeron en su escritura. Machen había anotado: [...] Esa maldición de ganarse la vida es profundamente antinatural en el hombre [...].

    Durante 1923 Howard y Sonia siguieron con su amistad, pero todo fue derivando lentamente –porque casi todo dependía de Sonia– al noviazgo, y luego al casamiento y a la idea de vivir en Nueva York.

    En 1923 HPL escribe El ceremonial: [...] Después, al coronar la cuesta del monte, dominé la vista de Kingsport, adormecido en el frío del anochecer, nevado, con sus muelles, puentes, sauces y cementerios. Los interminables laberintos de calles abruptas, estrechas y retorcidas, serpenteaban hasta lo alto de la colina donde se alzaba el centro de la ciudad, coronado por una iglesia extraña que el tiempo parecía no haber tocado. Una infinidad de casas coloniales se amontonaban en todos los sentidos y niveles, como si fueran las abigarradas construcciones de madera hechas por algún niño. Las alas grises del tiempo parecían reposar sobre los tejados y las nevadas buhardillas. Los faroles y las ventanas emitían en la oscuridad unos reflejos que iban a juntarse con Orión y las estrellas primordiales. El mar rompía incesante contra los muelles miserables, aquel mar del que emergiera nuestro pueblo en los viejos tiempos.

    Dentro de ese relato se lee una cita del abominable Necronomicon, escrito por el árabe loco Abdul Alhazred: Las cavernas inferiores –escribió el loco Alhazred– son insondables para los ojos que ven, porque sus prodigios son extraños y terribles. Maldita la tierra donde los pensamientos muertos viven reencarnados en una existencia nueva y singular, y maldita el alma que no habita ningún cerebro. Sabiamente dijo Ibn Shacabad: bendita la tumba donde ningún hechicero ha sido enterrado y felices las noches de los pueblos donde han acabado con ellos y los han reducido a cenizas. Pues de antiguo se dice que el espíritu que se ha vendido al demonio no se apresura a abandonar la envoltura de la carne, sino que ceba e instruye al mismo gusano que roe, hasta que de la corrupción brota una vida espantosa, y las criaturas que se alimentan de la carroña de la tierra aumentan solapadamente para hostigarla, y se hacen monstruosas para infestarla. Excavadas son, secretamente, inmensas galerías donde debían bastar los poros de la tierra, y han aprendido a caminar unas criaturas que sólo deberían arrastrarse.

    Este libro imaginario, un horripilante libro de arena borgiano en versión lovecraftiana, originaría a través de los años, y debido a un detallado historial de ediciones y traducciones que el mismo HPL escribiría en 1936, una infinidad de búsquedas y consultas en bibliotecas de todo el mundo.

    Siguió el relato Las ratas en las paredes y luego Lo innombrable: [...] Le dije que el chico había ido a aquella casa encantada y desierta, seguramente movido por la curiosidad, ya que creía que las ventanas conservan latente la imagen de quienes habían estado sentados junto a ellas. El chico fue a examinar las ventanas de aquel horrible ático a causa de las historias sobre los seres que se habían visto detrás de ellas, y regresó gritando frenéticamente.

    En 1924 escribe, basándose en una historia del famoso escapista Harry Houdini (Ehirch Weiss), con el que colaboró brevemente, el relato Encerrado con los faraones.

    El 3 de marzo de 1924 se casó con Sonia en Nueva York. Sus tías no sabían nada. Alguna vez había escrito: [...] El erotismo pertenece a un orden inferior de los instintos y es una cualidad más animal que noblemente humana. Lo dicho: todo dependió y dependería de Sonia.

    HPL nunca cortó la dependencia de sus tías y por extensión, de Providence. Se hizo traer los muebles que había tenido desde niño a Nueva York, y pretendía que sus tías vivieran con ellos. Pero los primeros problemas aparecieron cuando hizo crisis la entrada de dinero de Sonia. Al mismo tiempo HPL generaba un poco de dinero con sus trabajos literarios, pero lo gastaba en libros para regalar o ayudando a periodistas aficionados enredados en problemas de dudosa veracidad.

    Weird Tales hizo crisis, y al parecer Henneberger llegó a ofrecerle la dirección de la revista a HPL, pero éste no aceptó el puesto, elegantemente esquivó la responsabilidad.

    En 1924 HPL escribe La casa apartada: [...] En mi niñez, la casa maldita estaba vacía, con sus árboles desnudos, nudosos y viejos, su alta hierba de una palidez extraña y cizaña de aspecto de pesadilla en el abandonado patio en el que jamás se posaban los pájaros. Los muchachos solíamos invadir la finca, y aún recuerdo mi terror juvenil provocado no sólo por la morbosa calidad de aquella siniestra vegetación, sino ante la atmósfera y el olor de la ruinosa casa, cuya puerta abierta cruzábamos frecuentemente en busca de emociones. Los cristales de las ventanas estaban rotos en su mayoría, y una indescriptible desolación rodeaba los precarios paneles de madera que cubrían las paredes, los desvencijados postigos interiores, el papel de los muros que colgaba a tiras, la escayola que se desmoronaba, las inseguras escaleras y los pocos muebles estropeados que todavía quedaban. El polvo y las telarañas daban un mayor matiz de abandono a aquel ambiente atemorizador, y muy valiente tenía que ser el muchacho que se aventuraba por la escalera que conducía al desván, una pieza espaciosa y alargada, con vigas al descubierto, iluminada solamente por la incierta luz de las pequeñas buhardillas de sus extremos y repleta de un montón de arcones, sillas y ruecas rotas que infinitos años de abandono habían cubierto y adornado de formas monstruosas y diabólicas.

    [...] Algo semejante al miedo me heló el corazón cuando quedé allí sentado en la madrugada y sin compañía, y digo sin compañía porque quien permanece junto a una persona dormida está verdaderamente solo, tal vez más solo de lo que pueda imaginar.

    El relato fue rechazado por Farnsworth Wright, el nuevo director de Weird Tales. Por esos años, en las páginas de la revista aparecieron los relatos de Conan, el bárbaro, de Robert E. Howard, y nombres como los de Robert Bloch, Tennesse Williams y Ray Bradbury. Weird Tales dejaría de existir en 1954.

    Sonia terminó internada como consecuencia de una crisis nerviosa que destrozó su aparato digestivo. Sin trabajo, le ofrecieron un puesto en Cincinnati, y ahí apareció otro problema. HPL quería que fueran a vivir a Providence. Al final ella partió hacia Cincinnati y Lovecraft se mudó a otro departamento. Sonia no tuvo suerte con el trabajo, volvió a Brooklyn, y luego volvió a partir en busca del sustento. Ella lo ayudaba comprándole ropa y lo visitaba cada vez que podía. En tanto HPL, a quien ninguna moneda le sobraba, escribía a su tía Lilian el 6 de julio de 1925: [...] Desde que te escribí he atrapado dos invasores más, en cada caso me he deshecho del cepo también. Total cuestan cinco centavos los dos y no tienes que ocuparte de los detalles repulsivos, ¡cuándo puedes ahorrártelos a dos centavos y medio por cada experiencia!

    Mientras tanto aprovechaba la ciudad para recorrerla y hacer viajes en barco por lugares no muy alejados. De vez en cuando recibía unos dólares de sus tías y amigos no le faltaban para sus pequeñas aventuras.

    En el verano de 1825 escribe El horror de Red Hook: [...] Un centenar de dialectos blasfemos asaltaban el cielo desde esta mezcla de podredumbre material y espiritual. Hordas de merodeadores deambulaban gritando y cantando por callejones y calles; unas manos furtivas, de tarde en tarde, apagaban de pronto la luz y corrían las cortinas, y unos rostros oscuros, marcados por el pecado desaparecían de la ventana al sorprenderlos el visitante. Los policías se desesperan por imponer algún orden, y tratan de levantar barreras a fin de proteger el mundo exterior del contagio. Al ruido metálico de la patrulla responde una especie de silencio espectral, y los detenidos que se llevan jamás se muestran comunicativos.

    Siguió la escritura de Él: [...] El desencanto había sido gradual. Al llegar por primera vez a la ciudad, la vi en el crepúsculo desde un puente; majestuosa por encima de las aguas, sus increíbles cúspides y pirámides alzándose delicadamente, como flores, entre estanques de bruma violeta, para jugar con las nubes encendidas y los luceros de la tarde. Luego se encendió, ventana tras ventana, por encima de las trémulas corrientes donde había linternas que cabeceaban y se deslizaban, y unos cuernos profundos emitían gemidos espectrales, y ella misma se convirtió en un estrellado firmamento de sueños, saturada de mágica música, e identificándose con las maravillas de Carcassonne y Samarcanda y El Dorado, y con todas las ciudades gloriosas y místicas. Poco después me llevaron por esos rincones antiguos, tan caros a mi fantasía; estrechos, tortuosos callejones y pasadizos donde parpadeaban las fachadas de rojo ladrillo georgiano con sus buhardillas de cristales pequeños sobre portales con columnas que en otros tiempos vieron doradas sillas de mano y decoradas carrozas, y al descubrir, en mi primer entusiasmo, todas estas cosas largo tiempo deseadas, creí haber alcanzado efectivamente los tesoros que con el tiempo harían de mí un poeta.

    Pero no iban a llegar a mí el éxito y la felicidad. La violenta luz del día reveló tan sólo mugre y extranjeros, nociva elefantiasis de piedra que se elevaba y se extendía, allí donde la luna había puesto encanto y magia antigua; y las multitudes de personas que hervían por las calles en riadas estaban formadas por extranjeros gordos y atezados de rostro duro y ojos estrechos, extranjeros astutos, sin sueños ni afinidades con el paisaje de su entorno, y que jamás tendrían cosa alguna que ver con un hombre de ojos azules del antiguo pueblo que lleva las verdes callejuelas y los limpios y blancos campanarios de las villas de Nueva Inglaterra en el corazón.

    Así que, en vez de la inspiración poética que había esperado, me llegó sólo una negrura estremecedora y una soledad indecible; y entendí al fin la espantosa verdad que nadie se había atrevido jamás a formular, el inconfesable secreto de los secretos, que esta ciudad hecha de piedra y de estridencias no es una perpetuación sensible del viejo Nueva York, como Londres lo es del viejo Londres y París del viejo París, sino que está totalmente muerta; con el cuerpo imperfectamente embalsamado, la ciudad no tiene nada que ver con la realidad de cuando estaba viva. Tan pronto como hice este descubrimiento, dejé de dormir tranquilo; sin embargo, recobré cierta resignada serenidad cuando, poco a poco, fui adquiriendo la costumbre de no pisar la calle durante el día y salir sólo de noche, cuando la oscuridad invoca lo poco del pasado que todavía subsiste de manera espectral, y los viejos portales blancos recuerdan las figuras vigorosas que en otro tiempo por ahí cruzaron. Con esta especie de consuelo escribí algunos poemas, y hasta reprimí mis deseos de regresar con los míos, para no dar la impresión de que volvía arrastrándome en vergonzoso fracaso.

    A estos dos relatos siguió En la cripta. El horror de Red Hook y Él fueron comprados por Weird Tales, pero no En la cripta; Wright no se animó a publicarlo. Esto debido al escándalo que había ocasionado Los amados muertos, una colaboración de Eddy-Lovecraft.

    W. Paul Cook planeaba editar el periódico The Recluse y le pidió a HPL un artículo sobre el elemento de terror sobrenatural en la literatura. El resultado fue, luego de ocho meses de trabajo gratuito, el ensayo El horror sobrenatural en la literatura que fue publicado en 1927. Además de historiar el desarrollo de la literatura macabra, HPL indica una serie de consideraciones más que interesantes sobre el género: El miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el tipo de miedo más viejo y poderoso es el temor a lo desconocido.

    [...] El alcance de lo espectral y lo macabro suele ser bastante limitado, ya que exige del lector cierto grado de imaginación y fantasía, una determinada capacidad de evasión de la vida cotidiana. Y son relativamente poco numerosos los seres humanos que pueden liberarse lo suficiente del encantamiento de la rutina diaria para corresponder a las llamadas del más allá. Los cuentos sobre los sentimientos y acontecimientos comunes o sobre las deformaciones sentimentales y triviales de tales sentimientos y sucesos, siempre ocuparán el primer puesto en el gusto de la mayoría; esto quizá sea justo por cuanto esos problemas corrientes forman la mayor parte de la experiencia humana.

    [...] Ningún racionalismo o análisis freudiano puede anular totalmente el estremecimiento causado por el susurro del viento en la chimenea o en el bosque solitario.

    [...] Los primeros instintos y emociones del ser humano formaron su respuesta al ambiente en que se hallaba sumido. Los sentimientos basados en las alegrías y las penas nacían en torno a los fenómenos cuyas causas y cuyos efectos entendía, y en torno a los que no comprendía y con los cuales el universo se enfrentó desde su más temprana edad; y así fueron tejiéndose las representaciones, las interpretaciones maravillosas, las sensaciones de miedo y de terror tan naturales en una raza cuyas ideas eran tan sencillas y cuya experiencia era tan limitada. Lo desconocido, al igual que lo impredecible, se convirtió para nuestros antepasados primitivos en una fuente tremenda y omnipotente de calamidades y de favores que se dispensaban a la humanidad por unos motivos tan misteriosos como enteramente extra terrenales, y pertenecientes a unas esferas de cuya existencia nada se sabía y en la que los humanos no tenían parte ninguna.

    [...] Aunque la esfera de lo desconocido ha ido reduciéndose a través de los milenios, un pozo insondable de misterio sigue aún envolviendo al cosmos, mientras que un vasto residuo de asociaciones poderosísimas sigue aferrándose a todos los elementos y procesos que antaño eran misteriosos. Naturalmente, ahora esos fenómenos pueden explicarse perfectamente. Pero más que todo eso, existe una verdadera fijación fisiológica de los viejos instintos en nuestro tejido nervioso, que puede volverlos oscuramente operativos aun cuando la mente consciente se purgue de todas las fuentes de lo maravilloso.

    [...] Los auténticos cuentos macabros cuentan con algo más que un misterioso asesino, que unos huesos ensangrentados o unos espectros agitando sus cadenas según la vieja regla. Porque en ellos debe respirarse una determinada atmósfera de expectación e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá; han de estar presentes unas fuerzas desconocidas, y tiene que existir una sugerencia, manifestada con toda la seriedad y la monstruosidad que necesita el sujeto, de ese concepto más tremendo de la mente humana: la maligna y específica suspensión o la derrota de las leyes desde siempre vigentes de la naturaleza, que representan nuestra única defensa en contra de los asaltos del caos y de los demonios del espacio insondable.

    [...] La atmósfera es siempre el elemento más importante, por cuanto el criterio final de la autenticidad no reside en urdir la trama, sino en la creación de una impresión determinada.

    Nueva York fue transformándose de a poco en un horror, ya no la soportaba y sus lamentos eran variados. Sobre su actividad de escritor anotaba: [...] Hay muchas cosas que quiero escribir, pero de vez en cuando tengo la sensación de que quizá mi mano ha perdido un poco de esa habilidad que siempre ha poseído. Cuando mis trabajos están terminados, siempre me decepcionan, nunca ofrecen la plenitud del cuadro que tengo en la cabeza; pero puesto que una fijación imperfecta de la imagen es mejor que nada, me esfuerzo y lo intento lo mejor que puedo.

    HPL a su manera pedía ayuda; a Lilian Clark le escribió: [...] Soy esencialmente un recluso que tiene muy poco que ver con la mayoría de la gente allí donde esté. Creo que la mayoría de la gente me pone nervioso, que sólo por accidente y en cantidades extremadamente pequeñas, hablaría con gente con la que no quisiera hacerlo... Mi vida no está entre la gente sino entre el entorno físico. Mis afectos locales no son personales sino topográficos y arquitectónicos... Soy dogmático sólo en la medida en que digo que debo tener

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