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DEDICATORIA

Para aquellos que me presentaron al amor de Dios, para aquellos que lo demostraron con su
amor hacia mí y para aquellos que me desafiaron a responder amándole.

Y especialmente para mis colaboradores en la Confraternidad Carcelaria (Prison Fellowship),


quienes comparten conmigo el diario peregrinar de amar a Dios.

NOTA DEL AUTOR

Todos los relatos de este libro son ciertos. En algunos se han cambiado algunos nombres, en
otros, se ha hecho use de la libertad editorial para combinar ciertos eventos con propósitos de
claridad o de ilustración. En un caso la alegoría fue el recurso literario más efectivo para lograrlo.
Pero en todos los casos los eventos básicos de los relatos son reales. Los detalles del trasfondo
han sido investigados tan cuidadosamente como ha sido posible, aunque a veces las inferencias se
hicieron de los limitados hechos asequibles: Donde sea este el caso, se hace evidente en el texto.

El viaje mas placentero que se puede hacer es a través de uno mismo … la única relación
amorosa que se sostiene es consigo mismo . . . cuando se mira hacia atrás de la vida y se trata
de recordar donde se ha estado y hacia donde se va, cuando se mira el trabajo, las relaciones
amorosas, los matrimonios, los hijos, el dolor, la felicidad — cuando se examina de cerca todo
eso, lo que realmente se encuentra es que la única persona con quien realmente se va a la
cama es consigo mismo ... la única cosa que se posee es trabajar hasta la consumación de la
propia identidad. Eso es todo que he estado tratando de hacer toda mi vida.

Shirley MacLaine1

Es vano, oh hombres, que busquéis dentro de vosotros mismos la cura de vuestras miserias.
Toda vuestra reflexión solo os conduce a conocer que no esta en vosotros mismos descubrir lo
verdadero y lo falso.

Blas Pascal

INTRODUCCIÓN / COMO COMENZÓ TODO

Dos tremendas fuerzas — una externa, otra interna —se juntaron para forjar mi decisión y
determinación de escribir este libro. La fuerza externa era el resultado de lo que vi suceder por
años en mi entorno cultural. La fuerza interna tenía que ver con mi propia vida espiritual.
Permítame explicar. Por una generación, la sociedad occidental ha estado obsesionada con la
búsqueda de identidad. Hemos hecho de la antigua pregunta filosófica sobre el significado y el

1 Shirley MacLaíne, Entrevista para el Washington Post, 1977.


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propósito de la vida una pujante industria moderna. Hay tantas escuelas de terapia psicosocial
como marcas de productos en el mercado; de retroalimentación biológica, de yogas, de conciencia
creativa, talleres de auto concientización, etc. -cada una gruesamente concurrida hasta cuando
algo nuevo aparece. La literatura popular lleva el estandarte vendiendo muchísimos libros que
garantizan el éxito en todo, desde en el hacer dinero hasta el éxito en las cosas más pueriles.

Esta no tan magnífica obsesión de "encontrarnos a nosotros mismos" ha introducido todo un


conjunto de valores falsos; alabamos la fama, el éxito, el materialismo y la celebridad. Queremos
"vivir para el éxito" en 'tanto que luchamos por ser "el número uno", sin que nos importe "triunfar
mediante la intimidación". Sin embargo, este mundo "consciente de sí mismo" está en
desesperados apuros. Cada nueva promesa conduce sólo a una paradoja frustrante. Las aficiones
de los años setenta hacia el auto gratificación condujeron a la auto-absorción y al aislamiento, y
no a la vida más plena y liberada que predecían. La tecnología creada para conducir a la
humanidad hacia esa nueva tierra prometida puede arrasarnos, y a nuestro planeta, en una
gigante nube en forma de hongo.

Tres décadas de afluencia aparentemente ilimitada han tenido éxito solamente en resecar nuestra
cultura, dejándola espiritualmente vacía y económicamente debilitada. Nuestro mundo está lleno
de gente absorta en sí misma, atemorizada, ahuecada. En medio de estas debilitantes paradojas
de la vida moderna, los hombres y las mujeres buscan algún fragmento de sentido, alguna
comprensión de la identidad. Pero la búsqueda obsesiva de identidad conduce a la destrucción
narcisista de lo que tan ávidamente se busca. Considere a la joven citada en un artículo de la
revista La Psicología Hoy: (Psychology Today): sus nervios estaban deshechos por demasiadas
fiestas prolongadas hasta el amanecer y discotecas; su vida era un círculo interminable de
marihuana, borracheras y sexo.

Cuando su terapeuta le preguntó, "¿por qué no paras?", su sobresaltada respuesta fue, "¿Quieres
decir que realmente no tengo que hacer lo que quiero hacer"? En medio de todo esto tenemos a la
iglesia — aquellos que siguen a Cristo. Para la iglesia, ésta debería ser una hora de oportunidad.
Sólo la iglesia puede proveer una visión moral a los errantes; sólo la iglesia puede pisar el vacío y
demostrar que hay un Dios vivo y soberano quien es la fuente de la Verdad. Pero, la iglesia tiene
casi los mismos problemas de la cultura, porque ha incurrido en el mismo sistema de valores:
fama, éxito, materialismo y celebridad. Valoramos las iglesias líderes y los cristianos líderes por
nuestros valores. Queremos emular a los predicadores más famosos con los santuarios más
enormes y los edificios más grandes.

La preocupación por estos valores también ha pervertido el mensaje de la iglesia. El asistente de


un renombrado pastor, famoso hasta en televisión, cuando le preguntaron por la clave del éxito de
su jefe, contestó sin vacilación: "Le damos a la gente lo que quiere". Esta herejía está en la raíz del
mensaje más peligroso predicado hoy día: el evangelio de lo que me conviene. La "vida cristiana
victoriosa" ha llegado a ser la vida victoriosa del hombre, no de Dios. Un devocionario popular
cita el Salmo 65:9: "Con el río de Dios, lleno de aguas" y lo parafrasea: "Lleno mi mente hasta
rebosar con pensamientos de prosperidad y de éxito. Afirmo que Dios es mi fuente y que Dios es
ilimitado".2 Esto no es apenas una adaptación religiosa de la búsqueda de ser el número uno, el

2 La Palabra Diaria (octubre de 1982)


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triunfador, ni del evangelio de nuestra cultura: "Dios dice: ayúdate que yo te ayudaré"; es una
herejía.

Así, tanto el mundo como la iglesia andan a tientas buscando respuestas. Cuando vi lo que estaba
sucediendo a mí alrededor, también llegué a ser consciente de que algo estaba pasando dentro de
mí alto sucedió hace pocos años cuando yo estaba experimentando uno de esos períodos de
aridez espiritual que todos atravesamos. Cuando se lo comenté a un amigo, él me sugirió ver las
videocintas de una serie de conferencias del doctor R.C. Sproul, sobre la santidad de Dios. Todo lo
que sabía de Sproul era que era teólogo, así que no me entusiasmé. Después de todo, pensaba que
la teología era para gente que tuviera tiempo para estudiar, encerrados en torres de marfil lejos
de los campos de batalla de la necesidad humana. Sin embargo, por la insistencia de mi amigo,
finalmente convine en mirar la serie de Sproul.

Al final de la sexta conferencia, yo estaba de rodillas, sumergido en la oración en reverencia ante


la absoluta santidad de Dios. Fue una experiencia que cambió mi vida en tanto que obtuve un
entendimiento completamente nuevo del Dios santo al cual creo y adoro. Mi sequía espiritual
finalizó, pero saborear la majestad de Dios sólo me hizo tener más sed de EL. Así que mantuve
bajo el brazo libros contemporáneos sobre el tema del discipulado. Muchos eran excelentes,
aunque a menudo trataban más con el evangelismo que con el discipulado, y la mayoría parecían
interesados en cómo sacar más de la vida cristiana. Yo quise saber cómo aportar más a esa vida
cristiana. Algo con lo que todos los libros trataban, por supuesto, era con el amor de Dios flor la
humanidad y cómo El mostró ese amor con el sacrificio de su Hijo en la cruz.

Cuanto más leía sobre esto, más quería saber sobre lo que había empezado a ver corno el
corolario - cómo mostrar mi amor por EL. De alguna manera eso parecía ser la clave para aportar
más a la vida cristiana. El más grande mandamiento, según Jesús es: "Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente".3 Yo había memorizado esas palabras pero
nunca había pensado realmente en lo que significaban en términos prácticos; es decir, cómo
cumplir ese mandamiento. Me pregunté si otros se sentirían de la misma forma. Así que les
pregunté a varios cristianos con más experiencia cómo amaban ellos a Dios. "Bueno... amándolo",
balbuceó uno, entonces añadió a manera de explicación, “... con todo mi corazón, alma y mente".
"Manteniendo un corazón agradecido, ofreciéndome a mí mismo como un sacrificio aceptable",
contestó otro rápidamente.

Cuando solicité aspectos específicos, comenzó a detallar su programación de lecturas


devocionales y su vida de oración. En la mitad de su discurso, paró y se encogió de hombros.
"Déjame pensarlo más". Asistir a la iglesia fielmente fue una respuesta frecuente, y diezmar

3 Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran
mandamiento, el primero. (Mat 22:37-38); Entonces se adelantó un maestro de la Ley. Había escuchado la discusión y
estaba admirado de cómo Jesús les había contestado. Entonces le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de
todos? Jesús le contestó: El primer mandamiento es: Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es un único Señor. Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas. Y después
viene este otro: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos. (Mar
12:28-31); Un maestro de la Ley, que quería ponerlo a prueba, se levantó y le dijo: Maestro, ¿qué debo hacer para
conseguir la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Qué está escrito en la Escritura? ¿Qué lees en ella? El hombre contestó:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y amarás a
tu prójimo como a ti mismo. Jesús le dijo: ¡Excelente respuesta! Haz eso y vivirás. (Luk 10:25-28)
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estaba en los primeros lugares de la lista. Algunos recitaban pecados favoritos que ya no
practicaban mientras trataban de explicar "amar a Dios" como un sentimiento de sus corazones,
como si esto fuera algo parecido a un encuentro romántico. Otros, me miraban con sospecha,
pensando quizá que mi pregunta era parte de alguna broma. Todo esto fue causa. El efecto
acumulativo de mi examen me convenció de que la mayoría de nosotros, como cristianos
profesantes, realmente no sabemos cómo amar a Dios.

No sólo no hemos pensado a qué se refiere el más grande, mandamiento en nuestra existencia
cotidiana, sino que no lo hemos obedecido. Y si esto es cierto para los creyentes individuales,
¿cuáles son las implicaciones para la iglesia? Quizás la razón por la cual la iglesia era tan ineficaz
en el mundo, se debía al hecho de tener las mismas necesidades mías. Viendo el hambre
desesperada de la cultura, y dándome cuenta de cuánto nosotros, como pueblo de Dios,
necesitamos amar a Dios, el mensaje de este libro me presionaba con urgencia. Para usar una más
bien extraña, pero quizá apropiada, analogía, vi la necesidad de intentar hacer por el evangelio lo
que Lenin hizo por Marx. Aunque frecuentemente considerado como un revolucionario fiero, de
armas tomar, Karl Marx fue la mayor parte de su vida un pensador, un teórico.

No hubo ninguna gran revolución obrera durante su vida, y después de su muerte en 1883, el
marxismo parecía destinado a pasar a la historia como otra de las tantas filosofías surgidas de las
fértiles mentes del siglo diecinueve. De hecho, probablemente, hubiera sido así, de no ser por
Lenin, un joven ruso que devoró vorazmente las ideas de Engels y de Marx y se hizo marxista en
1889. Tres años después, Lenin publicó ¿Qué Hacer? en donde habló del absoluto de la acción, de
tomar las teorías de Marx y de aplicarlas a la vida. Ese libro y la incansable labor de Lenin
inspiraron a un puñado de revolucionarios profesionales quienes, en unos pocos años, pusieron a
Rusia patas arriba. El ánimo apasionado de Lenin, su compromiso absoluto y la aplicación de los
principios de Marx cambiaron, no sólo su propio país, sino que hoy, a menos de cien años
después, han encadenado casi medio mundo.

Mi pregunta entonces, a los creyentes individuales y por consiguiente a la iglesia, es esta: ¿Vemos
nuestra fe como una magnífica filosofía o como una verdad viva; como una abstracta, a veces
académica teoría, o como una Persona Viva por quien estamos dispuestos a dar la vida? Los
movimientos más destructivos y tiránicos del siglo veinte, el comunismo y el nazismo, han
resultado de fanáticos aplicando, con una sola idea fija en mente, filosofías falibles. ¿Qué
sucedería si en realidad aplicáramos la verdad de Dios para la gloria de su reino? El resultado
sería un mundo puesto patas arriba, revolucionado por el poder de Dios obrando a través de
cristianos individuales y de la iglesia toda. Pero solamente seremos creyentes débiles andando a
tropezones, y una iglesia lisiada a menos que apliquemos en verdad la Palabra de Dios; es decir,
hasta que verdaderamente lo amemos y actuemos con base en ese amor.

De esta manera, fuerzas internas y externas me han impulsado a escribir este libro. Como lo
mencioné, la búsqueda que condujo a los descubrimientos relatados aquí fue iniciada por la
motivación que me causaron las enseñanzas del doctor R.C. Sproul, ahora mi querido amigo y
tutor. Pero mi decisión de comenzar a escribir vino como resultado de una visita a upo de los más
escuálidos lugares donde paso buena parte ge mi vida. Prisión de Delaware, mañana del día de la
Pascua de Resurrección, 1980... Una de las mañanas más importantes de mi vida...
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PARTE 1: OBEDIENCIA
Sólo es obediente quien cree, sólo quien es obediente, cree.

Dietrich Bonhoeffer

CAPITULO 1: LA PARADOJA

Era un esplendoroso domingo de resurrección, el sol primaveral radiante y cálido, el aire fragante
y fresco. Era un día muy agradable como para pasarlo en prisión, pero era allí donde yo estaba.
Cuando me acercaba al atiborrado complejo de edificios de ladrillo rodeado por cercas de
alambre de púas, recordé mi primera visita a este lugar hacía nueve meses. Como en la mayoría
de los estados, las instalaciones de Delaware estaban peligrosamente superpobladas. El cuerpo
legislativo, aunque renuente a asignar los fondos necesitados, se estaba quejando
implacablemente de los funcionarios del penal. Para que lo ayudara a formular su propia
estimación de la situación, el gobernador DuPont me había solicitado un informe sobre las
condiciones de la prisión estatal de Delaware. Ese caluroso día de agosto yo había visitado cada
rincón del penal.

Había caminado por dormitorios tan apretujados con los cuerpos sudados que el aire era difícil
de respirar. Había visto, el piso de los enfermos mentales donde un hombre se retorcía
convulsivamente contra las cadenas que ataban sus muñecas sangradas y sus tobillos. Inmune a
los sedantes, sin restricciones se hubiera destruido a sí mismo. Tuve que continuar "en el hueco"
deteniéndome para hablar a cada hombre ahí-aislado en su solitario encierro. Uno, que se
presentó como Sam Casalvera, había sido sentenciado a cadena perpetua sin libertad bajo
palabra. Sam era duro. Sus enormes y musculosos brazos testificaban de horas levantando pesas.
Su mirada desafiante me dijo que ni la prisión, ni siquiera el confinamiento aislado, habían
quebrantado su espíritu. Sam era la excepción.

Al final de la inspección yo estaba sobrecogido, como lo estoy en tantas prisiones, ante la


presencia y la hediondez de la muerte. Se reflejaba en los ojos de los reclusos, en su arrastrar los
pies con la cabeza baja, en su interminable mirar hacia la nada a través de las rejas agarradas por
sus manos. El paciente suicida encadenado en el pabellón psiquiátrico era quizás el más racional
de todos, pensé irónicamente; por lo menos él estaba luchando meramente por llevar su cuerpo y
su espíritu al mismo punto. Le pregunté al joven capellán si me podía reunir cm reclusos
cristianos. Nos reunimos en un pequeño salón de conferencias al lado de la oficina del director.
Los ocho reclusos presentes estaban condenados a cadena perpetua. ¡Siete de ellos eran negros! 4
Estos hombres fuertes y serlos eran un contraste dramático con lo que acababa de ver.

4 No fue sorprendente encontrar sólo ocho cristianos en una población carcelaria de ochocientos. Un uno por ciento
es la tasa que muchas veces encontramos cuando empezamos el ministerio en una institución.
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Gozosos de su fe, tenían completa seguridad de que Jesús estaba vivo y real, aun en medio de la
desesperación de la cárcel. Oramos juntos, tomándonos de las manos alrededor de la mesa, y
entonces les prometí regresar. Unos pocos meses después enviamos un equipo de la
Confraternidad Carcelaria a la prisión de Delaware para llevar a cabo un seminario. Con la ayuda
de veinte voluntarios de una iglesia cercana, los dos coordinadores del equipo (uno de ellos ex
convicto) llevaron a cabo treinta y dos horas de enseñanza. Más de cien hombres se inscribieron
para ese primer seminario en la cárcel, y antes de terminar la semana, setenta y cinco conocieron
a Cristo. Eso hizo memorable la semana, así como otro insólito incidente. Una sesión de estudio
fue interrumpida cuando dos guardias irrumpieron en el salón, esposaron a un atemorizado
joven recluso y lo sacaron a empellones del salón para llevarlo a un furgón que esperaba.

Los del seminario, quienes tan sólo sabían que lo estaban llevando a la corte, oraron
fervientemente. Al llegar a la sala de la corte, el recluso estaba temblando delante de un juez de
rostro severo. "Joven", dijo el juez sombríamente, "he estado examinando su historia". Hizo una
pausa, y después lo miró. "Y he decidido reducir su sentencia a tiempo servido. Está libre". "Buena
suerte", concluyó el juez, inclinando la cabeza ante el mudo preso y golpeando su mazo. "Gracias,
su señoría", balbuceó el preso; entonces, en voz más alta, dijo: "Pero señoría, si no le molesta,
¿podría quedarme en la cárcel el resto de la semana? Me gustaría terminar el seminario de la
Confraternidad Carcelaria". El juez, impactado, murmuró algo sobre hacer arreglos para que así
fuera. El hombre regresó al expectante grupo de creyentes del seminario donde hubo mucha
celebración.

Durante los meses siguientes recibí una serie de informes animadores sobre el crecimiento del
compañerismo cristiano en Delaware. La primavera se aproximaba, y yo sabía que quería estar el
día de resurrección con estos hermanos. Ahora, al llegar a la entrada aquella mañana del domingo
de resurrección, fui recibido por el comisionado de correccionales, por más de setenta y cinco
voluntarios de la Confraternidad Carcelaria, por varios jueces, incluyendo a un magistrado de la
corte suprema del estado y por un conjunto de otros funcionarios estatales. Fuimos rápidamente
escoltados alrededor de los detectores de metal y de las salas de procesos — ninguna de las
acostumbradas rutinas dé cacheo esta mañana. Los reclusos cristianos, en este punto más de cien
en número, habían conseguido permiso para prepararnos un desayuno.

Mientras nos servían en el comedor, experimenté un placer perverso al observar al magistrado


apartarse de las gachas secas y de las salchichas de dudoso origen. Uno de nuestros entusiastas
anfitriones golpeó su cuchara contra una taza, y cuando el grupo se aquietó, anunció que un
recluso, Sam Casalvera, leería un poema compuesto para la ocasión - y dedicado a Chuck Colson.
Sam se levantó, con una sonrisa bonachona más grande que había visto nunca; era obvio que él
no era el mismo convicto rebelde que yo había visto incomunicado nueve meses atrás. No
necesité preguntar qué le había pasado. Sam aclaró su garganta y comenzó a leer:

Escuché que usted venía nuevamente a adorar con almas que torpemente andaban cuando la
vez pasada vino a visitar.

Titubeó, respiró profundo, y continuó.


Teníamos dirección pero necesitábamos empuje. Usted nos hizo una promesa y un deseo
expresó.
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Sam se detuvo para sacar un arrugado pañuelo de su bolsillo, y frotó suavemente sus ojos.

Su promesa usted cumplió. La Confraternidad Carcelaria envió. Lo que escriba no puede


decirle lo que esto significó. Algunos de quienes asistieron hicieron su deseo realidad.
Entregaron su vida a Jesús, así como usted.

Los reclusos no lloran. Sean hombres o mujeres. Es señal de debilidad, y la debilidad puede ser
peligrosa en prisión. Pero Sam no pudo controlar sus emociones. Las lágrimas rodaron por sus
mejillas mientras sus anchos hombros se estremecían. Me levanté y caminé al frente de la sala,
eché mi brazo sobre sus hombros, y le quité el papel. Por un momento pensé que me iba a echar a
llorar con Sam, pero de alguna manera fui capaz de leer las restantes líneas de su poema.

He amado la poesía toda mi vida, y muchos clásicos son 'un tesoro para mí, pero ninguno me ha
afectado tan hondamente como la buena fe de las estrofas de Sam Casalvera. Después del
desayuno, nuestros reclusos anfitriones nos escoltaron mientras salíamos del comedor formando
una larga procesión a la capilla que quedaba al otro costado de la cárcel. Cuando empezábamos a
cruzar el patio, eché una mirada entre la brillante luz del sol y me detuve bruscamente en una
escena: Un tropel de presos rodeaba la capilla, algunos llevaban carteles. En doscientas visitas a
prisiones nunca había visto nada semejante. Instintivamente revisé las posibilidades: ¿era el
comienzo de un motín?; ¿Una protesta contra las condiciones de la cárcel?; ¿Reclusos
musulmanes protestando por nuestra presencia?

Unos pocos pasos después pude observar, para mi asombro y alivio, las toscas letras de las
pancartas: VENGA A LA CAPILLA, decía una. ¡JESÚS LIBERTA A LOS CAUTIVOS! decía otra. De la
misma manera en que los reclusos no lloran, tampoco llaman la atención hacia su fe. Hacerlo
provoca desprecio, ridículo, o algo peor. ¡Pero este grupo de cristianos estaba desfilando por los
patios anunciando la capilla! Su atrevimiento había roto barreras. Se estaban reuniendo hombres
de todas partes de la cárcel. La capilla estaba atestada. Y debido a que había trescientos presos
incomunicados, los hermanos cristianos habían instalado cuatro altoparlantes en el techo de la
capilla para que el servicio fuera escuchado en toda la prisión. (A juzgar por el tamaño de los
amplificadores, los vecinos lejanos de la cárcel también pudieron escuchar).

El coro de la cárcel empezó el servicio. Su tarea era animar a la multitud, y fue un estruendoso
éxito. Aun el magistrado de la corte suprema, emparedado entre dos musculosos convictos en la
primera fila, se sintió en libertad. Forcejeando al principio para mantener su dignidad, comenzó
gradualmente a zapatear, y pronto estaba sonriendo y dando palmas con el resto. Mientras estaba
en la plataforma, esperando mi turno en el púlpito, Mi mente comenzó a moverse hacia atrás en el
tiempo... hacia las becas y los honores obtenidos, hacia los litigios jurídicos exitosos, hacia las
importantes decisiones realizadas desde las altas oficinas de gobierno. Mi vida había sido la
historia perfecta del éxito, el gran sueño estadounidense cumplido. Pero de una vez por todas me
di cuenta de que no era mi éxito lo que Dios había usado para permitirme ayudar a aquellos en
esta prisión, o a cientos de otros como ellos.

Mi vida de éxitos no fue lo que hizo tan gloriosa esta mañana - todos mis logros no significaban
nada en la economía de Dios. No, el legado real de mi vida era mi más grande humillación - haber
sido enviado a la cárcel - fue el comienzo del uso de mi vida más grande por parte de Dios; El
escogió la experiencia en la cual no podía gloriarme para usarla para su gloria. Confrontado con
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esta sorprendente verdad, descubrí en aquellos breves momentos en la capilla de la cárcel, que mi
mundo había sido puesto patas arriba. Entendí, con una sacudida, que había estado mirando la
vida al revés. Pero ahora podía ver: Sólo cuando perdí todo lo que yo creía que hacía de Chuck
Colson un gran tipo, había encontrado la verdadera identidad que Dios me quería dar y el
verdadero propósito de vida.

No es lo que hacemos lo que importa, sino lo que la soberanía de Dios escoge hacer por medio de
nosotros. Dios no quiere nuestro éxito, nos quiere a nosotros. El no demanda nuestros logros; El
demanda nuestra-obediencia. El reino de Dios es el reino de la paradoja, donde por medio de la
fea derrota de una cruz, el Dios santo es completamente glorificado. La victoria viene a través de
la derrota; la sanidad a través del quebrantamiento; se encuentra la identidad perdiendo el yo.
Por supuesto, nuestra egocéntrica cultura, loca por el éxito, no puede comprender esa verdad
crucial. Es comprensible sólo cuando nos deshacemos los falsos valores que nos obsesionan, a
veces en medio de nuestros fracasos más abyectos. Seguramente fue así en mi vida, y fue así
también en la vida de un hombre llamado Boris Kornfeld.

CAPITULO 2: EL MEDICO RUSO

Ningún periodista ha visitado los campos de concentración de la Rusia soviética, a menos que
haya ido como prisionero. Hasta hoy tenemos poca información acerca de los millones que han
vivido, sufrido y muerto allí, especialmente durante el reinado de terror de Stalin. La mayoría
permanece ignorada, los nombres, recordados sólo en los corazones de quienes los conocieron y
amaron. Pero de vez en cuando fragmentos de información han filtrado noticias sobre algunos.
Uno de esos pocos fue Boris Nicholayevich Kornfeld. Kornfeld era doctor en medicina. A partir de
eso, podemos suponer algo sobre su trasfondo, porque en la Rusia pos revolucionaria tal
educación nunca fue para las familias ligadas de alguna forma a la Rusia zarista. Probablemente
sus padres eran socialistas que habían fijado sus esperanzas en la revolución.

Ellos también eran judíos, pero casi con certeza no judíos que esperasen todavía al Mesías,
porque el nombre de Boris y el patronímico Nicholayevich indica que habían tomado nombres
rusos en alguna generación pasada. Los antepasados de Kornfeld probablemente fueron
Haskalah, denominados "judíos iluminados", quienes aceptaban la filosofía del racionalismo,
cultivaban el conocimiento de las ciencias naturales, y se dedicaban a las artes. En la lengua,
vestido y hábitos sociales procuraban ser tan rusos como sus vecinos nativos. Fue natural para
estos judíos apoyar la revolución leninista porque el vicioso antisemitismo zarista les había hecho
la vida casi insoportable durante los doscientos años precedentes. El socialismo prometía algo
mucho mejor para ellos que la Rusia "cristiana".

Si la Rusia "cristiana" había masacrado judíos; quizás la Rusia atea podría salvarlos. Obviamente,
Kornfeld había seguido los pasos de sus padres, creyendo en el comunismo como sendero de la
necesidad histórica, porque los presos políticos de ese entonces no eran ciudadanos opuestos al
comunismo ni deseosos del regreso del Zar. Aquellos sencillamente fueron ejecutados. Los presos
políticos eran creyentes en la revolución, socialistas o comunistas que no habían, sin embargo,
conservado pura su lealtad a Stalin. No sabemos qué delito cometió el doctor Kornfeld, sólo que
fue un delito político. Quizás se atrevió un día a sugerirle a un amigo que su líder, Stalin, era
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falible; o quizás fue simplemente acusado de albergar tales pensamientos. No se requería más
que eso para llegar a estar preso en la Rusia de principios de los años cincuenta; muchos
murieron por menos.

De todas maneras, Kornfeld fue encarcelado en un campo de concentración para subversivos


políticos en Ekibastuz. Irónicamente, unos pocos años detrás del alambrado de púas lo curaron de
su comunismo. La brutalidad sin sentido, el desgaste de las vidas, las trivialidades consideradas
delitos hicieron a hombres como Kornfeld dudar de las glorias del sistema. Despojados de toda
pasada asociación con quienes los mantenían ocupados y seguros, detrás del alambrado los
presos tenían tiempo para pensar. En un lugar así, los hombres pensativos como Boris Kornfeld,
se encontraban a sí mismos reevaluando las creencias que habían tenido desde la niñez. Así fue
como este médico ruso abandonó todos sus ideales socialistas. De hecho, fue mucho más allá.
Hizo algo que hubiera horrorizado a sus antepasados.

Boris Kornfeld se convirtió en cristiano. Aunque pocos judíos de cualquier parte del mundo
encuentran fácil aceptar a Jesucristo como verdadero Mesías, un judío ruso lo encuentra aún más
difícil. Por dos siglos estos judíos habían conocido el odio de la gente que, según les decían, eran
los más cristianos de todos. Cada paso que dieron los judíos para reconciliarse o acomodarse a los
rusos 'fue enfrentado, por nuevas invenciones de odio y persecución, como cuando la cabeza del
cuerpo gobernante de la iglesia ortodoxa rusa dijera que esperaba que, como resultado del
levantamiento ruso contra los judíos; "una tercera parte de los judíos se convierta, una tercera
parte muera, y otra tercera parte huya del país". Sin embargo, después de la revolución ocurrió un
extraño alineamiento. José Stalin demandó una lealtad unánime, incuestionable a su gobierno;
pero tanto judíos como cristianos sabían que su lealtad última era para Dios.

Por consiguiente, la gente de ambos credos sufrió por sus creencias y frecuentemente, en los
mismos campos. Así, Boris, Korrifeld entró en contacto con un cristiano devoto, un compañero de
presidio amable y bien educado que hablaba de un Mesías judío que había venido para cumplir
las promesas que el Señor había hecho a Israel. Este cristiano - cuyo nombre desconocemos -
señalaba que Jesús había hablado casi únicamente al pueblo judío y proclamado que El había
venido primero a los judíos. Eso era compatible con el especial interés de Dios por los judíos, los
escogidos; y, explicaba él, la Biblia prometía que vendría un nuevo reino de la paz. Este hombre a
menudo recitaba en voz alta la oración del Señor, y Kornfeld escuchaba en aquellas palabras
sencillas un desconocido tenor de la verdad.

El campo había desligado a Kornfeld de casi todo, incluyendo su creencia en la salvación a través
del socialismo. Ahora este hombre le ofrecía esperanza — ¡pero en qué forma! Aceptar a
Jesucristo, convertirse en uno de quienes siempre habían perseguido a su gente — parecía una
traición a su familia, a todos aquellos quienes habían sido antes que él. Kornfeld sabía que los
judíos habían sufrido inocentemente. ¡Los judíos fueron inocentes en los días de los cosacos!
¡Inocentes en los días de los zares! Y él mismo era inocente de traición a Stalin; había sido
encarcelado injustamente. Pero Kornfeld consideró con cuidado lo que el preso cristiano le había
dicho. En un solo bien, el tiempo, el médico era rico. Inesperadamente, comenzó a ver los
poderosos paralelos entre los judíos y este Jesús.
Siempre había sido un escándalo que Dios se confiara a sí mismo en una forma única a un pueblo,
los judíos. A pesar de los siglos de persecución, su sola existencia en medio de aquellos quienes
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buscaban destruirlos era señal de un poder más grande que el de sus opresores. Era lo mismo con
Jesús que Dios se presentara a sí mismo en forma de hombre siempre había confundido la
sabiduría del mundo. Para los poderosos y orgullosos, Jesús permanecía como señal,
desenmascarando sus propias limitaciones y su pecado. Por eso tuvieron que matarlo, así como
aquellos en el poder tenían que matar a los judíos, con el fin de mantener su aparente
omnipotencia. Así, Stalin, la nueva cabeza del bravo nuevo mundo de la revolución, tenía que
perseguir tanto a judíos como a cristianos. Eran pruebas vivas de sus blasfemas pretensiones de
poder.

Sólo en el Gulag pudo Boris Kornfeld empezar a ver tal verdad. Cuanto más reflexionaba sobre
ella, más esta verdad comenzaba a cambiarlo por dentro. Aunque preso, Kornfeld vivía en
mejores condiciones que la mayoría detrás de las cercas de alambre. Otros presos eran
desechables, pero los médicos eran escasos en los aislados y remotos campos. Las autoridades no
podían permitirse perder un médico, porque tanto los guardias como los reclusos necesitaban
atención médica. Y ningún funcionario de prisiones quería finalizar en las manos de un médico
que hubiese sido atropellado cruelmente. La resistencia de Kornfeld al mensaje cristiano pudo
haberse comenzado a debilitar mientras estaba en cirugía, quizás mientras, trabajaba en uno de
aquellos guardias a quienes había aprendido a detestar.

El hombre había sido acuchillado y tenía una arteria rota. Mientras suturaba el vaso sanguíneo, el
médico pensó en ensartar el hilo de una manera tal que se abriera apenas terminada la cirugía. El
guardia moriría rápidamente y nadie sabría cómo. El proceso de tomar esta forma particular de
venganza dio rienda suelta al odio encendido que Kornfeld sentía por el guardia y por todos como
él. ¡Cómo despreciaba a sus perseguidores! ... ¡Hubiera podido matarlos con alegría a todos ellos!
Y en ese punto, Boris Kornfeld quedó pasmado por el odio y la violencia que vio en su propio
corazón. Sí, él era una víctima del odio, así como lo habían sido sus ancestros. Pero ese odio había
engendrado un insaciable odio en él. ¡Qué situación tan abrumadora y difícil! Estaba atrapado por
el mismo mal que detestaba.

¿Qué libertad podría conocer nunca con su alma presa de este odio homicida? Este hacía del
mundo entero un campo de concentración. Cuando Kornfeld comenzó a suturar decorosamente,
se encontró a sí mismo, casi inconscientemente, repitiendo las palabras que había escuchado de
su compañero de presidio. "Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes
nos ofenden". Habiendo visto su propio malvado corazón, tuvo que orar por limpieza. Y tuvo que
orar a un Dios que había sufrido como él: a Jesús. Por algún tiempo, Boris Kornfeld simplemente
continuó orando la oración del Señor mientras llevaba a cabo sus deslomadoras y desesperantes
tareas como médico del campo. Deslomadoras, porque siempre había demasiados pacientes.
Desesperantes, porque el campo estaba diseñado para matar hombres. El resultaba ineficaz
contra el terreno que la muerte ganaba en cada preso: enfermedad, frío, exceso de trabajo, golpes,
desnutrición.

A los doctores de la sección médica del campo también se les pedía firmar decretos para
reclusión en el bloque de castigo. Cualquier preso que no les gustara a las autoridades, o de quien
se quisieran deshacer, era enviado a este bloque — confinamiento solitario en la cámara de
tortura que era una celda pequeña, oscura y fría. La firma del médico certificaba que el preso
estaba fuerte y lo suficientemente sano para resistir el castigo. Esto era, por supuesto, mentira.
12
Pocos salían vivos. Como los otros médicos, Kornfeld había firmado su parte. ¿Cuál era la
diferencia? De todas maneras, las autoridades no necesitaban las firmas; tenían muchas otras
formas de "legalizar" el castigo. Y, un médico que no cooperara no duraría mucho, aunque los
médicos fueran escasos. Pero poco después de que comenzara a orar por perdón, el doctor
Kornfeld cesó de autorizar castigos; rehusó firmar los formatos.

Aunque había firmado cientos de ellos, ahora no podía. Lo que había sucedido dentro de él no le
permitía hacerlo. Esta rebelión fue bastante mal vista, pero Kornfeld no se detuvo ahí. Denunció a
una ordenanza. Las ordenanzas eran elegidas del grupo de presos que cooperaba con las
autoridades. Como premio por su cooperación se les daba trabajo dentro del campo que era
menor que una sentencia de muerte. Llegaban a ser cocineros, panaderos, oficinistas y asistentes
hospitalarios. Los otros presos los odiaban casi más qué a los guardias, porque estos presos eran
traidores; nunca se podría confiar en ellos. Robaban comida de los otros presos y de buena gana
matarían a cualquiera que tratara de denunciarlos o de estorbarles. Además, los guardias hacían
la vista gorda ante sus abusos de poder.

Todos los días moría gente en los campos; las autoridades se valían de estas molestas personas
para mantener el sistema funcionando bien. Un día, mientras hacía una de sus rondas, Kornfeld se
acercó a uno de sus pacientes que sufrían de pelagra, una enfermedad demasiado común en los
campos. La desnutrición producía la pelagra que irónicamente hacía casi imposible la digestión.
Las víctimas literalmente se iban muriendo de hambre. El cuerpo de este hombre mostraba los
estragos de la enfermedad. Su rostro se había tornado una oscura y profunda magulladura. La piel
de sus manos se estaba pelando; tuvieron que ser vendadas para restañar el sangrado incesante.
Kornfeld le había estado dando al paciente Creta buen pan blanco y fresco, y arenque para
detener la diarrea y nutrir su sangre, pero el hombre estaba demasiado mal.

Cuando el doctor le preguntó su nombre al moribundo, el hombre ni siquiera pudo recordarlo. A


penas después de atender a este paciente, Kornfeld encontró a una robusta ordenanza encorvado
sobre los restos de una porción de pan blanco dispuesta para los pacientes de pelagra. El hombre
alzó la vista sin vergüenza alguna, sus carrillos embutidos con comida. Kornfeld había sabido del
robo, había sabido que era una razón por la cual sus pacientes no se recuperaban, pero la vívida
memoria del moribundo ahora lo desgarra. No podría encoger sus hombros y seguir de largo. Por
supuesto, él no podría culpar las muertes simplemente al robo de comida. Había otras
incontables razones por las cuales sus pacientes no se recuperaban. El hospital hedía a
excremento y carecía de facilidades y de suministros adecuados.

Tenía que realizar cirugías bajo condiciones tan primitivas que a menudo las operaciones eran
poco más que eutanasias. Era ridículo permanecer con sus principios en la situación,
particularmente cuando sabía lo que el asistente podría hacerle a cambio. Pero el médico tenía
que ser obediente a lo que ahora creía. Una vez más el cambio de su vida estaba haciendo la
diferencia. Cuando Kornfeld denunció a la ordenanza ante el comandante, el oficial encontró muy
curiosa su queja. Había habido un brote reciente de homicidios en el campo; cada víctima había
sido un "sapo". Era estúpido — peli-groso en este momento — quejarse de nadie. Pero el
comandante puso al asistente en el bloque de castigo por tres días, aceptando la denuncia con
una satisfacción perversa. La negativa de Kornfeld a firmar los decretos de castigo estaba
convirtiéndose en una molestia; eso le evitaría al comandante algunos problemas.
13
El médico había dispuesto su propia ejecución. Boris Kornfeld no era un hombre particularmente
valiente. Sabía que su vida estaría en peligro tan pronto como la ordenanza saliera del bloque de
castigo. Dormir en las barracas, controladas de noche por los presos escogidos del campo,
significaría una muerte segura. Así que el médico comenzó a permanecer en el hospital,
durmiendo a ratos cuando y, donde pudiera, viviendo en un extraño mundo crepuscular donde
cualquier momento podía ser el último. Pero, paradójicamente, junto con esta ansiedad vino una
tremenda libertad. Al haber aceptado la posibilidad de la muerte, Boris Kornfeld estaba ahora
libre para vivir. No firmó más papeles ni documentos que enviaran más hombres a la muerte. No
apartó más sus ojos de la crueldad ni encogió sus hombros cuando vio injusticias.

Dijo lo que quiso e hizo lo que pudo. Y pronto se dio cuenta de que la rabia, el odio y la violencia
de su alma había desaparecido. ¡Se preguntó si habría otro hombre en Rusia que conociera
semejante libertad! Ahora Boris Kornfeld deseaba contarle a alguien acerca de su
descubrimiento, acerca de esta nueva vida de obediencia y libertad. El cristiano que le había
hablado a él de Jesús había sido transferido a otro campo, así que el médico esperó a que llegara
la persona y el momento precisos. Una tarde gris examinó un paciente que acababa de ser
operado de cáncer en los intestinos. Este joven de cabeza en forma de melón, y una dolorosa
expresión de niño, tocó el alma del médico. Los ojos del hombre eran pesarosos y suspicaces, y su
rostro profundamente marcado por los años que había gastado en los campos, reflejaban un
abismo de miseria espiritual y de vacío que Kornfeld rara vez había visto.

Así el médico empezó a hablarle al paciente, describiéndole lo que le había sucedido a él. Una vez
comenzada la historia, Kornfeld no pudo detenerse. El paciente perdió la primera parte del relato,
porque estaba oscilando bajo los efectos de la anestesia, pero el ardor del médico captó su
concentración y la sostuvo, aunque estaba temblando de fiebre. Durante toda la tarde, y hasta
muy avanzada la noche, el médico habló, describiendo su conversión a Cristo y su recién
encontrada libertad. Muy tarde, con las luces del perímetro del campo resbalando sobre las
ventanas, Kornfeld le confeso al paciente: "¿Sabes?, en general, me he llegado a convencer de que
no hay castigo que nos venga en esta vida terrenal sin que lo merezcamos. Superficialmente,
puede que no tenga nada que ver con lo que de hecho seamos culpables, pero si examinas toda la
vida minuciosamente, y la ponderas profundamente, siempre podrás localizar la transgresión por
la cual ahora has recibido este golpe".

¡Imagínese! el judío perseguido que una vez se creyera totalmente inocente, ahora diciendo que
cada hombre merecía su sufrimiento, cualquiera que éste fuese. El paciente sabía que estaba
escuchando una confesión increíble. Aunque el dolor de la operación era severo, su estómago una
pesada y expansiva agonía de plomo fundido; se prendió de las palabras del médico hasta cuando
quedó dormido. El joven paciente se despertó temprano a la mañana siguiente al ruido de la
conmoción y de los pies que corrían en el área de la sala de operaciones. Su primer pensamiento
fue el médico, pero su nuevo amigo no vino. Entonces, en voz baja, otro paciente le contó del sino
de Kornfeld. Durante la noche, mientras el médico dormía, alguien se había acercado
sigilosamente a él para asestarle ocho golpes en la cabeza con un mazo.

Aunque sus compañeros médicos habían trabajado arduamente para salvarlo, por la mañana las
ordenanzas sacaron una figura rígida, fracturada. Pero el testimonio de Kornfeld no murió. El
paciente meditó en las últimas palabras apasionadas del médico. Como resultado, él, también, se
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convirtió en cristiano. Sobrevivió al campo de concentración y salió para contarle al mundo lo que
había aprendido allí. El nombre del paciente era Alexander Solzhenitsyn.

CAPITULO 3: FE & OBEDIENCIA

Boris Kornfeld es la gran paradoja personificada. Un judío que traicionó la fe de sus padres. Un
médico cuyos años de aprendizaje fueron neciamente desperdiciados. Un idealista político cuya
visión utópica lo condujo únicamente a una árida prisión en Siberia. Un preso que dio su vida por
nada más que un pedazo de pan robado. En cada una de estas áreas, Boris Kornfeld fue un fracaso
— por lo menos ante los ojos del sistema de valores del mundo. Pero Dios tomó ese fracaso de
hombre y a través de su firme obediencia, lo utilizó para llevar a Cristo a otro que llegaría a
convertirse en una voz profética y en uno de los escritores más influyentes del mundo. Porque las
palabras de Kornfeld hicieron su tarea convincente, probatoria, tocando lo que Sólzhenitsyn
llamó después "La cuerda sensible".

Ese fue el momento de su despertar espiritual; " ¡Dios del universo, de nuevo creo en ti! Aunque
renuncie a ti, tú estarás conmigo", clamó. 5 Fue una transfusión espiritual - vida sacada de un
hombre y transmitida a otro para el soberano propósito de Dios. Y en su conversión Solzhenitsyn
vio claramente la paradoja del Reino — en la vacuidad de ese gulag ruso, percibió lo que millones
de buscadores de placer en la vida occidental no pueden. Posteriormente escribió, "el significado
de la existencia en la tierra yace, no en lo que nos han enseñado a pensar desde niños; en
prosperar, sino en el desarrollo del alma".6 La breve vida cristiana de Kornfeld fue vivida en
circunstancias circunscritas, casi en aislamiento. En muchas formas podría parecer que su
decisión de no firmar los partes médicos, su denuncia del guardia corrupto, aun sus pocas horas
de testimonio a un paciente quizás terminantemente enfermo fueron estériles, no le hubieran
significado nada sino lo que vino al final, una muerte brutal a mano de sus captores.

Pero la fe de Kornfeld era fuerte, segura y sincera. Y de alguna manera su compañero cristiano
que le compartió y el Espíritu Santo le habían comunicado un hecho: lo que Dios demandaba de él
era obediencia, no importaba en qué. Obediencia decidida en fe. 'Y esa lección de la vida del
médico ruso fue mi lección en Delaware: lo que Dios quiere de su pueblo es obediencia, no
importa cuáles sean las circunstancias, no importa cuán desconocido sea el resultado. Siempre ha
sido así. Dios llamando a su pueblo a la obediencia y permitiéndoles, en el mejor de los casos,
entrever el resultado del esfuerzo. La mayoría de las grandes figuras del Antiguo Testamento
murieron sin haber visto nunca el cumplimiento de las promesas en las cuales confiaron.7 Pablo
se consumió a sí mismo edificando la iglesia primitiva, pero a medida que su vida se acercaba al
final, sólo pudo ver una serie de pequeñas avanzadas a lo largo del Mediterráneo, muchas
debilitadas por la indulgencia carnal o dividida por disputas doctrinales.

5 Alexander Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag II (de la edición en inglés de New York: Harper and Row, 1974), 6 13-
15
6 Ibíd., 613.
7 Véase Hebreos 11, el capítulo con frecuencia llamado “El Salón de la Fama de los fieles”, especialmente el versículo
39: Todos éstos merecieron que se recordara su fe, pero no por eso consiguieron el objeto de la promesa (Hebreos
11:39)
15
En tiempos más cercanos, el gran pastor de los colonizadores de Norteamérica, Cotton Mather,
oró por un avivamiento' varias horas cada día durante veinte años: el Gran Avivamiento empezó
el año en que él murió. El imperio británico abolió finalmente la esclavitud cuando el
parlamentario cristiano y líder abolicionista, William Wilberforce yacía en su lecho de muerte,
exhausto por su campaña de casi cincuenta años contra la práctica de la esclavitud. Pocos fueron
los convertidos durante el trabajo misionero de toda una vida de Hudson Taylor en el Oriente;
pero hoy millones de chinos abrazan la fe que él, tan pacientemente, sembró y cuidó. Algunos
pueden considerar cruel este patrón divino, pero estoy convencido de que involucra una
sabiduría soberana. Sabiendo cuán susceptibles somos al canto de la sirena del éxito, Dios no nos
permite ver, ni por lo tanto gloriarnos, en lo que se hace por medio nuestro.

La verdadera naturaleza de la obediencia que El demanda es darla sin tener en cuenta las
circunstancias ni los resultados. Una analogía escritural de la obediencia incuestionable que Dios
espera se encuentra en la sanidad que hizo Jesús al siervo del centurión. Mateo (Capitulo 8) y
Lucas (Capitulo 7) cuentan cómo vino a Cristo el oficial para implorar en favor de su siervo
paralítico; cuando Jesús se ofreció a ir a casa con él, el centurión respondió rápidamente que
sabía que Cristo solamente necesitaba dar la orden y el hombre sería sanado. El centurión
entendía de tales cosas porque cuando ordenaba a sus tropas ir, iban; de la misma manera él
percibió la autoridad de Jesús como similar a la del comandante militar al quien se otorga lealtad
incuestionable. Gozoso de descubrir tal fe, Jesús no sólo sanó al siervo, sino utilizó al centurión
como un ejemplo de fe en sus comentarios a la multitud.

La Biblia demuestra claramente, y experiencias como la de Kornfeld confirman que la aceptación


incuestionable y la obediencia; a la autoridad de Jesús son el fundamento de la vida cristiana.
Todo lo demás descansa sobre esto. También da la clave para entender lo que para muchos es el
misterio más grande del cristianismo: la fe. La fe salvadora — aquella por la cual somos
justificados, hechos justos para con Dios — es un regalo de Dios; y, sí, involucra también un
proceso racional ya que procede de oír la Palabra de Dios (en capítulos posteriores veremos más
sobre esto). El cristiano que lucha puede decir: "Muy bien", "pero hablando en términos prácticos,
¿cómo llega mi fe a hacerse real? ¿Cómo adquiero esa fe dinámica y fuerte de la madurez
cristiana"? Es ahí donde- entra la obediencia.

Pues la fe que madura — la fe que profundiza y crece a medida que vivimos nuestra vida cristiana
— no es tan sólo conocimiento, sino conocimiento sobre el cual se actúa. No es tan sólo creencia,
sino creencia que se vive, que se practica. Santiago dijo que hemos de ser hacedores de la Palabra,
no tan sólo oidores. Dietrich Bonhoeffer, el pastor alemán martirizado en un campo de
concentración nazi, expresó sucintamente esta interrelación crucial: "Sólo quien cree es
obediente, sólo quien es obediente cree''. Lo anterior puede sonar como una proposición circular,
pero muchas cosas lo son — en teoría y en práctica. Piense en el aprendizaje de la natación. Se
nos dice qué hacer. Cautelosamente entramos al agua, nos botamos, y muy pronto olvidamos todo
lo que se nos ha dicho. Nos golpeamos con el agua, chapoteando frenéticamente, respirando
entrecortadamente y hundiéndonos.

Finalmente, por lo común en el punto de la desesperación absoluta, tenemos por un momento la


sensación de permanecer a flote. Al darnos cuenta de que es posible, recordamos las
instrucciones y empezamos a seguirlas. En forma similar a aprender a montar bicicleta, o a
16
dominar una segunda lengua, la fe es un estado de la mente que crece desde nuestros actos, así
como también la gobierna. Así la obediencia es la clave para la fe real — la inconmovible clase de
fe tan poderosamente ilustrada por la vida de Job. Job perdió su hogar, su familia (a excepción de
una esposa regañona), su salud, aun su esperanza. El consejo de sus amigos no era de ninguna
ayuda. No importa a dónde fuera, no pudo encontrar respuesta para su situación. Al final se
quedó solo. Pero aunque parecía que Dios lo hubiera, abandonado, Job se aferró a la seguridad de
que Dios es el que es.

Job confirmó su obediencia con aquellas clásicas palabras de fe: "Aunque él me matare, en él
esperaré".8 Esto es fe real: creer y actuar obedientemente sin tener en cuenta las circunstancias ni
ninguna evidencia contraria. Después de todo, si la fe dependiera de las evidencias visibles, no
sería fe. "Andamos por fe, no por vista", escribió el apóstol Pablo. Para los cristianos es absurdo
buscar constantemente nuevas demostraciones del poder de Dios, esperar una respuesta
milagrosa para cada necesidad, desde la cura de uñas encarnadas en los pies, hasta encontrar un
lugar para estacionar el automóvil; esto solamente conduce a la fe en los milagros antes que en el
Hacedor. La fe verdadera no depende de señales misteriosas, ni de fuegos artificiales celestiales,
ni de grandiosas dispensaciones de un Dios que es visto como un tío rico y benévolo; la fe
verdadera, como Job la entendió, descansa en la seguridad de que Dios es el que es.

De hecho, por esta verdad debemos estar dispuestos a arriesgar nuestras mismas vidas. Hubo
una vez cuando once hombres hicieron precisamente eso. Se jugaron la vida en obediencia a su
líder, aun cuando hacerlo fuera contrario a toda sabiduría humana. Ese acto de obediencia
produjo una fe que los envalentonó para levantarse contra el mundo y, en el espacio de sus vidas,
cambiarlo para siempre. Cuarenta días después de su resurrección, Jesús convocó a sus discípulos
a reunirse con él en el Monte de los Olivos. Imagine el entusiasmo de ellos, creyendo, como
aparentemente lo hicieron, que ese mismo día su maestro establecería su reino en la tierra y
cumpliría la gran promesa que los judíos habían esperado a través de siglos de sufrimiento y
exilio. Cristo sería el rey, no sólo de Israel sino de todo el mundo.

Y ellos estarían a su lado juzgando a las naciones, ajustando cuentas, premiando a los justos. Los
siglos de injusticias finalizarían. Estos once hombres, la mayoría de ellos pescadores sin
educación, se habían jugado todo por Jesús; habían perdido todo en la crucifixión, habían visto
renacer su esperanza en la resurrección; y este día verían al Jesús en quien habían confiado
gobernando la tierra. ¡Cuánto debieron latir sus corazones en anticipación cuando se
precipitaban por las calles de Jerusalén y subían las suaves faldas de la montaña! Entonces la
intensa majestad del momento estaba ante ellos; su amado Jesús los estaba esperando,
escudriñando con su mirada los ojos de cada uno. Su sola presencia producía tal reverencia que,
uno por uno, fueron cayendo de rodillas. Esta fue la coronación.

Finalmente uno de ellos irrumpió con la pregunta que todos deseaban hacer: "Señor, ¿restaurarás
el reino de Israel en este tiempo?".9Jesús fue cortante, represivo en su respuesta. "No os toca a
vosotros saber los tiempos ni las fechas que el Padre puso en su sola potestad". El ya les había
mandado esperar en Jerusalén; ahora les decía que un poder vendría a ellos allí. "Y me seréis

8 No importa que me quite la vida quiero defender en su presencia mi punto de vista (Job 13:15)
9 Los que estaban presentes le preguntaron: Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el Reino de Israel? (Act 1:6)
17
testigos en Jerusalén, en toda Judea y en Samaria, y hasta los confines de la tierra". 10 Entonces fue
como si el universo respirara, dejando un océano de espacio entre El y ellos. Antes de que ellos
pudieran protestar, Jesús se había ido-, ascendiendo en una nube. Es difícil siquiera imaginar las
exaltadas emociones que estos once hombres habrían experimentado en ese momento. ¿Santo
temor? ¿Miedo aterrador?

¡Y qué desilusión inicial! Habían sido dejados solos, parias en su propia tierra. Tenían pocos
recursos humanos. Y encima de todo eso, se les había mandado regresar y esperar — la cosa más
dura de todas para estos hombres temperamentales. Sabiendo cuán humanos eran y de donde
habían venido, podemos conjeturar las opciones que debieron haber considerado: Felipe, el
tímido, querría ocultarse en los collados; Santiago y Juan querrían propagar rápidamente la
noticia; Simón el Zelote querría organizar una campaña guerrillera; otros verían su esperanza en
acciones como apoderarse del control del gobierno — las, mismas opciones que muchos
creyentes de hoy encuentran tan atrayentes. Pero Jesús les había ordenado ir a Jerusalén y
esperar. ¿Esperar qué? Por más que haya contrariado todos sus instintos, "esperar" es
precisamente lo que ellos hicieron.

Obedecieron y, aunque difícil de entenderlo, lo hicieron con "gran gozo": Esperaron Por diez días
— 120 de ellos en total, reunidos con un solo ánimo y en continua oración. Esperaron. Y entonces
vino. Con la fuerza de cien tornados el poder prometido descansó sobre ellos y el Espíritu Santo le
dio poder a estos hombres comunes para hacer la obra de Dios. Cada uno de los once se convirtió
en un gigante de la fe. Como resultado, en menos de un siglo la mitad del mundo entonces
conocido llegó a Cristo. La decisión de los discípulos de obedecer a Jesús después de la ascensión
probó ser un momento fundamental de la historia. El mundo nunca volvió a ser el mismo. Para los
discípulos; el darse cuenta de que Cristo es quien El dice que es, los impulsó a la obediencia. Esa
es la realidad histórica del cristianismo.

Entender esto es crucial, pues diferencia al cristianismo de todas las demás religiones; la fe
cristiana descansa no meramente sobre grandes enseñanzas o filosofías, ni sobre el carisma de un
líder, ni sobre el éxito en levantar valores morales, ni sobre la destreza o la elocuencia o las
buenas obras de sus defensores. Si así fuera, no tendría más pretensiones de autoridad que las
enseñanzas de Confucio, Mao, Buda, Mahoma o cualquiera de las miles de sectas. El cristianismo
descansa sobre la verdad histórica. Jesús vivió, murió y resucitó de los muertos para ser Señor de
todos — no en teoría ni en fábula, sino de hecho. Entendido eso, el cristianismo debe evocar en el
creyente la misma respuesta que suscitó en los primeros discípulos: un deseo apasionado de
obedecer y agradar a Dios —una disciplina voluntariamente adquirida.

Ese es el comienzo del verdadero discipulado. Ese es el comienzo de amar a Dios. Para los
discípulos era muy claro. Jesús Audiblemente les Mandó regresar a Jerusalén y esperar. Pero,
¿cómo sabemos nosotros lo que hemos de hacer? Instrucciones tan claras por lo común no vienen
con nuestra conversión; ninguna voz del cielo nos da órdenes de marcha. Así que, ¿a dónde vamos
a buscarlas? Un abogado, fariseo que intentaba ser astuto delante de Jesús, hizo una pregunta
similar al Maestro hace siglos. "Maestro", dijo, "¿cuál es el gran mandamiento de la ley?".11 La

10 Les respondió: No les corresponde a ustedes conocer los plazos y los pasos que solamente el Padre tenía
autoridad para decidir (Act 1:7)
11 Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley? (Mat 22:36).
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respuesta de Cristo ha estado grabada en la memoria de los creyentes desde entonces: "Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y
gran mandamiento". "Pero, ¿cómo amamos al Señor?", preguntamos. Jesús respondió a esta
pregunta en una discusión con sus discípulos: "Si me amáis, guardad mis mandamientos".12

O, como el apóstol Juan escribió después, "Este es el amor a Dios, que guardemos sus
mandamientos".13 Y eso nos conduce a un solo lugar, la Santa Biblia. Para obedecer sus
mandamientos, debemos conocer sus mandamientos. Eso significa que debemos conocer y
obedecer las Escrituras, clave para amar a Dios y punto de partida para el viaje más emocionante
de la vida. Pero cuidado: A menos que usted esté preparado para desarraigar sus cómodas
nociones, puede desear suspender aquí la lectura. Hace unos años un artículo sobre mi ministerio
carcelario concluía que "la cárcel radicalizó la vida de Chuck Colson". Es comprensible que el
reportero pudiera haber pensado eso, pero sencillamente no es así. Yo hubiera podido salir de la
cárcel y olvidarla; de hecho lo quise. Pero mientras cada instinto humano, decía, "Saca esta
experiencia de tu mente para siempre", la Biblia me seguía revelando la compasión de Dios frente
al dolor, frente a quienes sufren y padecen opresión; su Palabra insistente demandaba que esto
me importara así como a El.

Lo que me "radicalizó" no fue la cárcel, sino recibir en el corazón las verdades reveladas en la
Escritura. Pues fue la Biblia la que me confrontó con una nueva conciencia de mi pecado y de mi
necesidad de arrepentimiento; fue la Biblia la que produjo hambre de justicia y sed de santidad; y
la Biblia me llamó a confraternidad con los que sufren. Es la Biblia que continúa desafiando mi
vida hoy. Ella es radical. Es irresistiblemente convincente. Es el poder de la Palabra de Dios y es,
por sí misma, transformadora de la vida. Ciertamente éste fue el caso de un joven cuya
experiencia y vida me han enseñado tanto —quizás porque puedo identificarme tan claramente
con él. Sabio a la manera del mundo, poderoso, absorbido en la buena vida, él estaba a todas luces
exitosas y satisfechas consigo mismo y con su vida — a los treinta y un años un hombre joven en,
pleno apogeo. Pero su vida, también, fue cambiada radicalmente por la Palabra de Dios.

PARTE 2: LA PALABRA DE DIOS


Debemos a la Escritura la misma reverencia que debemos a Dios

Juan Calvino

La inspiración divina no sólo es esencialmente incompatible con el error sino que lo excluye y
rechaza como absoluta y necesariamente, como que es imposible que Dios mismo, la Verdad
suprema, pueda decir lo que no es cierto

Papa León XIII

12 Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos (John 14:15)


13 Amar a Dios es guardar sus mandatos, y sus mandatos no son pesados (1Jn 5:3)
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CAPITULO 4: TOMA Y LEE

El cielo mediterráneo se alzaba caliente y diáfano sobre la terraza de la casa de Aurelio Agustín en
las afueras de Milán, Italia. Más allá de la pared del jardín, hectáreas de árboles frutales cubrían el
valle, creciendo para cubrir el suave verde de las faldas de las colinas cubiertas de viñas. Dentro
de la pared, Agustín y su mejor amigo, Alipio, su alumno, estaban sentados con su visita
Ponticiano. Aunque el pecho le dolía, su ocupado horario tiraba de él, y su mente estaba
completamente inquieta, Agustín estaba sacando tiempo para hablar con este importante
funcionario del gobierno. Brillante, erudito y apuesto, Agustín ejercía uno de los más envidiables
profesorados de la ciudad. Cuando hablaba, las palabras de este profesor de retórico resonaban
como un trueno. Cuando argumentaba, era abrumadoramente persuasivo.

Pocos se consideraban a sí mismos iguales a él. A medida que los tres hombres intercambiaban su
culta conversación, la madre de Agustín aparecía con frecuencia, aparentemente para ofrecer
refrescos y bocadillos hospitalarios; en realidad ella estaba asomándose, manteniendo sus ojos
cerca de su hijo. Mónica era una, madre protectora, de voluntad fuerte, práctica, totalmente
decidida a que su hijo se convirtiera en cristiano. Ella oraba diariamente por él y lo había hecho
desde cuando él era niño. Pero aunque Agustín amaba a su madre, no le prestaba atención.
Mónica casi no había apartado los ojos de su hijo desde que había enviudado en África del norte
cuando Agustín era un joven adolescente. El había tenido qué engañarla para venir a Italia solo,
mintiendo en cuanto a su partida para que él, su amante y su hijo ilegítimo pudieran embarcarse
sin ella.

Pero al poco tiempo, Mónica lo había seguido a Milán. Ella hasta había tenido éxito en hacerlo
comprometerse con una buena joven cristiana, despidiendo a la que por quince años fuera su
amante. Pero su nueva novia era muy joven y faltaban dos años para casarse, así que Agustín
estaba de nuevo durmiendo con otra mujer. El sexo era necesario para él, decía, porque no tenía
poder alguno para resistir sus deseos naturales. Mónica no podía entender las extrañas ideas de
su hijo sobre el bien y el mal. El se entregaba a tal disolución sin, aparentemente, ningún
remordimiento de conciencia, pero lamentaba la ocasión cuando había robado frutas de un peral
vecino con una pandilla de jóvenes gamberros. Agustín recordaba apenado esta travesura infantil
como si fuera el mal más grande de su vida mientras que practicaba hábitos mucho más
pecaminosos al criterio de su madre.

Pero ella nunca había dejado de tener esperanza en su conversión, y últimamente su esperanza
había sido más fuerte que nunca. Agustín había roto recientemente con su religión, un extraño
culto que seguía las enseñanzas de un persa llamado Maniqueo quien afirmaba que los poderes
de las tinieblas controlaban a cada ser físico. Agustín había abandonado la astrología también, y
había estado asistiendo a la iglesia. Quizá el obispo estaba en lo cierto, pensó Mónica. Hacía
muchos años ella había visitado a un obispo africano, suplicándole que hablara con su hijo. Pero
el eclesiástico se rehusó, diciéndole que Agustín no estaba listo para hablar. "Déjelo en paz", le
había aconsejado el obispo. "Solamente ruega al Señor por él". El obispo conocía bien el
maniqueísmo; creía que alguien tan brillante como Agustín vería con el tiempo su disparate.

Sin embargo, Mónica no era de desistir tan fácilmente. Ella había llorado inconsolablemente,
rogándole al obispo que hablara con su hijo. Finalmente, perdiendo la paciencia, le mandó que se
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fuera. Pero ella había tomado sus palabras de despedida: "No es posible que el hijo de esas
lágrimas perezca", como una promesa del cielo, y a menudo se las había recordado a Agustín,
triunfalmente. Pero Agustín no podía convertirse en cristiano sólo por complacer a su madre. En
el jardín, el visitante de Agustín, quien contemplaba su salida con una mirada indolente, tomó un
libro que yacía sobre una mesita cercana. Una perpleja sonrisa cruzó su rostro. "El apóstol Pablo",
dijo. ¿"Estás leyendo esto, Agustín"? Su anfitrión asintió. "No sólo lo estoy leyendo. He estado
desgastándolo.

Y degustándome tratando de comprender el significado de la fe cristiana". Miró a su alrededor,


asegurándose de que su madre no estuviera tan cerca como para oírle. "¿Sabían que yo soy
cristiano?" Ponticiano sonrió vacilantemente. Agustín y Alipio asintieron con la cabeza. Habían
oído ese rumor. "Pero pensé que éste sería uno de tus libros de filosofía", dijo Ponticiano. "Jamás
imaginé que te hallaría a ti leyendo la Biblia". "Los filósofos me han ayudado a comprender la
Biblia", admitió Agustín. Explicó que hasta hacía poco había creído que solamente lo que podía
ver, medir, probar racional y sistemáticamente podía ser real. La idea de un Dios invisible,
espiritual, parecía pura palabrería. Pero estudiar a Platón y a sus seguidores lo había convencido
de que las cosas reales eran invisibles, espirituales.

"Esto me ha ayudado mucho". Agustín era extremadamente franco. Pero observó a Ponticiano
cuidadosa-mente, tensa su postura. "Pero hay una gran diferencia. Para seguir a Platón,
sencillamente uno piensa como Platón. Seguir a Cristo es mucho más. Debes invertir toda tu vida
en ello y dejar atrás todo lo que te impida seguirle. No sé qué es lo que exactamente posibilita al
hombre darse a sí mismo a Dios — comprometerse con una vida de sacrificio y fe. Eso es más que
adoptar un punto de vista particular, ¿no te parece?". Ponticiano asintió como también Alipio.
Alipio, de menor edad que Agustín, prácticamente adoraba al erudito. Sumido en sus propios
pensamientos, Agustín prosiguió hablando, casi como si estuviera tratando de resolverse un
problema a sí mismo. "Platón te sube al pico de una alta montaña desde donde puedes ver, la
tierra de la paz.

Pero no sabes cómo llegar allí. Debe haber un camino que conduzca derecho a esa tierra, pero no
puedes hallarlo". Meneó su cabeza, cansadamente. Agustín se hacía pocas ilusiones de sí. Sabía
cuán fácilmente su mente incurría en hábitos y era encadenado por ellos. Sus mujeres. Su orgullo.

Estoy completamente depravado, pensó, y la mente sola no es suficiente frente a la seducción


de los malos placeres.14

Mientras Agustín hablaba, el entusiasmo de Ponticiano había crecido. Ahora se levantó de un


salto, y por un momento caminó vivazmente frente a su anfitrión. Después se volteó para
señalarlo con el dedo. ¿"Has oído de Antonio"? "Pues", Agustín tragó un bocado, sorprendido por
la brusquedad de su visitante, "conozco a varios Antonios, pero a ninguno que valga la pena
mencionar en el contexto de esta discusión".

"No - no - Antonio el monástico — aquel de quien Atanasio escribió la biografía. Muchos


cristianos han sido muy influidos por él". Para el asombro de Ponticiano, ninguno de sus

14 Las porciones en bastardilla de este capítulo están ligeramente parafraseadas de Las Confesiones de San Agustín,
(de la traducción al inglés de John K. Ryan (New York: Doubleday, 1960).
21
interlocutores había oído de este Antonio. "Entonces debo contarles... Antonio era un joven rico,
nacido en una familia cristiana en Egipto. Sus padres murieron cuando él apenas estaba entrando
a la adolescencia; y su cuantiosa fortuna pasó a él. Creció rápido, cargando con esa
responsabilidad. Tenía todo el dinero del mundo y todas las preocupaciones también. En la
iglesia, un domingo, la lectura de la Escritura trajo la respuesta de Cristo al joven rico: "Si quieres
ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoros en el cielo; y ven y
sígueme". Algo de ese conocido pasaje impactó a Antonio.

Fue como si Jesús hubiera hablado aquellas palabras directamente a él, personalmente, en ese
mismo momento. Antonio ni siquiera esperó a que terminara el culto. Salió de la iglesia y se puso
a preparar los documentos para que su propiedad pudiese ser vendida y la ganancia distribuida
entre los pobres. Desde ese día, Antonio dedicó su vida a la oración. Se fue a vivir en una choza en
las afueras del pueblo cultivando la tierra y criando animales para vivir. Quince años después se
mudó al desierto. Quería mostrar que el poder de Dios supliría agua viva en una tierra árida, que
de poco o de nada El podía hacer nacer los frutos del Espíritu". Ponticiano entonces describió
dramáticamente los milagros de la vida de Antonio, relatando cómo, aunque buscaba el
anonimato, se hizo famoso, incluso viviendo en el desierto.

La gente viajaba grandes distancias para conocerlo: Y como resultado de su ejemplo, pequeños
grupos de hombres y de mujeres empezaron a formar comunidades dedicadas a la oración. "Para
mí, Antonio es una señal de que Dios se encontrará con nosotros dondequiera que estemos",
concluyó Ponticiano, mirando directamente a los ojos de Agustín, "aun en el basurero de nuestras
vidas". Agustín ahora se levantó para estar de pie junto a su invitado, colocando su mano por un
momento sobre el brazo de éste. Estaba notablemente conmovido. "Me cuesta creer que yo
nunca haya oído de él", dijo. "Ni de ninguno de sus seguidores. ¿Hay algunos en Italia?". ¿"En
Italia"? Ponticiano estaba asombrado. "Pues sí, precisamente aquí en Milán hay una pequeña
comunidad de estos hombres.

Ellos viven en las afueras de la ciudad. Ambrosio está a cargo de ellos". ¡"Ambrosio"! El era el
pastor cuya predicación Agustín había estado escuchando, en principio motivado por la
curiosidad que le causaba por el estilo de éste, porque Agustín tenía un interés profesional en
cualquier buen orador. Pero la substancia de Ambrosio lo había impactado aún más que su estilo.

Debido a él, reflexionaba Agustín, otra vez me he interesado en las Escrituras.

Agustín había tratado de leer las Escrituras por primera vez cuando era adolescente, pero no
quedó impresionado. En ese entonces estaba enamorado del lenguaje refinado, y el lenguaje de la
Escritura le había parecido apagado y ordinario, bastante inferior al de los grandes escritores
romanos. Pero los años habían pasado desde entonces.

Las grandes plumadas retóricas parecían menos importantes que lo que entonces fue.

Bajo la influencia de Ambrosio, la simplicidad de la Escritura había comenzado a sonar como


la simplicidad de la profundidad.

Agustín estaba ya dispuesto a admitir que lo que los escritos sagrados decían era cierto. Pero era
incapaz de hacer nada a medias. Sabía que la verdad de la Escritura exigía un compromiso con
Cristo; y compromiso con Cristo significaba cambio total. Tendría que dejar de usar mal el sexo.
22
Más, tendría que abandonar todos sus sueños de éxito y gloria. Tendría que agradar a Dios y no al
mundo en su derredor.

Parte de mí quiere, se decía a sí mismo; parte no puede.

Ponticiano interrumpió los pensamientos de Agustín: "Cuando pienso en Antonio, en su


obediencia inmediata a la Palabra de Dios aquella mañana, en lo que dejó sin mirar atrás, me
siento movido a llorar".

Extendió sus manos para agarrar a su anfitrión fuertemente por ambos hombros. "Cuando Dios
llama a alguien, Agustín, nada en la tierra puede detenerlo". Exteriormente, Agustín siguió su
cortés comportamiento, agradeciendo a Ponticiano su visita, y despidiéndose. Interiormente, sus
perturbados pensamientos vagaban por doquier. Después de que sus invitados se fueran caminó
por la terraza, azotándose mentalmente.

Mientras Ponticiano hablaba, me hiciste volver hacia mí mismo, oh Señor. Me sacaste de


detrás de mí, donde me había situado porque no quería mirarme. Me pusiste cara a cara
conmigo mismo para que yo pudiera ver cuán tonto soy, cuán deforme y engañado, cuán
cubierto de manchas y de llagas. Miré y quedé lleno de horror, pero no hubo lugar para
escapar, para huir de mí mismo.

Pensó amargamente en el día, doce años atrás, cuando, después de leer a Cicerón, había decidido
dedicar su vida a buscar la sabiduría — a preferir conocer la verdad antes que a cualquier otro
placer de la vida. Pero solamente habló de ello; nunca lo hizo. Anduvo a la deriva por la vida,'
viviendo para el éxito y para cualquier cosa que lo hiciera feliz por unas pocas horas.

Sabes, oh Señor, cómo durante mis días de universidad en Cartago me hallé en medio de una
hirviente olla de lujuria. Estaba enamorado de la idea del amor. Aunque mi necesidad real
era de ti, puse mis esperanzas en lo que apenas era humano y a menudo también bastante
bestial. Sin embargo, me consideraba un buen hombre. Tú sabes, oh Señor, cómo me
enorgullecía en la imaginación de mi corazón. Cuando pensé en mi crianza cristiana y me
propuse leer las Escrituras, hinchado por la autoestima, no las consideré sino un picadillo de
anticuadas supersticiones judías y de imprecisiones históricas.

Agustín se había frustrado antes consigo mismo, pero nunca hasta este punto.

Recuerdo como un día me hiciste dar cuenta de cuán' miserable era. Estaba preparando un
discurso de alabanza al emperador, tratando de que éste incluyera varias mentiras
excelentes, que ciertamente serían aplaudidas por una audiencia que sabía bastante bien
cuán lejos de la verdad estaban. Estaba muy preocupado por esta tarea. Mientras andaba
por una de las calles de Milán, observé a un mendigo quien debía, supuse, de alguna manera
haber conseguido su comida y. bebida, ya que estaba riendo, y bromeando. Tristemente me
volví a mis compañeros y les hablé de todo el dolor y la molestia que son causados por
nuestros propios desatinos. Mis ambiciones habían colocado una carga de miseria sobre mis
hombros, y cuanto más la llevaba, más pesada se hacía, pero el único propósito de todos los
esfuerzos que hacemos es alcanzar la meta de una felicidad con propósito. Este mendigo ya la
había alcanzado primero que nosotros. Quizá yo nunca la alcanzaría.
23
Alipio mire a su amigo con asombro. Había oído a Agustín hablar de su miseria, por supuesto,
pero ahora parecía estar verdaderamente angustiado. Su rostro estaba encendido, sus ojos
frenéticos. ¿"Qué pasa con nosotros"? Preguntó Agustín con una voz estrangulada. ¿"Qué es esto"?
¿"Qué oíste"? La gente sin educación se levanta y arrebata el reino de los cielos y nosotros, con
toda nuestra erudición pero vacíos de corazón, vemos cómo nos revolcamos en la carne y en la
sangre. ¿Nos da vergüenza seguirlos? ¿No es vergonzoso para nosotros no seguirlos"? No pudo
continuar, sino que se dio vuelta y corrió al jardín al otro lado de la pared. Ahora realmente
alarmado, Alipio siguió de cerca a su mentor, temeroso de lo que Agustín pudiera hacerse.

También tenía que saber cómo terminaría esta lucha, porque en lo que Agustín se convirtiera, él
también quería convertirse. Alejándose de la casa tanto como podía en el pequeño jardín, Agustín
se desplomó sobre una banca, su cuerpo mostraba la lucha interna. Apenas consciente de lo que
estaba haciendo, tiró de sus cabellos, se dio una palmada en la frente, entrecruzó sus manos y
abrazó sus rodillas.

Sé que tengo una voluntad, tan seguramente como sé que hay vida en mí. Cuando escojo
hacer algo o no hacerlo, estoy seguro de que es mi propio yo ejecutando este acto de mi
voluntad. Pero veo ahora que el mal proviene de la perversión de la voluntad cuando éste se
vuelve contra ti, oh Dios. Puedo decir comba, tu apóstol; no puedo hacer el bien que quiero.
Me has levantado para que ahora pueda ver que tú estás ahí para ser percibido, pero confieso
que mis ojos son demasiado débiles. Tu pensamiento me llena de amor, sí, pero también de
temor. Me doy cuenta de que estoy lejos de ti.

Agustín continuó pensando en su vida — sus aspiraciones a una buena posición, a una casa
cómoda, a la admiración y la fama como pensador y escritor. Pensó en las mujeres de su vida y
algo le susurró, "desde el momento en que decidas, esta y aquella cosa no te serán permitidas
jamás". Sus hábitos hablaban insistentemente. ¿"Piensas que puedes vivir sin nosotros"? Así se
quedó sentado en el jardín, completamente callado en la quietud del calor del verano. Solamente
adentro la tormenta hacía furor. La miseria lo colmaba, hasta que finalmente pareció como si le
fuera a reventar el pecho. Se tiró bajo un árbol de higos, sollozando sin poder parar.

Oh Señor, ¿cuánto tiempo? ¿Nunca dejaré de poner mi corazón entre las sombras y de seguir
una mentira? Señor, ¿estarás enojado para siempre? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo?
¿Mañana y mañana? ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no terminar ahora mi suciedad?
Entonces... una voz... Escuchó una voz... Una voz infantil, aflautada, de un tono tan alto que no
'nido darse cuenta de si era de hombre o de mujer. La voz parecía venir de una casa vecina.
Cantaba desentonadamente, una y otra vez "Toma y lee. Toma y lee, Toma y lee". ¿Qué
significaban aquellas palabras? ¿Eran parte de algún juego de niños? "Toma y lee. Toma y
lee".

¿Eran palabras para él? "Alipio, ¿escuchas eso?" preguntó. Su amigo lo miró en silencio. ¿"Leer
qué"? clamó Agustín al cielo. Las epístolas del apóstol Pablo estaban cerca. Ellas habían, en efecto,
iniciado la conversación sobre Antonio.
Como Antonio, ¿estaba oyendo las Palabras de Dios para él? ¿Debía tomar las Escrituras y leer?
Agustín corrió y agarró el libro que Ponticiano había visto y empezó a leer la página en la cual el
libro estaba abierto - Romanos 13. Las palabras quemaron su mente: "No en orgías ni
24
borracheras, no en inmoralidad sexual ni en libertinaje, ni en disensiones y celos. Antes bien,
vestíos del Señor Jesucristo, y no piensen en gratificar los deseos de la naturaleza pecaminosa".
Instantáneamente, como si estuvieran delante de una luz apacible que llegara a su corazón,
huyeron las oscuras sombras de la duda. El hombre de la voluntad invencible fue vencido por las
palabras del libro el cual una vez había desechado por considerarlo puras fábulas que adolecían
de falta de claridad y de gracia en la expresión.

Aquellas palabras repentinamente revelaban eso que él había estado buscando en vano. Ahora
sabía con certeza que se había confrontado con la verdad. Aquellas mismas palabras, "Vestíos del
Señor Jesucristo", lo habían resuelto; cualquiera que fuese el costo, daría su vida a Cristo.
Poniendo su dedo en el libro para señalar las frases, Agustín le contó a Alipio lo que había
sucedido dentro de él. Emocionado con el gozo de su amigo, Alipio le dijo que se le uniría.
También él seguiría a Cristo. Entonces los dos llamaron a la madre de Agustín. El gozo de Mónica
fue aun mayor: "Alabado sea Dios", dijo ella, "quien puede hacer mucho más de lo que pedimos o
pensamos". Poco tiempo después de eso, ella y Agustín disfrutaron de una gran visión mística.
Nueve días después, Mónica, contestadas las oraciones de toda su vida, partió en paz de este
mundo.

"Toma y lee". Los cuarenta y cuatro días siguientes Agustín hizo exactamente eso. Leyó las
Escrituras para obtener su propia salvación y después las leyó e interpretó para dirimir las
complejas disputas teológicas de la iglesia primitiva. Su clásica defensa de la autoridad de la
Escritura basó los fundamentos para los cristianos de todas las épocas siguientes. Ningún
estudiante serio de la Biblia ha podido ignorar la contribución monumental de Agustín al
entendimiento de la iglesia del Antiguo y del Nuevo Testamentos. Su vida y su pensamiento se
alimentaron de "la reverenciada pluma del Espíritu de Dios". Previo a su conversión Agustín
pensaba en las Escrituras como una colección de textos que tenían que ser interpretados y
enmendados a la luz la "sabiduría avanzada" de los filósofos. Pero en aquel jardín se dio cuenta
que las Escrituras no eran simplemente palabras para ser interpretadas; eran palabras que
interpretaban a su lector.

A través de las Escrituras Dios le hablaba a él personal e inequívocamente. Y siendo ellas la voz de
Dios, las Escrituras conocían infinitamente más en cuanto a Agustín de lo que Agustín conocía en
cuanto a las Escrituras. Inmediatamente después de su conversión, Agustín empezó a escribir
libremente, completando rápidamente varios libros. Sus autobiográficas Confesiones, repletas de
citas y de paráfrasis de las Escrituras, han representado un desafío intelectual y una luz espiritual
para los cristianos durante siglos. Agustín más tarde llegó a ser obispo de Hipona, uno de los
hombres más influyentes de su mundo, mientras el aparentemente eterno imperio romano caía.
Como respuesta, escribió su obra maestra, La Ciudad de Dios, la cual dio a los cristianos nuevas
esperanzas y dirección en medio de la turbulencia y el desaliento.

Algunos dicen que él, casi sin ayuda, rescató el evangelio de las ruinas del Imperio. Todo esto
comenzó cuando Dios, a través de la voz de un niño, le dijo; "Toma y lee". Obediente, Agustín
encontró las palabras que interpretaron su dilema lúcidamente y le dijeron claramente lo que
había de hacer.
25
CAPITULO 5: ¿OTRO LIBRO MÁS?

La historia de Agustín capta mi imaginación. Aquí estaba un gran erudito quien había estudiado y
entendido a los filósofos griegos y había leído ampliamente los clásicos, un genio enseñando en
una prestigiosa universidad; pero este hombre de destacado intelecto e imponente personalidad
fue completamente transformado por la Palabra de Dios. ¡Qué poder encierran esas Escrituras! La
Biblia — prohibida, quemada, amada. Más ampliamente leída, atacada con más frecuencia que
cualquier otro libro de la historia. Generaciones de intelectuales han intentado desacreditarla,
dictadores de todas las edades la han proscrito y ejecutado a quienes la leyeron. Sin embargo,
soldados la llevan a las batallas creyéndola más poderosa que sus armas. Fragmentos de la Biblia
metidos de contrabando en calabozos para incomunicados han transformado a despiadados
asesinos en santos amables.15

Pedacitos de la Escritura, pegados otra vez, han convertido a poblaciones enteras de indios
paganos.16 Anualmente, la Biblia Sobrepasa a todos los libros más vendidos, quinientos millones
de copias, se publicaron apenas en 1982.17 Se han traducido porciones a más de 1800 idiomas e
incluso se han llevado a la luna. Los clásicos de la literatura resisten las edades. Los filósofos
moldean el pensamiento de generaciones aún no nacidas. Los modernos medios masivos de
comunicación dan forma a la cultura popular. Pero nada ha afectado el ascenso y la caída de la
civilización, el carácter de las culturas, la estructura de los gobiernos, y las vidas de los habitantes
de este planeta tan profundamente como las palabras de la Biblia. "La palabra que sale de mi
boca... no volverá a mí vacía, sino cumplirá lo que deseo y alcanzará el propósito para el cual la he
enviado", dijo el Señor por medio del profeta Isaías.

Aun quienes son hostiles a la Palabra sienten su poder inherente; lo descubrí durante un
encuentro fascinante con uno de los más renombrados ateos contemporáneos. En 1978 el
periodista británico David Frost me invitó a un debate televisado con Madelyn Murray O'Hair. El
programa iba ser grabado ante una encendida audiencia en Nueva York y después retransmitido a
todo el país por la cadena NBC. Antes de la grabación estudié trasuntos de anteriores encuentros
de la señora O'Hair con creyentes para familiarizarme con sus métodos y con su material. Noté
que durante sus debates ella parecía citar la Biblia extensamente para apoyar sus militantes
apreciaciones anticristianas. Pero, en realidad, ella usaba mañosamente pasajes fuera de
contexto, y astutamente alteraba el orden de las palabras para cambiarles su sentido.

A la luz de esto, aunque sabía que suscitaría su cólera, decidí llevar mi Biblia al debate. Desde los
momentos iníciales, la señora O'Hair fue constante en formular inventivas contra los cristianos en
general y contra mí en particular, hablando airadamente. Cuando yo tenía la palabra y ella estaba
fuera de cámara, contorsionaba su rostro y hacía gestos ofensivos en un vulgar esfuerzo por
distraerme. Interrumpiendo agresivamente, locuazmente citando mal la Escritura, rápidamente
marcando sus golpes, para delicia de la multitud. Mantuve la Biblia discretamente a mi lado, pero
cuando ella gritó, "La Biblia enseña a matar", me incliné por encima del sorprendido David Frost y

15 "Luke and the 'Ron Man" (American Bible Society, diciembre de 1976).
16 De una entrevista con Gonzalo Baez Carrago, Christianity Today (5 de marzo de 1982).
17 Richard C. Halverson, The Timelessness of lesus Christ (Ventura, Calif: Regal Books, 1982), 46-7.
26
empujé la Biblia hacia ella. “¡Espere un momento!" demandé. "Usted conoce este libro, señora
O'Hair. Encuentre dónde dice eso. Léamelo".

Ella palideció, buscó en vano qué responder, y entonces se echó para atrás en su silla sacudiendo
la cabeza furiosamente. Le acerqué una vez más el libro empastado en cuero. Ella se retrajo otra
vez. Aun en el calor del momento me llamó mucho la atención su absoluta renuencia a tocar la
Biblia. Con eso, cambió la corriente de la confrontación, y ella se mostró sojuzgada y a la defensiva
de ahí en adelante.18 Después de la grabación, le pedí una vez más a la señora O'Hair que
encontrara los pasajes a los cuales se había referido, pero nuevamente rehusó tomar la Biblia en
sus manos. Por supuesto, si estaba decidida a seguir siendo atea, la señora O'Hair estaba en lo
correcto al no acercarse mucho, porque la Espada sagrada podía traspasar su corazón. ¿Otro libro
más? Difícilmente.

El poder de la Biblia descansa en el hecho de que es la fidedigna, sin error e infalible Palabra de
Dios. Y si eso es cierto — como las Escrituras afirman que es — entonces la Biblia tiene autoridad
sobre la vida de cada creyente. Sobre este aserto la fe cristiana se sostiene o se cae, porque si la
Biblia es defectuosa, también nuestra fe. Confieso que por mucho tiempo luché con esta
proposición central de la fe, que la Biblia es la Palabra infalible de Dios simplemente porque así lo
afirma. Mi mente de abogado demandaba evidencia, algo más que apenas esta atrevida
autodefinición, la cual, en el mejor de los casos, parecía una tautología. Así que si la fe cristiana —
mi fe — dependía de la verdad o falsedad de este argumento, era imperativo que y o lo examinara
más de cerca. La primera cosa de la cual me di cuenta era que las afirmaciones de la Biblia sobre
sí misma en realidad sólo suscitan las preguntas.

Sin tal señalamiento, nunca se nos ocurriría que un libro escrito hace miles de años pudiera ser
autoridad absoluta para nuestras vidas. La trataríamos como cualquier otro libro de filosofía o
religión. Tómela o déjela. O tome parte de ella, descarte el resto. Pero a un libro que se presenta a
sí mismo como la Palabra de Dios, ¿sin error? Esa atrevida pretensión hace inevitable la pregunta:
¿Es o no es? El próximo paso fue buscar una autoridad que respondiera la pregunta. Como
creyente, tuve que volverme a Aquel en quien creo, a Jesús mismo. Cristo aseveró claramente la
autoridad y la infalibilidad de la Escritura. Considere tan sólo unos pocos ejemplos: Cuando
empezó su ministerio, Cristo utilizó la Escritura para anunciar su comisión. "El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres.

Me ha enviado a proclamar libertad a los presos y recuperación de la vista a los ciegos, a liberar a
los oprimidos, a proclamar el año del favor del Señor", leyó del libro de Isaías. 19 De hecho, citó
repetidamente las Escrituras del Antiguo Testamento como la autoridad de su obra y la
verificación de su persona.20 Utilizó la Palabra como única defensa contra Satanás y pidió al Padre
que santificara a sus discípulos en la verdad ("Tu palabra es verdad"). 21 Jesús fundamentó todo su

18 Por razones que me son desconocidas, la cadena NBC nunca televisó este debate.
19 El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la
libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de
gracia del Señor. (Luk 4:18-19)
20 Ustedes escudriñan las Escrituras pensando que encontrarán en ellas la vida eterna, y justamente ellas dan
testimonio de mí. (John 5:39)
21 Entonces él les dijo: ¡Qué poco entienden ustedes y qué lentos son sus corazones para creer todo lo que
anunciaron los profetas! ¿No tenía que ser así y que el Mesías padeciera para entrar en su gloria? Y les interpretó lo
27
ministerio y autoridad sobre el hecho de haber sido delegado por Dios y sobre la revelación de
Dios en la Escritura; "Me ha sido dada toda autoridad en el cielo y en la tierra".22 En consecuencia,
si decimos tener fe en Jesús, debemos aceptar su criterio en cuanto en la autoridad de la
Escritura, la autoridad de la Escritura procede de fuente fidedigna.

Mientras consideraba ese hecho, me di cuenta de que resolvía un problema y conducía a otro.
Dependemos de la Escritura por el hecho de que Jesús dijera estas cosas, pero ¿cómo sabemos
que realmente las dijo? ¿Cómo sabemos que sus palabras y los eventos de su vida están
correctamente registrados en la Biblia? Puesto que esto es tan crucial, ninguna pregunta ha sido
más exhaustiva y críticamente examinada a lo largo de los siglos. Mi propio estudio me trajo a
estas conclusiones básicas. Los hombres que escribieron el Nuevo Testamento eran hebreos, y los
eruditos concuerdan en que los hebreos eran meticulosos en transcripciones precisas y literales.
Lo que se decía o hacía debía ser registrado en esmerado y fiel detalle; si había alguna duda sobre
algún evento o detalle, particular, éste no se incluía.

Además, los relatos del evangelio fueron descritos por contemporáneos' de Jesús quienes tenían
conocimiento de primera mano de su vida y de los eventos de la iglesia primitiva (a diferencia,
por ejemplo, de la literatura budista la cual se desarrolló dos siglos después de la muerte de
Buda). "Les proclamamos lo que hemos visto y oído", decían los apóstoles.23 Y evidencia externa
continúa añadiendo verificación histórica. Nuevos descubrimientos arqueológicos en el campo de
los estudios bíblicos han añadido peso a la evidencia de que los evangelios fueron escritos por
contemporáneos de Jesús — por ejemplo, ante las críticas que atribuían el Evangelio de Juan a la
parte final del segundo siglo y lo consideraban una fábula posiblemente novelada en torno a un
hombre sencillo de Galilea "deificado" mucho después de su muerte.

Sin embargo, a partir del reciente descubrimiento de papiros antiguos en los cuales estaba escrito
Juan 18, se determinó que éste no había sido escrito después del ario 125 d. de C.24 Los asuntos
históricos críticos no todos están diestramente resueltos, es claro, y probablemente nunca lo
estarán. Pero ~hecho del cual se informa poco es que cuanto más evidencia se descubre, más
eruditos convienen (aun aquellos que no aceptan la deidad de Jesús) en que el Nuevo Testamento
es un relato fidedigno de lo que los escritores vieron y oyeron. Esto me condujo al desafío final de
la proposición: Está dado por sentado que Jesús utilizó la Escritura como su autoridad y que dijo
que ésta debía ser la nuestra; está dado por sentado que lo que El dijo fue registrado con
exactitud; pero, ¿cómo sabemos que El estaba en lo cierto?

que se decía de él en todas las Escrituras, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas. (Luk 24:25-27);
Ahora reconocen que todo aquello que me has dado viene de ti. (John 17:7)
22 Jesús se acercó y les habló así: Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. (Mat 28:18)
23 Lo que hemos visto y oído se lo anunciamos también a ustedes para que estén en comunión con nosotros, pues
nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. (1Jn 1:3); Algunas personas han hecho empeño
por ordenar una narración de los acontecimientos que han ocurrido entre nosotros, tal como nos han sido
transmitidos por aquellos que fueron los primeros testigos y que después se hicieron servidores de la Palabra.
Después de haber investigado cuidadosamente todo desde el principio, también a mí me ha parecido bueno escribir
un relato ordenado para ti, ilustre Teófilo. De este modo podrás verificar la solidez de las enseñanzas que has
recibido. (Luk 1:1-4)
24 Como este fragmento es una copia, el original debía proceder de mucho antes y ser en realidad contemporáneo
con los inicios de la iglesia primitiva.
28
En fin, ¿cómo sabemos que el criterio de Cristo en cuanto a las Escrituras es acertado? Pues bien,
si Jesús es Dios y perfecto hombre, como El afirma, no puede estar equivocado en lo que enseña y
no puede Mentir. Un Dios infalible no puede errar; un Dios santo no puede engañar; un maestro
perfecto no puede estar equivocado. Así que, El o está diciendo la verdad, o no es quien dice ser.
Por consiguiente, si se establece la divinidad de Cristo y su perfecta humanidad, sabemos que su
considerar las Escrituras como autoridad infalible es verdadero. La prueba real de la autenticidad
de las Escrituras, entonces, se convierte en la prueba de la autenticidad de Cristo. Y resolver la
autenticidad de Cristo es la clave para deshacer de otro modo el argumento circular de que la
Biblia dice que Jesús es el Hijo de Dios y Jesús dice que la Biblia dice la verdad.

Pero, ¿qué prueba la autenticidad de Cristo? El hecho de habed resucitado en cuerpo de entre los
muertos. La verdad histórica de su victoria sobre la muerte y de su consecuente señorío eterno
sobré el mundo afirma la declaración de Jesús de ser Dios. La resurrección establece la autoridad
de Cristo y por consiguiente, valida sus enseñanzas sobre la Biblia y sobre sí mismo. Pablo no
habla remilgadamente sobre esto: "Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe".25 Algunos
podrían pensar que Pablo fue temerario en erigir el argumento del Cristianismo sobre la
resurrección corporal, pero el apóstol hizo este atrevido aserto por dos razones.

1. La primera, Pablo estaba absolutamente cierto sobre la resurrección de Cristo. Se había


encontrado con Jesús cara a cara: en el camino a Damasco y había hablado tanto con los
apóstoles que estuvieron con Jesús como con muchos de los quinientos testigos
presenciales que vieron al Señor resucitado.

2. La segunda, Pablo sencillamente estaba siendo honesta. Porque si Cristo no fue resucitado
corporalmente de los muertos — si El se hubiera quedado muerto — entonces no era Dios
y no podía tener la autoridad que pretendía. Y si eso, no era verdad, el cristianismo era
una mistificación cruel. En el análisis final, la cuestión es simplemente esta: si creemos que
la narración de la Escritura es un registro fiel, ¿cómo podemos saber que los escritores de la
Biblia estaban diciendo la verdad cuando afirmaban que Jesús resucitó de los muertos?

Mi respuesta provino de una fuente inverosímil: el caso Watergate.

CAPITULO 6: WATERGATE Y LA RESURRECCIÓN

El sábado 17 de junio de 1972 era cálido y sofocantemente húmedo, típico del verano de
Washington D.C. Como consejero especial del presidente de los Estados Unidos estaba disponible
día y noche, lo cual me dejaba poco tiempo para mí mismo o para mi familia. Pero ese sábado
estábamos disfrutando un inusitado día familiar sin interrupciones en nuestra residencia
suburbana. El presidente acababa de regresar del triunfo de su presidencia, la reunión cumbre de
Moscú, y estaba descansando en su refugio de la Florida. Patty y los niños estaban tendidos junto
a la piscina, y yo andaba preparando algo de comer, cuando el teléfono de línea directa con el
conmutador de la Casa Blanca sonó. Era John Ehrlichman, uno de los más altos asistentes del

25 Y si Cristo no resucitó, de nada les sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados. (1Co 15:17)
29
presidente; sin explicación, bruscamente hizo lo que me pareció una pregunta ridícula: ¿"Dónde
está tu amigo Howard Hunt"?

Hunt era un ex-agente secreto de la CIA a quien había conocido accidentalmente y recomendado
para un cargo menor en la Casa Blanca para investigar filtraciones de documentos
gubernamentales. Pero hacía meses que no lo veía ni escuchaba nada de él. Por eso apremié a
Ehrlichman: ¿Por qué rayos eran tan importantes las andanzas de Howard Hunt como para
interrumpir el descanso de mi sábado por la tarde? Fue entonces cuando por primera vez me
enteré de que un grupo de cubanos ex-combatientes por la libertad había sido arrestado,
mientras forzaban las puertas de las oficinas del Comité Nacional del partido demócrata. Uno de
los hombres había tenido un papelito en su bolsillo con el nombre de Hunt. Todavía puedo
recordar mis distraídos pensamientos cuando colgué el teléfono.

Hunt no es un aficionado. El no participaría en un robo ordinario. Aunque si lo ha hecho... yo lo


conozco... mi nombre podría estar comprometido. Entonces me encogí de hombros y alejé de mi
mente aquellos pensamientos premonitorios, regresé a la piscina y al calor del sol y puse en la
parrilla algunas hamburguesas. Así empezó Watergate para mí. Durante las semanas siguientes
fui confortado por mi creencia en que nadie en la Casa Blanca o en la campaña de Nixon sería tan
estúpido como para pensar que encontraría algo de valor en la sede de un partido en bancarrota
que estaba siendo ignorado aun por sus propios candidatos. Este no era un juicio moral, apenas
política práctica. Aun cuando la conexión de los ladrones con Howard Hunt y su cómplice G.
Gordon Liddy se descubrió, fue desechada; ambos hombres habían sido consultores de tiempo
parcial de la Casa Blanca pero habían sido destituidos de sus cargos hacía meses.

Aunque robo ante la ley del Distrito de Columbia, aquel forzar de puertas realmente no fue nada
más que espionaje de campaña, pensé — como meterse a hurtadillas en el camerino del otro
equipo para averiguar las señales que van a emplear en el juego. Ciertamente no era nada más
que las cosas que yo había hecho o que otros me habían hecho en mis veinte años de campañas
políticas. (No fue sino hasta dos años después, en el verano de 1974, cuando la infame cinta que
inició el escándalo fue conocida, que tanto el mundo como algunos de nosotros los involucrados,
supimos que en los días posteriores al intentado robo, el presidente participó en un intento de
apartar de la investigación al FBI; eso después llegaría a ser el subterfugio de Watergate). A la luz
de lo que sucedió después suena ingenuo, pero en ese entonces yo creía que lo único que estaba
en juego era sobrevivir la tiradera política de ladrillos hasta pasar las elecciones de noviembre.

Todo el caso quedaría para entonces aseadamente enterrado debajo de la arrolladora victoria
electoral y nos podríamos dedicar al asunto más importante; gobernar el país. O por lo menos, así
pensaba. Con la euforia post-electoral de ese noviembre, nadie le prestó mucha atención a
Watergate. Solamente recuerdo discusiones ocasionales sobre el tema con el presidente, quien
estaba consumido con las frustrantes negociaciones para terminar la guerra de Vietnam. Henry
Kissinger estaba yendo y viniendo de las conversaciones de paz en París. Bob Haldeman, el jefe de
personal, y John Ehrlichman estaban ocupados reorganizando la burocracia para el segundo
período de gobierno. John Mitchell, antiguo procurador general y jefe de la campaña, había vuelto
a su lucrativa firma legal en New York.
Y yo estaba empacando las cosas de mi oficina, preparándome para regresar a mi propia práctica
jurídica en Washington. Luego, en enero de 1973, Watergate, por lo menos desde mi perspectiva,
30
empezó a tomar nuevas implicaciones. Howard Hunt, temiendo un encarcelamiento, envió a su
abogado -a verme. Mientras el abogado demandaba seguridad de clemencia para Hunt (la cual
rehusé darle), por primera vez me di cuenta de que los ladrones de Watergate estaban recibiendo
fondos para sostén y gastos legales. Ese era un asunto peligroso, y así se lo dije después a
Haldeman. "Vamos Chuck", rió, mirando insólitamente tranquilo con la luz del sol de invierno
entrando a raudales por las grandes ventanas de la oficina que estaban detrás de él. "No hay nada
malo en reunir un fondo de defensa. Ángela Davis26 lo hizo. ¿Por qué no nosotros?".

Miré fijamente a Bob, preguntándome si estaba fingiendo para beneficio mío o si realmente creía
eso. Concluí que él era sincero, y al mirar atrás, ahora me doy cuenta de que, como practicante de
la secta de la ciencia cristiana, Haldeman no se permitiría a sí mismo pensar o ver nada malo.
Ehrlichman, también devoto de la misma secta, de igual manera parecía ignorar o negar los
problemas asociados con Watergate. Pero Haldeman y Ehrlichman no fueron los únicos en hacer
así. A juzgar por las memorias de los otros, escritas en el curso de la década siguiente, sólo el
joven consejero del presidente, John Deant reconoció que tuviera alguna duda seria antes de
enero de 1973. También dijo que no compartió sus preocupaciones con nadie. ¿Cómo podían
tantos abogados — Ehrlichman, Mitchell, Krogh, Dean, Nixon y Colson, para mencionar apenas a
unos pocos, haber sido tan ciegos ante lo que después se hizo tan obvio?

Qué ceguera capital probó haber sido aquella.27 Después de la visita del abogado de Hunt,
consulté a mi colega, Dave Shapiro, un veterano en procesos legales quien había escalado
posiciones, pero comenzado desde los barrios bajos de Brooklyn. Abrimos juntos los libros de
leyes. Fue entonces, a finales de enero de 1973, mientras revisábamos las apretadas columnas de
letra menuda del código penal, que comencé por primera vez a entender las posibles
implicaciones delictivas para la Casa Blanca. Así que a mediados de febrero, con la guerra de
Vietnam finalmente terminada, me armé de coraje para confrontar al presidente. Fue durante
nuestra última reunión en la Oficina Oval antes de que yo regresara al ejercicio privado del
derecho que, en un momento oportuno, le di al presidente Nixon el penoso consejo, "Quienquiera
que ordenó Watergate, que salga a la luz . . . deshagámonos ya de esto.

Aceptemos lo que tengamos que perder".28 El presidente se había estado reclinando en su silla,
con las piernas cruzadas y los pies encima de su macizo escritorio de caoba. Las palabras apenas
acababan de salir de mi boca cuando él bajo los pies y se enderezó en su silla. "Pues bien, ¿quién
crees tú que hizo esto? ... ¿Mitchell? ¿Magruder?29 Estaba enojado, justamente enojado, me

26 Una famosa activista comunista acusada de homicidio.


27 Pienso que hay dos razones que la explican. Primero, por definición, una conspiración es la suma total de muchas
partes y piezas; los individuos involucrados a menudo ven sólo sus partes y piezas particulares, rara vez el mosaico.
Segundo, la única exposición a la jurisprudencia criminal que tiene el 98 por ciento de los abogados es un curso en la
facultad de derecho y casos ocasionales asignados por la Corte, por lo común rápidamente resueltos mediante
arreglos convenidos fuera de la Corte - una llamada de atención al sistema judicial estadounidense. Lo más cerca que
la mayoría de los abogados llegan a estar del drama del careo en la sala penal es cuando, con el resto de la gente, ven
los programas de televisión con escenas de audiencias que presentan a altas horas de la noche. Mi primera
experiencia con las leyes sobre la obstrucción a los estatutos de la justicia fue cuando fui procesado - y enviado a
prisión - con base en una de ellas.
28 De las transcripciones oficiales de la Casa Blanca de febrero 13 de 1973, publicadas por el fiscal especial de
Watergate.
29 De la misma fuente anterior.
31
suponía, porque yo sugiriera poner el dedo sobre un ayudante leal. También estaba, todavía lo
creo, inconsciente de las posibles implicaciones penales, aunque la red se estaba cerrando cada
vez más sobre todos nosotros. De acuerdo con los exhaustivos registros compilados a partir de las
cintas grabadas, de las montañas de documentos, de las interminables audiencias en el Congreso,
y de los incontables volúmenes de testimonios, la primera discusión sería en la Oficina Oval sobre
una probable participación delictiva tuvo lugar la mañana del 21 de marzo: Fue la fatídica reunión
cuando John Dean advirtió al presidente del "cáncer en su presidencia".

Posteriormente, el 21 de marzo (las fechas específicas son importantes) Haldeman llamó a


Mitchell a New York y Mitchell, a su vez, le dijo a Job Magruder, su asistente de campaña, que lo
"asistiría" si iba a la cárcel. Fue ese también el día cuando se le enviaron $75.000 dólares más a
Hunt para "honorarios del abogado". El presidente conferenció otra vez con Haldeman, con
Ehrlichman y con Dean. Y esa misma tarde el presidente, sin revelar nada de lo que había pasado
aquel atareado día, me llamó a mi casa para una conversación de treinta y un minutos. Aunque
oficialmente ya yo no era parte de sus colaboradores, no fue sorprendente recibir una llamada del
presidente; él me había dicho que deseaba continuar llamándome para consejo. Lo que fue
sorprendente fue la voz impaciente, casi distraída del presidente.

Yo había pasado incontables horas al otro lado de su escritorio o al teléfono y podía casi siempre
saber cuál era su estado de ánimo. Cuando en 'su mente estaban asuntos muy importantes, como
los bombardeos de Vietnam o los convenios con China, el presidente era notablemente frío.
Cuando venían a su atención cosas pequeñas, como difamaciones de prensa, se mostraba de lo
más perturbado. La tarde del 21 de marzo rápidamente se deshizo de la conversación trivial y
cayó a plomo sobre Watergate. ¿"Qué juzgas conveniente para... qué debería hacerse ahora... si, eh,
se presenta un informe, o algo, tú sabes, o nos resignamos a lo que vaya a suceder, ó qué"? Los
documentos oficiales muestran mi respuesta. "El problema que preveo en esto no es lo que ha
sucedido hasta ahora, es decir, el misterio de Watergate.

No sé si alguien de más rango en el comité para la re-elección va a ser mencionado o no pero, eh,
para mí eso no implicará grandes repercusiones nacionales si sucede. La cosa que me preocupa es
la posibilidad de que alguien, uh, alegue obstrucción a la justicia — en otras palabras, las acciones
subsecuentes me preocuparían más que nada". Entonces proseguí para sugerirle al presidente
que destituyera a Dean y nombrara a un consejero especial independiente para que, por él,
manejara Watergate. Aunque entonces yo no estaba informado de las reuniones anteriores con
Dean y los otros fue, como las percepciones posteriores lo confirman, un buen consejo. Pero
aquellas escalofriantes palabras "obstrucción a la justicia" deben haber ocupado el día del
presidente. ¡No me pregunto por qué no me volvió a llamar en dos semanas!30

Después del 21 de marzo todo cambió, todo iba cuesta abajo, y rápido. Las conversaciones se
pusieron reñidas y pesadas la semana siguiente: se hablaba de perjurio, de "emparedar", de
obstrucción a la justicia, el tipo de asuntos que causan en los adultos debilidad en las piernas y
sudor en las manos. El 23 de marzo el juez Sirica dio a conocer una carta de uno de los ladrones
de Watergate quien había hecho un trato; diría todo a cambio de una sentencia más leve. Esa
tarde Haldeman me llamó con una serie de preguntas: ¿Había yo prometido clemencia a Howard

30 Transcripción de una conversación grabada que no se introdujo en el proceso de Watergate y no hecha pública
sino hasta 1981.
32
Hunt? ¿Había urgido a los miembros de la campaña que espiaran a los demócratas? La voz de Bob
estaba fría, como siempre, pero 'por la manera en que repetía mis respuestas, estuve seguro de
que alguien más estaba en el recinto con él, el presidente.

Sus preguntas también revelaron lo que estaba pasando detrás de las macizas puertas de hierro
del número 1600 de la avenida Pensilvania. Los ocupantes estaban acopiando existencias en su
fortín para lo que ahora se daban cuenta sería un asedio cruento. Cada vez más desconfiado de
mis colegas y sospechando que todo no andaba bien, dicté un memorando de nuestra
conversación tan pronto colgué el teléfono. Ligeramente disfrazado, el pánico empezó a recorrer
las lujosas oficinas del imponente viejo edificio que alberga a los' hombres más poderosos e
influyentes del mundo. La escalada de eventos fue tan rápida que no hubo forma de perderlos de
vista. Mientras la prensa alegaba a voz en cuello que los jefes de la campaña habían ordenado la
violación de domicilio, Dean se precipitó a Camp David para escribir un "informe".

El 26 de marzo el jurado de acusación se volvió a reunir para escuchar nuevos cargos de uno de
los ladrones. Ese mismo día Dean llamó a Magruder y grabó su conversación. El 27 de marzo
Haldeman y Ehrlichman discutieron la crisis por dos horas y media con el presidente. También,
Mitchell se reunió con Magruder para discutir la clemencia, mientras que la esposa de Mitchell,
Martha, hizo una de sus legendarias llamadas al New York Times acusando que alguien estaba
tratando hacer de su marido "un chivo expiatorio". Mientras, en Camp David, el 25 de marzo, John
Dean en secreto se había puesto en contacto con un antiguo compañero suyo de estudios de
derecho para pedirle que le recomendara el mejor abogado penalista que pudiera conseguirse.
Cinco días después contrató a un tenaz fiscal que hiciera parte de la administración Kennedy,
Charles Schaeffer.

Después, el 8 de abril de 1973, Dean se presentó ante los demandantes de Watergate para
negociar su testimonio a cambio de inmunidad y así salvar su propio pellejo, como lo reconoció
con refrescante franqueza en sus memorias.31 En cosa de dos horas, la conspiración se desplomó.
Magruder, ya en contacto con la parte demandante, comenzó negociaciones en serio. Dave
Shapiro, comprendiendo que ahora el asunto era de "sálvese quien pueda", me engatusó para que
me sometiera a la prueba del detector de mentiras para establecer mi inocencia, y entregó
después los resultados al New York Times. La fiscalía me llamó; yo ofrecí testificar. La Casa Blanca
era como un puesto de comando en el frente de batalla bajo fuerte cañoneo. Aunque hombres
como Ehrlichman y Haldeman valerosamente hacían frente, no confiaban en nadie y estaban
grabando cada conversación telefónica.

Los titulares de prensa alimentaban diariamente al público con buenos bocados frescos, la
mayoría de ellos procedentes de cuentos dejados filtrar por cómplices o por sus abogados
dirigidos 'a lavarse las manos o a extraviar la atención de la fiscalía hacia un mejor trato. Mientras
tanto, los fiscales estaban tan ocupados recogiendo testimonios de funcionarios de la Casa Blanca
que no podían manejar el tráfico que entraba y salía de sus oficinas. De súbito Watergate era un
gran circo. La historia revela que después de que comenzara la investigación penal deja Casa
Blanca — según parece con la reunión de Dean con los demandantes el 8 de abril —el final de la
presidencia de Nixon era sólo cuestión de tiempo. La conspiración para encubrir la verdad estaba
descubierta — y predestinada a la ruina — y es por eso que las fechas son tan importantes.

31 John Dean, Blind Ambition (New 1976), 233.


33
Porque aunque técnicamente lo ilegal había comenzado con la violación de domicilio junio de
1972, el caso grave — la parte que todo el mundo supo o debió saber que era delictiva —
realmente empezó el 21 de marzo de 1973. Y finalizó el 8 de abril de 1973. Con la oficina más
poderosa del mundo en juego, una pequeña cuadrilla de leales selectos, no más de diez de
nosotros juntos, no pudimos mantener firme una conspiración por más de dos semanas. Piense
en lo que estaba en juego: cada uno de nosotros incluido — Ehrlichman, Haldeman, Mitchell y el
resto — creíamos apasionadamente en el presidente Nixon. Por entrar al servicio gubernamental
para él habíamos sacrificado el muy lucrativo ejercicio jurídico privado y otros desempeños;
habíamos sacrificado nuestra vida familiar y privacidad; habíamos invertido todas nuestras vidas
en el trabajo, veinticuatro horas al día si era necesario.

Hacía apenas unos pocos meses el presidente había sido re-elegido en una histórica victoria
arrolladora; la fea guerra en Asia finalmente había terminado; estábamos yendo a la cabeza en
todo. Piense en el poder cerca de la punta de los dedos: una simple orden de uno de nosotros
podía movilizar generales y funcionarios del gabinete, aun ejércitos; podíamos contratar o
despedir personal y manejar miles de millones del presupuesto. Piense en los privilegios: una
llamada a la oficina de ayuda militar produciría una limosina o un avión jet; la Galería Nacional
entregaba pinturas clásicas para adornar las paredes de nuestras oficinas; camareros de
chaquetas rojas permanecían esperando para servir comida y bebida veinticuatro horas al día;
teléfonos privados aparecían doquiera viajáramos; hombres del servicio secreto siempre estaban
a la vista — tantos como quisiéramos.

Pero ni siquiera la probabilidad de poner en peligro al presidente cuya elección habíamos


trabajado tan duro, de perder el prestigio, el poder y el lujo personal de nuestras oficinas fue
suficiente incentivo para hacer que este grupo de hombres sostuviera una mentira. Tampoco,
como reflexiono hoy,-fue realmente tan grande la presión; en ese punto ciertamente había habido
fallas morales, violaciones penales, aun perjurio de algunos. Había certeza para estar
intensamente apurados; en el peor de los casos, algunos podrían ir a prisión, aunque esa
posibilidad de ninguna manera era cierta. Pero nadie estaba en grave peligro; la vida de ninguno
estaba en juego. Sin embargo, después de apenas unas pocas semanas, el instinto natural humano
de auto conservación era tan anonadante que los conspiradores, uno por uno, le desertaron a su
líder, se alejaron de su causa, voltearon sus espaldas al poder, al prestigio, y a los privilegios.

Así, ¿qué tiene todo esto que ver con la resurrección de Jesucristo? Simplemente esto: La crítica
moderna a la verdad histórica del cristianismo hierve en tres proposiciones: Primero, que los
discípulos estaban equivocados; o segundo, que los discípulos perpetraron a sabiendas un mito,
propuesto como símbolo;' o tercero, que los once discípulos concibieron "la conspiración de la
Pascua" — se llevaron misteriosamente el cuerpo de Cristo de la tumba y dispusieron hábilmente
de él — y hasta sus propias muertes mantuvieron silencio conspirador. Consideremos cada una.
La primera es la menos convincente. Después de todo, un hombre resucitado de los muertos es un
evento que impresiona bastante a cualquiera — no es el tipo de asunto sobre el cual es probable
que la gente sea vaga o indecisa.

Las Escrituras establecen muy honestamente que los discípulos estaban tan sorprendidos por la
reaparición de Jesús que por lo menos uno demandó la prueba tangible de tocar las heridas de
Sus manos y costado. Jesús conocía la naturaleza humana, conocía su necesidad de evidencia
34
física. Lucas dice: "El mismo se mostró a estos hombres y les dio muchas pruebas convincentes de
estar vivo. Apareció ante ellos durante un período de cuarenta días..."32 Los registros del evento,
escritos independientemente por varios testigos presenciales, desmienten la posibilidad de que
los discípulos estuvieran equivocados. Pero, ¿pudo esto haber sido un mito? Esta segunda teoría
parece plausible al principio puesto que era costumbre en el primer siglo comunicar verdades
religiosas a través de símbolos.

Pero esto asume que todos los discípulos entendieron que estaban usando un recurso simbólico.
Aun una lectura superficial de los evangelios revela no una alegoría o fábula, sino un honrado
registro narrativo. Además, Pablo, en I Corintios 15, un íntimo asociado de los primeros
discípulos, también hace pedazos la teoría del mito cuando arguye que si Jesús no fue, en
realidad, resucitado, el cristianismo es una mistificación, una farsa. Nada en los escritos de Pablo
sugiere remotamente mitología. La teoría del mito es aun más insostenible que la teoría de la
equivocación. Así que si se va a atacar la historicidad de la Resurrección y por lo tanto la deidad
de Cristo, se debe concluir que hubo una conspiración — si se quiere un encubrimiento de la
verdad — de once hombres con la complicidad de más de quinientos otros.

Para suscribirse a este argumento, uno debe estar listo también a creer que cada discípulo estaba
dispuesto a recibir el ostracismo de sus amigos y familiares, vivir con el diario temor de la
muerte, sufrir prisiones, vivir sin dinero y con hambre, sacrificar familia, ser torturado sin
misericordia, y finalmente morir — ¡todo sin siquiera una vez renunciar a que Jesús había
resucitado de los muertos! Es por esto que la experiencia de Watergate es tan instructiva para mí.
Si John Dean y el resto de nosotros estábamos tan debilitados por el pánico, no por el prospecto
de golpes y ejecución, sino por la desgracia política y un posible período de encarcelamiento, uno
solamente puede especular sobre las emociones de los discípulos. A diferencia de los hombres de
la Casa Blanca, los discípulos eran gentes sin poder, abandonados por su líder, sin hogar en una
tierra ocupada.

Pero se aferraron tenazmente a su enormemente ofensivo cuento de que su líder había resucitado
de su innoble muerte y estaba vivo y era el Señor. Pienso que el caso Watergate revela la
verdadera naturaleza de la humanidad. Ni una de las memorias sugiere que alguien fuera a la
oficina del fiscal inspirado por nobles nociones como las de poner la Constitución por encima del
presidente, o de traer a los bellacos ante la justicia, o siquiera indignación moral. En vez de eso,
los escritos de aquellos involucrados son narraciones consistentes sobre la debilidad del hombre.
Aun los políticos fanáticos en el pináculo del poder salvarán sus propios cuellos del ronzal,
aunque sea a expensas de quien profesan servir tan celosamente. ¿Es realmente probable, por
consiguiente, que un encubrimiento deliberado, un ardid para perpetrar una mentira sobre la
Resurrección, pudiera haber sobrevivido a la violenta persecución a los apóstoles, al escrutinio de
los primeros concilios eclesiásticos, a las horrendas purgas a los creyentes del primer siglo
quienes fueron echados por miles a los leones por rehusar renunciar al señorío de Cristo?

¿No es probable que por lo menos uno de los apóstoles hubiera renunciado a Cristo antes de ser
decapitado o apedreado? ¿No es probable que algún documento "sensacional" hubiera podido
producir el desenmascaramiento de, la "conspiración de la Pascua"? Seguramente uno de los

32 De hecho, se presentó a ellos después de su pasión y les dio numerosas pruebas de que vivía. Durante cuarenta
días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios. (Act 1:3)
35
conspiradores hubiera hecho trato con las autoridades (¡el gobierno y el Sanedrín probablemente
hubieran acogido bien a tal persona con los brazos abiertos y los bolsillos llenos!). Blas Pascal, el
extraordinario matemático, científico, inventor y lógico del siglo diecisiete, estaba convencido de
la verdad «de Cristo por examen del registro histórico. En sus clásicos Pensamientos, Pascal
escribió:

La hipótesis de que los apóstoles eran unos pícaros es bastante absurda. Sígala hasta el final
e imagine a estos doce (sic) hombres reunidos después de la muerte de Jesús y conspirando
para decir que El había resucitado de los muertos. Esto significa atacar todos los poderes que
hay. El corazón humano es singularmente susceptible a la inconstancia, al cambio, a las
promesas, al soborno. Uno de ellos tenía solamente que negar su historia bajo estos
estímulos, o todavía más, debido a un posible encarcelamiento, tortura y muerte, y todos ellos
hubieran estado perdidos".33

Como Pascal observa correctamente, el hombre en su estado normal renunciará a sus creencias
con la misma buena gana con que Pedro renunció a Jesús antes de la Resurrección. Pero como el
mismo Pedro descubrió después de la Resurrección, hay poder más allá del hombre que lo hace
abandonar todo. Es el poder del Dios que se reveló a sí mismo en la persona de Jesucristo.
Recíbalo de uno que estuvo dentro del enredo de Watergate mirando hacia afuera, que vio de
cerca cuán vulnerable es un complot: nadie menos que un testigo tan imponente como el Cristo
resucitado pudo haber causado que aquellos hombres mantuvieran hasta sus últimos suspiros
agónicos que Jesús está vivo y es el Señor.

El peso de estas evidencias me dice que los apóstoles estaban verdaderamente diciendo la
verdad: Jesús resucitó en cuerpo de la tumbal es quien dice ser. Por tanto, El habla con la absoluta
autoridad del Dios Todopoderoso. Y ese hecho rompe lo que de otra manera podría considerarse
un argumento circular. Así podemos arribar a algunas cruciales conclusiones sobre la Sagrada
Escritura:

1. La Biblia es la Palabra de Dios. Porque el Hijo de Dios, quien habla con absoluta autoridad,
no utilizó las Escrituras como dichos piadosos ni como una guía para una vida cristiana
realizadora. El consideró la Escritura como la revelación de Dios mismo.

2. Jesús comprometió su propia vida con las Escrituras, dependiendo totalmente de ellas. Se
sometió a la autoridad de la Escritura.

3. Al examinar la posición de Jesús respecto a la Escritura a lo largo de su ministerio, es claro


que creyó la Palabra como infalible e inequívoca - es decir, confiable y sin error.34

¿Cómo podemos nosotros, quienes decimos seguirle, hacer algo diferente?

CAPITULO 7: CREYENDO A DIOS

33 Blas Pascal, Pensamientos, de la traducción al inglés A. J. Krailsheimer (New York: Penguin Classics, 1966), 125.
34 En verdad les digo: mientras dure el cielo y la tierra, no pasará una letra o una coma de la Ley hasta que todo se
realice. (Mat 5:18); Conságralos mediante la verdad: tu palabra es verdad. (John 17:17)
36
Como abogado siempre he creído firmemente en la importancia de los precedentes; es así como
se deciden los litigios - sobre la base de lo que las cortes han decidido en el pasado, el cuerpo de
leyes comunes desarrollado a lo largo de años de cuidadosa deliberación. Así que, con la misma
naturalidad con que examiné el argumento a favor de la autoridad de la Escritura, miré la
evidencia de los siglos. Ahí encontré abundantes datos suscritos a la autoridad y a la infalibilidad
de la Palabra; partiendo desde el mismo Jesús, pasando por la iglesia primitiva y a través de la
historia de la iglesia. San Pablo, el primer teólogo de la iglesia, afirmó resonantemente la verdad
de la Escritura.35 Ireneo, el brillante apologista del segundo siglo cuyos escritos frenaron los
primeros asomos de herejías, arguyó que las Escrituras eran "perfectas, ya que fueron habladas
por la Palabra de Dios".36

Agustín escribió: "Me he dado cuenta, y así lo sostengo, de que sólo la Escritura es sin error".37 En
el siglo dieciséis, Lutero habló conmovedoramente de la Palabra de Dios come "más grande que el
cielo y la tierra, sí, más grande que la muerte y el infierno, porque forma parte del poder de Dios y
permanece para siempre".38 Su colega reformador, Juan Calvino, argumentó que lo que distingue
al cristianismo es el conocimiento de que Dios ha hablado a nosotros y por lo tanto "debemos a
las Escrituras la misma reverencia que debemos a Dios".39 Jonathan Edwards, segundo presidente
de la Universidad de Princeton, defendió ardientemente estos puntos de vista, así como lo hizo
John Wesley, Tomás de Aquino, Charles Haddon Spurgeon, y otros grandes nombres de la iglesia;
demasiados como para listarlos a todos.

La posición de la iglesia católica romana ha sido determinada; una encíclica de 1943 resume su
punto de vista clásico: "La inspiración divina no sólo es esencialmente incompatible con el error
sino que lo excluye y rechaza absoluta y necesariamente como que es imposible que Dios mismo,
la Verdad Suprema, pueda decir lo que no es cierto. Esta es la fe antigua y constante de la
iglesia".40 En esta encíclica sobre la promoción de los estudios bíblicos, el Papa Pío XII comienza
llamando a la Escritura "tesoro enviado del cielo". 41 Si Jesús, la Cabeza de nuestra iglesia, y el
peso de los precedentes señalan tan claramente una aceptación de todo corazón y adhesión a las

35 Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, rebatir, corregir y guiar en el bien. Así el hombre de
Dios se hace un experto y queda preparado para todo trabajo bueno. Te ruego delante de Dios y de Cristo Jesús, juez
de vivos y muertos, que ha de venir y reinar, y te digo: predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, rebatiendo,
amenazando o aconsejando, siempre con paciencia y dejando una doctrina. Pues llegará un tiempo en que los
hombres ya no soportarán la sana doctrina, sino que se buscarán maestros a su gusto, hábiles en captar su atención
(2Ti 3:16-4:3)
36 John Walvoord, Inspiration and Interpretation (Grand Rapids: Eerdmans, 1957), 18.
37 Carta a Jerónimo, citada en James Boice, Does Inerrancy Matter (ICBF Foundation Series).
38 Martín Lutero, Table Talk, citado en la obra anterior.
39 Ibíd.
40 "Divino Afflante Spiritu", septiembre 30 de 1934, de Las Encíclicas Papales, 1939-1958 McGrath Publishing Co.,
1981.
41 En el siglo decimosexto en la cuarta sesión del Concilio de Trento, la iglesia católico romana adoptó la
consideración que "Estas verdades y reglas están contenidas en tradiciones escritas y no escritas, las cuales recibidas
por los apóstoles de la boca de Cristo mismo o de los apóstoles mismos, el Espíritu Santo dictando, han llegado hasta
nosotros". En 1950, el Papa Pío XII reafirmó la inspiración total de la Escritura y criticó a quienes pervirtieron la
creencia que Dios es el autor de la Santa Escritura. Esta fue Humani Generis 1950, y en esa crítica de la exégesis
liberal el Papa abrazó tres de las encíclicas: Providentissi-mus Deus, dada a luz por León XIII en 1893 en la cual se
estableció: "No hay error ninguno en referencia a la Escritura"; Spiritu Paraclitus 1920; y Divino Afflante Spiritu
1943.
37
Escrituras, ¿por qué la cultura del siglo XX manifiesta una marcada declinación de la creencia
bíblica? Las encuestas de Gallup indican que en 1963 el 65 % de los estadounidenses creía que la
Biblia era infalible; ese número disminuyó al 37% en 1982.42

¿Por qué? Yo creo que porque las actitudes que prevalecen en la cultura han infiltrado a fondo los
niveles de la fe y la creencia. El relativismo de la mente moderna está poco dispuesto a suscribirse
a la autoridad absoluta de nada, y esa actitud se ha escurrido en nuestra perspectiva, resultando
es una barrera de cuestionamientos, ataques y re-escrituras de las Escrituras. De esta manera,
aunque los evangélicos dicen que mantienen firme su ortodoxia, en realidad están sucumbiendo
al relativismo y a los cinismos modernos. Realmente ya no causa preguntas el que millones se
sienten en las bancas de las iglesias los domingos y que después del domingo nunca se molesten
en pensar sobre en qué creen y por qué; así son presa fácil de los clichés tendentes a desechar la
Escritura considerándola como "leyendas" de los antiguos sin instrucción.

(¡Cómo la semántica influye en nuestros valores! Palabras como "progresista" pueden invertir las
reglas de la lógica. Es decir, cuanto más persista la evidencia histórica, menos confiable se hace;
cuanto más nueva sea la conclusión, es menos probada por la historia, pero es más "progresista"
y, presumiblemente, más atractiva). En tal clima, las objeciones comúnmente formuladas
insidiosamente se convierten en hechos que nadie se molesta en refutar. Y si muchos fueran
honestos, tendrían que admitir que estas objeciones también proveen una racionalización
conveniente para no tomar una Biblia y luchar con sus duras verdades probatorias. ¿Cuáles son
algunas de estas objeciones?

1. Una que se escucha a menudo es "La Biblia es increíble". La separación de las aguas del Mar
Rojo, la resurrección de Lázaro, la visitación de los ángeles y demás, confunden nuestros
sentidos naturales y nuestra razón. Es claro que así es. Son hechos sobrenaturales. Pero
esa es la esencia de los que Dios es – sobrenatural. Más allá de los sentidos naturales. Si no
existe lo sobrenatural, no existe Dios.

2. Segundo: "Las Escrituras en realidad no importan". Ir a los servicios, ser fiel a la familia y
manejar éticamente los asuntos personales - estos son los estándares "cristianos",
razonan' muchos de quienes llenan iglesias. Después de todo, Dios sabe que estamos
haciendo lo mejor que podemos. Este es un eco de una creencia ampliamente difundida —
una forma de religión civil — que dice que no importa en qué se cree mientras se crea en
algo. Este tipo dé pensamiento, al excluir la responsabilidad individual, ignora una verdad
central de nuestro fundamento judeocristiano.

3. Tercero: "Está pasada de moda". Los eventos de la Escritura tuvieron lugar hace miles de
años cuando los pastores cuidaban rebaños y las costumbres tribales primitivas
prevalecían. Los tiempos cambian, dice el relativista moderno; el ritual antiguo es
irrelevante para la moralidad contemporánea. Sí, el relato bíblico trata con antiguas
épocas porque él' -antiguo Israel era el lugar particular que Dios escogió para pactar con
su pueblo, y unos 1.200 años después para entrar en el tiempo y el espacio por medio de
Jesucristo. Pero la verdad de Dios es eterna. El tiempo pasa. Las costumbres cambian. La
verdad permanece. La verdad absoluta y objetiva nunca puede depender de la costumbre,

42 Emerging Trends (Princeton Religious Center, diciembre 1982), 4:10


38
"las percepciones comunes, ni de las cambiantes tendencias, y permanece cierta sea creída
o no. Aunque a veces es difícil entender el trasfondo cultural del drama bíblico, la obra
permanece sin cambio.

4. Cuarto: "Vivimos bajo el nuevo pacto, así que no necesitamos preocuparnos por leer las leyes
arcaicas y anacrónicas del Viejo Testamento". Es imposible apreciar a Jesús aparte del
contexto histórico en el cual El vivió. Sin comprender los pactos históricos del Antiguo
Testamento entre Dios y su pueblo escogido, ni la falta consistente de la humanidad de
adherirse a ellos, la gracia de Dios y la suprema redención de la cruz pierden su
significado. El Antiguo Testamento, de igual forma es indispensable para enseñarnos sobre
el carácter de Dios y las promesas cumplidas en Cristo.

5. Quinto: “Las cartas rojas cuentan más que las negra”. Una sorprendente cantidad de
cristianos acepta las enseñanzas de Jesús como Palabra de Dios, pero rechaza los escritos
de "Pablo y todos los demás", por considerarlos opiniones humanas. Pero, ¿dónde
encontramos las palabras de Cristo? El mismo no las escribió. Sus palabras son
presentadas por los escritores de los evangelios. Así, ¿es Lucas más creíble que Pablo? No
tenemos indicación de que Lucas conociera a Jesús cara a cara, pero sabemos que Pablo sí.
Ante una corte judicial, por tanto, las cartas rojas de Lucas serían rumores, por oídas; las
cartas negras Pablo evidencia directa. En última instancia, si creemos que toda la Escritura
es inspirada por Dios,43 hay que darle a toda ella igual peso.

6. Sexto: "Hay tantas contradicciones y diferentes interpretaciones que no puedo aceptar la


Biblia como literalmente cierta". La confusión sobre cómo leer, interpretar y comprender la
Biblia es la causa individual más grande de escepticismo y analfabetismo bíblico. Aunque
es única, en un sentido estructural la Biblia debe ser leída como cualquier otro libro: la
metáfora es metáfora, la poesía es poesía, las parábolas son parábolas. La Escritura debe
ser leída en contexto y de acuerdo con su género literario (la técnica de comunicación
escogida por el autor). Recuerde también que cualquier autor escribe para que sus
lectores puedan entender. Cuando los críticos atacan la veracidad literal de la Escritura
citando lenguaje corno "el sol se paró" están ignorando las reglas básicas del la
comunicación literaria. Por supuesto, el sol no se para; el escritor sencillamente se está
comunicando en términos que él y sus contemporáneos entienden. (Aún en nuestra
iluminada época, es claro, los pronósticos meteorológicos todavía anuncian el tiempo
todos los días teniendo en cuenta el amanecer y el atardecer).44 Al aplicar las reglas
básicas de la interpretación lógica, examinando las narraciones históricas a la luz de la
enseñanza didáctica, tomando lo explícito por encima de lo implícito, podemos aclarar
muchas de las confusiones en torno a las aparentes contradicciones de la Biblia.45

43 Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, rebatir, corregir y guiar en el bien. (2Ti 3:16)
44 N de T. En inglés estos términos implican 'cuando nace el sol amanecer, y cuando se pone, o 'se para'; atardecer. El
autor hace relación a cómo la metáfora "el sol se paró" se refiere a una singular prolongación de la luz del sol al
atardecer, antes de entrar la noche.
45 No es mi propósito examinar a fondo los temas de la interpretación y del estudio de la Escritura. Pero debido a la
importancia del tema, recomiendo acentuadamente leer más sobre el tópico de fuentes tan legibles e instructivas
como "Knowing Scripture", de R.C. Sproul (Intervarsity Press, 1977).
39
7. Y séptimo: "sencillamente, no saco provecho de la Biblia". Estos críticos esperan que la
Biblia sea el último manual de autorrealización, de la misma categoría de todos los libros
de "Cómo hacer" que colman los estantes de nuestras librerías, dirigidos a satisfacer cada
necesidad y deseo. Por supuesto, hallamos realización espiritual leyendo las Escrituras,
pero la santa Palabra de Dios está dirigida á hacer mucho más que eso: es para satisfacer
el hambre más profunda del creyente de conocer acerca del vivir y servir aceptables a su
Rey soberano. Objeciones como las anteriores revelan por qué la Biblia familiar se usa con
más frecuencia para adornar mesitas o para prensar flores que para alimentar almas y
disciplinar vidas. Esto también revela por qué los cristianos no saben cómo amar a Dios.
Porque deberíamos leer la Palabra de Dios no por lo que podamos sacar de ella, no por lo
que haría por nosotros, sino por lo que nos enseñará a hacer para nuestro Dios.

"Tu palabra es verdad", dijo Jesús.46 Nada menos que el conocimiento de esa verdad es
demandado a los discípulos de Cristo. Ese conocimiento viene 'solamente del estudio ferviente de
la verdad, es decir, el estudio de Su Palabra. Esto es indispensable para el discipulado genuino. Es
indispensable para amar a Dios. Pero quizá la verdadera razón por la cual no nos dedicamos a ese
discipulado radical arraigado en la Palabra de Dios sea que no hemos reconocido la clara
alternativa delante de nosotros. Quizá creemos en Dios — como casi todos dicen creer — pero no
creemos a Dios, es decir, no obedecemos su Palabra. Esa alternativa se ilustra para nosotros de la
manera más clara en los agudos contrastes de dos relatos bíblicos: primero, Eva en el jardín de
Edén y después, Cristo en el desierto de Judea.

Considere las respuestas de cada uno de ellos cuando fueron confrontados con el desafío de
Satanás respecto a la Palabra de Dios. Satanás llegó a Eva pomo una serpiente, preguntando con
engañadora inocencia: ¿"En verdad dijo Dios, no deben comer de ningún árbol del jardín"? 47 Si
Eva contestaba que sí, ella estaría mintiendo; Dios no había prohibido todos los árboles. Pero un
no rotundo tampoco sería verídico. Así, inconsciente de la trampa que se le, tendía, Eva replicó:
"Podemos comer fruto de los árboles del jardín, pero Dios dijo: No deben comer fruto del árbol
que está en medio del jardín, y no deben tocarlo o morirán". (En su respuesta Eva demostró
conocer la palabra de Dios, aunque la recargó con más detalles, al añadir las palabras "no deben
tocarlo'. Añadir a la Escritura es tan peligroso como quitarle, y esto fue quizá parte de la ruina de,
Eva).

"De cierto no morirán", le reaseguró la serpiente. De cierto, un Dios amoroso no pensaría en algo
tan cruel como eso. No continuó el engañador, "Dios sabe que cuando coman de ese fruto sus ojos
serán abiertos y serán como Dios, sabiendo lo bueno y lo malo".48 Qué propuesta tan irresistible—
sigue siéndolo hoy. Después de todo, Eva fue hecha a imagen de Dios; ¿no debería ella saber lo
que El sabía? ¿Y ser como El? La serpiente sencillamente la estaba ayudando a interpretar lo que
Dios había querido dar a entender desde un principio. Así, Eva sucumbió, creyendo
probablemente que estaba haciendo lo correcto. Adán inmediatamente se unió a ella. : Y esta
tentación ha plagado a la humanidad desde entonces: el deseo de ser como Dios. Dicho

46 Conságralos mediante la verdad: tu palabra es verdad. (John 17:17)


47 Antes de la caída, la serpiente era una criatura astuta pero atrayente, no el menospreciable reptil en el cual se
convirtió después de que Dios lo maldijera.
48 Pero no de ese árbol que está en medio del jardín, pues Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo prueban siquiera,
porque si lo hacen morirán. (Génesis 3:3)
40
simplemente, es el humanismo, la última arrogancia del hombre — su pretensión de poder ser su
propio señor.

Y esto empezó en el Jardín. Satanás continuó induciendo al mal a la humanidad con ese mismo
cebo, como testifica la historia del Antiguo Testamento. Y setenta y cinco generaciones después, el
engañador apareció ante Jesucristo con la misma tentación. El, primer desafío del Diablo fue
simple: "Si tú eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan''. (Una cosa menor
para Aquel quien después multiplicaría unos pocos panes y peces para alimentar a cinco mil).
Pero Jesús entendió que esto no era solamente un desafío a su autoridad, sino una tentación para
escoger lo material sobre lo espiritual. Así que confió solamente en la Palabra de Dios,
contestando: "Está escrito: 'El hombre no vive sólo de pan".49 Una pausa. . Y después un segundo
ataque: el tentador ofreció a Cristo los reinos de este mundo.

(Esta tentación ha causado que hombres hambrientos de poder, desde Alejandro hasta Hitler, se
hayan abierto sangriento paso a lo largo de la historia). Pero de nuevo Jesús contestó desde la
Palabra de Dios: "Está escrito: 'Adorarás al Señor tu Dios y sólo a El servirás"'. 50 Finalmente, el
Diablo se la jugó toda. "Si eres el Hijo de Dios, pruébalo. Tírate desde aquí". Entonces Satanás citó
del Salmo 91: "El mandará sus ángeles para guardarte cuidadosamente". Pero una vez más Cristo
permaneció sobre el firme fundamento de la Palabra. A diferencia de Eva, El citó la Escritura
precisamente: "Dice: 'No tentarás al Señor tu Dios"51 Estas dos grandes confrontaciones con
Satanás nos presentan un claro contraste. Eva sabía lo que Dios había dicho, pero cuando fue
puesta a prueba, desobedeció Su palabra.

Su desobediencia causó la caída de la humanidad. Jesús también sabía lo que Dios había dicho.
Puesto a prueba, obedeció. Confió la totalidad de su vida a la Palabra. Su obediencia - aún hasta la
muerte de la cruz - es el camino para redimirnos de la caída. Si nos presentamos ante la
escogencia de ser como Eva o como Jesús, la mayoría de nosotros se apresuraría a alinearse junto
a Jesús. Nosotros los cristianos por lo común estamos prontos a decir que queremos "ser como
Jesús". Pero si vamos a ser honestos con lo que realmente significan esas familiares palabras de la
escuela dominical, veremos que ellas nos obligan a adoptar las actitudes de El; y eso quiere decir
creer en sumisión a las Escrituras. Pero en lugar de eso, hallamos mil formas para resistir la
verdad, para racionalizar su llamado a nuestras vidas.

Porque bien adentro sabemos que obedecer las Escrituras sin preocuparnos por las
consecuencias es algo penetrante y doloroso. Requiere que muramos al yo y sigamos a Cristo.
Demanda que reconozcamos el pecado en nuestras vidas y que nos arrepintamos
conscientemente de ese pecado. Esta es la primera intersección de importancia en el peregrinaje
espiritual. Muchos prefieren apartarse en este punto, o piensan que pueden vivir la vida cristiana
en sus propios términos — es decir, sin la conversión de actitudes y actos que debe seguir a la

49 Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: Dice
la Escritura: El hombre no vive solamente de pan. (Luke 4:3-4)
50 Jesús le replicó: La Escritura dice: Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás. (Luke 4:8) Temerás a Yavé, tu
Dios; a él servirás, e invocarás su nombre si debes hacer algún juramento. (Deuteronomio 6:13).
51 A continuación el diablo lo llevó a Jerusalén y lo puso en la muralla más alta del Templo, diciéndole: Si tú eres Hijo
de Dios, tírate de aquí abajo, pues dice la Escritura: Dios ordenará a sus ángeles que te protejan; y también: Ellos te
llevarán en sus manos, para que tu pie no tropiece en ninguna piedra. Jesús le replicó: También dice la Escritura: No
tentarás al Señor tu Dios. (Luke 4:9-12)
41
conversión del corazón. No creo que nadie ilustre mejor esto que el hombre del próximo capítulo,
un infame personaje de hace una generación. La 'primera vez que oí de Mickey Cohen fue por el
presidente de la Confraternidad Carcelaria, George Wilson.

George, por años coordinador de las operaciones de negocios de Billy Graham, había conocido a
Cohen en los años cincuenta cuando éste asistió a algunas de las primeras reuniones de la
cruzada de Billy Graham. Después de que George me hubiera contado un episodio jocoso del cual
participó él y Cohen, quedé motivado a leer más acerca de este hombre en crónicas de periódicos
viejos, en la autobiografía de Cohen y en los relatos de otra persona a ,quien usted conocerá en la
historia: Jim Vaus. Criando hice esta pequeña investigación sobre la vida de este personaje
bastante rimbombante, y después, mientras empezaba a reunir material para este libro, me
impactó que la historia de Mickey Cohen, patética pero perfectamente, ilustra lo qué significa el
arrepentimiento genuino y cuán imposible es amar a Dios sin arrepentirse.

PARTE 3: PECADO & ARREPENTIMIENTO


No somos pecadores porque pecamos; pecamos porque somos pecadores.

R.C. Sproul

CAPITULO 8: ¿UN GÁNSTER CRISTIANO?

La mayoría de los presentes en el club nocturno volteó a mirar cuando el grupo entró al Salón
Starlight del Hotel Ambassador. El comediante Buddy Lester hizo una pausa en su acto mientras
rudos guardaespaldas y mujeres extravagantemente vestidas se arremolinaban en torno a un
hombrecito gordinflón cuyas espesas cejas juntas acentuaban sus grandes ojos pardos. Mientras
el grupo se abría un camino sinuoso entre las mesas redondas, manos enjoyadas se extendían
desde todos lados para dar la bienvenida al recién llegado. Aunque ataviado con un vestido gris
perla, hecho por encargo, y exudando una colonia cara, la figura no era imponente.
Aparentemente su presencia sí lo era, pues el jefe de comedor había sentado al parroquiano
obsequiosamente, haciendo reverencias, y le trajo personalmente toallas calientes con las cuales
el hombre frotó su rostro y sus manos meticulosamente, como tratando de borrar los grasosos
apretones de manos que acababa de soportar.

Después, como no dándose cuenta de los aduladores que fumaban y bebían su alrededor, la sobria
figura recibía en su mesa a las estrellas y a estrellas en formación. Mientras sorbía su ginger ale y
daba un vistazo por el salón buscando amigos a quienes pudiera haber echado de menos al entrar,
Jimmy Durante, Sammy Davis, Jr., y Humphrey Bogart se acercaron para compartir con él alguna
risa. Otros, cuyos rostros no eran tan fácilmente reconocibles, se aproximaron a la mesa para
susurrar una pregunta o para apretar una nota doblada en la mano de un guardaespaldas. El
Hollywood de la última parte de los años cuarenta era un pueblo de oropel en la cumbre de su
hechizo. Películas como "12 O'clock High", "Sunset Boulevard", y "All About Eve", estaban
rodándose en sus gigantescos estudios de producción.
42
Las estrellas de cine eran más grandes que la vida, sus pieles, joyas y limosinas, los accesorios
para los papeles que desempeñaban completamente — incluso cuando salían del estudio. Las
columnas de chismes emparejaban actrices y pandilleros, magnates de la industria
cinematográfica e hijas de políticos. Las celebridades medían su status por el número de titulares
en los matutinos dedicados a sus proezas de la noche anterior. Y dentro de este mundo dorado
reinaba una pequeña figura de escasos cabellos y un abrupto acento neoyorquino: Improbable
rey, podía causar sensación aun en el salón Starlight de celebridades. Myer Harris Cohen,
conocido por sus amigos y enemigos como Mickey, pandillero y "chico malo número uno" de Los
Ángeles, había inventado su propio papel en la vida y había escrito el libreto para agradarse a sí
mismo.

Nació pobre en la ciudad de New York, había sido una vez gamberro y hampón en New Jersey.
Después se había trasladado a la costa occidental de los Estados Unidos y había llegado a ser un
gánster de estilo, en la tradición de Al Capone, a quien él tanto admiró. Cohen era de corazón
duro, con un ego inmenso y un sentido innato de auto conservación. Hubo varios intentos de
acabar con su vida; su casa había sido bombardeada; su carro ametrallado. Por 1949, Cohen era
máxima figura del bajo mundo de Los Ángeles, manejando medio millón de dólares diarios de sus
casinos, sus juegos de dados, sus clubes privados de juego, sus juegos legalizados de póker, y del
más grande negocio de corredores de apuestas no sindicalizado de la parte occidental de Chicago.
Tenía una casa lujosa, una esposa elegante, y una consideración pródiga por sus amigos.

Nada sucedía en ese resplandeciente pueblo sin su opinión, porque el carisma de Cohen era el
poder no la apariencia. Sin embargo tenía el encanto de un hermano menor-quien nada desea
tanto como caer bien. La gente que se acercaba a Cohen atraída primeramente por su poder se
sorprendía cuando llegaba a ser su amiga; despiadado como era en el fraude, Mickey era
igualmente generoso y bondadoso con aquellos a quienes quisiera. Pero Cohen había conquistado
su poder con el músculo físico y financiero - y lo retenía haciendo uso de las mismas fuerzas.
Cualquiera del bajo mundo lo sabía muy bien... El director, en la cabina de control, se ajustó sus
auriculares mientras le decía a su asistente que cambiara a cámara dos. Poniendo el micrófono
más cerca de sus labios, se dirigió a uno de los camarógrafos en el piso del estudio de televisión.

"Ahora, Jim, Acércate. Eso está muy bien. Mantén fija esa toma de la cabeza". Al otro lado de la
ventana de la cabina de control, un hombre gordo de pelo gris vestido con un uniforme de sheriff
estaba sentado detrás del elegante escritorio del apretado escenario. Tiras ornamentales de
papel, azules y rojas, colgaba de una mampara detrás de él; una bandera de los Estados Unidos se
levantaba sobre una plataforma a su izquierda. El escritorio ocultaba la amplia panza que fatigaba
los botones de su tiesa camisa gris, pero las relumbrantes luces reflejaban el sudor que se
acumulaba en su grande y semicalva frente. Estaba obviamente concentrándose para mantener su
mirada al frente y obedecer las órdenes del director de "hacer de cuenta que estaba hablando con
su vecino". "La mayoría de ustedes siente lo mismo que yo por Los Ángeles", estaba diciendo.

"Es la cosa más parecida al Paraíso que hay en esta tierra de Dios. Pero una vieja y enorme
serpiente ha logrado enrollarse alrededor de esta ciudad. El nombre de esa serpiente es el crimen
organizado. Durante mi primer período fui tras él, como dije que lo haría. Hoy estamos
precisamente al punto donde casi podemos cortar la cabeza de ese parásito. Tan sólo necesitamos
deshacernos de su hombre número uno. Así que si ustedes me eligen el próximo martes, lo
43
primero que haré será librarnos para siempre del jefe del bajo mundo aquí -Mickey Cohen". En la
cabina el director sonrió afectadamente, y el ingeniero de sonido serió con una risita ahogada,
observando a los dos hombres que estaban a los costados del escenario al otro lado del brillante
círculo de luz guiado hacia el sheriff. El asistente del director, con su tablilla de notas en la mano,
se acercó a las figuras de las sombras y se dirigió al más bajo de los dos.

¿"Piensas desaparecer, Mickey"? "De seguro. Lograr que Tumbleweed sea electo no ha sido un
paseo. Me merezco unas vacaciones". El sudoroso sheriff a quien Mickey Cohen tenía en el bolsillo
lo había denunciado convincentemente, así como lo habían instruido para que hiciera. La difusión
valdría el precio que Cohen había pagado. Esta clase de drama no era nada fuera de lo común
para Mickey Cohen. Desafortunadamente, muchos de sus otros escenarios eran más siniestros.
Uno de ellos, un "trabajito" que había tenido en 1949, causaría la primera grieta en la base de su
poder. La situación giró alrededor de Alfred Pearson, propietario de un taller de reparación de
radios en Los Ángeles. Pearson era un avaro quien no disfrutaba tanto como de un buen litigio
seguido de una privación del derecho de redimir una hipoteca.

Había llevado a cabo varios pleitos fastidiosos contra la ciudad de Los Ángeles, y en un caso había
tenido éxito en embargar la casa de una viuda llamada Elsie Philips valorada en $4.000 dólares,
por una factura de reparación de $9.00 dólares que ella le debía. Con el' paso del tiempo, el
alcalde de Los Ángeles decidió que el tan publicitado caso perjudicaba su ciudad y que había
tenido bastante de Alfred Pearson. Así que el alcalde Fletcher Brown dio instrucciones al jefe
ejecutivo para que la comisión policial y otro de sus tenientes políticos se pusieran en contacto
con Mickey Cohen en relación con el asunto.52 Mickey, quien odiaba la crueldad de Pearson para
con los pobres, se ofreció graciosamente a "noquearlo", pero el alcalde no quería que Pearson
muriera, solamente aporrearle una pulgada de su vida.

Mickey pensó que ésta sería una forma ineficaz de resolver el asunto, pero el comisionado de
policía le prometió que no habría ni un polizonte a una milla del taller de Pearson cierto sábado
entre las doce y la una de la tarde; Mickey y sus muchachos podían "llevar a cabo este negocio"
sobre Pearson en buen estilo. Puesto que disfrutaba hacer de "Robín Hood", Mickey convino.
(Posteriormente compró de nuevo la casa de la señora Philips, para ella, cuando se le insinuó que
esto vendría bien a su imagen). Mickey y sus socios llegaron al taller el día y hora señalados.
Mickey entró solo primero. El dueño del taller estaba trabajando en la parte trasera del almacén
detrás de una rejilla de hierro cerrada con llave que separaba el taller de reparación de la sala de
muestra donde se exhibían radios y televisores nuevos.

Mickey le solicitó cortésmente al hombre que viniera a hablar con él, pero Pearson rehusó salir de
detrás de la rejilla. Cohen salió, esperó quince minutos, y envió a un socio — un hombre de baja
estatura, con un lápiz detrás de la oreja, que posaba de reportero. Cuando el pequeño sujeto tuvo
éxito en atraer a Pearson para que saliera de su plaza fuerte, los otros entraron. Con bates de
béisbol y cadenas de hierro, los muchachos de Cohen metódicamente rompieron los brazos de
Pearson y sus piernas, y le abrieron el cráneo. Tomándose todo su tiempo para ello, dieron golpe
tras golpe con un calmado recital de los procesos judiciales del hombre. Pearson gritaba pidiendo
ayuda, maldecía, y prácticamente rompió toda su tienda en sus intentos de escapar. El ruido

52 Esta versión del incidente con Pearson es tomada de la autobiografía de Cohen.


44
atrajo a los vecinos; pronto unos trescientos circunstantes estaban reunidos frente al almacén,
pero ninguno intervino para defenderlo.

Al contrario, animaban a Cohen y a sus muchachos como si fueran un ejército liberador. Sin
embargo, alguien que no estaba al corriente de las costumbres de los negocios de Pearson llegó al
final de la golpiza, vio al hombre sangrante arrastrándose en la puerta del almacén, y corrió a
buscar la policía. Cohen, por supuesto, ya había abandonado la escena. Dos policías novatos
aprehendieron a los muchachos de Mickey a unas pocas cuadras del almacén, les ordenaron salir
del carro, y los agruparon en la acera. Al encontrar los bates ensangrentados y descubrir, a partir
de las placas, que el vehículo había sido robado, los policías pensaron que habían hecho fracasar
la fechoría más grande desde los tiempos de Dillinger. Haciendo sonar la sirena de la patrulla, se
apresuraron a llevar a los hombres a la estación de policía de Wilshire.

Mientras los policías habían estado requisando a los hombres en la acera, un fotógrafo aficionado
llegó por casualidad, disparó él obturador de su cámara, y llevó la fotografía al periódico Times de
Los Ángeles. Un veterano periodista de la sección policial que estaba de turno echó un vistazo a
las fotos y reconoció con júbilo a los hombres como gamberros de dos escalones más altos de la
organización de Cohen. Mientras tanto, Mickey estaba en el Slapsie Maxie's, un club que estaba
usando temporalmente como oficina. Cuando oyó del arresto, llamó al capitán de la estación
Wilshire e hizo que sus hombres fuesen puestos en libertad. No fue mucho problema, puesto que
el capitán estaba en su nómina, pero el profesional que había en Mickey desaprobaba cualquier
trabajo mal hecho. Para su perjuicio, Mickey se enteró de cuán malo había resultado todo.

El periódico Times publicó la foto y dio a conocer la historia implicándolo a él y a la policía y


forzando a las autoridades a arrestarlo y a procesarlo, el proceso, el jurado pronunció como
veredicto: "No culpable", pero el incidente con Pearson le había dado a Mickey el tipo de
publicidad que no deseaba — y éste regresaría para molestarlo.53 A altas horas de la noche de ese
mismo año, 1949, Cohen recibió una llamada telefónica de uno de sus empleados, un hombre
llamado Jim Vaus. Vaus era un mago de la electrónica, uno de los primeros en lograr intervenir
comunicaciones. Había trabajado primero para la policía en investigaciones de crímenes, después
para las estrellas de Hollywood que buscaban evidencias para procesos de divorció, y finalmente
para Cohen y otras figuras del bajo mundo,

Ni siquiera un empleado tan valorado como Vaus se hubiera atrevido a llamar a Cohen tan tarde
en la noche a menos que lo que hubiese tenido en mente no fuera urgente. El pandillero invitó a
Jim y a su esposa, Alice, a venir a su casa de Brentwood inmediatamente. En la sala de recibo de
Cohen, Jim Vaus le explicó que había asistido a algo llamado la Cruzada de Billy Graham en el
centro de Los Ángeles y se había convertido en cristiano. Mickey era judío y consideraba que
todos los gentiles eran cristianos. Le dijo que no entendía de qué estaba hablando Vaus. <Jim le
explicó que llegar a ser cristiano involucraba un compromiso personal con Jesucristo como
Salvador y Señor.> Mickey hizo una pausa, después sonrió con indulgencia. "Es bueno escuchar
eso, Jim. En cuanto a mí concierne, este pequeño judío esta cien por ciento contigo.

53 Procesado varias veces por homicidio, robo a mano armada, y asalto, Mickey Cohen nunca fue convicto por
ningún delito violento.
45
Todo lo que me gustaría que me prometieras es que no quiero oír jamás que has vuelto atrás".
"Pues, estoy dejando todo", dijo Vaus. Mickey no sabía lo que significaba "todo". La renuncia de
Jim Vaus a su vida delincuente lo obligó a ir y enfrentarse — o, como dirían ellos, a traicionar — a
otras figuras, del bajo mundo no tan comprensiva como Mickey. Por ejemplo, Vaus debía viajar a
St. Louis esa semana para un trabajo que consistía en ensanchar un negocio de apuestas en las
carreras de caballos que ya había producido enormes ganancias líquidas de dinero para Jim y
para varios socios del bajo mundo. Cuando Jim llamó a sus socios de St. Lotus, les contó de su
conversión y que no iba, ellos le aseguraron que frían... a por él. Un día, así como esperaba, los
hampones llegaron. Le dijeron a Vaus que era el momento de arreglar cuentas y que esperaban
que saliera sin resistirse.

Jim sabía que a ellos les habían ordenado o lisiarlo o matarlo. El se presentó y en las gradas de la
entrada de su casa, por cuarenta y cinco minutos les contó lo que le había sucedido a él; cómo
Jesucristo había transformado su vida. Al final de su relato, los gamberros dieron media vuelta y
se fueron. Jamás regresaron. El extraño "buen muchacho" que había en Mickey se reveló al
respaldar la decisión de Vaus por Cristo, al dejarlo libre de su "empleo". Por supuesto, como de
costumbre, sus motivos eran mixtos. Cohen nada amaba más que relacionarse con gente famosa,
y el joven evangelista Billy Graham estaba convirtiéndose en motivo de interés para los
periódicos locales. La estrella de la radio, Stuart Hamblen, un vaquero con reputación de
borrachín habitual y fuerte bebedor, había hecho una decisión por Cristo en la Cruzada e
inmediatamente radiodifundió la noticia de su reformación á sus muchos radioyentes.

Como resultado de ésta y de las conversiones de otras celebridades, el joven Graham estaba en
camino de convertirse él mismo en una celebridad. Mickey le preguntó a Vaus si le podría
presentar a "ese tipo que está convirtiendo a toda esa gente famosa". A través de una serie de
circunstancias, Mickey conoció a Graham. Intrigado, el pandillero convino escuchar predicar al
evangelista en una reunión privada de un grupo de la gente de Hollywood que incluía a Stuart y a
Suzy Hamblen así como a las estrellas de las películas de vaqueros Roy Rogers y Dale kvans. Sin
saber qué esperar, Mickey no quería que su asistencia fuese dada a conocer —un deseo poco
común de su parte. Por eso se hicieron intrincados arreglos para llevarlo a la reunión sin que lo
siguiera un grupo de periodistas. Primero, los Hamblens llevaron a Graham y a su asociado,
George Wilson, a la esquina de una calle señalada en la parte baja de Hollywood.

Billy se quedó en el carro; George Wilson descendió y esperó de pie en la acera. Un Cadillar verde
oscuro, de la época cuando los Cadillacs se parecían a las góndolas del túnel del amor de un
parque de diversiones, llegó a la curva. La puerta se abrió y Wilson entró por la puerta trasera.
Ahí Mickey Cohen lo saludó cordialmente. A continuación, Cohen se inclinó hacia adelante y
susurró algo al oído del conductor. El hombre salió, caminó hacia el auto de Hamblen y habló con
él. George pudo verlos a ambos gesticulando, hablando en voz baja. Después el chofer de Mickey
regresó y se reubicó detrás del volante. Repentinamente ambos vehículos se pusieron en marcha,
haciendo chillar las llantas y doblando la primera curva sobre apenas dos ruedas. Un grupo de
reporteros se había enterado de los planes de Cohen y el pequeño hambre estaba decidido a
zafarse de ellos.

Stuart Hamblen, más que obligado, disfrutando la persecución de alta velocidad, escogió
deliberadamente una ruta que puso ambos carros en embestida a volar sobre empinadas colinas
46
y a rugir haciéndolos enterrar el estómago en las llantas traseras. George Wilson, un hombre de
un temperamento determinadamente sereno, trató de mantener su mirada sobre la carretera a
medida que el carro se mecía precipitadamente por las colinas de Hollywood, pero sus ojos
fueron sorprendidos por una caja gigante de pañuelos desechables color rosa que estaba entre él
y Cohen en el asiento posterior. Seguramente ningún pandillero usaba pañuelos rosados, pensó.
El había visto ametralladoras en estuches de violín en las películas; quizás los hombres del bajo
mundo en la vida real usaban cajas de pañuelos desechables para armas más pequeñas... como
revólveres.

Apartándose 'un poco de 'la caja, Wilson fijó sus ojos en la dudosa comodidad que producía un
paisaje que volaba. Después de quince minutos de creativa conducción aérea, los dos automóviles
finalmente perdieron de vista a la jauría de reporteros y llegaron a la casa de Holmy Hills, un
productor, Mickey, quien había notado que la carrera no había molestado al hombre de Graham -
aunque Wilson sí parecía tener aversión a los pañuelos desechables - se determinó a permanecer
junto a tal tipo tan frío durante el curso de la reunión. Cincuenta o sesenta personas se
apretujaban sobre las sillas y sobre el piso para oír a Billy Graham. Después de que el joven y alto
predicador finalizara su mensaje del evangelio, J. Edwin Orr, otro evangelista, se puso de pie para
hacer una invitación. También invitó a las personas que estaban simplemente interesadas en
conocer más sobre el cristianismo a que levantaran sus manos; quería regalarles copias del
Evangelio de Juan.

Mickey le dijo al oído a su nuevo amigo, George Wilson, que le gustaría una copia. George insistió
en que si Mickey quería una tendría que levantar su propia mano. Impresionado por lo que había
conocido esa noche del cristianismo, el pandillero así lo hizo. La conversión de Jim Vaus lo
condujo a hacer restitución por los delitos que había cometido. Había robado equipos
electrónicos por valor de $15.000 dólares de la Compañía de teléfonos y de una estación de radio
local. Vendió In casa y su carro para pagar el dinero. Cuando apareció una nota en el periódico
sobre sus actos, recibió una llamada de Cohen. ¿"Cómo vas a andar por ahí sin carro, Jim"? le
preguntó Mickey. "Pues, los buses y los tranvías todavía están andando". "Seguro, pero mira,
déjame prestarte un carro". "Gracias, Mickey, pero no".

¿"Por qué no"? le preguntó su antiguo jefe. "Estoy trabajando ahora para un nuevo jefe, Mickey.
Hay nuevas reglas. No puedo aceptar nada que alguien haya conseguido .por medio del delito".
"Pero, ¿qué vas a hacer? Estás en la olla. Apenas estoy tratando de ayudarte, como amigo". Vaus le
dijo a Mickey que no se preocupara por él, que Dios podía suplir todas sus necesidades. Después
habría de decirle lo que había pasado cuando los chicos de St. Louis fueron a buscarle. "Si el Señor
puede hacer todo eso por mí, Mickey, ¿por qué debo preocuparme por algo tan pequeño como la
plata"? "Eso es un acontecimiento fabuloso, lo admito", dijo Cohen lentamente, "pero me
necesitas, no seas estúpido, llama". Cuando esto sucedió, Mickey era quien necesitaba ayuda. El
incidente con Alfred Pearson había fustigado el interés del gobierno federal en Mickey Cohen, y
finalmente estaba sindicado de evasión de impuestos.

Mientras las autoridades no pudieron probarle nada, el instituto de investigaciones del tesoro
hizo un detallado trabajo probando que Mickey había gastado mucho más de lo que había
declarado como ingresos. En 1951, Cohen fue convicto y sentenciado a cinco años de cárcel. Sin
embargo, mientras estaba en la cárcel, Mickey continuó operando, asegurándose, por medio de
47
sus conexiones del bajo mundo, de que su obsesión por la limpieza fuera tenida en cuenta. Mickey
usaba pañuelos desechables constantemente para protegerse del sucio, del polvo, y casi que de la
sensación misma del tacto. No podía abrir una puerta a menos que hubiera puesto un pañuelo
sobre el tirador de la misma, ni contestar el teléfono hasta que hubiese envuelto el receptor con
un pañuelo. En la cárcel a Mickey le fue permitido bañarse tres o cuatro 'veces al día y se le daba
diariamente seis rollos de papel higiénico para que los usara en lugar de sus cajas de pañuelos
desechables.

Cuando Mickey salió de la cárcel en octubre de 1955 ya no tenía su poder en Los Ángeles, ni el
músculo para recuperarlo. Pero todavía suspiraba por la gran vida. Concluyó hoscamente: "Si no
puedo vivir mi vida, me da igual volver a la cárcel". Pero de ahí en adelante los investigadores del
tesoro llevaban cuenta de cada centavo que gastaba. Jiin Vaus llamó a Mickey poco tiempo
después de su salida y le ofreció su ayuda, incluyendo el préstamo de un carro. Recordando la
respuesta de Vaus a la misma oferta unos pocos años atrás, Mickey le devolvió: "Los buses y los
tranvías todavía andan, ¿no es cierto?". Pero Mickey aceptó, el préstamo. Vaus también abasteció
de víveres el apartamento de Mickey y le permitió funcionar en la oficina donde Vaus ahora
llevaba a cabo un ministerio para jóvenes.

Antes de que Mickey fuera a la cárcel, Vaus le había presentado al más destacado líder cristiano
laico de Los Ángeles, W.C. Jones. Bill Jones era un hombre pequeño, impecablemente presentado,
de frente amplia, nariz recta y ojos diseñados para mirar la distancia. Rescatado por Cristo de la
adicción al alcohol y al juego, en el pasado Jones había efectuado innumerables apuestas en los
negocios de Mickey. Estaba bien calificado para hablar con el pandillero sobre el poder de Cristo
para transformar vidas. Bill Jones asumió a Mickey como un proyecto especial después de que
éste saliera de la cárcel, dedicando horas para cultivar su amistad. Mickey parecía estar
cambiando. Por lo menos prestaba más atención a aquellos que verdaderamente deseaban su
bienestar de corazón. También, él siempre había sido extrañamente caritativo, consiguiendo
fondos para los combatientes por la libertad de Israel, donando fondos para hospitales, enviando
canastas de obsequios.

Ahora parecía Ver que lose actos personales de caridad no podían compensar un vida
delincuente. Fue con el oficial encargado correspondiente de vigilarlo durante su período de
libertad condicional a hablar en los campos de delincuentes juveniles sobre el trágico curso que
estaban siguiendo. Viendo esta nueva corriente dentro de Mickey, y 'después de pasar horas con
él, Bill Jones le urgió que comprometiera su vida crin Cristo. Le explicó el plan divino de
'salvación, empezando por decirle a Mickey que Dios lo adiaba y que tenía un plan maravilloso
para su vida. Mickey pensó que eso era magnífico. Entonces Jones le dijo que era pecador, como
toda la humanidad, y separado de Dios. Mickey tuvo problemas con eso. Por una cosa, era judío, y
un judío era alguien del pueblo escogido de Dios.

¿Cómo podría él estar separado del Dios de los judíos? Además, él no era un tipo tan malo.
"Siempre lucho por lo mejor. Aun con mí limitada educación. . Siempre procuro hacer las cosas de'
un modo profesional... quiero decir, tengo mis propios principios sobre las cosas. Como cuando yo
cometía un asalto, pensaba mal de mí mismo si alguien quedaba por ahí herido. Yo trabajaba
limpio, ves... especialmente después de mis días en Cleveland y Chicago, nunca fui una persona
que tomara la vida de nadie a menos que fuera absolutamente algo que debía hacerse... nadie que
48
me conociera dijo jamás que Cohen no era de lo mejores le dijo que ese no era exactamente el
asunto. Pasó a explicarle sobre la provisión de Dios para el pecado del hombre en Jesucristo y que
Mickey tenía que recibir individualmente a Cristo como su Salvador y Señor para que pudiera
conocer y experimentar el amor de Dios y Su plan para su vida.

Bill citó Apocalipsis 3:20: "He aquí yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz, y abre la
puerta, yo entraré a él". "Eso quiere decir tú también, Mickey", le dijo Bill Jones. "Tú dices que no
eres la clase de gente que generalmente le gusta a Billy Graham y a la gente de la iglesia. Pero no
se trata de ellos; se trata de Cristo, y El dice si alguno". "Qué bien", dijo Mickey, "me encanta oír
eso'. "Pero tienes que actuar con base en eso, Mickey", dijo Jones. "Esta se llama la oración del
penitente. Si la repites después de mí, puedes saber aquí y ahora que habrás renacido como hijo
de Dios. Vivirás en el cielo para siempre. Tú has visto la gran vida, Mickey, pero ninguno de
nosotros ha visto nada como el cielo. Así que, ¿vas a orar conmigo?". Para sorpresa' y deleite de
Bill, Mickey repitió la oración. ¿Se había Mickey Cohen, el famoso gánster de Hollywood,
convertido en cristiano?

Bill Jones estaba convencido de que la decisión de Mickey era genuina. ¡Qué testimonio! Cuando la
noticia regó por toda la comunidad cristiana, hubo una respuesta jubilosa. ¡Qué trofeo! En un
tiempo cuando la iglesia evangélica rara vez era noticia, este caso era un titular. Pero Jones
también sabía que Mickey tenía urgente necesidad de más enseñanza sobre la vida cristiana.
Llamó a Jim Vaus y discutieron la posibilidad de llevar a Mickey a New York para que se reuniera
con Billy Graham, quien pronto iba a empezar una cruzada en el Madison Square Garden. Vaus
convino en ayudar a pagar los gastos de Mickey en New York. En unos pocos días Cohen había
volado al este y se había mudado al Waldorf Astoria. Graham se reunió con él Y en una sesión
maratónica trató de explicarle el significado de lo que Mickey había hecho en su oración con Bill
Jones.

Aunque Mickey fue amable, Graham sintió una pared interior de resistencia que no podía ser
escalada. Sin embargo, Mickey se apareció dos días después en la cruzada de Graham en el
Garden, acompañado de varios guardaespaldas y de una tropilla de periodistas. La especulación
era general: ¿Iría Mickey Cohen hacia adelante, haciendo público su compromiso? Mickey trató de
llegar a la parte posterior de la tarima para hacerse fotografiar con Graham. El evangelista, quien
pasaba el tiempo anterior a la predicación en oración y meditación, rehusó sabiamente permitir
que se le acercaran los fotógrafos. Mickey entonces fue escoltado hacia un área reservada para
invitados especiales. No importa cuáles hayan sido los motivos de Cohen para asistir, se quedó,
aunque obviamente desagradado por la falta de un mejor tratamiento.

Y estaba completamente incómodo, porque el Espíritu de Dios estaba obrando; el mensaje de


Graham parecía particularmente apropiado para el disgustado pandillero con la caja gigante de
pañuelos desechables a su lado. "Usted y yo merecemos en infierno", tronaba Graham. "Usted y yo
merecemos pasar la eternidad separados de Dios… oh sí, las Escrituras enseñan que usted es
pecador. También yo...Usted puede pensar que es una persona buena y correcta y que no ha hecho
nada digno de condenación. Usted puede decir, soy honesto en mis negocios, amo a mis hijos,
hago donaciones. Pero no hay espacio intermedio entre el cielo y el infierno. Usted está en camino
para el uno o para el otro...La Biblia nos muestra el ejemplo perfecto de un hombre que quería
49
escapar de su responsabilidad por su propio pecado delante de Dios - el gobernante romano,
Pilato.

Después de que Jesús hubiese sido juzgado por el Sanedrín, fue llevado ante Pilato. Pero Pilato era
exactamente como usted y como yo; quería permanecer neutral. Declaró a Cristo inocente,
después tomó una vasija de agua y se lavó las manos en frente de toda la multitud. 'Estoy lavando
mis manos de la sangre de este hombre justo', dijo. Entonces permitió que Cristo fuera llevado y
crucificado. La tradición nos cuenta que Pilato pasó los últimos años de Su vida en las montañas
de Suiza lavando sus manos constantemente. Cuando alguien le preguntaba: ¿`Qué estás
haciendo'? él contestaba: "Estoy tratando de quitar de mis manos la mancha de la sangre de
Jesucristo'. Por toda la eternidad Pilato tratará de quitarse la mancha de la sangre, pero nunca
podrá. Esta noche usted tiene que hacer su escogencia.

Cada hombre, cada mujer, cada muchacho y cada muchacha, ustedes habrán de hacer su
escogencia entre el placer y Cristo, entre las diversiones y Cristo, entre la popularidad y Cristo,
entre el dinero y Cristo. Cualquier cosa que sea lo que los esté apartando del Reino de Dios,
ustedes habrán de hacer una escogencia esta noche, y si usted rehúsa hacer la escogencia, ese
mismo acto significa que ya la habrá hecho". Por un momento santo, impetuoso, descabellado,
Mickey Cohen quiso coger su caja gigante de pañuelos y echarla lejos para siempre. Pero al
momento siguiente, se halló a sí mismo sacando bruscamente varios pañuelos y frotando
suavemente su frente, su nuca, sus manos, y deseando poderse quejar fuera de ahí.

Soportó con paciencia el resto del servicio por la vanagloria de llevar afuera a los periodistas y de
hacer que su foto fuera tomada bajo el aviso que llevaba el nombre de Billy Graham. Después de
regresar a Los Ángeles, Mickey abandonó a Bill Jones y se puso en contacto con Jim Vaus menos
frecuentemente. Comenzó otra vez a haraganear con sus viejos amigos del bajo mundo. Esto dejó
perplejo e indispuesto a Jones, quien fue a Mickey y le dijo que como nuevo cristiano debería
estar poniendo tanto espacio como fuera posible entre él y sus conexiones con la chusma. "Jones",
replicó Mickey: "Tú nunca me dijiste que tenía que abandonar mi carrera. Nunca me dijiste que
tenía que abandonar a mis amigos. Hay estrellas cristianas de cine, atletas cristianos, hombres de
negocios cristianos.

Así que, ¿qué tiene de malo ser un gánster cristiano? Si tengo que abandonar todo eso — si así es
el cristianismo — no cuentes conmigo".

CAPITULO 9: ¿QUE PASO CON EL PECADO?

Mickey Cohen vivió tranquilamente sus últimos años en su casa suburbana de Los Ángeles,
muriendo de cáncer el 29 de julio de 1976. Mickey estaba solo cuando abandonó este mundo. Su
esposa se había divorciado de él hacía años, no hubo ningún clamoroso tropel de reporteros, ni
bailarinas, ni guardaespaldas. Las tan publicitadas crónicas de las hazañas de Mickey se habían
desvanecido en la memoria; aun su público coqueteo con el cristianismo se había vuelto un
cuento menor enterrado en un viejo microfilme de periódico. Por qué Mickey estuvo al principio
atraído por el cristianismo probablemente nunca lo sabremos. Quizá lo vio como un medio para
alcanzo la respetabilidad que nunca lograría por sí mismo. Quizá vio un destello de esperanza y
50
poder real. Sea lo que fuere, la imagen de Jesús tocando la puerta fue tan imponente para él como
lo ha sido para millones de personas a lo largo de los siglos; y empezó a abrir esa puerta, sólo
para descubrir que hacerlo involucraba una escogencia.

Debía rendirse a sí mismo o cerrar la puerta. Cuando finalmente entendió lo que se demandaba
de él, lo que significaba el arrepentimiento, cerró la puerta. Mickey Cohen no se pudo arrepentir.
Aunque la vida de Cohen parezca el guión de una película, el punto crucial de esta dramática
historia es que, en el corazón, cada uno de nosotros es exactamente como Mickey Cohen —
pecador y luchando con el arrepentimiento. Sí, él era rimbombante y neurótico, una figura del
hampa culpable de los delitos mencionados. Sí, su culpa hizo titulares, sus pecados fueron del
conocimiento público (aunque algunos de nosotros también hemos experimentado eso). Pero al
formular su picante, cómica y extravagante pregunta ¿"Qué tiene de malo ser un gánster
cristiano"? Cohen estaba haciendo eco a millones de cristianos profesantes quienes, a pesar de no
querer admitirlo, a lo largo dé sus mismísimas vidas plantean la misma pregunta.

No sobre ser pandilleros cristianos, sino sobre ser versiones cristianizadas de cualquier cosa que
ya son — y que están decididos a seguir siendo. C.S. Lewis llamó a estos híbridos "cristianos
unidos a Cristo con un guión". Y, como Mickey, no podemos amar a Dios — no podemos
obedecerle — y seguir siendo lo que somos. Debemos arrepentirnos. Para la mayoría de nosotros,
la palabra "arrepentimiento" conjura imágenes de monjes medievales vestidos de penitentes y
ceniza o como los profetas del Antiguo Testamento, rasgando sus vestiduras con angustia. O
vemos el arrepentimiento como algo que alguien "realmente impío" — como Mickey Cohen —
debe hacer para sanear su vida corrupta. Pero el arrepentimiento es mucho más que la auto-
flagelación, más que el remordimiento, más que la honda tristeza por pecados pasados; y atañe a
todos.

La palabra bíblica para arrepentimiento es "metanoia" en el griego original. Meta significa


"cambio" y noia significa "mente", así, literalmente significa "un cambio de mente". Un erudito de
la iglesia lo describe como "ese poderoso cambio de mente, corazón y vida producido por el
Espíritu de Dios".54 De esta manera, el arrepentimiento está colmado de implicaciones radicales,
porque un cambio fundamental de la mente no solamente nos aparta del pasado pecaminoso,
sino transforma el propósito de nuestra vida, los valores, la ética y los actos a medida que
empezamos a ver el mundo a través de los ojos de Dios en vez de por los nuestros. Ese tipo de
transformación requiere la última rendición del yo. El llamado al arrepentimiento — individual y
corporal — es uno de los temas más consistentes de la Escritura.

El Antiguo Testamento contiene vívidos relatos de reyes y profetas, sacerdotes y el pueblo


cayendo ante Dios para clamar misericordia y prometer cambiar. La exigencia del
arrepentimiento es clara en los mandamientos de Dios a Moisés,55 y su realidad arraigada en el
corazón. Su pasión fluye a través de la elocuente oración de contrición de David. 56 Es el

54 Richard Trench, Arzobispo de Dublín.


55 Entonces confesarán su maldad y la de sus padres; reconocerán que me han traicionado y se han enfrentado
conmigo, y que yo también me enfrenté con ellos y los desterré al país de sus enemigos. ¡Ojalá que se humillen los
corazones incircuncisos y acepten el castigo de su maldad! (Lev 26:40-41)
56 Ten piedad de mí, oh Dios, en tu bondad, por tu gran corazón, borra mi falta. Que mi alma quede limpia de malicia,
purifícame de mi pecado. Pues mi falta yo bien la conozco y mi pecado está siempre ante mí;" contra ti, contra ti sólo
51
consistente estribillo de los profetas. El arrepentimiento es asimismo la idea fundamental del
57

Nuevo Testamento. Es el único mensaje de Juan el Bautista: "Arrepentíos, porque el reino de los
cielos se ha acercado".58 Y de acuerdo con el Evangelio de Marcos:"Arrepentíos y creed las buenas
nuevas", estaba entre las primeras palabras públicas de Jesús.59 Y sus últimas instrucciones a sus
discípulos antes de la Ascensión incluyeron el mandato de predicar arrepentimiento y perdón de
pecados en su nombre a todas las naciones.

Por todo, las palabras "arrepentirse" o "arrepentimiento" aparecen más de cincuenta veces en el
Nuevo Testamento. El arrepentimiento es una consecuencia ineludible de la regeneración, una
parte indispensable del proceso de conversión que tiene lugar bajo el poder redarguyente del
Espíritu Santo. Pero el arrepentimiento también es un estado continuó de espíritu. Se nos dice,
por ejemplo, que nos arrepintamos antes de participar en la comunión.60 También los creyentes

pequé, lo que es malo a tus ojos yo lo hice. Por eso en tu sentencia tú eres justo, no hay reproche en el juicio de tus
labios. Tú ves que malo soy de nacimiento, pecador desde el seno de mi madre. Más tú quieres rectitud de corazón, y
me enseñas en secreto lo que es sabio. Rocíame con agua, y quedaré limpio; lávame y quedaré más blanco que la
nieve. Haz que sienta otra vez júbilo y gozo y que bailen los huesos que moliste. Aparta tu semblante de mis faltas,
borra en mí todo rastro de malicia. Crea en mí, oh Dios, un corazón puro, renueva en mi interior un firme espíritu. No
me rechaces lejos de tu rostro ni me retires tu espíritu santo. Dame tu salvación que regocija, y que un espíritu noble
me dé fuerza. Mostraré tu camino a los que pecan, a ti se volverán los descarriados. Líbrame, oh Dios, de la deuda de
sangre, Dios de mi salvación, y aclamará mi lengua tu justicia. Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza.
Un sacrificio no te gustaría, ni querrás si te ofrezco, un holocausto. Mi espíritu quebrantado a Dios ofreceré, pues no
desdeñas a un corazón contrito. Favorece a Sión en tu bondad: reedifica las murallas de Jerusalén; entonces te
gustarán los sacrificios, ofrendas y holocaustos que se te deben; entonces ofrecerán novillos en tu altar. (Psa 51)
57 Véase Ezequiel 18:19 – 32, y toda la literatura profética de Isaías a Malaquías: Ustedes me preguntan: ¿Por qué el
hijo no carga con el pecado de su padre? ¡Pero si el hijo se comportó conforme al derecho y a la justicia, observó
todos mis mandamientos y los puso en práctica! Debe pues vivir. Quien debe morir es el que peca; el hijo no carga con
el pecado del padre, y el padre no cargará con el pecado del hijo. El mérito del justo le corresponderá sólo a él, y la
maldad del malo, sólo a él. Si el malvado se aparta de todos los pecados cometidos, se dedica a observar todos mis
mandamientos y se comporta de acuerdo al derecho y a la justicia, vivirá y no morirá; se echarán al olvido todos los
crímenes que cometió y, debido a la justicia que haya practicado, vivirá. ¿Creen ustedes que me gusta la muerte del
malvado? dice Yavé. Lo que me agrada es que renuncie a su mal comportamiento y así viva. En cambio, si el justo se
aparta de su justicia y se dedica a hacer el mal, si comete las mismas fechorías que cometía el malo, serán dadas al
olvido todas las obras de justicia que practicó. Morirá a causa de la infidelidad de la que se hizo culpable y del pecado
que cometió. Ustedes dicen: La manera de ver las cosas que tiene Yavé no es la correcta. Oigan, pues, gente de Israel:
¿así que mi manera de ver las cosas no es correcta? ¿No lo será más bien la de ustedes? Cuando el justo se aparta de
la justicia y comete el mal y por eso muere, muere por culpa de la injusticia que cometió. Del mismo modo, si el
malvado se aparta de la mala vida que llevaba y actúa según el derecho y la justicia, vivirá. Si se aparta de todas las
infidelidades que cometía, debe vivir, pero no morir. La gente de Israel dice: La manera de ver las cosas que tiene el
Señor no es justa. ¿Así que mi manera de ver las cosas no es justa, gente de Israel, no será más bien la de ustedes?
Juzgaré a cada uno de ustedes de acuerdo a su comportamiento, gente de Israel, dice Yavé. Corríjanse y renuncien a
todas sus infidelidades, a no ser que quieran pagar el precio de sus injusticias. Lancen lejos de ustedes todas las
infidelidades que cometieron, háganse un corazón nuevo y un espíritu nuevo; ¿o es que quieren morir, gente de
Israel? A mí no me gusta la muerte de nadie, palabra de Yavé; conviértanse y vivirán.
58 Es a Juan a quien se refería el profeta Isaías cuando decía: Una voz grita en el desierto: Preparen un camino al
Señor; hagan sus senderos rectos. (Mat 3:3)
59 Después de que tomaron preso a Juan, Jesús fue a Galilea y empezó a proclamar la Buena Nueva de Dios. (Mar
1:14)
60 Por tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del Señor.
(1Co 11:27)
52
"prueban su arrepentimiento con sus obras". Sin una actitud continua de arrepentimiento un
61

deseo persistente de apartarnos de nuestra propia naturaleza y buscar la naturaleza de Dios - el


crecimiento cristiano es imposible. Amar a Dios es imposible. Si todo esto es cierto, entonces,
algunos podrían preguntar, ¿por qué se predica tan poco el arrepentimiento y por qué es tan poco
entendido?

Yo creo que hay tres razones.

1. El afamado historiador de la iglesia J. Edwin Orr resume la primera: "el llamado del
evangelismo moderno es "no al arrepentimiento, sino al alistamiento". 62 Para decirlo aun
más directamente, algunos evangelistas ven a los convertidos como trofeos de caza mayor
y miden su éxito por números; es decir, no quieren ahuyentar a su presa. Un líder cristiana
quien se le preguntó por qué nunca mencionaba él arrepentimiento, sonrió y replicó:
"Cógelos primero, déjalos que vean lo que es el cristianismo, y después verán su necesidad
de arrepentirse". Trágicamente, esta actitud penetra la iglesia no sólo porque estamos
temerosos de que la verdad espante a los recién llegados, sino porque también podría
hacer salir de sus cómodas bancas a un grupo de los cabeceantes de costumbre. El
arrepentimiento puede ser un mensaje amenazante - y con razón el Evangelio debe ser las
malas nuevas del convencimiento de pecado antes de que pueda ser las buenas nuevas de
redención. Puesto que este mensaje es impronunciable para muchas congregaciones de
clase media preocupadas por proteger sus opulentos estilos de vida, muchos pastores
dotados de sentido normal de auto conservación andan de puntillas cautelosamente
alrededor del tema. Y el crecimiento fenomenal de la iglesia electrónica sólo ha agravado
esta tendencia, porque mientras el calienta-bancas de la mañana del domingo está
atrapado, incapaz de escapar graciosamente cuando se plantea un tema tan duro como el
arrepentimiento, el que mira televisión sólo tiene que accionar un interruptor o salir al
refrigerador. El resultado de todo esto es un mensaje aguado que, en gran parte, da cuenta
del esparcimiento epidémico de la creencia facilista del cristianismo sin costo, o la "gracia
barata", como el mártir alemán, Dietrich Bonhoeffer, tan idóneamente la calificara hace
una generación — gracia en la cual "no se requiere ninguna contrición y mucho menos
cualquier deseo real de ser libertado del pecado... es una negación de la Palabra viva de
Dios, de hecho, una negación de la encarnación".63

2. La segunda razón por la cual el arrepentimiento es tan ignorado o malinterpretado, según


lo he descubierto, está mucho más cercana: a menudo simplemente no queremos o no somos
capaces de aceptar la realidad del pecado personal y por lo tanto de aceptar nuestra
necesidad de arrepentimiento. No tenemos dificultad para ver el pecado de Mickey Cohen,
pero ciertamente nunca nos pondríamos a nosotros mismos en la misma categoría de este
gánster de la vieja guardia. El probablemente violó la mayoría de los diez mandamientos
(¿y nosotros no?). Pues, aun si no somos perfectos, somos mucho mejor que Mickey Cohen.
Después de todo, nadie es perfecto, y Dios entiende que nosotros apenas somos humanos.

61 Muy por el contrario, empecé a predicar, primero a la gente de Damasco, luego en Jerusalén y en el país de los
judíos, y por último en las naciones paganas. Y les pedía que se arrepintieran y se convirtieran a Dios, mostrando en
adelante los frutos de una verdadera conversión. (Act 26:20)
62 J. Edwin Orr, "The First Word of the Gospel" (ensayo no publicado), 1980.
63 Dietrich Bonheoffer, Cost of Discipleship (New York: Macmillam, 1963), 45-6.
53
La mayoría de los buenos profesores califican teniendo en cuenta las variables; Dios
probablemente también hace así. ¿Por qué es tan difícil para nosotros ver nuestro propio
pecado? Que esto siempre ha sido así es ilustrado elocuentemente por el rey David. Poco
después de haber subido al trono, David cometió no sólo el pecado de adulterio con
Betsabé, sino también el pecado de asesinar, al hacer que el esposo de ésta fuese enviado a
una muerte segura en combate. Aunque David fue descrito como un hombre según el
corazón de Dios y aunque administró justicia y derecho, David fue ciego a su propio
pecado. No pudo ver lo que había hecho sino hasta cuando el profeta Natán, enviado por
Dios, describió el pecado en forma de parábola atribuyéndolo a alguien distinto. Natán le
pidió a David que juzgara al hombre, lo cual David hizo: muerte. Sólo entonces Natán dijo a
David que éste era su propio pecado.64 Lo que David estaba presto a juzgar en otros, era
incapaz de verlo en sí mismo. Todos nosotros somos como David, porque en nuestro
estado caído tenemos una capacidad infinita para justificar cualquier acto que cometamos.
Los psicólogos lo llaman "mecanismo del autoservicio" y confirman la verdad del
comentario de William Saroyan: "Cada hombre es un buen -hombre en un mundo malo —
según su propia forma de conocerse a sí mismo".65

3. Y esto nos conduce a la tercera razón de nuestro entendimiento superficial del


arrepentimiento: Nuestra cultura ha borrado el pecado de su existencia. Aun los cristianos,
quienes deberían entender la verdad básica de que todos somos herederos de la caída de
Adán y por tanto, todos pecadores, están influidos, a menudo cegados por valores
humanistas. El humanismo comenzó en el jardín de Edén cuando el tentador invitó a Eva a
ser "como Dios". Desde entonces, siempre se nos ha impulsado a creer lo que nuestra
naturaleza pecadora quiere que creamos — que somos buenos, mejorando por medio de
la ciencia y la educación, y que podemos, mediante nuestros propios esfuerzos, llegar a ser
perfectos, dueños de nuestro propio destino. Podemos ser nuestro propio dios.

En las décadas recientes las creencias políticas y sociales populares han logrado casi borrar la
realidad del pecado personal de nuestra conciencia nacional. Considere, por ejemplo, el
apasionadamente promocionado argumento que la sociedad, no el individuo, es responsable del
mal de nuestro medió, los individuos cometen delitos porque son forzados a: ello, no porque lo
escojan. La pobreza, la opresión social, los barrios miserables, el hambre, estos son los
verdaderos culpables; el malhechor en realidad es la victima. El abogado general del presidente
Lyndon Johnson, Ramsey Clark, resumió ese punto de vista, afirmando que la pobreza es la causa
del delito.66 Y el presidente Jimmy Carter, después del apagón y del resultante pillaje generalizado
en New York, dijo: Obviamente, el factor número uno que contribuye al delito... es el gran
desempleo que hay entre los jóvenes, particularmente entre los negros y los hispanohablantes.67

64 Entonces David dijo a Urías: Quédate por hoy aquí y mañana te irás de vuelta. Urías se quedó pues en Jerusalén
aquel día. Al día siguiente David lo invitó a su mesa a comer y a tomar y lo emborrachó. Sin embargo, Urías tampoco
bajó a su casa esa noche; se acostó con los sirvientes de su señor. (2Sa 11:12-13)
65 David Myers, the Inflated Self (New York: Seabury Press, 1980).
66 Ramsey Clark, Crime in America (New York: Simon and Schuster, 1970).
67 Un estudio llevado a cabo un mes después por la Agencia de Justicia Criminal de New York, Inc. reveló que el 45
por ciento de quienes fueron arrestados saqueando tenían trabajo y solamente el diez por ciento estaba en las listas
de la beneficencia pública. En la mayoría de los casos la gente robó cosas que no necesitaban.
54
Este deseo de tratar a sus congéneres con compasión es elogiable. Pero si se lleva al extremo, esta
actitud destruye la responsabilidad del individuo y estimula la misma conducta que es tan
ofensiva. Ningún sector político monopoliza el perpetuar este mito. Ronald Reagan, al aceptar una
condecoración de la Conferencia Nacional de cristianos y judíos, aseveró repetidamente su
creencia en la "básica bondad" del hombre, concluyendo con una cita del diario de Anna Frank
fechada julio 5 de 1944: "A pesar de todo, todavía creo que la gente realmente es buena de
corazón".68 (¡Que trágica ironía!).69 Richard Nixon era aficionado a una cita de DeTocqueville:
"América es grande porque es buena y si América alguna vez deja de ser buena, América dejará de
ser grande".70 (Confieso que yo, junto con millones de personas, era sacudido por la emoción
cuando quiera que él usara esta cita).

Los políticos le dicen a la gente lo que la gente quiere oír, y a la gente le gusta que se le diga que
realmente es "buena". Por eso, frases de discurso como éstas de seguro lograr; aplauso. Pero
buena política puede ser mala teología; y cuando empezamos a creer nuestra propia propaganda
nos convertimos en víctimas de nuestros propios engaños. ¿Qué pasó con el pecado? El
sorprendente tema y título, del libro de Karl Menninger es la pregunta más oportuna que alguien
pudiera formular a la iglesia hoy. La respuesta yace dentro de cada uno de nosotros, pero para
encontrarla debemos encontrarnos cara a cara con lo que realmente somos. Esto es un proceso
difícil. Ese yo oculto está enterrado hondo dentro de nuestros corazones, y como nos advirtió
Jeremías, el corazón humano es engañoso más que todas las cosas.71

Confrontar ese verdadero yo es un descubrimiento agudísimo que aprendí en la cárcel después de


mi conversión.

CAPITULO 10: ESTA EN NOSOTROS

La mayoría de la gente pasa la vida sin ver sus pecados publicados en condenatorios artículos de
prensa. Sus transgresiones permanecen como su propiedad privada. A lo sumo las comparten con
algún sacerdote o ministro, con un amigo íntimo, o quizá en un grupo de oración. Yo no he tenido
ese lujo. Habiendo estado en el centro del cataclismo político estadounidense más grande de este
siglo, he tenido mis pecados — reales e imaginados — esparcidos inmisericordemente por las
primeras páginas de la prensa de todo el mundo, representados a todo color en películas para el
cine y la televisión, y disecados en cientos de libros. Como resultado, con frecuencia me
preguntan cuál de mis perfidias de Watergate me causa el remordimiento más grande. Mi
invariable respuesta, "Ninguna.

Mi remordimiento más hondo es por los pecados ocultos de mi corazón que son mucho peores", o
confunde o enfurece a los entrevistadores. Pero ésta es una respuesta honesta. Mis culpas en

68 Jimmy Carter, "Interview with the National Black Network", Weekly Compilation of Presidential Documents, Julio,
1977.
69 Conferencia Nacional de Cristianos y Judíos, New York City, marzo 23, 1982.
70 Con frecuencia esta cita se atribuye a Alexis DeTocqueville aun cuando la Biblioteca del Congreso de los Estados
Unidos no la tenga registrada entre sus obras.
71 El corazón es lo más complejo, y es perverso: ¿quién puede conocerlo? (Jer 17:9)
55
Watergate podrían ser expecadas (aunque no justificadas) como fanatismo político u
oportunismo, como idealismo colocado fuera 'de su lugar, como obediencia ciega a la autoridad
superior, o incluso como capitulación ante la tentación natural de la voluntad humana, la -cual
Nietzsche dice que busca poder sobre otros por encima dé todo. Los pecados por los cuales siento
la contrición más grande son aquellos pecados tan perfectamente ilustrados por un episodio de
mi vida hace treinta años, grabado en mi conciencia tan claramente como si hubiera sucedido
ayer. Yo era un macerado nuevo teniente de la marina, tan orgulloso y duro como el
entrenamiento básico puede hacer a un hombre.

Mis zapatos lustrados una y otra vez reflejaban el sol como dos espejos, comparables en brillo
sólo a mis pulidas barras de oro. En medio de las maniobras en el Caribe, nuestro batallón estaba
desembarcado en las islas Vieques, un pequeñito satélite de Puerto Rico. La mayor parte de la
montañosa ,porción de tierra era un protectorado de la marina usado para prácticas de
desembarco y tiro, pero en una esquina de la isla un clan de almas afligidas por la pobreza
soportaban el cañoneo que hería los oídos sólo para ganarse la vida vendiendo cerveza y bebidas
frías a los marines invasores. Antes del desembarco, los oficiales fuimos instruidos a no comprar
nada de estos vendedores ambulantes quienes, aunque se les estaba estrictamente prohibido
entrar a la reserva militar, invariablemente lo hacían.

La orden fue dada con una socarrona sonrisa y con un guiño, porque nadie la obedecía. El
segundo día en el terreno, yo estaba conduciendo mi pelotón de cuarenta fusileros sudados y
mugrientos arriba y abajo por unos despeñaderos cuando apenas atravesando el próximo
despeñadero reconocí a un viejo que llevaba un burro flaco que casi se caía bajo la carga de dos
enormes sacos de lona obviamente llenos de hielo. El abrasante sol del mediodía de julio nos
tenía jadeantes, y nuestras cantinas estaban quedando vacías, así que inmediatamente encaminé
a mis hombres hacia la distante figura. Cuando vieron al viejo y a su bestia cargada, aumentaron
la velocidad, sabiendo que yo guiñaría el ojo ante las órdenes y les permitiría comprar latas de
bebidas frías pude oír a varios metiendo los dedos en sus bolsillos por monedas.

Cuando no estábamos sino a unos pocos metros del sonriente viejo, quien sin duda se estaba
felicitando por su buena suerte y contando lo que pudiera ser la ganancia de varios meses, ordené
alto a mis tropas. "Sargento", mandé, "Coja preso a este hombre. Está entrando sin derecho a
propiedad del gobierno". El sargento del pelotón, veterano de una docena o más de desembarcos
en Vieques, me miró incrédulo. "Prosiga", ladré. El sargento meneó su cabeza, dio vuelta, y con el
fusil preparado, marchó hacia el viejo cuya sonrisa repentinamente se había petrificado. Mandé a
mis hombres a "confiscar el contrabando". Vitoreando fuertemente, así lo hicieron. Mientras el
sargento arrojaba latas de jugo de fruta frío de los dos abultados sacos, el viejo me miraba
furtivamente con ojos tristes.

Con los sacos vacíos, liberamos a nuestro "prisionero". Con los hombros encorvados, se fue sobre
su burro, quizá gradecido de que no lo hubiéramos amarrado a un árbol. (¡No es gran sorpresa
que en años posteriores, movimientos de "independencia" en Puerto Rico agitaron a favor de la
remoción de la base militar de Estados Unidos!). Técnicamente, por supuesto, yo había observado
la ley militar. Pero no le había dado ni un pensamiento fugaz al hecho de que aquellos sacos de
jugo pudieron haber representado los ahorros de toda la vida del viejo o que mi orden pudo
significar que una familia entera pasara hambre por meses. Por el contrario, estuve
56
ostentosamente satisfecho, creyendo que mis hombres estaban agradecidos conmigo por
conseguirles algo frío para beber (lo cual ellos alegremente hubieran comprado) y que yo había
probado ser duro (aunque mi adversario estaba indefenso).

En cuanto al viejo, bueno pensé, recibió lo que merecía por violar propiedad del gobierno. Este
incidente, aunque rápidamente olvidado con el tiempo, fue traído vívidamente a mi mente, años
después, después de mi conversión, cuando estaba sentado en la cárcel leyendo en las
Confesiones de Agustín la bien conocida historia de su atolondrada aventura juvenil robando
peras del árbol de un vecino. Agustín relata esa noche a altas horas cuando un grupo de jóvenes
fue a "sacudir violentamente y a robar este árbol. Cogimos grandes cargas de fruta de él, no para
nuestro propio alimento sino para echarlas a los cerdos". Prosigue en su libro a regañarse a sí
mismo por la profundidad de pecado que esto reveló". El fruto que cogí lo malgasté, devorando en
él solamente iniquidad. No había otra razón, pero sucio era el mal y yo lo amaba".72

Los críticos contemporáneos, aunque generosos en su alabanza al genio literario de Agustín y sus
profundas reflexiones filosóficas, se burlan de él por su semejante obsesión con el episodio del
peral. ¿Por qué una inofensiva, travesura parecía inevitable tanto tiempo en la mente del santo?
Por su propia admisión él había tomado una amante, había engendrado un hijo fuera del
matrimonio, y se había entregado, a toda pasión carnal. Seguramente ninguno de estos pecados
era más serio que robar peras. Pero Agustín vio en el incidente de las peras su verdadera
naturaleza y la naturaleza de toda la humanidad: en cada uno de nosotros hay pecado — no
apenas susceptibilidad al pecado, sino pecado mismo. El amor de Agustín por el placer sensual se
podría explicar como el despertar natural de sus deseos humanos, probando debilidad interior o
susceptibilidad a pecar.

Pero él había robado aquellas peras por el puro gozo de robar (él tenía abundancia de mejores
peras en sus propios árboles). Agustín supo que este acto fue mucho más que debilidad; fue
pecado mismo — pecado por el gusto de pecar. Aleksandr Soljenitsyn descubrió la verdad de esta
individual y universal condición humana después de su memorable encuentro con Boris
Korrifeld. Durante sus días de dolor y noches de insomnio en el siniestro hospital de la prisión,
después de haber sido operado de cáncer, Soljenitsyn repasó los extraños giros que su vida había
dado. Las palabras del doctor Kornfeld habían vuelto a despertar en él un anhelo grande por el
Dios a quien una vez había conocido y renunciado. Así que, aun en su agonía, Solijenitsyn pudo
regocijarse, porque espiritualmente había vuelto a nacer.

Pero las palabras de Komfeld también lo habían dejado intranquilo haciéndolo dar vueltas en su
estrecho catre. La extraordinaria afirmación: "No hay castigo que nos venga en esta vida sin que_
lo merezcamos", se paseaba en su mente con—paso lento. Era mi pensamiento que hacía titubear,
viniendo de un hombre quien había sido encarcelado injustamente y de un judío, cuya raza había
sido inmisericordemente perseguida. Las extraordinarias palabras habían obligado a Soljénitsyn
a mirar hacia atrás en su propia vida. «Así fue como el entonces desconocido prisionero vio cómo
era él realmente y pudo escribir:

72 Las Confesiones de San Agustín, de la edición citada, 69-72


57
“En la intoxicación del éxito juvenil me había sentido infalible y por lo tanto era cruel. En el
exceso del poder fui homicida y opresor. En mis momentos de mayor mal estuve convencido
de estar haciendo lo bueno".73

Un brillante rayo de luz brilló en el escondrijo de su alma, y Soljenitsyn vino cara a cara con su
verdadero yo -un si o de conversión genuina.

"Y entonces, tendido sobre la paja putrefacta de aquella cárcel", continúa, "sentí dentro de mí
mismo el primer sentimiento de bien. Gradualmente fui descubriendo que la línea que separa
el bien del mal no pasa a través de los estados, ni entre las clases, ni tampoco entre los
partidos - sino precisamente a través de cada corazón humano — a través de todos los
corazones humanos".74

En estas pocas líneas Soljhenitsyn capta una verdad que la humanidad ha eludido desde el
comienzo. El mundo no está dividido en sombreros blancos y sombreros negros; no está dividido
en buena gente y mala gente. Antes, el bien y el mal coexisten en cada corazón humano.

Mientras estuve en prisión y contemplé los eventos de mi propia vida — tales como el incidente
en Vieques —desfilando ante mis ojos, yo también llegué a estar consiente de la dolorosa realidad
del corazón humano y me vi a mí mismo: yo era pecador y mi pecado se manifestaba en mis
propios actos individuales. Y, lo peor de todo, tenía complacencia en ello. "Pecador" no es ningún
término teológico inventado para explicar la presencia del mal en este mundo; tampoco es un
cliché concebido por escritores de viejos himnos ni por predicadores de pueblitos perdidos para
asustar congregaciones recalcitrantes. R.C. Sproul resume bien lo anterior: "No somos pecadores
porque pecamos; pecamos porque somos pecadores. No somos pecadores teóricos ni honorarios
ni vicarios. Somos pecadores de veras y de hecho".75

El hombre hace cuanto esté a su alcance para evitar su propia responsabilidad. Muchos culpan a
Satanás por cada mal imaginable pero Jesús establece claramente que el pecado está en
nosotros.76 Otros se apartan con horror ante los pecados de la sociedad que los rodea,

73 Alexander Solzhenitsyn, El Archipiélago Gulag, ibíd., 612.


74 Ibíd.
75 Pues todos pecaron y están faltos de la gloria de Dios. (Rom 3:23)
76 En cambio lo que sale de la boca procede del corazón, y eso es lo que hace impura a la persona. Del corazón
proceden los malos deseos, asesinatos, adulterios, inmoralidad sexual, robos, mentiras, chismes. Estas son las cosas
que hacen impuro al hombre; pero el comer sin lavarse las manos no hace impuro al hombre. (Mat 15:18-20) El culto
que me rinden de nada sirve; las doctrinas que enseñan no son más que mandatos de hombres. Ustedes descuidan el
mandamiento de Dios por aferrarse a tradiciones de hombres. Y Jesús añadió: Ustedes dejan tranquilamente a un
lado el mandato de Dios para imponer su propia tradición. Así, por ejemplo, Moisés dijo: Cumple tus deberes con tu
padre y con tu madre, y también: El que maldiga a su padre o a su madre es reo de muerte. En cambio, según ustedes,
alguien puede decir a su padre o a su madre: Lo que podías esperar de mí es consagrado, ya lo tengo reservado para
el Templo. Y ustedes ya no dejan que esa persona ayude a sus padres. De este modo anulan la Palabra de Dios con una
tradición que se transmiten, pero que es de ustedes. Y ustedes hacen además otras muchas cosas parecidas a éstas.
Jesús volvió a llamar a la gente y empezó a decirles: Escúchenme todos y traten de entender. Ninguna cosa que de
fuera entra en la persona puede hacerla impura; lo que hace impura a una persona es lo que sale de ella. El que tenga
oídos, que escuche. Cuando Jesús se apartó de la gente y entró en casa, sus discípulos le preguntaron sobre lo que
había dicho. El les respondió: ¿También ustedes están cerrados? ¿No comprenden que nada de lo que entra de fuera
en una persona puede hacerla impura?" Pues no entra en el corazón, sino que va al estómago primero y después al
basural. Así Jesús declaraba que todos los alimentos son puros. Y luego continuó: Lo que hace impura a la persona es
58
regodeándose satisfechos porque esas pecaminosas abominaciones no son de su autoría — no
dándose cuenta de que Dios nos considera responsables por actos de omisión así como por actos
de comisión. Aunque otros crean, como lo hizo Sócrates hace dos mil años, que el pecado no es
responsabilidad moral del hombre, sino que es causado por la ignorancia. Hegel, cuya filosofía
influyó tan enormemente el pensamiento del siglo diecinueve y del veinte, arguyó que el hombre
está 'evolucionando", mediante el conocimiento creciente, a niveles morales superiores.

Pero, ¿qué vemos a nuestro alrededor en el último tercio de este siglo veinte que ha producido
tales avances en conocimiento, tecnología y ciencia? Tasas crecientes de delincuencia. Incontables
familias hechas pedazos. Un mundo herido por guerras y opresión. Todo nuestro conocimiento no
nos ha introducido en un bravo mundo nuevo. Simplemente ha incrementado nuestra capacidad
para perpetrar el mal. La historia continúa validando la afirmación bíblica que el 'hombre es, por
su propia naturaleza, pecador — de hecho, encarcelado por su propio pecado Y nosotros no
somos presos insumisos. ¿Como Agustín, en realidad disfrutamos el pecado y el mal? ¿Qué otra
cosa explica nuestra secreta complacencia en la caída de otro? ¿Qué otra cosa da cuenta de
nuestra mórbida fascinación con la violencia en la televisión o con las sangrientas matanzas del
cine de terror?

Alipio, el amigo y alumno de Agustín quien compartió su experiencia en el jardín, aprendió bien
esta lección. Alipio era adicto a la forma de entretenimiento popular en su época, los sangrientos
juegos de gladiadores. Asustado por la manera en que estos tenían absorbida su atención,
prometió apasionadamente cortar con su adicción. Después de evitar con éxito los juegos por
algún tiempo, Alipio se encontró un día con unos amigos quienes, conociendo su debilidad, lo
arrastraron a la arena. A la fuerza en el concurrido coliseo, Alipio decidió no ver. Así que se
encorvó en su asiento de piedra, apiñado entre los aficionados que vociferaban frenéticos, con sus
ojos bien cerrados y las manos sobre sus oídos. Repentinamente, con una sola voz, la multitud
lanzó el más alto y horripilante grito de alegría que él nunca había escuchado.

La curiosidad lo atrapó. Abrió sus ojos a tiempo para ver a uno de los luchadores caer, cubierto de
sangre. Bebió de la loca violencia. "Y me sentí más miserable que el gladiador", confesó a Agustín
posteriormente. Aunque Alipio pensaba que había superado el disfrute de tal efusión de sangre,
su voluntad era incapaz de contrarrestar la malévola emoción que ésta suscitaba. Llegó a estar
"ebrio de sangre y placer", y de nuevo estaba con sus amigas y con el mal que aborrecía. 77 Quién
no se ha hallado a sí mismo, en algún momento, socarronamente jactándose de sus pecados,
como confesó Agustín, para ganar la "alabanza que ello causa"78 Tan penetrante es el pecado en
nosotros que estamos sujetos a solitaria vergüenza si no podemos compartir en los pecados de
nuestros padres. ¿Qué causa que un hombre como Alipio se regocije vehementemente cuando la
cabeza de un gladiador es cortada?

¿Por qué, en nuestra moderna lucha de gladiadores llevada a cabo a escala nacional e
internacional, ahora llamada guerra, sentimos cierta fascinación de grandeza en el drama de los

lo que ha salido de su propio corazón. Los pensamientos malos salen de dentro, del corazón: de ahí proceden la
inmoralidad sexual, robos, asesinatos, infidelidad matrimonial, codicia, maldad, vida viciosa, envidia, injuria, orgullo
y falta de sentido moral. Todas estas maldades salen de dentro y hacen impura a la persona. (Mar 7:7-23 )
77 Las Confesiones, 144.
78 Ibid. 68.
59
ejércitos que se mueven a través de un campo de batalla?79 ¿Por qué aquellos a quienes la
fascinación de la guerra les resulta irresistible con frecuencia llegan a ser héroes nacionales?80
(Recuerde el momento en la película "Patton" cuando el legendario general, representado por el
actor George C. Scott, miraba el campo de batalla desde un vehículo de comando con una
exaltación no disimulada: "Mira", dijo a su compañero, "¿Puede haber algo más magnífico? . . .
Debo decir la verdad me encanta esto - Dios... ¡de veras me encanta! ")81 Y ¿por qué la misma
sangrienta viva emoción-agarra a los espectadores de cine cuando un niño endemoniado le
arranca los ojos a su madre?82

¿Qué es esto? Nada menos que el mal dentro de nosotros, el lado obscuro de la línea que, escribió
Soljenitsyn, pasa a través de cada corazón humano. En realidad, es ahí donde se libra la batalla
real. No es entre la "buena" gente y la "mala" gente, como en un juego de policías y ladrones; no es
entre "buenos" gobiernos y "malos" gobiernos, como los Estados Unidos y la Unión Soviética. Esta
lucha no se libra por meros intereses nacionales o internacionales guerra para terminar todas las
guerras es una batalla por posiciones eternas entre las fuerzas espirituales — y esta guerra se
está librando en usted y en mí. Cuando verdaderamente olemos la hediondez del pecado dentro
de nosotros, esto nos conduce irremediable e irresistiblemente a la desesperación' Pero Dios ha
provisto un medio para que nosotros seamos libres del mal interior: es pasar por la puerta del
arrepentimiento.

Cuando verdaderamente comprendemos nuestra propia naturaleza, el arrepentimiento no es una


doctrina árida, ni un mensaje atemorizante, ni una forma mórbida de autoflagelación. Es, como
dijeron los primeros padres de la iglesia, un regalo que Dios concede que lleva a la vida. 83 Es la
llave de la puerta de la liberación, de la única libertad real que siempre podemos conocer. Puesto
que representa libertad, quizá no sea sorprendente que la gente encarcelada parezca entender
con más facilidad el arrepentimiento que aquellos afuera. Los presos son cautivos en todo
sentido. Sus pecados más chillones han sido expuestos a la cegadora luz de la sala de procesos y

79 J. Glen Gray, the Warriors: Reflection on Men in Battle (New York: Harper and Row, 1973).
80 Theodore Plantinga, Learning to Live with Evil (Grand Rapids: Eerdmans, 1982), véase cap. 11.
81 Del libreto de "Patton" (Los Ángeles: American Film Institute Library).
82 Existen aquellos optimistas incurables que arguyen que el hombre acomete su inhumanidad sobre otros, por
miedo, y por un instinto natural de auto conservación. Dicen que el hombre actúa’ agresiva y violentamente por
temor de que su prójimo le haga daño si él no actúa primero. Pero considere este ejemplo de la cruel violencia del
hombre hacia animales impotentes, extraído de un relato de los primeros años, del gran naturalista W.H. Hudson: "La
manera nativa de matar una vaca o un buey en esa época era peculiarmente penosa uno de los dos o tres hombres
montados encargados de la operación tiraba su lazo a los cuernos, y, al galope, ponía tirante la cuerda; un segundo
hombre se bajaba entonces de su caballo . . . y con dos rápidos golpes de su enorme cuchillo rompía los tendones de
las patas traseras. Instantáneamente, la bestia caía sobre sus ancas, y el mismo hombre... clavaba la larga hoja en la
garganta justo encima del pecho, empujándola hasta la empuñadura, haciendo girar su mano; después, cuando lo
retiraba, un gran torrente de sangre salía a montones de la torturada bestia, la cual todavía permanecía parada sobre
sus patas delanteras, bramando todo el tiempo con agonía. En este punto, el matarife con frecuencia saltaba al
espaldar del animal, hincaba sus espuelas en los costados, y, usando la parte plana de su largo cuchillo como látigo,
pretendía estar corriendo una carrera, gritando con diabólico regocijo. El bramido acababa profundo, hombre, en
sonidos como de sollozos y ahogos; entonces el jinete, viendo al animal cerca del colapso, se bajaba ágilmente de un
salto". (Del libro "Far Away and Long Ago", E.P. Dutton and Co., 1924, pp. 41-42).
83 Cuando oyeron esto se tranquilizaron y alabaron a Dios diciendo: También a los que no son judíos les ha dado
Dios la conversión que lleva a la vida. (Act 11:18)
60
han sido encerrados en medio de toda forma de mal y depravación. Así, no es sorprendente que
yo haya visto la más vívida, ilustración del arrepentimiento bíblico empezar en un calabozo.

CAPITULO 11: RECUERDA

Por el pequeño cuadrado de luz que venía de la diminuta y alta ventana, los hombres podían decir
que el sol se había levantado, pero la tenue luz a duras penas penetraba la densa oscuridad del
calabozo de piedra donde los tres presos esperaban. Desde el despuntar del día habían estado de
pie, paseando desesperadamente por la celda, esperando, aunque cada uno de ellos estaba
encadenado a un guarda. El calabozo hedía á orín, pero no era el fastidio lo que les impedía
echarse en el piso sucio. Simplemente no podían sentarse; estaban esperando morir. El hombre
llamado Barrabás se recostó despreocupadamente contra la pared que estaba bajo la ventana.
Mientras los otros dos se paseaban y estiraban sus cadenas, maldiciendo a los guardas, Barrabás
permanecía callado, con su cabeza levantada como si estuviera escuchando algún sonido distante.

El no les había hablado a los otros hombres, ni siquiera cuando le habían hecho una pregunta
directa. Pero, igual que ellos, estaba esperando. A pesar de su resisteneta, los guardas trataban a
Barrabas con cierto respeto áspero; él era un preso importante, casi una celebridad, el líder de un
pequeño grupo de luchadores por la libertad. Los funcionarios del gobierno esperaban que hoy su
muerte extinguiera la pesada rebelión. David, el preso alto y joven, de un rostro alargado y
famélico, había estado mirando por algún tiempo la figura quieta entre las sombras. Ahora,
haciendo un ademán hacia Barrabás, preguntó: ¿"Qué escucha"? El tercer preso, un hombre de
mediana edad de cabellos empezando a encanecer, y una pétrea expresión, se llamaba Jacob;
había sido un teniente de menor importancia en el grupo de insurrectos de Barrabás.

Su respuesta a las preguntas de David fue encoger sus pesados hombros. "Escucha algo", insistió
David, tirando nerviosamente de su cadena. "Mira la forma como escucha". `Quizá piensa que nos
van a rescatar", gruñó Jacob con desdén. "Quizá está esperando que Jerusalén se levante y venga
en nuestro rescate — eche a los romanos para bien y lo haga rey a él". "Pero tú estabas con él",
dijo David. "Tú hacías parte de la misma causa". "Cierto", confirmó Jacob amargamente. "Siempre
he sido un luchador. Se empieza joven, se escoge un bando, y se lucha hasta el fin. Y éste es el fin.
Así es la vida". El delgado y famélico rostro de David se estiró con emociones reprimidas.
"Entonces, ¿no tienes miedo?". "Pues claro que tengo miedo", juró Jacob. ¿"Quién quiere morir? Si
conoces una manera de salir de aquí, dímela. Pero nunca he tenido ninguna ilusión. Hemos tenido
nuestros momentos — ahora ellos tienen los suyos".

Sonidos distantes se filtraron en el silencio que siguió. David se esforzó por oír. "Suena como si
hubiera una multitud ahí afuera". "Ciertamente es una multitud", dijo uno de los guardas. "La
ciudad está atestada. Es la Pascua de los judíos. Están esperando el buen espectáculo que ustedes
van a brindarles". Pero los sonidos eran más que los ruidos comunes de la calle. Un canto,
silenciado por la distancia y las paredes de piedra, retumbó, a lo lejos. ¿"Qué están diciendo"?
preguntó David. Su guarda rió, "dicen: "Amado, generoso Pilato, por favor liberta a esos
agradables criminales que vas a crucificar. Ellos nunca hicieron ningún daño". Los otros dos
guardas se unieron a su risa burlona, un breve alivio de su aburridor quehacer. El canto,
61
cualquiera que hubiere sido, se dejó de oír. Los tres hombres permanecían, encerrados juntos en
silencio, cada uno en agonía.

David, como los otros dos, había tenido su momento ante Pilato, había escuchado el veredicto
"culpable" y la sentencia "muerte por crucifixión". Pero toma tiempo que tales palabras se
cumplan. Ahora, la burla de los guardas suscitó un chillido de negación dentro de él.

No puedo morir. No merezco morir. Esto es injusto. Debe haber una manera de fuga. Siempre
me he ido antes. Debe haber un modo de escapar.

Los guardas llenaron el silencio con charlas sobre sus familias, sobre la mala suerte de hacer ese
trabajo. Para David, sus palabras eran como el zumbido de los incontables insectos que el sol
había despertado. ¿"Te lamentas de algo"?, le preguntó a Jacob. No pudo soportar su propio
silencio y buscó la consolación del miedo compartido. "Sí. De que me cogieran". "No. Quiero
decir... sientes remordimiento -”. ¿"Por qué"?

"Bueno... porque tú no llevaste una vida más normal... porque has matado y robado. Lamentas
eso, ¿o sólo que te cogieran"? "Y tú, ¿qué?", estalló Jacob, rechazando la pregunta. "Tú hiciste lo
mismo". ¡"Nunca maté a nadie"! gritó David. "Y solamente robé lo que necesitaba para vivir.
¡Mírame"! Abrió de un tirón sus harapientas ropas para mostrar sus salientes costillas. "Un
hombre tiene que comer". "No cuando está muerto", rió Jacob amargamente. ¿"Qué eres tú, un
esclavo"? "Fui, pero nunca más". "Cierto, conozco la historia. Tu amo era cruel. Huiste. ¿De
dónde?". "De Chipre". "Chipre, ah. Así que mentiste y abordaste un barco compraste tu pasaje con
dinero robado a tu amo, ¿no es cierto? Y de alguna manera llegaste aquí, medio muerto. Déjame
adivinar el resto. Estabas mendigando para comer cuando una de las pandillas te ofreció
ganancias.

Todo lo que tenías que hacer era servir de atalaya, avisarles cuándo los soldados estaban cerca,
llevar algunos mensajes a través de la ciudad. No había nada malo en eso. No cuando se está
muriendo de hambre. ¿Qué pandilla era? Las conozco a todas". David no contestó, aturdido por la
exactitud de las palabras del hombre. Antes de que Jacob pudiera continuar, escucharon el sonido
de la puerta exterior al abrirse, y pasos que se aproximaban. Las voces de los guardas llegaban
claramente a través del pequeño enrejado de la puerta de madera. ¿"Sabías que tenían, a ese tipo,
Jesús"? preguntó uno. ¿’El rabí"? "Como sea que lo llamen. Lo arrestaron anoche. Lo entregó uno
de sus hombres". ¿"Qué van a hacer con él"? "Los judíos quieren que lo crucifiquen. ¿Puedes creer
eso? Aparentemente él es un mal tipo de judío. Han estado pidiendo eso a gritos en las calles por
horas.

¿No pudiste oírlos? ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!". ¿"Y qué dice Pilato"? "El no sabe qué decir. Creo que
ese tipo tiene a Pilato alarmado. Yo estaba en la sala cuando lo interrogaron. Este Jesús habló
como si Pilato estuviera en un juicio. No suplicó nada. Nunca he visto que nadie se enfrentase
como él a Pilato. Te juro que Pilato estaba como un espectro". ¿"De qué lo acusan"? "Dicen que
afirma ser el rey de los judíos". ¿"Rey de los judíos? ¿A quién le preocupa eso"? La puerta se abrió
y dos soldados miraron hacia dentro de la celda, tratando de adaptarse a la oscuridad. ¿"Cuál es
Barrabás"? Barrabás no se movió, ni dio ninguna señal de haber escuchado su nombre. Su guarda
hizo sonar la cadena entre ellos y rió, "Aquí está. Está esperando que lo rescaten". "Pues, aquí
estamos", dijo uno mientras entraba a grandes pasos y comenzaba a abrir la llave de la cadena.
62
"Somos el grupo de rescate. Te enviaremos seguramente a otro mundo". ¿"También tú quieres ser
rey, Barrabás"? rió el otro. "Aquí está tu corona". Colocó la palma de su mano sobre la frente del
preso y tiró su cabeza contra la pared. ¡"Salud al rey"! David oyó, sus pasos mientras empujaban a
Barrabás a través del calabozo para llevarlo al patio. Casi inmediatamente escuchó el látigo. A
cada estallido, David se encogía de miedo. "Ruega que te den bastante, muchacho", dijo Jacob
calmadamente. "Ruega que te azoten casi hasta morir. De esa, manera en la cruz es más rápido".
Después del doceavo latigazo los gruñidos de Barrabás se convirtieron en un grito espectral, en
un sollozo, en un chillido. Después del vigésimo latigazo, el látigo no silbó más. Pesados pasos
cruzaron el recinto exterior, la puerta se abrió, y Barrabás fue botado boca abajo sobre el piso. A
la luz de la puerta David pudo ver que la espalda del hombre estaba lacerada, sangrante.

Estaban quitando las cadenas de Jacob cuando éste le tiró un repentino puntapié a uno de los
soldados, alcanzándole en la ingle. El hombre se dobló, agarrándose la ingle, y el otro soldado
reflexivamente golpeó a Jacob en los lados de su cabeza con la parte plana de la espada y lo hizo
caer al piso dando vueltas. Maldiciendo, los soldados levantaron del suelo a Jacob y lo sostuvieron
mientras su compañero lastimado propinaba en la ingle de Jacob uno, dos, tres rodillazos. Lo
llevaron a rastras hacia afuera. Cuando el látigo estalló, Jacob empezó a gritar. Cuando la
confusión de la cabeza de David se aclaró después de su turno bajo los latigazos, su rostro estaba
en el fétido y socio piso, las ventanas de su nariz estaban llenas de mugre, y sus dientes llenos de
tierra. Sus pensamientos vinieron a él lentamente, montados sobre una vaga luz.

No pudo recordar dónde estuvo antes. En algún lugar de la distancia pudo escuchar a una
multitud que gritaba: "Barrabás... Barrabás...”. ¿Por qué estaban invocando ese nombre?
Levantando su cabeza del piso, miró a su alrededor. Jacob y Barrabás todavía estaban ahí. Todos
los soldados se habían marchado. ¿"Por qué están gritando tu nombre"? preguntó David a
Barrabás, con voz enronquecida. "No sé". Fue la primera vez que David escuchó al hombre hablar.
¿"Qué era lo que habían tarareado antes"? “¡Crucifícale! ¡Crucifícale! ". Claman la muerte del
hombre llamado Jesús, habían dicho los soldados. David sabía un poco acerca del llamado Jesús
de Nazaret. Lo había visto entrar a la ciudad el pasado fin de semana rodeado de una multitud de
seguidores. Todo el mundo había estado hablando entonces acerca de él.

Algunos decían que podía curar enfermedades, hacer cosas mágicas. David aun había escuchado
rumores de que él era el Mesías, el líder que muchos judíos habían estado esperando para que los
rescatara de la tiranía de Roma. De pronto David sintió como si estuviera en el cielo mirando
desde arriba su celda y el mundo afuera. Desde esta posición ventajosa vio su propia vida
claramente encajada dentro de las otras. Su vida, tan preciosa, tan especial para él estaba
multiplicada por un millón. Sus desesperadas ilusiones, su deseo de ser libre, eran tan comunes
como los tiestos de cocina.

Todo el mundo tiene sueños, pensó. Todo el mundo se agarra de alguna esperanza, no
importa cuán débil ésta sea.

Y lentamente, el pesado peso de la vida exprime esas esperanzas hasta secarlas.


Apretujada, la gente clamaba la sangre de cualquiera que les causara esperanza. Al sueño más,
grande, la cólera más feroz. Fue por eso que los guardas habían aislado a Barrabás por su burla;
había suscitado en gente esperanza. El hombre llamado Jesús debe estar haciéndolo de un modo
63
peor, pensó David. La Puerta se abrió y los soldados entraron de nuevo, los mismos que habían
tratado con Barrabás. "Este es tu día de suerte, Barrabás. Te había perdonado". El preso
permaneció quieto, no reconoció su presencia. Uno de los soldados le dio un golpe con la mano
abierta en un costado de la cabeza. "Vamos, levántate, ¿no me oíste? Te desenganchaste.
Levántate". Todavía .Barrabás permanecía inmóvil. "No me puedes tentar a la esperanza", dijo sin
emoción. "Estoy listo para morir. Juega tus juegos de tortura con otro".

El soldado se rió y lo empujó con la empuñadura de su espada. Involuntariamente Barrabás abrió


su boca para gritar, aunque no salió ningún sonido. "Párate. Estas libre. Siempre sueltan un preso
este día de Pascua. Tú eres el de este año. La gente te pidió. Pilato le ofreció a Jesús o a ti -- ellos te
escogieron. Eres hombre libre". Mientras tanto, otros guardas estaban quitando las cadenas de
David y de Jacob. Por un segundo David pensó que él también había sido liberado. Su corazón
empezó a latir frenéticamente mientras los grilletes eran quitados de sus puños. Entonces de un
tirón fue puesto de pie y llevado a empellones por un guarda en cada brazo. Echando un postrer
vistazo de terror, recibió una última mirada de Barrabás desde la celda oscura, el cual estaba
acuclillado sobre el piso.

Después, cegado por la repentina luz del sol, David se quejó lastimosamente cuando descargaron
una pesada viga de madera sobre sus lacerados hombros. Las manos ataron sus manos y lo
forzaron a tener asida la áspera madera. Una pesada palma abofeteó su rostro. "Esta es tu cruz,
Vamos". Cuando los ojos de David se familiarizaron con la luz, vio que estaban rodeados por una
apretada muchedumbre que empujaba cuya atención estaba concentrada en otro preso.
Mofándose, escupiendo, sacudiendo los puños, maldecían a un hombre castigado a golpes. Una
corona de ariscas ramas de espinos estaba incrustada en su cráneo, su cabeza y su pelo
apelmazados con la sangre de las largas y agudas púas. Oscuras manchas de sangre eran
absorbidas por la prenda de vestir extendida sobre su espalda.

El hombre volteó su cabeza hacia David, y por un momento se miraron el uno al otro a los ojos.
David nunca había visto una mirada así - quieta, firme - una mirada de una profunda paz en
medio del horror compartido. David se dio cuenta de que había visto antes al hombre. Ese es el
hombre Jesús. Su cuerpo parecía encogido, sus hombros cargados de dolor, pero su cara estaba
marcada por una tranquila, absoluta autoridad. Hasta ahora David pudo ver por qué la gente
había seguido a este hombre, por qué pensaron que él podía salvarlos. Tenía presencia. ¿Por qué
está siendo ejecutado este hombre? Se preguntó David: El no ha hecho nada malo. Un guarda
empujó a Jesús para que marchara y los condenados empezaron a moverse a tropezones bajo sus
cruces, dando tumbos hacia la ejecución.

Para los ciudadanos de Jerusalén la crucifixión de ladrones, asesinos e insurrectos era bastante
común. Hoy, sin embargo, presencia del hombre llamado Jesús añadía una nota diferente, parecía
sacar más veneno de los curiosos y de los desocupados. Las caras hostiles apretujaban cada
espacio a lo largo de la ruta a través de las estrechas calles de la ciudad, a las puertas del muro de
la ciudad, y a lo largo del polvoriento camino que llevaba al lugar de ejecución, a la montaña
llamada Gólgota. Todos ellos parecían concentrados en Jesús — mofándose, escupiendo. Jesús iba
delante de David, zigzagueando lentamente bajo el peso de la carga de madera, tropezando a
menudo. Finalmente los soldados, impacientes por terminar aquello, cogieron a un sobrecogido
circunstante y lo hicieron llevar la viga de la cruz del Nazareno.
64
En realidad estoy dando mis últimos pasos, pensó David mientras la procesión se detuvo
brevemente. Estos rostros son los últimos que jamás veré. Esta calle es la última por donde
caminaré. Terminó mi vida. Pesadumbre e incredulidad se amontonaron y derramaron
dentro de todo su ser. No. No puedo morir. No quiero morir.

No he hecho ningún mal. Nada peor que usted _que me mira. Usted hubiera hecho igual en mi
lugar. Quizá peor. No quiero morir. Una hilera de postes gruesos se levantaba ante ellos ahora que
dejaban atrás los muros de la ciudad. "Baja la parte de tu cruz", ordenó un soldado. Aterrorizado,
David reconoció la multitud que los había seguido desde la ciudad. Era una muestra singular de la
sociedad: soldados, buscadores de curiosidades, funcionarios del templo judío, y un raro grupo
pequeño de hombres y mujeres que parecían asustados y que se mantenía apartado a cada lado.

Un soldado le ofreció una taza. ¿"Qué es"? preguntó David. "Vino y mirra. Disminuye el dolor".
David tragó glotonamente hasta cuando la vasija fue retirada y empujada hacia Jesús, quien la
probó y después rehusó beber. Jacob escurrió el líquido restante. Los soldados tiraron de las
andrajosas ropas de David. Cuando empuñaron la tela, sin pensarlo, tiraron de ella. "Tienes que
desnudarte, esclavo". En un segundo estuvo desnudo. Cerca, dos soldados estaban tirando de los
bordes de la prenda de vestir que acababan de quitarle a Jesús, disputando por ella. El oficial
comandante abofeteó a uno de ellos. "Vamos, tonto, La vas a romper. Después repartiremos las
cosas". La orden vino, "a tierra", y las manos empujaron a David a tierra, sus hombros
presionados contra la áspera viga que había traído.

"Extiende los brazos". Su brazo derecho fue estirado al máximo y sujetado. Cerró sus ojos y sintió
una afilada punzada en su palma. En el mismo instante escuchó un alargado y terrible grito, y
antes de que tuviera tiempo para preguntarse de quién era esa voz, su grito se había unido con
ella cuando su mano se volvió fuego, clavada a la gruesa tabla. Los soldados le estaban gritando
que no se moviera, maldiciéndolo; entonces cogieron su otra mano y ésa también estalló en fuego.
Llenó sus pulmones de aire y gritó. Ahora las manos lo estaban levantando, aguantando sus
piernas y levantando sus nalgas para apoyarlas sobre un bloque de madera clavado en la mitad
del poste. Estaban atando la pieza de la cruz a la viga con cuerda. Alguien sostenía ahora sus pies,
empujándolos para que estuviesen doblados hacia un lado.

Otro agudo golpecito tocó su talón y estaba chillando otra vez aun antes de que comenzara el
dolor. Con un terrible ruido sordo un clavo traspasó el hueso de un talón al otro. Las manos
excitaron el ardor fuertemente contra el poste y otro martillazo fijó sus pies en éste. Desocupó su
estómago y se desmayó. David tenía demasiada vida en él para permanecer inconsciente mucho
rato. El dolor que inmisericordemente lo había enviado al olvido ahora cruelmente lo había
regresado a la conciencia. El ardor incandescente se había extendido, desde sus manos y pies, a
través de todo su cuerpo. Ninguna descripción podría hacer justicia a tal agonía. Pero podía ver y
escuchar - y pensar. Una pequeña concurrencia estaba dispersa alrededor de las cruces. Algunos,
quizá mareados o temerosos, observaban de lejos.

Otros permanecían cerca como para ver con claridad las expresiones de los rostros moribundos.
David pudo oír mientras hablaban entre ellos. Hacía unos pocos días él estaba asociado con ellos.
Ahora una cortina invisible lo apartaba de ellos. ¿Por qué no me ayudan? clamó. ¿Por qué no miran,
al menos, mis ojos? ¿Por qué no les importa? El dolor más allá de sus palabras sólo podía igualarse
al terror ante la muerte que estaba enfrentando y la agonía que lo separaba de toda bondad
65
humana. Aun si gritara, aquella gente no lo escucharía. Oh Dios, quítame de esta cruz. Sácame de
aquí, por favor. Ahora se estaban burlando de Jesús. El sumo sacerdote del Templo, de toda la
gente, había empezado la gritería de burlas — "Bájate de la cruz, rey. Tú salvaste a otros; ahora
sálvate a ti mismo".

David miró al Nazareno. Solo unos pocos pies los separaban. Los ojos de Jesús estaban mirando
fijos, al frente. Otra vez vino el pensamiento: Este hombre no ha hecho nada malo. ¿Por qué está
aquí? Un espasmo muscular movió la mano de David, desgarró la herida, y el dolor detuvo todos
los pensamientos. Se retorció y sofocó. Cuando la bruma se aclaró, por un momento, miró a Jesús
de nuevo, atraído por la fortaleza de aquel rostro imponente. ¿Qué habrá hecho este hombre? Pero
inmediatamente su dolor lo agotó. Oh Dios, sácame de esto, clamó. Los líderes religiosos
permanecían en una pequeña reunión a unos pocos metros de las cruces, hablando entre sí y
haciendo ocasionalmente comentarios en voz alta. Ahora uno de ellos caminó hacia la cruz de
Jesús y se detuvo a unos pocos pasos, mirándole.

"Bájate, Jesús", dijo. ¿"Por qué permanecer ahí y sufrir? Tú eres el Hijo de Dios, ¿no es cierto?
Bueno, ¿por qué no te bajas"? Algunos de los soldados se rieron del chiste. El sacerdote
probablemente nunca antes había hablado a un romano, especialmente si era soldado. Ahora lo
hizo. ¿"No es típico? Salvó a otros, pero no se puede salvar a sí mismo. Es el rey de Israel. ¡Así dice!
Que baje de la cruz y creeremos en él. Confía en Dios. Que Dios lo rescate si lo quiere. Dice ser el
Hijo de Dios. ¿Olvidaría Dios a su Hijo? ¡Ja!". David captó las palabras, "Dice ser el Hijo de Dios".
¿Dijo Jesús realmente eso? Recordó haber escuchado eso de Alguien. ¿El Hijo de Dios?
¿Muriendo? ¿Aquí? Ni siquiera Barrabás, con todas sus grandes ideas, había jamás prometido ser
el Hijo de Dios.

Movió su cabeza para mirar a Jesús de nuevo. El movimiento causó atroz dolor: la sangre se
acumuló dentro de sil cabeza y la presión que aplicó a sus pies para mantener el equilibrio hizo
que el clavo desgarrara aún más su carné. Esta vez los ojos de Jesús miraron a los suyos. ¿Qué
hacía su rostro tan atractivo? David nunca antes había visto la inocencia combinada con la
sabiduría. Por lo común un hombre era sabio a partir de las malas experiencias y por lo tanto
difícilmente inocente — o inocente pero tonto y por consiguiente no sabio. David apartó sus ojos;
no pudo mirar a este hombre bueno. Ese rostro evocó cosas que David no quería recordar. De
nuevo fue un niño con los niños de su amo, jugando con ellos, casi como iguales. Hasta el día
cuando su mejor amigo, Servio, el hijo mayor de su amo, había sido separado de él.

Un maestro había venido para enseñar a Servio, pero los esclavos no eran educados. David se
había insensibilizado con la rabia, la amargura y el odio al perder a su mejor amigo y ser tratado
como esclavo. Cuando Servio había tratado, después, de recobrar la amistad, David había
rehusado hablarle como amigo. De ese momento en adelante él había conservado el habla cortés,
prudente y distante, y el espíritu irritado de un esclavo. Ese día había nacido su deseo de ser libre.
Siempre había estado orgulloso de ese día — lo veía como el comienzo de su virilidad. Ahora,
repentinamente, mirando al calmado, amoroso rostro delante de él, esa amargura parecía fea. En
ese día de años atrás, Servio se había convertido en amo y él lo odiaba por eso. Servio había
aprendido a leer y él, David, había aprendido a odiar, aun a su mejor amigo.
Hay mucho en mi vida de lo cual me avergüenzo, pensó, entonces rechazó inmediatamente ese
pensamiento. ¡No! ¡No! No he hecho nada malo, a menos que sea malo querer ser libre. No
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merezco morir. Aunque le costó mucho dolor, movió su cabeza para mirar a Jesús de nuevo. El
dijo ser el Hijo de Dios. ¿Por qué no les dice algo ahora a estos escarnecedores? ¿O los maldice?
¿Por qué no deja sus conciencias - si es que tienen - con sus maldiciones? Maldice a quienes te
maldicen. Pero el rostro al cual miraba no estaba marcado ni por la ira ni el odio. Movió los labios.
David pudo escucharlo -¡estaba pidiéndole a Dios que los perdonara! David se sintió culpable,
sucio, desnudo. Estoy avergonzado de mi vida, del odio en mí, pensó. No porque estuviera colgado
ahí golpeado, desnudo, y condenado a que todos lo vieran, sino porque se sentía expuesto ante
algún poder mucho más grande que cualquiera de éstos que tenían poder para matarlo.

Algo más doloroso que el fuego que consumía su cuerpo empezó a quemar dentro de su alma. Los
soldados habían seguido con el tema de la burla de los sacerdotes. Aburridos, esperando a que
terminara su faena, estaban entretenidos con la idea de un rey judío. Uno de ellos se inclinaba
repetidamente ante la cruz central. "Si tú eres el rey, sálvate a ti mismo' ¡"Y sálvanos"! El
tormentoso, desesperado ruido no vino de los perezosos y burlones soldados. Era la voz de Jacob.
¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Los soldados habían azotado a Jacob sin
misericordia; le habían dado lo que quería. Ahora colgaba débil, más cerca de la muerte que los
otros dos. Pero la rabia muere de último. Si Jesús no iba a maldecir, Jacob sí. Ahora volcó su rabia
contra uno tan desvalido como él.

El regaño de Jacob tocó un nervio de David. Este hombre de pacífico rostro era inocente. ¿Cómo
podía Jacob — cómo podía él, él mismo, — empezar a compararse con Jesús? Ellos eran culpables.
Este hombre... David profirió en adelante a Jacob, aunque sus pulmones le pesaban y su voz se
ahogaba, " ¿No tienes temor de Dios, porque estás bajo la misma sentencia? Tú y yo merecemos
nuestro castigo. Nos ganamos nuestra muerte. Pero este hombre no ha hecho nada malo". Las
palabras flotaron en el aire. El esfuerzo de hablar fue agónico, pero el grito de escarnio de Jacob
había dado vuelta al último pestillo de resistencia del alma de David. Este hombre debe ser el rey
que dice ser. Y aunque apenas podía hacer acopio de fuerzas, o respirar, David susurró lo que su
corazón estaba gritando, "Jesús, recuérdame cuando estés en tu Reino".

Y como di hubiera estado esperando esa misma súplica, Jesús replicó; "Te digo la verdad, hoy tú
estarás conmigo en el paraíso". Me estoy muriendo, pensó David mientras el aire se ennegrecía,
pero cuando trató de concentrarse, se dio cuenta de que la oscuridad no estaba en sus ojos. El
cielo se estaba poniendo más y más oscuro, como si el aire estuviera lleno de un polvo grueso y
pesado. El sol desapareció. La multitud se había quedado en silencio — incluso los soldados. Se
requería concentración para sufrir esta muerte, incluso para respirar. Espasmos de dolor
rasgaron las heridas de David. Pero aunque fuese como si la_ misma atmósfera reflejara su
pesadilla de dolor, pensó en las últimas palabras que le había hablado a Jesús y en la promesa que
recibió en cambio.

Se había sentido impulsado a gritar, creyendo que de alguna manera Jesús podía salvarlo. Pero,
¿cómo podía Jesús salvarlo? Era claro que Jesús estaba muriéndose. El no estaba escapando de la
cruz. Pero le había prometido, "Hoy estarás conmigo en el paraíso". Su Reino debe ser de otro
mundo, el tipo de mundo que David, desde hacía mucho, había dejado de esperar. Y si eso era
cierto, ¿cómo podía él servirle a este rey? El no había dejado nada sino su muerte. La oscuridad se
hizo más intensa, las figuras humana como sombras vagas. Jesús tembló con el espasmo que lleva
a la muerte., No gritó, sino habló unas pocas palabras a una mujer que permanecía junto a él,
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llorando, y al hombre en el cual ella se apoyaba, aparentemente uno de sus seguidores. Entonces
gritó palabras que David no pudo entender.

Los soldados corrieron a poner una esponja sobre sus labios. Después dijo en voz alta: ¡"Padre, en
tus manos encomiendo mi espíritu"! Y se desplomó distendido contra el madero. La oscuridad se
hizo mas densa... la tierra tembló... la muchedumbre huyó... David estaba solo. Totalmente solo.
Jesús estaba muerto. Todo lo que tenía para aferrarse en esta muerte interminable era una
promesa de ir al mismo lugar al cual Jesús había ido. Pero ahora sabía cómo morir. Había
escuchado las últimas palabras de Jesús. Algunos sonidos se filtraron hasta él — eran soldados
hablando. Los sacerdotes querían que los cuerpos fueran bajados al atardecer. Estaban pidiendo
que los soldados quebraran las piernas para que los hombres murieran inmediatamente. Oyendo
la inhumana discusión que se llevaba a cabo delante de él, David pensó una vez más cuán
cruelmente los hombres se tratan unos a otros.

Pero entonces vino un pensamiento nuevo: Sí yo estuviera en su posición, estaría haciendo la


misma cosa. Hubo una sola persona a quien no se podía imaginar actuando con esa brutalidad - y
era al Hijo de Dios. Apenas capaz de ver ahora, David observó la tubulosa forma de un soldado
tomando una gran hacha de hierro y caminando hacia la cruz de Jacob. Asestó un poderoso golpe
a la espinilla_ del hombre con el lado plano. Jacob no se quejó, sencillamente se retorció como una
criatura que muere. El hacha cayó sobre la otra pierna. El soldado inspeccionó su trabajo, pareció
satisfecho, se dio vuelta y caminó hacia David. David miró de frente la cara del soldado
exactamente debajo de él. Mientras el hacha se levantaba, cerró sus ojos y susurró: "Jesús, en tus
manos encomiendo mi espíritu".

CAPITULO 12: ESTUVIMOS ALLÍ

Gólgota - qué siniestro escenario para representar el acto crucial del drama de la redención.
Gólgota - del significado arameo "calavera" y del hebreo, que implicaba "un montecillo parecido a
un cráneo" - estaba bien denominado a la luz de 'los sangrientos asuntos que se administraban
allí. La cima rocosa del monte fue escogida como sitio de ejecución debido a su ubicación cerca de
la carretera por donde pasaban muchísimos viajeros fuera de los muros de Jerusalén. Esto
aseguraba que la gente que pasaba fuera testigo del terrible espectáculo de la crucifixión, (porque
las autoridades creían así como muchos tan vanamente creen hoy) que la violencia pública
disuadiría la violencia individual. Hubo un gran reparto de apoyo que actuó ese día medular de la
historia, todo tipo de humanidad: los espectadores, los burladores, los soldados, los dolientes.

Pero el drama central del Gólgota fue representado sobre las cruces mismas. ¿"No eres el Cristo?
Sálvate a ti mismo y a nosotros", clamó aquel a quien he llamado Jacob, airado hasta el fin. El pudo
incluso haber creído que la débil figura detrás suyo era el Hijo de Dios. Pero, ¿y qué? Si no se pudo
salvar a sí mismo, ciertamente no podía salvar a nadie más. El 'otro ladrón, al que llamo David,
(redargüido por el Espíritu Santo, se dio cuenta de que merecía morir. Como Boris Kornfeld,
David entendió que no importa lo que se haya hecho o dejado de hacer, no importa cuáles hayan
sido las, circunstancias, "ningún castigo nos viene en esta vida sobre la tierra que sea
inmerecido". Allí yace la diferencia crucial entre los dos ladrones. No tuve nada que ver con sus
delitos, sus valores morales, la relativa bondad y maldad de sus vidas.
68
De hecho las Escrituras sugieren la impertinencia de estos criterios por la absoluta falta de
detalles que describen sus vidas tan diferencia fue que David reconoció su propio pecado. Su
réplica a Jacob, "Nosotros somos castigados justamente, porque estamos recibiendo lo que
nuestras obras merecen. Pero este hombre no ha hecho nada malo", 84 es una de las expresiones
más puras de arrepentimiento de toda la Escritura. Y sus palabras "Recuérdame", son la clásica
declaración de fe. Con tal simplicidad y poder este hombre se arrepintió, creyó y murió confiando
en Cristo. Cuán absurdas las palabras de David, "Estamos recibiendo lo que merecemos",
debieron haber sonado a Jacob. ¿Merecer? ¿Merecer la muerte? ¿Por hacer lo que todo el mundo
hacía de una manera u otra?

El no era peor ni mejor que nadie, incluyendo a los monstruos que lo veían morir. Cuando
considero esta escena, recuerdo de una vieja canción espiritual, ¿"Estuviste allí cuando
crucificaron a mi Señor"? Siempre he entendido este refrán en el clásico sentido teológico de que
todos nosotros estuvimos allí -todos nosotros fuimos culpables de llevar a Jesús a la muerte
debido a nuestra naturaleza caída y a nuestra necesidad de la expiación hecha con su muerte.
Pero cuando empecé a mirar 'más de cerca la misma escena de la crucifixión y las respuestas de
los dos ladrones, sentí como un "temblor, temblor, temblor". Porque aquellos dos hombres
quienes en realidad murieron junto a mi Salvador son representantes de toda la humanidad.
Nosotros o reconocemos nuestros pecaminosos egos, nuestra sentencia de muerte, y nuestro
merecer esa sentencia, que nos conduce a arrepentimos y creer - o maldecimos a Dios y morimos.

Pero Jacob proporciona otra ilustración del pecado que está dentro de nosotros. Porque si hay
algo peor que nuestro pecado es nuestra infinita capacidad de racionalizarlo. La Biblia nos dice
que esto es algo peligroso. Durante el período del reino dividido, Ahab, descrito como el más
corrompido de una larga línea de líderes corruptos, llegó a ser rey, de Israel. Y él "consideraba
trivial cometer los pecados" de sus predecesores.85 Este hombre que irritó a Dios más que todos
los reyes malas consideró sus pecados triviales. Ahab no fue único' Tan poderosa es la tendencia
humana a trivializar el pecado que solamente el Espíritu Santo puede abrir nuestros ojos. Así
como Juan y otros escritores de la Biblia puntualizaron, el Espíritu debe hacemos reconocer la
culpabilidad de nuestra naturaleza pecaminosa.86

Recuerdo esto vívidamente a partir de mi propia conversión. No sabía con certeza qué me había
hecho visitar a mi viejo amigo Tom Phillips esa noche de agosto de 1973. Había quedado
impresionado por lo que me dijo sobre su conversión a Cristo y por su conducta; yo deseaba tener
lo que él tenía. Así que supuse estar buscando respuestas espirituales, pero no para ningún
escape de mi pecado. (Porque a pesar del diario bombardeo de los cargos del Watergate, yo no
veía nada particularmente malo en cuanto a mí mismo. Sabía que lo que había hecho por lo
menos no era diferente de lo que cualquier otro hubiera hecho. El bien y el mal no estaban
determinados por estándares absolutos, sino que eran relativos a las personas y a las situaciones.
La gente en la política jugaba sucio; todo eso era parte del juego.

84 Nosotros lo hemos merecido y pagamos por lo que hemos hecho. (Luk 23:41)

85 No le bastó con imitar los pecados de Jeroboam, hijo de Nabat; habiendo tomado como esposa a Jezabel, hija de
Itobaal, rey de los sidonios, se puso a servir a su Baal y a postrarse ante él. (1Ki 16:31)
86 Cuando venga él, rebatirá al mundo en lo que toca al pecado, al camino de justicia y al juicio. (John 16:8)
69
Pero esa noche cuando salí de donde mi amigo y me senté, solo en mi carro, mi propio pecado -
no sólo Watergate, sino el mal de bien adentro - fue arrojado delante de mí por el convencimiento
del Espíritu Santo, vigorosa y dolorosamente. Por primera vez en mi vida me sentí sucio. Pero no
podía desviarme. Estaba tan impotente como el ladrón clavado en esa cruz, y lo que vi dentro de
mí fue tan feo que no pude más que clamar a Dios para que me ayudara. Sin que el Espíritu Santo
nos haga reconocer nuestra culpabilidad y sin el arrepentimiento que debe seguir, no hay manera
de escapar de nuestra difícil situación. Tenemos la capacidad para cambiar cualquier cosa con
respecto a nuestras vidas - trabajos, casas, carros, aun esposas - pero no podemos cambiar
nuestra propia naturaleza pecaminosa. Un episodio que involucró a uno de los instructores de la
Confraternidad Carcelaria, Randy Nabors, ilustra bien cuán verdadero es esto.

Randy estaba dirigiendo un seminario para reclusos en una vasta penitenciaría del sur. Ubicada
en una remota área rural, la prisión proporciona una hermosa casa victoriana para huéspedes,
para quienes se quedan para pasar la noche, por asuntos oficiales. Bastante entrada una tarde,
cuando Randy estaba en su habitación absorto en sus notas para la conferencia del día siguiente,
un psiquiatra empleado por el Estado, que estaba en la prisión para una de sus visitas de rutina,
tocó su puerta. Pronto, el frustrado doctor estaba describiendo los casos del día. "Le cuento,
reverendo, que puedo curar la locura de cualquiera, pero no puedo hacer nada en relación a su
maldad”, gimió el después de describir un encuentro especialmente difícil.

“La Psiquiatría, administrada adecuadamente, puede convertir a un asaltante de bancos


esquizofrénico en un asaltante de bancos mentalmente sano; un buen profesor puede convertir a
un delincuente analfabeta en un delincuente educado. ¡Pero todavía asaltante de bancos y
delincuente!". El doctor parecía hallarse próximo a la desesperación. La sofocante tarde de julio
se conjuró para aumentar su incomodidad: -Acercando una silla a Randy y enjugando su frente
con un pañuelo ya empapado, el psiquiatra recontó una sesión de ese día con un hombre quien,
bajo los efectos de la droga, había dado muerte a su propio hijo. "Me dice que está deprimido", el
doctor estaba casi hablando a gritos. ¡"Pues claro que está deprimido! ¿Quién no iba a estarlo?

Pero si yo hubiera hecho eso, ojalá hubiera tenido más coraje y hubiera hecho la única cosa
honorable - matarme también". Ágilmente levantó su mano, con la palma extendida, y añadió,
"Espere. Por supuesto, no le dije eso a mi paciente". Entonces volvió a sentarse con un largo
suspiro. Cuando Randy Nabors le testificó al doctor esa noche, el hombre admitió que debe haber
una respuesta al dilema del mal interior, porque había visto vidas cambiadas entre los reclusos
cristianos. Pero, añadió tristemente, él mismo no había experimentado eso. Cansados y
frustrados, los psiquiatras no son los únicos que se lamentan sin esperanza por la condición
humana. Años después de su encuentro personal con Cristo, el apóstol Pablo planteó la pregunta
eterna: ¡"Miserable de mí!

¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?".87 El vio que los preceptos morales no podían
librarlo; en efecto, paradójicamente, empeoraban las cosas al señalarle su propia culpa. "No
hubiera sabido lo que era la codicia si la ley no hubiera dicho, "No codiciarás". Pero el pecado,
aprovechando la oportunidad permitida por el mandamiento, produjo en mí toda clase de deseo

87 ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo, o de esta muerte? (Rom 7:24)
70
codicioso". Qué estado tan desesperado. Atrapados por' nuestro propio pecado. Gracias a Dios,
88

hay una respuesta para este tirante dilema. Pablo la describe en el próximo capítulo de su carta a
los Romanos: "Ahora pues, no hay condenación para los que están en Cristo Jesús... porque lo que
la ley no podía hacer en lo que estaba debilitado por la naturaleza pecaminosa, Dios lo hizo al
enviarnos a su propio Hijo... para que fuese ofrenda por el pecado".89

Eso tuvo lugar aquel importante día en el Gólgota hace unos 2:000 años. Y, ¿cómo es todo esto
parte del amar a Dios? Pues, cuando vemos la realidad de nuestro pecado, cuando venimos cara a
cara con ésta y descubrimos allí el furor de las llamas del mismo infierno, y cuando nosotros
entonces nos arrepentimos y creemos y somos librados de ese estado, todo nuestro ser se llena
de una indescriptible gratitud al Dios que envió a su Hijo a la cruz por nosotros. Debemos
expresar esa gratitud, Pero, ¿cómo? Dicho simplemente: viviendo como El manda. Mediante la
obediencia. Eso es lo que las Escrituras quieren significar por santidad o santificación - los
creyentes son apartados para una vida santa. Por tanto, la santidad es la única respuesta posible a
la gracia de Dios.

Una vida santa es amar a Dios. Sin embargo, según lo que comencé a saber no mucho después de
mi conversión, y según lo que todos los que han tratado de vivir una vida santa saben, la santidad
es la más difícil, la más exigente vocación del mundo.

PARTE 4: EL HAMBRE DE SANTIDAD


Nuestro progreso en la santidad depende de Dios y de nosotros mismos de la gracia de Dios y
de nuestra voluntad de ser santos.

Madre Teresa

CAPITULO 13: SED SANTOS PORQUE YO SOY SANTO

El barrio Anacostia de Washington, D.C. está asentado sobre un peñasco escarpado desde donde
se domina con la vista la ciudad capital. Apenas cruzando el río desde el mismo imponente
capitolio, Anacostia - un gueto de hambre, delincuencia, droga y desesperación - podría asimismo
ser otro continente. Ninguna de las celebridades de Washington en los corredores del poder, ni
los periodistas que los siguen, cruza esa división natural. Sin embargo, una tranquila mañana de
junio de 1981 resultó ser la excepción. Las negras limosinas y los camiones de las cámaras de
televisión se alineaban frente a la vieja iglesia de ladrillos rojos, Iglesia Católica Asunción, en el

88 ¿Qué significa esto? ¿Que la Ley es pecado? De ninguna manera. Pero yo no habría conocido el pecado si no fuera
por la Ley. Yo no tendría conciencia de lo que es codiciar si la Ley no me hubiera dicho: "No codiciarás". El pecado
encontró ahí su oportunidad y se aprovechó del precepto para despertar en mí toda suerte de codicias, mientras que
sin ley el pecado es cosa muerta. (Rom 7:7-8)
89 Ahora bien, esta condenación ya no existe para los que viven en Cristo Jesús. En Cristo Jesús la ley del Espíritu de
vida te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Esto no lo podía hacer la Ley, por cuanto la carne era débil y no
le respondía. Dios entonces quiso que su propio Hijo llevara esa carne pecadora; lo envió para enfrentar al pecado, y
condenó el pecado en esa carne. (Rom 8:1-3)
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corazón de Anacostia. Poco después de que hubieran llegado las cámaras y los reporteros, llegó
un pequeño grupo de monjas y sacerdotes, reunidos en torno a una menuda mujer vestida con un
sariblanco de muselina.

La menuda figura subió con gracia inusitada las escaleras de la iglesia, saludando a un grupo de
niños cerca y abriéndose paso entre los reporteros que se arremolinaban a la puerta. Esta
celebridad, quien de alguna manera se las arregló para evitar la pompa a su llegada, actitud de la
cual no se oye en una ciudad que medra sobre la pompa y el protocolo, era una monja albana de
setenta y cinco años llamada Teresa Bojaxhiu - mejor conocida como Madre Teresa. Como
ganadora de un premio Nobel en 1979 y como famosa figura mundial, ella hubiera podido
merecer una bienvenida en el aeropuerto por parte de un sinnúmero de importantes
personalidades del gobierno, hubiera podido hacer uso de la palabra en una sesión plenaria del
Congreso, o atraer multitudes a una de las grandes catedrales de la ciudad.

En vez de eso, fue tan discretamente como le fue posible a un turbulento y abandonado rincón de
la ciudad para establecer un puesto para nueve de sus Hermanas de la Caridad. Dado que la
Madre Teresa no vendría a ellos, los funcionarios del poder habían venido a ella. El alcalde y los
altos empleados llevaron consigo la prensa hasta el desolado salón de la iglesia con sus
desconchadas y agrietadas paredes de yeso. La prensa, que cultiva su irreverencia hacia los
políticos, estaba más comedida con esta pequeña mujer de las calles de Calcuta. Aun, ella tenía
que hacerles el esguince a los repentinos impertinentes que venían a ella como lanzas. ¿"Qué
espera usted llevar a cabo aquí"? gritó alguien. "El gozo de amar y ser amada", sonrió ella,
mientras sus ojos parpadeaban por las luces de las cámaras.

"Eso requiere mucha plata, ¿no es cierto?", otro reportero lanzó la obvia pregunta. Todo en
Washington cuesta plata; y cuanto más cueste, más importante es. La Madre Teresa meneó su
cabeza. "No, requiere mucho sacrificio".90 La prensa estaba perpleja. Todo el que viene a
Washington trae grandes planes, que por lo general involucran la creación de agencias con
ejércitos de burócratas. Es para eso que la ciudad es: para establecer proposiciones, aprobar
leyes, organizar departamentos - y pregonarlo todo a la prensa. Pero esta mujer con su curtido y
arrugado rostro habló de "compartir el sufrimiento" y de "preocuparse de que la gente viva y
muera con dignidad". Su mensaje no fue ningún grandioso proyecto: Hacer algo por alguien... por
los enfermos, los indeseados, los lisiados, los transidos de dolor, los viejos, o los solos.

Extrañas palabras de verdad para los sofisticados comentaristas de Washington quienes salieron
de la conferencia meneando sus cabezas. Como ellos, el mundo rio puede entender la fuente del
poder de la Madre Teresa. Aunque sus palabras suenan ingenuas, algo extraordinario sucede
doquiera que ella va. Porque lo que la Madre Teresa hace, sea en Washington o en Calcuta, es lo
que la Biblia llama "religión... pura y sin mácula".91 Pero por qué ella lo hace es lo que ahora
vamos a anotar. Hace unos pocos años un hermano de la orden llegó a ella quejándose de un
superior cuyas reglas, según sentía él, estaban interfiriendo con su ministerio. "Mi vocación es
trabajar para los leprosos", le dijo a la Madre Teresa. "Quiero entregarme a los leprosos".

90 Phyllis Theroux, "Amazing Grace", Washington Post Magazine, Octubre 18, 1981, 38.
91 La religión verdadera y perfecta ante Dios, nuestro Padre, consiste en esto: ayudar a los huérfanos y a las viudas
en sus necesidades y no contaminarse con la corrupción de este mundo. (Jas 1:27 BL95)
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Ella lo miró un momento, después sonrió. "Hermano", le dijo ella amablemente, "tu vocación no es
trabajar para los leprosos, tu vocación es pertenecer a Jesús".92 La Madre Teresa no está
enamorada de una causa, por más noble que sea ésta. Más bien, ama a Dios y está dedicada a vivir
la vida de Dios, no la suya propia; esto es santidad. Es la completa rendición del yo en obediencia
a la voluntad y á servicio de Dios. O como la Madre Teresa lo resume, completa "aceptación de la
voluntad de Dios".93 La definición de la Madre Teresa puede sonar bastante tétrica para muchos
cristianos quienes desde su infancia han asociado la santidad con una larga lista de haga esto y no
haga este otro. Pero ver la santidad solamente como un guardar reglas provoca serios problemas:

1. Primero limita el alcance de la verdadera santidad bíblica, la cual debe afectar cada
aspecto de nuestras vidas.

2. Segundo, aun cuando las reglas puedan estar fundamentadas bíblicamente, a menudo
terminamos por obedecer las reglas más que por obedecer a Dios; esa preocupación por la
letra de la ley puede hacer que perdamos su espíritu.94

3. Tercero, el énfasis en obedecer las reglas nos engaña en el pensamiento de que nosotros
podemos ser santos mediante nuestros propios esfuerzos. Pero no puede haber santidad
aparte de la obra del Espíritu Santo- en despertarnos mediante el convencimiento de
pecado y el llevarnos por gracia a Cristo, y en el santificamos - porque es la gracia la que
incluso nos hace desear ser santos

4. Y finalmente, nuestros piadosos esfuerzos pueden convertirse en autocomplacencias,


como si vivir santamente fuese algún tipo de reinado de belleza espiritual.

Tal espiritualidad egocéntrica, a su vez, conduce al auto justificación, lo cual es comprobadamente


opuesto a la negación del sí mismo de la verdadera santidad. No, la santidad es mucho más que
un conjunto de reglas contra el pecado. La santidad debe verse como lo opuesto al pecado. El
pecado, según lo define la confesión de Westminster, es "cualquier deseo de conformarse a, o la
transgresión de la ley de Dios". La santidad, pues, es lo contrario: "Conformidad al carácter de
Dios y obediencia de la voluntad de Dios".95 (Lo que precisamente la Madre Teresa señaló al
hermano recalcitrante). Conformarse al carácter de Dios - separarnos a nosotros mismos del
pecado y ser fieles a Dios - es la esencia de la santidad bíblica, y es el acto fundamental, un tema
central difundido en toda la Escritura.

El más temprano llamado a la santidad vino prontamente después de que Moisés hubiese sacado
a Israel de Egipto y á través de la separación de las aguas del Mar Rojo. Salvo al fin el ejército

92 Kathryn Spink, the Miracle of Love (New York: Harper and Row, 1981), 66.
93 Ibíd. 157.
94 Jesús dijo esta parábola por algunos que estaban convencidos de ser justos y despreciaban a los demás. Dos
hombres subieron al Templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto de pie, oraba en su interior
de esta manera: "Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos,
adúlteros, o como ese publicano... Ayuno dos veces por semana y doy la décima parte de todas mis entradas. Mientras
tanto el publicano se quedaba atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
"Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador". Yo les digo que este último estaba en gracia de Dios cuando volvió a
su casa, pero el fariseo no. Porque el que se hace grande será humillado y el que se humilla será enaltecido. (Luk
18:9-14)
95 Jerry Bridges, Pursuit of Holiness (Colorado Springs: NAV Press, 1982), 72.
73
egipcio, esta revoltosa horda de humanidad - 600.000 hombres acompañados de mujeres y niños
- acampó al pie del Monte Sinaí. Allí, Dios llamó a Moisés a la cima del monte y le instruyó en las
leyes por las cuales su pueblo escogido iba ahora a vivir. Estas leyes comprendían desde los diez
mandamientos, los cuales las abarcaban todas, (los primeros cuatro demandan absoluta,
adoración reverente a un Dios santo) hasta ordenanzas detalladas tales como la manera para
restituir animales robados.96 Cuando los israelitas aceptaron el pacto de Dios con las palabras,
"Todo lo que el Señor ha dicho que hagamos... lo obedeceremos".97

Dios llamó de nuevo a Moisés a la cima del monte donde El había hecho una de las más notables
promesas de la Biblia: "Yo consagraré la tienda de reunión, el altar y... habitaré entre Israel". 98
¡Qué pensamiento tan sorprendente! El soberano Dios del universo prometió edificar su tienda,
en realidad, habitar en medio de su pueblo escogido. Muchos son tentados a saltar sobre estos
capítulos de Éxodo y Levítico que describen con tanto detalle la construcción del tabernáculo, las
formas de alabanza y demás, los altares, la madera de acacia y las ofrendas parecen impertinentes
hoy, reemplazados por la expiación de Cristo. Pero esto es un ejemplo perfecto de la necesidad de
tomar la Palabra de Dios en su totalidad.

Porque las prescripciones para el lugar en el cual Dios iba a habitar y a ser alabado revelan el
verdadero carácter de Dios mismo. El tabernáculo refleja a un Dios santo, a un Dios apartado,
único, completamente sin manca del pecado del mundo. Sin duda, Dios especificó reglas de
limpieza para aquellos que alababan allí. No fue porque tuviera alguna obsesión por la higiene
personal, sino porque en toda manera posible su pueblo había de ser limpio, apartado -santo -
cuando entrara a adorar en el lugar que El, un Dios santo, de hecho habitaba. Esto es
verdaderamente el corazón mismo de la relación que Dios demanda con su pueblo, expresado en
el pacto: "Yo soy el Señor tu Dios; consagraos y sed santos porque yo soy santo".99 Entender este
pacto básico, el carácter de Dios, y lo que El espera es esencial para comprender el nuevo pacto
del Nuevo Testamento.

Porque el carácter de Dios no ha cambiado, ni tampoco su expectativa de la santidad de su pueblo.


En realidad, la misma notable promesa que Dios hizo a Moisés - que levantaría su tienda y
habitaría en medio de su pueblo - es un tema central desde el principio hasta el fin de la Escritura.
En el conocido pasaje de Juan, "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros",100 la palabra

96 No pondrán junto a mí dioses de plata ni de oro. (Ex 20:23)


97 Moisés bajó del monte y contó al pueblo todas estas palabras de Yavé y todas sus leyes. Contestaron de una sola
voz: "Nosotros cumpliremos con todo lo que Yavé ha dicho. Y Moisés escribió todas las palabras de Yavé. Al despuntar
el día, Moisés levantó un altar al pie del monte y, al lado del altar, doce piedras por las doce tribus de Israel. Luego
mandó algunos jóvenes para que ofrecieran víctimas consumidas por el fuego y sacrificaran novillos como sacrificios
de comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre y la echó en vasijas; con la otra mitad roció el altar. Después tomó el
libro de la Alianza y lo leyó en presencia del pueblo. Respondieron: "Obedeceremos a Yavé y haremos todo lo que él
pide. (Ex 24:3-7)
98 Así santificaré la Tienda de las Citas con el altar; así santificaré a Aarón y a sus hijos para que sean sacerdotes
míos. Habitaré entre los hijos de Israel y seré su Dios, (Ex 29:44-45)
99 Porque yo soy Yavé, Dios de ustedes; santifíquense y sean santos, pues yo soy Santo. No se hagan impuros con
ninguno de
que significa "apartado, único, diferente, por encima de lo común".
100 Y la Palabra se hizo carne, puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su Gloria: la Gloria que recibe del Padre
el Hijo único; en él todo era don amoroso y verdad. (John 1:14)
74
griega para habitó significa literalmente "levantar una tienda". Así ahora, a través de Cristo, Dios
viene a "levantar su tienda" en medio de su pueblo. Y para llevar el tema a conclusión, Juan, al
describir su visión apocalíptica del nuevo cielo y de la tierra nueva, escribe: "El tabernáculo de
Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos, y ellos serán su pueblo".101 Una vez más la
palabra habitar se traduce literalmente como "levantar una tienda".

Así, desde Éxodo hasta Apocalipsis encontramos las mismas imágenes, un Dios santo "levantando
su tienda" entre su, pueblo: primero en el tabernáculo, después en Cristo y Cristo en nosotros, y
en últimas, en su reino. La Salvación, por tanto, no es simplemente asunto de estar separados de
nuestro pasado y liberados de nuestra servidumbre al pecado; la salvación significa también que
estamos unidos a un Dios santo. Al levantar su tienda en nuestro medio, Dios se identifica con su
pueblo a través de su miasma presencia. La realidad de un "Dios que está ahí" - personal y en
nuestro medio - es una seguridad extraordinaria, que diferencia la fe judeocristiana de todas las
demás religiones. Pero Dios demanda algo a cambio de su presencia. Demanda que nos
identifiquemos con El - que seamos santos porque El es santo.

La santidad no es una opción. Dios no tolerara nuestra indiferencia a su mandamiento principal.


102 Este es el principal pacto y mandamiento de la escritura, “el propósito cardinal del cual

depende todo el cristianismo” según escribió William Wilberforce.103 Esto no es solamente para
santos famosos como la Madre Teresa, sino para cada creyente. ¿Qué significa esto para nosotros,
entonces en el mundo en el cual vivimos cada día?

CAPITULO 14: EL OFICIO COTIDIANO DE LA SANTIDAD

Cuando pensamos en la santidad, grandes santos del pasado como Francisco de Asís o Jorge
Müller vienen a la mente -o contemporáneos gigantes de la fe como la Madre Teresa. Pero la
santidad no es la propiedad privada de una corporación elitista de mártires, místicos, y ganadores
del premio Nóbel. La santidad es el oficio cotidiano de cada cristiano. Se hace evidente en las
decisiones que tomamos y en las cosas que hacemos, hora tras hora, día tras día. Los pocos
siguientes ejemplos, tomados de las vidas de cristianos que he conocido en los últimos años,
pueden ayudar a explicar este aspecto. Era una tranquila tarde de diciembre o el distrito C43, la
unidad oncológica del hospital universitario de Georgetown. Muchas de las habitaciones
alrededor del puesto central de enfermeras estaban oscuras y vacías, pero en la habitación 11
yacía un hombre críticamente enfermo.

El paciente era Jack Swigert, el hombre que había piloteado el Apolo 13 de la misión lunar de
1970 y ahora congresista electo por el sexto distrito del Congreso de los Estados Unidos en
Colorado. El cáncer, el gran arrasador, ahora hacía su mortal asalto a su cuerpo. Con el moribundo

101 Y oí una voz que clamaba desde el trono: "Esta es la morada de Dios con los hombres; él habitará en medio de
ellos; ellos serán su pueblo y él será Dios-con-ellos;" (Rev. 21:3)
102 A Moisés y a Aarón no se les permitió entrar con los israelitas a la tierra prometida porque dejaron de tratar a
Dios como santo (Números 20:12). Después una larga sucesión de reyes dejaron de respetar la santidad de Dios y los
israelitas terminaron otra vez en cautividad.
103 William Wilberforce, Real Christianity, editado por James H. Houston (Portland, Or: Multnomah, 1982), 87. Véase
también cap. 15, nota 113.
75
estaba un visitante tranquilo, de alta estatura, sentado en el mismo sitio que había ocupado casi
todas las noches desde cuando Swigert había ingresado. Aunque Bill Armstrong, senador
estadounidense de Colorado y jefe del subcomité senatorial que manejaba el asunto más
candente de Washington, la seguridad social,' era uno de los hombres más ocupados de
Washington, no, estaba visitando este cuarto noche tras noche como un político poderoso. Estaba
aquí como un cristiano profundamente comprometido y como amigo de Jack Swigert, atendiendo
una responsabilidad que no delegaría ni evadiría, por más que a él le desagradaran los hospitales.

Esta noche Bill se inclinó sobre la cama y le habló calmadamente, a su amigo. "Jack, vas a estar
bien. Dios te ama. Yo te amo. Estás rodeado por amigos que están orando por ti. Vas a estar bien".
La única respuesta fue la respiración penosa y desigual de Jack. Bill acercó aún más su silla a la
cama y abrió su Biblia: "Salmo 23", empezó a leer con voz firme. "El Señor es mi pastor, nada me
faltará... El tiempo pasó. "Salmo 150", Bill empezó, entonces su piel sintió picazón. La
entrecortada respiración de Jack había cesado. Se inclinó sobre la cama, después solicitó ayuda.
Cuando observó a la enfermera examinando a Jack, Bill entendió que no había nada más que él
pudiera hacer. Su amigo había muerto. Los políticos son gente ocupada, especialmente los
presidentes de los comités del Senado.

Pero nunca se le ocurrió a Bill Armstrong que estaba demasiado ocupado como para estar en el
hospital. No había nada dramático ni heroico 'en su decisión - fue sólo un amigo haciendo lo que
podía.

1. La santidad es obedecer a Dios - amarnos unos a otros como El nos amó. Cuando Orv
Krieger, corredor hotelero con una amistosa sonrisa de hombre del medio este, recibió una
llamada sobre una selecta propiedad para la venta en Spokane, Washington, se emocionó.
Sabía que el Holiday Inn - hotel de 140 habitaciones, estaba a minutos del aeropuerto y
que se asentaba sobre 13 acres de colinas sembradas de abetos desde las cuales, se divisa
la ciudad - era una ganga, a pesar de su multimillonario precio de venta en dólares. Así que
en vez de colocarlo en lista para vendérselo a alguien diferente, Orv cogió la caña y lo
compró para sí. Había solamente un problema. El restaurante del Inn era lo que daba más
dinero, y sin duda - el bar proporcionaba un ingreso bruto promedio de diez mil dólares
mensuales. Pero Orv no iba a mantener el bar. No era que quisiera imponer sus opiniones
particulares a los demás, pero como cristiano decidió no tener un negocio subsidiado por
la venta de alcohol. El gerente del motel arguyó que si los huéspedes no podían conseguir
un trago en el Inn, como un rayo se pasarían a la competencia. También le dio a Orv
algunas estadísticas convincentes que mostraban que el motel no podría funcionar muy
bien sin el bar. Orv lo escuchó cortésmente - y cerró el bar. Debía agarrarse de sus
convicciones. El gerente prontamente renuncio. Orv continuó con sus planes. Remodeló el
salón de entrada del hotel y reemplazó el área del bar por una cómoda cafetería adornada
con plantas. En sus primeros cinco años de servicio, las ventas de comida aumentaron el
20 %, las reservaciones de habitaciones aumentaron el 30 por ciento. Con todo, las
utilidades no son lo que pudieran ser. Si el bar estuviera abierto, el hotel sería una
verdadera máquina de hacer plata. Pero, como dice Orv, con su sonrisa tan grande como
siempre, "Las creencias no valen nada si uno no está dispuesto a vivir por ellas".
76
2. La santidad es obedecer a Dios - aunque sea contra nuestros propios intereses. Cuando ella
llega a la puerta de la cárcel cada día de la semana a mediodía, los guardas la saludan. Los
funcionarios de la cárcel la detienen para preguntarle cómo andan sus hijos o su trabajo en
la oficina. Después de todo, Joyce Page es familiar; ella ha estado pasando la hora de su
almuerzo en la Institución Correccional del Condado de San Louis todos los días de la
semana desde 1979. Joyce comenzó a ir a la cárcel con su supervisor, también un cristiano
preocupado por los presos. Cuando el supervisor fue transferido, Joyce continuó por su
cuenta, saliendo sola de su oficina con un emparedado de mantequilla de maní mientras
las otras secretarias salían bulliciosamente en grupos a la cafetería. Cada día Joyce se
reúne con un grupo diferente de reclusos, desde los de hombres incomunicados y de
máxima seguridad hasta con un pequeño grupo de mujeres presidiarias. "Lo que hacemos
es para ellos", dice. "A veces tenemos un servicio de alabanza, o un tiempo de testimonio y
canto, o estudio bíblico a fondo y discusión. Depende de sus necesidades". Cuando regresa
a su escritorio a la una en punto, una de las que trabajan con ella generalmente está
deplorando lo excesivo de su almuerzo y proclamando en voz alta que realmente tomará
mañana el plato dietético. Joyce se ríe consigo misma. Sabe exactamente lo que almorzará
mañana - otro emparedado de mantequilla de maní sobre las ruedas de su carro camino a
la cárcel. Para muchos, reunirse con reclusos diariamente en medio de un agitado horario
de trabajo sería una tarea increíble. Joyce, con su práctico estilo, lo ve diferente. "Para mí
esto es una verdadera respuesta de oración", dice. "Mira, no tengo tiempo para ir después
del trabajo tengo seis hijos que estoy criando yo misma".

3. La Santidad es obedecer a Dios - compartir Su amor, aunque sea inconveniente. Nadie en su


sano juicio escogería la población de DuválierVille en la isla de Haití como lugar para una
fábrica, especialmente si viviera en Carolina del Norte. Los jubilados hombres de negocios,
Kenneth Hooker y Donald Adcox, hicieron precisamente eso. Todo comenzó a mediados de
los años setenta cuando Donald Adcox fue contactado por un pastor haitiano quien
solicitaba ayuda; el pastor había encontrado el nombre de Adcox en un artículo de revista
sobre hombres cristianos de negocios. Como resultado, Donald y algunos otros hombres
cristianos de negocios visitaron Haití y quedaron espantados por lo que hallaron.
Poblaciones enteras subsistían en casuchas con apenas lo suficiente para comer; la
enfermedad estaba difundida y escasa la atención médica. Don consiguió la ayuda de su
socio desde mucho atrás, Ken Hooker, y de otros hombres cristianos de negocios. La ayuda
del gobierno, descubrieron, era un proceso lento y pesado y podía no llegar nunca a
aquellos a quienes iba dirigida. Y se dieron cuenta de que el pueblo de Haití deseaba
oportunidades más que dádivas. Así que se unieron al pastor de la iglesia de Duvalierville
y se pusieron a trabajar. Junto con dos hombres cristianos de negocios, Robert Vickery y
Don Crace, Ken y Don compraron una pequeña fábrica de alfombras en Pennsylvania y
embarcaron la maquinaria y los suministros para construir la planta en Haití. Una vez
completado esto, llevaron a dos jóvenes líderes, escogidos por la iglesia haitiana, a un
adiestramiento en Carolina del Norte. Hoy la planta de Duvalierville es el centro de una
próspera comunidad de mil personas. La iglesia consta de seiscientas personas, y la
escuela de la iglesia inscribe seiscientos niños. Don, Ken y otros, han ayudado a los
haitianos a construir una clínica y una casa de huéspedes en los terrenos de la fábrica y
están estableciendo un programa para que médicos y odontólogos de los Estados Unidos
vayan a donar sus servicios. La ocupada fábrica es un estímulo tangible, y el orgullo de los
77
pobladores de su planta viene de un sentido de propiedad, porque la planta les pertenece
a ellos. Don y Ken y otros hombres de negocios quienes participaron, tranquilamente
entregaron el negocio a la iglesia hace unos pocos años. El establecimiento de la planta
haitiana también ha traído nueva esperanza a otro lugar inesperado - las cárceles de
Carolina del Norte. Cuando Don y Ken montaron una fábrica prototipo para conocer el
negocio de las alfombras, necesitaron a unas pocas personas para llevarlo a cabo. Ken
había estado como voluntario de la Confraternidad Carcelaria durante varios años, así que
él y Don empezaron a contratar presos con permiso para salir a trabajar para que
manejaran las máquinas de trenzar alfombras. En efecto, varios reclusos recibieron
reducción de sus penas puesto que habían recibido la promesa de un trabajo seguro. La
fábrica no es grande, sólo emplea tres o cuatro a la vez, pero una planta cercana ha seguido
su ejemplo al proveer trabajo para presos con permisos para salida de trabajo, y para ex
presidiarios. Mientras tanto, Ken Hooker y Don Adcox están ocupados concibiendo otras
ideas para ensanchar el ministerio haitiano y trabajando con laicos cristianos en otros
proyectos. Todavía dicen que son jubilados, pero los pocos años pasados han sido sus más
atareados. "Tratamos de reunir a la gente y los recursos disponibles", dice Ken. "Apenas
hacemos lo que podemos", añade Donald.

4. La santidad es obedecer a Dios, encontrar formas para ayudar a quienes padecen necesidad.
El heroísmo es una extraordinaria proeza de la carne; la santidad es un acto ordinario del
espíritu. El primero puede traer gloria personal; el segundo siempre le da a Dios la gloria.
Estas ilustraciones pueden ser útiles como ejemplos prácticos, pero el patrón seguro de la
santidad es la Escritura. Ahí Dios hace claro lo que quiere decir por vida santa, o como lo
llaman los teólogos, el proceso de la santificación. Los diez mandamientos, de los cuales
proceden todos los demás, son el comienzo; se aplican hoy tanto como cuando Dios los
grabó en las tablas de piedra para Moisés. Seguidamente, la vida de Jesús muestra santidad
en la carne; en su perseverante auto negación, en su total obediencia a la voluntad del
Padre, y la plenitud del Espíritu Santo en su vida diaria, Jesús permanece como nuestro
ejemplo.

Después, Pablo da unas pautas explícitas. Considere esta muestra de mandatos: Abandonen la
falsedad y hablen verdad. No dejen que el sol se ponga sobre su enojo. El que roba, no robe más
sino trabaje. No permitan que ninguna palabra corrompida salga de sus bocas. Apártense de la
amargura, de la ira y de la malicia. Sean amables los unos con los otros, perdonando. Anden en
amor. Sean cuidadosos para que ni siquiera sean acusados de inmoralidad, avaricia o impureza.
No participen en conversaciones necias, groseras o sucias. No practiquen la idolatría en ninguna
forma ni se asocien con quienes lo hacen. Absténganse de inmoralidad sexual y venzan las
pasiones lujuriosas. No hagan que los hermanos más débiles pequen.104 En Gálatas 5, Pablo da un

104 Revístanse, pues, del hombre nuevo, el hombre según Dios que él crea en la verdadera justicia y santidad. Por
eso, no más mentiras; que todos digan la verdad a su prójimo, ya que todos somos parte del mismo cuerpo. Enójense,
pero sin pecar; que el enojo no les dure hasta la puesta del sol, pues de otra manera se daría lugar al demonio. El que
robaba, que ya no robe, sino que se fatigue trabajando con sus manos en algo útil y así tendrá algo que compartir con
los necesitados. No salga de sus bocas ni una palabra mala, sino la palabra que hacía falta y que deja algo a los
oyentes. No entristezcan al Espíritu santo de Dios; éste es el sello con el que ustedes fueron marcados y por el que
serán reconocidos en el día de la salvación. Arranquen de raíz de entre ustedes disgustos, arrebatos, enojos, gritos,
ofensas y toda clase de maldad. Más bien sean buenos y comprensivos unos con otros, perdonándose mutuamente
78
resumen del fruto del Espíritu juntamente con los pecados contrarios de la carne. Que lista para
examinar:

Vida en el espíritu Los deseos de la naturaleza

Amor Inmoralidad

Gozo Impureza

Paz Sensualidad

Paciencia Idolatría

Amabilidad Brujería

Bondad Contiendas

Fidelidad Brotes de ira

Gentileza Borracheras

Dominio propio Celos

La descripción del apóstol de la vida en el Espíritu versus los deseos de la naturaleza pecaminosa
es gráfica. Habiendo establecido el contraste, exhorta 'a los fieles a "no cansarse de hacer el bien.
El hombre cosecha lo que siembra".105 La búsqueda de la santidad, pues, debe comenzar con el
escudriñar las Escrituras. (Los pocos versículos de arriba no son sino muestras de los ricos
tesoros que esperan). Después empezamos a aplicar lo que aprendemos, buscando Su voluntad
para nuestras vidas. Así como el teólogo escocés del siglo diecinueve, John Brown, enunció: "La
santidad no consiste en especulaciones místicas, en fervores entusiastas, ni en austeridades auto
impuestas; consiste en pensar como Dios piensa y desear como Dios desea".106 Ese pensamiento y
esa voluntad es un proceso que requiere disciplina y perseverancia y es un esfuerzo conjunto: de
Dios y nuestro.

Por una parte, el Espíritu Santo convence de pecado y santifica.107 Pero eso no quiere decir que
podemos echarnos, relajarnos, y dejar que Dios haga. Dios espera - exige - que hagamos nuestra
parte. Así como firma la Madre Teresa: "Nuestro progreso en la santidad depende de Dios y de

como Dios los perdonó en Cristo. (Eph 4:24-32) También ver los siguientes pasajes: Colosenses 3:12-13; Efesios 5:1-
21; 1 Tesalonicenses 4:3-7; 1 Corintios 6:9-10; Gálatas 6:2; 1 Corintios 6:12; 8:9-13; 10:31.
105 No se engañen, nadie se burla de Dios: al final cada uno cosechará lo que ha sembrado. El que siembra en la
carne, y en la propia, cosechará de la carne corrupción y muerte. El que siembra en el espíritu, cosechará del espíritu
la vida eterna. Así, pues, hagamos el bien sin desanimarnos, que a su debido tiempo cosecharemos si somos
constantes. (Gal 6:9-7)
106 John Brown, Expositing Discourses on 1 Peter (1848) edición reimpresa (Edinburgh: Banner of Truth Trust),
1:106.
107 En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las
cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho. (John 14:26) También ver los siguientes pasajes: Juan 17:17
Romanos 8:9-11; 1 Corintios 2:121,3; 6:11; 1 Tesalonicenses 4:7-8.
79
nosotros mismos - de la gracia de Dios y de nuestra voluntad de ser santos". 108 Entender esta
responsabilidad conjunta aclara lo que de otra manera es una de las áreas más problemáticas
para Muchos cristianos, que se halla en la carta de Pablo a la iglesia en Roma donde, por una
parte, dice que estamos muertos al pecado y en el siguiente versículo nos exhorta a no permitir
que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales.109 ¿Por qué debemos apartarnos del pecado
que está ya muerto?

La respuesta a esta aparente contradicción subraya la responsabilidad conjunta de la


santificación. Estamos muertos al pecado porque Cristo murió al pecado por nosotros. El obtuvo
la victoria última. Pero en tanto que vivimos día tras día, el pecado permanece como una
constante realidad. Aunque Dios nos da la voluntad de ser santos, la lucha diaria requiere
esfuerzo continuo de nuestra parte. En su maravilloso libro, La Búsqueda de la Santidad, Jerry
Bridges, eslabona esto al caso de las naciones en guerra: la una vence a la otra, así como en el
Calvario Cristo venció a Satanás. Pero el ejército perdedor, aunque derrotado, se va entonces a las
montañas y pelea como un Movimiento guerrillero. Luchar contra el pecado, afirma, es como
repeler continuamente ataques guerrilleros.110

La vida santa requiere un examen constante de nuestros actos y motivos. Pero al hacerlo,
debemos guardarnos de la tendencia a enfocarnos totalmente sobre el yo, lo cual es fácil hacer -
especialmente cuando los valores ego-céntricos de la cultura invaden la iglesia. En efecto, este
carácter autocomplaciente de nuestros tiempos es una razón fundamental por la cual el tópico de
la verdadera santidad es tan descuidado por los maestros cristianos, los líderes, los escritores, y
los oradores. Lo hemos, quizá inconscientemente, substituido por un mensaje secularizado
centrado en torno al yo. Porque cuando hablamos de "victoria" en la vida cristiana, nosotros
todos, también a menudo, queremos decir victoria personal - cómo Dios vencerá el pecado por
nosotros (por lo menos aquellos pecados de los„cuales nos gustaría librarnos - aquellas diez
libras de más, ese hábito fastidioso, quizá un temperamento irritable).

Esto refleja no sólo egocentricidad sino una incorrecta apreciación del pecado. El pecado no es
solamente el mal que hacemos a nuestro prójimo cuando lo defraudamos, o el mal que nos
hacemos a nosotros mismos cuando abusamos de nuestros cuerpos. El pecado, todo pecado, es
una profunda rebelión y una ofensa contra Dios, lo que R.C. Sproul llama "traición cósmica".
Debemos comprender que nuestra meta como creyentes es buscar lo que podemos hacer para
agradar a Dios, no lo que El pueda hacer por nosotros. Las victorias personales pueden venir, pero
son el resultado, no el objetivo. La verdadera madurez cristiana - la santidad, la santificación se
centra alrededor de Dios. La llamada "vida cristiana victoriosa" está centrada en torno al yo.

Jerry Bridges dice esto bien:

108 Malcolm Muggeridge, Something Beautiful for God (New York: Harper and Row, 1971), 66.
109 El pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Dará vida eterna a quien haya seguido el camino de la gloria, del
honor y la inmortalidad, siendo constante en hacer el bien;" y en cambio habrá sentencia de reprobación para
quienes no han seguido la verdad, sino más bien la injusticia. Habrá sufrimientos y angustias para todos los seres
humanos que hayan hecho el mal, en primer lugar para el judío, y también para el griego. La gloria, en cambio, el
honor y la paz serán para todos los que han hecho el bien, en primer lugar para el judío, y también para el griego,
porque Dios no hace distinción de personas. Quienes pecaron sin conocer la Ley, serán eliminados sin que se hable de
la Ley; y los que pecaron conociendo la Ley, serán juzgados por la Ley. (Rom 2:6-12)
110 Bridges, Pursuit of Holiness.
80
Es hora de que nosotros los cristianos enfrentemos nuestra responsabilidad de ser santos.
Con demasiada frecuencia decimos que estamos "derrotados" por este o aquel pecado. No, no
estamos derrotados; simplemente somos desobedientes. Sería mejor que dejáramos de usar
los términos "victoria" y "derrota" para describir nuestro progreso en la santidad. En vez de
eso deberíamos usar los términos "obediencia" y "desobediencia". 111

Así hemos cerrado el círculo - otra vez en donde empezamos. La vida cristiana empieza con la
obediencia, depende de 'la obediencia, y resulta en obediencia. No podemos evadir eso. Las
órdenes de nuestro comandante en jefe son claras: "El que tiene mis mandamientos y los
obedece, es él que me ama".112

Amar a Dios - realmente amarlo a El - significa vivir sus mandamientos no importa el costo. Una
joven de una iglesia suburbana de Washington demostró recientemente esta verdad. Nadie se
sorprendió cuando Patti Awan se puso de pie durante el tiempo informal de alabanza en el
servicio vespertino del domingo. Ella, una joven maestra de escuela dominical con un tranquilo
aire de madurez, había dado a luz a un saludable niño hacía unos pocos meses, el primer hijo para
ella y su esposo Javy. La congregación se preparó para un informe sobre el progreso del bebé y
para la acción de gracias de sus padres. No estaban en absoluto preparados para lo que siguió.
Subiendo al estrado frente a ella, Patti empezó. "Hace cuatro años esta semana, una joven se sentó
llorando sobre el piso de un apartamento de New Jersey devastada por la noticia de un informe
de laboratorio.

Soltera y sola, acababa de saber que estaba embarazada". La congregación se quedó


completamente quieta; la entrecortada voz de Patti indicaba quién había sido esa joven. "En ese
entonces me consideraba cristiana", continuó. "Pero había sabido de Cristo mientras estaba en el
ambiente de la droga. Después de conocer de El, supe que quería comprometerme con El, pero no
podía dejar a mis viejos amigos ni abandonar mis viejos hábitos. Así estuve a la deriva entre dos
mundos - en uno todavía fumaba narcóticos diariamente y dormía con el hombre que vivía en el
apartamento debajo del mío; en el otro, iba a la iglesia, testificaba a otros, y trabajaba con el
grupo de jóvenes de la iglesia. Pero estar embarazada rasgó la hipocresía de doble vida. Yo había
estado tratando de 'estar bien con Dios', pero me mantenía caminando hacia atrás.

Ahora no podía vivir una vida cristiana decorosa y limpia como toda aquella gente de la iglesia.
Sentí que la única respuesta era borrón y cuenta nueva. Me haría un aborto; nadie en la iglesia lo
sabría jamás. La Clínica fijó la fecha para el aborto. Estaba aterrorizada, pero mi novio estaba
firme. Mi hermana estaba furiosa conmigo por haber sido tan estúpida como para quedar
embarazada. Finalmente, desesperada, escribí a mis padres. Ellos eran firmes católicos, y yo sabía
que me apoyarían si yo decidía tener el bebé. Mi mamá me llamó: 'Si no te haces el aborto, no te
quiero ver mientras estés embarazada. Tu vida será arruinada y lo merecerás". Yo siempre había
sido desesperadamente dependiente de otras personas. Pero supe que esta decisión debía hacerla
sola.

111 ibíd., 84.


112 El que guarda mis mandamientos después de recibirlos, ése es el que me ama. El que me ama a mí será amado
por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él. (John 14:21)
81
Iba hacia la ventana de mi cuarto una noche cuando pensé con claridad por primera vez en
semanas. Me di cuenta de que o creía en el cristianismo o no creía. Y si creía en Cristo, entonces
no podía hacerlo. Dios es real, pensé, aunque yo nunca haya vivido como El es. Esa decisión fue un
punto de no regreso. Puse mi fe en el Dios de la Biblia, no en el Dios que había hecho en mi
cabeza. Todavía estaba como nunca había querido estar - encinta, sola, abandonada por mi familia
y rechazada por aquel a quien había amado. Pero por primera vez en mi vida, estaba realmente
apacible, porque supe, por primera vez, que estaba siendo obediente. Cuando fui a un obstetra y
le dije de mi decisión de tener el bebé y por qué la había tomado, él rehusó cobrarme por el
cuidado prenatal y el parto.

Confesé mi doble vida a la iglesia, y mediante el apoyo de cristianos, pude mudarme de donde mis
viejos amigos a mi propio apartamento. Comencé a ir a una oficina cristiana de consejería y sentí
que Dios me estaba dirigiendo a dar el bebé por adopción. Tuve una hermosa bebita llamada Sara.
A ella la ubicaron con una pareja cristiana sin hijos, y todos sentimos la mano de Dios en la
decisión. Y por eso quiero alabar a Dios esta tarde. Pensé en lo profundo de la desesperación que
mi vida estaba destruida, pero supe que tenía por lo menos que ser obediente en asumir la
responsabilidad por mi pecado. Pero hoy, por esa misma desesperación y obediencia, tengo lo que
nunca pensé que podría - un esposo creyente y ahora un bebé nuestro. Pero lo que es más
importante que todo es que tengo lo que antes estuve buscando desesperadamente - paz con
Dios".

La santidad es obedecer a Dios.

CAPITULO 15: … Y SU JUSTICIA

William Wilberforce, el abolicionista del tráfico de esclavos del siglo dieciocho, escribió en su
diario: "El Dios Todopoderoso ha puesto delante de mí dos grandes objetivos, la supresión del
tráfico de esclavos y la reforma de las costumbres". Y estas letras no se referían a etiquetas para la
mesa, es claro, sino a los patrones morales de los cristianos profesantes. Wilberforce creyó que un
vivir santo, lo que él llamó la "reforma de las costumbres", inevitablemente fomentaría la justicia
en la tierra y el final de la injusticia de la esclavitud; de lo contrario, el final de la esclavitud
elevaría el carácter moral de la nación. Eso es precisamente lo que sucedió. La esclavitud fue
abolida mientras un gran despertamiento espiritual limpiaba a Inglaterra de su indulgente
apostasía.113

¡Si tan sólo esa lección de interdependencia pudiera ser aprendida hoy! Las iglesias,
particularmente las evangélicas, están atestadas de gente que intenta practicar la piedad
personal, establecer estilos de vida morales, y "testificar". Pero se muestran olvidadizos frente a
la necesidad de trabajar por aquellos mismos patrones en su sociedad y en el mundo. A veces la

113 Wilberforce escribió después un penetrante y profético libro desafiando a la iglesia respecto de la situación. Se
publicó por primera vez a comienzos del siglo diez y nueve con el título de A Practica! View of the Prevailing
Religiuos Systems of Professed Christians, in the Higher and Midole Classes in this Country, Contrasted With Real
Christianity. Ahora se consigue en una edición moderna como la editada por James Houston (Véase cap. 13, nota
103). Esta es una lectura altamente recomendada, porque Wilberforce escribió la apreciación profética no sólo para
la Inglaterra de su tiempo, sino para hoy, especialmente para la iglesia en los Estados Unidos.
82
iglesia parece esquizofrénica: piadosa y justamente estimulada en la seguridad de las bancas de la
iglesia y de los grupos de oración, pero indiferente en el mundo exterior. Desde el comienzo Dios
hizo claro el patrón que demanda de su pueblo. Después de dar su comisión a Moisés que Israel
iba a ser un "Reino de sacerdotes y una nación santa",114 Dios prescribió cuidadosamente la
manera precisa en que debían manejarse los asuntos de su nación.

En Éxodo 21 hasta el 23 estableció los patrones de la justicia para los individuos, los reclamos por
lesiones personales, los derechos sobre la propiedad privada, la restitución y el cuidado del
pobre, del huérfano, de la viuda y del extranjero. Porque Dios considera al hombre responsable
no solamente por sus pecados individuales sino por los pecados de la sociedad como corporación.
Males tales como la agresión, la inflación, la injusticia, el racismo, y la opresión económica son
manifestaciones del pecado del hombre exactamente así como las transgresiones individuales. La
gran entidad impersonal llamada "sociedad" no es responsable de estos pecados - somos
nosotros. Estas condiciones afligen el corazón de Dios, y El claramente nos llama a dar cuenta de
ellas y a arrepentirnos.115

En Levítico, en Números y en Deuteronomio, el patrón para el pueblo de Dios está establecido:


arrepentimiento y restitución prescritos por las ofensas contra Dios y contra la sociedad;
ciudades de refugio ordenadas para proteger á quienes han cometido homicidio; estrictas
medidas dé seguridad para imponer la pena capital.116 El mandato de Dios es claro: "Sigue la
justicia y solamente la justicia, para que puedas vivir y poseer la tierra'"117 Siglos después cuando
Saúl fue quitado del trono de Israel, Dios escogió a un hombre "según Su corazón", al joven David,
para que fuese el rey quien "administrara justicia y rectitud para todo su pueblo". 118 Después de
David vino su hijo Salomón cuya sabiduría ha llegado a convertirse en un cliché político. A cada
toma de juramento, desde el perrero del condado hasta el presidente,' alguien reza
ritualísticamente que el nuevo elegido sea dotado de "la sabiduría de Salomón".

Desafortunadamente, pocos se molestan por averiguar la fuente de la cita. Si lo hicieran,


probablemente se sorprenderían al saber que cuando Dios le manifestó a Salomón que le pidiera
una cosa que deseara, el joven replicó, "Dale a tu siervo un corazón que discierna para gobernar a
tu pueblo y para diferenciar entre lo bueno y lo malo".119 Dios fue tan agradado por la solicitud de
Salomón - no para sí mismo, sino con la finalidad de administrar justicia a otros - que lo premió

114 Pero los tendré a ustedes como un reino de sacerdotes, y una nación que me es consagrada. (Ex 19:6)
115 Ejemplos de responsabilidad y arrepentimiento por pecados de la sociedad se encuentran a través de toda la
Escritura. Moisés a menudo fue a Dios con sincero arrepentimiento por los pecados de su pueblo. Moisés hubiera
podido contarse a sí mismo sin mancha; después de todo, le había dicho al pueblo lo correcto que debía de hacer.
Ellos eran los rebeldes. Pero Moisés se arrepintió por los pecados sociales de su pueblo. Véase también Nehemías 1:6.
A lo largo de la literatura profética hay un consistente llamado de Dios a que su pueblo se arrepienta de los pecados
de su nación.
116 Muchos cristianos citan Génesis 9:6 como la justificación bíblica de la pena capital, pero dejan de citar la
protección para el acusado que Dios también demandó - tal como dos testigos presenciales, y el requisito de que un
acusador participara en la ejecución (Dt. 17:6-7). Nada comparable a esas salvaguardas bíblicas puede encontrarse
hoy en ninguno de los estatutos gubernamentales que invocan la pena de muerte.
117 Busca la justicia si quieres vivir y conservar la tierra que te da Yavé, tu Dios. (Deu 16:20)
118 David reinó en todo Israel, hacía respetar el derecho y administraba justicia a su pueblo. (2Sa 8:15)
119 Concede pues a tu servidor que sepa juzgar a tu pueblo y pueda distinguir entre el bien y el mal. ¿Quién podría
en realidad gobernar bien a un pueblo tan importante? (1Ki 3:9)
83
con una sabiduría nunca antes dada ni después. Sin embargo, después de este momento lúcido, la
historia va a parar en una vergonzosa apostasía. Rey tras rey cometió idolatría e hizo lo malo ante
los ojos de Dios. Judá se separó de Israel, y ambos se debilitaron cuando desapareció la justicia.

Puesto que no se podía confiar en que los reyes de Israel hicieran justicia, Dios levantó a una
nueva clase de siervos: los profetas. La línea empezó con Elías y Eliseo, pasó por el gran profeta
evangélico Isaías a Jeremías y á. Ezequiel.120 Cada uno de ellos repitió el mismo mensaje de tres
puntos: condenación de los reyes injustos de Israel y de su pueblo; un llamado a la justicia y a la
vida santa; y la promesa de una intervención milagrosa de Dios en la historia para traer juicio a
los impíos y bendición a los obedientes. De modo significativo, la justicia no se ve a través de los
ojos de los poderosos, sino a través de los ojos de los desvalidos. (En efecto, muchos de los
profetas eran hombres de Dios levantados de entre la clase menos favorecida). El valor moral de
una sociedad, declararon los profetas, se mide no por la vida de los palacios sino por la vida de las
calles.

Porque cuando el primero prospera a expensas del último viola el patrón de Dios para la
humanidad que El creó, a Su imagen. Para conocer al Dios Todo-poderoso, uno debe conocer a los
desvalidos. 121 Los juicios más airados vienen de los labios de los hombres a quienes llamamos los
Profetas Menores. Uno de ellos, el profeta Amós, trajo un mensaje que fue particularmente
devastador para la poderosa élite de Israel. Cada vez que leo y estudio a Amós, me resultan
escalofriantes ciertos paralelos con la cultura de hoy; éste es un libro con unas especiales,
poderosas y penetrantes apreciaciones para los cristianos del siglo veinte, porque revela una
visión de la justicia de Dios que la sociedad de hoy a menudo ignora, para su peligro. Amós era un
pastor que vivía en el áspero territorio del sur de Jerusalén.

Un día, mientras llevaba a cabo las tareas regulares del pastoreo, fue confrontado
dramáticamente por una visión del terrible juicio de Dios. Sabiendo que esta visión era de Dios,
Amós dejó su rebaño para llevar la punzante reprensión a Israel. Fue recibido como un paria - un
riesgo del oficio para los profetas. Porque como un médico que quita los vendajes y las gasas de
una llaga podrida, Amós desenmascaró los más feos pecados de Israel, que incluían rituales
paganos y prácticas de inmoralidad sexual, como prostitución en el templo .122 Aunque estos
pecados eran evidentes, Amós expuso algo aún más ofensivo. Bajo la ley judía, la túnica de un
hombre podía ser retenida como prenda de su deuda durante el día, cuando la temperatura fuera

120 Isaías anunció a Aquel quien en últimas traería "Justicia a la tierra", el Mesías, la imagen perfecta de santidad y
justicia. Véase Isaías 42:3-7: “No rompe la caña doblada ni aplasta la mecha que está por apagarse, sino que hace
florecer la justicia en la verdad. No se dejará quebrar ni aplastar, hasta que establezca el derecho en la tierra. Las
tierras de ultramar esperan su ley. Así habla Yavé, que creó los cielos y los estiró, que moldeó la tierra y todo lo que
sale de ella, que dio aliento a sus habitantes y espíritu, a los que se mueven en ella. Yo, Yavé, te he llamado para
cumplir mi justicia, te he formado y tomado de la mano, te he destinado para que unas a mi pueblo y seas luz para
todas las naciones. Para abrir los ojos a los ciegos, para sacar a los presos de la cárcel, y del calabozo a los que yacen
en la oscuridad”.
121 ¡Pobre de aquel que edifica su casa con abusos, y levanta sus pisos sobre la injusticia! ¡Pobre de aquel que se
aprovecha de su prójimo y lo hace trabajar sin pagarle su salario! (Jer 22:13)
122 Tomando las ropas empeñadas, se acuestan cerca de cualquier altar, y con el vino de las multas se emborrachan
en la Casa de su Dios. Yo, sin embargo, en atención a ustedes, destruí a los amorreos, tan altos como cedros y tan
forzudos como encinas, cortándoles sus ramas y arrancándoles sus raíces. (Amo 2:7-8)
84
normalmente cálida, pero debía ser regresada al atardecer para protección contra el aire frío de la
noche.

Sin embargo, los ricos estaban ignorando esto y se estaban quedando con los pignorados abrigos.
Y amontonando pecado sobre pecado, estaban usando las túnicas como camas para actos
sexuales en el templo, profanando así el templo doblemente: por inmoralidad sexual y por
desatender la ley de Dios dirigida a proteger a los pobres. Amós desenmascaró también la
práctica de vender trigo el sábado, haciendo fraude con balanzas adulteradas, y vendiendo el
desecho del trigo restante después de la cosecha, el cual, según la ley judía, debía ser dejado a los
bordes del campo para los pobres.123 Este era el plan de bienestar social de Dithá, pero los judíos
se habían vuelto tan avaramente utilitaristas a expensas de los pobres y de los desvalidos, que los
estaban privando de los mendrugos necesarios para permanecer con vida.124

Amós pronunció el juicio de Dios sobre Israel porque "venden al justo por dinero y al necesitado
por un par de sandalias" una referencia a la práctica común de los ricos que sobornaban a los
jueces con tan poco como era el precio de las sandalias de un pobre. La avaricia había
reemplazado la justicia, el dinero había triunfado sobre la misericordia, y el sistema judicial era
meramente un instrumento de poder y privilegio usado para oprimir a la misma gente a la cual se
suponía que debía proteger. La justicia de Dios no era ya el patrón de la tierra. Y así, hablando por
medio de Amós, Dios pidió que la nación se arrepintiera. "Odien el mal, amen lo bueno;
mantengan la justicia en los tribunales".125 Y entonces, en una de las más grandes declaraciones
de la Escritura, exclamó: "Que la justicia fluya como aguas y la rectitud como un arroyo siempre
caudaloso".126

Que quienes creen que "Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos" lean Amos. La Biblia enseña
exactamente lo contrario de lo que esta máxima ha santificado: Dios cuida especialmente a
quienes no se pueden ayudar a sí mismos - al pobre y al necesitado, al olvidado y a quien no tiene
quién lo socorra. Amós advirtió que la nación cuyos intereses creados manipularan las
estructuras de poder para su propio provecho, a expensas de los pobres, debía enfrentar el juicio
de un Dios airado. Es por eso que un preeminente abogado cristiano, Jay Poppinga, escribe:
"Cuando hablamos de justicia en el sentido bíblico, nosotros... estamos hablando de necesidades

123 Ahí están sus palabras: "¿Cuándo pasará la fiesta de la luna nueva, para que podamos vender nuestro trigo? Que
pase el sábado, para que abramos nuestras bodegas, pues nos irá tan bien que venderemos hasta el desecho. Vamos a
reducir la medida, aumentar los precios y falsear las balanzas. Ustedes juegan con la vida del pobre y del miserable
tan sólo por algún dinero o por un par de sandalias. (Amo 8:5-6)
124 Debe notarse que Dios no ataca a los ricos por ser ricos sino más bien por ser injustos en el uso de sus riquezas.
Por ejemplo, todas estas ofensas citadas tenían que ver con ganancias, pero no hay nada malo en obtener ganancia,
dado que puede argumentarse que la Biblia lo legitima. Pero la ganancia debe obtenerse honestamente y de acuerdo
con los patrones de Dios. El problema aquí era el método y el motivo. El materialismo se había convertido en el Dios
de Israel.
125 Busquen el bien y no el mal si quieren vivir, para que así Yavé esté con ustedes, como de continuo repiten. (Amo
5:14)
126 Quiero que la justicia sea tan corriente como el agua, y que la honradez crezca como un torrente inagotable.
(Amo 5:24)
85
descubiertas doquiera existan y particularmente donde existan más apremiantes".127 Algunos
dirán, sin embargo, que estos patrones para la santidad colectiva ya no tienen vigencia.

En relación con los tiempos del Antiguo Testamento, sí. Vigencia contemporánea, no. Eso es
tentador de creer - tentador, pero no bíblico. Porque mientras sea cierto que vivimos bajo la
gracia, puesto que Jesús vino a cumplir la ley, Jesús no abrogó la ley.128 Un Dios perfecto y justo no
puede cambiar sus patrones perfectos de justicia. El primer sermón de Jesús refleja esto:
Entrando a la sinagoga, cogió el rollo con las palabras del profeta Isaías y leyó:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para predicar buenas nuevas a los
pobres. El me ha enviado a proclamar libertad a los presos Y recuperación de la vista a los
ciegos, A liberar a los oprimidos, A proclamar el año del favor del Señor.129

Jesús enrolló el libro y dijo: "Hoy esta escritura se ha cumplido delante de vosotros".130 Jesús
prosiguió a demostrar en su ministerio una profunda compasión por los sufrientes y los
olvidados. Alimentó a los hambrientos, sanó al cojo, dio vista al ciego. Estuvo preocupado no
solamente por salvar al hombre del infierno en la próxima vida, sino por librarlo de la maldad de
éste. De esta manera, el Hijo reflejó la pasión del Padre por la misericordia y la justicia. Y su
mensaje de justicia social fue, exactamente tan estremecedor y señalador de pecado–como lo fue
en el tiempo de Amós - y como lo es hoy. Considere apenas una de las últimas admoniciones de
Jesús a sus discípulos y a nosotros. El lugar es el Monte de los Olivos y Jesús estaba dándole a sus
seguidores una perspectiva del futuro - su posterior regreso y la fidelidad esperada de ellos
mientras tanto.

Entonces describe el juicio final ante el trono del Señor, donde con su mano serán separados los
justos de los injustos. Con un final atemorizante; Jesús dice, los injustos oirán el juicio final de
Dios: "Tuve hambre y no me disteis nada de comer, tuve sed y no me disteis nada de beber, fui
forastero y no me disteis posada, necesité vestido y no me vestisteis, estuve enfermo y en la cárcel
y no tuvisteis cuidado de mí".131 Esto no es un evangelismo de llamas infernales y azufre. Esto es
justicia. Y, sí, también es amor. Dios nos ama tanto que cuenta con nosotros; porque para
juzgarnos de acuerdo con qué tan bien vivimos sus santos patrones de justicia y rectitud, El
asigna significado a nuestros actos diarios. El garantiza que lo que hagamos sea significativo. Así,
pues, el cristianismo no es apenas un ritual sonoro que realizamos las mañanas dominicales.

127 Freedom and Faith, editado por Lynn Buzzard (Westchester, III.: Crossway Books, 1982), 161.
128 No crean que he venido a suprimir la Ley o los Profetas. He venido, no para deshacer cosa alguna, sino para
llevarla a la forma perfecta. (Mat 5:17)
129 El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la
libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de
gracia del Señor. (Luk 4:18-19): ¡El Espíritu del Señor Yavé está sobre mí! sepan que Yavé me ha ungido. Me ha
enviado con un buen mensaje para los humildes, para sanar los corazones heridos, para anunciar a los desterrados su
liberación, y a los presos su vuelta a la luz. Para publicar un año feliz lleno de los favores de Yavé, y el día del desquite
de nuestro Dios. Me envió para consolar a los que lloran (Isa 61:1-2)
130 Jesús entonces enrolló el libro, lo devolvió al ayudante y se sentó, mientras todos los presentes tenían los ojos
fijos en él. Y empezó a decirles: "Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas. (Luk 4:20-21)
131 Porque tuve hambre y ustedes no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber;" era forastero y no me
recibieron en su casa; estaba sin ropa y no me vistieron; estuve enfermo y encarcelado y no me visitaron. (Mat 25:42-
43)
86
El cristianismo es atenerse a los patrones bíblicos de santidad personal y a la vez buscar traer
santidad a la sociedad en la cual vivimos. Y es por eso que Jesús nos llamó "sal y luz".132 Es eso lo
que quería señalar en las magníficas palabras del Sermón del Monte: "Buscad primero el Reino de
Dios y su justicia". (Demasiados cristianos locuazmente citan la primera parte dé este versículo,
"buscad primero el Reino de Dios", olvidando el exigente mandamiento al cual Jesús otorga igual
énfasis, "y su justicia"133 El sendero de la santidad personal puede ser duro, pero abrir la brecha
de un sendero santo en la sociedad nos lleva cara a cara con el costo del discipulado. Significa
hacer juicios morales con los patrones de Dios y no del hombre, algunas veces haciendo que el
creyente riña con el Estado.

Eso puede suscitar punzantes cuestionamientos en una democracia donde, así como afirma Oliver
Venden Holmes, miembro de la Corte Suprema de Justicia, "La verdad es el voto de la mayoría de
esa nación que puede comerse a todos los demás".134 Como político, no sólo creí eso, sino
fervientemente trabajé por eso; y en la primera guerra de Corea hubiera dado mi vida en su
defensa. Pero esa no es la manera del Reino de Dios. Que algo sea legal no lo hace justo. Tampoco
la voluntad de la mayoría puede confundirse con la, voluntad de Dios. Pueden ser muy distintas;
de hecho, a menudo lo son. Permítame contarle lo que sucedió a un juez que se halló a sí mismo
atrapado entre este gobierno del hombre y la justicia de Dios.

CAPITULO 16: CONTRA MUNDUM

Las esposas que escocían los brazos de Fred Palmer habían, por el roce, dejado sus muñecas
descarnadas. Pesadas cadenas conectaban las esposas a un cinturón de acero que rodeaba su
cintura. La oscura celda, en la cual estaba embaulado junto con otros doce hombres que
esperaban ser sentenciados, hedía por el calor de los cuerpos sin bañarse a pesar del viento frío
de febrero que soplaba afuera. Cuando chasqueó la cerradura electrónica y la pesada puerta de la
celda se abrió, los oficiales armados llevaron a Fred y a otros pocos hacia un ascensor de rejas.
Después de una corta espera, hacían fuerza en la pequeña jaula para que los transportaran en dos
grupos. Los guardas entonces los llevaron a un pequeño y abandonado salón donde iban a
esperar hasta cuando fuesen llamados a la sala de audiencias a medida que sus casos fuesen
mencionados.

Fred Palmer se recostó contra la pared. Era un hombre más bien pequeño, de unos veinticinco
años, de grueso pelo castaño, ojos azules y figura musculosa. Se portaba bien, aunque ahora las
cadenas hacían que los brazos adoloridos adoptaran una postura suplicante. Ninguna súplica
serviría de nada, pensaba. Había oído del hombre a quien enfrentaría en la sala de audiencias.
Bontrager. El juez de la muerte. Al fondo de la sala del tribunal, el juez William Bontrager, con su

132 Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal deja de ser sal, ¿cómo podrá ser salada de nuevo? Ya no sirve para
nada, por lo que se tira afuera y es pisoteada por la gente. Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder
una ciudad asentada sobre un monte? Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien
sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que
vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos. (Mat 5:13-16)
133 Por lo tanto, busquen primero el Reino y la Justicia de Dios, y se les darán también todas esas cosas. (Mat 6:33)
134 Freedom & Faith, 73
87
elevada estatura desperezada en una silla giratoria de cuero y con sus pies encaramados sobre un
reluciente escritorio de nogal, miraba los árboles cubiertos de nieve afuera de su oficina
esquinera. A los treinta y seis años su rostro estaba sin arrugas, su pelo cortado a ras. Sus ojos
oscuros se dirigían atentamente a cualquier cosa que llamara su atención, y en el momento su
atención estaba en el horario del tribunal para esa mañana y en el hombre sentenciado.

Fred Palmer, pensó mientras inhalaba profundamente un cigarrillo, ése es el caso. Se puso de pie,
sacó la negra toga del armario, se puso por encima rápidamente la vestidura, y echó una fumada
final antes de aplastar el cigarrillo en un pesado cenicero de mármol. Entonces el juez William D.
Bontrager, del segundo tribunal superior de Elkhart, Indiana, fue a tomar su lugar en el tribunal.
Este era un moderno salón de audiencias, especialmente para Elkhart. Construido hacía
solamente diez años, estaba entapetado, tenía iluminación empotrada, un sistema de sonido
sofisticado, y unos muebles pulidos de nogal. El estrado elevado del juez tenía el puesto para el
testigo, mesas para los abogados, y una tribuna del jurado al alcance de la vista, diseñada para
que quien presidiera pudiese ejercer control sobre la sala sin voltear la cabeza.

Y Bill Bontrager estaba presidiendo, aunque nunca usara el martillo. Su voz profunda salía a
través del sistema sensible de sonido con una intensidad y autoridad que imponían respeto. Hoy
la sala de juicio estaba casi vacía, con apenas unos pocos familiares y observadores regados en el
área para el público. Pero una hilera en todo el centro estaba llena. Estas personas esperaban con
una expectativa común; eran las víctimas de uno de los hombres que serían sentenciados, Fred
Palmer. Randy Brown se sentó en el centro de esa fila. El y su esposa habían estado en luna de
miel cuando Palmer se metió en su pequeña casa y robó todos los regalos de boda. Ellos habían
regresado a su casa para encontrar una ventana rota, papel de regalo tirado por todas partes, y
ninguno de sus regalos.

Incluso pensar en esa cochinería, hacía que a Randy se le viniera la bilis a la garganta. No podía
esperar para ver que se hiciera justicia. Finalmente, un sheriff diputado escoltó a Fred Palmer a la
sala en donde tomó asiento junto a su abogado. Cuando Fred miró hacía atrás, a la sección de los
espectadores, pudo ver a su esposa, Loretta, con su rostro hermético por la ansiedad. Ella luce
como yo me siento, pensó él. Debe haber dejado a Jaime con una niñera. Después se dio vuelta y
levantó su cabeza hacia la circunspecta y entogada figura de la parte frontal de la sala' El juez
Bontrager miró penetrantemente al joven acusado, después cogió el informe del proceso, Harry
Fred Palmer, de veinticinco años, involucrado en alcohol y drogas, acusado de robo a domicilio
privado; arrestado, hallado culpable, confesó de once delitos similares.

Al momento de su arresto, a mediados de septiembre de 1977, el delito de Palmer requería por


ley una sentencia de diez y veinte años. Sin embargo, los legisladores de Indiana recientemente
habían pasado un nuevo código penal que asignaba un castigo menos severo para este delito
particular y otorgaba a discreción del juez la sentencia: desafortunadamente para Palmer el
nuevo código no tenía efecto sino hasta el primero de octubre, diez y ocho días después de su
arresto. Por lo tanto, debía ser sentenciado bajo el antiguo estatuto a no menos de diez años de
presidio. Los anteriores delitos de Fred incluían posesión de marihuana, robo de vehículo,
posesión de propiedad robada, pero todos, a excepción de una borrachera pública, habían sido
cometidos después de regresar de prestar el servicio en Vietnam.
88
Bontrager había ojeado la impresionante lista de menciones en el informe que pertenecía al
historial de guerra de Palmer: Estrella de bronce, Cinta de la defensa nacional, Medalla del aire,
Medalla de servicios en Vietnam, Medalla de la campaña en Vietnam, Desempeño honorable.
También se anotó que Palmer tenía una esposa joven, Loretta, y una hija de un año, Jaime, y que el
acusado dijo que había comprometido su vida a Jesucristo durante su estadía de cinco meses y
medio en la cárcel del Condado de Elkhart mientras esperaba juicio. Bontrager había tomado una
nota algo pasajera del último ítem. Muchos hablaban de conversiones en la cárcel. Solamente el
tiempo diría si Palmer era sincero. Ahora el juez carraspeó y se acercó, apoyándose sobre un
codo, al micrófono.

Su dedo índice hurgaba el aire mientras hablaba. "Señor Palmer", vociferó. "Usted es consciente
de que bajo la ley del Estado de Indiana debe ser sentenciado de acuerdo con los estrictos
mandatos del antiguo código penal, dado que su delito fue cometido antes de que el nuevo código
estuviese vigente. Y usted es consciente de que la sentencia de no menos de diez y no más de
veinte años es, bajo la ley de Indiana, inconmutable. Y quizá usted sabe que las víctimas de sus
robos han escrito cartas a este tribunal sugiriendo que la máxima pena de veinte años no será
suficiente para quitarlo a usted de las calles de Elkhart". Hubo una pesada pausa de expectación
mientras Bontrager lanzaba su sentencia. "La opinión de este jurado, sin embargo, es que el mero
hecho de fijar pena no impide el delito; lo que impide el delito es lo que el mismo delincuente
percibe como castigo.

Estoy consciente, por supuesto, de que usted ha pasado cinco meses y medio en el centro de
seguridad del Condado de Elkhart, señor Palmer - pero eso no es suficiente castigo. La opinión de
este jurado es que lo que usted ciertamente percibiría más como castigo es una sólida dosis de
encarcelamiento de máxima seguridad. También estoy consciente, señor Palmer, de que usted
dice haber experimentado un cambio religioso de corazón. Si eso es verdad, será lo que lo
sostendrá mientras sea sometido a lo que nosotros llamamos el valor del choque terapéutico de
los huecos infernales del sistema carcelario del Estado de Indiana". Las palabras retumbaron
lentamente en la mente de Palmer Volteó su cabeza, con sus facciones bien marcadas, para ver el
rostro de Loretta completamente blanco, y sus oscuros ojos heridos por el pánico.

Pero algo le dijo que aguantara; este juez todavía no iba a acabar con él. Bontrager hizo una
pausa, mirando hacia la fila de las víctimas. Su voz se tornó más suave, y su rostro, si es posible,
más severo. "Sin embargo, este jurado reconoce que la Constitución del Estado de Indiana es
única en el sentido en que su código penal se erige sobre el principio de reforma, y no sobre el
castigo vengativo. Por eso este jurado va a dar un paso adelante y a declarar que la obligatoria e
inconmutable pena de diez a veinte años es una violación de la Constitución de Indiana. Porque
enviar a Fred Palmer - a la luz de su caso individual, del síndrome pos vietnamita, de no haber
estado antes en la cárcel - a una pena de diez años en una prisión de máxima seguridad, de hecho
sería vengativo, cruel, y un castigo insólito que lo arruinaría inevitablemente de por vida.

Por lo tanto, por el interés de la sociedad, así como por el del señor Palmer, este jurado decreta
que pague 205 días en un establecimiento estatal de máxima seguridad -un año, menos los 106
días que ya ha pagado - que sea después puesto en libertad y que haga todas las restituciones
razonables a sus víctimas, que se comprometa en una terapia contra el alcohol y las drogas
cuanto sea necesario, y que quede con libertad vigilada durante un período de cinco años". El juez
89
se inclinó hacia Palmer y añadió una palabra final: "Por lo demás, señor Palmer, así como quienes
han estado en mi tribunal podrán decirle, yo no doy a la gente una segunda oportunidad". Las
víctimas, sumisas mientras hablaba el juez, ahora hicieron erupción. Su rabia ya no se dirigió
hacia Palmer, sino al juez.

Bontrager miró calmadamente a la farfullarte fila de airados espectadores mientras el sheriff


diputado se aproximaba, para escoltar a Fred Palmer de regreso a su celda. Palmer echó una
rápida mirada a su esposa, notando que su shock había sido reemplazado por un vislumbre de
esperanza. En el camino de vuelta, al pasar por la puerta del costado, miró hacia el juez cuyo
rostro era tan duro como siempre, pero quien de alguna forma también pareció echarle una
mirada de desafío. La decisión de Bill Bontrager de derogar una sentencia obligatoria de la ley de
Indiana no sorprendió a nadie qua lo conociera. Aunque había sido juez por solamente poco más
de un ario, ese ario había sido marcado por su estilo agresivo, a menudo controversial. Era de un
vigor incansable, idealista.

Llegó a ser así de modo natural. Su padre, prominente figura de la política republicana, había sido
un abogado severo, de trabajo duro, quien había reglado a sus tres hijos con una voluntad de
hierro. El había disfrutado los vestidos negros y las camisas blancas de cuello duro, quizá debido
a su crianza entre el "puro pueblo". Un hombre que se hizo a sí mismo, que estudió derecho a
distancia, el viejo Bontrager había alcanzado su cumbre política como candidato republicano para
el senado de los Estados Unidos, figurando en la misma lista que Barry Goldwater condujo a la
derrota en 1964. Si por los patrones nacionales nunca, alcanzó gran reconocimiento (aunque del
papel que desempeñó en la legislación estatal quedó registro en una de las selecciones del
Reader's Digest de 1954), en Indiana su nombre significó trabajo duro, principios sólidos y terca
independencia.

Para su hijo intermedio, Bill, él era un par de anteojos detrás de un periódico, o un exasperado
radioescucha de los noticieros vespertinos, demasiado ocupado para mostrar mucho interés o
entusiasmo por sus hijos. Como Bontrager lo recordó años después, "en un sentido, idolatraba a
mi padre y puse punto a la posibilidad de un cumplido o reconocimiento de mi existencia. En otro
sentido, lo odiaba con todas mis fuerzas, y me odiaba a mí mismo más por permitirle dominar
totalmente mi vida. "Pero mi padre me enseñó que la moralidad es absoluta y no situacional; me
enseñó que un hombre debe ser fiel a Dios, el Creador; me enseñó que las reglas por las cuales
debemos vivir pueden encontrarse solamente en la Biblia; me enseñó a tener el coraje de mis
convicciones y la disposición de hacerlas conocer sin tener en cuenta el costo personal.

Desafortunadamente, no me enseñó a ser discreto". Reaccionando ante esta presencia dominante,


el adolescente Bill Bontrager pronunció cuatro juramentos, dirigidos a hacer de él tan diferente
de su padre como fuera posible. Se propuso no ser jamás abogado, no regresar nunca a Elkhart,
nunca ingresar a la política, y ser mejor padre y esposo de lo que su padre había sido. El primer
juramento lo cumplió durante el primer año de estudios universitarios. Bill había planeado ser
ingeniero. Después, sin entender realmente por qué, decidió salirse de la universidad de Purdue y
empezar a estudiar leyes en la universidad de Colorado. Quizá porque, como lo señaló su tía
Grace, todos los abogados eran actores frustrados, y Bill ciertamente tenía tendencia a lo
dramático.
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También le gustaban las montañas rocosas las cuales parecían ofrecerle un tamaño y una escala
para hacer juego con sus propias Ambiciones y empuje. Estando allí empezó a usar botas de
vaquero y corbatas de cuerdecillas, un estilo tan diferente del de Elkhart (y de su padre) como era
posible. Un sábado por la tarde, en 1960, mientras entregaban nuestras calcomanías de
Nixon/Lodge a los aficiona-dos al fútbol antes del juego, vio a una joven menuda con una amplia
sonrisa, también repartiendo los distintivos de Nixon. Su nombre era Ellen, y era estudiante de
primer año. Cinco meses después se casaron. Nueve meses después de eso, tuvieron su primer
hijo. Con una familia que sostener, Bill tuvo que realizar toda clase de trabajos para atender sus
gastos de estudios.

Su segundo juramento - nunca regresar a Elkhart -se fue por la ventana cuando se graduó de la
escuela de leyes Había aceptado un cargo como abogado del despacho en la Corte Suprema de
Idaho. Después, la víspera de año nuevo, habiendo bebido una buena cantidad de un coctel de
ron, rugía en una fiera confrontación con su padre sobre por qué no iba a regresar a Elkhart.
Típicamente, su padre no podía simplemente pedirle que viniera a casa porque lo quería en su
oficina jurídica, porque le mostraría calor y amor; tenía que argumentar de principios., Pero diez
días después Bill llamó a Idaho y les dijo que no iba, después llamó a su casa y pidió trabajo en la
firma de su padre. Bill y Ellerr se establecieron en Elkhart, y durante los siguientes diez años la
vida transcurrió de una manera de algún modo predecible.

Los negocios judiciales de Bill fueron constantes y su ingreso bueno, proporcionándole a él y a su


familia una nueva casa en un agradable suburbio. El tercer voto de Bill - no participar en política -
duró cuatro años. Decidió aspirar a la Cámara de Representantes de su Estado, pero su padre lo
persuadió de que no. Cuatro años después, después de la muerte de su padre, Bill aspiró al
senado del Estado y perdió. Pero su participación en la política republicana le representó un
nombramiento del gobernador del Estado para el consejo estatal de correccionales, el cual
recomendaba políticas para las cárceles. Bill no sabía nada de cárceles, pero se dio al trabajo con
su fervor usual, estudiando el asunto, visitando las cárceles, y desarrollando gradualmente una
filosofía sobre la cárcel y la justicia penal.

Estaba, por supuesto, más interesado en la política que en las cárceles, y pasaba la mayoría de las
tardes en reuniones políticas o de la comunidad. Así, su cuarto voto de ser mejor padre y esposo
que el suyo lo importunaba, porque pasaba poco tiempo en casa con su esposa e hijos. Bill
Bontrager sabía del Dios que hizo los cielos y la tierra, quien era Todopoderoso y había dado un
patrón exacto de justicia para que los hombres vivieran por él. No sabía nada de un Dios que
amaba, que podía llorar, que buscaba intimidad con sus hijos humanos. Dios era, en efecto,
formado en la imagen de su padre; Bill respetaba y temía a Dios pero nunca pudo acercarse a El.
Ellen tenía aun menos trasfondo en la fe cristiana. Sin embargo, ella se llegó a involucrar con un
grupo de mujeres que se reunían semanalmente para estudiar la Biblia.

Bill notó que ella empezó a cambiar. Dejó de beber, y adquirió considerablemente más interés en
la iglesia. Incluso se las ingenió para llevarlo a él ocasionalmente. A Bill le gustaba que ella
hubiese encontrado una salida que la mantuviera ocupada y feliz, pero él mismo no tenía interés.
Nada estaba más lejos de su mente que su necesidad de Dios. Entonces llegó la tragedia. Los hijos
de los Bontrager, Danny y Richard, estaban jugando en el garaje con un juego químico cuando su
invento explotó. Las llamas envolvieron el rostro del pequeño Richard, de diez años, el pecho y la
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pierna derecha, cubriéndolo con quemaduras de tercer grado. Después de varios días, los
visitantes podían ser admitidos en su habitación del hospital sólo si se quitaban la ropa, se hacían
una higiene completa, y se vestían de ropas para cirugía y con máscaras faciales.

A pesar de este proceso difícil, que por lo común llevaba por lo menos media hora, un visitante
venía todos los días: el reverendo Fred Finks, pastor de la Iglesia de los Hermanos Cristianos en
Winding Walters ubicada en la vecindad de Bontrager. Fred se sentaba a resolver acertijos con
Richard día tras día; también todos los días le decía una adivinanza y venía con la respuesta el día
siguiente. Richard estaba más pendiente de las visitas del ministro casi más que de la de sus
padres. Durante la recuperación de su hijo, Bill descubrió en Fred Finks, y en su congregación,
que la religión era más que principios morales; era vida vivida compasivamente con fortaleza y
gozo. Eso lo atrajo. Quizá eso explica por qué un día a comienzos de 1976 Bill tomó la muy
insólita decisión de pasar por la oficina del pastor a la mitad de la tarde para buscar algo más que
consejería personal acerca de una magistratura en el segundo tribunal superior de Elkhart que
pronto estaría vacante.

Varios colegas habían sugerido a Bill como candidato. Al principiarla idea parecía absurda.
Todavía no tenía treinta y cinco años y Bill ya estaba ganando mucho más que un juez de Tribunal
Superior. Además, tenía buenas oportunidades políticas por delante. Pero cuando la pensó, la idea
se le hizo más atractiva. El reverendo Finks escuchó los pros y los contras de Bill, pero le dio un
pequeño consejo. Le dijo sencillamente a Bontrager que lo discutiera con su esposa y que orara
pidiendo la dirección de Dios. Bill se fue a casa, habló del asunto con Ellen, pero no se molestó en
orar. Anunció su candidatura. Como republicano en el Condado de Elkhart con el apellido
Bontrager, sabía que no podía perder. Estaba en lo cierto. Enero de 1977 encontró a Bill
Bontrager, de treinta y cinco años con el corte de pelo a ras que había llevado toda su vida, las
botas de vaquero y las corbatas de lazo qué había llevado desde sus días en Colorado, ocupando la
suntuosa cámara del segundo Tribunal Superior, en el edificio de la justicia del Condado de
Elkhart, en Indiana.

Sin saberlo, esto parecía aquello hacia lo cual él había estado proyectando su vocación toda su
vida. Aquí halló la salida natural para su preparación y talentos, y un medio en el cual ejercitar
sus creencias sobre la ley, el orden, la justicia, la moral absoluta y la responsabilidad individual.
No pudo dejar de pensar que su padre finalmente estaría orgulloso. Bill había pensado que el
trabajo de juez le dejaría mucho del tiempo que necesitaba para su familia (ese cuarto voto otra
vez), y que había sido parte de lo atractivo del cargo. Pero la carga de casos se incrementaba
dramáticamente de mes a mes y su apasionada participación le hizo escoger entre su familia y el
trabajo más difícil. Pronto estuvo pasando días de doce y catorce horas en la oficina del Tribunal y
llegando a su casa tarde y exhausto.

Un fin de semana de octubre Ellen planeó asistir a un retiro de la iglesia de Wínding Waters. Bill
no quiso ir; orar y compartir sentimientos con un grupo de personas de la iglesia no era su idea
de descanso. Pero ese viernes por la noche sus asuntos de casos juveniles, que ordinariamente
terminaban a las 8:00 p.m., terminaron temprano a las 6:30 p.m. Por eso pasó por la iglesia para
decirle a Ellen que se iba a casa a preparar él mismo su cena, y a ver televisión, y a echarse a
descansar. Mientras deambulaba en busca de su esposa, diferentes miembros lo saludaron tan
cálidamente que terminó hablando de quedarse. Al principio solamente escuchó. Después, para
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su asombro, se halló a sí mismo compartiendo sus propias luchas. Al final, según dijo después,
"me abrí como un tomate demasiado maduro", y por tercera vez en su vida lloró sin ocultarlo.

Esa noche Bill Bonttager se dio cuenta de que necesitaba más que principios de hierro.
Necesitaba a Jesús. Por eso abrió su corazón a Cristo y un gozo extraordinario y paz fluyeron
sobre él. Se sintió limpio de lo descompuesto y lleno del Espíritu de Dios. El juez William
Bontrager se había vuelto cristiano. Esta 'nieva vida en Cristo no cambió la apreciación de la ley
del juez Bontrager; tampoco se sometió esa vez al señorío de Cristo. Sin embargo, esta
experiencia fortaleció su sentido de compasión. Su imagen de juez no fue la de un funcionario
ciego sopesando evidencias mecánicamente, sino la de un juez sensible de ojos abiertos que
aplicaba la ley a casos individuales, consciente de todo el sistema legal y de las personas
involucradas en él. También creyó que su función consistía en más que repartir penas.

Con estos principios, atacó el sistema de la justicia penal de Elkhart con toda su energía, aunque
no siempre con tacto. Pronto ofendió a personas del Departamento Probatorio, en la oficina del
fiscal, del Departamento de Bienestar Social, del Tribunal Juvenil, del Consejo del Condado, y del
sistema escolar de Elkhart - las diversas agencias que tratan de ayudar a las familias con
problemas. Solicitaba que estas agencias cambiaran sus procedimientos, y algunas lentamente lo
hicieron. Cuando llegó al cargo, muchos procesos tenían lugar dieciocho meses después de que el
delito hubiera sido cometido; él redujo ese ¡tiempo a menos de cinco meses. Por primera vez en
muchos años disminuyó la tasa de arrestos juveniles, al menos parcialmente, debido a que el juez
Bontrager insistió en que las truhanerías juveniles no fuesen ignoradas sino tratadas como un
problema serio.

Pero las sentencias obligatorias eran una parte manifiesta del sistema legal, y él no tenía poder
para cambiarlo. Aunque tenía reputación de duro, de juez sin contemplaciones, Bill creía que las
sentencias asignadas por mandato destruían el concepto de la justicia individual. Por ejemplo,
cualquiera declarado culpable de dos hurtos tenía que pagar por lo menos dos años de cárcel. En
general, eso sonaba razonable. Pero en la forma en que la ley estaba establecida, significaba para
alguien culpable de dos robos en tiendas veinte años conmutables por dos años de cárcel; el juez
no tenía discreción para considerar ni el delito particular ni al individuo. Conociendo las cárceles
como las conocía, Bontrager no tomaba dos años de cárcel a la ligera.

Creía que no había una manera mejor para arruinar la vida de una persona, porque la mayoría de
los que entraban por más de un ario salían amargados, endurecidos, y como delincuentes
violentos. Así que sólo esperaba una oportunidad para desafiar las leyes de sentencias por
mandato y en febrero de 1978 el caso de Fred Palmer presentó esa oportunidad. Pero cuando
Bontrager sentenció a Palmer a solamente un año, supo también que estaba confrontando el claro
lenguaje oficial de la ley; y supo que el abogado acusador llevaría el caso a la Corte Suprema de
Indiana. Bontrager esperaba que su atrevimiento estimulara a la Corte Suprema a defender el
derecho de la persona de ser tratada como individuo ante la ley. Cuando Fred Palmer abandonó la
sala de audiencias ese día de febrero después de la sentencia, fue llevado rápidamente en el
furgón de la policía al centro de diagnóstico y tratamiento de Indiana para procesados donde se
encontró haciendo cola detrás de un joven quien le confesó su pánico frente a la perspectiva de la
cárcel.
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Fred sentía mucho del mismo terror, pero creía que el mismo Dios que había entrado, en su vida
en la cárcel del Condado de Elkhart estaría (con él en la prisión. Preocupado por el aterrorizado
muchacho, Fred oró, Señor, envíame a donde este muchacho delante mío va. Se estiró hacia
adelante y escuchó la oferta hecha al joven preso: El reformatorio estatal de la ciudad de Michigan
o el de Indiana en Pendleton -antros igualmente duros, igualmente abarrotados. Escuchó al
muchacho optar por el de la ciudad de Michigan, así que cuando el oficial encargado preguntó la
escogencia de Fred, después de llenar los formatos necesarios, Fred contestó, "Michigan". El
tiempo de Palmer en la cárcel fue difícil, pero estudió la Biblia, se involucró con los voluntarios
cristianos a través de la Confraternidad Carcelaria, y permaneció en contacto con el joven a quien
había seguido allí.

Por medio del ministerio de Fred, ese joven, junto con muchos otros presos, se convirtieron al
Señor. Siete meses después, Fred fue puesto en libertad y se fue a casa con Loretta y Jaime en
Bristol, Indiana. Se involucró en un sólido compañerismo en la Iglesia, encontró trabajo y fijó citas
con sus víctimas para pagarles el dinero y los bienes que se había robado. La mayoría estaban
deseosos de confrontarlo, pero cuando conocieron al nuevo Fred Palmer, ellos también
cambiaron. Randy Brown estaba particularmente ansioso de enfrentarse con Palmer, porque
había visto con una rabia impotente cómo Palmer salía con apenas un ario. Al menos este
programa de restitución a las víctimas le ofrecía una oportunidad de encontrarse con Palmer cara
a cara y decirle cuán despreciable crápula lo consideraba.

Pero el Fred Palmer que confrontó no era un monstruo. Fred le !pidió perdón a Brown, le contó de
su tiempo en Vietnam, de sus luchas con el alcohol, de las necesidades de su esposa e hija durante
el tiempo de sus delitos. Ahora quería hacer la restitución. Randy halló en él a "un tipo como yo".
Y estuvo dispuesto a pagarles, sin saber qué tipo de venganza pudieran ellos desear. Eso requirió
hacer de tripas corazón. Randy observaba desde adentro mientras Fred empezaba a cortar leña
para alimentar la chimenea en su solar. Pronto estuvo afuera dándole la mano a Fred.135 El año
siguiente a la decisión de Palmer fue favorable-mente sin mayores acontecimientos para Bill
Bontrager. Su carga de trabajo aumentó, mientras hacía su cruzada para reformar el sistema.

El, Ellen y los muchachos iban de camping y pasaban mucho tiempo junto en la iglesia. Bill incluso
empezó a enseñar en la escuela dominical. Por lo común preparaba su lección para la escuela
dominical al anochecer del sábado, pero una semana decidió empezar en la tarde del sábado
justamente después del servicio en la iglesia. Leyó Amós, el corto libro del Antiguo Testamento
que iban a estudiar. Este no significó nada para él - apenas un seco y polvoriento sermón
predicado a una nación insignificante hacía casi tres mil años. La guía de estudio tampoco lo
ayudó. Así que Bill se mantuvo llevando la Biblia para los momentos de ocio durante la semana,
tratando de sacar de él una lección significativa antes del próximo domingo. Entonces entrando el
anochecer de un día, mientras estaba sentado en su dormitorio con la palabra de Amós delante de
él, las páginas repentinamente cobraron vida con gritos contra las injusticias en las cortes y de los
palacios de la tierra de Amós.

135 Un interesante resultado adicional de la restitución hecha por Fred Palmer: Otra de sus víctimas fue Randy John,
quien estuvo también presente en el proceso de Fred porque era Sheriff diputado. Como resultado de su encuentro
con Fred Palmer durante el período de restitución, John se dio cuenta de que había "un camino mejor" que la cárcel.
Posteriormente llegó a presidir el concejo asesor para la reconciliación entre la víctima y el culpable.
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Bill agarró el lapicero que tenía detrás de la oreja y comenzó a garrapatear sobre una hoja de las
empleadas en el juzgado. Pronto las largas hojas amarillas estaban llenas de sus propias
paráfrasis de las palabras del Señor para Amós:

Exijo justicia y una correcta relación contigo. Exijo justicia y una integridad de compasión
para todos. Exijo que te apoyes en mis patrones e insisto en que hagas lo correcto para con
los demás por razón de lo justo. La imagen mía que te hagas en tu mente para sentirte
complacido y seguro es idolatría. Tú piensas que la justicia es ciega, pero mi justicia tiene los
ojos abiertos. Ella busca apasionadamente quitar el mal y trata de enderezar lo torcido. Está
dedicada a las necesidades de las demás personas, y especialmente a las de quienes menos
pueden cuidar de sí mismos.

Con su corazón latiendo aceleradamente de regocijo, Bill tiró su lapicero, se reclinó y encendió un
cigarrillo. Lo que he estado buscando a tientas tratando de decir toda mi vida está precisamente
aquí, pensó. Es realmente lo que Dios dice... "Que fluya la justicia...". En su propio modo en el caso
de Palmer él había estado tratando de hacer su parte para defender los patrones de la justicia de
Dios, aun cuando eso significara oposición a las leyes del Estado. Como los eventos de los
próximos tres años le retumbaban, Bill Bontrager regresaba a Amós con frecuencia. Las palabras
del antiguo profeta campesino se hicieron suyas -así como el grito de rabia. Las ruedas de la
justicia en los Estados Unidos se mueven lentamente. Pasó un año. Palmer estaba fuera de la
cárcel, estableciendo una creíble nueva vida, y la mayoría de la gente había olvidado el caso.

Pero Bill Bontrager todavía esperaba, sabiendo que la Corte Suprema de Indiana o derogaría la
ley de sentencia o derrocaría su decisión. Entonces un viernes, el 23 de marzo de 1979, Eloise, su
secretaria, trajo la correspondencia del día con un abultado informe de la Corte Suprema del
Estado encima. Este confirmó sus peores temores: La Corte no solamente había revocado su
'decisión sino que le ordenaba enviar a Fred Palmer de nuevo a la cárcel para lo que faltaba de sus
diez a veinte años de pena por mandato. En la oficina exterior, Eloise saltó cuando oyó el puño del
juez estrellarse contra el escritorio. Las tazas de café y los ceniceros traquetearon mientras él se
precipitaba como un toro furioso. "Eso resuelve el problema", le escuchó ella proferir en creciente
volumen "ESO RESUELVE EL PROBLEMA!".

Bill Bontrager estaba herido y rabioso. A él no le gustaba que le dijeran que estaba equivocado.
Pero su reacción era más que de orgullo herido. Estaba furioso por la tiranía de una Corte
mecánica. Un grupo de hombres en Indianápolis que nunca habían conocido a Fred Palmer estaba
dispuesto a impartir su versión de la justicia y a arruinar la vida de Palmer para satisfacer la letra
de una ley que no estaba más que en los libros, y además, sin considerar la rehabilitación que
había tenido lugar en la vida de Palmer. Para Bonfrager eso no era justicia. Bontrager cogió el
teléfono y llamó a Fred a su casa rodante en Bristol. Fred se quedó estupefacto. No podía creer las
noticias. "Pagué mi sentencia", seguía diciendo. "Estoy pagando a mis víctimas. ¿Por qué razón
quiere la Corte enviarme de nuevo a la cárcel?".

"No te preocupes", le aseguró Bontrager, "Vamos a luchar contra esto". Con esas palabras,
Bontrager cruzó una barrera, aunque en ese momento no se dio cuenta. Ya no era un juez
imparcial que dispensaba justicia; se había unido a la causa de Fred Palmer. Bontrager hizo los
veinte minutos de su recorrido a casa en la mitad del tiempo acostumbrado. Iba a llevar a una
tropa de boy scouts a Ohio para el fin de semana y todavía no había hecho maletas. Entró de golpe
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a la casa, subió las escaleras hacia su dormitorio, y empezó a arrojar bluyines, camisas y botas en
una vieja maleta mientras gritaba las noticias a Ellen quien permanecía de pie junto a la puerta.
¡"Eso resuelve el problema"! dijo por enésima vez de se día. ¡"La Corte Suprema quiere mandar
otra vez a Fred a la cárcel!

¡Estoy renunciando a mi cargo de juez"! Las medias volaban desde la cómoda hacia la maleta. "He
convocado a una rueda de prensa para el lunes por la mañana", continuó. "Quiero que estés ahí.
No puedo continuar en esta clase de sistema". Bill cerró de un golpe la maleta y rumbo escaleras
abajo, con Ellen detrás de él le dijo "adiós" a gritos. "Atiende todas las llamadas, ¿de acuerdo?". El
lunes por la mañana la sala de la Corte de Elkhart estaba que zumbaba. Grupos de secretarias
curiosas y de empleados del despacho chismeaban excitadamente; los abogados andaban a pasos
regulares por la sala del segundo piso como padres a la espera. En el interior de la oficina del juez
Bontrager los flashes de las cámaras, las cámaras de T.V., los micrófonos, y los reporteros de los
periódicos, de la radio y de la televisión se apretujaban en el recalentado salón.

Bontrager estaba sentado en su escritorio, con los dedos entrelazados detrás de su cabeza. En un
pequeño sofá cercano Ellen estaba sentada con una joven pareja. Bontrager le dijo a la prensa que
iba a renunciar a su judicatura. Describió el caso de Palmer y dijo que no podía, en conciencia,
enviar a Palmer de nuevo a la cárcel. "Cuando la ley de Dios y la ley del hombre están en
conflicto", dijo, "debemos escoger la ley de Dios. A Cristo le importó el individuo. A nosotros
también nos debe importar". Hizo una pausa. "Si nosotros debemos ser fieles a algo, yo seré fiel a
Dios y no a la ley". El hombre que en el pasado no pudo, como su padre, mostrar emociones, tenía
gravedad en su voz y freno en sus carrillos para contener las lágrimas. Los reporteros sabían que
tenían una gran historia: un juez republicano de un pequeño pueblo estaba tirándose su carrera,
debido a su preocupación por un individuo acusado por el sistema.

"Un hombre se enfrenta solo", ¡Qué titular! Para Bontrager eso no era tan simple. Todavía
enojado, todavía herido, sabía que su tendencia al drama estaba representando su pasión por la
justicia. Sus motivos estaban mezclados, así como el caso era mixto. Pero estaba seguro de una
cosa: mientras los medios noticiosos estuviesen enfocados sobre Bontrager y la Corte Suprema, y
el estatuto legal, alguien debía estar haciéndose cargo de Fred Palmer y su familia. En todas las
maniobras legales, son vidas lo que está en juego. Bontrager se puso de pie y caminó hacia el sofá,
tomó asiento al lado de su esposa, y echó su brazo sobre el joven allí sentado. "Este es Fred
Palmer", dijo, "yo quería que todos ustedes lo conocieran. El es la historia, no yo. Bill Bontrager
sobrevivirá; no soy yo quien regresa a esos huecos infernales de la cárcel".

Por la tarde la historia fue un tópico central de los noticieros locales. Al día siguiente, fue
nacional. Venían llamadas del otro lado del país, aun de otros países. Pero los amigos en Elkhart
acosaban a Bill por un propósito distinto. No querían que se fuera. Incluso algunas personas a
quienes había ofendido le pidieron que se quedara, tratando de convencerlo de que podía hacer
más para combatir la injusticia como juez que lo que podía mediante el dramático gesto de la
renuncia. Así, dos semanas después del alboroto, Bill anunció que se quedaba. Hecha ésa decisión,
se entregó de nuevo a su trabajo del la misma manera en que siempre lo había hecho — largas
horas, pesada carga de casos. Pero no cesó de pensar en el caso de Palmer. Investigó la estrategia
legal que Fred podía usar para evitar regresar a la cárcel.
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Después de todo, el hombre había pagado su condena. Si la Corte Suprema decía que él, el juez,
había juzgado erróneamente el caso, ¿por qué debía Palmer sufrir por eso? En junio, la decisión
de la Corte Suprema fue hecha oficial. Palmer iba a comparecer inmediatamente ante el Tribunal
para ser enviado de nuevo a prisión. Bontrager le ordenó presentarse, pero entonces le concedió
varias demoras a su abogado. Después fue más adelante. Empezó a trabajar con el abogado de
Palmer, orientando su estrategia legal y ayudándole a reunir evidencia sobre las cárceles de
Indiana a las cuales Palmer sería enviado. Esta gestión llevó a Bill más allá de los patrones
judiciales aceptables de participación de un juez en un caso. El abogado fiscal irrumpió un día en
la oficina de Bill, cerró la puerta, y le dijo en términos nada disimulados que era un flamante
idiota.

Se estaba arriesgando a desacato ante la Corte Suprema de Indiana y estaba también


emocionalmente involucrado en el caso. "No es muy difícil ver que se está equivocado cuando
alguien lo golpea a uno entre los ojos contundentemente", confesó Bontrager posteriormente. Así
que se apartó del caso y un abogado local, Richard Sproul, fue escogido como juez especial. Este
decidió que Palmer fuese enviado otra vez a la cárcel pero entonces determinó que tal castigo
sería manifiestamente injusto y cruel. Estaba prácticamente invitando a otra apelación de la
sentencia de Palmer, y el abogado de Palmer la hizo. Palmer permaneció fuera de la cárcel
mientras el caso regresó a la Corte Suprema. Las ruedas de la justicia rodaron por dos años
mientras la Corte hacía una completa investigación del caso. Fred Palmer continuó creciendo
como cristiano, como padre responsable y como esposo, y continuó reuniéndose con sus víctimas
para restituirles.

El y Loretta también estaban esperando su segundo hijo. Bontrager también creció como
cristiano durante este tiempo, regresando a menudo al libro de Amós. Se lamentó de sobrepasar
sus límites en el caso de Palmer, pero creyó que la Corte Suprema de Indiana pasaría por alto su
prodigalidad a la luz del justo juicio que había hecho. Le dijo a Palmer que no se preocupara; la
Corte nunca lo mandaría otra vez a la cárcel. El 30 de enero de 1981, un viernes al anochecer, Bill,
Ellen y los muchachos estaban cenando y discutiendo planes para un prometedor viaje para
esquiar cuando sonó el teléfono. Ellen extendió el brazo para contestarlo, después, le pasó el
receptor a través de la mesa a Bill. Bill cogió el teléfono. Era el fiscal de Palmer. Escuchó un
momento, no respondió, y colgó, pálido.

Mientras Ellen y los muchachos observaban, preguntándose qué había pasado, sonó el timbre de
la puerta. Ellen abrió la puerta de la entrada a un desconcertado policía del Estado, y lo acompañó
hasta la mesa donde estaban comiendo. "Realmente me apena tener que entregarle esto, juez",
dijo el agente, entregándole a Bill una protocolaria hoja de papel. El documento confirmaba lo que
el fiscal le había dicho por teléfono: La Corte Suprema de Indiana había desechado el caso de
Palmer; ordenó a Palmer regresar a la cárcel, y acusó tanto al juez William Bontrager como al juez
especial; Richard Sproul del delito de desacato a la Corte. Bill estaba sin habla, por decir lo menos.
La Corte Suprema lo había cogido con el torno. Las batallas legales por Fred Palmer habían
terminado; la suya propia estaba apenas comenzando.

Pero la cosa más difícil que enfrentaba ese momento era cómo rayos iba a llamar a Fred y a
decirle que tenía que volver a la cárcel. Elle había reasegurado un centenar de veces que se haría
justicia. No pudo dormir, temprano a la mañana siguiente hizo la desagradable llamada. El
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teléfono sonó varias veces en la casa rodante de Palmer. Fred todavía estaba dormido, Loretta
estaba bañándose y Jaime estaba mirando los dibujos animados en la televisión. Todavía medio
dormido, Fred descolgó el teléfono del cuarto y oyó a Jaime descolgar al mismo tiempo la
extensión de la cocina. Con su voz entrecortada por las lágrimas, Bill no habló remilgadamente.
"Fred", dijo, "la Corte Suprema ha hecho una decisión. Desecharon tu apelación - y te han
ordenado regresar a prisión".

Fred sintió que su estómago se volcaba, después se dio cuenta de que su pequeña hija había oído
las palabras de Bill, porque había deja dé caer la extensión y estaba chillando histéricamente.
"Espera", gritó Fred al teléfono. "Bill, no, cuelgues". Corrió a la cocina y alzó a su hija, tratando de
aquietarla. Empezó a orar en voz alta y su llanto cesó gradualmente. En este punto Loretta ya
había salido del baño, con las lágrimas rodando por su rostro mientras escuchaba las noticias.
Jaime finalmente levantó su cabeza del remojado hombro de Fred. "Todo va a estar bien, papá,
Jesús me lo dijo". Cuando Fred regresó al teléfono, Bill continuó. "Fred, necesitas regresar por tu
propia cuenta". "Estaré ahí", replicó Fred. "Dame hasta las seis de la tarde. Necesito ayudar a mi
familia a prepararse".

Cuando colgaron, un tembloroso Fred llamó a varios amigos. En media hora, la pequeña casa
rodante estaba llena de gente de la iglesia. Oraron, cantaron, leyeron la Escritura, y lloraron. A las
cinco y treinta de esa tarde Fred Palmer caminó hacia la cárcel del Condado de Elkhart y entró
por sus propios medios. Una semana después Fred Palmer compareció ante la Corte para el
veredicto final. La sala de audiencias estaba atestada de miembros de la prensa, miembros de las
iglesias de Palmer y de Bontrager, amigos y partidarios. Algunas de las víctimas, incluyendo a
Randy Brown y a Randy John, estaban de nuevo en la corte — esta vez de parte de Fred. Ellen y
Loretta estaban sentadas juntas, con sus rostros, como los de muchos otros, mojados por el llanto.

Los debates fueron breves. A Fred lo sacaron encadenado del calabozo de custodia. Bontrager no
se permitió a sí mismo decir mucho, sabiendo que prorrumpiría en llanto. Sencillamente leyó la
sentencia - no menos de diez y no más de veinte años haciendo el papel de la voluntad del Estado.
Después los guardas se llevaron a Palmer, de regreso a la cárcel para por lo menos nueve años
más. Ellen salió para encontrar a Fred en el pasillo posterior de la sala mientras era conducido
afuera. El hombre encadenado y la esposa del juez se tomaron de las manos en silencio. "Está
bien", dijo Fred. "Dile a Bill que yo entiendo". Un mes después, en febrero de 1981, la Corte
Suprema de Indiana halló al juez William Bontrager culpable de desacato a la Corte. Lo
sentenciaron a treinta días de cárcel y lo multaron con $500 dólares, después suspendieron su
sentencia de prisión.

También ordenaron una completa investigación de sus cuatro años como juez, con la posibilidad
de destituirlo del cargo y de cancelar su licencia de abogado. En noviembre de 1981, se habían
formulado diez cargos contra él. Para Bill y su familia, 1981 fue una agonía. Continuó sirviendo
como juez mientras la amenaza legal y los altos costos pendían de él. Además del proceso por
desacato, un error de computador en su salario le costó $700 dólares mensuales de ingreso; Ellen
se lesionó una rodilla y pasó el año en fisioterapia; Richard tuvo una cirugía para injerto de piel
pero sin éxito. Bill contempló varias veces la posibilidad de renunciar, pero decidió dejar que la
batalla legal siguiera su curso, cualquiera que fuese el resultado. Sus hijos también le urgieron
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que se quedara y luchara, porque ellos también habían aprendido la necesidad de estar firmes
sobre principios.

Irónicamente, el mismo sistema que había estado tratando de cambiar ahora estaba volviéndose
fría y mecánicamente contra él, amenazándolo con quitarle su modo de subsistencia y su sentido
de valor. Sin reputación fue golpeada. Había sido un político prometedor, un abogado de éxito.
Ahora el chisme lo describía como un alborotador, un hombre con un ansia inextinguible de
drama, un caballero a quien le gustaba blandir la espada y hacer torneos con los molinos de
viento. También podía ver un núcleo de verdad en el chisme; él había cometido errores, grandes
errores. En últimas, ¿había ayudado a la causa de la justicia o la había perjudicado? ¿Había
ayudado a Fred Palmer o lo había perjudicado? Estaba incierto. Todo lo que sabía a ciencia cierta
era que su dilema en curso se había dado porque se había preocupado por Fred Palmer,
preocupado porque fuese tratado justamente bajo la ley, y creído que eso era lo que Dios quería
qué hiciera.

Según la letra de la ley, sin embargo, se había preocupado demasiado. El caso de Bontrager
terminó inesperadamente y sin mucho drama. Mientras los cargos estuvieron en la Corte
Suprema, una controversia que no tenía que ver con su caso se suscitó en los Tribunales Juveniles.
Bontrager previó una lucha que solamente podría perjudicar la reputación de la Corte. En vez de
pelear y ver a la Corte perjudicada, renunció en diciembre de 1981. Sus asesores lloraron con la
noticia. La Corte Suprema retiró las acusaciones. Fred Palmer pagó veinte meses más de su pena
antes de ser puesto en libertad por una orden especial de clemencia del gobernador Robert Orr.
Después de seis meses más en un centro de excarcelados para trabajo, Palmer finalmente regresó
a casa.

"A veces en la cárcel", dice, "la gente me preguntaba, `Si Dios es tan bueno, ¿por qué te envió de
nuevo a prisión?' y yo les decía, Dios no me envió de nuevo aquí. El permitió que los hombres me
enviaran para contarle a gente como tú de Jesucristo". "Desde que llegué a Cristo," continúa, "veo
todas esas cosas desde una perspectiva diferente. Dios es soberano. Mientras estaba en la cárcel,
todavía estaba viviendo en la casa de mi Padre, La cárcel no tuvo nada que ver con mi
rehabilitación. Fue la Palabra de Dios lo que la hizo". Bill Bontrager desempeña una esforzada
práctica de la abogacía desde una pequeña casa en Elkhart. Los negocios son escasos y los
periodistas ya no vienen. Se han ocupado de otras historias. Bill a menudo, se siente perdiendo el
tiempo. Una vez fue el juez Bontrager, limpiando los tribunales, haciendo justa la justicia.

Ahora muchos en Elkhart piensan de él como sólo un capítulo de la historia. Y sin embargo,
todavía algunas veces sueña despierto con diferentes finales. Pondera sus propios errores, sus
defectos personales, y seguramente no piensa de sí mismo como un santo o mártir. Bill ve sus
propias experiencias como parte del plan de Dios: "Conocí y acepté a Cristo en 1977, pero
continué al control de mi propio destino. No fue sino hasta noviembre de 1981, después de
volverme un desastre emocional, que pude ir y le entregué el futuro a El. Le rendí mi yo. Desde
entonces El ha venido enseñándome sumisión y paciencia, la necesidad de estudiar su Palabra y
de buscarle en oración. Ha quitado mucho de mi ira; de hecho, hoy tengo paz, conociéndole - y eso
me hace contar como ganancia lo que el mundo podría contar como pérdida".
Su abogado ante la Corte, Ann Myers, piensa que ella entiende las decisiones de Bill: "El se
convirtió en cristiano mientras estaba de juez, tú sabes, y eso lo hizo más difícil para él. El era un
99
juez que tenía compasión. Yo lo he visto fallando sobre un caso juvenil, después, despojarse de la
toga y correr a la sala y echar su brazo sobre el muchacho que estaba siendo conducido. 'Tú me
importas', le decía. Y ellos sabían que era cierto. Algunas veces se atragantó conmovido durante
un caso, justo ahí en la sala de audiencias. Se mantuvo sobre sus convicciones. Cuando le pareció
que el sistema legal estaba en pleito con la ley de Dios, supo que debía obedecer a Dios. Y amó su
oficio. Pero cerca del fin, cuando estaba emocionalmente tan exhausto de todo el asunto, muchas
veces le oí decir, 'Tengo que hacer exactamente lo que yo sé que es correcto, aunque con ello
pierda mi trabajo".

Y lo hizo. Así, cualquier cosa que piense de Bill Bontrager y de su posición, como quiera que
considere su apasionada personalidad y los errores que cometió, lo que hizo queda claro: vio algo
que creyó estaba mal bajo los patrones de Dios e hizo algo al respecto. Corrió el riesgo de actuar. Y
pagó caro por actuar. La obediencia a Dios no siempre significa un final feliz. Pero, ¿por qué
tenemos que pensar que sí?

CAPITULO 17: EL CRISTIANO RADICAL

Siempre que los ancianos - abogados, funcionarios de la corte, y periodistas - se reúnen en torno a
la casa de la corte del Condado de Elkhart, no es raro que la conversación se ocupe de Bill
Bontrager. Algunos entienden lo que hizo; otros todavía no pueden, y se preguntan por qué el juez
se acaloró tanto por "el muchacho que apenas recibió lo que andaba buscando". Los viejos
compinches políticos pasan el momento más difícil, porque ellos no se pueden imaginar por qué
un republicano conservador iría a enfrentarse con sus compañeros conservadores de la Corte
Suprema del Estado. "Bontrager", un burócrata se encoge de hombros, suspirando con
resignación, "Pues, se le ha dado por volverse radical, eso es todo". Volverse radical. Qué gran
expresión para describir el concepto.

Desafortunadamente, "radical" ha adquirido connotaciones desagradables, incluso amenazadoras


en los tiempos modernos. Sugiere algo antipatriótico, como los violentos de las protestarle los
años sesenta que quemaron edificios universitarios, y la fiereza de los ciegos extremistas de
derecha. Pero la palabra "radical" viene del latín radia que significa "la raíz" o "lo fundamental".
Así que la palabra "radical" sencillamente significa volver a la fuente original o "llegar a la raíz de
las cosas". En verdad, en un mundo donde los valores están siendo moldeados por las efímeras
fantasías del humanismo secular, es radical tomar posición por la verdad fundamental de Dios, ir
a la "raíz", la Palabra de Dios. Los creyentes de hoy tienen muchos ancestros radicales en su árbol
genealógico.

En efecto, el reino de Dios está lleno de ellos. John Wesley arguyó apasionadamente que no había
"santidad sino santidad social... (Y) que convertir (el cristianismo) en una religión solitaria es
destruirlo"136 Wesley fue calificado como radical por su famoso discurso en St. Mary, el cual fue
una airada, pero exacta denuncia de sus compañeros miembros de la facultad de Oxford por su fe
floja de rodillas (nunca más lo invitaron a hablar de nuevo ahí). Posteriormente captó la esencia
de la santidad radical cuando escribió: "Levantarse resueltamente contra toda la impiedad y la

136 Garth Lean, Strowely Warmed (Wheaton: Tyndale, 1979), 62.


100
injusticia que se propagan por nuestra tierra como una inundación, es una de las más nobles
formas de confesar a Cristo ante la presencia de sus enemigos". 137 Cualquiera que haya leído mis
libros o que me haya escuchado hablar conoce el profundo impacto que William Wilberforce ha
tenido en mi vida cristiana.

Es por eso que me refiero tan consistentemente a su posición radical por Cristo en su cultura y
que cito tan a menudo de una carta escrita por John Wesley a Wilberforce — entonces recién
convertido. Wesley, quien iba a morir sólo diez días después, comisionó a Wilberforce para que
condujera la campaña radical contra la esclavitud. He llevado esta selección de la carta de Wesley
en mi Biblia durante los pasados siete años:

A menos que el Poder Divino te haya levantado para ser como Atanasio, contra mundum, no
veo cómo podrás llevar a cabo tu gloriosa empresa de oponerse a esa execrable villanía que
es el escándalo de la religión, de Inglaterra, y de la naturaleza humana. A menos que Dios te
haya levantado para esta mismísima cosa, te desgastarás por la oposición de hombres y
demonios, pero si Dios está contigo, ¿quién puede estar contra ti? ¿Son todos ellos juntos más
fuertes que Dios? Oh, no te canses de hacer el bien. Prosigue, en el nombre de Dios y en el
poder de su fuerza, hasta cuando aun la esclavitud de Norteamérica, la más vil que haya
visto jamás el sol, desaparezca ante éste.138

Wilberforce se puso de pie, al principio no era sino una solitaria voz contra un negocio que era el
soporte 'principal del lucrativo tráfico de las Indias Occidentales, empleando unos 5.500 marinos
y 160 barcos que producían 6.000.000 de libras esterlinas al año. Por veinte años, el radical
Wilberforce, a quien se unió después un pequeño grupos de cristianos amigos conocidos como la
secta Lapham, combatió el poder político y económico del imperio británico. Al final, prevaleció la
justicia, y durante el siguiente medio siglo un poderoso avivamiento se extendió por Inglaterra y
el mundo occidental.

Contra mundum. Contra el mundo. Radicales. Ciertamente eso describe a creyentes como Dietrich
Bonhoeffer y a otros cristianos alemanes quienes tuvieron la audacia de levantarse contra Hitler y
la monstruosidad de su súper raza, y cuyo levantamiento llevó a muchos de ellos a ser
encarcelados y muertos. Y ciertamente describe a Bill Bontrager. Las posiciones radicales, sin
embargo, nos llevan al zarzal de las preguntas espinosas sobre el papel del cristiano en el
gobierno y la política. Primero viene el tema de la desobediencia civil. El caso de Bontrager
sugiere que el cristiano debe desobedecer a su gobierno cuando éste ordena lo contrario a la ley
de Dios. Pero la Escritura claramente nos manda a obedecer la ley civil y a estar en sujeción a las
autoridades gubemarnentales.139

¿No es éste un claro conflicto? No. Pero para resolverlo se necesita entender el principal
propósito bíblico del gobierno. El origen del gobierno se remonta al primer pecado de la

137 Howard Snyder, The Radical Wesley (Downers Groave, Hl.: In-ter-Varsity Press, 1980), 86-7.
138 The Letters of the Rey. John Wesley., editadas por John Teleford (London: The Epworth Press, 1931).
139 Cada uno en esta vida debe someterse a las autoridades. Pues no hay autoridad que no venga de Dios, y los
cargos públicos existen por voluntad de Dios. Por lo tanto, el que se opone a la autoridad se rebela contra un decreto
de Dios y tendrá que responder por esa rebeldía. (Rom 13:1-2) Sométanse a toda autoridad humana por causa del
Señor: al rey, porque tiene el mando;" a los gobernadores, porque él los envía para castigar a los que obran mal y para
animar a los que obran bien. (1Pe 2:13-14)
101
humanidad, cuando para mantener a los rebeldes Adán y Eva lejos del árbol de la vida, Dios
apostó un ángel con una espada de fuego a la entrada del Edén, éste fue, por decirlo así, el primer
policía de ronda. De ahí en adelante la Biblia hace claro que el gobierno fue establecido como el
medio de Dios para restringir el pecado del hombre.140 Al pueblo de Dios le está encargado
someterse a quienes están en autoridad no porque los gobiernos estén inherentemente-
santificados, sino porque la alternativa es la anarquía. En su pecaminosidad, la humanidad
rápidamente se destruiría a sí misma.

El gobierno, pues, está ordenado bíblicamente para el propósito de preservar el orden. Pero,
como escribe Francis Schaeffer, "Dios ha ordenado el Estado como una autoridad delegada; el
Estado no es autónomo".141 Así cuando un gobierno viola lo que Dios manda claramente, está
excediéndose en autoridad. En ese punto, el cristiano ya no está sujeto a estar en sumisión, sino
que puede estar compelido a abierta y activa desobediencia. El doctor Carl Henry resume este
deber del cristiano: "Si un gobierno se coloca a sí mismo por encima de las normas de una
sociedad civilizada, puede ser desobedecido y desafiado en vista de la revelada voluntad de Dios;
si de otra manera requiere lo que la conciencia desaprueba, uno debería informar al gobierno y
estar dispuesto a asumir las consecuencias".

John Knox, el gran abogado y teólogo escocés, abogó por la revolución cristiana bajo tales
circunstancias - para escándalo del mundo cristiano del siglo diez y seis.142 Además, la Biblia
proporciona claros precedentes de desobediencia civil. A los padres de Moisés se les cita con
aprobación por su decisión de esconder a- su hijo de los oficiales egipcios, así como a Daniel y sus
amigos por su negativa a inclinarse delante de la estatua de Nabucodonosor. En los días
siguientes a Pentecostés, Pedro y Juan desafiaron las órdenes del Sanedrín, el organismo
gubernamental judío, el cual ordenó a los discípulos cesar de hablar de Jesús.143 La mayoría de los
casos no son tan claros como éstos, por supuesto, y por lo tanto la respuesta cristiana nunca
puede darse ni ligera ni automáticamente. Sólo después de buscar toda otra solución, después de
orar, de consultar con hermanos y hermanas cristianos, y de una cuidadosa búsqueda de la
Escritura debería emplearse la desobediencia civil.

La segunda pregunta espinosa es si hombres y mujeres cristianos que buscan ser fieles a Cristo
pueden servir en cargos públicos. Mi respuesta es sí. Porque si Cristo no solamente es la verdad,
sino la verdad de la vida y de toda creación, entonces los cristianos deben estar en la arena

140 Avaro como es por naturaleza, el gobierno de hoy se ha extraviado lejos de su propósito bíblico, es difícil
imaginar cómo subsidiando profesores universitarios o controlando las cosechas de tabaco, por más elogiables que
tales empresas puedan parecer, pueden considerarse como necesarias para preservar el orden y mantener la justicia.
Así el cristiano, al sopesar su responsabilidad bíblica hacia los gobiernos, puede hacer las distinciones éticas entre un
ejercicio gubernamental de un claro mandato bíblico y el ejercicio de alguna función ilegítima.
141 Francis Schaeffer, Christian Manifesto (Westchester, III.: Cross-way Books, 1981), 91.
142 "A godly warning or admonition to the faithful in London, Newcastle, and Berwich, "Works of John Knox,
compiled y editadas por David Laing. Edinburgh: Woodrow Society 1836- 1848. (Reimpresas en New York: AMS
Press, 1966), 6 vols.
143 Por la fe los padres del recién nacido Moisés lo escondieron durante tres meses, pues vieron que el niño era muy
hermoso, y no temieron el decreto del rey. (Heb 11:23) Llamaron, pues, a los apóstoles y les ordenaron que de ningún
modo enseñaran en el nombre de Jesús, que ni siquiera lo nombraran. Pedro y Juan les respondieron: "Juzguen
ustedes si es correcto delante de Dios que les hagamos caso a ustedes, en vez de obecedecer a Dios. Nosotros no
podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído. (Act 4:18-20) Ver también Daniel 3
102
política, precisamente así como deben estar en todos los campos y actividades legítimos, para que
"las bendiciones de Dios puedan presentarse en cada área de la vida", para citar al gran pastor
puritano Cotton Mather. Verdaderamente es tarea del cristiano ver que los patrones de la justicia
de Dios sean sostenidos en el proceso de gobierno. Esto puede llevarse a cabo desde dentro de las
mismas estructuras o desde afuera mediante la presión pública organizada para influir en el
sistema.

O puede hacerse como lo hizo Bontrager al tomar posición en abierto desafío al sistema. Esto,
pues, nos lleva a la tercera y quizá la más espinosa pregunta: ¿Pueden los cristianos ser vigorosos
defensores de la justicia y la moralidad sin destruir la separación de iglesia y Estado? El Nuevo
Testamento es claro: no va a haber fusión de iglesia y Estado hasta el regreso de Cristo y el reino
de este mundo se vuelva "el reino de nuestro Señor y de su Cristo".144 Como escribe Schaeffer, no
debemos "confundir el reino de Dios con nuestro país... ni envolver el cristianismo con nuestra
bandera nacional".145 Pero los cristianos a veces hacen exactamente eso, usan a Dios para
santificar sus propios prejuicios políticos, volviéndose arrogantes y divisionistas e igualando su
forma favorita de gobierno o su caballo de batalla política con el cristianismo.

Los políticos son voluntarias parejas en este proceso, todos con demasiada frecuencia variando
hábilmente para que el líder religioso, quien piensa que está influyendo el gobierno, pueda de
pronto descubrir que es él quien está siendo manipulado para provecho del político. (Como
alguien cuyo trabajo era tratar de conquistar a líderes religiosos para la Casa Blanca de Nixon,
puedo testificar que éstos no son más inmunes que nadie a las lisonjas del poder). O corno
advierte un escritor de aguda visión: "La historia ha mostrado que cuando la sociedad abraza la
religión, la religión por lo general se ahoga entre sus brazos. El acomodamiento va seguido, con
frecuencia, por asimilación y amalgama. Aceptamos alguna popularidad y, anhelando más,
desechamos las convicciones que tenemos que podrían no ser populares ... nuestra identidad
como cristianos está amenazada".146

La clave para entender este asunto es comprender que la meta del cristiano no es el poder, sino la
justicia. Vamos a esforzarnos por hace ,justas las instituciones de poder, sin ser corrompidos por
el proceso necesario para hacerlo. Esto requiere un balance delicado, y la Deidad es nuestro papel
modelo:

Dios en su completo poder pudo haber aplastado a Satanás en su rebelión por el uso de ese
poder suficiente. Pero debido al carácter de Dios, la justicia vino antes del uso del poder solo.
Por lo tanto, Cristo murió para que la justicia, arraigada en lo que Dios es, fuese la solución...
el ejemplo de Cristo, debido a quién es él, es nuestra regla, nuestra medida. Por lo tanto el
poder no es lo primero, sino la justicia es lo primero en la sociedad y en la ley".147

Pero, dicen algunos, es apenas de sentido común que para estar en condición de ejercer justicia
uno debe adquirir poder primero.

144 Tocó el séptimo ángel su trompeta; entonces resonaron grandes voces en el cielo: "Ahora el mundo ha pasado a
ser reino de nuestro Dios y de su Cristo. Sí, reinará por los siglos de los siglos. (Rev 11:15)
145 Schaeffer, Manifestó, 121.
146 John Johnston, Will Evangelicalism Survive lts Own Popularity? (Grand Rapids: Zondervan, 1980).
147 Schaeffer, Manifesto, 28.
103
Cuán a menudo ese razonamiento ha sido utilizado para justificar los más atroces abusos
cometidos en nombre de la religión. Aunque ésta es una de las más frustrantes paradojas de la fe
cristiana, a menudo precisamente lo opuesto parece verdad. Malcom Muggeridge ayuda a
explicarlo: "Es en el colapso del poder más bien que en su triunfo que los hombres pueden
discernir su verdadera naturaleza y en la conciencia de su propia insuficiencia cuando
confrontados con tal colapso pueden entender mejor quiénes y qué son". 148 Bontrager aprendió
esa lección. También yo... en la cárcel. Toda mi vida busqué riqueza, éxito y fama porque éstas
eran las llaves - o algo así, pensaba - para la seguridad y el poder. Estaba influido, como la mayoría
de los hijos de la Gran Depresión, por memorias de colas para adquirir pan y de padres
preocupados por si habría suficiente dinero para comprar comida y pagar arriendo.

La visión del sueño estadounidense impelía a este hijo mayor de inmigrantes, y creí que con
determinación y duro trabajo podía hacerlo realidad. El dinero y la propiedad eran las llaves del
reino donde yo podría cerrarle la puerta a la necesidad, al temor, y a la inseguridad. La escuela de
leyes profundizó mis convicciones sobre la importancia de la propiedad privada. (En la era de la
post-guerra, los cursos sobre propiedad en la escuela de leyes sobrepasaban el número de cursos
sobre derechos del individuo por un promedio de al menos 4 a 1; no había dicho sea de paso,
ningún curso de ética). Después, descubrí que la práctica jurídica era como la mayoría de los
negocios: los clientes más deseables eran quienes podían pagar más. Así empecé a gastar mi
tiempo casi exclusivamente con corporaciones de ejecutivos o individuos con recursos.

(Como el 98 por ciento de todos los abogados, mi único roce con la justicia penal o con los pobres
y los desventajados eran aquellas temidas ocasiones - una o dos veces al año a lo sumo - cuando
mi número era designado en alguno de los tribunales locales y me era asignado un cliente
indigente). Llegué a estar convencido de que la ley - es decir, la justicia - funcionaba para proteger
la propiedad privada y para actuar como último árbitro en una sociedad mercantil. Así vi a mi
misión ser una que usaba mis dotes personales de persuasión en el Congreso o en los tribunales a
favor de aquellos cuyos intereses económicos yo representaba (y por quienes, no incidentemente,
yo era bien pago). La justicia era, en efecto, la suma de las reglas y de las políticas que yo trataba
de desarrollar.

Cuando ingresé a la política, mi tarea no fue realmente diferente, excepto que mis clientes
llegaron a ser los políticos a quienes servía, las convicciones políticas que había desarrollado, la
plataforma del partido, y aquellos cuyas contribuciones a la campaña o influencia pudiera
llevarlos a través de la imponente seguridad de las puertas de la Casa Blanca. (Acostumbraba
mofarme de quienes protestaban y no podían cruzar por esas puertas. "La ley no se hace en las
calles sino en los despachos del gobierno", fue una expresión favorita. Una sutil manera de decir
que la justicia estaba determinada por aquellos de nosotros que controlábamos las palancas del
poder político).

En últimas, por supuesto, vi la justicia como un instrumento para quitar de la sociedad, y castigar,
a aquellos que se negaban o eran incapaces de vivir por las reglas que gente como yo mismo
hacía. Sin duda, yo tenía convicciones fundamentales sobre la libertad individual y, como
estudiante de Locke y de Jefferson, creía profundamente en los derechos inalienables del hombre
y en la preservación de las libertades individuales. Pero mi base para juzgar (así como también

148 Malcolm Muggeridge, the End of Christendom (Grand Rapids: Eerdmans, 198(5), 23.
104
las causas y los individuos por los cuales luché) era casi enteramente subjetiva, por lo tanto
peligrosamente vulnerable a todo capricho y pasión. Cuanto más brillante me volvía, más
peligroso era; cuanto más poder adquiría, más el poder me adquiría. Estaba ciego.
Verdaderamente, sólo en el "colapso del poder" finalmente comprendí tanto esto como a mí
mismo.

Porque veía la vida a través de estrechas aberturas tales como 'las elegantemente encortinadas
ventanas de la Casa Blanca, y mis panoramas eran de lozanos céspedes verdes, arbustos podados,
y soberbios edificios que albergaban los pasillos del poder. Pero al mirar el, mundo desde abajo a
través de las rejas de una oscura celda de la cárcel y del alambre de púas del encierro forzado, yo
pude, por primera vez, realmente ver. Tendido sobre el catre siguiente, a tres pies de distancia en
el apretado y estrepitoso dormitorio, estaba el antiguo presidente del banco de una pequeña
localidad pagando tres años, declarado culpable por primera vez de un delito, fraude con los
impuestos por valor de $3.000 dólares. Tan profundas eran las heridas de los años de apelaciones
infructuosas que su rostro estaba consumido y macilento.

El fue la primera víctima de carne y hueso que conocí de las grandes guerras económicas que yo
había librado. Quizá, pensé, se enredó en una de esas sutilezas o recovecos que yo había
elaborado en el Código Interno de Rentas Públicas. (La cárcel estaba llena de gente procesada
bajo leyes que yo había escrito o hecho valer; por eso mi vida fue amenazada durante aquellos
primeros días de prisión). Después conocí a un hombre de veintitantos anos cuyo rostro reflejaba
un dolor perpetuo. Propietario de una estación gasolinera, estaba pagando seis meses por
haberle pagado a un cliente $84.00 dólares con un cheque que posteriormente resultó haber sido
robado. Primer delito, también. Su dura sentencia fue el resultado de algún fiscal ambicioso de
ganar fama y de un juez con un mezquino mal genio y una reputación de impulsivo.

Un muchacho negro de cara redonda de mirada dolo-rosa vino a hablar conmigo, insistiendo en
que no sabía cuál era su sentencia. Con la certeza de que estaba haciéndose el torpe para ganarse
mi simpatía y mi asistencia legal, lo eché a un lado. Algunos días después, para mi asombro,
descubrí que era sincero. Un abogado de oficio le había concedido veinte minutos,
persuadiéndolo para que se declarara culpable de comprar a sabiendas propiedad robada, y
llevándolo aterrorizado y esposado ante un juez que masculló algo acerca de cuatro años y estalló
el martillo con ese sonido que ningún acusado olvida jamás. Este joven, quien nunca antes había
estado en la cárcel, había pasado los anteriores treinta días tirando por su lado, acuclillado en el
rincón de una celda de una cárcel de Tennessee.

Durante semanas, después de llegar a nuestra cárcel, se agachaba como un perro que hubiera sido
apaleado. Estos hombres no eran la excepción. La mayoría de quienes estaban en la cárcel
conmigo eran pobres; o si habían tenido algo de plata, ésta se les había ido en los enormes costos
del proceso. Aunque la gente supone que las prisiones de seguridad mínima, como aquella en
donde estaba metido, están llenas de "delincuentes bien vestidos" y ricos pasando unos pocos
meses de un tiempo "aliviado", no conocí sino a un puñado que hubiera podido contratarme como
abogado suyo solamente un año antes. Así era allí, rodeado por tanta desesperación y
sufrimiento, que empecé a ver a través de los ojos de los desvalidos. Empecé a entender por qué
Dios mira la sociedad no a través de la princesa del poder, sino a través de los ojos de los afligidos
de corazón y de los necesitados, los oprimidos, y pisoteados.
105
Empecé a darme cuenta por qué al exigir justicia Dios habló no por medio de los reyes sin duda
corrompidos, sino a través de profetas humildes quienes en su propia impotencia pudieron ver y
comunicar la perspectiva de Dios. Como resultado, aprendí a decir con ZolzheInjtsyn, "bendita
seas, prisión" por venir a mi vida. Porque solamente en el colapso de mi propio poder mundano vi
lo que es el poder, lo que me había hecho, y lo que había hecho por medio de mí a otros. Supe que
el poder no significa justicia. Pero el cristiano que rompe radicalmente con el poder del mundo
está lejos de ser impotente — otra paradoja del Reino. Por ejemplo, alguien podría pensar que el
entregar el poder de su judicatura, Bill Bontrager perdió el derecho a cualquier oportunidad de
influir el sistema judicial de su Estado.

Pero el veredicto sobre eso todavía no se ha pronunciado, y los esfuerzos de reforma están
activamente en camino en Indiana. Al menos, su acción reveló un sistema de injusticia que, de
otra manera, los ojos jamás hubieran podido ver. En mi propia vida es ciertamente claro que mi
impotencia ha sido usada por Dios para influir al sistema de justicia penal muchísimo más de lo
que hice desde mi oficina de poder mundano. Si vamos 'a amar a Dios, debemos amar su justicia y
actuar con base en ella. Entonces, tomar una postura santa, radical — contra mundum si es
necesario — debemos abandonar la ilusión del poder y reemplazarla con el Verdadero Poder. Ese
fue a ciencia cierta uno de los más grandes descubrimientos de Solzhenitsyn en el gulag soviético.

Como los otros presos, Solzhenitsyn trabajó en los campos de concentración, pasando los días con
la rutina de una labor deslomadura y de una lenta inanición. Un día la desesperación fue
demasiado para soportar. Solzhenitsyn no halló sentido en luchar; su vida no haría ninguna
diferencia, en últimas. Dejando de trabajar, tiró su pala, y caminó lentamente hacia una tosca
banca del sitio de trabajo. Sabía que en cualquier momento un guarda lo ordenaría levantarse y,
cuando no respondiera, lo aporrearía hasta matarlo, probablemente con su propia pala. Había
visto esto suceder muchas veces. Mientras estaba sentado esperando, cabizbajo, sintió la
presencia de alguien. Lentamente levantó sus ojos. Junto a él estaba sentado un viejo con un
rostro arrugado, completamente inexpresivo.

Encorvado, el hombre arrastró un palo, a través de la arena hacia los pies de Solzhenitsyn,
trazando deliberadamente la señal de la cruz. Cuando Solzhenitsyn clavó la vista en ese trazado,
su perspectiva entera cambió. Supo que apenas era un hombre contra el todopoderoso imperio
soviético. Pero en ese momento, también supo que la esperanza de toda la humanidad estaba
representada por esa simple cruz - y mediante su poder, todo era posible. Solzhenitsyn se puso de
pie despacio, recogió su pala, y regresó a trabajar - sin saber que sus escritos sobre la verdad y la
libertad un día inflamaría a todo el mundo. Tal es el poder que la verdad de Dios permite a un
hombre dispuesto a mantenerse firme frente a situaciones al parecer desesperadas. Tal es el
poder de la cruz.

PARTE 5: LA NACIÓN SANTA


Ellos se aman unos a otros. Nunca dejan de ayudar a las viudas; salvar! a los huérfanos de
quienes les hacen daño. Si algo tienen dan con liberalidad a quien nada tiene; si ven a un
106
extranjero, lo llevan a casa, y son felices, como si éste fuera un verdadero hermano. No se
consideran a sí mismos hermanos en el sentido usual, sino hermanos por medio del Espíritu,
en Dios.

Arístides describiendo a los cristianos al emperador Adriano

CAPITULO 18: LA NACIÓN SANTA

En el colmo de la crisis energética de 1977, el gobernador de Virginia ordenó restringir el uso de


energía en los edificios no esenciales. Nadie pareció particularmente sorprendido porque las
iglesias encabezaran su lista. A los ojos del mundo, así como también a los de muchos de los que
van a la iglesia, la iglesia es sólo una edificación, costosa y subsidiada; excepto por unas pocas
horas el domingo y un servicio o función entre semana, el edificio permanece vacío. Así que, ¿por
qué usar recursos escasos para calentarla? Esta misma gente considera a la iglesia apenas como
otra institución más con su propia burocracia, manejada por ministros y sacerdotes quienes,
como los abogados y doctores, son miembros de una profesión (aunque no tan bien pagada).

Y mientras esta institución parroquial lleva a cabo una meritoria e inspiradora función, más bien
como una sociedad artística o un club cívico, la mayoría de la gente puede andar bastante bien sin
ella. En muchos sentidos, por supuesto, la iglesia se ha permitido a sí misma convertirse en lo que
el mundo dice que es. (Esta parece ser una tendencia humana común, convertirse en lo que otros
nos consideran ser). Pero ese triste hecho no, ha gastado ni cambiado la definición de Dios de, y la
'intención para Su iglesia. Porque bíblicamente la iglesia es un organismo no una organización, un
movimiento, no un monumento. No es parte de la comunidad; es una nueva comunidad completa.
No es una reunión ordenada; es un nuevo orden con valores nuevos, a menudo en agudo conflicto
con los valores de la sociedad en derredor.

La iglesia no lleva gente hacia dentro, la envía hacia afuera. La iglesia no se asienta en un cómodo
nicho, tomando lugar junto al Rotario, Los Alces, y el Country Club. Más bien, la iglesia está para
incomodar a la sociedad. Como la levadura, cambia la forma de la masa en que se halla, la cambia
desde adentro. Como la sal, da sabor y Preserva aquello en que está. Pero así como la levadura
está hecha de muchas partículas y la sal está compuesta de múltiples granos, también la iglesia es
muchos creyentes individuales. Porque Dios nos ha dado los unos a los otros; no vivimos la vida
cristiana solitariamente. No amamos a Dios solitariamente. Creer en Jesús significa seguirle y
hacer parte de lo que El llamó el "Reino de Dios" el cual dijo que estaba “a la mano”.149 Esto es un
"nuevo compromiso... un nuevo compañerismo, una nueva comunidad establecida por la
conversión".150

Considere cómo Aristides describió a los cristianos al emperador Adriano:

Se aman unos a otros. Nunca dejan de ayudar a las viudas; salvan a los huérfanos de quienes
les hacen daño. Si tienen algo dan con liberalidad a quien nada tiene; si ven a un extranjero,

149 Decía: El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Cambien sus caminos y crean en la Buena Nueva.
(Mar 1:15)
150 Jim Wallis, Cali to Conversion (New York: Harper and Row, 1981).
107
le llevan a casa, y son felices, como si éste fuera un verdadero hermano. No se consideran a sí
mismos hermanos en el sentido usual, sino hermanos por medio del Espíritu, en Dios.151

Aristides, estaba describiendo el Reino de Dios hecho visible por los creyentes. Paradójicamente,
fue Pedro, el más judío y parroquial de todos los apóstoles — el que arguyó con Pablo sobre la
circuncisión y quien estaba renuente a predicar las Buenas Nuevas a los gentiles de Cesarea,
quien comprendió a fondo más claramente esta visión de un nuevo reino.

Se refirió a la iglesia joven, conformada por creyentes de cada país, raza, y lengua del mundo
entonces conocido como "una nación santa".152 Esta no fue una llamativa frase concebida por
Pedro para describir la iglesia: él tomó las palabras de las Escrituras - de las palabras que Dios
habló a Moisés cuando El llamó a los israelitas a ser Su "nación santa". 153 En aquellos días Dios
literalmente levantó su tienda y vivió entre su pueblo. Ahora el Reino se evidencia por medio de
aquellos en quienes Cristo habita. Como dijo Juan Calvino, el primer deber del cristiano es hacer
visible el Reino invisible. ¿Puede suceder? Podemos ser no solamente un pueblo santo sino una
nación santa. Sí, debemos ser. Pero hacerlo requiere comprensión y práctica de ciertas verdades -
que podrían considerarse principios básicos de la iglesia.

He hallado algunos de éstos muy bien ilustrados por una iglesia en lo que a primera vista podría
parecer un lugar improbable - Seúl, Corea. La República de Corea, un país de 37.000.000 de
personas, es predominantemente budista; hay solamente 7.000.000 de cristianos, de los cuales
quizá 2.000.000 son evangélicos. Pero quedé asombrado durante mi primera visita a Seúl en 1981
de ver señales de influencia cristiana por todas partes; muchas iglesias prósperas, valores
cristianos, y completa apertura al Evangelio. Me fue dado acceso a las prisiones, aun a aquellas
con presos políticos, predicando tres veces en salones concurridos de las cárceles, donde muchos
reclusos hicieron profesión de fe. También me fue permitido reunirme con reclusos
norteamericanos detenidos bajo la ley coreana e incluso me fueron permitidas visitas no
controladas a líderes de grupos disidentes.

El evento sobresaliente del -viaje fue un servicio del domingo por la mañana en la Iglesia del
Evangelio Completo en Seúl - de nuevo para mí asombro. Quedé pasmado. Yo había leído acerca
del crecimiento fenomenal de esta iglesia, de una pequeña misión con un puñado de miembros a
comienzos de los años sesenta a la más grande congregación del mundo veinte años después -
más de 150.000 miembros. Nunca he creído que el crecimiento deba ser la meta primera de una
iglesia, y ciertamente no es la prueba de su espiritualidad. Así que mascullé un poco a mí mismo
en relación con el supe crecimiento cuando llegué y vi las muchedumbres reunidas adentro y
afuera, los buses en hileras de cuadras, las cámaras de televisión y los técnicos por todas partes.
Ellos no deben predicar el Evangelio, pensé, juzgando que solamente la avenida Madison y
Hollywood transplantados a Seúl podían hacer esto - no el Espíritu Santo.

También estaba inquieto porque había oído que la multitud era aun más convincente que la
mayoría de las iglesias pentecostales de los Estados Unidos. Me gustan los rincones más bien

151 Ibíd.
152 Pero ustedes son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación consagrada, un pueblo que Dios hizo suyo
para proclamar sus maravillas; pues él los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable. (1Pe 2:9)
153 Pero los tendré a ustedes como un reino de sacerdotes, y una nación que me es consagrada. (Ex 19:6)
108
callados, pero… Aunque he hablado a grandes multitudes muchas veces, era electrificante mirar
por encima de más de 10.000 personas que formaban una masa compacta de pared a pared y que
me dijeran que había 15.000 más en rebosantes salas mirando en circuito cerrado de televisión.
¡Y éste era sólo uno de los seis servicios matutinos del domingo! Cuando empecé a predicar, y el
pastor de mayor responsabilidad, Cho, traducía a mi lado rápidamente, sentí una genuina
radiación de calor de parte de la congregación, una poderosa oleada del Espíritu. Mi habla vino
sin esfuerzo.

La barrera del idioma, con frecuencia evidente aun a través de los mejores intérpretes, se
desvaneció cuando el pastor y yo desarrollamos comprensión inmediata. Y aunque' no pude
entender las palabras durante el resto del servicio, hubo excitación y, para mi deleite, reverencia
real: Fue un tiempo santo. Después, me reuní con el pastor Cho en su estudio. Hombre flaco y
pálido, el pastor lucía tímido y retraído hasta cuando comenzó a hablar; entonces hubo fuego
cerca de él. "Usted es líder de una iglesia fantástica, pastor", le dije. "Oh, no", echó a un lado el
cumplido. "Esto no es la iglesia. Esto es solamente donde todos nosotros venimos a reunirnos una
vez a la semana. La iglesia está en el hogar, 10.000 grupos de célula que se reúnen regularmente
por toda la ciudad".

Mi error fue natural. Me imaginé que una iglesia tan fenomenalmente exitosa debía ser el
resultado del carisma del líder y de su personalidad, porque con bastante frecuencia las iglesias
estadounidenses y movimientos para-eclesiásticos crecen debido a la personalidad del pastor o
del líder. Este patrón es meramente otra adaptación más cristiana del culto a las celebridades de
nuestra sociedad. Pero un líder carismático no es el secreto de la vitalidad' y el tamaño de la
Iglesia del Evangelio Completo en Seúl. Cho es dinámico y brillante; pero el crecimiento de la
iglesia resultó de su quebrantamiento, no de su fortaleza. Cho ha estado enfermo la mayor parte
de su vida, ha padecido de tuberculosis diagnosticada en su fase terminal, ha sufrido crisis
nerviosa debido a la fatiga, y ha tenido repetidos y severos ataques de úlcera.

El concepto de célula se desarrolló como necesidad porque Cho estaba tan débil que no podía
manejar la iglesia; por consiguiente comisionó ancianos para que tomaran responsabilidad por
las personas en cada uno de sus vecindarios. (Rompiendo costumbres profundamente arraigadas
en su cultura oriental, el pastor Cho nombró a muchas mujeres para que dirigieran grupos de
célula). Estos grupos de célula, verdaderas iglesias en las casas, evangelizaron sus vecindarios,
proporcionaron una manera mediante la cual los vecinos podían ayudarse unos a otros,
estimularon la disciplina espiritual y empezaron a multiplicarse rápidamente.154 Me castigué
silenciosamente por mi actitud enjuicia-dora mientras el pastor Cho me decía que aunque él
había organizado cuidadosamente un sistema para mantener una autoridad pastoral apropiada y
proveer sermones estructurados y materiales de enseñanza para los grupos, de 1964 a 1973 él
nunca totalizó, ni una vez, la membrecía total de la iglesia.

Cuando finalmente descubrió que por medio de la tranquila evangelización de las iglesias en las
casas la membrecía había saltado durante ese tiempo de 8.000 a 23.000, Cho quedó aturdido.
Esto da lugar a lo que creo es el primer principio para la iglesia: El cuerpo de creyentes llamado la
iglesia ha de crecer desde adentro hacia afuera en respuesta al Espíritu. Edificada en esa forma, la
iglesia prevalece contra todo. Siempre consciente de que un ejército de las divisiones de Corea del

154 Inspirado por el ejemplo neo testamentario de la iglesia primitiva.


109
Norte está apostado a veintiséis kilómetros del norte de Seúl, el pastor Cho está pronto a señalar
que él podría ser arrestado, las puertas de la iglesia derribadas, su cuerpo asesor muerto de la
noche a la mañana, y la iglesia todavía seguiría creciendo. (Eso es exactamente lo que pasó en
China, donde la Iglesia se multiplicó varias veces durante los oscuros años de la revolución
cultural y las grandes purgas).

¿Qué pasaría si su pastor fuese quitado y el edificio de su iglesia cerrado y destruido? La mayoría
de las iglesias son totalmente dependientes del pastor y de los líderes de la iglesia. El presidente
de la organización Juventud para Cristo, Jay Kesler, a veces dice en son de burla: "La Iglesia
occidental es como un partido de fútbol profesional un domingo por la tarde: 1/90.000 personas
sentadas en las graderías viendo a 22 hombres romperse la crisma en el terreno de juego".
Llévate a los 22 y no hay juego". Cho no ha permitido que eso pase en Seúl. El cree que Dios en un
punto de su vida le ordenó "deja que mi pueblo crezca", así que ha asumido como misión "equipar
al pueblo laico, de modo tal que el pueblo laico pueda llevar a cabo el ministerio tanto dentro
como fuera de la iglesia". 155

El amado pastor y capellán del Senado, Dick Halverson, está de acuerdo con "equipar a los
santos", lo cual por supuesto significa a todos los creyentes, es el cometido principal del llamado
de cualquier pastor. "En ninguna parte de la Biblia", escribe, "el mundo está exhortado a 'venir a
la iglesia'. Pero el mandato a la iglesia es claro: debe ir al mundo... el trabajo del ministerio
corresponde al de la banca, no al del púlpito". De esta manera, afirma, la iglesia viene a reunirse
los domingos por la mañana principalmente para prepararse para llevar a cabo su ministerio el
resto de la semana en cada paso de la vida.156 Y ese es el segundo principio para la iglesia: Debe
equipar a los laicos para llevar la iglesia al mundo. Si se practica, este principio curaría la
esquizofrenia que tantos cristianos tienen.

Pregunté a un laico de la iglesia: "¿Cuál es tu ministerio?" y la respuesta es invariablemente la


misma: "Oh, yo soy programador de computadores durante el día, pero cada jueves por la noche
trabajo con los Gedeones. Ese es mi ministerio". Halverson llama a esto una falsa dicotomía entre
lo sagrado y lo secular. El ministerio del creyente es ser la persona de Cristo exactamente ahí
donde él o ella está, en el mercado o en el hogar, cada momento de cada día. Esto es parte del
oficio cotidiano de la santidad. Esta es la mismísima naturaleza de amar a Dios. La iglesia en
Corea tiene problemas, por supuesto - y en' algunos casos la crítica de que es una asociación
profana con el gobierno puede ser válida. A pesar de eso, su gente está caracterizada por un
intenso compromiso con la disciplina espiritual.

Muchos de los grupos celulares de la iglesia de Cho y de los grupos de oración de otras iglesias se
reúnen en las primeras horas de la mañana para estudio bíblico y oración. Pocos cristianos
coreanos serios empezarían su día sin un tiempo devocional. Debido a la extensión de este
compromiso, muchos patrones permiten que grupos de estudio y oración se reúnan en fábricas y
edificios de oficinas durante la hora del almuerzo. La Iglesia del Evangelio Completo tiene un
centro de retiros llamado la Montaña de la oración donde, un día dado mil o más creyentes
pueden hallarse arrellanados sobre cojines en pequeñas cuevas cavadas a un lado de la montaña.

155 Paul Yonggi Cho con Harold Hostetter, Successful Home Cell Groups (Plainfield, N.J.: Logos International, 1981),
16.
156 Halverson, Timelessness of lesus Christ, 104.
110
El resto de la gente llena una de las grandes salas del centro. Los trabajadores con frecuencia
destinan la primera mitad de sus vacaciones de dos semanas en este lugar para ayunar y orar.

¿No causa maravilla que aunque sobrepasada 5 a 1 por los budistas, la iglesia cristiana es la
influencia más poderosa en la cultura coreana? Mientras que en triste contraste, la iglesia
cristiana en América, que sobrepasa a otras religiones 10 a 1, está lejos de ser la influencia
dominante en nuestra cultura. El tercer principio clave para la iglesia, entonces, es la disciplina
espiritual - ferviente oración y estudio serio de la Palabra de Dios. Este es el principio de vida o
muerte, porque las iglesias que descuidan la Palabra y la oración rápidamente' se marchitan. Pero
las iglesias que ejercitan la disciplina espiritual pueden ser poderosamente usadas. Los grandes
avivamientos se han producido en tiempos cuando los cristianos estaban atentos a la oración.

El avivamiento laico de 1858, que afectó al mundo occidental por Medio siglo, empezó cuando el
hombre de negocios Jeremías Lamphier comenzó una reunión de oración semanal con un puñado
de personas en un pequeño cuarto de la deja iglesia alemana del Norte en New York City. El grupo
creció, después las reuniones de oración se llevaban a cabo diariamente. Varias iglesias siguieron
el modelo, y pronto todos los lugares públicos de reunión estaban regularmente concurridos. En
unos pocos meses 10.000 personas se reunían diariamente por la noche para reuniones abiertas
de oración en las calles de New York. En dos años, 2.000.000 de convertidos entraron a formar
parte de las iglesias estadounidenses. Como agua desbordada, el avivamiento se regó a través del
Valle del río Hudson y de ahí a Chicago, donde Dwight Moody estaba apenas comenzando su labor
con jóvenes.

Después saltó el Atlántico a Irlanda, Escocia, Inglaterra, el país de Gales, y danzó como fuego a
través de buena parte de Europa, después de Suráfrica y la India. No hubo ninguna complicada
organización evangelística. La comunicación era lenta; los anuncios tenían que ir de una célula de
oración a la próxima, de iglesia a iglesia, de ciudad a ciudad. Fue un movimiento inspirado por el
fervor de miles de cristianos laicos. Se puede hallar evidencia similar acerca de otros
movimientos espirituales poderosos de los, siglos recientes. Esta evidencia también hace claro
que los avivamientos no están confinados geográficamente. Porque la iglesia de Jesucristo no es ni
estadounidense ni coreana ni inglesa ni alemana. Es una iglesia, un cuerpo, una nación santa
trascendiendo los arbitrarios límites políticos y geográficos del hombre.

Esto nos lleva al cuarto principio clave para la iglesia: Como una nación santa, debemos
liberarnos de todo provincialismo y trabajar por la unidad en Cristo. Antes de mi conversión, lo
confieso, algunos feos prejuicios andaban furtivamente en los rincones oscuros de mi corazón,
particularmente hacia aquellas naciones contra las cuales los Estados Unidos habían peleado en
las guerras de este siglo. Pero en mis viajes como creyente entre condiscípulos creyentes de otras
razas y nacionalidades, el Señor me ha dado algo de Su más rica confraternidad 'en aquellos
países. El Espíritu Santo puede derribar toda barrera. Por consiguiente, lo que sucede en la iglesia
del continente más remoto es tan importante como la vida de nuestra congregación local. El resto
del mundo está tan lejos como la iglesia más cercana fundada en un tugurio muerto de hambre de
nuestra localidad o tan cerca como la iglesia subterránea en China.
111
"Si una parte sufre, todas las partes sufren con ella".157 El gran éxodo a los suburbios en las tres
últimas décadas hace que esta verdad escritural sea especialmente urgente en América. Las
prósperas congregaciones nuevas de clase media ahora están rodeadas por los tugurios de las
ciudades donde las iglesias más viejas y casi abandonadas se están muriendo de hambre. Como
un ejército que se retira del campo de batalla, las prósperas congregaciones suburbanas han
dejado que los heridos se mueran en el corazón de las grandes áreas metropolitanas - tanto física
como espiritualmente.158 Las congregaciones que procedan a mirarse interiormente hallarán su
campo de visión estrechándose. Aquellas que reconocen, así como Pedro hizo, que la iglesia de
Cristo es una nación santa, descubrirán tesoros espirituales no imaginados.

La Iglesia presbiteriana de Eastminster en Wichita, Kansas, ha experimentado esto. Aunque


pastoreada por un talentoso ministro, Frank Kik, la responsabilidad de la iglesia es compartida
por fervorosos laicos, y los santos están' siendo bien equipados. Eruditos cristianos de todas
partes del país con frecuencia enseñan ahí; los laicos están involucrados en estudio teológico
serio; muchos en la iglesia hacen parte de grupos de oración; y la congregación apoya
activamente misiones en el exterior y ministerios de misericordia en distintas partes del país.

Creo que todo esto es el resultado directo de la decisión consciente de la iglesia de Eastminster de
apartarse de su provincialismo natural y poner en práctica la unidad del principio de la nación
santa. Durante 4975 la iglesia, entonces de 850 miembros, había reunido $500.000 para una
ampliación de su templo siempre llenó. Los planos del arquitecto estaban casi terminados y los
miembros estaban excitados con la inminente construcción. Entonces se llevó a cabo una
conferencia misionera en la iglesia, y un misionero de Guatemala mostró diapositivas de la
terrible devastación producida por el terremoto masivo que había azotado a ese país hacía dos
semanas. Los pueblos estaban totalmente barridos; todo estaba hecho ripios, incluyendo lo que
una vez había sido pequeñas pero crecientes iglesias del trabajo misionero.

Cuando terminó la presentación de las diapositivas, hubo un largo e incómodo silencio, como si
de cada miembro se hubiera apoderado el mismo pensamiento. Un hombre habló por todos:
"Todo esto ha pasado y aquí nosotros estamos planeando gastarnos medio millón de dólares en
un nuevo edificio". Otro añadió en tono bajo, ¿"cómo podemos construir un palacio cuando
nuestros hermanos y hermanas ni siquiera tienen una choza"? La iglesia de Eastminster descartó
sus planes y planos, redujo el proyecto de ampliación a un salón de confraternidad de uso
múltiple de $100.000, y votó que los restantes $400.000 fuesen enviados a Guatemala junto con
una línea de crédito por $500.000. El pastor Kik y dos ancianos viajaron a Guatemala a supervisar
la construcción de veintiséis iglesias en los Pueblos y veintiocho casas pastorales.

Pero la necesidad de células individuales dentro de la nación santa de Dios va más allá de
compartir recursos financieros; la iglesia está llamada a darse a sí misma, a compartir el 'hambre

157 Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro recibe honores, todos se alegran con él. (1Co 12:26)
158 Una solución sencilla a este problema sería que cada iglesia de clase media adoptase a una iglesia pobre,
compartiendo recursos y enseñando. El impacto puede ser dramático y la iglesia dadora grandemente bendecida. Un
buen movimiento cristiano conocido como STEP está dedicado a esta visión: STEP Foundation. 249 Martin Luther
King Blvd., Dallas, TX 75215 (214-421-9210). La Confraternidad Carcelaria también está trabajando para movilizar
comunidades pobres, enfrentando las necesidades con recursos. Póngase en contacto con Prison Fellowship,
Community Mobilization, P.O. Box 17500, Washington, D.C. 20041, U.S.A.
112
y el dolor de los necesitados. Jesús mismo compartió el dolor de los necesitados; El sufrió por el
159

mundo entero. Como presencia visible de Dios hoy, ¿no debe su pueblo también participar del
sufrimiento del mundo? Mi más enfático sí. No será sino hasta cuando vayamos a donde hay
necesidad y compartamos el sufrimiento de los pobres, los alienados, los solos y los oprimidos
que la nación santa del pueblo de Dios llegue también a ser la nación que ama. Así como lo ilustra
un pequeño grupo de cristianos en la ciudad 'de Jefferson, Missouri, es como verdaderamente la
iglesia ama a Dios.

CAPITULO 19: SUFRIMIENTO COMPARTIDO

La gente de las sombras no hizo ruido en Jefferson City. Aparecieron por un día o dos, gastaron
poco dinero, después se fueron. Durmieron bajo puentes, o sobre bancas de los parques, en lotes
vacíos; en efecto, durmieron en cualquier parte donde pudieron. Mientras los ciudadanos de
Jefferson City sabían poco de estas sombras, ellas no pensaron mucho en ellos, porque no tenían
ningún vínculo real con la vida "normal" de esta ciudad en el centro de Missouri, en la mitad del
medio oeste. Jeff City es una ciudad estatal de tiendas limpias, calles tranquilas, área de
universidades. El limpio edificio legislativo, diseñado según el Capitolio de los Estados Unidos,
reposa sobre un escarpado risco alto que domina el río Missouri. La población de 35.000
habitantes está regada con iglesias.

Pero si se sigue la calle East High Street por unas pocas cuadras desde el centro, y después se gira
a la izquierda, se encuentra cara a cara con una pared alta y gris quebrada por torres de guardia.
Esta pared encierra los cuarenta y siete acres de la penitenciaría estatal de Missouri; junto con las
tres otras prisiones de Jefferson City, esta prisión de máxima seguridad contiene a la mitad de la
población carcelaria de Missouri. La mayoría de estos presos nunca ve a un visitante. Están
perdidos para el mundo, ocultos de la vista y la memoria. Los pocos cuyas familias los visitan
tienen la mejor oportunidad para permanecer afuera de la cárcel una vez son puestos en libertad.
Por eso las autoridades del penal estimulan la visitación. La gente de las sombras fueron las
esposas, hijos, novias, padres - las familias que vinieron a visitar.

Vinieron desde St. Louis y Kansas City, a millas de distancia, - o desde poblaciones más pequeñas
esparcidas por el Estado. La mayoría de ellos vivió de cheques del bienestar social, y si usaron
sus, magros fondos apenas llegando a Jeff City ciertamente no pudieron darse el lujo de pagar
alojamiento. Por eso quienes se las ingeniaron para venir inventaron formas de pasar la noche.
Como la mujer que tomó el último bus posible desde Kansas City para llegar a la mugrienta
estación de buses de Jefferson City a las dos de la mañana. Ella entonces llevó a su bebé de seis
meses unas pocas cuadras a un hotel del centro, pasó a hurtadillas por la sala de recibo y entró a
un baño, se apretó a sí misma y a su bebé en una caseta del baño, y pasó las horas hasta las ocho
de la mañana cuando la prisión se abrió para los visitantes.

Mientras mantuvo quieto al bebé, nadie la molestó, y se sintió segura. Tan segura como una
sombra. Otros no estuvieron tan seguros - como las dos mujeres quienes, con sus dos pequeños

159 En Filipenses 3:10 Pablo escribió que anhelaba el "compañerismo del sufrimiento", porque entonces en un
sentido real estaba participando del sufrimiento de Cristo.
113
hijos, calcularon el tiempo en automóvil desde un pequeño pueblo del norte del estado para
llegar un poco después de la caída de la noche. Entonces se dirigieron a un sitio de muchos
puentes, cuatro ríos convergen en Jeff City - y se estacionaron bajo el abrigo de los arcos. Fuera de
la vista de la carretera, con todas las cuatro puertas cerradas con seguro, se sintieron bastante
seguras. Pero hicieron turnos para dormir lapsos de dos horas, por si acaso. En su mayoría, la
gente de las sombras no fue molestada. Pero se sintieron completamente mal acogidos en una
ciudad extraña, sin un lugar para dormir, una comida caliente, ni un lugar para bañarse y
cambiarse de ropa.

Sintieron que estaban siendo castigados junto con sus amados encarcelados. Pero las sombras no
son realmente' invisibles, y alguien había comenzado a notarlas más que como a gente fastidiosa
o mal necesario. Un grupo de individuos preocupados de algunas iglesias del área y de las
organizaciones cívicas empezó a preguntarse qué podían hacer para ayudar a esta gente
obviamente necesitada. Un grupo de estudio comenzó a reunirse una vez al mes para discutir el
problema, pero pasó un año sin acción. Mientras tanto, otro grupo, voluntarios de la
Confraternidad Carcelaria ya involucrados en el trabajo con los presos - estaba hablando acerca
del mandato bíblico de ayudar a "los extranjeros entre nosotros" y estaban preocupados por la
gente de las sombras de Jefferson City.

Por eso, invitaron a las familias de los reclusos a sus hogares. Fue un comienzo, pero pronto
resultó ser inadecuado para la necesidad; sencillamente habían demasiados visitantes. Entonces
una voluntaria, Janice Webb, empezó a tener grandes ideas. Un bautista laico activa con la
Confraternidad Carcelaria por varios años, Janice había sabido de una casa de hospitalidad en
West Virginia para familias de los reclusos. Usada para movilizar gente a la acción, Janice pensó,
¿"por qué no puede funcionar una casa como esa en Jefferson City"? Más o menos por el mismo
tiempo, la hermana Ruth Heaney, una monja quien servía en una comisión de justicia 'criminal y
que también estaba activa en el grupo cívico de estudio, se puso en contacto con Janice Webb.

En la opinión de la hermana Ruth, Janice era "la única persona lógica para lograr que el trabajo se
hiciera". En mayo de 1980 las dos mujeres formaron la junta de la Casa Ágape, decidiendo el
nombre antes de tener un lugar al cual ponérselo: Ágape porque deseaban "mostrar el
incondicional, cuidadoso amor de Jesús"; y Casa porque querían un "lugar que mostrara ese
amor". La junta estuvo conformada de católicos, presbiterianos, episcopales, metodistas y
bautistas; se unieron para atacar el problema con entusiasmo. Entusiasmo era todo lo que tenían
en el momento, porque así como Janice irónicamente recuerda: "No teníamos ni cinco centavos en
el banco; toda la cosa era una aventura de fe". Pero la fe junto al entusiasmo hizo que la labor se
realizara.

Primero tropezaron con una vieja casa espaciosa donde se alquilaban cuartos apenas a dos
cuadras de la penitenciaría estatal de Missouri; el sitio tenía cerca de una docena de habitaciones,
tres cocinas, y un precio de $46.000 dólares. En sólo seis semanas la junta recolectó los $5.000
dólares de cuota inicial y un abogado cristiano donó su servicio legal para arreglar la transacción.
Los miembros de la junta, sus iglesias y familias se mudaron a la mohosa y vieja casa como un
ejército liberador - dando martillazos, aserrando, pintando, remendando, limpiando. Cinco
iglesias se dividieron las habitaciones del segundo piso. El fresco papel de colgadura de los
114
presbiterianos y la silla mecedora en una rivalizó con el cielo raso de los metodistas, la
decoración de buen gusto, y los arreglos de flores secas en otra.

En el primer piso, la hermana Ruth engatusaba plantas trepadoras para llenar de ellas una alegre
ventana de laureles. El largo hueco de la escalera fue festoneado con grandes estandartes
vivamente decorados con versículos de la Escritura; una enorme Biblia familiar engalanaba el
salón de juntas. Dos jóvenes de un colegio católico del área llegaron el sábado armado con una
lavadora de alfombras que atacó los kilómetros de antigua alfombra. Un grupo de cuarto grado
envió galletas recién horneadas para deleitar las tropas. Y una pequeña iglesia hizo una
contribución particularmente significante - un suministro continúo de papel higiénico para la
Casa Ágape. Pero la junta sabía que crear su casa de amor era más que apenas un asunto de
apariencia.

Los versículos de la Escritura sobre las paredes no iban a hacer vivir la Escritura. La casa viviría
su nombre solamente si la gente que la manejara viviera su nombre. La hermana Ruth Neaney
estaba dispuesta a servir como la primera administradora asistente, y para el crucial papel del
manejo de la casa la junta encontró a Mildred Taylor, una dama bajita, calmada, cuidadosa
bautista del sur esperando en su hogar en Carolina del Sur el llamado de Dios al servicio. Ella
estaba lista para cualquier cosa que El tuviera para ella en Missouri. El 2 de noviembre de 1980,
Mildred Taylor dio la bienvenida a los primeros huéspedes de la Casa Ágape, ofreciéndoles
cálidamente Nuevos Testamentos junto con sábanas y toallas limpias y llaves de la habitación. El
costo era $3.000 por noche - si podían pagarlo.

Si no, podían quedarse gratis. Sin plata, sin estudios detallados, ni propuestas, ni conferencias ni
ayudas del gobierno, la gente de Dios alcanzó a los pobres y los presos. Aunque inicialmente
escépticos, la mayoría de los ciudadanos de Jefferson City estaba feliz con la casa. Y pronto la voz
empezó a regarse entre la gente quienes no eran ya más sombras. Nuevos olores llenaron la vieja
casa de habitaciones: pintura fresca, habas o macarrones o perros calientes cocinándose en la
estufa de la cocina; humo de cigarrillo y pintauñas. Nuevos sonidos llenaron la casa, también:
mujeres hablando, riendo, llorando; niños jugando y riendo. Y por la noche el murmullo de las
conversaciones podía oírse en el pequeño apartamento de la parte posterior de la inmensa casa.

Porque desde el principio, la administradora Mildred Taylor hizo saber a los invitados que, la
puerta de su cuarto siempre estaba abierta. Mientras pasaban los meses, cada vez más personas
la buscaban para una taza de té y una charla tranquila. Una huésped de fin de semana quien tocó
la puerta de Mildred fue una joven madre quien visitaba a su hijo en una de las prisiones. Sara no
habló mucho pero pareció confortada con' apenas sentarse con Mildred. Cuando se preparaba
para irse la tarde del domingo, Sara se detuvo en el apartamento de Mildred para darle un
abrazo."Gracias por tenerme aquí", dijo ella. "Usted no puede saber cuánto significa esta casa".
Unos pocos días después, Mildred recibió la siguiente carta de Sara:

Querida hermana Mildred: Yo le dije cuánto significó para mí quedarme en su casa, pero no le
dije la cosa más importante. Leí la Biblia que usted me dio la misma primera noche pero
estaba demasiado enferma y cansada y con los ojos muy pesados como para terminar. Había
estado tratando de reafirmar mi fe por meses. La noche siguiente me quedaban $13.00 para
volver a casa y vi que Shirley allí tenía más necesidad que yo, así que le di a ella la mitad
porque sabía que Dios proveería ... Pues bien, me fui a la cama sintiéndome bien de que
115
pudiera, con la ayuda de Dios, hacer algo por alguien. Leí más de la Biblia y llegué a la
página donde se dice la oración para ser salvo, y oré y fui limpiada de mis pecados! Al día
siguiente le dije al Señor cuán enferma y cansada estaba, y que si era su voluntad pudiera
tener un camino seco a casa, para que éste no me tomara seis horas. Antes de andar una
milla la lluvia había cesado y tuve sol todo el camino. Canté y alabé a Dios todo el camino a
casa. El campo nunca había lucido tan bueno.

Con el tiempo Mildred Taylor regresó a Carolina del Sur, con la esperanza de empezar un
ministerio como la Casa Ágape en su ciudad natal de Columbia. Debido a su pesada carga de
trabajo con la comisión de justicia, la hermana Ruth también salió, pero se quedó en la junta. Ellas
habían sido reemplazadas por Marietta Borden, una voluntaria laica de la junta de misiones de la
Casa bautista del sur, y Lunette Bonknight, una antigua monja quien gastó treinta y ocho años en
un convento católico. Cuando Marietta fue invitada a venir a la Casa Ágape, salió de su casa en
New York y manejó derecho a Missouri con $500 dólares en su bolso y todas sus pertenencias
empacadas en su carro.

Lunette vino por primera vez a la casa cuando su amiga de toda la vida Mildred estaba todavía allí
- para ayudar por un mes. "Quedé sobrecogida", explica. "Yo sabía que podía quedarme en el
convento y salvar mi alma. Pero si quería hacer la perfecta voluntad de Dios, supe que tendría que
salir y ministrar a su pueblo". Lunette y Marietta comparten el pequeño apartamento de la' lasa y
casi todo lo demás. Se levantan todas las mañanas' a las cinco a orar y estudiar la Biblia, primero
individualmente, después juntas. El resto del día responden a las necesidades a su alrededor -
recogiendo los tendidos sucios, vaciando las basuras, limpiando baños, manteniendo las finanzas
en orden, comprando provisiones, y registrando huéspedes. Y mantienen abierta la puerta de su
apartamento, así como lo hizo Mildred Taylor.

"Estamos en la tarea de plantar semillas", dice Lu. "No sabemos cuándo muchas de ellas serán
cosechadas, pero eso es asunto de Dios. Nosotras tan sólo hacemos lo que podemos". Lu y
Marietta no ven muchas conversiones dramáticas, y no todo el que viene a Ágape reconoce su
sacrificio y amor por lo que esto representa. Algunos toman la casa simplemente como un sitio
barato para dormir. Pagan, algunas veces, y se van. Otros se preguntan qué es la intriga, pero
aceptan la comodidad limpia y cálida. No importa, Lu y Marietta y todos los demás compro-
metidos en el ministerio de la Casa Ágape desean proporcionar amor y cuidado, no calcular
resultados. Están amando a Dios. La siguiente viñeta dice todo esto: Sherry, una escrutadora joven
de grueso pelo negro y modales serios, oyó por primera vez de la Casa Ágape de su esposo Al.

Ella estaba preparada para abandonar la sala de visitantes de la cárcel temprano para poder
coger el bus de regreso a St. Louis antes del anochecer, cuando él mencionó una casa de
habitaciones de alquiler, de la cual él había oído hablar a otros reclusos cuyas esposas y novias se
habían quedado allí. "Es una especie de hospedaje, pero más limpio, con el privilegio de la
cocina", dijo. Por eso Sherry se dirigió a la casa, y aunque el lugar en el momento estaba lleno, las
damas encargadas hicieron lugar para ella. Ahora ella estaba ahí por el tercer fin de semana y la
casa le parecía como un hogar. Lu y Marietta le dieron la bienvenida cálidamente, le preguntaron
por Al, y se ajetrearon con ropas limpias de cama y una disposición de hablar y reír. Sherry había
puesto sus cosas en una habitación del segundo piso, después se puso a hacer su comida.
116
Ella estaba sentada con un grupo a la mesa grande del comedor, absorta en escribir su carta de
cada noche a Al mientras los otros comían y charlaban, cuando la aguda voz de Jane la llamó
desde la cocina. "Sherry", chilló Jane. "Tú mejor vienes y le bajas el calor a los guisantes si estás
pensando seriamente en comértelos". Sherry se quitó el pelo de los ojos, tiró su bolígrafo, y sé
levantó de la mesa. Jane tenía razón; el cerdo y los guisantes estaban pegados al fondo de la
cacerola, pero ella tenía tanta hambre que no le importó. Echó con un cucharón los guisantes que
no se habían quemado en un plato plástico grande que sacó de la alacena, agarró su Pepsi en el
refrigerador, Patty, con su cabello rubio enrollado en rizadores de subido color rosado, estaba
contando un cuento cuando terminó de aplicar el pintauñas rojo oscuro a sus largas uñas.

Marcia sostenía a su hija en su regazo y cuchareaba zanahorias y papa machacada en la pequeña


boca, mientras junto a ella Brenda cuadraba el alambrino pelo negro de la pequeña LaVon. Sherry
terminó sus guisantes, apartó el plato y encendió un cigarrillo. Tú pensarías que ésta fue una
noche de sábado en una reunión de vecindario si no supieras que hasta la última persona aquí
tiene a su padre o esposo a dos cuadras encerrado en la prisión estatal, ella se rió de sí misma. E
incluso estas mujeres eran un grupo de problemas. Patty había cumplido un par de condenas en
presidio y ahora atendía la barra en una taberna de Kansas City. Su esposo tenía cadena perpetua.
El hijo de Marcia estaba adentro por droga. Sherry todavía no sabía mucho de Brenda, porque en
el salón de visitas de la cárcel los blancos y los negros se mantenían bastante apartados.

Pero podría saber más después esa noche cuando compartiera el cuarto con Brenda y su pequeña
hija. Sherry observó a Marietta salir al salón llevando sábanas limpias y deteniéndose para
felicitar a Patty por su pulido trabajo de pintauñas. Sherry no podía descifrar qué había tocado el
corazón de estas mujeres; sabía que eran religiosas, por supuesto. Había versículos de la Biblia
por todas partes, y ellas daban Nuevos Testamentos en rústica a todo el que llegaba a quedarse.
Ella todavía no le había echado una mirada a lo de ellas. Con todas las otras cosas que pasaban en
su vida ella no se iba a meter en religión. De todas maneras, vaya, vaya. Sin embargo, sé una cosa,
reflexionó mientras aplastaba su cigarrillo. Si Dios es real y bueno, debe ser algo parecido a estas
damas de la Casa Ágape.

CAPITULO 20: LA IGLESIA VANGUARDISTA

La Casa Ágape ilustra maravillosamente la descripción que una vez dio a la iglesia el arzobispo de
Canterbury y comentador de la Biblia, William Temple: "La única sociedad cooperativa del mundo
que existe para beneficio de quienes no son sus miembros".160 Con demasiada frecuencia, sin
embargo, la estrategia de la iglesia para alcanzar a quienes "no pertenecen" es exactamente lo
contrario. Se asigna prioridad a construir un edificio atractivo en un lugar cercano a un suburbio
en crecimiento tan lejos del centro infestado de delitos como sea posible. Después vienen los
comités organizando conciertos, cenas de platos cubiertos, estudios bíblicos, muestras de

160 Una afirmación inesperada para el comité asesor de la Casa Ágape y para la junta, aconteció en abril de 1982,
cuando el presidente Reagan singularizó la Casa Ágape como un ejemplo para la nación. Dirigiéndose ante una
reunión de 150 líderes religiosos, el presidente elogió la casa como ejemplo primero de voluntariado en acción y
captó el espíritu del ministerio Ágape cuando resumió: "Ellos proveyeron cama y baño, pero algo más profundo - la
certeza de que les importan a alguien'
117
trasparencias, y semejantes. Después, con una fresca esterilla felpuda de bienvenida a la puerta,
los miembros esperan entusiastas a que vengan todos los perdidos y necesitados y se les unan.

Por supuesto nunca lo hacen. Lo que atrae la iglesia son vecinos aburridos de su vieja iglesia por
cualquier cosa, o a aquellos que 'buscan un grupo con un poquito más de "status". El pueblo "ahí
afuera" no tiene interés en el hermoso santuario ni en los programas progresivos y no se sentiría
cómodo adentro no importa cuántas atracciones maravillosas ' se ofrecieran. (Y probablemente
los miembros de la iglesia no se sentirían cómodos si vinieran). Las barreras culturales de nuestra
sociedad americana son imponentes. Millones viven en condiciones inimaginables para la típica
congregación americana de blancos de la clase media. La familia en el ghetto, por ejemplo, vive un
día a la vez, a menudo con el auxilio depositado lejos del desastre; lo probable es que sea una
familia con sólo uno de los padres, con uno o más de sus miembros víctima de una de las plagas
epidémicas de las ciudades interiores de los Estados Unidos - abuso de niños, alcoholismo,
drogadicción, prostitución.

Pero cuando la iglesia deja de romper la barrera, ambas partes pierden. Aquellos que necesitan el
mensaje de la esperanza del Evangelio y la realidad del amor, no lo consiguen; y las iglesias
aisladas se mantienen evangelizando a la misma gente una y otra vez hasta que su única misión
finalmente es entretenerse a sí mismas. ¿No es interesante que Jesús no instalara una oficina en el
templo y esperara a que la gente viniera a él para consejería? En vez de eso, fue a ellos - a las
casas de los pecadores más notorios, a los lugares donde con más probabilidad encontraría a los
subnormales y enfermos, a los necesitados, a los parias de la sociedad. Yo no soy ingenuo para
pensar que la iglesia puede tender puentes sobre los abismos culturales de la noche a la mañana.

Pero yo sé que podemos salir de nuestros santuarios seguros y marchar al lado de aquellos
necesitados y empezar a demostrar un interés que cuida. Nuestra presencia en un lugar de
necesidad es más poderosa que mil sermones. Estar allí es nuestro testimonio. Y hasta que
estemos, nuestra ortodoxia y doctrina son meras palabras; nuestras liturgias y coros suenan
huecos. La Casa Ágape y ministerios como ése están llevando el Evangelio a personas doquiera
estén, yendo al punto de necesidad como Jesús nos enseñó a hacer. Cuando amamos a Dios a
través de nuestro amor a los demás, barreras aparentemente insuperables caen delante de
nosotros, como lo vi dramáticamente demostrado durante mi primera visita a la penitenciaría de
Indiana en 1981.

Después de hablar a más de doscientos reclusos en el auditorio para un seminario de la


Confraternidad Carcelaria161 le solicité al alcaide que nos permitiera visitar la hilera de los
condenados a muerte. Yo sabía que las cosas estaban tensas ahí porque Stephen Judy acababa de
ser ejecutado (electrocutado). Pero quise ver a dos reclusos cristianos con quienes yo había
estado manteniendo correspondencia. El alcaide convino e invitó a un grupo de nuestros
voluntarios a acompañarnos también. Así que unos veintidós de nosotros hicimos el recorrido a
través del laberinto de bloques de celdas de concreto hasta el doble grupo de puertas de hierro

161 Constantemente encontramos también obstáculos culturales en prisión. Por ejemplo, atraemos el doble de
reclusos si nos reunimos en el auditorio o en la sala de rancho en vez de la capilla. Algo de esto es presión de los
compañeros, por supuesto, y el temor de ser rotulados "religiosos". Pero mucho de esto es la asociación de la capilla
con la iglesia insensible
118
que conducía al más desesperante de todos los lugares - la hilera de la muerte - el final de la hilera
donde los hombres vivían por años de apelación en apelación.

El único camino de salida era un nuevo proceso o la muerte. El alcaide abrió las puertas de las
celdas individuales, y uno por uno los hombres fueron saliendo mezclándose lentamente con
nuestros voluntarios y reuniéndose en un círculo en el pasillo. Estuve especialmente contento de
conocer a Richard Moore, cuya esposa me había escrito tan conmovedoras cartas, y a James
Brewer, un joven negro quien, aunque seriamente enfermo con una enfermedad renal, era un
testimonio poderoso para los otros condenados a muerte. Fuese que su muerte viniera
rápidamente por varios miles de voltios de electricidad o lentamente por envenena-miento
urémico, James estaba en perfecta paz con Dios y su cálida sonrisa lo mostraba. Nancy Honeytree,
la talentosa cantante del Evangelio quien a menudo va con nosotros a las prisiones, tocó su
guitarra y cantó unos pocos cantos.

Yo hablé brevemente. Después todos nosotros nos tomamos de las manos y cantamos
"Maravillosa Gracia". (En ninguna parte las palabras de ese himno tienen un significado más rico
que entre un grupo de parias despreciados de la sociedad y condenados a morir por los más
atroces crímenes). Mi horario estaba extremadamente apretado, así que después de finalizar
"Maravillosa Gracia" dijimos nuestra despedida y empezamos a llenar formularios. Estábamos
arremolinados en el área enjaulada entre las dos puertas macizas cuando noté que un voluntario
se había quedado atrás y estaba con James Brewer en su celda. Fui a buscar al hombre porque el
alcalde no podía operar las puertas hasta que todos hubiésemos aparecido. "Lo siento, tenemos
que salir", dije, mirando nerviosamente mi reloj, sabiendo que un avión estaba esperando en una
pista cercana para llevarme a Indianápolis a una reunión con 'el gobernador Orr.

El voluntario, un hombre blanco bajito, con poco más de cincuenta años, estaba hombro a hombro
con Brewer. El preso tenía su Biblia abierta mientras el hombre mayor parecía estar leyendo un
versículo. "Oh, sí", el voluntario levantó la cabeza. "Denos apenas un minuto, por favor. Esto es
importante", añadió suavemente. "No, lo siento", le corté. "No puedo tener al gobernador
esperando. Debemos irnos". "Entiendo", dijo el hombre, todavía hablando suavemente, "pero esto
es importante. Vea, yo soy el juez Clement. Soy el hombre que sentenció a James a morir aquí.
Pero él ahora es mi hermano y nosotros queremos un minuto para orar juntos". Me quedé
congelado en la puerta de la celda. No me importó a quién tuviera esperando. Delante de mí había
dos hombres; uno impotente, otro poderoso; uno era negro, otro blanco; uno había sentenciado al
otro a muerte.

En cualquier otra parte distinta al Reino de Dios, ese recluso hubiera matado a ese juez con sus
propias manos o de todos modos lo hubiera deseado. Ahora ellos eran uno, sus rostros reflejaban
una expresión indescriptible de amor mientras oraban juntos. Aunque difícilmente podía hablar,
en el camino de salida de la prisión el juez Clement me dijo que había estado orando por Brewer
todos los días desde cuando lo había sentenciado cuatro años atrás. Después de que saliéramos
de la prisión, el juez canceló su calendario en el tribunal para la mañana siguiente y pasó el día en
el seminario de la Confraternidad Carcelaria. Su testimonio - y la historia de su encuentro con
Brewer, la cual rápidamente se regó a través de las vías secretas del penal - llevó a docenas de
hombres a Cristo.
119
Llevar el Evangelio a la gente dondequiera que esté en la fila de los condenados, en el ghetto o en
la puerta de al lado - es evangelismo vanguardista. Amor vanguardista. Es nuestra única
esperanza para romper barreras y para restaurar el sentido de comunidad, de cuidado de unos a
otros, que nuestra decadente, despersonalizada cultura nos ha absorbido. Este es el desafío más
urgente para la nación santa, el quinto y quizá más importante principio. Otra historia de nuestro
ministerio subraya este punto. En noviembre de 1981, la Confraternidad Carcelaria llevó a
Atlanta, Georgia, a seis reclusos de la prisión Eglin de Florida. Los seis estaban en una licencia de
dos semanas y se quedaron en las casas de voluntarios de la Confraternidad. (Significativamente,
ninguna de las familias que aceptó llevar a los reclusos a sus casas preguntó el color de su piel ni
la naturaleza de los delitos por los cuales ellos habían sido convictos.

Dos de los hombres eran negros, dos eran blancos, y dos eran hispanos). Cada mañana los seis
hombres se reunían con instructores de la Confraternidad en un pequeño salón de la iglesia
presbiteriana en la avenida Georgia, una estructura de ladrillos rojos que sólo una generación
atrás se encumbraba sobre las tranquilas calles sembradas de árboles del área del Grant Park;
ahora la vieja iglesia estaba casi abandonada, víctima de la extendida decadencia urbana de
Atlanta. Después de su estudio bíblico los hombres bajaron a las casas de dos ancianas viudas de
la vecindad. Arrastrándose en el fango de la parte baja de sus casas de madera, pusieron un
aislamiento; hicieron un cierre hermético, resanando y pintando. Su trabajo era parte de nuestro
proyecto de programa para servicio a la comunidad, iniciado para mostrar que los reclusos no
violentos podían ser empleados para llevar a cabo proyectos dignos de mérito para la comunidad
en vez de estar sentados en un calabozo a un costo de $17.000 dólares al año por preso para
quienes pagan los impuestos.

Porque nosotros creemos que la restitución, no la cárcel, es la forma bíblica prescrita de castigo
para este tipo de ofensas.162 El programa fue un éxito grande y sin accidente. Las casas de dos
viudas fueron protegidas contra el invierno por una fracción del costo estimado en $20.000
dólares y sin la chapucería burocrática ni los presupuestos del gobierno.163 Pero el verdadero
significado del proyecto fue más allá de 'una demostración de alternativa útil a la cárcel. La
verdadera historia es lo que sucedió a las personas y a la comunidad. Una de las viudas, Roxie
Vaughn, de ochenta y tres años de edad y ciega, se regocijó cuando se le informó que su pequeña
casa de dos cuartos había sido escogida para el proyectos; las paredes delgadas cubiertas de
ripios apenas impedían la entrada de los fríos vientos de invierno, y cada mes la mitad de su
cheque de la beneficencia pública iba a pagar combustible para el calentador de un puesto que
tenía en la sala.

162 Véase Exodo 21. La Biblia manda continuamente la restitución por delitos contra la propiedad. El Antiguo
Testamento contiene repetidas referencias; y en el Nuevo Testamento se encuentra el ejemplo de Zaqueo devolviendo
cuadruplicado lo que había tomado impropiamente. En ninguna parte de la Biblia se instituyen las prisiones como
castigo por delitos. A éstas se les refiere como lugares para detener a personas por razones políticas. El uso de las
prisiones para rehabilitación o castigo posterior a la declaración de culpabilidad es una invención muy reciente,
resultado de unas reformas iniciadas por los Cuáqueros hace dos siglos. La palabra penitenciaria viene de la idea
cuáquera de que los delincuentes necesitaban ser penitentes, arrepentirse y reformarse ellos mismos. La primera
prisión estatal de los Estados Unidos fue la cárcel de Walnut Street en Filadelfia, Pensilvania, abierta en 1790.
163 El programa llamó la atención nacional y ha sido duplicado varias veces. Para mayor información póngase en
contacto con: Justice Fellowship, P.O. Box 17500, Washington D.C. 20041.
120
Pero cuando Roxie supo que el trabajo iba a ser realizado por seis reclusos, se aterrorizó; su casa
había sido robada cuatro veces en los dos años anteriores. Uno puede solamente tratar de
imaginar qué temor significaría eso para una anciana ciega viviendo sola. No obstante, finalmente
acepto que los hombres vinieran. Al segundo día, Roxie había invitado a los hombres a entrar
para galletas y leche. Después comenzaron a orar juntos cada día. Y antes de que terminara la
primera semana, Roxie y los seis hombres eran firmes amigos. Un equipo de la T.V. de Atlanta,
habiendo oído del proyecto, captó una escena inolvidable: Roxie tocando su pequeño órgano
eléctrico con los seis convictos de pie junto a ella, cantando. ¿La canción? "Maravillosa Gracia",
por supuesto. La iglesia de la avenida Georgia sirvió como anfitriona para los servicios finales de
los cuales los hombres habrían de retornar a prisión.

Llegaron personas de todas partes de Atlanta, negros y blancos, ricos y pobres, famosos y
olvidados. Había pueblo allí de las doce iglesias de diferentes denominaciones y de cuatro grupos
cristianos locales que habían patrocinado el proyecto con la Confraternidad Carcelaria, la mayoría
de ellos trabajando juntos por primera vez. La reunión fue como una brisa fresca soplaba a través
del medroso y oscuro santuario. Hubo algunas lágrimas. Los chiquillos de una familia anfitriona
permanecieron diciendo: "Mami, no dejes que Bob regrese a prisión". Y cuando los hombres le
dijeron a la congregación lo que las dos semanas habían significado para ellos y cuando se
presentaron las viudas y algunos de los voluntarios hablaron, a lo largo de la audiencia los ojos
estaban mojados.

La dilapidada, vieja y olvidada iglesia parecía erguirse contra el cielo gris de noviembre aquella
tarde de sábado, como si se hinchara de orgullo y gozo porque al fin estaba haciendo lo que había
de hacer. La naturaleza del hombre es organizarse. Probablemente desde la Torre de Babel hemos
estado estableciendo jerarquías, organigramas, líneas de autoridad, y todos los demás esquemas
estructurales soñados a lo largo de las edades. Cuanto más avanzada la civilización, más refinados
los esquemas organizacionales. Sin embargo, aunque las estructuras son esenciales para
conservar de acuerdo la sociedad, están ahí para servir, no para ser servidas. Las maravillas de la
tecnología moderna han producido una sofisticación en sistemas y estructuras que estimulan lo
que Jacques Ellul, el historiador francés, llama la "ilusión política", la descarriada creencia que
todos los problemas pueden solucionarse mediante "estructuras - es decir, instituciones.164

Así que para cada nuevo problema, se crea una nueva institución. Desafortunadamente esta
mentalidad ha invadido la iglesia, y la tratamos como una estructura (y apenas otra más de ese
tipo de las muchas que hay en la sociedad) dependiente de organigramas, manuales, planes y
programas de computador. Pero a la verdadera iglesia no la sostiene ninguna estructura que el
hombre cree; no es una organización. Está viva, un Dios soberano le ha dado vida. Su corazón late
con el corazón de Dios. Es una con El y se mueve como Su Espíritu mueve - a donde El escoge y a
menudo contra los designios del hombre. La función vital de este organismo vivo es amar al Dios
que lo creó - cuidar de otros como consecuencia de su obediencia a Cristo, sanar a quienes están
heridos, quitar el temor, restaurar la comunidad, pertenecer unos a otros, proclamar las Buenas
Nuevas al mismo tiempo que las vive.

La iglesia es lo invisible hecho visible. Fui testigo de esto cuando estuve en prisión. Unos pocos de
nosotros empezamos a reunirnos cada noche para orar, leer la Biblia, y apoyarnos unos a otros.

164 Jacques Ellul, The Politice! Illusion, tr. del francés al ingles por Konrad Keller (New York: Vintage Books, 1972).
121
De eso surgió un estudio bíblico. Otros llegaron a participar, hombres dieron sus vidas a Cristo, y
la asistencia a la capilla de la prisión se incrementó. Esto no fue la hábil estrategia de hombres -
sino el Espíritu de Dios obrando - y en un lugar donde la fe y la religión padecen burla y los
creyentes son a veces perseguidos. Mi experiencia palidece junto a la de los creyentes de mi
próxima historia. Pero quizá debido a mi experiencia en prisión, y a la evidencia del poder del
Espíritu, sin intervención humana, ha sido inspirado por este grupo de hombres quienes
encontraron que, verdaderamente, las puertas del mismo infierno no pueden prevalecer contra
Su iglesia.

CAPITULO 21: ESTO ES MI CUERPO

LA GUERRA AÉREA SOBRE VIETNAM DEL NORTE, 1966

El capitán Jeff Powell estaba en la misión cuarenta y dos de su carrera, volando a unas 30 millas al
sudeste de Hanoi en un Thunderchief F-105, un avión supersónico que llevaba casi la mitad de su
peso en municiones. Su objetivo era un puente, una línea vital norvietnamita de suministros entre
el puerto de Haipong y la trocha Ho Chi Minh. Powell bajó a lo largo de unos 10.000 pies de un
cielo cubierto de nubes, avistó el objetivo, hizo blanco, y lanzó sus bombas. La mitad de la
envergadura del puente de cemento se desintegró. Cuando trató de salir de la maniobra, los
controles no respondieron. No es posible, pensó. No escuché nada. El cielo a su alrededor se tornó
de un blanco brillante cuando el tanque de combustible bajo el ala izquierda explotó. Se vio
forzado a saltar antes de que pudiera notificar por radio a nadie.

Un mes después, despojado de sus pertrechos de supervivencia, con los ojos vendados, amarrado
con alambre, a Jeff Powell se le hacía marchar en medio de la jungla y de las poblaciones rurales
de Vietnam del norte, de noche; sus captores viajaban al amparo de la oscuridad para evitar el
peligro de muerte de los bombardeos norteamericano y de los planes de rescate. En un lugar,
nauseabundo y ardiente, fue colgado de un árbol de plátano en una aldea grande, como la
atracción estelar en un circo de burla. Fue apedreado y orinado por los aldeanos. Después le
tomaron fotos y con él se hicieron películas de propaganda mientras se le hacía marchar bajo la
custodia armada de una pequeña joven vestida en piyamas.

EL GOLFO DE TONKÍN, UN MES DESPUÉS

El capitán Terry Jones había sobrevivido a la destrucción de su F-4 Tthantom II por un misil de
superficie - aire, saltando solamente después de intentar todos los procedimientos de emergencia
para recuperar el control de su avión. Mientras caía supo que su única lesión era una cortadura en
el brazo, pero estaba aterrorizado. Debajo de él, aldeanos emocionados y milicianos estaban
reunidos en un cultivo de arroz. Algunos blandían lo que parecían palos o machetes; otros
portaban revólveres. Cuando Jones miró hacia arriba a su paracaídas y al cielo, se preguntó ¿me
vio caer el comandante de vuelo? Abajo de él, los gritos se hacían más fuertes. Seis semanas
después, Terry Jones estaba en una jaula de bambú en la jungla, tendido sobre su estómago con
sus píes en un cepo de madera y sus brazos atados a la espalda con cuerdas mojadas.
122
Partidarios con este tortuoso confinamiento, lo llevaron a un templo cercano a un cultivo de arroz
donde fue entregado a un oficial norvietnamita quien tenía consigo a otro piloto estadounidense
vestido con una vestidura nativa. El paisano de Jones obviamente había estado en la carretera
mucho más tiempo que él - estaba espesamente barbado y demacrado.165 El oficial les dijo a los
dos prisioneros que serían llevados a Hanoi y que si trataban de comunicarse entre sí, serían
ejecutados.

HANOI, EL MISMO AÑO

Así Jeff Powell y Terry Jo es, y muchos otros como ellos, se juntaron en un lugar que los pilotos
estadounidenses llamaban el Hanoi Hilton. Era un edificio triangular del tamaño de una cuadra
urbana, rodeado por Un foso seco y paredes de veintidós pies tachonadas con agudos pedazos
grandes de vidrio y coronado con alambre de púas electrificado. La prisión había sido construida
por los franceses durante su ocupación de Vietnam; había todavía una guillotina en el sótano. En
las calles que rodeaban la prisión, las bicicletas se precipitaban de aquí para allá y las bocinas de
los camiones pitaban. Adentro, desde el bloque de celdas llamado Angustia, un prisionero en
confinamiento solitario podía oírse gritando, " ¡Oh, Dios!" porque no daba a sus captores
información más allá de su nombre, rango, número de serie y fecha de nacimiento; había sido
doblado hacia atrás y amarrado de tal modo que su espina dorsal amena

SOLO, 1966-1970

El mayor James Kasler llegó al Hilton con un fémur roto hincado en su ingle. Fue golpeado de 6:00
a.m. a 10:00 p.m., cada hora, por días seguidos. Su cabeza fue golpeada y rota violentamente, y sus
nalgas desgarradas y molidas con correas de ventilador. Su boca estaba tan gravemente
magullada que no podía abrirla, y uno de sus tímpanos fue roto. Pero Kasler halló que cuando
recitaba la oración del Señor (Padrenuestro) concentrándose intensamente en ella, fue capaz de
bloquear el dolor por un tiempo. Norman McDaniel supo que eran las 5:30 a.m. porque el gong
matutino había sonado y el sistema de audio del campo estaba radiando la "Voz de Vietnam",
apodada Hanoi Hannah por los estadounidenses. McDaniel dobló su mosquitero y borró la
propaganda con un versículo que recordaba desde su juventud: "He aquí, yo estoy con ustedes
siempre, aun hasta el fin de la tierra".

El capitán James Ray, derribado el día de la madre de 1966, había estado en confinamiento
solitario por dos años. Cada día el menú consistió de dos cucharones de sopa de calabaza común
con un bodoque de grasa de cerdo adentro. Compartió su calabozo con hormigas, lagartos,
mosquitos y moscas. Hubiera sido fácil perder su fe, pero a veces, misteriosamente, sintió que no
estaba solo. Su familia y la gente de su iglesia allá en Texas estaban orando por él.

EL CUERPO INVISIBLE

165 En ese momento, el capitán Powell pesaba unos 49 kilos y el capitán Jones había perdido casi 18 kilos.
123
Desde el interior de su calabozo en el Angustia, Howard Rutledge pudo escuchar al guarda
caminando por el corredor y abriendo metódicamente las gruesas puertas de teca de las celdas.
Rutledge contó hasta tres, y después fue su turno. La llave giró y la puerta se abrió. Rutledge se
arrodilló como si se arrodillara en frente de su captor, y agarró los dos tazones de raciones
puestas sobre el mugriento piso de cemento en frente suyo. Después de recibir la comida, se paró
en atención delante del guarda; sería castigado si no lo hacía. Cuando se cerró la puerta, un golpe
de aire trajo un olor de excrementos que se llevó lo que tenía de apetito. Se sentó sobre la plancha
de cemento que era su cama y mantuvo una mano sobre su tazón de ver-duras hervidas para
mantenerlo apartado de las cucarachas.

Cuando mascó el duro pan, porciones de arena incrustados en la masa crujieron entre sus dientes.
El guarda vino otra vez a la puerta y la primera de las dos comidas diarias de Rutledge hubo
terminado. Un gong sonó, señalando que era tiempo de tenderse por dos horas. Periódicamente,
un guarda que se paseaba por el corredor abría el agujero de la puerta para asegurarse de que
estaba postrado boca abajo. Dormitaba hasta cuando otro gong sonaba, el que le prohibía estar
echado; ahora debía estar de pie o sentado por siete horas más. Rutledge oyó un suave silbido de
la celda al otro lado de la suya. Era Harry Jenkins silbando "Mary tenía un pequeño corderito", la
señal de que quería comunicarse.

Rutledge puso sus pies descalzos sobre las planchas de cemento de los dos lados de su celda y se
empujó a sí mismo hacía arriba, hacia la ventana de barrotes de metal que estaba encima de su
puerta. "Howard", susurró Jenkins."Aquí estoy", susurró Rutledge. "Recordé otra historia", dijo
Jenkins rápidamente. ¿"Cuál es"? "Rut y Noemí. Como Noemí perdió todo lo que tenía - a su
esposo, a sus hijos y su tierra". "Recuerdo algo de eso". "Rut era la nuera de Noemí. Rut fue fiel a
Noemí y se quedó con ella. Se fueron a tierra extranjera", ¿"Qué sucedió"? preguntó Rutledge. "No
puedo recordar eso". Un prisionero en una celda tosió, señalando que un guarda estaba cerca.
Rutledge bajó de un salto. Recorrió su celda, pensando en la historia de Jenkins. Trató de recordar
el nombre de la persona que ayudó a Rut y a Noemí.

Tres horas después todavía estaba examinando la historia en su mente. La había aprendido en la
escuela dominical cuando tenía diez años. Meditó en el relato durante' la segunda y última comida
del día - sopa de algas marinas y gordo de barriga de cerdo. "Hanoi Hanna" volvió a estallar en los
altavoces a las 8:30 PM para un cuento de propaganda de la hora de acostarse que duro media
hora. Cuando acabo, Rutledge se trepo a la abertura y susurro, “Jenkins” Una pausa. Después.
¿Qué? “Booz”. “Ya se. Me acabo de acordar”. Gradualmente las comunicaciones entre los
prisioneros mejoraron. Hicieron un código basado en el código Morse y se comunicaron de esa
forma, con sus oídos a las paredes y sus cuerpos arropados en sábanas - si las tenían -para
mantener los niveles de ruido bajos.

El alfabeto fue traducido a una matriz de 5x5 puntos en la cual cada letra fue representada por la
colocación de golpecitos en la pared verticales y horizontales. Una vez que cada prisionero supo
el código, estaba "en línea". Por esta cadena, los hombres recordaron y enseñaron unos a otros la
Escritura y conocieron los nombres y los números de serie de cada prisionero en el bloque de
celdas. Supieron quién había sido transferido y quién estaba siendo torturado; de esta forma
compartieron el dolor de cada cual. La mañana del domingo, cuando los guardas les daban una
oportunidad, los oficiales más antiguos en cada bloque de celdas golpeaban la pared cinco veces,
124
alertando a los prisioneros incomunicados así como también a quienes tenían compañeros de
calabozo, que era tiempo de alabar.

Esta señal era un "llamado a la iglesia". Cada hombre recitaba a solas la oración del Señor o el
Salmo 23 o el Salmo 100. Después tenían himnos silenciosos u oraciones privadas. Un nuevo
prisionero fue puesto incomunicado al final del edificio. Cada mañana él trotaba en su sitio para
mantenerse en forma, sacudiendo la estructura entera. Después de que al nuevo hombre le fuera
enseñado el código de golpecitos, empezó a trotar de una manera extraña, desigual. Siete
hombres al otro extremo del bloque de celdas descifraron el mensaje del trotador: "Alzaré mis
ojos a los montes de dónde viene mi ayuda. Alzaré mis ojos. .". Después de un fracasado intento
estadounidense de rescate el 21 de noviembre de 1970, los norvietnamitas decidieron, por
razones de seguridad, regresar a todos los pilotos de los campos de las afueras al Honio Hilton
con los otros prisioneros.

Para hacer lugar a la afluencia, se dividieron nuevas celdas; a los hombres se les sacó del
aislamiento y se les llevó a celdas grandes, abiertas, tipo mirador que podían acomodar a
cuarenta, cincuenta y a sesenta prisioneros. El nuevo bloque de celdas fue llamado Campo
Unidad. A diferencia de las celdas del Angustia, las celdas en Campo Unidad tenían unas ventanas
enormes de barras que dejaban entrar ríos de luz diurna. Las condiciones mejoraron un poco.
Ocasionalmente a los otros prisioneros se les sacó por razones distintas al interrogatorio o a la
tortura. A veces desempeñaban tareas, cualquier cosa era un alivio del aburrimiento; vaciaron el
balde de dos galones del baño, lavaron platos y limpiaron el patio. Si se bañaban o lavaban su
propia ropa, por lo general tenían que usar aguas cloacales.

Por años, estos prisioneros habían pedido una Biblia. No fue sino hasta diciembre de 1970
cuando vieron siquiera una. Entonces el interrogador que hablaba inglés llevó una a la celda y los
hombres se reunieron alrededor. Jeff Powell leyó en voz alta el relato de la Navidad, después
varios salmos, después el Sermón del Monte. Los hombres no estaban seguros de cuánto tiempo
tendrían la Biblia ni si alguna vez la verían de nuevo, por eso James Ray volvió a 1 de Corintios 13
y memorizó el capítulo. La Biblia estuvo en la celda por dos horas. Con la condición dé que los
prisioneros siguieran un formato aprobado, los norvietnamitas permitieron que hasta veinte
hombres se reunieran a la vez para servicios eclesiásticos formales. Esto debía tener lugar en el
patio, detrás de cortinas de bambú que impedían la visión de las otras celdas.

Ahí adoraban mientras el interrogador que hablaba inglés supervisaba todo lo que decían y
hacían. En más de una ocasión, los prisioneros se apartaron del "Formato" al recitar Escritura que
no había sido previa] siente aprobada por el interrogador. Cuando esto sucedía, él entraba a
empujones al círculo meneando su cabeza furiosamente, 'y empujaba a los hombres otra vez a sus
celdas. La mañana de un domingo James Ray llamó a los hombres al orden al dirigirlos en el canto
de la Doxología. Oró, "Te damos gracias, Señor, por tu protección y misericordia. Por juntarnos".
Ocho de los hombres entonces se reunieron en frente del grupo y cantaron, "Santo, Santo, Santo,
Señor Dios Todopoderoso, temprano en la mañana mi canto se elevará hasta ti".

La obvia determinación de los prisioneros de alabar causó repetidas confrontaciones con sus
captores. Por ejemplo, un guarda oía a los hombres cantando himnos en sus celdas y corría por el
interrogador que hablaba inglés, quien ordenaba, "Nada de reuniones políticas". "Esto no es
política". "Hay demasiados de ustedes. No se pueden tener reuniones políticas". "Venga. Vea. Esta
125
no es una reunión política". "Los dejaremos incomunicados si continúan". "Venga y vea. Esta no es
una reunión política". "No". Finalmente, a pesar del confinamiento solitario, de las amenazas de
tortura, y del hostigamiento, los cautivos tocaron la sensibilidad de sus captores y más libertad
fue dada en el Campo Unidad. En la primavera de 1971 los norvietnamitas permitieron que tres
prisioneros copiaran la Biblia durante una hora a la semana.

James Ray fue uno de los tres. Se sentó sobre una silla de madera ante una mesa de madera y
empezó a copiar el Sermón del Monte. El guarda permanecía cerca, observando, repetidamente
poniendo el codo sobre el versículo que Ray estaba tratando de copiar. Cuando el guarda quitaba
el codo, Ray escribía tan rápido que la mano tenía calambres. Cuando el guarda no estaba
apoyando su codo sobre la página, a veces por más de quince minutos en esa ocasión, estaba
tratando de distraer a Ray con preguntas necias. Durante las cinco semanas que el programa
duró, James Ray se las ingenió para copiar mucho más que el Sermón del Monte. Cada día, cuando
trajo las preciosas palabras de vuelta a la celda, los compañeros de celda de Ray recopilaban las
palabras en la tosca manera que habían inventado para los otros escritos: sobre raciones de papel
higiénico con tinta de polvo de piedra y plumas de aves.

Volvieron a copiar los versículos porque cada semana Ray tenía que devolver la copia de la
semana anterior antes de que pudiera transcribir más. Los versículos fueron también
inmediatamente memorizados por diferentes prisioneros.

DOMINGO DE PASCUA, 1971

El capitán Tom Curtis se levantó temprano y estudió las notas y los versículos que él y James Ray
habían reunido la tarde anterior. Curtis miró el sitio lleno de prisioneros dormido a su alrededor.
Veintiocho hombres. Todos ellos pilotos. ¿Cómo se las habían ingeniado para sobrevivir en este
lugar? El gong matutino sonó apenas la luz del Sol rayó la pared occidental de la celda. Varios
hombres cojearon o se estiraron dolorosamente mientras se paraban. Viejas heridas no habían
sanado. Cerca de las diez en punto Curtis se puso de pie frente a la pared occidental gris
amarillenta y convocó al servicio al orden. Los hombres se reunieron en semicírculo ante él. Era el
domingo de Pascua. Un cuarteto cantó "La vieja y áspera cruz" y después todos se unieron en
"Maravillosa Gracia".

Curtis narró la versión de la pasión de Cristo que los hombres habían remendado lo mejor posible
de sus memorias algo defectuosas. "Y cuando lo amarraron lo llevaron ante Poncio Hiato. Y lo
desnudaron y le pusieron una corona de espinas sobre su cabeza, y le escupieron y le golpearon.
Y decían: "Crucifícale". Mientras escuchaba las palabras familiares, Curtis pensó en las
experiencias que todos ellos habían compartido: ser amarrados, encadenados, escupidos,
azotados, atados a árboles, apedreados. Entonces alguien le pasó a Curtis algunos pedazos de pan
que había sido guardado de sus anteriores raciones del día. "Y El tomó el pan y cuando hubo dado
gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo, 'Tomad, comed, esto es mi cuerpo que es
partido por ustedes.
Hagan esto en memoria de mí". El pan fue pasado y comido en silencio, Después Curtis repitió los
versículos sobre la copa -"Esto es mi sangre derramada por ustedes". Estos hombres conocen la
sangre, pensó Curtis. Su propia sangre fluyendo de heridas abiertas, de laceraciones y tímpanos
126
rotos, de uñas arrancadas - sangre que filtraba a través del vendaje improvisado. Ahora ellos
pensaron en la sangre de Cristo derramada por ellos. La copa de sopa de agua de algas
cuidadosamente economizada fue pasada. Alguien canturreó quedamente "Maravillosa Gracia".
Cuando Curtis se llevó la copa a los labios, empezó a llorar. Se preguntó si ellos tendrían algún
derecho a identificar su sufrimiento con el de Cristo. Pero entonces, ¿no era la presencia de ellos
en este lugar, vivos contra toda desventura, una señal de la continua presencia de Cristo con ellos?

Recordó que Cristo había dicho que fundaría su iglesia y las puertas del infierno no prevalecerían
contra ella. Ellos eran parte de esa iglesia, una parte del cuerpo de Cristo partido en todas formas.
Sí, Cristo había prevalecido; porque aquí estaban ellos, alabándole en las junglas de un mundo
enloquecido. Dependiendo de El, ellos no tenían nada menos que el privilegio de mostrar la
muerte del Señor, sepultura y resurrección - Su presencia, la iglesia - en lo que fuera de eso era un
infierno vivo. 166.

PARTE 6: AMANDO A DIOS


Porque todo el que quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí la
hallará.

Jesús, a sus discípulos

CAPITULO 22: VIDA Y MUERTE

Y así la iglesia de Jesucristo es vital, y está viva cambiando el mundo - dondequiera que los
creyentes particulares le obedecen a El, viven Su Palabra, y lo aman a El; sea en el Hanoi Hilton o
en un triste ancianato donde conocí a una mujer extraordinaria . Oí por primera vez de Myrtie
Howell de parte de un recluso de una prisión de New Hampshire cuando él nos escribió para
pedirnos a quienes estábamos en el centro de dirección de la Confraternidad carcelaria que nos
uniéramos en oración por la salud de ella. La Confraternidad había apareado a este hombre y a la
señora Howell como compañeros de correspondencia, algo que hacemos con miles de reclusos y
voluntarios. "Por favor oren por la abuela Howell", suplicaba su letra garrapateada como la de un
niño, "porque ella está enferma y puede que se muera.

Nadie me ha amado nunca como ella. Sólo espero sus cartas, ellas significan mucho". Nuestro
personal en la oficina comenzó a orar por la señora Howell. Después, unos meses después, recibí
una carta de la misma señora informando sobre los reclusos con los cuales estaba manteniendo
correspondencia y diciéndome cómo le iba a cada uno, de su estado de ánimo y de sus problemas.

166 Este capítulo está extraído tanto de documentación a partir de eventos que sucedieron a los prisioneros de
guerra estadounidenses en Vietnam como entrevistas con James Ray y Norman McDaniel. Aunque algunos nombres
son ficticios, los incidentes no lo son.
127
Ella concluyó: "Escribir a los reclusos ha llenado mis últimos días de gozo". Ese fue un
pensamiento alegre. Pero después añadió la petición de que yo fuera a hablar a su funeral. Ella le
había dado instrucciones a su pastor para que me notificara cuando llegara el día. "Eso no me va a
ayudar", escribió ella, "pero despertará a mi iglesia a la necesidad de tomar parte en el ministerio
carcelario".

Le escribí en respuesta a la señora Howell, recordándole que los días de nuestras vidas están
contados y conocidos sólo por el Señor. Por lo tanto yo no sentía que pudiera hacerme el
compromiso de hablar en su funeral ya que nadie sabía la fecha. . . para decir lo menos, ésta fue
una carta muy embarazosa. Durante el año siguiente, las cartas de Myrtie seguían llegando -
siempre mareadas y por lo general incluyendo lo que era literalmente su óbolo de viuda (una vez
ella sencillamente endosó un cheque del tesoro de los Estados Unidos por valor de $67.90 que era
su ingreso complementario). En cada carta ella informaba acerca de "sus muchachos" y
frecuentemente pedía más nombres para añadir a su lista de correspondencia. Una vez nos dimos
cuenta de que en realidad estaba escribiéndole a diez y siete reclusos.

Una tarea no pequeña para una mujer de noventa y un años. Tarea no pequeña para nadie, porque
el sólo pensar en escribir a presos asusta a la mayoría de la gente, incluyendo a los cristianos, casi
mortalmente. Tienen visiones de peligrosos criminales consiguiendo sus nombres y direcciones y,
una vez fuera de la cárcel, no perdiéndolos de vista por propósitos nefastos. ¿Por qué esta
anciana, obviamente débil, era una mujer diferente? ¿Por qué, a los noventa y un años, a ella eso
le importaba, aunque tan sola? Pensé que podía hallar respuestas a mis preguntas cuando se
programó un seminario y reunión con la comunidad de la Confraternidad Carcelaria para
Columbus, Georgia, en junio de 1981. Columbus era la ciudad natal de Myrtie.

Así pues le escribí y la invité a asistir a las reuniones con la comunidad. Ella contestó
inmediatamente, explicando que puesto que su cadera nunca se había sanado de una caída, no se
podía mover sin unas andaderas y no se atrevería a intentarlo en un auditorio concurrido. "Pero",
escribió ella, "tengo un gran deseo de conocerlo y estoy clamando el Salmo 37:4. 167 Tiré la carta
en mi valija sin mirar la Escritura y me di un puntapié a mí mismo por ser tan insensible como
para sugerirle que asistiera a una gran reunión pública. El día del seminario y de la reunión con la
comunidad, tenía el horario copado, como siempre, pero esa mañana sabía que tenía que hacer
tiempo para una cosa más. Tenía que conocer a Myrtie Howell, esta mujer cuyas cartas podían
provocar tanta preocupación en hombres encarcelados a quienes ella nunca había conocido.

Cuando busqué la dirección, encontré que Myrtie vivía en un edificio de ladrillos cubierto de
hollín en el centro de Columbus, era un edificio de apartamentos con-vertido, hacía pocos años,
en un hogar para ancianos. Adentro, el vestíbulo parecía la sala de espera de un hospital, sólo que
más deprimente. No había palabras de aliento para romper la tensión del lugar, ni chanzas de con-
fianza, ni voces jóvenes, ni expresiones de esperanza. En vez de eso, vi hileras de sillas de ruedas
alineadas frente a un estruendoso televisor; los cuerpos encorvados sobre canapés plásticos de
color amarillento y sillas demasiado rellenas forradas con tapices adornados con dibujos hacía
mucho tiempo borrados. El sonido del aparato rebotaba ásperamente de unas chillonas paredes
amarillas.

167 Deléitate en el Señor y El te concederá los deseos de tu corazón.


128
La mayor parte de quienes estaban vueltos al televisor estaban o dormitando o mirando
fijamente al vacío. Otros manoseaban sin cuidado revistas o miraban hacia la puerta del vestíbulo
como centinela en su garita. Después de firmar en el escritorio de la entrada, subí el ascensor
para el piso de Myrtie. El pasillo estaba entapetado con un tapete descolorido, descosido, raído
que había visto años de pisadas desgastadoras. Toqué su puerta. "Entre, entre", gritó una voz
firme, fuerte. Cuando abrí la puerta (estaba sin llave), fui saludado por una amplia sonrisa de
bienvenida, mientras Myrtie, de satisfacción, se inclinó hacia atrás en su mecedora, con su lanudo
pelo blanco, pi morosamente echado a un lado. Sus ojos azules destellaban detrás de los gruesos
anteojos de montura negra y sus mejillas se encendieron con vida.

Esta mujer no se está preparando para morir, pensé. "Excúseme por no ponerme de pie", dijo,
haciendo un ademán hacia las andaderas al costado de su silla. "Oh, no creo que usted de veras
esté aquí. De verdad no lo creo. Es tan. . . el Señor nos da los deseos de nuestro corazón". Continuó
sonriendo bonachonamente y meciéndose y en ese momento sólo tuve que inclinarme y
abrazarla, para experimentar esa afinidad familiar que los creyentes a menudo tienen cuando se
conocen. Tomé el sillón que estaba frente a ella con los brazos cubiertos de pañitos adornados. El
apartamento de Myrtie tenía una ventana y no era más grande que la habitación de un hotel
modesto. Contenía una cama, un televisor de doce pulgadas, un tocador, un espejo, las dos sillas
en las cuales nos sentamos, y un frágil escritorio atestado de Biblias y comentarios y con un
montón alto de correspondencia.

Las fotografías formaban una hilera a lo largo del espejo que colgaba exactamente encima del
escritorio. He visto celdas con más comodidades. A diferencia de su contorno, Myrtie lucía casi
regia, sus manos cruzadas en su regazo y sus hombros imponente debajo de su chal. Empecé a
agradecerle por su fiel ministerio, pero antes de que pudiera terminar mí primera frase, Myrtie
batió su mano y empezó a sonreír de nuevo, e interrumpió con una protesta. "Oh no, ustedes me
han ayudado mucho. Estos últimos años han sido los de mayor realización de toda mi vida. Les
agradezco, y más que todo agradezco a Jesús". La última palabra la pronunció con gran
reverencia. Y supe que Myrtie, a pesar de vivir sola en este sombrío lugar, lisiada y en continuo
dolor, en realidad quiso decir lo que dijo.

Yo ya estaba percibiendo una espiritualidad profunda, de esta mujer, que pocas veces encuentro.
Le, pedí que me contara de su vida y de su andar espiritual. Nacida en Texas en 1890, Myrtie fue
llevada a Columbus, Georgia, a la edad de tres años; a los diez fue a trabajaren el campo por diez
centavos al día. "Crecí pobre", dijo, explicando que tenía solamente un año de enseñanza. Sus
padres le dieron poca instrucción religiosa, pero desde los diez años ella supo que había un Dios,
sintió que El tenía su mano sobre ella, y supo que haría "lo mejor por obedecerle". A la edad de
diez y seis años se unió a una iglesia cristiana. Casada a los diez y siete, tuvo su primer hijo el año
siguiente y dos más en rápida sucesión. Su segundo hijo, un varón, murió a la edad de dos años.

Verdaderamente las muertes de sus parientes más cercanos vinieron a ser el crisol para la fe de
Myrtie. Durante los últimos años de la década del 30, la madre de Myrtie y los padres de su
esposo vivían con ella. A mediados de diciembre de 1939, murió la madre de Myrtie. Después, a
mediados de enero, el esposo de Myrtie murió en un accidente; dos semanas después también
murió su suegro. Las lágrimas rebosaban los ojos de Myrtie mientras recordaba: "Me sentí como
Job. Me sentí como si el viejo Satanás tuviera una conversación con el Señor y pidiera que el Señor
129
le permitiera hacer que Myrtie abandonara al Señor. Pero eso solamente me hizo apoyarme más,
más en El". La muerte de su esposo resultó también en la pérdida de su casa, y Myrtie tuvo que
volver a trabajar para mantenerse.

Al principio hizo "trabajo práctico", trabajos en una hilandería, y después "por dos años manejé
una tienda de ropa. Y después manejé un pequeño restaurante". Siempre he estado haciendo algo
para hacerme cargo de mí misma. "No quise vivir de los hijos ni nada de eso". Así Myrtie trabajó
hasta que su avanzada edad y su declinante salud la forzaron a mudarse a, según ella misma dice,
"esta casa de viejos". La muerte de su hijo menor, su "consentido", la salud menoscabada del
mayor, y su propia mudanza al hogar enviaron a Myrtie a una depresión espiritual. Tantos de sus
amados habían muerto y ella, "no podía hacer nada" por quienes quedaban; sintió que no tenía
nada por lo cual vivir. Quiso morir. "Señor, ¿qué más puedo hacer por ti?", oró ella con todo su
corazón un día.

"Si estás pensando en mí, estoy lista para llegar. Quiero morir. Llévame". "Supe que me estaba
muriendo", continuó. "Pero entonces El me habló tan claro como esto: ESCRIBE A LOS PRESOS.
Cuatro palabras: ESCRIBE A LOS PRESOS. ¡Imagínese eso! Quiero morir, figúrese que estoy
próxima a eso y el Señor dice, ¡Bueno Myrtie, ahora regresa y escríbele a los presos! "El no me
hubiera podido hablar más claro si hubiera estado ante mí. Y al principio tuve miedo. Yo dije,
'Señor, yo, ¿escribir a los presos? No he recibido ninguna educación, he tenido que aprender por
mi cuenta a leer y escribir. ¡Y no sé nada de prisiones! "Pero no había duda. Me hubiera escapado
de su mano sí hubiera desobedecido. Tenía que hacerlo". El llamado de Myrtie llegó a ser aún más
milagroso ante mi mente cuando me dijo que hasta ese momento nunca había oído de la
Confraternidad Carcelaria ni de ningún otro ministerio carcelario.

Nunca le había dado a tal tarea el más mínimo pensamiento. Pero fue fiel al mandato de Dios y
actuó con base en el mejor plan que se le ocurrió. Sabía que había una penitenciaría en Atlanta,
por eso escribió allí, dirigiendo el sobre simplemente, "Atlanta Penitentiary, Atlanta, Georgia".
Adentro su mensaje decía:

Estimado recluso: Yo soy una abuela quien ama y tiene interés por ti quien estás en un lugar
para el cual no tenías planes de estar. Recibe mi amor y simpatía. Estoy dispuesta a ser una
amiga para ti mediante la correspondencia. Si quieres saber de mí, escríbeme. Contestaré
cada carta que escribas.

Una amiga cristiana

Abuela Howell

La carta debe haber llegado al capellán de la cárcel, porque Myrtie recibió ocho nombres de
presos a los cuales se, le invitó a que escribiera. El capellán Ray, quien lleva a cabo un extenso
ministerio carcelario, le envió nombres adicionales, así como lo hizo la Confraternidad Carcelaria
cuando fue puesta en contacto con ella. Myrtie ha mantenido subsiguientemente,
correspondencia con cientos de reclusos, más de cuarenta a la vez, convirtiéndose en el
ministerio de una mujer que alcanza prisiones en todas partes de los Estados Unidos. Su
estrategia es simple: "Cuando recibo una carta, la leo, y cuando la contesto, oro: 'Señor, tú sabes lo
130
que quieres que diga. Ahora dilo por medio de mí'. ¡Y a veces usted se sorprendería de las cartas
que El escribe! Su Espíritu obra.

Yo obedezco. No escribo nada ahí que yo sienta que es del yo, de la carne. Como El me da, escribo.
"Pero las verdaderas bendiciones están en las respuestas", dijo ella, alcanzando el montón de
cartas apilado sobre su escritorio, al alcance de su mano desde la silla. "Mire apenas éstas", dijo,
sonriendo y pasándome un montón. Mientras hojeaba las páginas, las frases saltaban hacia mí:
Estimada abuela. . . estuve muy feliz de recibir tu carta. . . los chicos me embromaron cuando
dijeron que había una carta para mí. . . no les creí, pero era cierto.... Yo no tengo a nadie que se
preocupe por mí sino al Señor y a usted. . . estoy en el hueco ahora, es por eso que puedo escribir
cartas. . . ¿por qué tengo tanto miedo, abuela? ¿Por qué Dios no contesta mi oración en relación
con esto? . . .

En verdad estoy contento de saber que hay alguien que se preocupa. . . la recordaré a usted en mis
oraciones cada noche a partir de ahora y por el resto de mi vida... por favor escríbame pronto. . .
con amor, Joe.... En el amor de Jesús, David. Una carta firmada "Nieta Janice", decía: Estimada
abuela, Recibí su carta y me puse triste cuando usted escribió que pensaba que no iba a estar viva
mucho más. Yo pensaba que esperaría e iría a verla y entonces decirle todo lo que ha significado
para mí, pero ahora he cambiado de parecer. Voy a decírselo ahora. Usted me ha dado todo el
amor, el interés y el cuidado que había echado de menos por años y todo mi concepto de la vida
ha cambiado. Usted me ha hecho caer en cuenta de que la vida vale la pena vivirse y que no es del
todo mala.

Usted afirma que esto es obra de Dios pero yo pienso que usted se merece el crédito. No pensé
que fuera capaz de sentir otra vez amor por nadie pero sé que la amo a usted como a mi misma
preciosa propia abuela. "Dios te bendiga, Myrtie", dije, poniendo de nuevo el montón de cartas
sobre el escritorio. "Oh, el Señor me ha bendecido tan maravillosamente, señor Colson. He pasado
el mejor tiempo de mi vida desde que he estado escribiendo a los presos. Y usted, sabe, una vez le
entregué mi vida a El - quiero decir, de verás - El tuvo cuidado de todas mis necesidades. Las
cosas se dan antes de que siquiera las piense". Después de que le preguntara acerca de los
comentarios bíblicos sobre su escritorio, Myrtie me contó cómo gasta sus días.

Me dijo que ella no hace "mucho de nada" sino escribirle a los presos, leer y estudiar la Biblia,
orar, mirar unos pocos programas religiosos en la TV y "ser llevada" hacia y desde el comedor
común donde toma sus comidas. Myrtie' insistió en que el tiempo pasaba más rápido y más
gozosamente para ella ahora que nunca antes. Cuando nuestro tiempo junto llegaba a su final,
Myrtie me dio un ratito final de consejo: "Así que ahora, señor Colson, recuerde siempre que el
Señor no necesita desertores. De vez en cuando el viejo Satanás me dice que me estoy poniendo
demasiado vieja, no recuerdes las cosas buenas. . . que tengo que estar de acuerdo con él... pero no
debemos escucharlo. La primera cosa que usted sabe es que él nos torcerá los caminos.

Por eso yo recuerdo siempre lo que el Señor me dijo, y no puedo desertar", añadió rápidamente
con un gesto admonitorio hacia mí, "y usted tampoco". Con eso Myrtie Howell me dio su
maravillosa sonrisa otra vez, exudando el gozo de la vida vivida al máximo. Oramos juntos, nos
abrazamos una vez más, y le prometí que nos veríamos de nuevo, apoyándome en ese maravilloso
pensamiento del cual C.S. Lewis estaba tan encariñado: Los cristianos nunca tienen que decir
adiós. Dos voluntarios de la Confraternidad Carcelaria estaban esperando junto al escritorio del
131
primer piso para llevarme a mi próxima reunión. Cuando llegamos a la puerta principal, me sentí
obligado a voltear y echar un vistazo más a ese vestíbulo. No, la escena no había cambiado.
Manteniendo baja mi voz, dije "miren eso. No queda nada".

"Sino esperar a que los cuerpos sean sacados", añadió uno de mis compañeros. Su expresión se
tomó rápidamente sombría cuando se dio cuenta de que su mal chiste no fue ningún chiste. De
repente fui sobrecogido por la triste escena ante mí - el hoyo sin alegría de la depresión, la
desesperación, la, vaciedad. No había gozo en ninguna de sus expresiones. En vez de eso, sus ojos
hundidos parecían reflejar una furiosa ira: ira porque sus familiares los habían dejado ahí; ira
porque el destino les había asestado crueles golpes; ira porque sus mentes estaban débiles y
quebradizos sus huesos; ira porque su programa favorito de televisión era interrumpido o porque
a alguien más le sirvieran primero que a ellos el almuerzo.

Y celosos, también, de que alguien que lo mereciera menos que ellos pudiera sobrevivir y verlos
cómo los sacan a través de la puerta de ese vestíbulo - a menos, es decir, que ellos pudieran
aguantar suficiente para gustar la vista de ese alguien siendo sacado primero. Me dolió la cabeza
por estas patéticas figuras, agarrándose tan desesperadamente de algo que ellos nunca tuvieron,'
buscando salvar una vida que para tantos había sido solamente un cruel engaño: setenta u
ochenta años o noventa años de gozo, derrotas, dolor y placer y después sentarse, esperar a que
la oscuridad viniera. Esperar. Esperar - a que esta existencia sin sentido terminara. ¿Y qué habría
más allá? ¿Nada? ¿O más de este infierno? Si no hay; Dios, o si El no puede ser conocido, entonces,
¿para qué vivir?

Mientras tanto, arriba, estaba sentada Myrtie Howell con su amplia vieja sonrisa de 91 años de
gozo y triunfo. Dispuesta a vivir. Dispuesta a morir. Ahora probablemente estaba ella otra vez a su
escritorio ¡ESCRIBIENDO A LOS PRESOS! 'Pero Myrtie también había conocido el infierno que
este 'mundo puede ser. Había conocido la soledad, el dolor, el no ser amada, la pérdida del hogar y
la familia, los penosos trabajos de tareas manuales para sobrevivir. La diferencia era que Myrtie
había reconocido la vanidad y la falta de objeto de la vida sin Dios; la vacuidad de la vida vivida
para el yo. Ella comprendió la futilidad de ser incapaz de contestar las preguntas: ¿por qué nací?
¿Para qué habré vivido? ¿A dónde voy? Por eso clamó a Dios que la sacara de ese infierno de la
única manera de la que alguien alguna vez ha escapado - por el abandono de su vida para ganar
Su vida.

Sí, hacía mucho tiempo Myrtie había aprendido esta paradoja central de la vida. Me volví de aquel
vestíbulo sombrío y pasé a través de las puertas al cálido día de junio. El aire estaba fresco,
limpio, y respiré profundamente varias veces para aclarar mi mente. Pero no pude hacer
desaparecer las memorias de ese día, ni tampoco pudo el paso del tiempo. Porque en aquel
ancianato de Georgia Dios me dio una visión inolvidable de cielo e infierno. El cielo de la vida con
Dios. El infierno de la vida sin El. Y Dios me dio el eslabón final de mi búsqueda de saber lo que
amar a Dios realmente significa: Myrtie Howell. Creer, arrepentirse, obedecer, ser santos, vendar
las heridas de los abrumados por el dolor, y servir. Myrtie Howell supo todo sobre amar a Dios.

EPILOGO: EN LA ARENA: UNA ALEGORÍA


132
Avanzada una tarde de primavera yo estaba en mi biblioteca revisando el borrador final de este
manuscrito. Después de meses de trabajo al fin estaba satisfecho con el flujo de lógica y principios
del libro; y estaba especialmente contento con el capítulo concluyente. Myrtie Howell
efectivamente ejemplificaba todo lo que trata Amando a Dios, un final apropiado para un libro
bien ordenado. Ocupado con mis pensamientos, me recliné en la gastada silla de cuero de mi
escritorio, con las manos cruzadas detrás de mi cabeza, y pensé en la gente de cuyas historias he
hablado. Escenas de mi propia vida pasaron a través de mi mente mientras reflexionaba en mi
peregrinaje espiritual, mis' comienzos, mi jornada hasta aquí.

No sé cuánto tiempo mis pensamientos se movieron, pero mi ensueño fue interrumpido de


repente por el repicar chillón del teléfono. Quien llamaba era Dave Champan, un viejo amigo que
vivía en otro Estado. Dave echó a un lado mis saludos y anunció que estaba en la cuidad, en el
aeropuerto, con varias horas de sobra antes de que tuviera que' abordar un vuelo tardío para
viajar a la costa occidental. Insistió en que tenía que verme. En veinte minutos escuché un carro
llegar a la calzada, después el golpe de una puerta y el hurgonear del timbre de la puerta. Dave
parecía el mismo de siempre, de pelo rojizo, intensamente bronceado, con el tipo de buena
apariencia amuchachada que puede lucir un hombre de los treinta a los sesenta sin mucho
cambio.

Estaba vestido con su estilo habitual, también un vestido de color harina de avena, una camisa de
tela Oxford, corbata de seda, y suaves botines bordados Acompañé a Dave a mi biblioteca y le di la
silla de arce de espalda recta para que se sentara al otro lado de mi escritorio. Dijo que sólo se
quedaría unos pocos minutos, pero esa silla lo ayudaría a guardar su palabra. "Muy Dave, ¿qué
pasa?" le pregunté, luchando con la urgencia de bostezar. No me molesté en hacer desaparecer el
montón de papeles entre nosotros, los capítulos finales limpiamente mecanografiados de
Amando a Dios. Dave empezó como un luchador que sale de su esquina al sonido de la campana.
Estaba tan excitado que sus frases chocaban unas con otras; y se mantenía hincando su dedo
índice sobre mi escritorio mientras hacía sus anotaciones, así como un abogado hábil puede hacer
sobre la barandilla de caoba del palco del juzgado.

Dave Chapman que yo había conocido casualmente era un calmado, exitoso hombre de negocios,
no la clase de persona que se sobreexcita. Moderado, quizá un poco hermético, pero ciertamente
no era un dínamo. ¿Qué pudo haber pasado que lo cambiara tanto? Estaba animado, vivo, con un
auto confianza que era notable, a pesar del dilema personal del cual me estaba hablando que
ahora amenazaba su negocio, el poder político que había adquirido recientemente, sus amigos, y
todo lo que él había considerado importante. Su voz era fuerte, sus ojos determinados. Yo estaba
asombrado. "Espera un minuto. Un poco más despacio", exclamé, poniéndome derecho sobre mi
silla. "Cuéntame toda la historia, de principio a fin.

Toma todo tu tiempo, pero cuéntamela toda". Y durante las dos horas siguientes escuché,
cautivado, mientras Dave Chapman relataba los eventos más notables de su vida en los
pocosegifíos pasados. Cuando terminó de explicar su dilema, Dave le echó hacia atrás, tanto como
se lo permitió el recto espaldar de su silla,..Y esperó mi respuesta. Pero todo lo que yo pude hacer
fue mirar los montones de papel sobre mi escritorio. "Bueno, ¿qué piensas?" Preguntó finalmente.
"¿Qué pienso? ¿Quieres saber lo que pienso?" exclamé. “¡Me parece que acabas de volver a
redactar el final de mi libro!" Porque, por supuesto, lo había hecho. A pesar de que quisiera dejar
133
mí libro con su ordenado fluir de lógica y sana teología, concluyendo con la intensa pero
triunfante historia de Myrtie Howell, la vida no es como un libro.

La vida no es lógica ni sensible ni ordenada. La vida es un embrollo la mayor parte del tiempo. Y
la teología debe vivirse en medio de ese embrollo. Los autores pueden escribir libros sobre Dios y
hombre, pero todas sus ilustraciones e interpretaciones no son más que opiniones de gradas al
aire libre a menos que sean vividas. Y la vida no se vive en las gradas, sino en campos fangosos
por parte de seres humanos que se ensangrientan, sufren magulladuras y contienden por los
resultados hasta su último suspiro. Por eso decidí terminar este libro con Dave Chapman. Dave no
es nadie especial. Pues, en realidad eso no es cierto. El soy yo; él es usted; él son docenas de
personas que usted y yo conocemos, ni héroes ni santos en los términos del mundo, ni expertos
espirituales.

La historia de Dave Chapman es nuestra historia; sus luchas y decisiones nos confrontan a cada
uno de nosotros cada día. Por eso le contaré esta historia, así como el recuerdo como él me la
contó mientras las horas pasaban y aquel crepúsculo de primavera se oscureció en la noche. No sé
si Dave pudo coger su avión esa noche. En honor a la verdad, no lo he visto desde entonces. La
historia de Dave empezó un cálido atardecer de verano de 1979. . . Estaba llegando tarde a casa.
Aunque Dave era propietario de su propia firma de contadores que representaba a Varios de los
más grandes negocios del Estado, ésta realmente no requería que ni su día ni su noche de trabajo
fuesen más largos. Pero estas reuniones de su esposa se estaban poniendo difíciles de soportar,
por eso se refugió en trabajar hasta tarde.

La esposa de Dave, Kay, se había convertido en cristiano hacía varios años. Después de eso, ella se
había dado a evangelizar a todo su círculo social, y había caído en el esquema de llevar a
preeminentes oradores cristianos para que hicieran uso de la palabra en pequeñas recepciones
una vez cada tres meses. Estas vespertinas habían resultado tan exitosas que su pastor le había
preguntado si las reuniones de Kay podrían integrarse al programa de alcance de la iglesia
Calvario. Dado que a Kay se le estaba acabando la gente a quien invitar (de todos modos) - todos
sus contactos sociales habían "sido ganados o habían huido", según lo expresó Dave - ella convino,
y ahora daba trimestralmente los jueves por la tarde recepciones de ponche y galletas para una
lista rotatoria de invitados provista por la iglesia.

El orador entonces se quedaba como huésped de la familia Chapman el fin de semana mientras
daba seminarios en la iglesia. Cuando Dave entró, esta particular tarde de jueves, el orador, un
doctor Jack Newman, famoso teólogo, ya había pronunciado la charla ante los cincuenta invitados,
por una hora, acerca del trasfondo histórico de los escritos de los Evangelios. Dave saludó a la
gente superficialmente mientras seguía su Camino de la cocina al comedor, cogió un vaso de té
helado, y se retiró a un cojín para los pies en la parte final de la sala. Entre los sorbos, observaba a
la estrella de la tarde rodeada por un semicírculo de admiradores. Jack Newman era alto y
delgado, con una larga cara de cutis oscuro y pelo negro encanecido en las sienes.

Sus ojos eran grandes y profundamente firmes y su nariz romana le daba un corte a su perfil que
sugería inteligencia e ingenio. De algún modo su postura confortable dejó los gestos y mañeras de
aquellos a su alrededor con gran alivio. Dave fue consciente de cuán ancho Lucy abría su boca
cuando soltaba su pululante risa; de cuán cobarde lucía Stan, incapaz de permanecer firme y
sostener la mirada de los ojos del hombre; de cuán inquietos parecían otros mientras esperaban
134
para tratar de impresionar con sus preguntas. Cada cuello estirado y cada cuerpo torcido
apretaban los propios músculos de los hombros de Dave; deseó que todos ellos despejaran su
casa. Mucho después, cuando los invitados se habían ido, Kay le había mostrado al doctor
Newman su cuarto y después ido a la alcoba de respeto a desplomarse; Dave demasiado insomne
para acostarse, estaba sentado cómodamente en un diván afuera, en el pórtico posterior de la
casa, con un plato de galletas que habían quedado en la mano.

Para su sorpresa, escuchó pasos y el doctor Newman pisó las empizarradas piedras que
enlosaban el piso desde la puerta que daba al ancho portal de la casa. "¿Necesita un poco de aire
fresco después de todo eso, doctor?" preguntó Dave. "Sí. Esta es una noche hermosa y descubrí
este pórtico temprano esta tarde", replicó Newman. "Siempre me he sentido un poco privado de
que nuestra casa no tenga uno". Newman se había quitado su saco y su corbata, así como Dave, y
su camisa blanca, con las mangas enrolladas en sus antebrazos, sobresalía nítidamente en la
oscuridad. "Tome asiento, doctor. Después de un día largo, siempre me siento como que
finalmente puedo respirar aquí afuera". Dave señaló la silla de mimbre separada de la suya por
una pequeña mesa cubierta por un vidrio.

Newman se subió de un tirón sus holgados pantalones grises hasta las rodillas y se hundió
agradablemente en los cómodos cojines. Los dos hombres se sentaron a escuchar por unos pocos
momentos quejidos altos de los grillos verdes. ¿Usted no encuentra en la iglesia gente fácil de
soportar, verdad?" Preguntó Newman. "No", dijo Dave, con un suspiro. "No siempre. Pero no ¡fue
por eso que no estuve aquí para su conferencia de esta noche. Un cliente me retuvo en la oficina.
De veras lo siento. Todos decían que usted estuvo magnífico". "Estuve observándolo con sus
invitados esta noche después de que entrara". Dijo Newman, ignorando la excusa de Dave. "Usted
miraba a la distancia, como si estuviera escuchando alguna música de fondo.

Y al mismo tiempo, en realidad no estaba mirando a nadie. ¿Qué pasaba por su mente?" "Supongo
que los miraba en relación con usted. A veces son un montón de fracasados. "Usted parecía como
si algo anduviera mal. Me dije que si tenía la oportunidad, trataría de hablar con usted. ¿No le
molesta contarme?" "Pues, no sabía que fuera tan obvio", dijo Dave con una risita ahogada
bastante forzadamente. "Seguro. Le contaré. Con su experiencia en la iglesia y todo, quizá
entienda. Lo cual sería bueno, porque de cierto yo no. Sólo sé que cada vez que estoy cerca de
esas personas me pongo de mal humor". "¿Qué clase de mal humor?" Preguntó Newman. "No sé si
puedo describirlo. Es algo de lo que usted dijo como escuchar música de fondo.

La he pasado mal sintiéndome involucrado en lo que pasa a mí alrededor. Quiero decir, me siento
así todo el tiempo". "Yo me he sentido así, Dave", dijo Newman. "¿Usted?" "Seguro. Todo el mundo
se ha sentido así. No todos exactamente de la misma forma, pero tarde o temprano la mayoría de
las personas sienten esa sensación de insignificancia en algún momento de su vida". "Bueno, éste
siempre empeora cuando estoy cerca de gente de la iglesia", dijo Dave. "Incluso me hace
preguntarme sobre todo el asunto. Sobre el cristianismo, quiero decir. Quizá no sirve. Para mí".
"Dijo eso como si pudiera ofenderme". "Por qué no. Usted ha entregado su vida a eso. Y aquí estoy
yo diciéndole que pienso que podría ser algo vacío".

"Si lo fuera, ¿cree usted que yo preferiría que no intentara decírmelo?" Eso golpeó a Dave.
Consideraba a la gente religiosa no muy dispuesta ni capaz de apreciar la vida realísticamente.
Newman parecía diferente,-no intimidado, una cualidad que Dave había buscado siempre en sus
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socios de negocios. Le gustaba un hombre que no se sobrecogiera de pánico. "¿Cómo llegó a ser
cristiano, Dave?" Preguntó Newman. "Su esposa me dijo que ustedes dos iban juntos a la iglesia
hace unos pocos arios". "Si, Kay está bien en la iglesia. Ella se levanta en la mañana, canta la
doxología en el baño, después se marcha a un estudio bíblico, a una asociación benéfica para
salvar a los salvajes, a una práctica de coro, a algo que debe llamarse protestantes por la
mojigatería, y aun asiste a una clase de ejercicio físico llamada Alabe y en Forma, ¡si lo puede
creer!

¡Y seminarios! Estoy seguro de que sus charlas valen la pena, pero después de "Vida Juntos",
"Vida Familiar", y "Vida de Cuerpo", Kay no tiene tiempo para nuestra vida". "Pero, ¿qué de usted,
Dave?" presionó Newman. "Alguna vez usted debe haber pensado que el cristianismo era verdad".
"Ya no sé. Supongo que lo hice. Si desea conocer mi testimonio pues, no es nada verdaderamente
espectacular. ¿Recuerda el tiempo cuando Carter fue elegido presidente, cuando ser nacido de
nuevo era lo último? Pues, Kay se metió en eso, estaba afuera todas las noches para un servicio de
avivamiento o pala, una reunión de oración. Empezaba a hablar del diablo del infierno o escribía
pequeños dichos en el tablero de la cocina.

Incluso encontraba la Biblia en mi escritorio abierta en cierta página. Para ser honesto, por poco
me estaba poniendo contra la pared. Entonces conocí a este tipo en el club. Como yo, él se había
abierto camino hacia la cima. El aventuraba en el juego y se amarraba sus borracheras con los
mejores de ellos. Pero un día noté que ya no estaba a la mesa de las cartas. Y pronto toda su
actitud cambió. El había sido un manojo de nervios; ahora lucía calmado, apacible. Y empezó a
beber agua tónica, por amor a Dios. Por eso le pregunté qué le había pasado y me dijo, “He
aceptado a Cristo y entregado mi vida a El". Me sentí como si me hubieran golpeado con un
ladrillo, esa era el tipo de jerga que Kay usaba todo el tiempo.

No quise nada de plática sobre Dios, menos en el country club, además. Pero respeté su decisión y
pensé que parecía sincero. Pasaron los meses. Kay aflojó un poco, y no me molestó mucho cuando
ella me incitó para que me pusiera a leer un libro ocasional. Yo no soy muy buen lector, pero
quedé tan agarrado con uno que me quedé despierto dos noches leyendo rápidamente para
terminarlo. Fui y vi a mi amigo del club y hablamos hasta las dos de la mañana. El me habló de
Cristo en términos que yo pude entender. Me habló de su propia relación con un Dios que puede
ser conocido. Oramos juntos, y después me fui a casa. Pero no pude dormir, ni siquiera después de
un par de tragos antes de acostarme. Era una noche como ésta, cálida, pero con una fresca brisa,
así que me vine aquí afuera al pórtico y miré en la oscuridad, a las estrellas.

Y en ese momento supe, como nunca antes lo había sabido, que hay un Dios. Y oré la oración que
mi amigo me había dado. Supongo que esperaba escuchar a los ángeles armando un bochinche,
disparando los cañones divinos, pero no sucedió mucho, excepto que gradualmente, durante las
siguientes pocas semanas, empecé a sentirme diferente. Hallé fácil dejar a un lado los martinis al
almuerzo. Y perdí completamente mi deseo de jugar. Ustedes los predicadores dirán que fui
"librado" de esas cosas, supongo. Cuando le conté a mi amigo lo que había pasado, me tuvo en un
grupo de oración que se reunía semanalmente en el banco antes de que yo supiera lo que había
pasado. Por supuesto, Kay estaba que no cabía de gozo cuando le dije.
Ambos nos unimos a la iglesia Calvario y empezamos a participar. En realidad, ellos me pidieron
que encabezara un par de comités cuando fui bautizado. Pero esto es como un amorío que se
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acaba. Ahora no sé si alguna vez sentí realmente el amor de Dios. No quiero decir que estoy
bebiendo de nuevo ni nada. Sencillamente no siento nada. Me pregunto "si es posible en verdad
conocer a Dios". Dave había estado con la mirada fija en la mampara mientras hablaba. Ahora
volteó lentamente para mirar a su huésped. "Ni siquiera estoy seguro de lo que significa tener fe,
si alguna vez la tuve". "Fe es creer y actuar en obediencia a los mandamientos de Cristo, aunque
no se pueda ver lo que va a pasar", replicó Newman. "Ese es el tipo de respuesta simplista que
ustedes dan que realmente me fastidia.

No estoy quebrantando ningún mandamiento. Así que, ¿qué anda mal conmigo?" "¿Está seguro?"
"Pues, bastante. No quiero decir que haya dejado de pecar totalmente, pero Dios sabe que no
podemos ser perfectos en esta vida. Quiero decir, he tratado honestamente de hacer todo lo que la
iglesia pide. ¿Qué más puedo hacer?" "No quiero ser ingenuo con usted, Dave, pero Jesús explico
eso detalladamente, en forma bastante clara: "Ama al Señor con todo tu corazón, mente y alma, y a
tu prójimo como a ti mismo". "Pues", dijo Dave lentamente, "trato de hacerlo. Quiero decir, voy a
la iglesia y todo ese asunto, ¿no hacemos eso porque amarnos a Dios? Y nadie sabe realmente
cómo llevar a cabo ese asunto del 'prójimo', hemos hablado de eso en discusiones de la iglesia
bastante.

Usted sabe, el ratito del buen samaritano y todo. Así que, ¿dónde me deja eso?" Newman se sentó
en silencio por unos pocos momentos, con los codos sobre las rodillas, las manos apretadas. Dave,
el hecho que usted esté luchando con todo eso en realidad es una buena señal. Significa que usted
en realidad quiere amar a Dios". "Vamos, no tiene que decirme eso. Detesto este asunto donde los
cristianos siempre se sienten obligados a estar dando ánimo". "Entonces, déjeme preguntarle
esto, ¿ama a su esposa?" "Sí, mucho. No se permanece casado estos días si no". " ¿Alguna vez vino
el tiempo después de haberse casado cuando usted se preguntó si de verdad la amaba?" "Oh,
seguro. Eso es normal". "¿Qué cambió las cosas?"

"No sé, más que todo el tiempo". "Pero usted permaneció fiel a sus votos a ella, a pesar de cómo se
sintiera, ¿cierto?" "Sí. He sido afortunado, nunca he sido tentado demasiado". "Quiero decir más
que eso", dijo Newman. "Quiero decir que usted ha tratado de amar a Kay tanto como ha podido, a
pesar de sus sentimientos". "Pues, claro. Aunque no siempre fue fácil". "Correcto", dijo Newman.
"Ahora lo que necesita saber es cómo hacer la misma cosa con Cristo. Usted le prometió algo,
entregar su vida a El, amarlo y obedecerlo. Pues, se hace eso; no importa cómo se sienta: Y cuanto
más lo haga, obedecerle, entonces empezará a sentir su amor por El y Su amor en cambio. De la
misma manera en que usted hizo con Kay".

"Pero, ¿dónde empiezo, cuando ni siquiera estoy seguro de que va a servir?" "El apóstol Juan dice:
"Este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos". Sencillo, ¿no es cierto? Pero usted
no puede obedecerlos si no los conoce. Por eso el lugar para empezar en Su libro, la Biblia,
mediante el estudio". El estudio bíblico es difícil para mí", dijo Dave. "Las cosas siempre parecen
empujarlo a un lado". Usted puede sacar el tiempo si realmente lo desea", dijo Newman
firmemente. "Nunca sabrá lo que Dios quiere a menos que estudie seriamente su Palabra. Pero
cuando empiece a hacer lo que El le dice allí, sentirá su amor". Dave Chapman no tenía idea de a
dónde ese simple pensamiento iría a llevarlo, pero las palabras de Newman fueron tan directas
que Dave sintió un destello de esperanza, y determinó volver al estudio bíblico.
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Durante varias semanas se levantó treinta minutos más temprano cada mañana para hacerlo.
Automáticamente se sintió virtuoso, aun cuando rara vez se concentrara en el texto. Su mente
tornaba involuntariamente al día de trabajo por delante. También, la mayoría de los planes de
estudio que Newman le había recomendado parecían demasiado arduos, después de todo, él era
nuevo en el asunto. Así escogió lo que le gustaba considerar su "método al blanco". Leía un pasaje
favorito, tal como el Sermón del Monte y I de Corintios 13, y después hacía correrías hacia atrás y
hacia adelante, esperando con el tiempo tener éxito con toda la Biblia en una especie de círculos
análogos de lectura. Pero no parecía llegar a ninguna parte.

Dormir pareció más y más atractivo. Por tanto empezó a estudiar después del trabajo. Pero su
capacidad de concentración estaba entonces aun peor. Empezaba a leer, y la quietud de su oficina
lo extraviaba en ensueños. Trató de asistir al grupo de estudio de los hombres de la iglesia que se
reunía cada viernes por la mañana para desayunar. Pero cuando no había cerca un genio como
Newman, la inclinación natural de Dave a resistir la instrucción tomaba posesión. Sabía que su
actitud era licenciosa pero no se podía guardar a sí mismo de preguntarse si Stan o Bill iban a
terminar su pseudo exposición del apóstol Pablo. Además, siempre estaban arrastrando a algún
invitado para que dijera su testimonio, como aquel que contó de su sórdida vida de vino y
mujeres y el subsecuente colapso de su exitoso negocio.

Después, un día leyó un libro de algún futbolista nacido de nuevo, entregó su vida a Jesús, y
pronto, alabado sea Dios, dejó de beber y de cazar mujeres. Y presto, su negocio estaba en auge
como nunca antes. Religión de pudín al instante, la llamaba Dave. Todo igual, puro bla, bla, bla.
Entonces llegó uno de esos días. Primero derramó huevo sobre su camisa al desayuno, discutió
con Kay sobre el uso desigual de almidón en la lavandería, descubrió que el carro de Kay, el cual
tenía que usar, estaba casi sin gasolina, discutió con ella por eso, la mujer evitaba las gasolineras
como la plaga, y llegó al trabajo media hora tarde. Cuando entró, su secretaria lo saludó con la
noticia de que el contralor de su cuenta más importante, Fairway, acababa de llamar y exigía que
Dave le devolviera la llamada apenas llegara.

Dave le hubiera dicho a gritos a su secretaria que pospusiera al hombre, pero vio que la llamada
ya la había indispuesto, y ella no era del tipo que se molestara fácilmente. Dave entró y se sentó
detrás de su escritorio ovalado palo de rosa e hizo un ejercicio de respiración profunda del cual
había leído, supuesto para calmarse. Entonces llamó. Lo pusieron directamente en comunicación
con el presidente de la Fairway, en vez del contralor. Dave nunca había oído a nadie 'tan iracundo
en su vida. Uno de los socios jóvenes más brillantes de Dave, Brad Pelouze, había, sin decirle a
nadie, no tenido en cuenta ciertos activos de una compañía que la Fairway había adquirido. En la
auditoria final, el inventario fue liquidado en $100.000 aparentemente no era para tanto.

Pero el efectivo neto había sido reducir las utilidades por acción de la Fairway precisamente por
debajo de los mágicos $10 que la Fairway necesitaba para que sus suscriptores pudieran emitir
una nueva oferta de valores. La Fairway tendría que esperar otro año para conseguir el
$7.000.000 que quería para nuevas adquisiciones. El presidente de la Fairway estaba de un ánimo
implacable. "No se preocupe por compensarme esto", dijo en respuesta a las súplicas de Dave.
"Usted no va a poder compensarme esto. No va a estar en el negocio por mucho tiempo". Pelouze
había cometido un estúpido error, no había duda. Había sido excesivamente cauteloso y después,
había dejado de decirle al contralor de la compañía lo que había hecho.
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La gerencia no descubrió el ajuste sino hasta cuando los papeles habían sido clasificados en la
Comisión de Seguridad para la oferta de valores, demasiado tarde para cambiarlos. Lo peor de
todo, Pelouze había dejado de consultar la biblia de los contadores, los "generalmente aceptados
principios de contabilidad" publicados por el Instituto Americano de Contadores Públicos. Si lo
hubiera hecho, habría descubierto que no tenía que hacer la liquidación. Poco tiempo después,
Pelouze, un hombre de figura delgada, se sentó ante Dave. Su rostro pálido, lanzó una mirada una
o dos veces a Dave, después miró fijamente a través de la ventana abierta como dándose cuenta
de que su próximo lugar de empleo estaba en alguna parte fuera de ahí.

Dave no tuvo piedad. Después de las primeras increpaciones, se volvió amargamente negativo. De
un tirón abrió su copia que estaba sobre el escritorio del manual de la Asociación de Contadores
Públicos "Patrones Profesionales de la Contaduría". "Vea esto", dijo Dave. "¿Ve esto? No tiene que
ir a Duke por ocho años, señor Pelouze, para leer esto, Pero usted parece ser uno de esos
educados más allá de su inteligencia". Mucho después, manejando de vuelta a casa después de
trabajar, el cuello y los hombros de Dave representaban todos los tensos momentos de ese día.
Peor, su mente lo acompañaba con vividas repeticiones instantáneas de su escena con Brad
Pelouze. Deseó poder regresar y hacer la escena, de nuevo.

Entonces, de repente, sus palabras vengativas se volvieron un libreto diferente: "Te llamas a ti
mismo cristiano, Chapman, y ¿ni siquiera conoces la Biblia?" Recordó el esfuerzo que había
consumido absorbiendo y dirigiendo el patrón de los contadores públicos. Su "método al blanco"
no hubiera servido con ese libro. No hubiera tenido oportunidad de pasar sus exámenes para
contador si hubiera estudiado con ese enfoque. Se dio cuenta de que estaba tratando la Biblia
como alguna revista, apenas pasando páginas, leyendo aquí y allá según lo moviera el impulso.
Quería resultados espectaculares en su vida cristiana, pero haciendo un esfuerzo completamente
mediocre. Tendría que cambiar o renunciar. El incidente con Pelouze sugirió a Dave empezar a
estudiar las Escrituras con dedicación.

La mañana era el lógico y mejor tiempo para que él lo hiciera, así que se levantó una hora más
temprano y gastaba el tiempo cuidadosamente releyendo y pensando a lo largo del capítulo cada
día. Dedicó dos noches a la semana a Diseñado para el Discipulado, un curso de estudio bíblico
sistemático de Los Navegantes que Newman le había recomendado. Como parte de este régimen,
Dave también leía tres salmos cada mañana. Pero comenzó a descubrir que sólo le gustaban
partes de los salmos; había enormes áreas que había descuidado totalmente, aun jamás leídas.
Cuando empezó a cavar en esas porciones se llevó su primer gran impacto: quienquiera que
hubiese escrito estos bonitos "cantos de alabanza" había sido un hombre despierto e inteligente;
estos: interesaban a la mente tanto como al corazón.

Cuando encontró su primer mandamiento en los salmos, se llevó un segundo impacto: ¿un
mandamiento en los Salmos? Pero ahí estaba, tan claro como el día, y no pudo pensar en una sola
cosa que hubiera hecho nunca en su vida para obedecerlo: "¿Hasta cuándo defenderás al injusto? .
. . Defiende la causa de los débiles y huérfanos; mantén los derechos de los pobres y oprimidos.
Rescata a los débiles y necesitados; líbralos de la mano de los impíos". (Salmo 82: 2-4). Esos eran
sentimientos que Dave identificaba con generosos de corazón sangrante, aquellos a quienes él
siempre había caracterizado como que permanecían "con ambos pies plantados firmemente en el
139
aire". Pero no podía escapar al hecho que esta escritura decía que Dios condena a quienes no
hacen esto.

Aunque incómodo, Dave no podía ver cómo se suponía que él debía obedecer este mandamiento.
No encajaba en el esquema moderno de las cosas. Ningún "pobre" solicitaba la ayuda de un
contador. Ni siquiera conocía gente pobre. Y ¿cómo podría defender la causa de alguno? El no era
ni juez ni abogado. Entonces comenzó a notar que los Salmos estaban llenos de comentarios
sobre el rico y el pobre. En efecto, de acuerdo con los Salmos, como uno trataba a los pobres
determinaba, al menos en parte, si uno era una persona justa o impía. Dave ya daba bastan
generosamente a la iglesia y a causas cristianas. Habiendo servido como tesorero de la iglesia,
sabía que él probablemente daba más que nadie en la iglesia.

Pero esto no parecía enteramente la indicación de los Salmos. Genuinamente perplejo, Dave se
halló a sí mismo a veces fastidiado con el mensaje que recibía de sus estudios bíblicos. Aunque el
mensaje lo indispuso, comprendió que era verdad. Había leído en un pequeño folleto que
Newman había escrito hacía varios años, y el argumento del teólogo lo había convencido. Se dio
cuenta de que la Biblia era de Dios, Su Palabra, y absolutamente cierta. Esto lo puso mucho más
incómodo. Más o menos por este mismo tiempo, Dave notó que un hombre de su compañía estaba
ejecutando mal su trabajo. Jim Rutledge había gastado la mayor parte de su vida laboral con la
compañía de Dave, hundiendo botones en sumadoras y calculadoras, registrando cuentas en las
hojas del libro mayor.

Jim siempre había parecido contento de trabajar laboriosamente, aun cuando compañeros de
trabajo que empezaron bajo su entrenamiento, con el tiempo fueran promovidos por delante de
él. Pero en los meses recientes Jim había faltado muchos días al trabajo, y cuando se aparecía, su
trabajo era lento y lleno de errores. Por eso Dave hizo algunas averiguaciones discretas, después
estableció una cita con Rutledge. En arios pasados, al encontrar eso, simplemente hubiera podido
despedir al hombre, pero los Salmos y la larga historia de Rutledge con la compañía incitaron a
Dave a pensar en maneras de ayudar. Jim Rutledge entró a la oficina de Dave como un hombre que
llega a su ejecución. Sus ojos estaban vidriosos y veteados, su color pastoso.

"Toma asiento, Jim", señaló Dave, y su empleado se hundió en uno de los sillones que quedaban al
frente del amplio escritorio de Dave. Rutledge se quitó los anteojos y los guardó, como si el acto lo
volviese invisible. "Jim, te he llamado porque, muy honestamente, he estado decepcionado con tu
trabajo últimamente, y hace mucho que estamos juntos aquí". Dave pasó después a enumerarle
algunos de sus hallazgos, mientras Jim estaba sentado en silencio, sin refutarlo ni sostenerle la
mirada. Finalmente, "Mira, Jim", dijo Dave, "yo sé que tienes problemas con la bebida. He tenido
mis propias sospechas. Las he confirmado con otros, incluyendo a tu familia". Rutledge levantó la
mirada, sorprendido, sus ojos mostraban una chispa de negación, pero Dave continuó antes de
que él tuviera oportunidad de hablar.

"No te estoy dando opción a este respecto, Jim. Vas a entrar en un programa de rehabilitación.
Necesitas ayuda". "Te pasaré mi renuncia ahora, entonces, Dave", dijo Rutledge. "Tú no sabes lo
que eso cuesta. Cuatro mil al mes, mínimo - mi esposa una vez estuvo considerándolo. Yo no tengo
esa cantidad de plata". "Me haré cargo de la cuenta", dijo Dave. "Para mí sería mucho más costoso
desperdiciar tu experiencia aquí". Rutledge respiró entrecortadamente, trató de hablar, pero Dave
lo cortó en breve, su tono más personal. "Sé algo de lo que vas a pasar, Jim. Tuve una pequeña
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batalla conmigo mismo. Será difícil, pero tú puedes vencer. Yo sé que puedes. El lugar que he
escogido está muy bien recomendado.

"¿Cuánto tiempo?" Las manos de Jim temblaban cuando encendió un cigarrillo. "Un mes. Dos, si es
necesario". Dave hizo una pausa un momento, "¿tu esposa y tu familia estarán de acuerdo?" "Ellos
estarán bien. Tú no sabes . . . Jean estará tan aliviada. Cómo ha aguantado este año . He estado
esperando que ella me deje". "Bueno, los arreglos están hechos, y mi secretaria tiene toda la
información. Ve a ella y después ve a casa y cuéntale a tu familia. Debes estar en la clínica mañana
a las 5:00 P.M." Rutledge se pasó el cigarrillo para la mano izquierda, se puso de pie, y estrechó la
mano de Dave. Las lágrimas asomaron a sus ojos, y se dio vuelta y salió de la oficina rápidamente .
Dave se dejó acariciar por la sensación de calor de esa conversación camino de vuelta a casa esa
noche. Después, empezó a tener segundos pensamientos sobre el dinero.

El seguro médico de la compañía no cubría ningún programa anti alcohol Había planeado sacar el
dinero de su bolsillo a medias, pero ahora se preguntaba si ése era un plan sabio. Entonces se "le
ocurrió una solución. El, personalmente, era propietario del edificio que su firma de contabilidad
ocupaba; la firma le pagaba arriendo. Había sido un buen dispositivo frente a los impuestos a lo
largo de los arios. Así que aumentaría de nuevo el arriendo y pagaría la cuenta de Rutledge; en
efecto, la compañía pagaría la cuenta. El arriendo ya era alto, y cada vez que lo aumentaba estaba
reduciendo el plan de participación de utilidades de la compañía, pero él había administrado muy
bien medidas como ésta en el pasado. ¿Cuántas veces? le preguntó una voz.

Has usado esta táctica tan a menudo que tu plan de repartición de utilidades es más teoría que
práctica. Unos pocos dé los asociados más antiguos ya sabían bastante para refunfuñar en voz alta
por eso, y no sabían la mitad. En el pasado él hubiera puesto a un lado su conciencia, pero esta
vez no podía. Había planeado decirle a Kay lo que había hecho por Rutledge, pero halló que el
esplendor de sus buenas obras había desaparecido 'Por eso se sentó a la mesa en un ánimo
silencioso. Toda la tarde trató de racionalizar la manera de salir del apuro. Después de todo, lo
que había hecho con la repartición de utilidades no era nada extraordinario; como contador sabía
bastante para justificarlo legalmente y todo eso.

Pero los pensamientos no se iban: de una manera perfectamente legal, había robado a sus
empleados. La mañana siguiente Dave saltó a sus lecturas de los Salmos, pensando que no estaba
levantado para ninguna referencia a los pobres por el momento, y se fue directo a donde estaba
estudiando el Evangelio de Lucas en el capítulo diez y nueve. Su lectura empezó con la historia de
Zaqueo, un rico recaudador de impuestos. Recordó la historia desde los días de la escuela
dominical porque habían cantado un canto acerca de Zaqueo trepando a un árbol para poder ver
a Jesús. Hoy leyó cómo Jesús se dio por invitado de Zaqueo y cómo la gente empezó a murmurar
por relacionarse con tal pecador. Pero la escuela dominical no había preparado a Dave para lo que
leyó después.

"Zaqueo se paró y dijo al Señor, ¡Mira, Señor! ¡Aquí y ahora doy la mitad de mis posesiones a los
pobres, y si algo he quitado a alguien, lo pago cuadruplicado! "Jesús le dijo, "Hoy ha venido la
salvación a esta casa". Dave cerró la Biblia de un golpe como si ésta lo hubiese mordido. Se sentó
por un momento con las manos en su regazo, mirando hacia adelante. Después, renuentemente,
abrió la Biblia, encontró el lugar donde estaba, y leyó de nuevo el pasaje. El sentido era
perfectamente claro: no solamente debía pagar los gastos de Rutledge; debía hacer restitución
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por el dinero que él, en un sentido, había robado de sus asociados. Inmediatamente empezó a
calcular cuánto le costaría. Había encargado un Mercedes; posiblemente no podría adquirirlo si lo
hacía.

La semana pasada acababa de darle a Kay su consentimiento para buscar un condominio en la


Florida; tendría que decirle que ya no y explicarle por qué. El nunca había explicado mucho
acerca de sus finanzas a Kay, punto. Detestaba tener que empezar con una confesión. Dave no
había sabido cuánta histeria yacía bajo su calmada apariencia. Tampoco se había dado cuenta de
cuánta seguridad encontraba en un cómodo balance bancario, cuán profundamente supersticioso
era en relación con el dinero. Devolver el dinero iba contra cada hueso fiscal de su cuerpo. Se vio a
sí mismo convirtiéndose en presa fácil de cada causa del mundo. Se vio muriendo sin un centavo,
sin ningún legado para sus hijos. En el desastre y la ruina, haciendo cola en algún sitio donde
regalaran sopa, y vio a gente que saltaba desde altos edificios pasando como una ráfaga delante
de él.

El día siguiente volvió a su lectura normal de los salmos, aunque un poco ceñudo, comenzando a
sentir que la Biblia no era un libro tan amable después de todo. En el Salmo 37:25. Encontró una
socarrona pulla a su histeria: "Fui joven y ahora soy viejo, pero nunca he visto al justo
desamparado ni a sus hijos mendigando pan. Siempre es generoso y presta libremente; sus hijos
serán bendecidos". Esto era cierto, por supuesto. Ni él ni Kay ni los niños probablemente iban a
convertirse en mendigos porque él empujara hacia arriba el plan de participación de utilidades, a
donde debía estar. Pero el pensamiento se convirtió en un tornillo penoso en la mente de Dave.
Empezó a ver la dimensión religiosa de la discusión sobre el pobre.

Porque el rico dependía de su riqueza para su seguridad; el justo era libre para ser generoso,
porque su seguridad estaba en Dios. Mientras él estuviera agarrado de su cuenta bancaria como
una póliza de seguro, nunca podría confiar totalmente en Dios y nunca experimentaría a plenitud
las bendiciones de Dios. Tenía que hacer lo que era justo ante los ojos de Dios, sin importan cuáles
fuesen los resultados para él o su familia. Dave hizo, restitución, no sólo haciendo una saludable
mella en su .fortuna personal, sino causándose vergüenza y humillación también. A veces se
preguntó si estaba perdiendo el juicio y supo que algunos de sus amigos pensaron eso. Pero hubo
término a lo que tenía que hacer, y esto no lo había clavado en la pobreza. Sintió un nuevo sentido
de libertad y supo que había cambiado de una manera que una vez consideró imposible.

Kay estaba feliz, también, y él no lo había esperado. Se sentía culpable de castigarla a ella por sus
propias cruzadas morales. Pero cuando titubeantemente le explicó a ella lo que había hecho y lo
que pensaba, de todo eso, ella lo miró con sus grandes ojos oscuros y le 'dijo, "Oh Dave, estoy tan
orgullosa de ti". Han estado desde entonces como en luna de miel. En los meses que siguieron,
Dave notó otro cambio en su perspectiva. Se halló irritándose por la violencia física y psicológica
del mundo. De hecho, cada día se encolerizaba más. Cuando comentó sus sentimientos con Kay,
ella le sugirió que llamara al Dr. Newman. Por teléfono, Dave puso a Newman al tanto de lo que
había sucedido en su vida. "Así las cosas parecían estar cogiendo un poco de forma en mi vida, y
ahora me encuentro otra vez indeciso y por cosas que no puedo controlar.

Quiero decir, antes yo siempre leía el Wall Street Journal y evitaba toda esa materia de periodista
llorona y el sensacionalismo que constituyen los titulares de los diarios. ¡Quien lo necesite! Pero
últimamente no me puedo ayudar a mí mismo Parezco obligado a saber qué es lo que pasa en el
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mundo, y entonces leo acerca de conductores borrachos, de clínicas de abortos que hacen un
negocio abrumador, de hombres y mujeres sin empleo que se suicidan, de crímenes en la calle, de
las ruinas de la droga, y no puedo decir 'Gracias a Dios, eso nunca me ha tocado ni a mí ni a los
míos de ningún modo'. Estoy perturbado por todo eso y enojado. Pero parece tan estéril
abrasarse por eso". En realidad Newman no comentó mucho, pero dijo, "Pienso en todo lo que me
has dicho, Dave, y en todo eso de lo cual te estás haciendo consciente.

Algo muy especial está llegando a sucederte. Por lo común sucede en esta etapa del crecimiento
espiritual de uno. Mantén tus ojos abiertos. Y examina Lucas 19". "Quieres decir lo de Zaqueo. No
lo mencioné, pero fue eso lo que inició". "No, quiero decir el pasaje donde Jesús comenta de
Jerusalén". Cuando colgó el teléfono, Dave encontró el pasaje. Era después de la entrada de Jesús
el Domingo de Ramos a la ciudad. "Y mientras se aproximaba a Jerusalén, y vio la ciudad, lloró por
ella y dijo: "Si tú, siquiera tú, hubieras sabido este día lo, que te traería paz, pero ahora ésta está
oculta de tus ojos". Las lágrimas llenaron los ojos de Dave, y recordó los muchos pasajes del
Antiguo Testamento que había leído sobre la ira de Jehová.

El Dios del Antiguo Testamento y Jesucristo eran uno, por supuesto, la ira del Padre y las lágrimas
del Hijo eran una. De repente Dave entendió. Tenía ira por el mundo porque estaba empezando a
ver el mundo desde la perspectiva de Dios. El siempre había mirado el mundo sólo a través de los
ojos de su propio interés, auto conservación. Pero el punto de vista de Dios demandaba justicia
para cada uno, para la sociedad. Dave había temido la justicia de Dios, Su juicio sobre su propia
vida, y todavía temía. Pero ese temor parecía insignificante ante la vista de un mundo tan rebelde
contra Dios. Dave pensó otra vez en el primer mandamiento que había leído en los Salmos y en el
que a pesar de su restitución, todavía no, había empezado a obedecer: "Defiende la causa del
débil y del huérfano; mantén los derechos de los pobres y de los oprimidos".

Algún día, pensó, vendrá la oportunidad de hacerlo. No dejes que yo la pierda. Seis meses después
un inusitado orador llegó al grupo matutino de estudio bíblico en el banco. Keith Marks estaba
todavía en sus veinte años, con una chaqueta de cuero y un espeso pelo rojizo rizado sobre el
cuello, era un antiguo convicto, en la actualidad director estatal de la Confraternidad Carcelaria.
Dave, por supuesto, estaba familiarizado con la Confraternidad Carcelaria y había sido un donante
generoso por varios años, pero él nunca había pensado realmente mucho en prisiones. Marks citó
estadísticas conocidas acerca del aumento del delito en los Estados Unidos y dijo que el gasto de
construir suficientes cárceles para todos esos delincuentes requeriría una cantidad imposible de
dinero. Marks dijo que la alternativa era sacar a los delincuentes "no violentos" de las prisiones a
casas intermedias donde ellos pudieran participar en programas de rehabilitación y se les
requiriera hacer restitución a sus víctimas.

Aunque el tema era de interés para Dave, la sugerencia de Marks parecía totalmente extravagante.
Alguien que pudo meterse en la casa de otro hombre no era un boy scout; era un delincuente.
¿Cómo podría contarse con que tal persona hiciera restitución? Después de la charla, Dave le hizo
a Keith Marks esta misma pregunta. Keith sabía bien quitar esa cólera con una respuesta gentil; le
sugirió a Dave que lo acompañara al estudio bíblico del martes por la noche que la Confraternidad
Carcelaria dirigía en la penitenciaría estatal. Quedaba sólo a veinticinco minutos en carro de la
oficina de Dave. Dave empezó a posponerlo, después pensó. ¿Por qué no? La prisión era un
mundo hostil y surrealista. Dave estaba desconcertado por el sonido de los barrotes dobles, el
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hedor de la orina, de cigarrillos y desinfectante, los rostros endurecidos y desconfiados de los
guardas, las ardientes luces de la torre.

Después, de nuevo en casa, todavía podía escuchar el eco del taconeo de sus propios tacones en
aquellos corredores desnudos. Pero algo más allá de la misma cárcel tocó a Dave Chapman esa
noche, casi lo hizo perder el control. Fue algo en el estudio bíblico mismo lo que provocó sus
emociones. Dave y Keith se habían sentado en círculo con los hombres en un antiguo salón de
clase, y cada uno de los presos uniformados de gris se había presentado a David. Cada uno de
ellos tiene nombre. Alguien, alguna madre o padre lleno de orgullo había llamado a uno
"Richard", a otro "Julio", a otro . . . Cada uno de ellos tiene nombre. Dave se sentó con ellas,
pensando en ese sencillo hecho el resto de la noche. Dave volvió la noche del martes siguiente y la
siguiente 'y . . . Marks no le pidió que dirigiera el estudio bíblico, así, que sencillamente iba,
observaba, estudiaba y escuchaba a los hombres.

La mayoría de ellos se parecía al tipo de compañeros con quienes él había dejado de tener
compañerismo en la escuela secundaria cuando empezó su carrera universitaria; eran como los
chicos toscos, bastos, dispuestos a pelear que habían terminado en talleres hasta abandonar la
escuela. Pero estos hombres pronto llegaron a ser individuos con nombres y personalidades. Dino
lucía como si hubiera estado ensartado en la heroína por siete años, lo cual había hecho, pero era
una de las personas más divertidas que Dave jamás hubiera conocido. Un hombre mayor con una
voz queda, casi un zumbido no reconocible, llegó a ser especial para Dave. Aunque tranquilo,
Fitzgerald no era tímido y le hizo esperar sin hacer nada a Dave los pocos minutos que tenían
después de la reunión, para gradualmente, irle revelando su historia.

Había sido un inventor, un escalador de rocas, y un ingeniero de alto rango con Boeing. Dave lo
verificó y supo que Fitzgerald estaba diciendo la verdad. Estaba en la cárcel por evasión de
impuestos por la cantidad de $2.000, una increíble mezquina suma para Dave, quien había
calculado mal por ese margen docenas de veces en las declaraciones de impuestos de sus clientes.
Fitzgerald era la víctima de un sistema loco. Dino, por otra parte, había sido su propio victimario;
era un monstruo empedernido con la aguja y se inyectaba cualquier cosa que sus manos pudieran
conseguir, aun en la cárcel. Dave también conoció hombres que habían sido increíblemente
transformados por su conversión a Cristo. Uno, Luis Lincoln, un negro gigante con un corte de
pelo Mohawk, estaba preso por homicidio, pero Dave honestamente lo hubiera recomendado sin
vacilar para cuidar niños.

Luis tenía cadena perpetua sin libertad bajo palabra, pero disfrutaba la vida de una manera que
hizo que Dave quisiera llorar por su propia falta de gratitud a Dios. Un joven, largirucho con toda
la cara pecosa, atrajo la atención de Dave porque estaba tan indefenso y cariacontecido. Dave
supo que los abuelos de Rick lo habían criado después de que su madre decidiera que él sobraba
en su vida. Después de salirse de la escuela secundaria, había trabajado en una estación de
gasolina por un año y ahora estaba en prisión por entrarse a casas y robar televisores y equipos
estereofónicos. El corazón de Dave se interesó por Rick mientras hablaba con él cada semana,
gradualmente tuvo éxito en inspirar en el joven el deseo de obtener su certificado equivalente a la
escuela secundaria mientras estaba en prisión y a aprender tanto como pudiera de carpintería en
el taller de la prisión: Rick progresó, aunque a un ritmo agonizantemente lento.
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Por lo menos, parecía lento para Dave. En realidad en nueve meses Rick estaba notablemente
transformado. A medida que el tiempo de ser puesto en libertad se aproximaba, Rick parecía
retraerse, preocupado por el mundo que enfrentaría. Dave pensó que Rick podría estar muy bien
si podía conseguir un trabajo estable y tener a unas pocas personas a quienes acudir por ayuda
en los primeros meses después de prisión, así que habló con Keith Marks. Keith sugirió que Dave
le preguntara a su pastor si la Iglesia Calvario podía "adoptar" a Rick, ayudarlo a encontrar
trabajo, un lugar para vivir, y proporcionarle un círculo de amistades cristianas. El pastor Te pasó
la idea a la junta de la iglesia y la mayoría de los miembros la recibió con sorprendente
entusiasmo. Con su ayuda, Rick luchó a través de la crisis de estar otra vez en libertad y empezó a
estabilizar su vida.

El primer aniversario de su salida, Rick contó su testimonio en el servicio del domingo por la
tarde. El anciano que había expresado más dudas acerca del programa fue a Dave y le preguntó si
podía acompañarlo en su próxima visita a la cárcel. Dave estaba volando alto, emocional y
espiritualmente. Sin saberlo, sin embargo, estaban tomando forma eventos que someterían su fe a
su más grande prueba. El primero de estos eventos empezó en la forma de un honor público la
primavera siguiente que le dio a Dave tanta satisfacción como ver el éxito de Rick. Después de
recibir la noticia por teléfono, hizo una artimaña improvisada antes de precipitarse a contarle a
Kay. El anuncio público fue hecho en tino de los salones más pequeños de reunión del Holiday
Inn de la localidad. Kay, su hijo Doug y Christine, quienes habían venido de la universidad para la
ocasión, estaban allí.

También estaba una docena de miembros de la prensa junto con camarógrafos de la estación local
de televisión. El gobernador, un candidato republicano para su segundo período, estaba de pie en
el podio y anunciaba que Dave Chapman sería el presidente de su comité financiero para su
campaña de reelección. Dave había conocido al gobernador por años, había sido auditor de los
libros de su firma textil. En su alocución de agradecimiento Dave dijo que es- piraba levantar dos
millones de dólares y que el gobernador debía ser reelegido porque estaba restaurando la
responsabilidad fiscal en el capitolio estatal. En casa después, mirando las noticias, Dave vio por
qué él era el hombre de las finanzas y el gobernador era el gobernador. "Traté tanto de parecer
responsable que salí cómo alguien torpe y chistoso", refunfuñó a Kay. Ella le embromó que ya se
estaba poniendo ambicioso, tratando de opacar al gobernador. Se rieron y se abrazaron y Kay le'
dijo cuán orgullosa estaba de él.

Todas las cosas consideradas, Dave hubiera podido morirse esa noche como el hombre más feliz.
El gobernador rechazó la primera oposición sin importancia, y. empezaron a encaminarse a la
elección. La batalla con su oponente demócrata prometía ser difícil, pero él encabezaba las
encuestas y tenía una buena organización. El' dinero estaba entrando; Dave estaba haciendo su
trabajo bien. Tanto, que se preguntaba si el gobernador iba a ofrecerle un cargo en su
administración. De todas maneras, estaba seguro de que todo eso sería bueno para sus negocios.
Dave mantuvo sus visitas a la prisión durante la campaña. Sin embargo, la penitenciaría no era la
misma institución que él primero había visitado dos años antes. La población carcelaria había
estado creciendo al 12 por ciento anual y el inmueble se había colmado al tope. El gimnasio había
sido acondicionado para dormitorio y ciertos salones habían sido acordonados de la misma
forma.
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Al final, aun la capilla de la prisión fue convertida en dormitorio. Los lugares para programas de
adiestramiento y talleres eran un premio. Solamente quienes tenían mejor conducta los
conseguían. Los presos más alienados y violentos se sentaban en sus celdas todo el día,
meditando con preocupación y poniéndose más y más furiosos. Dave podía sentir la tensión cada
vez que entraba por las puertas de la cárcel. Y la vio en los ojos de los presos. En el estudio bíblico
a los hombres les faltaba concentración; querían hablar de las condiciones de la cárcel. Pero tal
plática, si se permitía continuar, llevaría a las autoridades de la prisión a suspender el estudio
porque se estaba poniendo "demasiado político". No podía culpar a los hombres por sentirse
como se sentían, así que Dave habló con el alcaide un día acerca de las condiciones. El alcaide
amablemente le señaló que él no tenía ningún control sobre el hacinamiento; las cortes los
sentenciaban a ellos y él tenía que encarcelarlos.

"Y una mano firme es la única forma de manejar tensiones como ésta", dijo. A pesar de su mano
firme, el problema empezaba a amenazar. 'Cada semana parecía que los hombres tuvieran una
nueva protesta de la cual contarle a Dave. Un día decidieron sentarse en el piso de la cárcel; otra
vez diez presidiarios iniciaron una huelga de hambre, produciendo una lista de peticiones.
Mientras Dave hablaba con Fitzgerald después de uno en uno de los estudios bíblicos, el hombre
le escurrió entre las manos una hoja de papel. "¿Qué es esto?" preguntó Dave. "Esas son las
peticiones", dijo Fitzgerald suavemente. "Pensé que quizá usted podría telefonear a un periódico
y darles el informe". "Pues, tendré que pensarlo", dijo Dave. Después, decidió que exponer a la
prensa haría más daño que beneficio, Dave nunca había aprobado las huelgas. Por otra parte,
comprendía la frustración de los presos.

La única respuesta del alcaide a sus peticiones era encerrar a quienes encabezaban las protestas;
los ponía en celdas segregadas hasta que aprendieran a "manejarse" ellos mismos. La unidad de
segregación, donde los presos lucían como animales enjaulados y se les permitía salir sólo tres
veces a la semana a bañarse, podía reventar a cualquiera. ¿Qué se puede hacer? Dave no podía ver
una respuesta a corto plazo de interés masivo por parte de la legislatura, y eso parecía
inimaginable. Los reformadores de prisiones por lo común no son reelegidos. Entonces un
domingo por la noche Keith Marks llamó a Dave para decirle que el estudio del martes había sido
cancelado por el alcaide. "Dijo que las protestas han alcanzado un estado serio", le dijo Keith a
Dave. "Toda la unidad de segregación está en huelga de hambre, tirando su comida al corredor".
"Y ahora tienen encerrado a Louis", añadió Marks.

"¿Qué hizo Louis?" Dave estaba sobresaltado. "No estoy seguro de lo que hizo, ni si lo hizo". Están
poniendo a todo el que respira fuerte en segregación ahora. El alcaide está decidido a acabar con
esta cosa. Así que no habrá más estudios bíblicos por un tiempo. El alcaide piensa que se pusieron
muy políticos". "¿Todavía puedo visitar a los hombres?" pregunto Dave. "Sí, visitar está permitido.
Únicamente ningún tipo de reuniones". Cuanto más pensaba Dave en Louis en la unidad de
segregación, más le molestaba eso. La unidad estaba destinada para los penados más violentos y
peligrosos. Al encerrar a tales presos, el resto de los hombres quedaba protegido. O era la
justificación. Pero en realidad, la unidad de segregación era usada como castigo para cualquiera a
quien los guardas consideraban en desacuerdo. Algunos de los guardas, Dave lo sabía, preferían
reunir en manada ovejas medio entumecidas de un corral a otro en vez de enfrentarse con seres
humanos con emociones.
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Quieren quebrantar el espíritu de Louis, pensó. Quebrantar su espíritu qué lenguaje horripilante
acerca de un ser humano. Trajo a colación sus atribulados pensamientos a Kay mientras estaban
acostados y de nuevo durante el desayuno. Se puso tan frustrado y molesto mientras hablaba que
ella le sugirió que llamara al doctor Newman. ¿Quieres meterme en más líos?" le preguntó a ella.
"¿Por qué dices eso?" "Cada vez que hablo con ese tipo, a él se le ocurre algún nuevo proyecto
para complicarme la vida". "Dave, tú sabes que eso no es cierto", sonrió Kay. "El nunca te dice lo
que tienes que hacer". "No, pero de todas maneras, siempre parece que termino haciendo lo que
él quiere". Sin embargo, llamó al doctor Newman y le explicó la situación. Cuando eso sucedía, el
teólogo estaba planeando estar en la ciudad la semana entrante y le dijo que le gustaría que Dave
le hiciera un recorrido por la prisión si era posible.

Dave estaba bastante seguro de que como voluntario de confianza de mucho tiempo, podría
conseguir entrar a Newman. En realidad, estaba esperando con placer anticipado ser el guía del
recorrido de Newman, y una vez por lo menos, su maestro. Dave observó a Newman
cuidadosamente, recordando su propia reacción sacudida entre su primera visita. Newman
escuchó lo que Dave dijo, pero dio pocos indicios de lo que estaba pensando o sintiendo. Hizo
pocas preguntas. Dave mismo sintió la tensión mientras caminaban por los laberintos de los
corredores de concreto en la instalación principal de la prisión. Cuando pasaban las celdas,
hombres que conocían a Dave se acercaron a los barrotes deseosos de estrechar la mano. Varios
hombres le preguntaron si sabía que Louis estaba en la unidad de segregación. Después de haber
recorrido los talleres, los salones de clase, la capilla convertida en un incómodo dormitorio, Dave
le dijo a Newman que quería ver a Louis.

"Además, yo quiero que tú veas el centro de esta tensión". La unidad de segregación era una cárcel
dentro de la cárcel, con su propia instalación, pequeña, emparedada, para hacer ejercicio. Un
guarda los acompañó. Cuando llegaron a la puerta de barrotes, ésta se abrió y ellos entraron y se
detuvieron. La puerta se cerró de nuevo detrás de ellos; cuando ésta fue cerrada con llave, la
puerta delante de ellos sonó con un golpecito seco y se abrió y entraron a la unidad. La hediondez
dio contra ellos como una pared. Sólida, pútrida, era la hediondez del excremento humano, de la
orina, del humo de cigarrillo, y del sudor. La prisión siempre hedía, y la unidad de segregación
peor, porque los presos no podían salir. Pero esto fue lo peor con que Dave nunca se hubiera
encontrado. Cuando voltearon la esquina, vio por qué. El corredor escasamente iluminado estaba
obstruido por desperdicios.

A su izquierda había una pared alta con ventanas de gruesos vidrios en lo alto. Las luces
destellantes que inundaban el gastado patio relucían de un lado a otro, creando una matriz
espectral de luz y sombra. A su derecha había una pared de barras de acero que encerraba los
bloques de celdas de cemento. En la mitad, sobre el piso del corredor, estaba extendida una
basura maloliente cubierta de moscas. Un poco de ésta era reconocible como comida. Un poco
eran heces. Un poco había sido tirado contra las ventanas y todavía estaba ahí pegado. Un
movimiento sobre el piso sorprendió el ojo de Dave. Era una rata, engullendo ávidamente en la
porquería. El estómago se le movió de un tirón, agitándose. " ¿Por qué no limpian esto?" Preguntó
al guarda. "Ellos tiraron eso ahí", respondió el guarda. "Que lo limpien". "Pero ellos no pueden
limpiarlo.
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Ustedes solamente los dejan salir para bañarse dos veces a la semana, ¿no es cierto?" El guarda se
encogió de hombros. "El alcaide dice que cuando actúen como seres humanos, los trataremos
como seres humanos". Dave y Newman tomaron su camino de regreso por la hilera de celdas,
evitando cuidadosamente las pilas más obvias de porquería. La mayoría de los hombres estaban
echados sobre sus tarimas, fumando, mirando al techo o hacia algún punto invisible en el espacio.
Cuando reconocieron a Dave y a Newman, se pusieron de pie aturdidos, se acercaron a los
barrotes y extendieron sus manos para estrecharlas. "Hey, hombre, gracias por venir". "Hey, ¿qué
hacen por aquí? ¿No saben que esto es para animales?" La luz del edificio era demasiado brillante
para permitir un sueño reposado de noche, mientras durante el día las celdas eran demasiado
oscuras para leer. Dave se preguntó cómo alguien podría aguantar eso.

Y unidos al hedor tan rancio y fuerte que hería los senos nasales. Se detuvieron en la celda de un
joven con un cabello largo y liso, de una nariz afilada y protuberante. Dave lo presentó a Newman
como "Ray". "Ray es apache", dijo Dave, "y orgulloso de eso, ¿no es cierto Ray?" Ray apenas
asintió. Sus ojos eran dos semillas poseídas por pensamientos distantes. "Oye, Ray, ¿dónde está tu
hermano?" Preguntó Dave. "No lo vi". Una línea de dolor se vislumbró en los rasgos del preso.
Entonces, después de un momento silencioso, dijo, "Hombre, sé, tienes buenas intenciones. ¿No te
contaron lo de Hubert?" "No, no me contaron". "Hombre, pensé que por eso habías venido. Sabes,
Hubert se ha ido. Se ahorcó. Precisamente aquí abajo, hombre, ahí abajo en el cuarto piso". Ray se
inclinó y señaló el corredor en la dirección de la cual ellos habían venido. Dave permaneció en un
pasmado silencio mientras Ray continuó.

"Dave, ¿dijiste que este hombre era doctor? Quiero decir, ¿puede conseguirme algunas pastillas
para dormir? No puedo dormir. Si pudiera dormir creo que estaría bien. Pero ni siquiera puedo
cerrar los ojos. Les pedí pastillas a los guardas, pero ellos dicen que tengo que esperar hasta que
venga el doctor la próxima semana". Dave le dijo que Newman no era doctor en medicina, pero le
prometió ver si podía ayudar a conseguir algunas pastillas para dormir a Ray. Dijo algunas
palabras que esperaba fueran de aliento, después ofreció orar por Ray. El y Newman extendieren
una mano a través de los barrotes para sostener uno de los brazos de Ray mientras Dave oraba
brevemente. Ray permaneció con la cabeza baja, como un animal esperando para saltar a la
cabeza. Permaneció de esa forma aun después de que terminara la oración. Dave sacudió su brazo
levemente para llamar su atención.

"Regresaremos pronto, Ray. Oraré por ti". Se fueron en silencio, poniendo los pies
cuidadosamente, hasta que encontraron a Louis. Newman estrechó la mano de Louis, después dio
un paso atrás mientras Dave hablaba con él. Louis se mostró normal, cordial mientras hablaban,
entonces, "Dave, me parece que sería mejor dejar de hablar. El profesor. . . mejor sácalo de aquí".
Dave se volvió a Newman. Su tez estaba gris, sus ojos desenfocados, y su cabeza inclinada hacia el
piso. Dave lo agarró del brazo, y mientras se volvían al camino por el cual habían venido, Louis
soltó una carcajada sincera. "Oye, Dave, mira si puedes conseguir que alguno de los empleados
venga y limpie un poco. Ellos tratan, tú sabes, pero tienen la vista corta y se les escapan las cosas,
Hombre!" La atronadora risa hizo eco en el techo de concreto. Newman se recuperó a tiempo para
evitar tener nauseas, pero por varios minutos estuvo con las manos sobre las rodillas respirando
entrecortadamente.
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"Lo siento, Dave", dijo cuando se puso derecho. "Ese olor" El guarda los había hecho entrar al
complejo central, así Newman pudo respirar un poco de airé fresco. Muros gigantes los rodeaban,
y desde encima de ellos, poderosas luces brillaban sobre cada pulgada del agrietado concreto, La
única insinuación de vida era una escoria de hierba tratando de salir por entre aquellas grietas.
En un extremo del concreto estaba un aro de baloncesto sin red. "¿Así que es aquí donde hacen
ejercicio?" Preguntó Newman, mirando a su alrededor. "Pues, sí. Salen para venir aquí una vez al
día. No los tipos en segregación, usted entiende. Sino los otros. Aunque ellos no hacen mucho
ejercicio. Hay más de dos mil presos aquí, como para equipos bastante grandes". Dave señalo el
desnudo aro de baloncesto. "Entonces, ¿qué hacen?" Dave se encogió de hombros. "La mayoría de
ellos apenas se pasean.

Algunos son fanáticos del estado físico y trabajan lo mejor que pueden. Aquí es también donde
hacen sus negocios de droga. Permítame mostrarle algo". Dave llevó a Newman a una esquina del
complejo, a una sombra creada por el ángulo en el cual dos edificios en el cuadrante se
interceptaban uno al otro. "Aquí no pueden ser vistos. Los hombres me dicen que siempre hay
algún lugar como éste en cada prisión, un punto oscuro que los guardas no pueden ver desde los
muros . . . ¡Mira!" Dave se arrodilló y señaló al concreto. "Manchas de sangre. Aquí también es
donde se golpean unos a otros, y aquí es donde las violaciones ocurren a menudo. Newman se
arrodilló junto a Dave y miró la mancha mientras Dave decía, "no se puede lavar la sangre para
quitarla del concreto". Newman extendió su dedo, y cuidadosamente tocó la mancha. Después
retiró su mano de un tirón.

"Eso es sangre fresca", dijo. "Mira". Era apenas una mancha oscura, porque en el faro giratorio de
luz artificial que se reflejaba en el área sombreada no había color, sólo gris y negra. "Quizá de una
violación", dijo Dave en voz baja. Mirando en derredor vio otras manchas como ésa. Parecía
sangre fresca. Mientras Dave observaba, Newman se levantó y se apartó rápidamente, llegó a la
pared del edificio y la tocó con la palma de su mano extendida, después se volvió lentamente y
regresó. El estómago ya anudado de Dave se le enroscó más apretadamente con premonición.
"¿Qué vas a hacer con respecto a esto?" preguntó finalmente. "¿Respecto a qué?" Preguntó Dave.
"¿Respecto a la violación? Yo no puedo hacer nada. No sé lo que pasó aquí, ni a quién. Y a los
guardas no les importa. Ellos se figuran que los presos tienen que desquitarse la agresión en
cualquier parte, así que a más no poder, sobre otro preso.

Mejor que sobre ellos". "No, no hablo de eso", dijo Newman aquietado. "Hablo de las condiciones
aquí. No trataríamos a un perro de la forma en que estos hombres están siendo tratados". Dave se
encogió de hombros. "Estoy de acuerdo. Pero, ¿qué puedo hacer? He hablado con el alcaide y él
me echó a un lado". "Estás ocupando una posición bastante alta en la campaña del gobernador.
Debes tener alguna influencia con él". Dave se encogió de hombros otra vez. "No demasiada
influencia, en realidad. Aunque hablé con él de esto. Es difícil conseguir siquiera diez minutos,
pero finalmente lo hice. El dice que tiene en mente un comité cinta-azul después de la elección.
Dice que en realidad no podemos hacer nada sino hasta después de la elección". "Eso no va a
hacer nada", dijo Newman. Fue la única vez que Dave pudo ver disgusto en su rostro. "No,
probablemente no.

Le dije que me gustaría estar en el comité, pero no espero que éste haga grandes cosas. Al público
no le importa. A ellos no les preocupa y a los políticos tampoco. ¿Qué ventaja tendría? En efecto,
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cualquier político que enfoque un asunto tan impopular por lo general se quita sus oportunidades
de reelección". "'¿Qué si haces de esto una situación pública?" Preguntó Newman. "Ahora, quiero
decir. ¿No tendría el gobernador que hacer algo si lo pones al descubierto? ¿Su propio hombre de
las finanzas? ¿Antes de la elección?" De repente Dave se quedó sin palabra. Por su mente pasó
como un rayo el recuerdo de su aparición en televisión cuando el gobernador lo nombró para el
cargo; se vio a sí mismo como torpe, vacilante, muy recto. No se pudo imaginar en el papel de
defensor de la causa pública. "Ya; estoy haciendo mi parte, doctor Newman", dijo al sintiendo que
el pánico se trepaba por su cuello.

"Yo no soy político, soy contador. No puedo ir a la TV y poner al gobernador en su sitio. Soy
contador". "Pero eres alguien que conoce esta cárcel. La conoces tan bien como cualquiera. Y tú
sabes que algo anda mal aquí". "Mira, no sólo el gobernador me dejaría. También mis clientes.
Nadie quiere que un don nadie maneje sus libros". "¿Así que te olvidas de estos hombres? Salvas
tu propio pellejo y que se pudran y se mueran aquí". La voz de Newman ya no era calmada.
"Vamos", dijo lave descortésmente. "Tenemos que irnos". La desaprobación del teólogo fue
demasiado para él. "Hablar no hará ningún bien. Tenemos que salir de aquí. El guarda se va a
impacientar". "Dame un par de minutos, Dave", dijo Newman. "Quiero contarte algo, y quiero
contártelo bajo estas luces, rodeado por estos muros, junto a esta sangre. Después nos vamos y yo
me callo".

Dave vaciló, mirando nerviosamente alrededor mientras Newman empezaba su relato. "En el
siglo cuarto vivió un monje asiático quien había pasado la mayor parte de su vida en una remota
comunidad de oración, cultivando vegetales para la cocina del claustro. Cuando no estaba
atendiendo el lugar de su huerta, estaba realizando su vocación de estudio y oración. Entonces,
un día este monje, llamado Telémaco, sintió que el Señor quería que fuera a Roma, la capital del
mundo, la más concurrida, la más rica, la ciudad más grande del mundo. Telémaco no tenía idea
de por qué debía ir allí, y estaba aterrado de pensarlo. Pero cuando oró, la dirección de. Dios se
hizo claro. Cuán perplejo el pequeño monje debió haber estado cuando se puso en camino para la
larga jornada, a pie, sobre caminos polvorientos hacia el oeste, con todo lo que tenía sobre la
espalda.

¿Por qué estaba yendo? No sabía. ¿Qué hallaría allá? No tenía idea. Pero obviamente, fue.
Telémaco llegó a Roma durante los días de festival. Debes saber que los mandatarios romanos
mantenían los ghettos quietos en esos días mediante proveer pan gratis y el entretenimiento
especial llamado circo. En el tiempo en que Telémaco llegó, la ciudad también estaba
reventándose de emoción por la reciente victoria de los romanos sobre los godos. En medio de
esta jubilosa conmoción, el monje buscó pistas para saber por qué Dios lo había traído allí,
porque no tenía otra guía, ni siquiera a un superior de una orden religiosa para ponerse en
contacto con él. "Quizá, pensó, no es pura coincidencia que yo haya llegado en este tiempo de
festival. Quizá Dios tiene algún papel especial para que yo lo desempeñe. Así que Telémaco dejó
que las multitudes lo guiaran, y el torrente humano pronto lo llevó al Coliseo donde las
contiendas de gladiadores iban a ser puestas en escena.

Pudo escuchar los bramidos de los animales en sus jaulas debajo del piso del gran ruedo de arena
y el clamor de los contendientes preparándose para dar batalla. Los gladiadores marcharon a la
arena, saludaron al emperador, y gritaron: "Nosotros, los que estamos por morir, te saludamos".
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Telémaco se estremeció. Nunca antes había oído de juegos de gladiadores, pero tuvo una
premonición de violencia atroz. La multitud había venido para vitorear a los hombres que, por
ninguna razón distinta al entretenimiento, se darían muerte unos a otros. Vidas humanas se
ofrecían para espectáculo. Cuando el monje se dio cuenta de lo que iba a pasar, se dio cuenta de
que no podía sentarse tranquilo y mirar semejante salvajismo. Tampoco podía salir y olvidar.
Saltó por encima de la pared del perímetro y gritó, "En el nombre de Cristo, ¡absténgase de esto!"

La lucha empezó, por supuesto. Nadie le prestó la más mínima atención a la débil voz. Por eso
Telémaco bajó corriendo las escaleras de piedra y saltó al suelo arenoso. Fue una figura cómica,
un hombre huesudo en hábito de monje que pasaba corriendo hacia atrás y hacia adelante entre
musculosos, armados atletas. Un gladiador lo dejó arrellanado con un golpe de su escudo,
mandándolo directo a su asiento. Fue un gesto crudo, aunque casi amable. La multitud rugió. Pero
Telémaco se negó a parar. Se lanzó por entre el camino de aquellos que estaban tratando de
luchar, gritando otra vez. "En el nombre de Cristo, ¡absténganse de esto!" La multitud empezó a
reír y a aplaudirlo, pensando quizá que era parte del espectáculo. Entonces su movimiento
bloqueó la visión de uno de los contendores; el gladiador vio venir un golpe justo a tiempo.
Furiosa ahora, la multitud empezó a pedir a gritos la sangre del intruso.

"Atraviésalo", gritaban. El gladiador a quien había bloqueado levantó su espada y con una ráfaga
de acero hirió a Telémaco, acuchillándolo en el pecho y en el estómago. El pequeño monje dijo
con voz entrecortada, una vez más: "En el nombre de Cristo, ¡Absténgase de esto!" Entonces
ocurrió algo extraño. Cuando los dos gladiadores y la multitud fijaron la atención en la figura
inmóvil sobre la repentinamente enrojecida arena, el auditorio se fue quedando en un silencio
sepulcral. En el silencio, alguien de la primera fila se puso de pie y salió. Otro lo siguió. Por toda la
arena, los espectadores comenzaron a marcharse, hasta cuando el descomunal estadio quedó
vacío. Hubo otras fuerzas en acción, por supuesto, pero esa inocente figura tendida en el charco
de sangre cristalizó la oposición, y esa fue la última contienda de gladiadores en el Coliseo
romano.

Nunca más los hombres se mataron entre sí para entretener a la multitud en la arena romana".
Dave se recostó contra la pared del conjunto y miró al agrietado piso de concreto mientras
Newman terminaba su relato. Los romanos mataban hombres por diversión, pensó. Nosotros los
destruimos . .. ¿Para qué? . . . ¿castigo? . . . ¿o pretexto de rehabilitación? . . . ¿o de nuestras
ambiciones? . . . io.de nuestro temor? . . ¿O de nuestra obscena despreocupación? Pensó en Ray,
encerrado ahí bajo la sombra del lazo corredizo de su hermano; ¿qué se pagaba con ese
sufrimiento? Pensó en Louis, en Fitzgerald, en Rick, todos ellos tenían rostros. Eran seres
humanos. Dave miró la fila tras la hilera de ventanas. Vio los reflectores caer sobre ellas. Eran
como un anfiteatro de ojos, ojos que preferían no ver el circo aquí en el centro de la cárcel. "Muy
bien", le dijo calmadamente a Newman.

"No sé a dónde me va a llevar todo esto, pero haré lo que quieres que haga". Newman meneó la
cabeza. "No, Dave, no te estoy diciendo qué hacer. Yo no tengo las respuestas". Eso lo puso furioso.
" ¡Eso se desprende de lo dicho! Si no me has estado diciendo qué hacer, ¿qué has estado
haciendo? Quieres que salga en TV, haga discursos, me apoye, salte la pared y grite, "En el nombre
de Cristo, ¡paren!" "No, Dave. Quiero que hagas lo que Dios te diga que hagas. Te empujé
solamente porque no quiero que te encojas de hombros y ya, pero conociéndote, no puedes".
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Dave Chapman miró a su alrededor otra vez. El piso de concreto bajo sus pies no tenía respuestas,
sólo el charco de sangre. El cielo más allá de los reflectores estaba tan negro como una caverna.
No escuchaba voces. Nunca había escuchado voces. La disposición que había alcanzado cuando
Newman habló lo aterró.

Iba contra toda fibra cauta, conservadora de su cuerpo de contador. Amenazaba con destruir todo
lo que había logrado construir en su oficio y en su posición con el gobernador. Pero Newman
estaba en lo cierto. No podía encogerse de hombros y ya había llegado, muy lejos. Tenía que salir
de ahí, leer la Biblia, orar y buscar dirección. En ese momento pensó en el Salmo que David había
escrito a partir de sus años de experiencia: "Fui joven y ahora soy viejo, pero nunca he visto justo
desamparado ni a sus hijos mendigando pan". Y eso lo hizo pensar en todo lo que había llevado a
ese punto: en la tarde de verano en el pórtico cuando se encontró con Newman por primera vez,
en su despedir a Pelouze por sus errores con la cuenta de Fairway, en la restitución que hizo a sus
empleados, en su creciente compromiso con Rick y los otros hombres allí . . . y finalmente,
recordó el primer mandamiento que había encontrado en los Salmos, aquel del cual no estaba
seguro que pudiera afirmar haber obedecido: Defiende la causa del débil y del huérfano; Mantén
los derechos de los pobres y de los oprimidos.

Rescata al débil y al necesitado; Líbralos de la mano de los impíos. Newman se había vuelto y
estaba caminando hacia la puerta, y Dave Chapman clavó la mirada en su espalda mientras lo veía
alejarse. ¿Qué voy a hacer? se quejó. No sabía.

CON GRATITUD

Se hace notar en la sección sobre la iglesia que la vida cristiana no se puede vivir solo. Seguir a
Cristo es llegar a ser parte de una nueva comunidad. Lo mismo puede decirse acerca de escribir
un libro sobre la vida cristiana. Este nunca se puede escribir sobre el vacío; el autor está
inevitablemente influido por las vidas y escritos de otros. Un libro, por lo tanto, es una síntesis de
experiencias compartidas, y es ciertamente así en este caso. Amando a Dios surge de la enseñanza
y vidas de muchos, del pasado y del presente. Su preparación fue en buena parte un esfuerzo de
equipo. Mi estimado amigo R.C. Sproul abrió para mí toda una nueva visión de la majestad del
Dios a quien servimos. Por eso estoy tan agradecido a R.C., no solamente por esa inspiración, por
sus magníficos libros y cintas, sino también por su estímulo, y su crítica a este manuscrito.
También he tenido el privilegio de aprender de algunos de los grandes eruditos de nuestro
tiempo.

Richard Lovelace del Seminario Gordon Conwell, pacientemente fue tutor mío en los primeros
días de mi fe. Mis testimonios de compañerismo con Carl Henry, quien posee la rara combinación
de genio y humildad, Francis Schaeffer, Jim Houston, John Stott, Vernon Grounds. Dick Halverson,
y otros, me han enriquecido inmensurablemente. Y también he sido bendecido por estudiar y
alabar bajo dos excelentes pastores; Neal Jones, de mi propia iglesia, Columbia Baptist en Falls
Church„Virginia, y el doctor Charles Webster de la iglesia presbiteriana Moonings en Naples,
Florida. Al escribir el manuscrito, he sido asistido desde el comienzo por Ellen Santilli, una
talentosa joven escritora de la junta de la Confraternidad Carcelaria. Ellen hizo mucho de la
152
investigación, y con su hábil olfato de reportera sacó el material para los capítulos sobre la Casa
Agape y el juez Bontrager.

La asistencia de Ellen fue invaluable, tanto para bosquejar mucho de su propio material como
para redactar mucho del mío. Otros dos escritores ayudaron con partes del libro. Uno fue Harold
Fickett, cuyo talento para narrar historias me atrajo desde el principio cuando leí su maravillosa
colección de cuentos de entrenamiento, Mrs. Sunday 's Problem. Harold ayudó con la
investigación y los borradores de varios relatos. El y su asistente de investigación, David Voth,
fueron responsables de la poderosa historia de la iglesia en el Hanoi Hilton. El segundo fue Tim
Stafford. A comienzos de 1983, cuando el plazo del editor pendía ominosamente cercano y las
responsabilidades del ministerio estaban pesadamente sobre mí, Tim se dio a ayudar con las
fases finales de redacción. Su trabajo, particularmente en el capítulo de la crucifixión, fue
verdaderamente inspirado.

Pero el primer miembro del equipo fue la editora de Zondervan, Judith Markham. Judith custodió
este libro desde el crudo bosquejo hasta los rigores de cuatro borradores y el manuscrito final. Su
preparación para la publicación fue inspirada. Nunca perdió una vez la paciencia (proeza no
pequeña para alguien que tiene que enfrentarse con autores), me complació hasta cuando llegó el
punto donde supo que todo estaba bien, y no estuvo contenta con menos de nuestro mejor
esfuerzo. Pero fue un absoluto deleite trabajar con ella; nunca he conocido a nadie que pudiera
ser tan exigente de una manera tan fina. Como con mis dos primeros libros, completo esta tarea
con una renovada apreciación de familia y amigos. Patty fue mecanógrafa, revisora de pruebas,
crítica y sufriente silenciosa durante las largas horas que pasé encerrado en mi biblioteca. La
participación de Patty en mis libros, ministerio y vida es uno de los regalos más escogidos de Dios
para mí.

Así también quienes trabajan conmigo en la Confraternidad Carcelaria me han dado un apoyo
maravilloso. Gordon Loux, quien maneja el ministerio, ha llegado a ser a lo largo de los años no
solamente un amigo amado, sino un compañero para mí en todo sentido. Los últimos
vicepresidentes, Ralph Veerman y John O'Grady, tomaron sobre sí parte de mis cargas como si
fueran suyas para darme tiempo de escribir. Estoy especialmente agradecido con mi secretaria,
Nancy Niemeyer, por mantener día tras día los asuntos bajo control mientras yo estaba
escribiendo, así como por mecanografiar grandes partes del manuscrito junto con la secretaria de
Gordon, Janie Perdew. Y gracias especiales también para Jeanny Moody por su cuidadosa
investigación y revisión de hechos, y a Anita Moreland por leer el manuscrito. Estóy muy
agradecido con varios amigos que leyeron y criticaron el manuscrito: primero, a un autor a quien
respeto enormemente, Phillip Yancey, quien me dio tremenda guía; Mary Babcock; una amiga
íntima en Miami; Charlotte Cauwels, una instructora de la Confraternidad Carcelaria y esposa del
miembro de la junta Dave Cauwels; Lee LeSourd, mi querido amigo y editor de mis libros
anteriores; Carl Henry; David McKenna, presidente del Seminario Teológico Asbury; Elizabeth
Sherrill, la talentosa autora quien no solamente criticó sino también subrayó algunos capítulos así
como lo hizo para Nacido de Nuevo y Cadena Perpetúa; y Art Lindsley, quien no solamente criticó
el libro desde una perspectiva teológica sino asimismo preparó la guía de estudio.

Cuando escribo esto, hace exactamente diez años que visité a mi querido amigo, Tom Phillips,
cuando el escándalo de Watergate explotó a lo largo de la prensa de la nación. Aunque sentí una
153
horrible muerte interior, no pensé que estaba buscando espiritualmente. Pero mientras que la
explicación de Tom de que él había "aceptado a Jesucristo" me impactó y desconcertó, también
me puso curioso. El estaba en paz consigo mismo, algo que yo sin duda no. Tom me explicó todo
eso aquella noche sofocante de agosto. Yo no pude mostrar mucho interés, por supuesto, yo era
socio mayor de una poderosa firma legal de Washington, amigo del presidente. Pero cuando salí
de la casa de Tom, descubrí que 'Yo podía meter las llaves al encendido de mi carro. No podía
verlo, el "hacha" de la Casa Blanca, como me llamaban los periódicos, el ex-capitán de infantería
de marina estaba bramando muy duro.

Esa noche fui confrontado con mi propio pecado, no sólo las jugadas sucias de Watergate, sino el
pecado dentro de mí, el mal oculto que vive en cada corazón humano. Era doloroso, y no pude
escapar. Clamé a Dios, y me hallé llevado irresistiblemente a sus brazos que esperaban. Esa fue la
noche en que di mi vida a Jesucristo y empecé la más grande aventura de mi vida. Muchos
escépticos pensaron que eso no duraría, que no era más que una trama para ganar simpatía, una
conversión hipócrita. No los culpo. Si los papeles se invirtieran, yo hubiera pensado lo mismo.
Pero ni una sola vez en estos diez años he dudado que Jesucristo vive. No hay nada de lo que esté
más seguro. Y ni una sola vez he puesto el reloj a dar marcha atrás. Mis peores días como
cristiano (y hubo malos días, siete meses de ellos en prisión, para ser exacto) han sido más
realizados y provechosos que todos los días de gloria en la Casa Blanca.

Los años antes de mi conversión fueron muerte; los años desde entonces han sido vida y la
aventura de amar a Dios, el propósito de esa vida. Y también con cada día que pasa, mi gratitud a
Dios por lo que El hizo por mí, en el Calvario y esa noche a la puerta de la casa de mi amigo, cada
vez es más y más profunda. Así también, mi gratitud para todos quienes me han ayudado a lo
largo del camino. A Tom Phillips, quien me presentó al amor de Dios; a Doug Coe, Al Quie, Harold
Hughes, Graham Purcell, y a Fred Rhodes quienes me demostraron ese amor, a aquellos cuyos
escritos y enseñanza me han desafiado; a una amorosa familia que me apoya, a Gordon Loux y a
mis colegas en la Confraternidad Carcelaria que viven esto conmigo en los oscuros huecos de la
cárcel; y a los otros miles que han orado por mí y me han escrito, estoy profunda y eternamente
agradecido.

Charles W. Colson. Junio de 1983. P.O. Box 17500. Washington, D.C., 20041

RECONOCIMIENTOS ESPECIALES

Estoy agradecido por estos materiales y entrevistas de los cuales he dependido extensamente en
ciertos capítulos del libro. Capítulos 2-3: Alexander Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag, Harper and
Row, 1975. Véase parte IV, capítulo I, El ascenso. Capítulo 4: Las confesiones de San Agustín,
traducción al inglés de John K. Ryan, Doubleday, 1960. Capítulo 5: John W Montgomery, ed., God's
Inerrant Word: And International Symposium on the Trustworthiness of Scripture, Bethany
House, 1974. Véase el ensayo por R.C. Sproul. James Montgomery Boice, ed ., Does Inerrancy
Matter? Publicación del ICBI, 1979. R.C. Sproul, Knowing Scripture, IVP, 1977. Capítulo 8: Curtis
Mitchell, Billy Graham: Saint or Sinner, Revell, 1979. Mickey Cohen,ryn My Own Words: The
Underworld Autobiograpy of 'Michael Mickey Cohen, as told to John Peer Nugent, Englewood
Cliffs, N.J.: Prentice-Hall, 1975.
154
Estamos agradecidos por las entrevistas concedidas por Jim Vaus, J. Edwin Orr, George Wilson,
Suzy Hamblen, y Charlette Kvernstoen de la revista Decisión. Capítulos 9-10: Foy Valentine, Wilat
Do You Do After You Say Amen, Word, 1980. Theodore Plantinga, Learning to Live With Evil,
Eerdmans, 1982 (Por uno de los pocos libros que tratan de la naturaleza y orígenes del pecado y
del mal, y uno excelente sobre el tema, estoy especialmente agradecido al profesor Plantinga.)
Capítulo 14: Jerry Bridges, Pursuit of Holiness, Nav Press, 1982 (Estoy cargado de deudas a Jerry
Bridges; su muy legible libro sobre la santidad no sólo fue una invaluable referencia para este
libro, sino ayudó grandemente a mi propio entendimiento.) William Wilberforce, Real
Christianity, edición moderna editada por el profesor James Houston, Regal Books, 1982. Estoy
agradecido con el Senador William Armstrong por su buena voluntad para permitirme contar la
historia de sus vigilias junto a la cama de un amigo moribundo.

Con su acostumbrada modestia, Bill me dijo que no veía nada especial en lo que hizo; ni siquiera
les había contado a sus propios asesores de esta experiencia. También estoy agradecido con Orv
Krieger, Ken Hooker, Donald Adcox, Joyece Page, y Patti Awan por compartir sus historias.
Capítulo 16: Gracias especiales por Bill Bontrager quien abrió sus archivos y sin egoísmo
concedió muchas horas de entrevistas. Varios productores de cine han expresado interés en
comprar la historia de Bontrager. A pesar del hecho de que contarla aquí podía perjudicar las
oportunidades de Bill para vender los derechos, él graciosamente convino que la usáramos.
Estamos agradecidos a Harry Fred Palmer también por su cooperación. Capítulo 17: Francis
Schaeffer, Christian Manifesto, Crossway, 1981. El relato sobre Alexander Solzhenitsyn y el viejo
que hizo la señal de la cruz fue contado primero por Solzhenitsyn a un pequeño grupo de líderes
cristianos y después relatado por Billy Graham durante su teledifusión de año nuevo en 1977.

Ha sido vuelta a contar subsecuentemente, más públicamente por el senador Jesse Helms (R-NC).
Capítulo 18: Gracias especiales a Paul Cho y a sus libros. Capítulo 21: Estamos especialmente
agradecidos a los exprisioneros de guerra Norman McDaniel y James Ray por extensas
entrevistas; además el libro de Howard Rutledge, In the Presence of Mine Enemies, Revell, 1973,
fue extremadamente útil. Epílogo: La historia de Telémaco se encuentra en el libro de Leslie D.
Weatherhead It Happened in

ACERCA DEL AUTOR

"Ama al Señor tu Dios" es el mas grande de los mandamientos de la vida cristiana, pero en la
actualidad muy pocas personas creyentes y no creyentes han pensado alguna vez lo que en
realidad esto significa. En su Ultimo y excepcional libro el hombre que fundó el movimiento de los
"nacidos de nuevo" en la mitad de la década de los 70s hace resaltar los mitos creados por ese
mismo movimiento. Sus respuestas a esa pregunta no son las respuestas comunes y corrientes
que da la cultura cristiana Pop; pero si son respuestas enraizadas profundamente en la tradición
y la herencia de la fe cristiana, reflejando mas el pensamiento de personajes como: San Agustín,
Calvino, Bonhoffer y el de la madre Teresa, que pensamiento de los evangélicos modernos.
Amando a Dios demuestra aun a los más escépticos y duros de corazón, que la vida cristiana
demanda todo de sus profesantes, y que no se conforma con menos.
155
No tiene nada que ver con aquellos que predican un evangelio de sanidad y prosperidad, porque
Colson "sacude nuestras conciencias". Su llamado a amar a Dios esta en el mismo tono desnudo,
riesgoso y atroz como el llamado que Cristo hizo a esos, pescadores que dejaron sus redes para
hacerse cargo de cambiar toda la historia. El que lea este libro estará obligado a pensar, a sentir y
peguntar; y al final podría Heger a sentir que la demanda que hace el libro es mayor que lo que
este dispuesto a dar. El señor Charles Colson, nació en Boston, y ostenta títulos universitarios
otorgados por las universidades Brown y George Washington. Durante los años 1969 a 1973
sirvió como consejero especial al presidente Richard M. Nixon. Actualmente es presidente y
fundador de la organización "Confraternidad Carcelaria".

Es también el autor de los libros "Naci de Nuevo" y "Cadena Perpetua".

CENTRO DE LITERATURA CRISTIANA. APARTADO AÉREO 29720. BOGOTÁ, COLOMBIA. ISBN


958-9149-29-4. DIGITALIZADO POR ABEL RAÚL TEC KUMUL. DICIEMBRE 2008

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156
Tabla de contenido
DEDICATORIA ......................................................................................................................................................................................... 2
NOTA DEL AUTOR ................................................................................................................................................................................. 2
INTRODUCCIÓN / COMO COMENZÓ TODO ................................................................................................................................ 2
CAPITULO 1: LA PARADOJA .............................................................................................................................................................. 6
CAPITULO 2: EL MEDICO RUSO....................................................................................................................................................... 9
CAPITULO 3: FE & OBEDIENCIA .................................................................................................................................................. 14
CAPITULO 4: TOMA Y LEE .............................................................................................................................................................. 19
CAPITULO 5: ¿OTRO LIBRO MÁS? ............................................................................................................................................... 25
CAPITULO 6: WATERGATE Y LA RESURRECCIÓN ................................................................................................................ 28
CAPITULO 7: CREYENDO A DIOS ................................................................................................................................................. 35
CAPITULO 8: ¿UN GÁNSTER CRISTIANO?................................................................................................................................ 41
CAPITULO 9: ¿QUE PASO CON EL PECADO?............................................................................................................................ 49
CAPITULO 10: ESTA EN NOSOTROS ........................................................................................................................................... 54
CAPITULO 11: RECUERDA .............................................................................................................................................................. 60
CAPITULO 12: ESTUVIMOS ALLÍ ................................................................................................................................................. 67
CAPITULO 13: SED SANTOS PORQUE YO SOY SANTO ........................................................................................................ 70
CAPITULO 14: EL OFICIO COTIDIANO DE LA SANTIDAD.................................................................................................. 74
CAPITULO 15: … Y SU JUSTICIA.................................................................................................................................................... 81
CAPITULO 16: CONTRA MUNDUM.............................................................................................................................................. 86
CAPITULO 17: EL CRISTIANO RADICAL ................................................................................................................................... 99
CAPITULO 18: LA NACIÓN SANTA............................................................................................................................................. 106
CAPITULO 19: SUFRIMIENTO COMPARTIDO ....................................................................................................................... 112
CAPITULO 20: LA IGLESIA VANGUARDISTA ......................................................................................................................... 116
CAPITULO 21: ESTO ES MI CUERPO ......................................................................................................................................... 121
LA GUERRA AÉREA SOBRE VIETNAM DEL NORTE, 1966 .......................................................................................... 121
EL GOLFO DE TONKÍN, UN MES DESPUÉS ........................................................................................................................ 121
HANOI, EL MISMO AÑO............................................................................................................................................................. 122
SOLO, 1966-1970......................................................................................................................................................................... 122
EL CUERPO INVISIBLE .............................................................................................................................................................. 122
DOMINGO DE PASCUA, 1971 .................................................................................................................................................. 125
CAPITULO 22: VIDA Y MUERTE ................................................................................................................................................. 126
157
EPILOGO: EN LA ARENA: UNA ALEGORÍA ............................................................................................................................. 131
CON GRATITUD ................................................................................................................................................................................. 151
RECONOCIMIENTOS ESPECIALES............................................................................................................................................. 153
ACERCA DEL AUTOR ....................................................................................................................................................................... 154

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