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César Alberto Pineda Saldaña
cesar7alberto@comunidad.unam.mx
Resumen
Una interrogación ocupa a este breve escrito: ¿Qué enseña la filosofía? La cuestión se torna un
problema de segundo grado ya que pide a la filosofía pensarse a sí misma. Una lectura de
Heidegger puede ayudar a pensar dicha pregunta si concebimos el filosofar como un modo de la
cura (Sorge) del Dasein. Con todo, filosofar no es aún enseñar a filosofar; para ello solicita la
ayuda de otras dos operaciones, comunicar y aprender, dos giros que llevan la problemática a
los márgenes de la filosofía pues no queda claro si se mueven aún en el campo de ésta. Se
dibuja un tercer grado de complejidad: el que enseña filosofía debe pensarsu filosofíapara otro,
un modo del procurar (Fürsorge).
I. Filosofar
¿Qué enseña la filosofía? La gramática de la pregunta nos indica que hay un enseñante y algo
que es enseñado. Ahora bien, tanto en términos institucionales como de proyectos de vida, lo
enseñado es aquello a lo que tiende, o se espera que tienda, el aprendizaje; cuando se estudia
filosofía, ¿qué se quiere aprender?: filosofía. Así pues, en este particular caso, lo enseñante y lo
enseñado son lo mismo, filosofía. Una primera conclusión: enseñar filosofía es dejar que la
filosofía se muestre, se enseñe –se ponga en señas, señales, marcas o huellas que un Otro, el
estudiante, pueda ver.
Sin embargo, el “mismo” escrito arriba resulta problemático, pues si se tratase de una
mismidad simple, además de recaer decididamente en una metafísica de la presencia (Derrida,
2008), lo enseñado se mostraría ya de manera inmediata –sin mediación– con el enseñante, lo
cual significaría que filosofar es ya enseñar filosofía. La experiencia cotidiana nos da muestras
continuas de que no basta que el profesor de filosofía filosofe en voz alta, recite un monólogo o
lea directamente textos, para enseñar, dejar que la filosofía se muestre al estudiante –aunque
muy probablemente sí se muestre al profesor en su lenguaje. Ello simplemente nos pone al tanto
de la necesidad de una mediación y de que la identidad mentada en la filosofía que es lo mismo
enseñante y enseñado, tiene un carácter de ipse más que de idem (Ricoeur, 2006); una identidad
de mutua pertenencia, de Zusammengehören (Heidegger, 2008).
Antes de reflexionar sobre la mediación –lo que da a entender que hay algo más, no sólo
una dicotomía enseñanteenseñado– es necesario problematizar esta relación de identidad ipse
en que, con palabras de Ricoeur, la filosofía puede mostrarse a sí misma como otra en el proceso
de enseñanza. ¿Qué enseña la filosofía?, enseña, permite ver algo poniendo señales, marcas;
¿Qué es eso que enseña?, hemos dicho que la filosofía misma; ¿Qué es eso, la filosofía?
Es un cuestionamiento que ocupó a Heidegger; podríamos pensar, es frecuente hacerlo,
que la filosofía es un asunto de la razón, pero tal vez “esta afirmación sea una respuesta
demasiado apresurada y precipitada a la pregunta ¿qué es la filosofía?” (Heidegger, 2004, p.
32). Por otro lado, es igual o más dudoso ubicarla en un ámbito de lo irracional. Cabe la
posibilidad, Heidegger señala que es un camino posible entre otros, de que a lo que se refiera la
filosofía sea algo que “nos incumbe y nos afecta a nosotros los hombres en nuestra esencia”
(p.33). En efecto, al parecer, sólo el hombre filosofa.
La misma forma de la pregunta es ya significativa; ¿qué es la filosofía? tiene la estructura
de un preguntar ¿qué es eso? No sólo el objeto de la filosofía es griego, también lo es la manera
de preguntar, “el ente en el ser: esto fue lo que causó a los griegos el mayor de los asombros”
(p.44). Con ello se funda un modo de ser histórico inédito hasta ese momento y un modo de ser
particular de Occidente.
De esta manera, “la filosofía está de camino al ser del ente, esto es, de camino al ente con
la vista puesta en el ser” (p.46). Con Aristóteles llega a ser episteme theoretike, en referencia al
participio epistamenos, un hombre apto, competente o experto en algo, y a un poner a la vista.
Por el momento no es nuestro tema qué sea lo que la filosofía ponga a la vista –en Aristóteles
son las “causas primeras” y así el quid de lo puesto a la vista cambiará–; lo dicho nos permite
caracterizar, aunque sin intención de definir, de uno de los elementos de nuestra pregunta
inicial, filosofar es ser competente para poner a la vista.
Tenemos que “la filosofía es un tipo de competencia particular que permite aprehender el
ente con la mirada, poniendo a la vista lo que éste es en tanto que ente” (p.48). Sin embargo,
como quedó escrito arriba, filosofar no es aún enseñar filosofía; con lo avanzado podemos decir
que esto último tendría al menos dos componentes, a) poner a la vista de otro, estudiante(s), para
que b) a su vez sea competente para poner a la vista, los cuales corresponden respectivamente a
dos operaciones distintas, comunicar y aprender.
Si con Heidegger aceptamos que la respuesta a la pregunta ¿qué es la filosofía? consiste
en un corresponder a aquello hacia lo que está en camino la filosofía, es decir, el ser del ente,
“la correspondencia, en cuanto dispuesta y determinada afectivamente, se halla esencialmente
en un estado de ánimo” (p.57). Así pues, la enseñanza buscaría la provocación de una
disposición afectiva en otro, esto es, el estudiante, un estado de ánimo como el thauma o el
pathos de Platón; un asombro que se pierde en la era técnica, en la que formulas acabadas
resuelven toda estupefacción ante el mundo, la mayoría de las personas se asombra poco o nada
al decir que el agua es H2O.
En el thauma, el asombro, “en cierto modo retrocedemos ante el ente, ante el hecho de
que es, y de que es así y no de otro modo” (p.61). Dicho estado de ánimo no es una subjetividad
emotiva, concuerda con el encontrarse del “estado de abierto” en El ser y el tiempo, esto invita a
pensar la filosofía desde las particularidades del Dasein, el modo particular de ser del hombre.
Ahora bien, desde el primer momento que se enseña filosofía, es decir, se introduce a la
filosofía o algún ámbito específico de la misma y con mayor razón en el nivel de educación
superior, “tenemos ciertos conocimientos de aquello que hoy se considera filosofía” (Heidegger,
2001, p. 17) –esta idea resulta preliminarmente compatible con las nociones constructivistas de
que el estudiante sabe algo de inicio, no es una caja vacía. En este sentido hay un gesto similar
al de la pregunta ontológica en El ser y el tiempo, en la que tenemos previamente una
comprensión del ser al preguntar por él, la precomprensión que es condición de poder preguntar.
El equivoco al introducir, y diremos al enseñar filosofía, es que tenemos que ser
introducidos porque estamos situados fuera de ella. “pero no estamos en absoluto fuera de la
filosofía, y ello no porque acaso contemos ya con ciertos conocimientos de filosofía” (2001, p.
19). Introducir a la filosofía, y con ella su enseñanza, significa poner en marcha el filosofar,
entendido como “necesidad de nuestro ser más propio [...] he aquí que de nuevo necesitamos ya
conocer; hemos menester de una precomprensión de la filosofía” (p.20), un conocer como modo
de la cura (Sorge) –noción que recoge los existenciarios del Dasein.
Sin embargo, si todo quedase en dicha precomprensión –muchos sea han preguntado por
qué son las cosas sin ser filósofos profesionales, por ejemplo– no habría necesidad de enseñar
filosofía, ¿por qué enseñarla entonces?, en otras palabras ¿qué es diferente en el estudiante
después de que al filosofía le fue enseñada? Una respuesta preliminar, el lenguaje.
Más arriba se indicó que lo enseñado no se mostraba de manera inmediata en el
enseñante, esto significa que, eventualmente, se muestra; el lugar privilegiado en que se
muestran lo enseñado y enseñante, la misma filosofía, es el lenguaje, el lenguaje como casa del
ser. Para ampliar la caracterización previa diremos que la filosofar es ejercer, como un modo del
curarse de, la competencia de poner a la vista en el lenguaje. No sólo nombrar los entes, repetir
y enunciar en el lenguaje, por lo que, dicho como respuesta negativa, la enseñanza de filosofía
no consistiría en proporcionar datos y conceptos en tanto que conocimientos acumulables, “al
contrario: la posesión de conocimientos sobre filosofía es la causa principal de la errónea
suposición de que con ella se ha llegado ya a filosofar” (p. 20).
Tenemos entonces que el filósofo de profesión “se cura de” su competencia de poner a la
vista en el lenguaje, una relación de conocimiento que en tanto cura (Sorge) es una disposición
relativamente a la filosofía –o alguna región de entes observados por ella. Sin embargo, para
mostrar a otro, enseñar en situación áulica, tiene que curar para otro, procurar (Fürsorge) la
competencia de poner a la vista –no puede hacerlo sin provocar la precomprensión filosófica
del alumno–; no sólo mostrar y demostrar al alumno, sino lograr que llegue a filosofar con la
afección radical del thauma, provocando con el lenguaje para construir (otro) lenguaje a
propiado por el estudiante. En este punto el profesor realiza una operación que va más allá del
filosofar.
II. Comunicar
Por ser relativamente al mundo en un “estado de abierto” –imprescindible para cualquier
forma de conocimiento y cualquier “ser con” (Mitsein) con otros–, el Dasein es en esencia
“curarse de”, que se entiende como llevar a cabo, despachar, liquidar algo, procurarse algo
(Heidegger, 1971), todas ellas caracterizaciones si bien no definiciones de la cura. Ahora bien,
la situación del aula implica ser con otros y enseñar, mostrar para otros; en el Mitsein,
existenciariamente constitutivo del ser en el ser en el mundo, los otros son otros “seres ahí” por
lo que “'de' estos entes no 'se cura', sino que se “procura por” ellos (1971, p. 137).
El Fürsorge tiene dos posibilidades extremas, “puede quitarle al otro su 'cura', por decirlo
así, poniéndose en su lugar, sustrayéndose a él en el 'curarse de'” (p. 138), de esta manera el otro
recibe algo acabado y a su disposición, sin que se provoque a su preinterpretación; en la otra
posibilidad se le anticipa al otro en su “poder ser” existencial, “ayuda al otro a 'ver a través' de
su cura” (p. 138). En el primer sentido hay una educación lineal, de reproducción, mientras que
la segunda significaría ayudar a “ver a través” de la propia cura del alumno, es decir su
particular poder poner a la vista.
En este proceso se apela al “estado de abierto” del estudiante, una disposición
prefilosófica que habita en el “poder ser” del hombre, sin embargo resulta “enigmático cómo
pueda abrir al otro en cuanto tal el 'ser' del 'ser ahí' 'relativamente a sí mismo'” (p. 141). En el
proyecto de Heidegger no se encuentra explícitamente diluscidar cómo ello sea posible; aquí
designaremos comunicación a la operación por al cual un Dasein “abre” a otro en su particular
“poder ser”, con lo que procura un ser relativamente a algún referente –la filosofía ene ste caso.
Ahora es necesario describir qué se procura.
El “curarse de” propio del filósofo es un permitir ver en el lenguaje; y el lugar donde se
“permite ver” es el lenguaje, la escritura en tanto que proposiciones. Proponer: poner en,
delante de, poner lo ente delante del Dasein. Formular una proposición “tiene siempre ya por
base el 'ser en el mundo' [...] ha menester de un ver previo” (p. 175) que tiene un carácter de
síntesis: syn (con, unión), thesis (proposición). Si seguimos lo anterior esta proposición, síntesis,
se ha de procurar para otro, se requiere llegar entonces a una protesis, que es como aquí se
entenderá de manera general la comunicación.
No estamos ante una operación simple, no se trata de un contacto de conciencias en que
una síntesis es representada –metafísica de la presencia–, transferida sin variaciones, no es “un
transporte de vivencias, por ejemplo, opiniones y deseos, del interior de un sujeto al interior de
otro” (p. 181), en cuyo caso toda comunicación sería siempre inmaculada y sin lugar a dudas. El
mismo Heidegger intuye la complejidad del tema, “tiene que comprenderse el fenómeno de la
comunicación en un amplio sentido ontológico” (p. 181).
La comunicación no es el tema central de este texto, así que será pertinente reflexionar al
respecto en otro lugar, por el momento es necesario ubicar su lugar en el proceso de enseñanza
de filosofía. La cura se constituye a partir de tres elementos estructurales que apuntan hacia el
problema del tiempo, estos son el “preserse”, “seryaen” y “ser cabe”. Si la comunicación se
caracteriza como Fürsorge, procurar en la protesis, los tres éxtasis temporales deben “abrirse
para otro” en la comunicación.
Heidegger no lleva más adelante, no se propoen hacerlo, las consecuencias que su
planteamiento pueda tener para una teoría del signo o una teoría de la comunicación. Un
valioso puente teórico para comprender la comunicación en un marco ontológico nos lo puede
proporcionar la semiótica de Charles S. Peirce; las nociones de Firstness, Secondness y
Thirdness, entendidos en general como posibilidad, existencia y ley respectivamente.
La comunicación en tanto que requiere un signo como protesis para permitir ver a otro,
estudiante(s), para procurarle una disposición y proposición filosófica, puede caracterizarse
como un triple encuentro de dos instancias que podemos llamar Ego y Alter (Martín, 1982;
Luhman, 1998) con un objeto de referencia, en el cual son puestas en juego dos primeridades,
secundidades y terceridades. Se juega con objeto, representamen e interpretante; este último no
es un sujeto, actor o persona, se trata de un tercer signo que correspondería en nuestro caso a lo
aprendido.
La comunicación no es una síntesis nueva, una reunión ideal de dos conciencias
separadas; parece operar como el margen de una tangente, con la différance, en la que “es
preciso que entre dos elementos otros se produzca, activamente, dinámicamente y con una cierta
perseverancia en al repetición, intervalo, distancia, espaciamiento” (Derrida, 2008, p. 44).
Aún así, más allá de la tangente, es de esperarse algún tipo de resolución en Alter,
relativa al referente a propósito del cual se procura, al “abrirse” al referente, Alter no puede
permanecer idéntico; una resolución que “es posible como más peculiar 'poder ser' en el uno”
(Heidegger, 1971, p. 325). Más allá de la comunicación porque corresponde al peculiar “poder
ser” del estudiante. Si la protesis provocó la puesta en marcha del filosofar en el alumno, éste
aprendió a “permitir ver” propio del “curarse de” de la filosofía.
III.Aprender (la filosofía alter/iterada)
Comunicación y aprendizaje son operaciones –al margend e la filosofía. “Por operación
habrá de entenderse, de la manera más general, la producción de una diferencia. Todo lo que se
peude designar como entidad sufre un cambio de estado después de que ha acontecido una
operación” (Torres, 1997, p. 188). Se dijo arriba que en el “abrirse” no puede esperarse la
identidad como mismidad. El cambio en el estudiante consiste en “procesos de reorganización a
través de los cuales se desarrolla el conocimiento” (García, 2000, p. 83)
El aprendizaje es una diferenciación, el que aprende cambia, aprender es aprender. No es
un cambi físico sino un cambio en la disposición de conocimiento, que “entendido de amnera
extremadamente formal, significa emplear distinciones” (Torres, p. 197). La significatividad
habita en el distinguir –comienza en su grado más simple distinguiendo épocas, proposiciones,
nombres.
Y es una distinción también de lo enseñado, la filosofía, que es apropiada en el
aprendizaje por el alumno, aquí “'apropiarse' no quiere decir imitar, sino 'transformar para sí'”
(Ardoino, 2005, p. 19), es decir un apropiar como un “sacar” de lo propio, idéntico y mismo. El
estudiante en este sentido es “negatricidad”, entendida como “la capacidad que todo ser vivo
humano tiene de poder desarmar las estrategias que epsan sobre él, a través de su propia
contraestrategia” (p. 31).
Se enseña filosofía, se aprende filosofía; pero aquí también interviene una identidad ipse,
lo aprendido no es ya lo enseñado es un otro, un tercer signo denominado “interpretante” en
Peirce. Es un diferir, pero no simplemente una distinción contrapuesta a la amnera de la
dialéctica; lo aprendido no es simplemente un “nuevo” signo original, no hay priginal.
La enseñanza/aprendizaje, en tanto proceso de significación se entiende como un juego
formal de diferencias, “el juego depende así de la huella que sólo existe para otra huella y no
hay ninguna que sea primera” (Peretti, 1989, p. 72). Resulta una violencia simbólica tanto el
aprendizaje vertical centrada en el profesor como aquel centrado en el estudiante, término
popular en fechas recientes.
Estamos ante una iterabilidad de la filosofía, iterabilidad –itara, “otro” en sánscrito–
como posibilidad de que el signo produzca su perpetua alteración. Cuando el estudiante llega a
filosofar se cierra un círculo, volvemos pues, al filosofar; no como principio originario, sino
como reiteración de las huellas y señas propuestas (enseñadas) por los maestros que cada
quien tiene en su vida; al mismo tiempo como filosofía siempre otra, iterada, alterada.
Referencias
− Ardoino, Jacques. (2005). Complejidad y formación. Pensar la educación desde una mirada
epistemológica. Buenos Aires: UBA
− Derrida, Jacques. (2008). Márgenes de la filosofía. Madrid: Cátedra.
− García, Rolando. (2000). El conocimiento en construcción. De las formulaciones de Jean
piaget a ala teoría de sistemas complejos. Barcelona: Gedisa.
− Heidegger, Martin. (1971). El ser y el tiempo. México: Fondo de Cultura Económica.
− . (2001). Introducción a la filosofía. Madrid: Cátedra.
− . (2004). ¿Qué es la filosofía?. Barcelona: Herder.
− . (2008). Identidad y diferencia. Barcelona: Anthropos.
− Luhmann, Nikklas. (1998). Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general.
México: UIA.
− Martín, Manuel (1982). Teoría de la comunicación I. Epistemología y análisis de la
referencia. México: UNAM ENEP Acatlán.
− Peretti, Cristina de. (1989). Jacques Derrida. Texto y deconstrucción. Barcelona: Anthropos.
− Ricoeur, Paul. (2006). Sí mismo como otro. México: Siglo XXI.
− Torres, Javier. (1997). Lineamientos para la comprensión de un nuevo concepto de sistema
(La perspectiva de Niklas Luhmann). En: García, Rolando (coord.). La epistemología
genética y la ciencia contemporánea. pp. 185201. Barcelona: Gedisa