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UNIVERSIDAD ADOLFO IBÁÑEZ

FACULTAD DE PSICOLOGÍA

MAGISTER CLÍNICO EN PSICOLOGÍA ANALÍTICA JUNGUIANA

GRUPO DE DESARROLLO C.G JUNG CHILE (IAAP)

TRANSFERENCIA-CONTRATRANSFERECIA Y TIPOLOGÍA
EN UN CASO CLÍNICO

TRABAJO FINAL

SEMINARIO-TALLER: TEORÍA Y TÉCNICA EN PSICOLOGÍA ANALÍTICA


I Y II
PROCESOS TRANSFERENCIALES Y TIPOS PSICOLÓGICOS

DOCENTES: Ps. CLAUDIA GREZ VILLEGAS


Ps. ARLETTE GILLET
Ps. GUILLERMO ABALOS

FECHA: SEPTIEMBRE-DICIEMBRE DE 2009

ALUMNO: SANTIAGO ASTUDILLO


FECHA: ENERO DE 2010
INTRODUCCIÓN.

Transferencia-Contratransferencia y tipología son nociones complicadas y sin

embargo indispensables en la dimensión práctica de la Psicología Analítica; el

complicado proceso de las relaciones interpersonales e intrapsíquicas que incluyen

los matices y acentos más variados de las características de la personalidad se

ponen en juego, se actualizan y vivencian en el espacio terapéutico. Tanto el

denominado campo transformativo, como el mapa tipológico son esquemas útiles

para aproximarnos a una descripción de lo que ocurre en y entre la consciencia y el

inconsciente del paciente y el terapeuta; pero por la misma naturaleza de estos

fenómenos, en gran parte inconscientes, la consciencia requiere para

aprehenderlos, a más de considerables esfuerzos y esquemas intelectuales, una

cierta disposición al diálogo con lo inconsciente, el reconocimiento constante de la

propia sombra, y muchas veces la ayuda de un supervisor o un terapeuta, además

de los fenómenos de sincronicidad.

El presente trabajo constituye un conjunto de reflexiones y criterios sobre la

transferencia, contratransferencia y la tipología en un caso clínico específico, que

me hizo resonancia durante las lecturas correspondientes a los seminarios. Mi

objetivo es contrastar y enlazar ciertas formulaciones teóricas con experiencias

relativas al caso en cuestión como formulaciones hipotéticas para responder a la

interrogante sobre el origen de los fenómenos experimentados. Dada la dificultad de

esclarecer ambos temas a la vez el trabajo consta de dos análisis separados del

mismo caso desde las dos perspectivas, por lo que me permito también sobrepasar

un poco el número máximo de páginas del formato.


DESARROLLO.

Antecedentes

El caso que a continuación describo lo vivimos hace más de dos años, en la clínica

para adicciones en las cercanías de Quito en la que trabajé antes de venir a Chile,

carezco de los registros, informes y trabajos creativos del paciente disponiendo de

mis recuerdos e impresiones para exponerlo. Se trata de un varón de 22 años

aproximadamente, al que llamaré E, que ingresa para el tratamiento de adicción a

sustancias como motivo de consulta, viene de Londres aparentemente con ese

propósito pues los tratamientos allí son sumamente costosos. La madre, con la que

E vivía junto a su hermana menor (15 años aprox.) y su padrastro, permanece casi

todo el internamiento en Inglaterra y se comunica conmigo por vía telefónica pocas

veces; son emigrantes de un estrato social medio bajo que fue mejorando con los

años. E fue persuadido a venir, sin posibilidad de retorno, debido a sus

antecedentes delictivos desde la adolescencia: robo de vehículos, posesión de

drogas, pandillas, violencia intrafamiliar, etc. por los que había pasado por diferentes

correccionales, cárceles y por una institución psiquiátrica en la que le diagnosticaron

esquizofrenia paranoide. Su familia fue sumamente disfuncional, el padre diabético,

alcohólico (combinación autodestructiva) dependiente, su madre depresiva y

violenta, en un intento de suicidio intentó envenenar al paciente en su niñez. La

relación parental intermitente, inmadura y violenta terminó cuando el paciente tenía

8 años con el viaje de la madre y los hijos y la promesa, nunca cumplida, del padre

de unirse con ellos al poco tiempo.

E refería, con rostro casi siempre inexpresivo, mirada perdida y hablar lento cómo

fue iniciándose en las pandillas de Londres, cuyas oscuras iniciaciones incluían


rituales de sangre y magia; aprendió a traficar, manejar armas, robar automóviles,

consumía todo tipo de drogas entre las que destacaba por su frecuencia la heroína

fumada y la meta anfetamina. Relataba con una mezcla de indiferencia con asombro

los asesinatos cometidos como si no se tratara de su historia. También experiencias

alucinatorias de levitación, ángeles vengadores y demonios. Tuvo escasas

relaciones de pareja y amistades.

La primera impresión que tuve del paciente fue agradable, hablamos de su afecto

por su hermana (al tiempo encontré que era el único afecto consciente positivo), de

cómo practicaba Yoga, cosa en la que simpaticé, y al escuchar el diagnóstico de

esquizofrenia paranoide afirmé que no era así ya que él sentía afecto por su

hermana. De alguna forma, gracias a mi ingenuidad o a su lucidez en ese momento

(o ambas cosas), se estableció un rapport aceptable; no quise darme cuenta de la

gravedad de su estado psíquico, queriendo creer que sus relatos eran fantasías

manipulatorias (bastante frecuentes en adicciones) lo traté suponiendo en él una

estructura del yo más fuerte, hasta que intenté un ejercicio de imaginación bastante

intenso que consiste, básicamente, en que quien ha asesinado entierre a sus

muertos. E, no pudo realizarlo, comenzó a descompensarse y tuve que suspender el

ejercicio desviándolo a otro tipo de técnicas. A partir de ahí comencé a darme

cuenta de su estado cercano a la psicosis. En las reuniones interdisciplinarias

encontramos que su comportamiento se volvió mas retraído e inestable, la psiquiatra

le prescribió medicación que por un lado su familia no proporcionaba y por otro E se

negaba a tomar alegando, con algo de razón, que lo aturdían. En las sesiones con

él comencé a sentir miedo, experimenté fuertes fantasías de que quería hacerme

daño, con base en ciertas insinuaciones de su parte, también yo tenía la fantasía de


que él era un maestro iluminado, era una fuerte impresión que, sin embargo y con

asombro, podía contrastar con la situación objetiva. E me contaba sueños en los

que aparecía mi imagen, no quise prestarles atención. Trabajando en mi propio

proceso terapéutico con la estructura del yo, comencé a manejar mejor el miedo y el

rechazo que sentía, que nunca desparecieron del todo, y enfoqué la terapia en el

fortalecimiento de la consciencia del paciente. Llegó a mis manos un artículo de

Jung en el que recomienda para las psicosis un intenso trabajo racional e

intelectual-pedagógico con el paciente explicándole la fuerza de sus pensamientos

inconscientes y preparándolo para su irrupción en la consciencia, dimos espacio

para el dibujo libre, en un formato grande, trabajamos el mito de narciso en

ejercicios con el reflejo del agua; E se mostró abierto a estas explicaciones y

presentó cierta mejoría para mi sorpresa, comenzó a identificar sus ideas delirantes,

a establecer una especie de diálogo con ellas. Se hicieron un par de reuniones con

la madre que pudo viajar casi al final de su tratamiento (que duró 7 u 8 meses

aprox.) que se encargó, como alternativa al tratamiento psiquiátrico, de llevarlo a un

tratamiento homeopático. Reaccionó bien ante la muerte de su abuela paterna, a la

que entiendo, sin más explicaciones racionales, como una sincronicidad favorable

para su consciencia.

El pronóstico respecto a la adicción era malo, pues el paciente, sin otra alternativa,

salió a vivir junto a su padre y tíos alcohólicos en un ambiente muy desorganizado,

casi tribal. Pero pese a toda adversidad el paciente pudo sostenerse con una

especie de fortaleza parecida a la de Hércules y llevar el seguimiento de manera

estable por algunos meses; desconozco su estado actual. Lo ocurrido durante la


terapia me parecía igualmente incomprensible hasta encontrarme con las lecturas

del seminario sobre la transferencia.

Reflexiones sobre la transferencia y contratransferencia en el caso.

Por medio del registro de la forma como el paciente lo hace sentir, el

analista puede retroceder hacia la comprensión por parte del paciente de

los conflictos pasados no resueltos que está transfiriendo a las

relaciones presentes (Ulanov, 1984, p. 68)

Me tomó mucho tiempo comprender algo de lo que había pasado en este proceso: E

me hacía sentir amenazado, como si quisiera hacerme daño; considerando la

historia vital, con la experiencia afectiva negativa de una madre depresiva, disociada

hasta el punto de la actuación suicida y homicida con sus hijos, considero que, de

alguna manera, E me transmitió en la sala de terapia, ese pánico primordial y

desesperación que experimentó, supongo que constantemente, en la temprana

infancia, hasta el punto de suprimir sus afectos casi por completo; me pregunto

ahora el impacto de semejante experiencia (como condición habitual a lo largo del

tiempo) sobre el desarrollo de la fisiología neuroendócrina de éste niño, y se vuelve

comprensible el desarrollo de la psicosis y la adicción a los opiáceos. Con respecto

al plano Psíquico se vuelve también comprensible que, para sobrevivir en un mundo

completamente hostil, desarraigado de la experiencia de cualquier símbolo positivo

de desarrollo: afectos materno y paterno, abuelos, familia, patria, idioma, etc. el Yo

de E le haya cedido el control de la voluntad y la consciencia al aspecto más oscuro

del inconsciente, la madre asesina, Medea, Kali, la bruja, etc.


Una frase dicha en clases resume éste aspecto de la transferencia: Lo que al

paciente le pasa conmigo le pasa consigo mismo. El miedo y el rechazo que me

generaba, a pesar de, gracias a, y más allá de mis propios núcleos paranoides, era

la expresión de su situación más íntima: el rechazo de sí mismo, la auto negación

del complejo materno negativo a su ser, a su derecho a la vida, que lo llevaron al

margen de la sociedad y de la consciencia buscando refugio en la heroína y la

espiritualidad retorcida de las pandillas-secta del bajo mundo de Londres.

¿Qué ocurrió en este proceso? ¿A qué se debe la mejoría del paciente al menos por

un período mediano de tiempo?

Aún admitiendo que la cura es, en ultimo análisis, un misterio, la revisión

criteriosa de aquello que aparece a través del proceso, nos puede

ayudar a tornarnos más competentes en nuestra asistencia y

participación en el ritual (Groesbeck, 1975, pág. 3).

Utilizando el esquema junguiano de la transferencia para entender algunos de los

diversos aspectos del caso encontramos que el trabajo técnico podría inscribirse en

el eje de de la consciencia de terapeuta y paciente (CC-CC); hubo colaboración de

ambos en ese sentido. El esfuerzo creativo y cognitivo encaminado hacia el

desarrollo de la consciencia es apropiado especialmente en el caso de las psicosis,

de hecho la habilidad artesanal de E, en especial para el dibujo, y su inteligencia

sirvieron como contenedores del delirio y espacio para la incubación de la

consciencia, como el mismo Jung dice:


La terapia intenta fortalecer la consciencia; siempre que resulta posible

intento animar al paciente a desarrollar una actividad espiritual y a

desarrollar mediante la comprensión la masa confusa de su espíritu para

proporcionarle un lugar au-dessus de la mêlée. (Jung, 2006, pág. 253).

El eje CC-ICC del terapeuta tuvo que ser trabajado en tanto me fue necesaria

supervisión y elaboración terapéutica del caso, pues no encontraba suficientes

recursos conscientes ante los contenidos masivos y violentos de los ejes CC-ICC e

ICC-ICC entre paciente y terapeuta respectivamente. Abordar mi propia necesidad

de afirmación de la consciencia con respecto al inconsciente, el reconocimiento del

aspecto herido del arquetipo del sanador herido (Groesbeck, 1975), probablemente

contribuyó para movilizar el proceso en una dirección favorable en el eje CC-ICC del

paciente que le ayudó a diferenciar y establecer cierta tensión y diálogo con los

poderosos influjos de su inconsciente. Mi fantasía de que E era un maestro

iluminado, a más de un aspecto delusorio de la relación terapéutica (Jacoby, 1884)

pudo ser también una señal de la unificación de los términos opuestos en las

polaridades arquetípicas que se jugaban en la relación: Paciente-terapeuta,

sanador-herido, cuerdo-loco, maestro-discípulo, etc. En realidad aprendí, y aprendo

hasta este momento, de la experiencia con E un aspecto de las psicosis que

simplemente no se puede encontrar en los libros, me vi en la necesidad de ayuda

terapéutica como paciente, mientras él se permitió acceder a un grado de cordura

que le permitió mejorar.


Desde luego que fue un proceso muy difícil, cada experiencia con E en el

consultorio me resultaba desagradable pero había que continuar:

El analista “toma para sí” la enfermedad y las heridas del paciente y

comienza a experimentar, de manera más plena el lado herido de la

imagen arquetípica. Esto a su vez, activa sus propias heridas, su

vulnerabilidad a la enfermedad en un nivel personal y/o en conexión con

la imagen arquetípica del curador herido. (Groesbeck, 1975, pág. 17)

Concuerdo con el texto de Groesbeck en el sentido de que es muy difícil determinar

en dónde terminaba mi propia herida y comenzaba la del paciente. Ahora tengo la

impresión de que, de alguna manera, incluso a regañadientes de mi Yo, pude

acompañarle en el sufrimiento que llevaba consigo desde niño; lo compartió

conmigo en este espacio hermético en lo que ahora entiendo que también es la

coniunctio alquimica, que no solo ocurre entre la consciencia e inconsciente de cada

individuo sino que se experimenta en niveles intersubjetivos en la relación de

transferencia-contratransferencia (Jung, 2006).

Reflexionando sobre lo expuesto, surge ahora la interrogante sobre hasta qué punto

es adecuado para el terapeuta involucrarse con la enfermedad del paciente, y si

éste involucrarse depende en alguna medida de la voluntad consciente del

terapéuta:

Al mismo tiempo que precisa estar suficientemente próximo para

involucrarse, y ser movilizado y estar atento a sus propias heridas […] no

puede a su vez perder de vista ni los peligros de inflación, ni sus propias


limitaciones, ni incluso la posibilidad de su muerte. Es exactamente en

estas condiciones que la imagen del sanador herido puede ayudarlo más

y mejor. Él estará en mejores condiciones si la cura fuese entregada a

Dios. (Groesbeck, 1975, pág 18)

Tomando en cuenta también el criterio junguiano:

Cierta influencia sobre el médico es inevitable, así como cierto trastorno

o daño a su salud nerviosa. Al fin y al cabo el médico “se hace cargo” de

la dolencia del paciente y la comparte con él. Por eso está en peligro y

tiene que estarlo. (Jung, 2009, pág 166)

¿Cuál es el punto en que la afección de un paciente es demasiado intensa como

para que el terapeuta la maneje, y deja de ser un llamado a la confrontación con el

propio inconsciente? El mismo Jung ilustra este tipo de situaciones en la

psicoterapia con la imagen del paso entre Escila y Caribdis. En el proceso con E,

además de las medidas de seguridad del internamiento y el enfoque

multidisciplinario, experimenté cierto impulso a seguir adelante sin comprender que

el miedo que experimentaba era en parte su miedo, tratándose en parte, eso creo,

del fenómeno de transferencia que Fordham entendería como sintónica: Muchas

veces los sentimientos de CT. Son una mezcla de ilusorio y sintónico, al mismo

tiempo proyeccion inconsciente y verdadera percepción (Jacoby, 1984, pág 3). Aquí

entra en juego la dimensión ICC-ICC de la relación terapéutica. Considero que en la

relación de transferencia surgió de mí1, a pesar del miedo y rechazo, un impulso

maternal positivo, lo suficientemente bueno, que permitió contener el aspecto

1
Aunque, como estamos hablando de un proceso psíquico del inconsciente colectivo, donde predomina
ya no la consciencia sino la patricipation mistique, probablemente no surgió de mí sino de la relación de
trasferencia misma, manifestándose a través de mi el arquetipo de La gran Madre.
destructivo del ánima de E y le permitió acceder a un proceso incubatorio que le

brindó con el tiempo cierto nivel de maduración:

A través de la transferencia, el analista puede tornarse la Gran Madre y

el deseo de ser cargado y alimentado por ella puede ser vivenciado

hasta cierto punto […] La psique, aparentemente, desea compensar

alguna cosa a través de la transferencia, y, de esa forma, se constela un

arquetipo que envuelve al analista y al analizado. (Jácobi, 1984, pág 13)

De hecho, haciendo una retrospectiva del caso ya a la distancia, lo que recuerdo es

una experiencia de tensión psíquica dolorosa, una especie de parto que dio lugar a

un sentimiento de satisfacción, sorpresa y alegría al constatar que E se encontraba

mejor.

Reflexiones sobre la tipología

Lo hasta aquí expuesto puede tal vez abordarse desde una perspectiva distinta, algo

más fría y técnica que describa los fenómenos en términos más precisos, casi

geométricos, pues la tipología se me presenta ahora como un marco de referencia,

un aparato conceptual destinado a enmarcar (o encasillar, según el uso que se le

de) los complicados fenómenos del funcionar psíquico. Es como si Jung, médico al

fin, hubiese diseccionado el fenómeno psíquico en sus diversos ámbitos: discursivo,

histórico, social, clínico, etc. que en la experiencia cotidiana aparece como un todo,

dinámico, veloz, enmarañado e incomprensible. Observando, aislando y clasificando

el fenómeno psíquico, quiso encontrar pautas y mecanismos esenciales que

expliquen la diversidad y las variaciones prácticamente infinitas de cada individuo en


sus relaciones con el objeto para el ejercicio de una clínica (Abalos, 2007) que

contemple, comprenda e integre las posibilidades de conflicto y armonía en las

relaciones interpersonales, especialmente en lo que respecta a la relación analista

paciente.

La tipología por lo tanto es una teoría estructural que se emplea para

hacer comprender las diferencias individuales así como para ayudarnos

a comprender lo que él llamó las manifestaciones de la psiquis como una

expresión del ser intrínseco (Quenk y Quenk, 1984, pág 15)

Ahora, respecto al caso clínico expuesto, cabe preguntarse por lo que ocurrió en el

proceso terapéutico a la luz de la tipología. Difícil precisarlo, pero las pautas para

orientarme en este caso se basan en los progresos alcanzados y algunas

observaciones de entre el caos psíquico (el propio y el del paciente).

Tratándose de una psicosis, las manifestaciones positivas de la consciencia

emergente pertenecen a la función principal y la actitud dominante, lo que se plasma

en el hecho de que el paciente comenzó a distinguir entre la realidad convencional y

sus ideas delirantes; hubo una discriminación racional de lo verdadero y lo falso y el

discernimiento, mediante el uso de los sentidos, entre las percepciones e ideas que

se adaptan al mundo convencional y las poderosas imágenes y convicciones

místicas escatológicas: contenidos arquetípicos invasivos a los que aprendió a

oponer resistencia.

Esto me lleva a suponer que su consciencia comenzó a operar desde la función del

pensamiento apoyado en parte por la sensación o viceversa; me parece difícil


distinguir de entre estas dos la función principal, pues al ser el paciente más

receptivo que expresivo en la sala de terapia, no puedo precisar si había más

intensidad en el trabajo sensorial (dibujo, ejercicios con agua, etc) que en los

diálogos “pedagógicos” sobre la experiencia y el manejo de las ideas delirantes que

requerían del ejercicio intelectual (diálogos, cuentos o narraciones escritas). Como

reflexionaban los maestros en clases, es posible distinguir la tipología del paciente

desde las funciones más conscientes o desde las manifestaciones compensatorias

de las funciones inferiores; quizá éste último sea el caso en cuestión pues en este

punto lo que me resulta claro, es que las funciones inferiores en E eran la intuición y

el sentimiento. En sus ideas delirantes había una pródiga imaginería, muchas veces

alucinatoria que venia acompañada de actos violentos, de rechazo y negación

monstruosa a la integridad humana. Como bien podía entenderse alegóricamente en

sus descripciones de los rituales iniciático-mágicos de las pandillas, E ponía su vida

y voluntad a disposición de fuerzas y seres demoníacos. En términos de dinámica

psíquica, estos rituales describían y reforzaban la macabra esclavitud de la

consciencia y la voluntad a los estratos más oscuros de la psique instintiva. Si

recordamos su historia vital (el intento de asesinato de la madre), se hace

comprensible una prematura escición del sentimiento, cosa que explicaría su

influencia negativa y absoluta desde lo inconsciente. En este sentido E vivenciaba

tal vez lo que Jung infería del dionisíaco nietzscheano: arrebatado por su esencia

bárbara, despojado de su individualidad, disuelto en todos sus componentes

colectivos, unificado con lo inconsciente colectivo (con el consiguiente abandono de

sus metas individuales) (Jung, 1978, pág. 173). De todo esto comenzó a

diferenciarse E en la terapia, percatándose de que la realidad convencional, es

distinta de la que se le presentaba en el delirio, es decir, comenzó a darse cuenta de


que no era un ángel vengador, un justiciero divino, un iluminado etc. Sino que era un

joven, hijo de X y Y, de veinte y tantos años, en éste país, en este momento. La

cuestión era diferenciar la consciencia del aquí y el ahora de la experiencia del

hecho primario del inconsciente (Von Franz, 1971).

Otro aspecto que encuentro problemático es la definición del tipo de actitud, pues

podría ser que la psicosis diera cuenta de una introversión patológica en un mundo

subjetivo infernal y delirante o bien una extroversión patológica con una relación

agresiva y destructiva con el objeto amenazante. Ahora bien, cuando el paciente

mejoró comenzó a relacionarse con los objetos (con el otro) pero no distingo si esta

mejoría se debía a que pudo percibirse a sí mismo en relación con ellos o si el

diferenciar el objeto real del delirante fue lo esencial. Como mi impresión sobre el

surgimiento de su consciencia es la del establecimiento de un dialogo permanente

consigo mismo me inclinaría más hacia el predominio de la introversión, me parece

que ahí lo importante era el reconocimiento de estados subjetivos (Jung, 1978).

Ahora, siguiendo la lógica de Myers-Briggs cabría suponer que la función auxiliar en

el caso de E, al ser la que permite el contacto con el tipo de actitud opuesto al

predominante (De Castro, 1993), era la sensación, pues también me parece que el

paciente se servía del discernimiento sensorial para apuntalar sus razonamientos

sobre la realidad objetiva y no lo contrario; es decir que la sensación además de ser

función auxiliar tendría una actitud extrovertida. De esta manera se podría plantear

“especulativamente” que la fórmula tipológica de E sería: ISTP, es decir que su yo

se orientaba por el pensamiento introvertido apoyado en la sensación extrovertida

para el proceso de adaptación social. Por lo que su inconsciente (si es que cabe
semejante distinción en un caso de psicosis) se formularía así: ENFJ (Briggs, 1992),

de manera que los sentimientos por el objeto apoyados en intuiciones, claro que con

una intensidad e invasividad patológicas.

Con respecto a mi propia tipología en la relación transferencia-contratransferencia

con E deduzco por el miedo y rechazo que sentí en las sesiones que activó mis

funciones más inconscientes, en especial el sentimiento: un rechazo, un decir no de

manera tan violenta y espeluznante a la existencia, la negación a la propia vida; fue

difícil sostener esta experiencia y necesité apoyo terapéutico para no abandonarla,

así me permití un contacto más humano con él. Este miedo fue una voz de alarma

sobre su situación y su lugar (o su no lugar) en el mundo. Posteriormente pude

servirme de esquemas de pensamiento para conducirlo y, reflexionando ahora sobre

la técnica, me parece que tuve que valerme de la sensación en forma creativa y

gracias a sugerencias del supervisor roté de alguna manera mi tipología en este

sentido para llegar al paciente. En este caso el terapeuta no jugaba el papel de

abogado del inconsciente como afirma Dieckman (Dieckman, 1991) sino abogado

de la consciencia, de las funciones superiores atrofiadas; puesto que los contenidos

intuitivos con los que, desde mi función intuitiva intenté llevar el proceso terapéutico,

le evocaban al imágenes demasiado inconscientes hasta el punto de

desestabilizarlo, lo más saludable consistió en que yo experimente con éstas nuevas

formas de trabajo:

Con un conocimiento práctico de tipología el analista puede rotar su tipología

de tal manera de obtener una congruencia con el tipo del paciente. El efecto es

establecer y comunicar una comprensión y apreciación de la visión que el


paciente tiene de si mismo y de su mundo, es decir hablar el lenguaje del

paciente y establecer una buena relación consciente. (Quenk y Quenk, 1984)

Claro que en ese momento no tenia idea de lo que ocurría, pues me conducía casi a

ciegas guiado exteriormente; es ahora que las cosas comienzan a adquirir cierto

sentido en el caso aunque en lo que respecta a la tipología me quedo con la duda

pues en la medida en que reflexiono, resulta que los mismos fenómenos también

pueden explicarse mas o menos satisfactoriamente con hipótesis diametralmente

distintas.

CONCLUSIONES.

• En el presente trabajo he intentado entender lo que ocurrió en un caso

clínico que despertó en mi memoria a la luz de las nociones de la

transferencia-contratransferencia y tipología de los seminarios de Teoría y

Técnica en Psicología Analítica; todo esto enlazando los fenómenos

experimentados desde el lugar del terapeuta, paciente y supervisado con las

nociones teóricas de las lecturas y discusiones en clase sobre el tema.

• Encontré y entendí que el alcance de los fenómenos que ocurren en la

terapia rebasan con mucho las expectativas o el saber consciente que el

terapeuta pueda hacerse del proceso o del paciente y que este encuentro y

transformación (de paciente y terapeuta) acontecen en buena parte en las

profundidades del inconsciente; Estos son procesos y sucesos para los que

Jung no encontró mejor forma de expresión que la imaginería de la alquimia.


• En este caso en particular comprendí que la mejoría del paciente en buena

medida se debió al proceso incubatorio que se dio en el espacio terapéutico,

cuya dinámica significó para mi la experiencia y esfuerzo de contención de

experiencias arquetípicas negativas muy fuertes por parte del paciente que

resonaron y activaron mis núcleos inconscientes, mis funciones inferiores,

mis propias heridas, que a su vez tu vieron que ser contenidas en los

espacios apropiados.

• Cabe considerar el aspecto fisiológico del paciente, cuyos antecedentes

familiares de disfunción renal sumados a un ambiente emocional hostil bien

pueden dar cuenta de un daño neuroendócrino condicionado por un estímulo

excesivo del sistema simpático en la primera infancia. El tratamiento

homeopático recibido coincide con el período de mejoría y constituyó muy

probablemente un agente importante en los avances obtenidos.

• Analizar un caso de psicosis mediante la tipología presenta complicaciones

en el sentido de que en un principio es difícil encontrar el predominio de las

funciones y actitud de la consciencia sumergida e indiferenciada en el

inconsciente. Y alguna noción se adquiere solo en el momento en que se

producen avances y la consciencia comienza a surgir. Tal vez debido a ello

las hipótesis respecto a los fenómenos pueden ser ambiguas además del

hecho de que hicieron falta los registros y creaciones del paciente (que están

en Ecuador) para mejores definiciones.

• Considero también que la tipología es un tema de por si complicado y

requiere profundización y más experiencia terapéutica de mi parte que me

permitan escuchar y manejar mejor y de manera más consciente la propia

tipología en la relación con el paciente.


• Comprendí que la rotación tipológica es una habilidad y un instrumento

terapéutico de primer orden que necesita ser cultivado para ampliar el

conocimiento consciente de lo que ocurre en la interacción con el paciente y

prevenir estancamientos, conflictos e incluso daños psíquicos (por acción u

omisión), que de otra manera quedan a merced de lo inconsciente. Se trata

de colaborar de la manera más consciente posible con la sincronicidad y

finalidad de la naturaleza humana.

BIBLIOGRAFÍA.

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