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Pesaj 5768:
Un buen momento para
detenerse a pensar

escribe Moshé Rozén

El calendario hebreo –en realidad, la tradición judía toda-


lleva el sello del puente entre horas de congoja y de regocijo.
En el momento de contraer enlace, la pareja rompe una copa:
sus añicos rememoran la destrucción de Jerusalén, la derrota
y el exilio.

La pascua hebrea (Jag Hapesaj) nos trae, año tras año, el relato de la salida de
Egipto: Moisés lidera el regreso a casa de la grey judía, poniendo fín a la
esclavitud en el imperio faraónico.

En Pesaj de 1943, las huestes hitlerianas, luego de vaciar el Gueto de Varsovia


y transportar a miles de judíos rumbo a los campos de concentración y muerte,
acrecentaron su cerco represivo contra un gueto debilitado, hambriento y
golpeado por el destierro de sus pobladores. Pero la juventud judía, en la
noche del “seder-pesaj”, la velada de festejo pascual, tomó las escasas armas
de la insurrección y el legado libertario de la celebración, haciendo frente a la
maquinaria bélica más poderosa de la historia moderna. Anilevich y sus
compañeros cayeron la batalla contra el Reich, pero inscribieron un
imborrable mensaje de esperanza para judíos y polacos, para la Humanidad en
su conjunto: “por nuestra y vuestra libertad, por nuestra y vuestra dignidad”.

Nuestros días, como pueblo, oscilan en la dualidad de la esclavitud y el


destierro, la rebelión y el aferrarse a la vida.

Se cumplen ahora 65 años de aquel 19 de abril, cuando la Organización Judía


Combatiente sorprendió al ocupante alemán y a una Varsovia pisoteada por la
soberbia nazi, sublevándose, otorgando sentido concreto y material al espíritu
de Pesaj.
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En este puente, en este calendario pendular, quisiera –como israelí-


señalar dos momentos de fiesta que puden inspirar optimismo para
quienes compartimos la búsqueda de un mundo sin guerras, sin amenaza
y persecución.

Hace 30 años, un grupo de oficiales israelíes firmó una carta reclamando al


primer ministro Beguin no desperdiciar la posibilidad de paz, no cerrar la
puerta al diálogo: eran los días del presidente Sadat, de la iniciativa egipcia
que rompió el hielo de la hostilidad entre esa república árabe –la primera que
se animó a dar ese paso- y el Estado de Israel.

Esa carta (Mijtav Haktzinim) fue el acta fundacional de Paz Ahora (Shalom
Ajshav), el movimiento que supo llenar plazas y calles de Israel con lo más
auténtico de la idea sionista: la aspiración de una soberanía judía en
convivencia –no en disputa- con otras reinvidicaciones nacionales.

Hay otra fecha, en estos días que cruzan Pesaj, Iom Hashoá veHagvurá
(Día de Recordación del Holocausto y la Rebelión) y culminan con Iom
Haatzmaut (Día de la Independencia de Israel). Se trata de una fecha que
probablemente no sea significativa desde lo histórico, pero es muy
trascendental para mí: si uds. me permiten, la comparto con uds.

Hace 35 años, el 24 de abril de 1973, arribó a Israel un contingente de jóvenes


argentinos, militantes y educadores del Movimiento Hashomer Hatzair. Estos
compañeros se radicaron en el sur de Israel, en la frontera con Egipto, en Nir-
Itzjak, un kibutz que lleva el nombre de Itzjak Sadéh, comandante del Palmaj.

Desde entonces, Nir-Itzjak es nuestra casa y en ella nacieron nuestros hijos y


ya comenzaron a nacer los primeros nietos.

Nuestros campos bordean el desierto de Sinaí: es posible que muchas de las


escenas que uds. leen en las narraciones de Pesaj sobre el camino de Moisés y
su grey desde Egipto, hayan transcurrido a metros de nuestra casa.

El kibutz, como otros kibutzim, como la ciudad de Sderot, supo de días de


guerra y noches de terror. Pero sus habitantes estudian, trabajan, cultivan y
cosechan en los campos del Neguev.

Que Pesaj, la fiesta de la libertad, sea - en Israel, en América Latina, en


todas partes- un momento de reflexión, de reencuentro con su raigal
significado: no someterse a la desesperanza y a la resignación.

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