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MENSAJE DE CUARESMA 2010

“EN TIEMPO DE CRISIS, SEAMOS MISERICORDIOSOS”

El Santo Padre Benedicto XVI en su Mensaje de Cuaresma de este año


“nos invita a una sincera revisión de vida a la luz de las enseñanzas
evangélicas”. Este año quiere proponernos algunas reflexiones sobre el tema de
la justicia.

Haciendo eco a la palabra y exhortación del Papa, me permito aplicar sus


enseñanzas del Papa al momento y a la realidad que estamos viviendo por las
situaciones difíciles y críticas que nos afectan. ¿Cómo dar “a cada quien lo
suyo”, y atender a San Pablo que nos enseña “la justicia de Dios se manifiesta
por la fe en Jesucristo” (Rom 3,21) en medio de tanto egoísmo y ante tanta falta
de fraternidad y solidaridad?

1.- CUARESMA TIEMPO FAVORABLE.

Aunque cada día está en las manos del Señor y cada día es un gran regalo
para nosotros, el tiempo de Cuaresma es especialmente gratificante. En la
Cuaresma empezamos una etapa distinta de nuestro camino cristiano. La
Cuaresma es un “camino de preparación espiritual más íntimo, que nos dispone
a celebrar mejor la Pascua y a hacer una experiencia del poder de Dios”
(Benedicto XVI).

HACER UNA EXPERIENCIA: No podemos contentarnos en este tiempo


penitencial de gracia con cumplir unos preceptos, celebrar unos ritos o escuchar
unas palabras. Lo que necesitamos es experimentar el poder y la gracia de Dios:
Un Dios que se complace en perdonar y bendecir, que nos da fuerzas y
acompaña nuestro caminar, que “cambia nuestro luto en danzas” y cura
nuestras heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza. Un Dios
que es capaz de dar la vida por mí: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). He
aquí la fuerza poderosa que nos salva y nos capacita para vivir en el amor.

En la Cuaresma hay que ayunar y guardar abstinencia, rezar más, hacer


sacrificios, cargar con la cruz, pero todo esto tiene que brotar de una fuente
secreta e íntima. No se puede hacer por imposición, sino porque lo quiere el
corazón. El verdadero ayuno tiene como finalidad comer el alimento verdadero,
que es hacer la voluntad del Padre (cfr Jn 4,34).

Ayunamos de pan, para comer manjar del cielo, pues “no solo de pan vive
el hombre, sino de la Palabra de Dios” (Mt 4,4). Y ayunamos, para que no
tengan que ayunar otros hermanos. “El ayuno que yo quiero es: desatar los
lazos de la maldad, partir al hambriento tu pan y recibir en tu casa a los pobres
sin hogar” (Is 58,5). ¡Que grande enseñanza del profeta!. Ninguna obra buena,
ningún ejercicio cuaresmal tiene valor si no lleva la marca de la misericordia.

Cristo hecho Pan nos invita a compartir nuestro pan. Quien conoce este
Pan y se alimenta de él, no puede consentir que haya hambre en el mundo.
Jesús, un día antes de presentarse como el Pan de vida, multiplicó los panes. Lo
hizo por misericordia. Hoy no es necesario este milagro. Bastaría multiplicar la
solidaridad. Bastaría aprender a sumar y a dividir.

Hay panes que saben mal. Hay pan tirado y desperdiciado. El Pan que Dios
nos regaló en la creación no es pan para desperdiciarse o despilfarrarse, sino
para agradecer y recoger, como lo hizo el Señor con el pan que sobró. Hay un
pan robado fruto de la injusticia. Es un pan que sabe mal y que abre una gran
brecha entre quienes tienen mucho y los que no lo tienen. Hay pan acumulado,
el de los Epulones que no saben compartir. Son los bienes superfluos,
acaparados insolidariamente y con injusticia.

Pero hay también un pan sabroso. El pan conquistado en lucha por la


justicia y la dignidad. El pan compartido, el pan de la solidaridad. Es el pan que
lleva el sello de la caridad. Es el pan del que rezamos: dánoslo cada día. El pan
de la amistad, de los que se sientan a la misma mesa compartiendo sus
preocupaciones y esperanzas, fortaleciendo los lazos fraternales. El pan de la
entrega que sabe a sacrificio. Es el pan que te quitas para que el otro viva, el
pan del que se da no solo de lo que se tiene, sino que se da a sí mismo. El pan
personalizado de aquel que, como Cristo, se convierte en pan para dejarse partir
y compartir. El pan del que se da él mismo, con sus cualidades y su tiempo.

Nuestro corazón de piedra debe convertirse en fuente de misericordia y lo


vamos logrando: cuando rezamos, cuando nos mortificamos, cuando cargamos
con la cruz. Entonces si brillará la luz. Debemos aprender a rezar el Padre
Nuestro, pero sintiéndonos hijos de Dios y hermanos de todos. Ayuna y no
comas de más, para sentar en tu mesa al hambriento. Haz el Viacrucis, pero
carga también con la cruz del hermano. Si lo vemos todos desde la misericordia
no será tan pesado ni difícil. Y comulga, para que experimentes la Pasión y la
Pascua de Cristo, que se entregó por amor. Solo de esta manera, cuando nos
sintamos amados, nuestra vida podrá abrirse a una mayor esperanza.

2.- CUARESMA VESTIDA DE MISERICORDIA.

El desierto cuaresmal es esfuerzo y lucha, es oración y austeridad, es


paciencia y esperanza. Se camina siempre hacia la tierra prometida. Se camina
para crecer y ser auténtico, para ser más libre y amar más. Todo ejercicio
cuaresmal debe estar inspirado por esta motivación.

Nuestra Cuaresma debe vestirse de misericordia, no puede ser de otra


manera, porque Dios, al que dirigimos nuestros pasos, es Amor Misericordioso.
Nuestra Cuaresma ser, por lo tanto alegre, solidaria y compasiva.

“Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 12,7).

3.- CUARESMA CAMINO DE COMPASION.

En el desierto cuaresmal encontramos personas heridas y marginadas,


despojadas y oprimidas. No puedes dar rodeos, ni pasar de largo, como hicieron
el sacerdote y el levita. Si puedes curar sus heridas, enjugar sus lágrimas,
acompañar su soledad, prestar un servicio, no pases de largo, acércate y hazlo
prójimo para que lo ames.

Existen necesidades y problemas que debes conocer y meter en tu


corazón: ¡qué buen ejercicio cuaresmal será el dar una parte de tu tiempo y de
lo tuyo, para tejer solidaridad!
No podrás, por ejemplo, sentir el dolor y la desgracia de nuestros
hermanos de Haití, si te encierras en tu seguridad y comodidad. En cambio, si
eres capaz de misericordia, te motivarás al ver tantos heridos y damnificados.
Pensarás en sus casas destruidas por el sismo y en sus propiedades perdidas.
Captarás y entenderás mejor lo que quieren decirte los rostros y miradas de
tantos niños que ni siquiera son capaces de comprender lo que les ha sucedido.
Por tu mano sobre el corazón y haz lo que tienes que hacer.

Después de comulgar debemos tener en cuenta igualmente a personas


cercanas heridas por la inseguridad y el desempleo, incapaces de vencer solas
la soledad y el sufrimiento. Pensemos en tantos deportados que, roto su sueño
americano, quieren volver a su tierra y con los suyos y les faltan oportunidades
y recursos. No podemos dejar solos en su dolor a las familias que sufren aún las
consecuencias de la tragedia del 5 de Junio del año pasado en Hermosillo: ¿Has
llorado con ellos? ¿Has padecido y rezado por ellos? ¿Les has ofrecido respeto,
estima y calor?

4.- HIJOS DE LA MISERICORDIA.

A lo largo del camino de tu vida el Señor te ha llevado en sus palmas: “Yo


enseñé a Efraín a caminar, tomándolo en mis manos” (Os 11,1). Efraín eres tú.
¿No has sentido alguna vez que el ángel de Dios te acompaña? ¿No has gustado
de su ternura? ¿No has disfrutado de sus consuelos? ¿No has valorado sus
regalos? Todo lo que hay en ti es gracia. Cada sonrisa y afecto que recibes es
gracia. Cada oración que elevas es gracia. Gracia y misericordia de Dios hasta el
derroche, hasta la sangre y la cruz.

Repasa la misericordia que Dios ha tenido contigo. Cuéntala y cántala


como María. Fue lo que hizo San Agustín en sus “Confesiones”, ya que escribió,
no tanto para confesar sus pecados, cuanto para confesar y alabar la
misericordia de Dios. “Yo os confieso y os alabo” repite el santo.

Seamos pues misericordiosos, como nuestro Padre es Misericordia (Lc


6,36). Tengamos misericordia (que es justicia) con el pequeño, con el débil, con
el ignorante, con el pecador.
Tengamos misericordia con quien nos ofende e ignora, con quien no nos
quiere. Tengamos misericordia con el que sufre. Ofrezcamos la medicina de
nuestra compasión, comprensión y compañía, como lo hizo Jesús, que volcó el
corazón de Dios sobre nuestras miserias humanas.

5.- LA CUARESMA QUE DIOS ESPERA DE TI.

Esta es la Cuaresma que quiero, dice el Señor: Que practiques la justicia,


que hagas limosna y no simplemente des de lo que te sobra. Que ayudes al
necesitado y compartas tus bienes con los que no tienen nada, o que tienen
muy poco. Que seas compasivo y solidario con el que está cerca y el que está
lejos, con el amigo y con el extraño, que des de beber al sediento y de comer al
que tiene hambre, que abras tu casa y acojas al sin techo y al migrante, que
derribes los muros con los que has rodeado y defendido tu corazón. Que seas
buen samaritano con el adicto y el enfermo terminal y no pases indiferente ante
los que viven en la marginación y exclusión. Que protejas a los desprotegidos,
que defiendas los derechos de los pobres y te pongas de su parte. Y quiero que
lo hagas sin ruido, sin tocar la trompeta por calles y plazas, sin anunciarte en los
periódicos o en la televisión, sin arrogancia, sin prepotencia, sin vanos intereses,
ni hacerte el héroe; sino que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha.
Todo de manera sencilla, con gran y sagrado respeto a tus hermanos y lavar, si
es preciso, sus pies, porque lo que hagas a éllos, a Mí me lo haces…

6.- PARA REFLEXIONAR.

1. ¿Qué significa para ti la Cuaresma?

2. ¿Conviene hacer un programa cuaresmal?

3. ¿En qué pondrías el acento?

4. ¿Qué frutos quisieras recoger y ofrecer?

+ J. ULISES MACIAS SALCEDO

Arzobispo de Hermosillo
Hermosillo, Son., 03 de Febrero de 2010.

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