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Aunque cada día está en las manos del Señor y cada día es un gran regalo
para nosotros, el tiempo de Cuaresma es especialmente gratificante. En la
Cuaresma empezamos una etapa distinta de nuestro camino cristiano. La
Cuaresma es un “camino de preparación espiritual más íntimo, que nos dispone
a celebrar mejor la Pascua y a hacer una experiencia del poder de Dios”
(Benedicto XVI).
Ayunamos de pan, para comer manjar del cielo, pues “no solo de pan vive
el hombre, sino de la Palabra de Dios” (Mt 4,4). Y ayunamos, para que no
tengan que ayunar otros hermanos. “El ayuno que yo quiero es: desatar los
lazos de la maldad, partir al hambriento tu pan y recibir en tu casa a los pobres
sin hogar” (Is 58,5). ¡Que grande enseñanza del profeta!. Ninguna obra buena,
ningún ejercicio cuaresmal tiene valor si no lleva la marca de la misericordia.
Cristo hecho Pan nos invita a compartir nuestro pan. Quien conoce este
Pan y se alimenta de él, no puede consentir que haya hambre en el mundo.
Jesús, un día antes de presentarse como el Pan de vida, multiplicó los panes. Lo
hizo por misericordia. Hoy no es necesario este milagro. Bastaría multiplicar la
solidaridad. Bastaría aprender a sumar y a dividir.
Hay panes que saben mal. Hay pan tirado y desperdiciado. El Pan que Dios
nos regaló en la creación no es pan para desperdiciarse o despilfarrarse, sino
para agradecer y recoger, como lo hizo el Señor con el pan que sobró. Hay un
pan robado fruto de la injusticia. Es un pan que sabe mal y que abre una gran
brecha entre quienes tienen mucho y los que no lo tienen. Hay pan acumulado,
el de los Epulones que no saben compartir. Son los bienes superfluos,
acaparados insolidariamente y con injusticia.
Arzobispo de Hermosillo
Hermosillo, Son., 03 de Febrero de 2010.