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Irina Podgorny

El sendero del tiempo


y de las causas accidentales
Los espacios de la prehistoria
en la Argentina, 1850 - 1910
Irina Podgorny

El sendero del tiempo


y de las causas accidentales
Los espacios de la prehistoria
en la Argentina, 1850 - 1910

Rosario, 2009
Podgorny, Irina Índice
El sendero del tiempo y de las causas accidentales: los espacios de la prehistoria
en la Argentina, 1850 - 1910. - 1a ed. - Rosario : Prohistoria Ediciones, 2009.
334 p.; 23x16 cm. (Historia de la Ciencia; 2 / Irina Podgorny)

ISBN 978-987-1304-39-4

1. Arqueología. 2. Historia de la Ciencia. I. Título


CDD 509

Fecha de catalogación: 28/05/2009 Siglas y abreviaturas más frecuentes..................................................... 9

colección Historia de la Ciencia, 2 PRÓLOGO.......................................................................................... 13

Composición y diseño: Marta Pereyra


Edición: Prohistoria Ediciones PRIMERA PARTE
Diseño de Tapa: Marta Pereyra
Ilustración de tapa: Interior del negocio de librería de Florentino Ameghino en La Plata CAPÍTULO I
(AHMLP) Edificios para la ciencia........................................................................ 29

Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por reconoci- CAPÍTULO II
dos especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales. Palabras para la historia sin palabras................................................... 53

TODOS LOS DERECHOS REGISTRADOS CAPÍTULO III


HECHO EL DEPÓSTIO QUE MARCA LA LEY 11723 Catálogos, gestos y edificios para la prehistoria.................................... 75
© Irina Podgorny

© de esta edición SEGUNDA PARTE

Tucumán 2253, (S2002JVA) – ROSARIO, Argentina CAPÍTULO IV


Los inicios de la antigüedad del hombre en Buenos Aires..................... 107
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido su diseño tipográfico y de
portada, en cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin expresa CAPÍTULO V
autorización del editor. El museo del suelo de la República....................................................... 129

Este libro se terminó de imprimir en Art-talleres gráficos, Rosario, en el mes de diciembre de CAPÍTULO VI
2009. Se tiraron 750 ejemplares. La Exposición de 1878: argentinos en París......................................... 151

Impreso en la Argentina CAPÍTULO VII


Los mamíferos fósiles y el hombre prehistórico
ISBN 978-987-1304-39-4 en la década de 1880............................................................................ 173
CAPÍTULO VIII SIGLAS Y ABREVIATURAS MÁS FRECUENTES
Un edificio para el futuro:el Museo de La Plata
y el Museo Nacional............................................................................ 191

CAPÍTULO IX
Un tesoro enterrado en el Museo Publicaciones
Los precursores argentinos de la humanidad AMN Anales del Museo Nacional
AMLP Anales del Museo de La Plata
AMPBA Anales del Museo Público de la Provincia de Buenos Aires
A MODO DE CONCLUSIÓN............................................................. 261 ASCA Anales de la Sociedad Científica Argentina
BANC Boletín de la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba.
ANEXO DOCUMENTAL................................................................... 265 BSAP Bulletin de la Société d’Anthropologie de Paris.
BMSAP Bulletin et Mémoires de la Société d’Anthropologie de Paris.
BIBLIOGRAFÍA................................................................................... 301 BIGA Boletín del Instituto Geográfico Argentino
IGA Instituto Geográfico Argentino
ÍNDICE DE ILUSTRACIONES........................................................... 327 IMJIP Fl. AMEGHINO “Informe elevado al Señor Ministro de Justicia e Ins-
trucción Pública, por el Director del Museo Nacional de Historia Natural,
ÍNDICE DE NOMBRES...................................................................... 329 sobre el desastroso estado actual de este establecimiento”, OCyCC, 18,
1934
MPHH Matériaux pour l’histoire positive et philosophique de l’homme
NJ Neues Jahrbuch für Mineralogie, Geologie und Paläontologie
OCyCC Obras Completas y Correspondencia Científica de Florentino Ameghino,
Taller de Impresiones Oficiales, La Plata, 1913- 1936, 24 volúmenes
RMLP Revista del Museo de La Plata
SCA Sociedad Científica Argentina

Archivos
AGN Archivo General de la Nación
AHMLP Archivo Histórico del Museo de La Plata.
AJF Archivo Jorge Furt: “Ameghino”, Carpeta de Recortes.
AHL Archivo Histórico del Museo de Luján, Archivo Zeballos- Corresponden-
cia con Hombres Públicos, Caja V.
AMR  Archivo del Museo Bernardino Rivadavia
AHPBA Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires- Legajo Gobierno
BN Biblioteca Nacional de la República Argentina
FPM Fondo F. P. Moreno – Archivo General de la Nación
IAI Legado R. Lehmann-Nitsche Ibero-Amerikanisches Institut, Preussischer
Kulturbesitz, Berlin
MNHN Muséum National d’Histoire Naturelle
Para Maia,
a quien le debía un libro
PRÓLOGO

L
a antigüedad es un invento reciente. En varias ocasiones, de viva voz y
por escrito, defendí esa tesis con tenacidad. Ahora por fortuna encuen-
tro que esa idea no solo fue una ocurrencia personal sino que afloró en
muchos lugares y con voces propias. Una de ellas se escuchó a muchos miles de
kilómetros de donde yo estaba. Esa idea subyace con una fuerza admirable, por
ejemplo, en el libro que prologo; aunque su autora no la mencione de forma
explícita, late en cada una de sus páginas. Las invenciones simultáneas animan
a reflexionar y a escribir, sin duda, porque muestran que las culturas humanas
no solo se nutren de individuos sino que además se alimentan de resonancias
involuntarias. Cuando una idea resuena en muchos lugares a la vez y de forma
independiente la comunicación resulta fácil, y el trabajo de investigación en-
cuentra alientos inesperados.

Este prólogo debe señalar ese punto de partida implícito antes de reflexio-
nar sobre ideas explícitas que forman las tesis del libro y que no deberían pa-
sar desapercibidas a ningún lector. Se habla en el texto de prehistoria y de ar-
queología y parecería razonable que su discurso se refiriera a acontecimientos
sucedidos en un momento que no podían proporcionar información para la
posteridad porque no se disponía de escritura y se desconocía de estrategias
para administrar la memoria. También se podría esperar que mencionara los
restos materiales que debían hablar con elocuencia para sustituir la mudez del
pasado y, así, mostrar cómo eran las cosas entonces, por más que ese entonces
sea un adverbio de tiempo, indeterminado, hasta ser capaces de construir una
cronología. Sin embargo, la narración de este libro no es un regreso al pasado
para mostrar sus momentos estelares en forma de dioramas de los museos de
arqueología, como si hubiera un mundo ideal con ventanas al interior, donde
al asomarse se pudiera observar toda la historia de la Tierra y de lo que ha
ocurrido en ella desde el momento cuando el narrador se atreve a poner la
palabra principio. Por lo tanto no es una historia que pretenda contar cómo la
marcha triunfal del conocimiento de nuestros antepasados iluminó los tiempos
de tinieblas para los que no existen ni siquiera los nombres. Más bien es una
historia de conjeturas, de perplejidades, de convicciones, de interpretaciones
sobre aspiraciones personales, ideas acerca de cuál es el origen del hombre, al
lado de una historia de restos materiales, de piedras y huesos que se encontraron
en los campos y fueron trasladados a museos y a las colecciones privadas de
entusiastas del pasado mudo. Una historia del comercio de restos convertidos
en objetos preciados de una nueva cultura material. No es una historia con final
14 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 15

feliz, no se hace la claridad en las brumas de la ignorancia, y el protagonista no epistemología muestra en este contexto nuevas propiedades, y no se relaciona
triunfa sobre sus adversarios, en especial porque los adversarios tampoco son exclusivamente con propiedades metodológicas de origen lingüístico sino que
los ganadores. se refiere a propiedades de los objetos científicos, transformándose en la episte-
mología de lo concreto; las prácticas dejan de ser exclusivamente objeto de la
Todo el tejido de intrigas, ambiciones y disputas arqueológicas aquí con- teoría de la acción y se transforman en prácticas materiales, más ligadas a lo
tadas tiene el epicentro en la Argentina en las décadas finales del siglo XIX y técnico. Las personas, instituciones e instrumentos se convierten en portavoces
principios del siglo XX, y su repercusión se siente en muchas otras partes del de biografías elocuentes que hablan de sus interacciones. Interesan las zonas de
planeta. Pero que ningún patriota se alegre, porque la arqueología fue siempre confluencia entre culturas que dan lugar a nuevas actividades mestizas, se inda-
así: la prodigalidad de los restos hace que en cualquier lugar pueda surgir la ga la interpretación de los espacios donde se produce el conocimiento, y sobre
conjetura, planteada por los lugareños o por los viajeros curiosos. Fue un sig- los espacios que genera el conocimiento y las representaciones que se organizan
no de vitalidad argentina pero en ningún caso un ejemplo de hegemonía; más fuera y dentro de esos espacios. Los objetos materiales dejan de ser mudos para
bien su estudio ha servido a la autora para no verse afectada y para curar a sus convertirse en fuente de sugerencias y de culturas.
colaboradores de un posible contagio de ese victimismo que se denomina la en-
fermedad de la periferia, enfermedad epistémica muy peligrosa que parte de la Este libro que se presenta refleja de lleno estas nuevas tendencias. De hecho
idea que desea demostrar que la Argentina, como cualquier parte de Latinoamé- se sitúa en el epicentro de la nueva manera de interpretar las formas de produ-
rica, España, u otras regiones del planeta, son periferias culturales (y científicas) cir conocimiento. Como se menciona más arriba, trata de algunas vicisitudes
maltratadas, sobre las cuales un centro sin rostro preciso porque los tiene todos, de la ciencia de la arqueología, ligada de forma determinada con lo local, con
ejerció un poder opresivo y despótico durante siglos. El periferismo justifica la enterramientos, con cadáveres y restos de todo tipo de muertes, con el tiempo.
esterilidad de las culturas (produciendo la esterilidad que estudia), limita bas- Una ciencia que se fija en el tiempo anterior a que los humanos contaran con un
tante la sutileza de los debates y produce una melancolía cultural corrosiva. lenguaje escrito y que por eso parece poder contener todos los relatos posibles
Aquí la autora ha esquivado estas tentaciones atendiendo a los matices de la his- como conjeturas asociadas con los escenarios que recrean ese pasado.
toria, profundizando en ellos y estudiando la historia argentina en el entramado Se trata ese pasado que hoy se denomina con el término de prehistoria,
de redes arqueológicas que se formaron en la época señalada, para mostrar un periodo relativamente definido en el extremo más cercano a nosotros, pero
que los hilos de la narración se pueden entretejer con lenguas diferentes hasta indefinido de lo que se refiere a su comienzo. ¿Cómo se llegó a un nombre tan
formar una lengua neutral y normalizada. El libro se convierte así en un ejem- elocuente como prehistoria para denominar ese periodo tan indefinido? La au-
plo de la renovación que ha tenido lugar en la historia de la ciencia, disciplina tora describe cómo ese nombre, prehistoria, nació de forma vacilante, cuenta de
relativamente reciente pero que hoy muestra una enorme vitalidad, y ofrece una qué manera se asentó en los diferentes lenguajes dominantes que crearon ima-
nueva forma de entender esos fenómenos culturales complejos que se suman e ginarios asociados a su definición. Los nombres que usan las ciencias parecen
interactúan con las otras culturas de las sociedades donde se producen. sólidos perfectos y eternos, (nuestros) contemporáneos pueden llegar a pensar
que siempre han estado ahí, o que se encuentran como carbonos cristalizados en
Su narración es un exponente de cómo muchas cosas han cambiado en las el lecho de algún río de palabras. En el segundo capítulo de este libro se da una
últimas dos décadas. Tantas, que categorías muy sólidas y bien asentadas (por prueba elocuente de que esos nombres en apariencia tan sencillos y naturales
su indudable conexión con la forma de presentar la ciencia en los manuales y se consolidaron en el vulcanismo epistémico que se produce cuando emergen
en las reconstrucciones racionales) han dejado de estar presentes en las publica- nuevos saberes que fraguan en nuevas disciplinas procedentes de tradiciones
ciones más influyentes, y han sido desplazadas por otras categorías, en aparien- académicas anteriores. El término prehistoria nace cuando se intenta describir
cia más débiles pero con una enorme flexibilidad epistémica. Sobre todo se ha la paradoja de cómo se puede escribir la historia de lo que no tiene historia.
proyectado sobre la historia de la ciencia la evidencia de la multiplicidad de los Se debate su pertinencia, se negocia, se discute y el nombre se expande por las
saberes; parece que la historia de la ciencia ha dado paso a una nueva forma de lenguas imponiendo un significado que lentamente se solidifica. El capítulo se-
identificar “la ciencia”, que pasa de ser un término con referencias exclusiva- gundo del libro trata de la historia del término prehistoria podría ser sin duda
mente lingüísticas (sobre todo como lo ha concebido las corrientes analíticas del el primero, sería una forma natural de comprender lo artificial de las denomina-
siglo XX) a convertirse en un fenómeno con resonancias culturales. La palabra ciones que se han incorporado al lenguaje de la historia.
16 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 17

Sin embargo la autora ha preferido que el lector no se encuentre con esa Escribir más podría interpretarse como un intento de sustituir el texto por
discusión nada más abrir el libro. El primer capítulo trata del espacio cautivo el prólogo, así pues pongo punto final, y como en los antiguos teatros solo me
en los edificios construidos para contener el conocimiento, deja como si fuera queda recomendar que se comience con la lectura.
un vestigio el nombre propio de Florentino Ameghino. Se menciona en la pri-
mera línea del texto y con esa aparición se hace un guiño a todo un programa
de investigación llevado a cabo en los últimos quince años sobre este persona- Javier Ordóñez
je. Quien conozca la obra escrita de la autora de este libro, encontrará en ese UAM- Max Planck Institut für Wisssenschaftsgeschichte
personaje a un viejo amigo. El director del Museo Nacional de Buenos Aires a entre Madrid y Berlín, julio de 2009
principios del siglo XX introduce al lector desde esa primera línea en las dis-
cusiones sobre para qué se construyen y cual es su finalidad. Sin duda, el uso
del nombre propio podría hacer pensar que se está ante una biografía personal.
Pero no, realmente lo que se pretende narrar es la historia de un espacio, de
las diferentes concepciones que tuvieron los arquitectos cuando diseñaron los
museos a finales del siglo XIX, el siglo de las exhibiciones, donde comenzaron
a habilitarse nuevas catedrales del conocimiento para las masas. No se va a
perder en el texto el nombre de Ameghino, pero en este caso es solo un incipit
para hablar de los museos y para mostrar cómo se relacionaba la concepción
museística del argentino con las formas de representar arquitectónicamente el
espacio en Europa y en América del norte. La autora prefiere por lo tanto llevar
de la mano al lector a un lugar donde va a encontrar restos clasificados, nom-
brados y aun arrumbados, donde el problema es institucional, y político, pero
cuyo referente primordial es disciplinar: el ingreso de la Argentina en el torrente
de la prehistoria. Se toma el espacio del museo como inicio de un itinerario in-
telectual que durará décadas y que ofrece un estudio de caso sobre la compleja
discusión acerca del origen del hombre.

La segunda parte del libro expresa hasta qué punto la autora ha llevado su
investigación a la plenitud. Ha mostrado a lo largo de su carrera que las histo-
rias requieren narraciones sucesivas, que conviene regresar a las investigaciones
de juventud para transformarlas en relatos maduros; así, en su pluma la historia
de la arqueología argentina se transforma en parte de la historia general, lo local
adquiere su sentido y su tractivo para tantos arqueólogos anglosajones y cen-
troeuropeos. Los restos materiales deben perder su corporeidad y convertirse en
dibujos, esquemas sobre papel y la materia se convierte en imagen. La pregunta
sobre en qué ámbito geográfico se produjo la hominización se convirtió en un
desafío para aquella comunidad argentina. La autora no evita mostrar la fragi-
lidad de los argumentos ni de las pruebas usadas en la discusión internacional,
porque su intención no es alimentar la pasión nacionalista sino estimular la
discusión y la curiosidad de los lectores, orientando su atención al entramado de
redes donde se desarrolló la polémica, más que a la conclusión del relato.
INTRODUCCIÓN

H
ace muchos años, Harold Innis señalaba ese enorme sesgo propio de la
arqueología, generado por un objeto construido con cementerios y ves-
tigios procedentes de los depósitos de la muerte. La tumba –donde los
artefactos y los restos humanos se encuentran juntos– se transformó en la uni-
dad epistemológica para establecer secuencias cronológicas y el corpus visual
de la cultura de una época histórica determinada. Los fragmentos, la cerámica
y los instrumentos de piedra, esas paradigmáticas antigüedades portátiles de
la arqueología y la prehistoria, coleccionadas en tumbas u otros contextos de
muerte, agrupadas y localizadas en la excavación, se ordenaron en corpus visua-
les de variedades de objetos a través de métodos estadísticos y comparativos. La
pregunta acerca de cómo esta influencia modeló los procedimientos para crear
datos confiables permanece sin respuesta.
Abundan, en cambio, los trabajos donde el surgimiento y el desarrollo de la
arqueología y la prehistoria se explican y agotan en la escala macropolítica, uni-
dos a los idearios nacionalistas, motor de personajes e instituciones. En 2002,
Marc-Antoine Kaeser, en un artículo que transpiraba cierto hastío frente a la
ligereza y superficialidad con la que se trataba esta relación, se preguntó si se
podía seguir trabajando de esa manera. Sugería que dicho enfoque combinaba
una vieja versión de la historia de las ideas con aguados conocimientos de filo-
sofía política, a través de los cuales se vinculaba la arqueología con los discursos
de barricada sobre el pasado. Kaeser (2002) recordaba las raíces internacionales
de la prehistoria y la necesidad de emprender estudios en profundidad sobre
el impacto que el nacionalismo habría tenido en las prácticas surgidas bajo su
impulso. No obstante, el cuestionamiento moral a la identidad no inocente de la
ciencia parece seguir provocando entusiasmos por un modo de trabajo que, más
que generar nuevo conocimiento, nos instala en la retórica de la repetición. Las
páginas que siguen, sin negar las dimensiones políticas de la arqueología, inten-
tan articularlas con el problema de los espacios donde emergió la prehistoria.
La consolidación de esta disciplina en el siglo XIX implicó la idea de un
desarrollo histórico de la naturaleza y de la humanidad comparable en todo
el mundo. Se trata de ciencias, como la geología y la paleontología, que pro-
claman su carácter global, donde los datos locales deben imbricarse con otros
datos recogidos en geografías diferentes. Al mismo tiempo, constituyen saberes
intrínsicamente vinculados con un espacio concreto, donde la localidad puede
20 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 21

llegar a condicionar la mera posibilidad de una manifestación regional de esas venciones, aquellas cosas de carácter controvertido podían transformarse –o
secuencias espacio-temporales que supuestamente funcionan en todo el orbe. no– en los fósiles de un animal o el resto elocuente de una cultura sepultada por
Los cultores de estas nuevas disciplinas consolidaron sus prácticas en la los siglos.
paradoja de la reflexión sobre la lengua materna y la búsqueda de un lengua- No olvidemos que el mero surgimiento del conocimiento experimental se
je neutral y compartido, comprensible para una comunidad científica interna- vincula a las convenciones para producir hechos (Shapin y Schaffer, 1985). En
cional. En esta paradoja, la lengua terminó por volverse tan invisible como la ese marco, el testimonio ocular, colectivo y público, presencial o virtual, ad-
misma cultura y como las categorías que preexisten y condicionan cualquier quiere un papel constitutivo. Los resortes mismos de la producción del conoci-
acto de escritura o de comunicación. La arqueología y la prehistoria constru- miento parecieron accesibles gracias a la articulación de dos espacios: el espacio
yeron su lenguaje mediante una doble importación: la incorporación de tér- físico del testimonio directo –los nuevos laboratorios y gabinetes– y el espacio
minos de otras disciplinas y el patrón lingüístico establecido por la academia abstracto del testimonio virtual, generado por las llamadas tecnologías literarias
de referencia. La expansión de estas disciplinas y palabras necesitó tender una y representado por las publicaciones, los catálogos, las imágenes y la posibilidad
infraestructura material para generar, transmitir y procesar la información de de repetir la observación de un experimento a través de la lectura y los pasos
lugares remotos, cada uno con una lengua propia, en búsqueda de una referen- para replicarlo una y cien veces (Shapin y Schaffer, 1985; Findlen 1994).1
cia común para resolver el viejo problema de la intraducibilidad del lenguaje En ciencias tales como la arqueología y la paleontología, la colección cons-
de la experiencia local. Ligado a ello, el montaje de una logística cooperativa y tituyó por décadas el espacio del testimonio directo, mucho más confiable que
de alianzas, estructurado de manera transnacional para intercambiar objetos, cualquier observación realizada fuera de los muros del gabinete. Podríamos afir-
imágenes e información y dilucidar el pasado de la Tierra y de los hombres mar que la consolidación de estas de ciencias en el siglo XIX se define por la
(Rudwick, 1997, 2005). creación y control de un tercer espacio público, concreto y abstracto a la vez:
En el estudio de esas prácticas, los agentes humanos y las redes sociales el campo o terreno. La existencia del campo como espacio objetivo surgirá a
recuperan un lugar oscurecido por la historiografía nacida en el mismo siglo través de tecnologías literarias similares a las del inicio de la modernidad –entre
XIX, con las biografías de los grandes científicos y la épica del progreso de la ellas, el lenguaje visual de las publicaciones científicas del siglo XIX (Rudwick,
ciencia. Surge entonces la pregunta sobre cómo se articularon las experiencias 1976)– y las tecnologías del transporte de la era del Imperio. Los criterios de
y observaciones realizadas por individuos de mundos culturales y lingüísticos credibilidad se concentrarán en el científico presente en el campo, una exigencia
diferentes: estos ingenieros franceses, banqueros ingleses, profesores italianos, metodológica consolidada en los inicios del siglo XX. De allí surgirá un perso-
maestros argentinos, diplomáticos y ministros de nacionalidades diversas, de- naje compuesto por el conocimiento del hombre de letras, la mente del ingenie-
ben esforzarse por encontrar una lengua común para poder dialogar y trabajar, ro, la meticulosidad del médico legal y la autoridad del testigo de los hechos.
en ese espacio no del todo real que Peter Galison (1997) ha llamado metafóri- Lo acompañará el surgimiento de la famosa figura del sabio de gabinete, usada
camente zonas de intercambio. para desprestigiar el estudio basado en la evidencia recolectada por correspon-
En consonancia, el papel de los aficionados y de las sociedades eruditas sales y comisionados especiales (Bourguet, 1997; Rudwick, 1997; Lucas, 2001).
en el desarrollo de estas disciplinas, algo aceptado hasta bien entrado el siglo La afirmación de Leroi-Gourhan (1950: VII) debe entenderse en ese sentido:
XX, reaparece ligado al problema de la autoridad científica y la construcción “c’est sur le terrain que se déroule l’étape majeure de la recherche”. Con ello,
del objeto arqueológico (Leroi-Gourhan, 1950; Levine, 1986). Como recuerdan reconocía la existencia del espacio del campo, pero también la necesidad de
Daston y Park (1998: 219), las polémicas sobre qué –y por qué– creerle a los educar a quienes lo ocupaban de manera permanente. Frente a los pocos profe-
informes sobre los hechos extraños de los mundos recientemente incorporados, sionales que, además, pertenecían al espacio del museo, del laboratorio o de la
abundaron en los siglos XVI y XVII. Esas disputas se trasladaron luego a la universidad, en 1950 la solución más sensata continuaba siendo la instrucción
autenticidad de los objetos de los mundos desaparecidos en el pasado remoto, de ese ejército de aficionados, que vivía en el campo, lo conocía mejor que el
de los cuales nadie podía dar testimonio pero de cuya existencia, a mitad del
siglo XIX, ya no se dudaba. Para la aceptación de estos objetos se continuaría
recurriendo, aún en el siglo XX, a formas propias de las prácticas y doctrinas
legales, tales como la presencia de testigos calificados en el lugar del hallazgo,
Estos autores reconocen su deuda con la obra de Eisenstein (1990) sobre la imprenta y la con-
1
el labrado de actas y la intervención de los jueces locales. Merced a estas con- formación del saber.
22 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 23

visitante ocasional y, asimismo, estaba dispuesto a colaborar con la empresa dimientos (Podgorny, 2007 a, 2008 b, 2009). Sin dudas, estuvieron mediados
científica.2 por la política, pero lejos de buscarla en los grandes acontecimientos, este libro
Esas prácticas desdobladas reinaron durante varios siglos, siguiendo ciertas busca explorar las pequeñas disputas ligadas a las clasificaciones, las priorida-
convenciones que, a veces, resolvían las polémicas antes mencionadas. Anali- des en la descripción de un hueso y los favores para llevar adelante un proyecto
zando los procedimientos de la modernidad inicial, por los cuales los datos y o una obsesión personal. Como escenario se presentarán las tensiones entre la
las cosas se movilizaron desde el campo a los centros de cálculo, Latour (1990) normalización de los procedimientos de la excavación arqueológica y las con-
acuñó el concepto de móviles inmutables. Pero antes, un cultor de las ciencias diciones concretas de un trabajo caracterizado por el montaje de una red de
del tardío siglo XIX había elaborado un concepto similar expresando que la proveedores de datos y objetos, trazada por encima de las relaciones personales
finalidad de la arqueología era producir antigüedades portátiles, es decir planos, de los personajes de esta historia.
fotografías y dibujos para reconstruir, a distancia y cuantas veces se deseara, En la primera parte nos referiremos al espacio del museo de historia natural
la observación de las condiciones originales de las cosas (Petrie, 1904). Como y de la colección como lugar de trabajo y de depósito de los interesados en la
veremos en este libro, y tal como el concepto de antigüedades portátiles re- antigüedad del hombre. La búsqueda de un edificio apropiado, como sinónimo
presenta, los problemas de la historia de las ciencias no son otros que los que de la mera posibilidad de consolidar un nicho para la ciencia y para la prehis-
preocupaban a los científicos del pasado. toria/arqueología, mostrará una de las articulaciones posibles entre la práctica
Las antigüedades portátiles, como tecnología literaria, debían transformar científica y la política. Nos detendremos en las disputas lingüísticas por imponer
al campo en un espacio público y central de la práctica arqueológica. De tal un determinado léxico y su camino hasta el Plata. Los capítulos que cierran la
manera, la producción de conocimiento arqueológico quedó conectada con tres primera parte se refieren a los dispositivos y medios técnicos ideados para resol-
espacios diferentes. Mientras la colección de antigüedades y el museo han dado ver el problema de la precisión y el ajuste entre las cosas y las palabras.
lugar a una extensa historiografía, la constitución de la base de datos (o el ca- En la segunda parte, nos centramos en algunos episodios ligados a la anti-
tálogo) y el campo, incorporados como espacios científicos alrededor de 1900, güedad del hombre en la Argentina. Sin agotarlos, trataremos de mostrar cómo
no han sido estudiados con la misma profundidad. La creación de datos en la este problema se transforma en el origen del género humano y, por otro lado, en
arqueología moderna, puede decirse, se torna un procedimiento para agrupar y la imposibilidad de definir y controlar los espacios del museo, del registro y del
localizar objetos tanto en la estructura de la excavación como en el repositorio campo. El apéndice recopila algunos documentos ilustrativos de este proceso.
de los artefactos en el museo o colección. Para analizar esta relación fundamen- Este libro propone, además, un modelo de trabajo con las fuentes disponibles
tal entre objetos y registro, este trabajo se concentra en el surgimiento de la y la puesta en valor de otras muy poco utilizadas en la historia de la ciencia en
arqueología en la Argentina ligado al problema de la antigüedad del hombre, la Argentina. Por un lado, se basa en la lectura de los trabajos que producían y
es decir, la contemporaneidad de la humanidad con una fauna desconocida en leían los practicantes locales de la ciencia para entender, no solo su mundo de
el presente. Como veremos, los objetos utilizados para probar o refutar la re- ideas, sino también la circulación de las novedades científicas y esa red discursi-
mota antigüedad del hombre en América del Sur, lejos de constituir una fuente va en la que se constituyó la prehistoria. Algunos capítulos se refieren a los de-
directa de datos, se transformaron en conocimiento arqueológico por distintas bates parlamentarios sobre la creación de determinada institución: los mismos
técnicas tendientes a la creación de antigüedades portátiles y el establecimiento revelan que cuando se trataba de erogar grandes partidas presupuestarias, la
de criterios para juzgar la confiabilidad de la prueba y generar la repetición de ciencia surgía como una actividad demasiado onerosa que no todos estaban dis-
la observación, aun cuando la evidencia se destruyera por esos mismos proce- puestos a sufragar. También se recurre a manuscritos depositados en archivos de
varias ciudades, para iluminar aquellos aspectos sobre los cuales no dan cuenta
las fuentes publicadas y mostrar que la historia de la ciencia en la Argentina

2
Leroi-Gourhan reconocía tres grupos de prehistoriadores: los profesionales, los grandes y los pe-
no se puede centrar en Buenos Aires. Se incorporan las citas de los periódicos
queños amateurs, el grupo numéricamente más importante. Leroi-Gourhan (1950: 1) concluía:
“Notre milieu de préhistoriens est donc un milieu foncièrement composé d’amateurs dont la for- de varias ciudades, procedentes de colecciones completas o de recortes, hechas
mation scientifique est très variable”. Hace más de veinticinco años, Stebbins (1980) le dedicaba institucionalmente o por los mismos personajes de este libro. El trabajo en la
dos artículos a la ciencia vocacional, examinando las rutinas de los aficionados en la arqueología historia de la ciencia con el recorte de diario, un objeto de papel de la moderni-
y la astronomía (cfr. Miotti y Podgorny, 1995; Pupio, 2005). McCray (2006) señala que los histo- dad, ha merecido las reflexiones de Anke te Heesen (2006). El recorte nos habla
riadores se han centrado en los científicos aficionados de períodos de poca definición profesional,
de una cultura de la ciencia del cut & paste, que no solo representa qué dice
pero que vale la pena profundizar en las prácticas vocacionales del siglo XX.
24 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 25

la generalidad sobre las prácticas científicas sino que también nos habla de las varias agencias de financiación a través del Programa Rockefeller Pro Scientia
obsesiones de esos hombres con tijera y de cómo esos caballeros se relacionan et Patria (Museo Etnográfico, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
con el conocimiento. Sabiendo de la imposibilidad de llegar a conocer el todo, el de Buenos Aires), DAAD, PICT ET 2005 32111 BID 1728/AR (FONCYT),
cortar y pegar de los periódicos, ese medio que permite enterarse en el Plata qué PIP 5675 (CONICET), Programme d’Accueil des Professeurs Invités-Université
ocurrió ayer en Niza o en Java, muestra cómo el conocimientos de los hombres Paris 7 D. Diderot, Beca Félix de Azara (Biblioteca Nacional), PICT ET 2005
y las damas del siglo XIX se encuentra predeterminado ya no por Dios, sino 34511 (FONCYT) y UBACYT 2007/8 F455, dirigidos estos dos últimos por
por los corresponsales y los cables transatlánticos (Hugill, 1999). Los recortes Myriam Tarragó. Este apoyo institucional se complementó con la consulta de
arman el mundo de referencia y, asimismo, nos ayudan a articular las escalas varias bibliotecas privadas, la búsqueda de materiales dispersos en diversos re-
local e internacional de estas disciplinas. positorios, entre las que vale la pena detacar las bases de datos virtuales del siglo
Este libro también se refiere a la obra de los hermanos Ameghino. Lejos de XXI, tales como archives.org, JSTOR, Google Books (versión estadounidense),
leerla como un continuum, queremos mostrar algunas rupturas y desvíos temá- Persée, CAIRN y la inimitable Gallica que, lejos de barrer con el deseo de ir a
ticos. Los incontables elogios y ensayos biográficos posteriores a la muerte de las bibliotecas, marcan el camino para descubrir otras.
Florentino crearon un corpus historiográfico que oscurece sus investigaciones Quiero reconocer la ayuda y comentarios de Miruna Achim, Silvia Ametra-
y oculta que las mismas se hicieron de manera colectiva y sobre la base de una no, Diego Aufiero, María Elida Blasco, Marie-Noëlle Bourguet, María Calde-
empresa familiar. Esta hagiografía, transformándolo en una suerte de filósofo y lari, Eudald Carbonell, Bernard Cazaban, Nélia Dias, Máximo Farro, Roberto
sabio local, autodidacta e incomprendido, esconde, a su vez, el intrincado lado y Belén Ferrari, Etelvina Furt y familia, Susana García, Cristina Iglesia, Tatiana
internacional de sus investigaciones.3 Kelly, Maria Margaret Lopes, Carlos López Beltrán, Annick Louis, Maribel
No se puede evitar la mención casi permanente a El desierto en una vitrina Martínez Navarrete, Javier Moscoso, Javier Ordóñez, Andrea Pegoraro, Pie-
(Podgorny y Lopes, 2008), donde deben buscarse las referencias, por ejemplo, rre Pénicaud, Ineke Phaf-Rheinberger, Juan Pimentel, Guillermo Ranea, Julián
al museo antropológico de Moreno, al de la Sociedad Científica y a los debates Reboratti, Carlos M. Romero Sosa, Hilda Sábato, Juan Suriano y Wolfgang
sobre las formaciones geológicas del Paraná. También retoma algunos artículos Schäffner. Destaco la ayuda de los bibliotecarios y archiveros de las bibliotecas
ya publicados en inglés o en obras poco accesibles en la Argentina: el capítulo del Museo de La Plata, Museo Arqueológico Nacional (Madrid), Museo Etno-
2 de la Primera Parte, en particular, se basa en “The non-metallic savages” y en gráfico, Sociedad Científica Argentina, Museo de Ciencias Naturales Bernardi-
“El lenguaje de la arqueología”, ponencia presentada en la mesa “El Español en no Rivadavia, Biblioteca de la Dirección Nacional de Minería, Bibliothèque Na-
la Ciencia” del 2° Congreso Internacional de la Lengua Española (Valladolid, tionale de France, Muséum Henri Lecoq, Biblioteca y Archivos departamenta-
2001). El capítulo 3 de la Primera Parte vuelve a temas desarrollados en “La les de Clermont Ferrand, Biblioteca y Archivo Provincial de Paraná, Biblioteca
prueba asesinada” y “Medien der Archäologie”. El último de la Segunda Par- Nacional de la República Argentina, Biblioteca Tornquist, Archivo Histórico de
te incorpora fragmentos de “Bones & Devices”. Con este libro he procurado Salta, Archivo Histórico de Santa Cruz de la Sierra, Museo y Archivo Histórico
reunir y sistematizar uno de los temas que más me ha preocupado en el curso Sarmiento, Staatsbibliothek zu Berlin, Newberry Library, Ibero-Amerikanisches
de mis escritos: la configuración de la prueba y la evidencia en las disciplinas Institut, Royal College of Surgeons, Archivo Los Talas, Biblioteca del Congre-
de la paleontología y la arqueología. Salvo indicación en contrario, los datos so, Société d’Anthropologie de Paris, Muséum National d’Histoire Naturelle,
biográficos proceden de los diccionarios citados al final de la bibliografía. La CARAN (París). Maribel, como siempre, leyó, releyó y ayudó a corregir las
ortografía en las citas y transcripciones, se mantiene original: se indica sic solo distintas versiones. Margaret, con cariño, acompañó con ideas y entusiasmo.
si se trata de un error tipográfico de la época. Particular agradecimiento le debo a mi grupo de investigación, responsable de
Este trabajo empezó a escribirse en Berlín en el año 2003 durante una beca la existencia de esta colección.
de la Fundación Alexander von Humboldt, gracias a la cual también pude visitar Finalmente, le dedico este libro a Maia Podgorny, mi sobrina con nombre
los archivos y bibliotecas de Clermont Ferrand. Contó, además, con el apoyo de ruso y la nieta primogénita de mi madre.

Buenos Aires, abril de 2009


3
Filogenia, Mi Credo y La antigüedad del hombre en el Plata fueron la base con la que sus bió-
grafos y los artículos de la “Revista de Filosofía” (Rossi, 1999) postularon a Ameghino como
filósofo.
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I

Edificios para la ciencia

Hace nueve años me hice cargo de la Dirección de este esta-


blecimiento, lleno de ilusiones, acariciando una cantidad de
proyectos en beneficio de la cultura del pueblo, del adelanto
intelectual y material del país, pero todos ellos estaban su-
bordinados a la condición de disponer del edificio; y no te-
niéndolo, todo ello ha quedado igualmente en proyectos.4

E
n octubre de 1910, Florentino Ameghino, director del Museo Nacional
de Buenos Aires, interrumpía sus disquisiciones sobre los remotos antepa-
sados del hombre para escribirle a don Juan M. Garro, flamante Ministro
de Justicia e Instrucción Pública de la Nación (Podgorny y Lopes, 2008) (Figura
I - 1). Inscripta en la rutina de la comunicación con su superior, esta carta de-
nunciaba, una vez más, “el estado de ruina por el cual la institución fundada
por Rivadavia desgraciadamente atraviesa”.5 Ameghino al recurrir a términos
como derrumbe no apelaba a un mero gesto retórico: las paredes del edificio
abarrotado cedían al no poder soportar el peso de las colecciones incorporadas
en los últimos años. La muerte de los transeúntes y de los trabajadores del mu-
seo a causa del desmoronamiento del edificio se vislumbraba como una amena-
za posible, nada metafórica. El peligro de desplome de la pared de la calle Alsina
se había detectado a inicios de la década de 1880; las grietas se habían agravado
a raíz del temblor de tierra sentido en Buenos Aires en 1889 y empeorado, aún
más, con las excavaciones de las obras de salubridad, el tránsito creciente y el
traqueteo de los tranvías (Figura I - 2). El progreso avanzaba en la ciudad pero
se detenía, amenazante, en las puertas del Museo.
La solución parecía residir en un edificio apropiado para la conservación de
los materiales científicos. En caso contrario, la riqueza volvería a ser sepultada
en el polvo de las Pampas; el camino hacia la civilización, desandado y, la honra
del país, cuestionada. Algunas voces endilgaban la responsabilidad a Ameghino:
se daba a entender que los directores del museo, en vez de ocuparse del lustre
de la institución, se dedicaban demasiado, o exclusivamente, al de sus propias


4
IMJIP, p. 455.

5
IMJIP, p. 439.
30 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 31

Figura I – 1 Figura I – 2
Ameghino en el Museo Nacional Grieta del Museo Nacional
(Carpeta de Recortes 1912, Archivo Museo Etnográfico) (Fuente: Carpeta de Recortes 1912, Archivo Museo Etnográfico)
32 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 33

investigaciones. Ameghino, fiel a su temperamento, dio amplio testimonio de lugar para caminar, conversar y admirar las esculturas y las pinturas. Para Lugli,
sus esfuerzos en contrario y redactó un informe de cuya lectura es difícil escapar con la galería, surge una relación entre los visitantes y el espacio de exhibición
sin angustias. similar a la existente en nuestros días. En sus palabras: “C’est en marchant
Frente a estas denuncias, acusaciones y profunda desilusión, surgen varios qu’on va à la rencontre des œuvres. Les objets sont exposés selon un ordre
problemas estructurales de la ciencia en la Argentina que actúan como trasfon- progressif et hiérarchique. Premier signe d’un détachement de l’observateur par
do político de la práctica de la prehistoria y de los debates sobre la antigüedad rapport à l’œuvre: on passe devant elle, on ne s’arrête pas, on n’en jouit que
del hombre en el Plata. El primero, la contradicción que se planteaba entre quelques instants” (Lugli, 1998: 32). El gabinete, por el contrario, se caracteriza
el desarrollo de los trabajos científicos –percibidos como interés privado– y el por un uso muy diferente del espacio, mucho más individual, hasta impropio
estado de los edificios donde la ciencia se mostraba o debía mostrarse al públi- para la recepción de un número elevado de visitantes o para adaptarse a un uso
co. En segundo lugar, los modelos de institución y de acceso a las colecciones público para el cual no estaba hecho. Lugli, como luego lo desarrollará Findlen
en juego entre los distintos participantes. En relación con ello, las referencias (1994), señala la importancia y el lugar central del coleccionista, erigido en eje
nacionales e internacionales gracias a las cuales se articulaban tales modelos. del microcosmo creado por la colección.
La competencia por los recursos y espacios provistos por las dependencias del En los siglos XVII y XVIII, la galería, como espacio dedicado a la exhibi-
estado colaboraría a la modificación de las ideas sobre la definición de un museo ción de pinturas, se incorpora como un elemento casi obligatorio en la arquitec-
según la función desempeñada. Finalmente, el lugar del hombre y la historia de tura de los palacios erigidos en esos siglos. El acceso a estas colecciones privadas
la humanidad en los museos de la naturaleza. estaba mediado por la red de intercambios y mecenazgos que las sustentaban.
Cuando Ameghino escribe esta carta, se encuentra, en realidad, desvelado Esta sociabilidad patricia, reunida en el espacio del gabinete o de la galería, se
por otro tema: descifrar el origen sudamericano del género humano. Por eso, continuaba en las cartas, envíos de especímenes y la publicación de catálogos
este libro parece haber empezado por el final, cuando el Museo Nacional y el (Findlen, 1994). El siglo XVIII presenció los primeros intentos de especializa-
Museo de La Plata ya representaban el depósito –no del todo ordenado– donde ción de los espacios destinados a la exhibición de obras de arte separados de
se almacenaba parte de la evidencia de dicha teoría. De tal manera, recorrer los aquellos cuya misión sería albergar los especímenes propios de la historia natu-
senderos que van desde los primeros estudios sobre la antigüedad del hombre ral. Como ha señalado Forgan (1994), en los sueños del siglo XVIII y XIX sobre
en el Plata hasta la teoría acerca del origen sudamericano de la raza humana, la sociedad del futuro, el museo aparecía imaginado como uno de los exponen-
significa andar un sendero que va y viene entre las colecciones, las bibliotecas y tes de la realización espacial y concreta de todos los logros del porvenir.
distintos parajes de Europa y América. En este capítulo, analizaremos los mo- Así, en 1793, el Jardin des Plantes de París –desde 1739 museo de historia
delos de museos usados como referencia en los debates sobre la construcción de natural– fue reorganizado por la Convención, estableciéndose el Muséum Na-
los edificios para los museos argentinos, tratando de articular el significado de tional d’Histoire Naturelle, íntimamente ligado a la voluntad revolucionaria.
estos espacios como lugar de institucionalización de las ciencias y la creación de El Muséum se fue expandiendo en cátedras y en nuevos espacios de exhibición
un público para las mismas. y de depósito. La unidad de la superficie del Jardin des Plantes, de límites fijos
desde el Antiguo Régimen, ciñó la fragmentación de las disciplinas y los distin-
tos espacios de exhibición. Compartiendo lugares de prácticas científicas, con el
Los edificios deseados y los construidos recreo público y con los espacios domésticos de la vivienda de los profesores, el
El tipo de espacio dedicado a los museos tiene varios capítulos en la historia de Muséum consolidó espacialmente una imbricación casi familiar con las colec-
la arquitectura y en la tipología de los lugares destinados, sobre todo, a la ex- ciones y con los colegas. Como relata Outram (1997), muchos de ellos pasaban
hibición de colecciones de arte. Allí se menciona que los primeros edificios para directamente de sus dependencias privadas a las colecciones, competían por
albergar curiosidades y estatuaria, autónomos del castillo, del palacio o de la cargos con parientes políticos, heredaban empleos como si se tratara de derecho
iglesia datan de la segunda mitad del siglo XVI (Pevsner, 1976). Adalgisa Lugli adquirido por sangre, o se separaban cátedras y colecciones por rencillas y odios
señala dos modelos, representados, cada uno, por el espacio de las galerías y el generados a la mesa paterna. Es en este sentido que la política de los museos
del gabinete de curiosidades o del studiolo. Ambos se originan en el siglo XVI puede vincularse muy directamente con las micropolíticas ejercidas en las rela-
pero con objetivos diferentes: el espacio de las galerías, concebido como un co- ciones de amistad y parentesco, surgidas entre un grupo limitado de familias
rredor, cuyas fuentes de luz proceden básicamente de uno de los lados, crea un (Farro, 2009).
34 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 35

El Muséum institucionalizó, asimismo, las contradicciones entre los espa-


cios físicos abiertos de los jardines y el número creciente de los espacios cons-
truidos de las galerías, anfiteatros y salas de disección, abrigo de las ciencias
practicadas en los gabinetes. Marcado por las nuevas tendencias de los espacios
de exhibición, indicadas por las exposiciones internacionales y la apertura en
Londres del nuevo museo de historia natural, el Muséum inaugurará a partir de
1889 una serie de edificios para los cuales se adoptó el nombre de Galería y la
planta rectangular, de más de un piso, con doble altura e iluminación provista
por un techo vidriado (Figura I - 3 a y I - 3 b). Las galerías del Muséum, dis-
tribuidas en el parque del Jardín de Plantas, no se comunicaban entre ellas de
manera directa y la visita se debía realizar de manera individual (Figura I - 4).
Del otro lado del canal de la Mancha, Londres consolidaba el modelo de
exhibición apoyado en el edificio único: en 1881 se inauguraba el Museo de
Historia Natural de Londres, asociado a la figura de Richard Owen, Superin-
tendente de los Departamentos de Historia Natural del Museo Británico desde
1856. Este anatomista había tenido a su cargo tanto las colecciones como la
cátedra Hunter del Real Colegio de Cirujanos de Londres. Owen, de este modo,
había preferido seguir una carrera científica en el museo antes que establecerse
como médico. Rupke señala: “[i]n choosing museum work Owen did not move
into a ready-made institutional niche for scientific study. On the contrary: both
the concept and the architectural reality of museums as institutions of research,
Figura I – 3 – a)
though at the time already well established in Paris, were still being developed
Interior de la Galería de Zoología
in Britain” (1994: 12-13). La biografía científica, la elección de los temas de
(Fuente: Wagner, 1906: Fig. 548, – Biblioteca FADU-UBA)
investigación y de los marcos de interpretación se tejen con las redes de patro-
nazgo necesarias para el crecimiento de las colecciones o de los edificios donde
se albergaron (Rupke, 1994). El museo metropolitano por excelencia, aquel eri-
gido para contener las riquezas naturales y el poderío del imperio británico de
fines del siglo XIX, estaría muy lejos de gobernarse por mecanismos anónimos
o autónomos de la figura del director. El establecimiento del Museo de Historia
Natural londinense, esta paradigmática catedral de la ciencia, fue el resultado
de una bien urdida alianza entre Owen, algunos de los miembros del directorio
de los museos Hunter y Británico y, muy especialmente, del apoyo del canciller
liberal William Gladstone, resortes similares a los característicos de las institu-
ciones sudamericanas y australianas.6
Contra la idea de un movimiento por el cual el museo apareció como “una
expresión arquitectónica de la popularidad de la historia natural”, Rupke (1994:
105) cuestiona esta supuesta tendencia natural del siglo XIX y muestra, en cam-
Figura I – 3 – b)
Galería de Anatomía, Colección Antropológica del MNHN, París 6
Sheets-Pyenson (1989) caracteriza los museos no metropolitanos por la importancia central del
(Fuente: Meyer, 1902: Fig. 32, p. 52) director/fundador de la institución. Cfr. Podgorny (2007 c) donde se relativiza la afirmación de
Findlen sobre el museo decimonónico, como un museo descorporizado que encarna al colecti-
vo de la Nación.
36 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 37

bio, la contingencia del establecimiento de lo que después se transformaría en


una de las instituciones icónicas de la ciencia victoriana. Coincido con Rupke
en que los análisis historiográficos sobre los museos se han basado en la imagen
transmitida por los proyectos exitosos, dejando de lado los polémicos procesos
ligados a su emergencia que, como los proyectos fracasados, reflejan, el rumbo
errático de los museos (cfr. Schnitter, 1996). Estos casos pueden servir para ilu-
minar y cuestionar esa visión surgida de los íconos científicos consolidados, sea
en las tradiciones historiográficas, sea en cierta cultura científica popular que
gusta de las celebraciones del pasado o de anatemizar a la ciencia.
Como cada director de museo deseoso de ampliar el espacio de su institu-
ción, Owen (1862) describiría el inaceptable estado de los departamentos de
historia natural del Museo Británico,7 expuestos en el edificio de Bloomsbury
desde 1831. En los sucesivos informes elevados a Gladstone, el abarrotamiento
se hacía evidente. El Ministro, a partir de entonces, se volvería el más podero-
so protector del proyecto de un edificio especial (Girouard, 1981) que, según
Owen debía resultar lo suficientemente amplio como para desarrollar el esque-
ma de un museo nacional de historia natural,8 ideas que despertaron airados
debates en el interior del Parlamento y en los círculos políticos de Londres (Rup­
ke, 1994: 36-47).
En tal espacio se condensaría ese otro gran museo nacional: la misma natu-
raleza, surgida del ojo observador y de las clasificaciones del viajero de campo.
De esta intención de contener la naturaleza toda, fuente indudable de conoci-
miento, surgían también las dimensiones necesarias del museo, derivadas del
volumen adecuado para exhibir todos los especímenes de animales albergados
por el territorio de la nación o adquiridos, gracias a la riqueza y expansión de
Inglaterra en el mundo. Owen calculaba el espacio según el número de espe-
Figura I – 4 cies conocidas de una clase, la proporción de los ejemplares obtenidos pero no
Plano del Jardin des Plantes, MNHN, París exhibidos en los museos y la tasa, según la cual, los especímenes aumentaban,
(Fuente: Wagner, 1906: Fig. 549) haciendo, además, una proporción de los requeridos para dar una idea cabal de
la variabilidad del grupo. Pero ese espacio surgía también de otro tipo de cuen-
tas: la comparación con las dimensiones y proyectos de las nuevas instituciones
de los Estados Unidos de América. Así, Owen admiraba la cesión de un gran
terreno de la Universidad de Harvard para el recientemente establecido museo

7
El Museo Británico, abierto al público en 1761, había sido establecido en 1753 a través de la
compra para la nación de las colecciones y biblioteca de Sir Hans Sloane. Los miembros del
directorio decidieron albergarlas en Montagu House, un edificio de fines del siglo XVII. En
la década de 1820, se proveyó de un nuevo edificio en el distinguido barrio de Bloomsbury,
diseñado por R. Smirke. La construcción finalizó en 1847. Las colecciones de historia natural
se repartieron en cuatro departamentos, cuyos responsables dependían del Bibliotecario Prin-
cipal, el mayor rango dentro del museo (Girouard, 1981).
8
Owen presentó este plan en 1859, 1861 y 1862 (Rupke, 1994: 34).
38 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 39

de Zoología de Harvard a cargo de Louis Agassiz (Winsor, 1991; Kohlstedt, para evaluar ese impacto en la educación del público. Para salvar esa dificultad,
1988, 2005). Owen, de esta manera, se aseguraría de impresionar al público y colocaba en una esfera superior, intangible, las consecuencias de invertir fondos
a sus aliados políticos mediante el proyecto de un edificio de 5 acres de base y públicos en el mismo (cfr. García, en esta colección).
con galerías alumbradas naturalmente, aire claro, limpio y acceso para la mayor A su vez, queriendo exponer la diversidad de la naturaleza, reconocía la
cantidad posible de visitantes. Contribuirían a estos propósitos, la contigüidad importancia de la selección de los materiales a exhibir. Aun para un país como
a la biblioteca nacional, una administración apropiada y un costo inmobiliario Inglaterra, los fondos se sabían limitados: el espacio destinado a demostrar las
razonable. relaciones de los tres reinos debía estudiarse cuidadosamente y diseñarse de
En los deseos de Owen puede rastrearse, sin dudas, la posibilidad de dis- acuerdo a estos cálculos. Pero, para Owen, no había dudas: Inglaterra debía
poner de las especies en un orden que las conectara en función de la historia erigirse como ejemplo en la protección pública y estatal de las ciencias y, así
del reino animal en el espacio público de un gran museo nacional. No se trata como él aspiraba al cetro de Cuvier, Londres debía aspirar a ser el ejemplo en
de un museo evolucionista pero sí de un museo cuyas galerías intentan repre- el desarrollo de una ciencia en y de los museos (Sloan, 1997). De esta manera,
sentar –a los ojos del naturalista– los caminos de la historia de la naturaleza. el museo de historia natural, podía ser defendido como un símbolo material de
La humanidad se incluía en las colecciones de zoología, ya fuera exhibiendo la civilización, tanto por su edificio como por la riqueza allí exhibida. Por otro
reproducciones del cuerpo entero, cerebros conservados en alcohol o esque- lado, las relaciones entre los distintos reinos y la idea de elevación de las formas
letos de todas las variedades humanas, en series colocadas una al lado de la más simples al hombre, llevaban asimismo a esta cumbre de la civilización en
otra, para favorecer la comparación. En esta conexión dada por la exhibición al un camino guiado por el poder creador, desentrañado por los científicos del
público de las modificaciones del tipo mamífero y las relaciones de graduación siglo XIX. Si bien algunos políticos se veían seducidos por estos argumentos, la
entre los distintos órdenes del reino animal, Owen expresaba sus ideas acerca gran mayoría, permanecía si no hostil, por lo menos indiferente. No por nada
de la organización zoológica. En los circuitos del museo, las ciencias debían los proyectos de Owen se demoraron más de veinte años: el Museo de Historia
matizar su carácter sistemático: ya no se trataba de exhibir las clases y órdenes Natural de Londres se inauguró luego de varios lustros de debates sobre la con-
sobre la base de un orden clasificatorio basado en los caracteres visibles, sino veniencia y emplazamiento de su construcción.
en aprovechar los conocimientos de una anatomía cada vez más orientada a las La estrategia de saturar los espacios existentes para luego solicitar la cons-
estructuras microscópicas y a la variedad de relaciones dada por la inmensidad trucción de un nuevo edificio aparece como una táctica transnacional, probable-
de la fauna provista por las nuevas conquistas imperiales del siglo XIX. Gracias mente aprendida en la práctica de la gestión. Del otro lado del océano Atlántico,
a ellas, la naturaleza podía presentarse emparentada por relaciones mucho más en los Estados Unidos, la iniciativa de un museo específico ligado a una univer-
recónditas que lo visible a los ojos. sidad, convivía con la posibilidad de establecer un museo nacional asociado
La lección de los museos, aunque indudablemente basada en un ejercicio de a la Smithsonian Institution de Washington. Esta institución se había creado
la exploración visual de los objetos, distaba mucho de poder realizarse de mane- gracias al legado de medio millón de dólares de James Smithson, hijo ilegítimo
ra inmediata. Los deseos de Owen plasmaban su propia concepción de la ana- del Duque de Northumberland, cuya donación “para el aumento y difusión del
tomía, combatida por muchos otros naturalistas de Inglaterra y del continente. conocimiento” se destinó a un país nunca visitado por el donante. A raíz de los
Para los visitantes, estos debates podían permanecer en la trastienda de las gale- temores y prudencias de Joseph Henry, primer secretario de la Smithsonian, la
rías o cobrar carácter público a través de los periódicos; sin embargo, ninguna misma se mantenía independiente de los fondos federales acordados por el Con-
de las dos posibilidades aseguraba una toma de partido o la iluminación acerca greso. Aunque el edificio neogótico conocido como the Castle, construido entre
de una nueva manera de mirar. Mucho más accesible era, en cambio, el volu- 1847 y 1855, albergaba numerosas colecciones, recién en la década de 1870 se
men y la riqueza de la naturaleza cuyo dominio podía ejercer Inglaterra. Owen afirmó la existencia de un Museo Nacional. La exposición del Centenario rea-
recordaba la tasa de crecimiento de sus colecciones paleontológicas: el British lizada en Filadelfia en 1876 jugó en ello un papel importante: las exhibiciones
Museum en 1860 tenía 120.000 especímenes de fósiles que, en dos años, habían presentadas de manera temporaria fueron recibidas con regocijo por parte del
pasado a 153.000, con solo 50.000 en exhibición. Owen recurría a ese argu- público y de los jurados. A partir de semejante éxito y de la cantidad de nuevas
mento, así como al orgullo nacional, como sustento para el establecimiento de colecciones, Spencer Baird, secretario de la Smithsonian desde 1878, consiguió,
un museo de historia natural en la capital londinense. Y aunque el museo debía al año siguiente, la aprobación en el Congreso de fondos para la construcción
constituirse en una escuela de filosofía natural, Owen admitía las dificultades del nuevo edificio para el Museo Nacional (Henson, 2000; Vetter, 2004). La
40 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 41

acumulación casi sin control actúa como el argumento convincente para desti- cos parecen estar determinados por varios factores: el acceso del público a un
nar fondos públicos a la construcción de un edificio, que debe protegerlas para espacio conocido como el de las exitosas exposiciones, la disponibilidad de fon-
que dicho esfuerzo no se pierda. dos públicos, la seguridad de la construcción y las condiciones de iluminación
El edificio del Museo Nacional de Washington se construyó entre abril de de galerías, concurridas por un número de visitantes crecientes según la difusión
1879 y marzo de 1881, resultando en un área de exhibición de 80.000 pies cua- de este tipo de paseo entre sectores cada vez más amplios. Las ideas científicas
drados, en forma de una figura de 327 pies de lado, con una rotonda o domo sobre la naturaleza no perdían su importancia pero, de alguna manera, se su-
central. La planta poseía 17 salas, comunicadas entre sí por amplias arcadas. bordinaban a las posibilidades concretas de llevarlas a un tipo de arquitectura
A ellas se sumaban 135 cuartos para oficinas, espacios de trabajo, laboratorio propio de los patrones experimentados en las exposiciones de la segunda mitad
fotográfico y otras dependencias. Los visitantes elogiaban el sistema de ilumi- del siglo XIX. Más allá de la relación física (predio transitorio transformado
nación, la cantidad de personas afectadas al trabajo y la racionalidad de las en museo permanente), Nélia Dias (1991 a) considera a las exposiciones uni-
medidas de las vitrinas, establecidas según el módulo o unidad arquitectónica versales como laboratorios de una museología naciente. Estas, al introducir la
del edificio. El National Museum de Washington se definía como el lugar autori- noción de exposición temporaria, atrajeron a un público más numeroso, cuyo
zado para depositar todos los objetos de historia natural, mineralogía, geología, gusto se ponía a prueba, sirviendo también como evidencia de la necesidad de
arqueología y etnología, atribuidos al territorio de los Estados Unidos, colec- una institución persistente. Por otro lado, las exposiciones, a diferencia de los
cionados durante las prospecciones costeras o del interior por las dependencias museos como el Británico de la primera mitad del siglo, donde la entrada estaba
del Gobierno e innecesarios para las investigaciones en marcha. Las colecciones mediada por una autorización especial (Girouard, 1981), instalaban definitiva-
se disponían en las siguientes secciones: Antropología (arte e industria, razas mente otro tipo de acceso, sin selección y mucho más democrático. El público
humanas y antigüedades), Zoología, Botánica y Geología (Hinsley, 1981). En visitante ya no estaba formado por aquellos especialistas o amateurs de la red
este, como en otros muchos casos, las exposiciones se anudarán al origen y a de interacción de los naturalistas sino por individuos, sin ningún conocimiento
la negociación de un nuevo edificio. Por un lado, como prueba del éxito y del particular, para quienes fue preciso pensar una presentación metódica de las
interés del público en visitar este muestrario de los productos del país; por otro, salas de exposición. La atención de este público anónimo, de intereses desco-
como fuente de materiales, obtenidos a través de las donaciones de los exposi- nocidos, apareció como la meta del museo del último tercio del siglo XIX. El
tores. Así, el National Museum de Washington se constituía con las siguientes especialista, profesional o aficionado, cuya identidad y gustos se conocían a
colecciones, acumuladas desde 1850: las de las expediciones navales, las de los través del sistema de intercambios, sobre el cual se basaba en parte la creación
científicos adjuntos al Pacific Railroad Survey, Mexican Boundary Survey y las y mantenimiento de las colecciones, dejaba su lugar a un individuo definido por
prospecciones realizadas por el cuerpo de ingenieros del ejército; la colección las estadísticas y las proyecciones de un hipotético interés público y general.
del United States Geological Survey y Fish Commission; los presentes de otros La democratización del museo creaba, de esta manera, al visitante promedio,
gobiernos al Presidente de la Nación y a otros oficiales públicos, sobre los que objeto de educación pública y de incorporación al sistema de gustos y consumo
pesaba la prohibición de recibirlos a título personal; las realizadas para ilustrar de bienes culturales del siglo XIX.
los recursos animales, minerales y pesqueros y la etnología de las razas nativas Un museo aparecía como un símbolo material de la cumbre de la civiliza-
del país en ocasión de la Exposición de Filadelfia de 1876, y las muestras de ción del siglo XIX: las técnicas constructivas de los edificios levantados tras ar-
recursos pesqueros exhibidas en la Exposición pesquera de Berlín de 1880; las duos debates, su inserción en el turismo y entretenimiento público, en la red de
treinta colecciones donadas por los gobiernos de otros países participantes de empresas de provisión de objetos y muebles aptos para la ciencia, forman parte
la exposición de Filadelfia, las donadas por casas comerciales e industriales de de un patrón repetido en cada una de las ciudades donde se pretendió erigir
Europa y de América luego de la misma exposición y los materiales recibidos un establecimiento de historia natural.9 El orden de las colecciones, respetuoso
en intercambio con instituciones de todos los continentes por el duplicado de siempre de las reglas de la sistemática y de cierta clasificación del saber, podía
especímenes (Ball, 1884: 311-313).
Las exposiciones, por otra parte, brindaban los modelos arquitectónicos 9
En los viajes de estudio, estas empresas se analizaban al igual que los edificios de los museos.
para los edificios deseados, privilegiando la idea del museo como paseo por una Así, Meyer (1900: 33-36) en Nueva York visita la Art metal construction company (antigua
naturaleza dispuesta en las paredes y techos, o guardada tras los vidrios de las Fenton Metallic Manufactoring Co.) y la firma F. Pollard, dedicada a las estanterías de vidrio,
que pronto, para conquistar al mundo, se transformaría en The Crystal Show Case and Mirror
vitrinas o de los muebles de exhibición. En realidad, estos museos decimonóni- Co. Sobre el estante en las ciencias, cfr. te Heesen y Michels, 2007.
42 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 43

variar, sin embargo, según las ideas de los promotores de estas instituciones.
La posición de la humanidad en los museos de historia natural también fue
modificándose: desde la necesidad de demostrar la pertenencia del hombre a los
reinos de la naturaleza fue pasándose a la diferenciación de espacios separados
para las colecciones etnográficas y prehistóricas. El arte y la industria, como en
Washington y La Plata, formarían parte del camino a la civilización. En Europa,
en cambio, las colecciones de arte y de escultura antigua se habían separado
desde temprano y en muy pocos casos compartieron los espacios destinados a
la exhibición de la naturaleza. Los distintos establecimientos existentes fueron
modelando los argumentos utilizados para promover la instalación de los nue-
vos museos, resultantes de esta especialización de las disciplinas, de la expan-
sión del nicho del museo como lugar de trabajo del científico y de la posibilidad
de combinar el crecimiento de la ciencia con el consumo cultural de las clases
medias y la educación popular (García, en esta colección).
Finalmente destaquemos que el lenguaje de Owen combinaba elementos
de una mirada trascendente sobre la naturaleza, haciendo del museo nacional
de historia natural un símbolo de la revelación científica de la poesía del orden
del mundo. Este tipo de lenguaje tampoco está ausente en los escritos franceses
pero se desconoce en países tales como la Argentina, donde el lenguaje sobre
la naturaleza aparece rotundamente secularizado, carente de sujeto creador. La
naturaleza, las faunas prehistóricas, la geología y la riqueza de recursos apare-
cerán allí ligadas a la prodigalidad del territorio, sin otra trascendencia que la
dada por la unidad de destino y del pasado de la Nación.

Educación de las costumbres:


entre el gabinete, el museo itinerante y la exposición pública
En la Argentina, los museos y las exhibiciones de fines de la década de 1870 e
inicios de 1880 empezaron a cobrar un lugar en la educación de las costumbres
de los no especialistas, trascendiendo los contenidos científicos de las mismas.
Para Domingo F. Sarmiento, sin embargo, los primeros a educar debían ser los
organizadores de las exhibiciones. A raíz del arresto de un individuo en una
exposición en Buenos Aires, Sarmiento denunció los conflictos entre los regla-
mentos de las exposiciones públicas y las leyes nacionales (Figura I - 5):

“Es prohibido tocar los objetos. ¿Prohibido por quién? Las leyes
del país no prohíben tocar los objetos. No hay delito ni crimen
en tocar nada; pues el sacrilegio, atribuido a este acto, con los
vasos sagrados, ha desaparecido de la legislación. La Comisión Figura I – 5
de la Exposición, autora de la prohibición, no puede crear deli- “Es prohibido tocar los objetos”
tos ni imponer penas. La policía no inventa delitos, ni priva de (Fuente: El Mosquito, 7 de mayo de 1882)
44 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 45

su libertad a nadie, por actos que ninguna ley prohíbe. Esto es en cuyo control se perdían los esfuerzos del preparador.10 El Museo Público,
de derecho humano [...] Las exposiciones, las carreras, [...], las según esta descripción de Holmberg, no colaboraba en la iluminación de la
fiestas públicas y centenarios están sometidos hoy a una legisla- ignorancia. No se trataba de un museo desprovisto de etiquetas o no clasifi-
ción especial en todas partes civilizadas, que rige y se observa en cado; los especímenes, por el contrario, estaban identificados por su nombre
Filadelfia, París, Londres, Berlín y en Buenos Aires [...] Donde científico. Holmberg pretendía otro tipo de relación entre la ciencia y el público:
quiera que esta influencia domina porque no es legislación, el insistiría en la redacción de trabajos sobre la naturaleza nacional para ponerla
pueblo justifica con su obediencia, su prudencia, el decoro de al alcance de los no especialistas desde el punto de vista de la aplicación y la
su conducta la suavidad de aquel imperio.” (Sarmiento, 1951, utilidad. El problema del museo residía en su carácter exclusivamente científico
41: 233-234) y en la falta de esfuerzos para traducir al visitante promedio ese lenguaje espe-
cializado. A la vista –y al tacto– se ofrecían ejemplares armados y clasificados
Las reglas de comportamiento en los espacios de las exhibiciones no debían con cuidado, pero sin sistema o agrupamiento adecuado como para poder hacer
sancionarse por los individuos más allá de las leyes del Estado ni sacralizar esos inteligible aquello inaccesible para los sentidos de la generalidad. Sin embar-
objetos que debían fomentar el desarrollo de ciertas normas comunes para todo go, esas cualidades serían alabadas por Ameghino, quien describía al Museo
el mundo civilizado. En ese marco, el tópico del museo como herramienta de de Burmeister como una institución científica y seria, carente de personal y de
educación de las masas compite con el uso del museo como mero instrumento espacio para exponer las piezas, pero guiada por la austeridad y cuidados del
científico. El cuestionamiento de Eduardo Holmberg a Hermann Burmeister director (Ameghino, 1935 a). Esta concepción reaparecería en la donación de
como director del Museo Público se entroncaba con este nuevo tipo de museo Ameghino de 1882 para la constitución del abortado nuevo Museo Nacional
educador: de Buenos Aires (Podgorny y Lopes, 2008): un establecimiento destinado a los
sabios de la Nación, una necesidad surgida de la dinámica propia de la ciencia
“La falta de un personal suficiente, el acumulamiento de obje- local y a ella destinada. Como centro de concentración de los esfuerzos y de los
tos y otras causas, impiden que el Museo sea lo que Rivadavia materiales dispersos, multiplicaría los resultados existentes; como consecuencia
imaginó al fundarlo, ‘un establecimiento científico de instruc- de los trabajos publicados, daba lugar a otras monografías, a su vez más com-
ción pública...’ pues, no obstante abrirse al público todos los plejas y completas. Trascendiendo el esfuerzo de los particulares, el carácter
Domingos, el público vé con los ojos aquellos preciosos objetos, público residía en su uso por aquella comunidad de estudiosos a cargo de la
pero no los vé con la inteligencia, no siendo extraño oír críticas observación y comparación de los materiales, para transformarlas en series y en
como esta: ‘¡Qué disparate llamar a este pájaro Tanagra striata, palabra escrita. El museo, en este sentido, representaba un gabinete de trabajo,
cuando se llama siete cuchillos ó siete colores!’ ni es tampoco de individuos concretos y aceptados por las autoridades del mismo.
maravilla que más de uno salga fastidiado con un mundo de El museo, como centro desde donde se controlaría el acceso y la formación
bellas imágenes cuyo conjunto, en vez de luminoso, produce de colecciones –aunque intentado previamente por Burmeister–, se consolidaría
en su espíritu el mismo efecto que una bandada de murciélagos en la década de 1890 en el funcionamiento supuesto para el Museo de La Plata.
en una noche de luna. Colocaremos tales fenómenos encima de Allí, como veremos más adelante, el director pretendió actuar a la manera de
la joroba de la ignorancia, pero... Y si todos los visitantes pre- legislador supremo, reglamentando la vida y el destino de colecciones y emplea-
guntan algo ¿a quién? ¿Al preparador que no tiene casi tiempo dos. En esa misma década la posibilidad del museo abierto para la visita del
para impedir que se toquen los objetos? ¿quién satisface las du- público se impondría, para este museo y el ahora Museo Nacional. En Buenos
das? ¿quién arrebata la máscara de la ignorancia?” (Holmberg, Aires, la ampliación de los objetivos del Museo seguiría la línea de la obra de
1878: 39-40) Carlos Berg, el sucesor de Burmeister luego de su retiro en 1892. En La Plata, en
cambio, la gran convocatoria de público del Museo General parecía despertar
Según Holmberg, la vista no alcanzaba para el público general y tocar los obje- la sorpresa hasta del mismo fundador, quien reconocía la transformación de
tos, aquella acción que podía causar la privación de la libertad, era la tendencia este establecimiento en un sitio de recreo, contrariando las ideas de Ruskin –y

Dias (2004) ha analizado el lugar de los sentidos en estas ciencias.


10
46 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 47

de Owen–, defensor del museo como lugar de educación, no de mero solaz del constituyeron en obligados centros de visita para la dilucidación de diversos
vulgo. Mientras el recreo se asociaba al circo romano y a la consolidación de problemas científicos y en herramientas de disputa a la hora de obtener los
los impulsos existentes, en La Plata, Francisco P. Moreno unía, por obra de la favores de los políticos. Por otro, la proliferación de espacios que adoptaban
adaptación al medio, recreo con educación y se mofaba de las críticas que equi- el nombre de museo. Sin agotarlos, nos referiremos someramente a los museos
paraban al museo con un bazar, arrojando, desafiante, el número de visitantes al ambulantes que llegaban o se armaban en estas latitudes.
establecimiento: cincuenta mil personas en un año (Moreno, 1890: 32). Lapida- En 1885 se inauguraría en Buenos Aires uno de los tantos museos itineran-
riamente afirmaba: “Los que saben son siempre los menos, y hay que pensar en tes que explotaban comercialmente el interés por la exhibición de los cuerpos y
los que no saben”, trasladando la función del museo a ese número de personas las partes anatómicas, sanas o patológicas: en octubre llegaban al puerto treinta
–o al visitante promedio–, absolutamente ignorante de los usos científicos y del cajas conteniendo figuras de cera procedentes de Europa, con miras a estable-
significado de los especímenes (Farro, 2009). cer temporariamente en Buenos Aires un nuevo espectáculo de variedades. La
El volumen, el tamaño y la grandilocuencia de los gliptodontes y de los Dirección de Rentas accedía a librarlas de derechos de importación, concedién-
esqueletos de ballena –objetos todos cuya vista evocan paisajes más o menos doles a los propietarios seis meses para volver a reembarcar la mencionada
verídicos, pero atrayentes siempre– decían servir a este propósito: convocar a carga.12 Poco después, pedían permiso a la Intendencia Municipal para librar
más y más visitantes. Moreno impugnaba, sin rodeos, los criterios utilizados al servicio público el museo anatomo-patológico que se había establecido en
hasta entonces: para estos visitantes de cráneo similar a los exhibidos, alcanza- los altos del Teatro Nacional de la calle Florida.13 Finalmente, se inauguraría
ba la exposición de las grandes formas. Para el especialista, en cambio, se im- en el foyer y salón alto como “Museo artístico, científico, anatómico y pato-
primirían las publicaciones del museo, con sus informes, traducciones de obras lógico de Baernoum”, de sonoridad demasiado similar al famoso circo. Con-
extranjeras y avances en el análisis de los objetos. Allí, reconociendo de hecho tenía muchísimos objetos de etimología, anatomía, patología y gran número
la separación entre estos dos mundos, el reino de la letra y el de la forma, apare- de “microbios, origen de la mayor parte de las enfermedades que afligen a la
cerían también los comentarios sobre los recursos utilizados para que el pueblo humanidad”. Además, se exhibían varios instrumentos empleados en tiempos
inculto regresara a este sitio ameno de reunión todos los domingos, olvidando de la inquisición para aplicar martirios. Cerrando la exposición, una colección
“la taberna que quizá lo lleve al crimen”11 y los gabinetes reservados de los de figuras mecánicas y otras en cera representaban caracteres de la indumenta-
museos itinerantes. ria y de la fisonomía de personajes de pueblos exóticos.14 Lejos de la vida, las
En efecto, los museos competían por los favores del público y la adquisi- ceras se acercaban al disfraz y a los clichés de la vulgaridad. Sin embargo, estos
ción de colecciones con empresas de distinto tipo. Por un lado, la competencia objetos que incluían las manos de una china aristocrática, un tambor ruso y
planteada entre coleccionistas privados y colecciones institucionales que, como una bayadera, se inscriben en una suerte de collage de culturas, donde la fanta-
en el caso de Estanislao Zeballos, se encarnaba en los intereses encontrados del sía del traje pesa más que cualquier otro elemento. Esa estética etnográfica del
mismo individuo. En esa contienda, como veremos luego, las colecciones priva- ballet y de la ópera del siglo XIX, se repetiría en las plazas, en los museos y en
das, pudieron adquirir un peso y relevancia científica tan grande o aún mayor los circos. Otros trabajos deberán analizar la relación entre el vestuario de los
que las estatales (Podgorny, 2000 b). A raíz de esa importancia, las mismas se modelos de cera de los museos anatómicos, los espectáculos montados en los
días de mercado y el de las óperas y ballets, que no solo se alojaban en los mis-
11
“La impresión que el visitante común poco instruido recibe de estos objetos, es decir, de los que mos espacios, compartían, además, temas y el interés por los personajes míticos
puede comprender con su maximum de criterio, transmitido luego a sus amigos, incita á estos e insólitos. Estas presentaciones características del siglo XIX constituían una
á verlos, luego los interpretan, los comentan y de comentario en comentario van despojando suerte de espectáculo ambulante y comercial, ligado también a la cultura de los
á las primeras impresiones de los falsos atavíos que hayan podido vestir y nace así el interés charlatanes (Podgorny, 2009). El Baernoum se trataba, en efecto, de uno de los
conciente en el museo. Estas impresiones no las recibe el ojo inesperto ante un fragmento
tantos museos populares anatómicos de fines de siglo XIX: empresas comercia-
petrificado de una pequeña mandíbula, un trozo de roca informe y pálido de colorido, una
planta seca entre dos hojas de papel, un cráneo humano aparentemente de forma igual al del les e itinerantes que andaban de ciudad en ciudad, permaneciendo alrededor de
observador, ni frente a un pedazo de alfarería toscamente pintado, pero sí ante una caparazón
de glyptodonte, los colmillos de un mastodonte, un gran trozo de metal nativo de algunas de-
cenas de kilo de peso, el esqueleto de una ballena, ó un grupo de animales de extrañas formas, 12
“Figuras de cera”, La Patria Argentina, 19 de octubre de 1885.
una serie de vasos cerámicos, pintados, que por su variedad y número se imponga y el traje de 13
“Museo anatomo-patológico”, La Patria Argentina, 4 de noviembre de 1885.
plumas é de espeso cuero de algún jefe indígena” (Moreno, 1890: 33). 14
“Museo artístico”, La Patria Argentina, noviembre de 1885.
48 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 49

dos meses e instalándose en algún espacio adecuado, como el foyer o los altos de rra, La Paz, Salta y, finalmente, Buenos Aires y La Plata.16 La inauguración del
un teatro, espacio que también se le adjudicó a Moreno para montar su Museo museo, la fundación de hospitales y las denuncias por falso médico se sucedían
Antropológico en 1878 (Podgorny y Lopes, 2008). en cada etapa del viaje, impulsado por los conflictos con los colegios de medici-
Los llamados museos anatómicos o museos anatómicos populares obtuvie- na y cobijado por la sociabilidad masónica que el comendador decía representar
ron una valoración diferente en cada país, según las reglamentaciones vigentes y (Lappas, 1981; Roig, 1966).
la aceptación de los colegios de medicina. Berlín, Viena, Milán, Londres, Nueva En 1883, en un salón situado en la calle Perú entre Alsina y Victoria, a po-
York y Buenos Aires recibieron durante décadas la visita de estas colecciones, cos metros del Museo Público de Buenos Aires y del emplazamiento del Museo
que alimentaron el interés por la anatomía y la etnología, la empresa del em- Antropológico de Moreno, Bennati exhibió su colección de objetos de Historia
balsamamiento, los modelos en cera y la propagación de una semántica médica natural (Podgorny, 2008 c). Con el nombre de “Museo científico sudamerica-
para el autodiagnóstico de las enfermedades venéreas, antes que el tratamiento no”, esta muestra temporaria incluyó objetos de paleontología, geología, mine-
de la sífilis y la gonorrea se consolidara como especialidad de la medicina pro- ralogía, arqueología, botánica, antropología, etnografía e historia. Ameghino
fesional (Schnalke, 1995). Los museos anatómicos populares se han esfumado dio su opinión sobre parte de ellas con el objetivo de “infundir en la juventud
de la memoria y de la historia a pesar de su increíble popularidad en la vida el amor al estudio y el gusto o la manía de formar colecciones, que, al fin y al
cultural de los centros urbanos durante más de un siglo, tanto en Europa como cabo, favorecen siempre el progreso de la ciencia”.17 Esta colección de antigüe-
en América (Sappol, 2002). Se ha señalado, además, que estos museos, a cargo dades americanas significaba una prueba de la antigüedad de América y de “las
de supuestos doctores se usaban como propaganda de sus métodos curativos: relaciones prehistóricas de los viejos americanos con los hombres que poblaban
apelando al discurso médico e higienista, usaban el museo anatómico como un los otros continentes” (Leguizamón, 1879: 336). Una serie de artículos publi-
escenario de plaza, desde donde acusaban a sus competidores y ofrecían la po- cados en La Patria Argentina muestran que dichas colecciones competían con
sibilidad de verdadera curación. De allí la desconfianza de los médicos, quienes las pretensiones de los naturalistas locales pero también servían para acicatear
vislumbraban una fuente de conflicto de intereses y de tratamientos contrarios a los políticos (Apéndice). La promoción de la manía de coleccionar, a través
a sus postulados. de la vista pública de los objetos reunidos muestran la importancia del tendido
La asociación entre práctica de la medicina, venta de remedios, colecciones de las redes de intercambio, acceso, compra y venta de objetos más allá de las
arqueológicas y antropológicas, museos e itinerancia quizá tenga una expresión instituciones del Estado. Fomentar la creación de colecciones tenía, para al-
bastante singular en el museo viajero de Guido Bennati, comendador de la Or- gunos, un significado vital en sus prácticas de estudio: sin demasiados gastos,
den del Gran Mogol. Llegado al Plata alrededor de 1868, atesoraba una larga les ayudaba a ampliar sus horizontes de comparación a través de estos objetos
experiencia como cirujano y dentista de feria en Francia y en los Estados italia- procedentes de zonas no representadas en otras colecciones (Pegoraro, en esta
nos, donde anunciaba su llegada y curaciones a través de espectáculos etnográ- colección). El potencial uso científico de las mismas y la posibilidad de atacar
fico-musicales, con actores cargados de exotismo, capaces de atraer pacientes con ellas a los políticos argentinos parecían entremezclarse. El autor de estos
para sus remedios.15 En los países sudamericanos el comendador continuaría reportajes afirmaría:
con sus prácticas terapéuticas, modificando el dispositivo de propaganda: en
vez de recurrir al teatro de plaza, adoptaría la identidad de bienhechor de la “Pues bien, todo lo que nuestros lectores ya conocen, todo ese
humanidad a disposición de las Sociedades de Beneficencia de las ciudades que tesoro admirable, pasa por bajo las narices de nuestros gobier-
visitaba y la del naturalista viajero en misión científica. Para ratificarlo, no solo nos, sin que se digne mirarlo. La colección Bennati puede ser
actuó como responsable de la exhibición de las riquezas de San Luis y Mendoza adquirida por el Gobierno Nacional para su gran museo, o pue-
en la Exposición Nacional de Córdoba de 1870: desde su llegada al Plata fue de ser adquirida por el de la Provincia, como la mejor base de la
armando –y desarmando– una colección viajera que lo acompañó en su periplo formación del suyo que proyecta. Pero estamos seguros que no
por Cuyo, la Mesopotamia, Paraguay, el Chaco boliviano, Santa Cruz de la Sie- hará nada, porque tanto el Presidente Roca como el gobernador
16
En Córdoba exhibiría objetos procedentes de Pompeya y Herculano (Cáceres Freyre, 1984;

15
Hacia 1860, Bennati llegaba con su carroza y sus manutengoli –hombres y mujeres disfrazados Podgorny, 2009).
de negros, pieles rojas y caníbales semidesnudos de Oceanía– a la feria de Empoli (Fucini, 17
Fl. Ameghino “Museo Científico Sudamericano”, La Prensa, 17 de febrero de 1883 y también
1921: 16-17). en OCyCC, 19: 999-1003.
50 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 51

Rocha, son incapaces de leer la historia del mundo pasado en Moreno salía al cruce de las críticas de La Nación a la falta de método en la
una colección de cráneos. Dios les tenga de la mano, y que te- obra de su protector, comparándolas con las del Eco, periódico católico de Cór-
niéndolos de allí, los saque pronto de su sitio, sin violencia, para doba. Allí se había acusado a Moreno de caballero de la noche y ladrón de vasos
que venga quien se ocupe de cosas útiles en el país. Ya veremos sagrados, derribando sus opiniones sobre el pasado americano con una frase
con dolor profundo a Bennati encajonando su museo para ven- lapidaria: “es muy amigo de Sarmiento […] no solo amigo, sino discípulo y muy
derlo al Brasil o la Francia, porque Bennati no sabía una cosa, y aprovechado del Señor General; puede que ese sea su gran título en la pampa,
es que si hay cráneos deprimidos e incapaces bajo las ruinas de aquí no”.20 Conflicto y armonías acompañaría a Moreno en su viaje de explo-
Tiahuanaca y en las entrañas del Corocoro, también los hay en ración en busca del hombre sudamericano en los distritos andinos, ofreciéndose
las casas de Gobierno.” como aprendiz y como peón para recoger los elementos para estudiar el gran
edificio del cuerpo americano. Sarmiento agradecía y le enviaba las cartas de re-
Esta posibilidad de determinar a través de las ciencias de los cráneos el carácter comendación necesarias para usar en Calingasta, indicando: “abra usted ocho,
de la composición social de las poblaciones que habitaban la Argentina surgió al menos, sepulcros, bóvedas, que le mostrará un señor Villarino o Caicedo, u
a inicios de la década de 1880, contemporáneamente al arraigo de la compa- otro de los habitantes del lugar”.21 Moreno recorría, en parte, los itinerarios
ración entre el salvaje americano y el hombre prehistórico. Ese mismo año de trazados en Civilización y Barbarie: como espejo de esa obra, había imaginado
1883, Domingo F. Sarmiento formularía tal pregunta en términos de razas, re- desde Buenos Aires el camino de las sucesivas generaciones de las provincias
curriendo a la autoridad de los cronistas españoles y a las opiniones científicas andinas pero en viaje, se vio en la necesidad de modificar su ruta.22 Más ade-
de Paul Broca y de Adolf Bastian para señalar, como en el reporte sobre el lante, cambiaría de rumbo y de aliados: los políticos de cráneo chato, pasarían
museo Bennati, las relaciones entre la variabilidad del volumen del cerebro, el rápidamente al máximo de la civilización. Bennati, sin proponérselo, ayudó a
grosor de los huesos del cráneo y el grado de civilización de una determinada buscar un lugar para la prehistoria en la Argentina. Sus promotores sabían que
raza. La idea de mejorar –a través de la importación de costumbres más indus- un buen charlatán de feria valía tanto –o más– que todas las discusiones que la
triosas– los hábitos resultantes de la mezcla de indios, blancos y españoles en arqueología geológica había despertado en Europa. Sobre ellas hablaremos en
este medio geográfico, justificaba el fomento de una política de inmigración el capítulo que sigue.
desde Europa hacia las orillas del Plata. El mismo Sarmiento apeló a la obra
de sus compatriotas Francisco Moreno y Florentino Ameghino para huir de la
impresión subjetiva y comprobar sus hipótesis con los materiales de este suelo,
archivados en los museos públicos y colecciones privadas de la provincia de
Buenos Aires. Asimismo, Sarmiento, en una carta al primero, incluida en su
libro Conflictos y armonías, acuñaba la diferencia entre el camino del sociólogo/
ensayista –con quien se identificaba– y el del científico: mientras los primeros
seguían las ideas de Spencer, los naturalistas se apoyaban en Darwin, como dos
figuras de referencia que, remitiendo a ideas relacionadas, pertenecían a esferas
diferentes.18 El parentesco entre la práctica de las ciencias y las doctrinas socio-
lógicas se construía a través de linajes separados, unidos en el poder dado por
la inteligibilidad de la naturaleza para resolver los problemas de la sociabilidad
americana. Esa carta fue el inicio de un intercambio, hecho público a través de
El Nacional en abril de 1883,19 donde Moreno entretejía su formación en las
ciencias con las lecciones obtenidas de la obra del maduro General Sarmiento.
20
Citado en Carta II. Cfr. Farro, 2009, sobre la legitimidad de Moreno como científico.
18
Cfr. Conflicto y armonías de las razas en América que, como es bien sabido, fue recibida con 21
“Redacción”, cit.
críticas expresadas en La Nación y The Standard. La relación entre Ameghino, Moreno, Sar- 22
Moreno se preguntaba retóricamente: “¿Alcanzaré a cumplir mis deseos? Si así sucede, venera-
miento y los fósiles, como veremos, motivó más de una broma en los periódicos. ré siempre las cornalinas y los jaspes de Palermo?”, refiriéndose a sí mismo pero también a la
19
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ÍNDICE DE ILUSTRACIONES

Capítulo I
Figura I - 1. Ameghino en el Museo Nacional
(Carpeta de Recortes 1912, Archivo Museo Etnográfico)......................................... 30
Figura I - 2. Grieta del Museo Nacional
(Carpeta de Recortes 1912, Archivo Museo Etnográfico) . ...................................... 31
Figura I - 3 - a) Interior de la Galería de Zoología
(Wagner, 1906: fig. 548, - Biblioteca FADU-UBA).................................................... 34
Figura I - 3 - b) Galería de Anatomía, Colección Antropológica
del MNHN, París (Meyer, 1902: fig. 32, p. 52)........................................................ 34
Figura I - 4. Plano del Jardin des Plantes, MNHN, París (Wagner, 1906: fig. 549)... 36
Figura I – 5. “Es prohibido tocar los objetos” (El Mosquito, 7 de mayo de 1882)... 43

Capítulo II
Figura II - 1. Planta del edificio principal de la Exposición Universal de París, 1867.
(Jaffé, 1906: fig. 721)............................................................................................... 60
Figuras II - 2. Etiquetas del Champagne de los Prehistoriadores
(Colección particular)............................................................................................... 62

Capítulo III
Figura III - 1. Soporte para la exhibición de cráneos
(Wagner 1906: fig. 542, p. 421)............................................................................... 83
Figura III - 2. Museo de Etnografía de Berlín, planta y corte
(Wagner, 1906: fig. 562 y 563, p. 440)..................................................................... 84
Figura III – 3. Museo de Historia Natural de Nueva York Vista del proyecto
completo; planta de la parte construida hasta 1900
(Meyer 1900, fig. 1, p. 3 y Fig. 3, p. 4)..................................................................... 86
Figura III – 4. Planta alta del British Museum, Londres (Wagner, 1906)................... 89
Figura III - 5. Museo de la Universidad de Oxford, Colección Pitt-Rivers
(Meyer 1902, fig. 6, p. 11 y fig. 7. p. 12).................................................................. 90
Figura III – 6. Planta de la Planta Baja del Field Museum, Chicago
(Meyer 1901, fig. 2, p. 3)......................................................................................... 91

Capítulo IV
Figura IV - 1. Madame Bravard (Colección Familia Monghal, Issoire)..................... 114
328 Irina Podgorny

Capítulo V
Figuras V - 1. Casas de Ameghino en Luján (La Prensa, 2/8/1936
ÍNDICE DE NOMBRES
y La Prensa, 6/2/1927)............................................................................................. 136

Capítulo VI
Figura VI - 1. Edificio Principal de la Exposición Universal de París, 1878. Acy, Ernest d´ (1827-1905): 162, 163, Bertrand, A. (1820-1902): 61, 78, 79
Fachada principal, planta (b) y corte (Jaffé, 1906, fig. 726)...................................... 152 164, 165 Bodenbender, G. (1857-1941): 181, 186
Figura VI - 2. Fotografía de un Cráneo Calchaquí. Álbum Moreno (AHMLP)......... 158 Agassiz, L. (1807-1873): 38, 219, 324 Boucher de Perthes, J. (1788-1868): 54,
Figura VI - 3. El sitio de Chelles, ubicación y cortes (Ameghino, 1880 b, 1881)....... 166 Agote, C. (1866- 1950): 215 65, 76, 77, 78, 96, 107, 108, 117, 142,
Alvarado, T.: 179 275, 305
Figura VI – 4. “El Hombre del gliptodonte” (AHMLP)............................................ 171
Amador de los Ríos, J. (1818-1878): 65 Boule, M. (1861-1942): 107, 108, 188,
Ameghino, C. (1865-1936): 198, 233, 189, 244, 245, 246
Capítulo VIII 235, 245, 249 Bourgeois, L. A. (Abate) (1819-1878):
Figura VIII - 1. Vista del Museo y la Universidad (Biblioteca M. Gálvez)................. 195 Ameghino, F. (1854?-1911): 9, 16, 24, 29, 153
Figura VIII - 2 a) Nacionalización del Museo Público 30, 32, 45, 49, 50, 68, 107, 109, 110, 116, Brackebusch, L. (1849-1906): 176, 177,
(El Mosquito, 10 de febrero de 1884, BN) .............................................................. 203 121, 129, 130, 135, 136, 137, 138, 139, 178, 181
140, 141, 142, 143, 149, 151, 153, 154, Bravard, A. (1803-1861): 93, 94, 111,
Figura VIII - 2 b) Museo Público/Nacional.
155, 156, 160, 161, 162, 163, 164, 165, 112, 113, 115, 120, 121, 265, 313, 317
1 - Escalera de acceso a la planta alta (AHMLP)...................................................... 204 166, 167, 168, 169, 170, 172, 180, 181, Bravard, E.: 112, 114, 265, 317
2 - Taller de armado de fósiles (AHMLP)................................................................. 205 182, 183, 185, 186, 187, 188, 189, 196, Breuil, H. (1877-1961): 63, 66
3 - Depósito (AHMLP)............................................................................................. 204 197, 198, 199, 201, 209, 210, 211, 213, Broca, P. (1824-1880): 50, 155, 157, 159,
4 - Vitrinas (AHMLP).............................................................................................. 206 214, 215, 216, 217, 219, 220, 223, 226, 163, 169
5 - “Vitrina de Batracios” armada por C. Berg 229, 230, 231, 232, 233, 234, 235, 236, Burmeister, H. (1810-1892): 44, 45, 73,
(Caras y Caretas, año XV, Nº 714, 8 de junio de 1912)........................................... 206 237, 238, 239, 240, 241, 242, 243, 245, 109, 110, 113, 115, 116, 117, 118, 119,
247, 248, 249, 250, 251, 253, 255, 256, 120, 121, 122, 125, 134, 135, 137, 141,
Figura VIII - 3. El Museo Nacional de Historia Natural Proyecto de
257, 258, 261, 262, 292, 293, 295, 307, 143, 144, 161, 165, 172, 186, 187, 188,
Fachada para el nuevo edificio (Santa Fe y Malabia)
309, 312, 314, 316, 319 201, 203, 261, 278, 292, 293, 295, 298
(La Nación, 27 de mayo de 1912) . ......................................................................... 227
Amico, Carlos d´(1839-1917): 193, 196 Cabezón, J. M. (1856-1917): 126, 310
Angelis, Pedro de (1784- 1859): 109, 302 Carajaville, F. (1831- 1896): 121,304.
Capítulo IX Arechavaleta, J. (1838-1912): 208 Carranza, A. (1834-1899): 120
Figura IX - 1. Negocio de librería de Ameghino en La Plata, (AHMLP, Archivo Arenales, J. (ca. 1798-1862): 147 Casares, C. (1832-1883): 147
Frenguelli, Paleontología Varios; caja 52; La Prensa, 2/8/1936 y La Prensa, Avé Lallemant, G. (1835-1910): 143 Chantre, E. (1843 - 1924): 162
6/2/1927) a) Esquina. b) Interior.............................................................................. 231 Bagehot, W. (1826-1877): 69 Chouquet-Guillon, L. A. (-1885): 162
Figura IX - 1. Negocio de librería de Ameghino en La Plata. Bahnson, K. (1855-1897): 80, 119, 201 Claraz, G. (1832-1930): 143
c) Sala de trabajo. d) Foto de los libros con Juan Ameghino..................................... 232 Baird, S. (1823-1887): 39, 309 Cope, E. D. (18140-1897): 162
Ball, V. (1843-1894): 40, 80, 85 Cuvier, G. (1769-1832): 39, 57, 76, 112,
Figura IX - 2. Filogenia del Género Humano según Ameghino,
Bastian, A. (1826-1905): 50, 82 137, 310, 320
ca. 1910 (Hrdlčka, 1912, p. 13)............................................................................... 239
Belgrand, E. (1810-1878): 164 Darwin, Ch. (1809-1882): 50, 54, 69,
Figura IX - 3. Perfil de los estratos del “hombre fósil argentino” Bennati, G. (1827-1898): 48, 49, 50, 51, 109, 110, 113, 118, 122, 126, 137, 237,
según Estanislao Zeballos (AHL)............................................................................. 252 198, 271, 272, 273, 274, 277, 278, 279, 281, 282, 306, 310, 311
Figura IX - 4. Lugar del hallazgo de Diprothomo..................................................... 254 280, 283, 286, 287, 288, 289, 290, 291, Doering, A. (1848-1925): 140, 180, 181,
Figuras IX - 5. Cráneorientador (Ameghino 1912, láminas 1 a 4) 292, 293, 294, 295, 298, 299, 307, 317 186, 230, 235, 237, 238, 311
a) Con Chimpancé - b) Con Fueguino...................................................................... 258 Berg, C. (1843-1902): 45, 188, 201, 202, Dorsey, G. A. (1868-1931): 80, 81, 82, 87,
c) Con Neanderthal - d) Con Diprothomo............................................................... 259 207, 208, 209 88, 92
330 Irina Podgorny El sendero del tiempo… 331

DuPont, É. (1841-1911): 64, 159, 162 Láinez, M. (1852-1924): 222, 223, 224 Mortillet, G. de (1821-1898): 57, 58, 59, Sauvage, H. E. (1842-1917): 162, 169
Eguía, M. (1810 ?-1880): 120, 135, 138 Landau, E. (1878-1959): 95, 262 61, 63, 64, 65, 66, 67, 75, 76, 78, 100, Schliemann, H. (1822-1890): 82, 97, 132,
Ehrenreich, P. (1855-1914): 80 Lane-Fox, A. (1827-1900): 70, 71, 72, 88, 138, 159, 162, 163, 164, 165, 169, 182, 313
Evans, J. (1823-1908): 54 97, 125, 127, 303 188, 238, 319 Schwalbe, G. (1844-1916): 242, 253, 255,
Figueroa Alcorta, J. (1860-1931): 220 Lartet, É. (1801-1871): 58, 59, 61, 64, Murray, D. (1842-1928): 80 256, 257, 302
Fischer, P.H. (1835-1893): 164, 309 163, 182, 311 Nieuwerkerke, É. (1811-1892): 59 Scott, W. B. (1858-1947): 230, 243, 249,
Flower, W.H. (1831-1899): 193 Laurillard, Ch. L. (1783-1853): 112, 113 Nilsson, S. (1787-1883): 57, 58, 61, 64, 250, 311
Fontana, L. (1846-1920): 121, 135, 137 Lavagna, J. (1834-1911): 151 107, 279 Seelstrang, A. (1838-1896): 173, 174,
Friedemann, M.: 229, 251, 253 Laval, P. V. Lottin de (1810-1903): 94 Obermaier, H. (1877-1946): 66, 325 175, 176, 177, 178, 179, 180
Gallardo, Á. (1867-1934): 261 Leguizamón, J. M. (1833-1881): 49, 131, Orbigny, A. dí (1802-1857): 113 Séguin, F. (1812- 1878): 110, 111, 113,
Garro, J. M. (1847-1927): 29 147, 148, 151, 178, 311, 319 Osborn, H. F. (1857-1935): 241, 318 115, 116, 117, 127, 143, 155, 161, 162
Gaudry, A. (1827-1908): 159, 169, 188, Leguizamón, O. (1839- 1886): 131, 132, Owen, R. (1804-1892): 35, 37, 38, 39, 42, Sergi, G. (1841-1936): 242, 251, 256,
192, 193, 234, 237, 249, 250, 311 133 46, 113, 137, 214, 215, 320 257
Gervais, H. F. P. (1845-1915): 161, 308 Lenoir, A. (1761-1839): 78 Paz, M. (1851-1931): 193, 196 Siemiradzki, J. (1858-1933): 246
Gervais, P. (1816-1879): 110, 116, 124, Leroi-Gourhan, A. (1911-1986): 20, 21, Petrie, W. F. (1853-1942): 22, 93, 94, 96, Smithson, James (1765-1829): 39, 209
127, 161, 162, 169, 308 22, 101 97, 98, 99, 101, 102, 213, 218, 261, 262 Strobel, P. (1821-1895): 57, 118, 122, 123,
Giuffrida-Ruggeri, V. (1872-1922): 242, Liberani, I. (1846-1921): 131, 132, 133, Pico, P. (1810-1886): 144, 146, 147 124, 125, 130, 138, 148, 167, 183
251 134, 175 Pinedo, F. (1855-1929): 220, 223, 225 Thomsen, Ch. J. (1788-1865): 55, 75, 80
Gladstone, W. (1809-1898): 35, 37 Lista, Ramón (1856-1897): 143 Poirier, L.: 161 Topinard, P. (1830-1911): 148, 149, 155,
Gonnet, M. B. (1855-1927): 221, 222, López, V. F. (1815-1903): 130 Prado y Rojas, A. (1842-1878): 120, 121, 157, 161, 162, 169, 306
223, 243 Lubbock, J. (1834-1913): 54, 55, 56, 58, 175 Toscano, J. (1850-1912: 178, 179
González, J. V. (1863-1923): 216, 220 61, 63, 64, 65, 69, 70, 71, 73, 81, 88, 107, Prestwich, J. (1812-1896): 54 Trelles, M. R. (1821-1893): 119, 120,
Graebner, F. (1877-1934): 95 124, 126, 142, 182 Putnam, F. (1839-1915): 88 131, 134
Güiraldes, M. J. (1857-1941): 226 Lund, Peter (1801-1880): 110, 116, 137, Quatrefages, J.L. A. de (1810-1892): 154, Tubino, F. M. (1833-1888): 64, 66
Gutiérrez, J. M. (1809-1878): 68, 120, 142, 242, 305 169, 188, 280 Tylor, E. B. (1832-1917): 69, 88
130, 134, 271 Luschan, F. v. (1854-1924): 253 Quesada, E. (1858-1934): 61, 68, 69, 121, Vilanova, J. (1821-1893): 65, 67, 100,
Hatcher, J. B. (1861-1904): 236, 247, 248, Lyell, Ch. (1797-1875): 54, 70, 109, 142 126, 130, 147, 156, 159, 318 308, 315
249, 250 Maciá, S. (1853-1929): 222, 223 Quesada, V. (1830-1913): 68, 130, 144, Ward, H. (1834-1906): 191, 193, 316
Henry, J. (1797-1878): 39 Marsh, O. C. (1831-1899): 241, 249 147 Whitney, J. D. (1819-1896): 153, 154
Heusser, J. Cr. (1826-1909): 143 Meyer, A. B. (1840-1911): 34, 41, 80, 85, Rames, J. B. (1832-1894): 153 Wiener, Ch. (1851-1919): 167
Holmberg, E. L. (1852-1937): 44, 45, 86, 87, 88, 90, 91, 92, 97, 201, 261 Ramorino, G. (1840-1876): 120, 130, Winckelmann, J. J. (1717-1768): 94
197 Mitre, B. (1821-1906): 120, 130, 203, 137, 138, 139 Wright, Th. (1810-1877): 56, 309
Holmes, W. H. (1846-1833): 107, 309, 251, 311 Reid, W.: 134, 141, 142 Zavaleta, M. (1862-1926): 219
313 Mochi, A. (1874-1931): 251, 253, 255, Ribeiro, C. (1813-1882): 153 Zeballos, E. (1854-1923): 9, 46, 110, 130,
Hrdliĉka, A. (1869-1943): 249, 253, 318 256 Roca, J. A. (1843- 1914): 49, 194, 216, 134, 139, 140, 141, 142, 144, 145, 146,
Hudson, W. H. (1841-1922): 118, 125, Moreno, F. P. (1851-1919): 9, 24, 46, 48, 237, 291 147, 167, 168, 169, 172, 183, 197, 198,
316 49, 50, 51, 118, 120, 121, 122, 123, 124, Rocha, D. (1838-1921): 50, 137, 160, 233, 245, 251, 252, 253, 292, 293, 294,
Huxley, Th. H. (1825-1895): 54, 55, 109, 125, 127, 128, 130, 132, 134, 137, 139, 182, 183, 184, 185, 194, 291 295
126 140, 142, 143, 144, 146, 147, 148, 154, Ruskin, J. (1819-1900): 45 Zittel, K. V. (1839-1904): 233, 249
Ihering, H. v. (1850-1930): 230, 234, 235, 155, 156, 157, 158, 159, 160, 167, 168, Sarmiento, D. F. (1811-1888): 25, 42, 44,
236, 237, 238, 241, 242, 248, 249, 255, 169, 170, 172, 174, 176, 181, 183, 185, 50, 51, 129, 196
257, 260, 308, 311 189, 191, 192, 193, 194, 196, 197, 198,
Ihering, R. v. (1818-1892): 234, 237 199, 200, 201, 208, 209, 215, 233, 243,
IInnis, H. (1894-1952): 19 244, 245, 246, 248, 249, 250, 277, 317,
Kaltbrunner, D. (1829-1883): 160, 243 318

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