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Esquizofrenia y Paranoia

Tomamos de V. Tausk —entre otros autores— la idea de que Esquizofrenia y Paranoia


tienen un entronque común por derivar de un mismo fenómeno básico. Este fenómeno
básico no es otra cosa que una serie de transformaciones (Veränderungen) corporales, que
regularmente se manifiestan al inicio de todo cuadro psicótico. Esquizofrenia y paranoia no
son sino dos modos de reacción (volveremos sobre esta palabra) frente a estas
Veränderungen corporales que padece el paciente.

El polo esquizofrénico está constituido por aquellos pacientes que registran dichas
alteraciones, las vivencian como extrañas y alienantes pero se sienten poco inclinados a
tratar de explicarse lo que les está ocurriendo, limitándose a atribuirlas a potencias
irresistibles cuyos designios no aciertan a comprender. Predominan en ellos los síntomas
que tienen que ver con el derrumbe psíquico: introversión, despersonalización,
disgregación, eco y robo del pensamiento, perplejidad, etcétera. La elaboración
(volveremos también sobre esta palabra) esquizofrénica de las devastadoras Veränderungen
corporales es mínima: los delirios —muchas veces indetectables a causa de la introversión
— son pobres y mal estructurados. Privan en ellos las ideas de influencia y, en menor
grado, las de autorreferencia y perjuicio, no llegando en ningún caso a desarrollar un delirio
persecutorio más o menos estructurado, típico en los pacientes paranoicos.
En el otro extremo están los paranoicos, que sí acometen la imposible empresa de darse a sí
mismos y a los demás una explicación razonada y exhaustiva de cuanto les ocurre. La
explicación delirante ocupa la escena hasta tal punto que quedan enmascaradas las
Veränderungen iniciales. Muchos autores han dudado y aún negado la existencia de
pacientes cuyos delirios sean puramente interpretativos como quería E. Kraepelin. Aquí
consideraremos a la Esquizofrenia simple y a la Paranoia kraepeliniana como dos límites
teóricos que acaso ningún sujeto particular haya jamás alcanzado. En la primera, habría
reacción ínfima frente a las Veränderungen y en la segunda, la reacción sería máxima, de
allí su desaparición. Las formas clínicas de la Demencia Precoz y Parafrenia que describió
Kraepelin, así como otros cuadros cuya descripción debemos a otros autores, podrían ser
incluidos en ese espectro que va de la forma simple a la hipotética Paranoia puramente
interpretativa.
Todo lo dicho hasta aquí se funda en tres conceptos que debemos examinar: reacción,
elaboración y las mencionadas Veränderungen. Los dos primeros son de obvia procedencia
freudiana. El primero, reacción, procede a su vez de la Física: a toda acción le sigue una
reacción, ocupando aquí las Veränderungen el papel de la acción. La reacción consiste en
una elaboración de dichas Veränderungen llevada a cabo por el yo o por lo que queda en
pie del yo, dado que las Veränderungen corporales lo afectan primariamente. El yo es
tradicionalmente visto como una máquina, es decir, como un ente en cuya definición
aparece la idea de trabajo. Así pues, es a la elaboración psíquica la tarea a la que el yo se
avoca, más allá de que su constitución haya sido exitosa o no. Por otro lado, Freud ha
señalado que el yo es, ante todo, un yo corporal, una proyección mental del cuerpo. La
aparición del yo (narcisismo) coincide con y consiste en la constitución de la imagen de un
cuerpo unificado. Esta integridad corporal-yoica imaginaria es lo que atacan las
Veränderungen y también es lo que las elaboraciones esquizofrénica y paranoica intentan
restaurar con mayor o menor fortuna. Las ideas de habitar sólo una parte del cuerpo o de
estar desencarnado y fantasías de fragmentación corporal son infaltables en los cuadros
esquizofrénicos y representan el menoscabo yoico-corporal. En los filmes acerca de
asesinos múltiples psicóticos tan de moda actualmente, se trata siempre de lo mismo:
reconstruir un cuerpo imaginario en la realidad. La piel ocupa un lugar importante por su
función de límite, así como es central entre los neuróticos la preocupación por la
indumentaria, bien que en función de otras intenciones.

Estando el yo constituido, el sujeto penetra en el mundo del deseo, del cual quedan fuera
todos aquellos pacientes incluidos en ese degradé elaborativo delirante que va de la
esquizofrenia a la paranoia. El cuerpo y el yo devienen carne deseante y son el fundamento
del sentimiento de estar vivo, que tantas veces sencillamente falta en los esquizofrénicos. El
delirio es un intento de restaurar el cuerpo-yo y de afirmar el derecho a la existencia del
sujeto. Hace unos años apareció en el Hospital Borda una mujer solicitando ser escuchada
en una clase magistral en la que expuso un florido y exuberante delirio astrológico que
partía de la premisa “La nada no existe”. Una vez oída su exposición, esta discípula de
Parménides no volvió a aparecer por el Hospital. La sujeto se defendía por medio de una
negación del hecho asombroso de que, para ella, la nada sí existía y de que,
presumiblemente, se tratase de ella misma. Era un delirio con buena estructuración que
probablemente le aseguraba a la sujeto una aceptable circulación social. Haber sido
escuchada en respetuoso silencio por “los doctores del Borda” quizá la haya ayudado a
sortear alguna crisis que se cernía sobre ella por aquellas épocas. No hay que dudar en
diagnosticar como paranoico o paranoide a todo sujeto cuya necesidad sea la de dar
testimonio de su padecimiento y que, al mismo tiempo, reclame a su interlocutor el rol de
oyente silencioso, rechazando toda intervención suya. La elaboración paranoica consiste en
darle a las Veränderungen el sentido de la persecución y tiene como consecuencia la
constitución de un yo anormalmente desarrollado y rígido dedicado full time a la defensa de
su integridad. Ya en el siglo pasado Chesterton desarrolló brillantemente la tesis de que la
locura no consistía en un déficit de racionalidad sino en un exceso de la misma.2 Por ello es
que tanto se ha comparado los delirios paranoicos con las producciones científicas, desde el
momento en que ambas se ajustan férreamente a la racionalidad (entendida como no
contradicción). La ciencia supone un sujeto absoluto excluido del deseo (no desea, pues de
nada carece) y al que muchas veces identifica con Dios mismo. Para Galileo, conocer es ir
descifrando los pensamientos de Dios. Paralelamente, el tema del sujeto absoluto ocupa un
lugar central en muchos delirios paranoicos así como en los delirios místicos, en los que el
sujeto se funde e identifica con él.

En los paranoicos faltan dos elementos que son típicos en los neuróticos y que son la marca
de un yo aceptablemente desarrollado y estructurado: la preocupación por los asuntos
amorosos, que en los varones suele estar enmascarado por las ambiciones, y el fantaseo
diurno. El amor es importante pues recubre y atempera la violencia que impera en la vida
mental infantil. Celotipia y erotomanía son las formas monstruosas y desproporcionadas
que adquiere en los psicóticos la pasión amorosa. La pregunta obligada es: ¿por qué
teniendo un yo tan desarrollado, el paranoico fracasa en acceder a una verdadera vida
amorosa y su vida social se impregna de sentimiento de persecución? O, lo que es lo
mismo, ¿en qué sentido ese yo hiperdesarrollado es anormal? Freud nos proporciona varias
indicaciones útiles. Según él, no se ha instalado en el psicótico lo que denomina “prueba de
realidad” (Realitätsprüfung), función por la cual se discrimina percepciones de imágenes
interiores, de allí que en el psicótico las alucinaciones resulten tan “reales” como las
percepciones. Además, y es fundamental, es en relación a esta “prueba de realidad” que se
organiza el “mundo de la fantasía” (Phantasiewelt). Cuando un neurótico fantasea sabe
perfectamente que “son sólo fantasías”, esto es, no las confunde con los datos perceptivos
de la realidad consensuada y puede pasar de un mundo a otro con asombrosa facilidad. El
“mundo de la fantasía” neurótico suele estar hiperdesarrollado, especialmente en los
histéricos, pero esa capacidad que el sujeto tiene para neutralizarlo le evita quedar
confundido con sus producciones como les ocurre a los psicóticos. El pobre diablo tiene
que hacerse cargo “en serio” —falta también el sentido del humor— de cuanto cruza su
mente, sin poder dejar de lado el mínimo detalle. El delirio comienza por sospechas y
termina en certezas indubitables que se construyen a partir de una lógica tan abstrusa como
implacable. El delirio viene así a sustituir el habitual fantaseo de los neuróticos y se hace
carne en él —aman a su delirio como a la vida misma, decía Freud— dada su incapacidad
para neutralizarlo.3 El paranoico delira sin encontrar una salida que le permita escapar a la
interminable tarea de tapar una grieta que se renueva sin cesar: como las hijas de Dánao,
está condenado a llenar un tonel sin fondo.

Por medio del delirio el paranoico busca una explicación para sus Veränderungen. Explicar
es incluir un hecho en una ley: la famosa caída de la manzana se explica cuando llega a
considerársela un caso de la ley de gravedad. El delirante busca, pues, ponerse bajo alguna
ley que garantice su derecho a la existencia. La falla es que, por considerar su caso como
único y excepcional (las Veränderungen así se lo testimonian), busca su legitimación como
sujeto fuera de los carriles en los que el común de las personas lo hacen, a saber, la
sumisión al padre. Este rechazo a la filiación (ley genealógica por la cual todo sujeto recibe
un nombre y pasa a pertenecer a alguna estirpe reconocida) lo margina de la vida social y lo
encierra en el laberinto del delirio. Los perseguidores no son otra cosa que una imagen
fragmentada del padre (proyección de la fragmentación producto de las Veränderungen).
Otro elemento típico de los delirantes es la irreductibilidad, esto es, su incapacidad absoluta
de poner en cuestión su delirio, de reconocerlo como erróneo y rectificar, en consecuencia,
su conducta. En suma, no hay en él posibilidad de renuncia (Verzicht). El niño que será
luego un sujeto más o menos normal es capaz de renunciar al objeto incestuoso no sólo por
la amenaza de castración por parte del padre o sustitutos, sino también por la promesa de un
acceso futuro al mundo del deseo y de la gratificación. Se trata del viejísimo esquema de
toda moralidad: al virtuoso (renunciante) se le promete un premio (la felicidad o alguna
variante de ella). La promesa, por estar referida a un suceso futuro, debe ser creíble para
que sea eficaz, de allí la importancia de que resulte confiable la persona que la sostiene. A
causa de su enfrentamiento y rechazo de la figura paterna (puesto que el rechazo no es al
padre como persona sino como figura, es decir, como encarnación visible de una función, a
saber, la de socializar al infante operando su “separación” de la madre), el paranoico (y el
esquizofrénico mucho menos) no tiene quien le haga la promesa. La autoridad emana
sugestión (Freud) únicamente entre los neuróticos; en el caso de los paranoicos emana
desconfianza y peligro. La sugestionabilidad neurótica, especialmente manifiesta en los
histéricos, es el reverso de la suspicacia y reticencia paranoicas.

Volvamos sobre la noción de elaboración. De acuerdo con Freud, lo que se produce en un


análisis es una per-elaboración (Durcharbeitung) de los conflictos edípicos del sujeto en
análisis. Per-elaborar es elaborar hasta el final: “per” es un prefijo perfectivo e implica que
la acción enunciada es realizada en forma completa, al menos hasta donde ello sea posible
para los humanos (#) Llevar un análisis a término es lo mismo que dejar de vivir a la
defensiva. Por eso, es posible concebir los diversos cuadros patológicos como
elaboraciones incompletas (a pesar del prefijo “e”, que también es perfectivo) que tienen
únicamente un valor defensivo. El caso extremo es justamente el de la elaboración
paranoica en la que la defensa adquiere un cariz militante e hiperbólico. En Psicoanálisis,
elaborar es realizar un despliegue imaginario a fin de introducir resignificaciones en la
Darstellung (exposición) que el paciente hace de sus padecimientos. La elaboración de sus
conflictos que el sujeto ha logrado hacer está expresada en esta Darstellung, que, por ser de
carácter defensivo, adolece de lagunas e inconsecuencias, grietas por donde se filtran las
intervenciones del analista (interpretaciones, etcétera). Pero para que las resignificaciones
sean posibles, las significaciones previas deben tener cierto grado de plasticidad o fluidez.
La mente del paranoico es un universo de significaciones congeladas en el que eternamente
A = A; en el caso del esquizofrénico (A = ?) la significación está suspendida (perplejidad).
En los sujetos neuróticos sí hay deslizamientos en la significación: en los histéricos, A
nunca es A y en los obsesivos A = -A (formación reactiva). El humor, fenómeno
esencialmente neurótico, necesita de los deslizamientos del sentido (sentido literal y
figurados), y por ello está ausente en los paranoicos y es tonto y hueco en los
esquizofrénicos, en los que A es equiparado sin arte (sin el arte de los histéricos) a
cualquier otro elemento significante.

Queda por decir algo acerca de las Veränderungen. En lo personal, no me inclino por una
interpretación (sic) biologista de ellas, asumiendo, por ejemplo, que el disturbio psíquico de
esquizofrénicos y paranoicos se explica a partir de un disturbio paralelo de
neurotrasmisores, hormonas (por la pubertad) u otros productos del metabolismo del SNC.
Dicha interpretación es hoy por hoy más una esperanza que una realidad, aun cuando
seamos capaces de domeñar con fármacos muchos cuadros que entrañaban otrora
dificultades prácticas nada desdeñables (contención de pacientes excitados, pacientes
melancólicos con riesgo de suicidio, estados de mal epiléptico, etcétera). El mecanismo de
acción de muchas drogas así como la increíblemente compleja fisiología del tejido nervioso
y una valoración precisa de la importancia y actividad del material genético permanecen
aún en penumbras a pesar de los notables avances que se han realizado en dichos terrenos.
Todo ello nos impulsa a considerar útil, válida y viable una interpretación puramente
“psíquica” (no digo psicológica porque para muchos la Psicología es una ciencia que
intenta una correlación entre lo psíquico y lo somático) de los propios procesos mentales.
No queremos caer en las exageraciones en que incurren las terapias florales, tan en boga en
nuestro medio, suponiendo que la ingesta de productos químicos es capaz de producir
efectos sutiles en el ánimo del ingiriente. Hay un salto epistemológico tan grande entre lo
que se postula como causa y lo que se reputa como efecto que la prudencia más elemental
hace que uno se maneje con cautela en esos temas. Una vez planteada la dicotomía alma-
cuerpo, espíritu-materia o psíquico-somático es muy difícil luego mostrar su relación.
Como ejemplo princeps, recuérdese el pantano en que se mete Descartes cuando quiere
explicar cómo el alma, sustancia no corpórea, se hace representaciones del mundo material.
Pero hay otro argumento en favor de las concepciones “psíquicas” que es de naturaleza
completamente extracientífica: es cuando menos criticable que quien ha invertido 15 ó 20
años de su vida en formarse como terapeuta (no importa su orientación) termine echándole
a otros —en este caso, los colegas que se dedican a la investigación neurobiológica— el
“fardo” de averiguar en qué consiste su práctica. Aspirar a meramente aplicar lo que otros
investigan, renunciando por comodidad o por lo que fuere a la autopsía que recomendaba
Demócrito, es indigno de alguien que pretenda ocuparse de la vida y de los padecimientos
de sus semejantes. Esta crítica es extensible a aquellos que se encolumnan detrás de algún
maestro de la especialidad con la esperanza de ver resueltos todos los problemas de la
práctica en su obra. Por fortuna, para llegar a ser un poco sabio no hace falta ser un genio,
pero sí es menester establecer algún tipo de diálogo con los maestros que nos antecedieron.
Se trata de que nos inspiren.

Haremos ahora una distinción entre Veränderungen y Veränderung. (#) Las primeras se
presentan como manifestación del ominoso pasaje de una prepsicosis a una psicosis clínica,
mientras que la segunda se refiere a la transformación del infante humano de mero cuerpo
biológico en sujeto traspasado por la cultura. Veränderungen es un concepto clínico, en
tanto que Veränderung es una noción límite, lo cual significa que remite a un ámbito
diferente del que inicialmente estaba en consideración. Todo límite entraña una limitación
que, por difícil de soportar, invita a traspasarlo y buscar allende lo psíquico sus raíces y
fundamentos. Todo ello se verifica partiendo de una inferencia sumamente objetable: todo
lo psíquico procede de algo que no es psíquico, a fin de evitar la regresión al infinito de las
causas. 9 El problema consiste en mostrar cómo de lo no psíquico (biológico) puede
emerger lo psíquico. Lacan decía irónicamente que para sacar un conejo de la galera
primero hay que ponerlo, de allí que debamos adjudicarle a lo no psíquico (en el sentido de
lo pre-psíquico) cualidades protopsíquicas que justifiquen la psiquización de lo pre-
psíquico, desdibujándose la distinción entre psíquico y no psíquico de la que se había
partido. No deja de ser una especie de consuelo observar que también la física (ciencia
consagrada y seria si las hay) enfrenta idénticas dificultades cuando intenta dar cuenta de la
constitución de la materia: ésta resulta conformada por partículas y subpartículas cuya
índole material es dudosa, debiendo concluirse que la materia no está hecha de materia, o
bien que la materia no es sino una forma apariencial de otra cosa mucho más imprecisa que
llamamos energía.

Psiquiatras y psicoanalistas han buscado inspiración y principios explicativos no sólo en la


Biología sino también en la Antropología y en la Sociología. La pasión por lo prehistórico
recorre toda la obra de Freud y sus seguidores más inmediatos, se eclipsa en la escuela
inglesa y reaparece en la obra de Lacan bajo el influjo de C. Levy-Strauss. Una
interpretación antropologizante aunque no antropológica de la Veränderung en la
Esquizofrenia y la Paranoia es la que propusimos más arriba cuando, siguiendo una tónica
lacaniana, la interpretamos como un falla en la “transformación” o “conversión” del
infante, mero cuerpo biológico, en sujeto personalizado e incluido en un contexto social.
Las interpretaciones antropologizantes de los fenómenos psíquicos que estudiamos son
preferibles a las biológicas porque los dos órdenes de fenómenos tienen un alto grado de
parentesco y afinidad, cosa que torna más permeable el límite que los separa. Freud influye
sobre Malinowski, que intenta dirigir sus investigaciones conforme a lineamientos
psicoanalíticos, y, a la inversa, Levy-Strauss sobre Lacan, que incorpora a la teoría
psicoanalítica el método y el enfoque estructuralista, procedente a su vez de la Lingüística.
Señalar parentesco o afinidad entre ciencias o saberes dista de plantear esa unidad
monolítica de la ciencia que ambicionaron tantos filósofos. Una tal unidad de las ciencias
no puede ser fundamentada epistemológicamente y debe recurrirse a argumentaciones
metafísicas.
Las relaciones entre paranoia y esquizofrenia en Freud

En la tercera parte del escrito dedicado a Scherber, Freud insiste en mantener la


independencia de la paranoia respecto de la esquizofrenia (término que propone reemplazar
por el de parafrenia) “aunque su cuadro (Bild) aparezca frecuentemente complicado por
rasgos (Züge) esquizofrénicos”. Los motivos aducidos por Freud son las distintas fijaciones
existentes en ambas afecciones y la diversidad de los mecanismos operantes en ellas. La
proyección es el mecanismo típico de la paranoia, mientras que la introversión de la libido
lo sería de la esquizofrenia. Pero agrega toda una cantidad de mecanismos adicionales que
introducen una confusión considerable; por ejemplo, habla de “represión por retracción de
la libido”, etcétera. Todo esto justifica la reordenación terminológica efectuada por Lacan,
consistente en limitar a las neurosis el uso del término represión (Verdrängung) y rescatar
el término freudiano Verwerfung (repudio) y proponerlo como mecanismo básico para las
psicosis.
En la esquizofrenia no habría, pues, proyección sino “mecanismo alucinatorio”. La otra
diferencia que Freud ve es el desenlace (Ausgang) de ambas: la paranoia culmina en una
reconstrucción (Rekonstruktion) y la esquizofrenia en una regresión (#) (Regression), esto
es, en un abandono total del amor objetivado y un retorno al autoerotismo infantil. De tales
desenlaces se puede presumir que las fijaciones en la esquizofrenia corresponden a períodos
más arcaicos que las de la paranoia.

Por otro lado, Freud señala que hay diversas evoluciones: el cuadro puede comenzar como
una paranoia y terminar en esquizofrenia, o bien, combinarse desde el inicio ambas series
sintomáticas, como en Scherber, al que diagnostica como dementia paranoides
(esquizofrenia paranoide en la nomenclatura entre nosotros más usual). Nótese que falta la
posibilidad de que un cuadro esquizofrénico derive en una paranoia, sobre lo cual
volveremos más adelante. De cualquier modo, queda claro que, para Freud, la paranoia es
explicable y toda su extensa exposición del “mecanismo paranoico” así pretende mostrarlo.
Pero, ¿qué explicación puede alcanzarse de la esquizofrenia? En el escrito sobre Scherber,
se limita a dar cuenta de la paranoia de éste, es decir, a buscar los mecanismos psíquicos
que puedan volver inteligible la reconstrucción delirante de sus vínculos con la realidad.
Pero, de la parte dementia (Freud también usa la nomenclatura kraepeliniana de demencia
precoz) no habría explicación alguna. Explicar significa aquí reconstruir la mecánica de la
formación del delirio (Wahnbildung), así como en las neurosis los síntomas quedan
explicados o “aclarados” en la medida en que es posible desplegar el abanico de fantasías
que lo sustenta. Vale decir que se puede interpretar o explicar algo únicamente en tanto
haya un despliegue imaginario (delirios o fantasías). Literalmente, ex-plicar significa des-
plegar, alisar, quitar los pliegues, cosa que permite visualizar cuáles son los elementos en
juego y qué mecánica es la que rige su operatoria. Una conclusión que podría sacarse de
todo esto es que la introversión de la libido y la regresión no son propiamente “mecanismos
de defensa”, sino “tendencias” (hay que buscar un término apropiado) que están en otro
plano que los mecanismos. Éstos suponen artificialidad, las “tendencias” naturalidad. La
artificialidad es la que la cultura impone a todo sujeto y, de alguna manera, es simbolizable
o, si se quiere, explicable. Pero, para referirse a lo natural, debe recurrirse a especulaciones
más allá de toda posibilidad de confirmación; no hay otro remedio que hacer un poco de
metafísica. Esto es lo que Freud hace luego de la Gran Guerra, cuando se le aparecen lo que
Jones llamó las “nuevas ideas”. Hay pues, que buscar en Más allá del principio del placer
(1919), su texto metapsicológico más importante, las respuestas a los interrogantes que
plantea la clínica de las psicosis.

Este texto es una larga reflexión acerca de un concepto “fundamental” de la teoría


psicoanalítica: el de pulsión (Trieb). Todo lo existente no cesa de buscar un estado de
mayor reposo e imperturbabilidad, disolviéndose en modalidades de organización cada vez
más estables y elementales. Lo orgánico sólo “desea” retornar a lo inorgánico y las
pulsiones son la expresión de este deseo de descarga tensional de los organismos vivientes.
Freud introduce el concepto polémico de pulsión de muerte, que en Lacan muchas veces es
tematizado como goce. Lo que aquí nos interesa es señalar que lo que llamamos
“tendencias” a la introversión y a la regresión deban probablemente ser entendidas en
relación a la pulsión de muerte. Mucho se ha comparado a los esquizofrénicos crónicos con
zoombies o muertos en vida, pues semejan seres fantasmales cuya vitalidad parece haberse
extinguido. El psiquismo no opera en las psicosis conforme al principio del placer y más
allá de este principio únicamente es pensable un goce ilimitado y no compartible, pues
también se está más allá de la intersubjetividad y de la determinación cultural. Penetrar en
la cultura supone una renuncia a este goce ilimitado y de índole alucinatoria, que en
adelante sólo es atribuido a potencias superiores y más que humanas (nuevamente, Dios).
Volviendo a nuestro tema, lo que sorprende es, entonces, la coexistencia en el mismo sujeto
de mecanismos antitéticos, a saber, la proyección y la introversión-regresión. Dijimos que
la dificultad se desvanece si consideramos que solamente la proyección es un verdadero
mecanismo, mientras que las otras dos son tendencias más primitivas del psiquismo,
muestras de su resistencia a la culturalización o Veränderung del puro ser biológico en
sujeto atrapado en la cultura. La proyección resultaría ser, de este modo, un primer paso en
el proceso de culturalización al permitir, como señalamos, un despliegue imaginario que se
puede pensar como dirigido a algún otro, en este caso, a un sujeto absoluto y perseguidor.
La “solución” esquizofrénica a las Veränderungen, esto es, introversión libidinal y
mecanismo alucinatorio, es, en principio, incompatible con la vida y necesariamente ha de
combinarse con mecanismos proyectivos que religan al sujeto con el entorno. Aun en los
estados amenciales Freud los tiene en cuenta en muchos pasajes el apartamiento de la
realidad (Abneigung) nunca es completo y ello puede comprobarse cuando los pacientes
salen de la amencia (Genesung, convalescencia). En el otro extremo, están los
inconvenientes de la proyección excesiva: se frenan los mecanismos introyectivos y el
sujeto se empobrece en una eterna y estéril lucha contra un enemigo incansable y poderoso.
Melanie Klein mostró y ni siquiera Lacan la contradijo en este punto que todo el
desarrollo temprano se basa en los mecanismos proyectivos e introyectivos y en la
posibilidad de que haya entre ellos cierta coordinación y equilibrio. Si este último se inclina
demasiado hacia la proyección, paranoia, y si lo hace hacia el lado de la introyección,
melancolía.
Los delirios místicos revisten cierto interés teórico pues en ellos el sujeto da ciertos pasos
que lo aproximan a lo que puede pensarse como una cura en la paranoia. En lo esencial, hay
un cambio en la relación con el sujeto absoluto y perseguidor de las paranoias más o menos
elaboradas: el paciente le da un sesgo religioso y entra en una relación especial con Dios,
haciéndose su hijo. El sentimiento de persecución desaparece como efecto de esta
transformación del antiguo perseguidor en padre benévolo y protector. Aparece la instancia
de lo Ideal como estabilizadora del paciente y bien puede verse en estas conversiones
religiosas la salida del laberinto delirante, que consiste precisamente en tener confundidos
el bien y el mal. Lutero da un buen ejemplo: sufrió una decisiva experiencia en el momento
en que “se dio cuenta” de que Dios no quería perderlo sino salvarlo. Obviamente, en un
principio pensaba que Dios fuente y origen de todo lo bueno— deseaba la perdición de los
hombres, deseo que normalmente se atribuye al Diablo, quien además goza sobremanera en
cada ocasión en que realiza su maligno propósito. Este clivaje del Sujeto Absoluto en un
Ser todo bondad y otro pura maldad pone en acción la Función del ideal y su páredro, la
Función del Mal, función de importancia fundamental en las perversiones. La Función del
Ideal permite una cantidad de operaciones hasta ese momento poco menos que imposibles,
especialmente la identificación, que relanza los procesos de introyección que enriquecen al
sujeto. La Función del Mal da una vaga idea al sujeto de aquello con lo cual no debe
identificarse, de aquello que no debe conocer ni experimentar y a lo cual no sólo ha de
renunciar sino también explícitamente execrar. Es una función de límite cuya importancia
radica en acotar el ámbito de acción del sujeto. El padre benévolo lo hace hijo y también lo
hace hermano, introduciéndolo en una fraternidad reglada y con algún objetivo declarado
que da un signo positivo a la vida de sus integrantes y que reemplaza con ventaja a la lucha
solitaria del paranoico.

Este clivaje del Sujeto Absoluto y la aparición de lo que aquí hemos llamado Funciones del
Ideal y del Mal bien puede relacionarse con lo que Freud designó prueba de realidad, que
instala firmemente una distinción entre el adentro y el afuera, desterrando el “mecanismo”
alucinatorio que Freud postula como inherente a la Esquizofrenia. Claro que los místicos
tienen alucinaciones, pero deben aproximarse a la modalidad histérica de la alucinación, en
el que, por funcionar la prueba de realidad, el sujeto tiene cierta idea de cuándo alucina y
cuándo no.

La “salida religiosa” es lo que tantas instituciones marginales en nuestra sociedad ofrecen a


esquizofrénicos y paranoicos. Se los ayuda, por decirlo así, a delirar bien, así como los
sofistas de la Antigüedad enseñaban a hablar bien en público. Se les proporciona una
filiación sustituta que les asegura un mínimo nivel de circulación social. Siendo el delirio
un producto esencialmente imaginario, su despliegue es potencialmente infinito y la
filiación ofertada ayuda a acotarlos dentro de márgenes más estrechos y definidos. Acaso
toda institución tenga por finalidad oculta contener la psicosis de una sociedad; prueba
indirecta de ello es que cuando desaparecen o resultan ineficaces se produce el caos social
equivalente a una psicosis del cuerpo social y los delirios se reproducen como hongos. Una
película del gran I. Bergman (“El huevo de la serpiente”) describe la situación de anomia en
que se hallaba la Alemania de la década del 20 y un repertorio de soluciones delirantes que
los protagonistas instrumentan para enfrentarla.

Hay que aceptar que muchas de estas instituciones “alternativas” dan en el clavo al
presentarse como ajenas al saber oficial representado por las instituciones reconocidas
(Universidades, Colegios Médicos, Asociaciones Profesionales, etcétera), aunque
profundamente no sean sino la contracara necesaria de dicho saber oficial. De modo
semejante al que se recicla la basura (con lo cual se minimiza el desperdicio, la pérdida),
los marginados y excluidos son recuperados por la sociedad, pero esta recuperación ha de
ser ajena al medio oficial, quizá como secreta venganza por la exclusión. Dijera un viejo
moralista francés: no se nos puede hacer peor desaire que no comulgar con nuestros
prejuicios. Toda sociedad tolera mal a aquellos que por un motivo u otro no comparten sus
valores básicos. Drogadictos, alcohólicos, pacientes llamados fronterizos y personalidades
asociales conforman junto a paranoicos y esquizofrénicos un vasto grupo de marginados
que probablemente compartan un elemento en común: una actitud de enfrentamiento a la
sociedad “normal” en la que no tuvieron cabida. De hecho, en las instituciones públicas se
atiende a un importante número de personas en las cuales se reúnen las lacras de la
marginación: la enfermedad y la pobreza.

Conclusión
Retomemos la cuestión inicial, la unidad entre esquizofrenia y paranoia. Hemos visto que
Freud y, con él, Lacan— insiste en mantener la independencia nosográfica de la paranoia
en relación a la esquizofrenia porque ve en ella algo explicable, los famosos “mecanismos
freudianos” de los que hablaba Bleuler, mientras que la esquizofrenia o demencia precoz
era considerada por él un término oscuro que se refería a cuadros nosográficos mal
delimitados, aunque aprobó expresamente la reunión que hizo Kraepelin bajo el término
dementia praecox. Lacan, por su parte, tendía a seguir la tradición francesa de considerar
los delirios crónicos (paranoias, parafrenias y forma paranoide de la demencia precoz de
Kraepelin) como separados de las catatonías, hebefrenias y formas simples de la demencia
precoz. Excepcionalmente empleó el término esquizofrenia (#) y convirtió a la paranoia en
el eje del estudio de las psicosis, revirtiendo la preponderancia otorgada a la esquizofrenia
por los postfreudianos. Éstos, como Bleuler, privilegiaron los procesos de escisión para
explicar las psicosis; la escisión incluso precede y es condición de la proyección. Freud, por
el contrario no veía a la escisión (Spaltung) como exclusiva de las psicosis y en uno de sus
últimos escritos (“La escisión del yo en el proceso de defensa”) habla de ella a propósito de
pacientes obsesivos y de sujetos perversos. En el artículo sobre Scherber llega a decir que el
término esquizofrenia sólo es utilizable a condición de olvidar su significado literal y
propone el término parafrenia (ya utilizado con otro contenido por Kraepelin) en reemplazo
de demencia precoz.

Sin embargo, además de esta lucha onomástica y conceptual, lo que queremos resaltar es
que, si bien puede concebirse una distinción tajante entre esquizofrenia y paranoia, ésta
únicamente tiene validez en el plano teórico o nosográfico, puesto que en la práctica clínica
ambas series aparecen hasta tal punto entremezcladas que ninguna denominación resulta
completamente adecuada a los fines del diagnóstico.

Cuando Freud habla de la evolución de los cuadros, menciona, como dijimos, dos
posibilidades evolutivas: una combinación desde el inicio de esquizofrenia y paranoia y un
comienzo paranoico que se transformaría en esquizofrenia. No menciona formas puras ni la
evolución de una esquizofrenia a una paranoia. La forma esquizofrénica pura sería,
sospechamos, incompatible con la vida. La forma paranoica pura sería imposible pues todo
delirio parte de las Veränderungen corporales y estamos postulando una relación muy
estrecha entre ellas y las alucinaciones, especialmente las referidas al cuerpo. En cuanto a la
no transformación de una esquizofrenia en una paranoia, cabría pensar que si las tendencias
esquizofrénicas a la introversión y al empleo del “mecanismo” alucinatorio son fuertes de
entrada, el mecanismo de proyección no alcanzará nunca a imponerse a dichas tendencias
ni podrá constituirse lo que llamamos antes una “paranoia más o menos lograda”, esto es,
un cuadro en el que el delirio haya logrado estructurarse suficientemente como para
enmascarar las alucinaciones que forman parte de las Veränderungen iniciales, que
expresan el derrumbe de la personalidad.

Quedaría solamente probar que la imbricación clínica de esquizofrenia y paranoia no es


azarosa sino regular y esperable. Acaso todo el asunto sea achacable a nuestra propia
estructura cognitiva o, de modo más general, a la armazón significante de nuestro intelecto
y a su dependencia del lenguaje. Ya los filósofos presocráticos intuyeron que todo cambio
se verificaba entre opuestos; nosotros podemos agregar que la oposición no es caprichosa
sino necesaria a los fines de que el cambio pueda ser percibido. Veamos otros ejemplos en
la clínica: en los obsesivos se dan con frecuencia actos compulsivos, que se “oponen” a la
sensatez del sujeto y cuya comisión está envuelta en una atmósfera angustiosa. Pero
también son típicos en ellos los actos impulsivos, aparentemente en oposición diametral
respecto de los compulsivos. Los histéricos son a un tiempo las personas más “expresivas”
y las más “represivas” o bien, también puede considerarse el ejemplo de los fóbicos y la
contrafobia como defensa, que explica que haya sujetos muy “valientes” con alguna
“pequeña” fobia. La oposición en términos de significante no resulta ser sino
complementariedad y mutua necesidad de los opuestos en la que cada uno “pide” la
existencia de su par dialéctico. Hay muchos tipos de oposición, no necesariamente debe ser
pensada como oposición entre contrarios. Lo bello se opone a lo feo, pero en otro sentido se
opone a lo útil, en tanto que se considera inútil a lo bello. O bien, puede oponerse lo bello a
lo bellísimo, oposición ésta entre lo simplemente bello y lo superlativamente bello, etcétera.
Esquizofrenia y paranoia pueden ser vistas, entonces, como el primer par dialéctico de la
patología psíquica y, en otro plano, como la primera oposición del desarrollo temprano. Lo
que aquí entendemos como dialéctica y oposición, Freud lo llamaba conflicto (#) y este
conflicto dialéctico entre esquizofrenia y paranoia se resuelve, como vimos, a la manera de
un enfrentamiento y lucha entre tendencias y mecanismos.

Por último, una aclaración más. En función de lo dicho respecto al enfrentamiento o


conflicto entre tendencias y mecanismos, no comulgamos con una vieja idea psiquiátrica
según la cual los delirios intentan explicar las alucinaciones. Más bien hay oposición entre
ellos, aunque casi todos los pacientes que estamos considerando han padecido ambos. Por
ejemplo, en ciertos pacientes catatónicos, la tendencia a introvertirse y a alucinar suele
enmascarar un delirio, que Baillarger llamaba délire interieur, del cual se toma
conocimiento una vez que el paciente ha superado el episodio. En el otro extremo, cuando
el delirio es más o menos logrado, las alucinaciones son difíciles de pesquisar una vez
instalado el delirio que las enmascara y aun es posible que desaparezcan. Los delirios
intentan explicar las Veränderungen, son una reacción a ellas y no deben ser confundidas
con las alucinaciones referidas al cuerpo. Las Veränderungen representan la caída del
sujeto en la psicosis clínica. En otro lugar veremos qué es lo que provoca este pasaje de la
prepsicosis a la psicosis manifiesta. La aparición de esta última es la prueba visible de que
no se ha verificado la Veränderung fundamental, pasaje del ser biológico al ser social, que
Lacan denomina “captura en lo simbólico”. para figurar el continuo cambio) es padre y
señor de todas las cosas...”

El síntoma en la clínica psicoanalítica

¿Qué clínica?

El concepto vulgar de Síntoma parece remitir históricamente a la idea de una Patología y de


un Saber. No podemos obviar el hecho de que la nosografía clínica se funda y avanza a
través de la mirada de un Cuerpo-de-Signos. Aquí se presenta, para el psicoanálisis, la
primera antinomia; situación que podríamos definir, con Lacan, de “falla-
epistemosomática,” falla que soporta la dimensión de un cuerpo concebido en dos
diferentes modalidades: la biológica (un cuerpo de órganos); y la erógena (un cuerpo de
goce). Hablar de patología es casi un abuso de término: en todo caso para el psicoanálisis la
patología es parte “de la vida cotidiana” hablar de saber requiere un rodeo teórico
posterior: la concepción psicoanalítica del saber se aparta del discurso médico en dónde
éste toma otro marco. En medicina hay un saber que se instala del lado del médico: saber
como consecuencia de un conocimiento teórico/práctico que podríamos definir como "la
ciencia". Saber que queda inmediatamente clasificado en el marco de los manuales como el
CIE-10 o DSM-IV. Clasificando la enfermedad se olvida pronto al enfermo: caminando por
los pasillos de los hospitales uno percibe rápidamente que cuánto más puede el médico
encasillar el cuadro-de-signos y rotular el padecimiento, mejor se sabe y más cerca se está
de hacer ciencia; parecería impensable –aunque, por suerte, los hay- que a un médico le
interesase si el primer ataque cardíaco el paciente lo sufrió cuando falleció su hermano (o
su gatito) o si cada brote asmático le llega en el momento justo de enfrentar a su jefe.

Es claro que esto ocurre porque estamos hablando de dos epistemes diferenciales; pero
muchas veces la generalización (incluso imprescindible en determinados contextos como el
gubernamental-salubricista) puede afectar la particularización del caso. Pero esto no sólo
ocurre en la geografía médica: más de un psicólogo queda paralizado cuando no puede
recurrir a los psicodiagnósticos de proyección o cuando, recurriendo a ellos, advierten
signos que no encuadran en los parámetros “esperables” al standard estadístico. Psicólogos
que si no tienen a mano un Bender, un Wartegg o un TAT, sienten que lo han perdido todo.
Y, también en este caso, estamos en presencia de una materia que trabaja con un concepto
muy diferente y a la que, incluso, sería imprudente no pedirle que lo haga: es su savoir-fair.

Los Síntomas en medicina son un conjunto de Signos que se agrupan en un Cuadro


Nosográfico y que permiten inferir la hipótesis de una Patología; la que, a su vez, permitirá
administrar la propedéutica adecuada, farmacoterapia de por medio. El médico "resuelve"
la sintomatología a través de inferencias fisio-patológicas y anatómicas que guarda como
un valioso tesoro de saber. Este saber es un saber específico y excluyente. Específico
porque, haciendo un reduccionismo inmediato, presupone que todos los sujetos son iguales
ante los mismos signos; que la etiología no depende de la historia del paciente sino de la
disfuncionalidad orgánica independiente de cualquier subjetividad; o como opción
fronteriza- de ciertos virus o bacterias (tan viejas como la existencia de la vida misma).
Excluyente porque no interesa "todo" lo que el paciente pueda llegar a decir; sino lo que el
cuadro sintomático pueda llegar a proyectar a partir de ese saber a priori. El saber,
entonces, está aquí del lado del médico. Esto, llevado al mundo-psi al que nos referíamos
tiene también la misma axiomática: el saber lo ha dejado el paciente en el papel que ha
dibujado o completado, pantalla que hay que semblantear con las tablitas psicométricas
evaluativas que, en otro tiempo y lugar, un Otro social ha normativizado para dar el criterio
de “normalidad”. El paciente se va y el psicólogo queda con el material para evaluarlo en
base al saber pre-definido: esto se llama, justamente, hacer ciencia. Sabemos que ninguna
administración de batería de pruebas curan absolutamente nada; y si bien es verdad que
también entran en el concepto de lo que es dicha disciplina; en muchos casos es fácil intuir
que sólo le sirven al profesional para amortiguar su angustia y saber frente a qué “caso” se
encuentra; y que hay más profesionales interesados en el “rótulo” del caso que en el sujeto
sufriente. Esta ciencia psicológica no puede negar un discurso que pretende ser tan
científico como el biológico o el matemático; pensamiento en el que cae frecuentemente la
Medicina toda al pensar que cuanto más se parecen las experiencias humanas a las
biológicas más acreditan su valor científico; sin la posibilidad de reconocer que la
obturación de una falta y la búsqueda del ideal absoluto de curación no es más que la
negación permanente de la mortalidad humana. Esto, válido es repetirlo para que no se
suponga cierta necedad miope, no es un error de apreciación o de doxa: es meramente
trabajar con epistemes distintas. De hecho, si yo recurro a un médico es porque espero y
demando esa “autenticidad científica”, el diagnóstico anexo, y no en última instancia- la
farmacoterapia necesaria para apaciguar mi síntoma que, para el caso, no lo asocio con la
muerte de ningún gatito.

En Psicoanálisis, el saber es un espacio de subjetividad único que está del lado del
pa(de)ciente. Nos importa todo aquello que para el médico no sólo es nimio sino que
constituye incluso un obstáculo porque no lo ayuda en la definición de la enfermedad y
porque, de hecho, hace “ruido” en lo que va de suyo en su materia. Como expresa
G.Canguilhem, “el médico no está lejos de pensar que su creencia es una lengua bien
constituida, mientras que el paciente se expresa en una jerga.” Al analista no le parece que
la jerga del paciente deba ser eliminada: justamente estamos interesados en esa farfulla, en
el dialecto cotidiano; en lo que Lacan ha bautizado como “la plática de la tontería” En un
párrafo muy descriptivo Roberto Harari lo resume: “en psicoanálisis, tal como nos lo
enseña la experiencia de la cura, no se trata del discurso, ni del habla, ni de la palabra, ni de
la lengua, ni del lenguaje en tanto estructurado, ni del objetivo de relatar, ni de informar, ni
del participar, ni del de actualizar, ni del de proseguir, ni –menos aún- del de descargar.
¿De qué se trata, entonces? De ponderar en toda su magnitud cómo lo que sucede de
relevante en el hablaje del analizante involucra sus palabras fractalizadas, esto es,
quebradas y entrecortadas, sus interferencias, sus vacilaciones, sus equivocaciones –que no
son errores-, sus dudas, sus confusiones, sus detenciones a mitad de camino, sus tartajeos,
sus tartamudeos, su trastrabarse, sus farfulleos, sus tropiezos, sus torpezas, sus murmullos,
sus musitaciones, sus atoramientos, sus gritos, sus suspiros, sus contradicciones flagrantes
mas inapercibidas, sus inconsistencias entre distintos dichos o entre dichos y actos, la
cadencia musicalizada de tales dichos, el contrapunto llevado a cabo de esa forma, las
musiquillas tarareadas de manera queda en el momento del saludo inicial, la modulación de
sus quejas, el timbre de sus enunciados, sus olvidos, sus recuerdos en apariencia
inmotivados y nimios mas viscosa y desconcertantemente recurrentes, sus creencias
erigidas como verdades colectiva e incuestionables, en fin, lo “burdo” de lo que está a
punto de enunciar.” He aquí exactamente lo que nos importa: todo ese chamuyo es lo que
para nosotros tiene sentido; y es de ese “burdo” de lo que el síntoma se ha nutrido y sigue
nutriéndose para abastecer su gordura de goce. (Volveremos rápidamente a este punto.)

El síntoma, entonces, para un analista, no está en los manuales de ningún tipo: el saber-del-
síntoma lo trae el sujeto; y lo trae para que se lo escuche. Este es el método Freudiano:
“escuche, tengo algo que decirle”- le habría dicho su paciente; y lejos de la época de Ana
O. hoy sabemos que el dejar hablar y saber escuchar esa jerga es la herramienta
indispensable con que cuenta un analista. El síntoma analítico es, pues, un síntoma
HABLADO. Hablado por quien nos consulta. Hablado y escrito: escrito en ese cuerpo que
sufre. Pathos quiere decir “sufrimiento” pero también “pasión”.
A diferencia del concepto clásico (que nos llega de Pinel) no creemos que la pasión sea un
desarreglo sino que forma parte intrínseca y estructurante del sujeto: recortado por esa
pasión (del significante) que el Otro le ha impreso como sello de origen. Por lo tanto, y
valga la redundancia, la dicotomía con el síntoma médico es fácil de ver: éste existe
independientemente; ya está en los Manuales (las farmacias están repletas de objetos que
taponan síntomas existentes por doquier); pero esto no es un síntoma analítico, aquel que
sólo toma corporalidad (y valga el sustantivo en el doble sentido semántico) con la
PRESENCIA del Analista; esto es: en Transferencia; porque sólo bajo ESCUCHA es
posible el recorrido significante a través del trazo del sujeto.

¿Qué síntoma?

Ahora bien: ¿de qué Síntoma hablamos en psicoanálisis? La construcción del Síntoma
Analítico viene dada por la construcción misma de la Puesta en Acto de lo Inconsciente: el
psicoanálisis, lejos de buscar rápidamente la curación (y el bien) del sujeto –furor curandis-
crea –repito: crea- una neoformación: un nuevo síntoma que forma parte del constructo
entre analista y anali(siendo). Desde Freud hasta nuevo aviso, las Neurosis son De
Transferencia. Y así como el analista forma parte de lo inconsciente (ergo: quien no se
analiza no tiene inconsciente) el síntoma también se constituye en el ensamblaje entre el
diván y el sillón del analista.

Resulta entonces que el Síntoma (la queja de lo que no-marcha) es el modo que pre-anuncia
la Entrada en Análisis (por ello es que el paciente golpea a nuestra puerta); pero lleva
también implícito la categoría de Estructural. Como dice Lacan: en ningún otro lugar que
en la Psicosis, “...el síntoma, si se sabe leerlo, está más claramente articulado en la
estructura misma." (Aquí también puede resultar claro porqué hablar de Patología en el
sujeto es ya un abuso de términos).
Para entender la cápsula en la cual está envuelto el síntoma, tenemos que pensar en las
fantasías (fantasmas) que son sus proto-precursores. En 1909, Freud ya entiende al ataque
histérico como un “sustituto de una satisfacción autoerótica antaño ejercida y desde
entonces resignada.” Un año antes nos dirá que “el síntoma histérico es el símbolo
mnémico de ciertas impresiones y vivencias (traumáticas) eficaces.” Es decir que será el
síntoma lo que permitirá dar al trauma el carácter de tal. También en el apéndice, parte II,
del Proyecto; conceptuará al síntoma como formación simbólica que incluye al recuerdo
traumático como “efecto retardado” (nachträglich) y que tipifica la represión histérica.

Ahora bien, la frase-fuerte-freudiana, en este punto, creo que la encontramos en 1908


cuando nos dice: “el síntoma histérico ES la realización de una fantasía inconsciente al
servicio del cumplimiento de deseo.” Aquí la importancia clínica: interrogando al síntoma
encontramos al fantasma asociado. (Esto no implica, claro, que el analizante verbalice
primero el fantasma y después entremos al síntoma; ya que, de hecho, la lógica síntoma-
fantasma es biunívoca y, clínicamente, es así como sucede; ya que al desplegar el fantasma
el sujeto puede comenzar a poner en acto su neurosis transferencial y su neo-formación
sintomática.)
Como vemos, síntoma y fantasma se unen con el lazo de lo (real) sexual; y no podría haber
sido distinto: ese real, del que el sujeto nada quiere saber, es justamente lo que lo divide:
allí encontramos lo que Oscar Massotta definiría como el juglar que siempre canta la misma
canción (sexualidad y muerte): lo inconsciente. En el mismo texto freudiano al que
hacíamos referencia; encontramos que “...(el fantasma) es idéntico a la fantasía que sirvió
(al sujeto) para su satisfacción sexual durante un periodo de masturbación.”
¿Cómo ligar pues, el fantasma al síntoma? Veamos: en un primer estadio podemos anunciar
la existencia de Otro (el seductor, el de la teoría traumática) que posibilita –con su verbo- el
recorte pulsional en el sujeto: recordemos, con Lacan en el seminario XX; que “las
pulsiones son el eco de que en el cuerpo hay un decir”. Hasta este estadio la satisfacción se
enmarca en la fricción del órgano sin contenido de representación: he aquí el onanismo.
Luego la satisfacción se “engarza” a la fantasía: Verlötung es el término que utilizará Freud
en 1908 para hablar de soldadura. Esta fusión ya tiene un contenido de representación: he
aquí la masturbación. Como sabemos, luego se suelta este engarce: se renuncia a la acción
y se conserva el fantasma. Finalmente el fantasma se reprime: he aquí el contenido latente
del síntoma. Palabras poéticas nos llegan desde Lacan para explicarlo: “El síntoma
representa el retorno de la verdad en la falla de un saber.”

El síntoma es, entonces, el retorno –vía inconsciente- de la represión. O, para decirlo todo,
es la represión misma. (El psicótico –que reprime in altero- no tiene síntoma; su delirio es
plena certeza: cree en él y nunca nos visitaría porque eso le moleste; eso sí, probablemente
moleste a otros y eso hará que lo traigan.) Así como la represión ES el retorno-de-lo-
reprimido; el síntoma es su metáfora. He aquí, otra vez, como aparece la necesidad de
hablar del síntoma como una estructura de lenguaje. Su desciframiento es en transferencia;
su materia prima es la palabra. Pero esa palabra que al sujeto sorprende, que lo descentra, lo
mueve de su eje; esa palabra-plena que hace que el único y verdadero acto logrado sea (el)
fallido. He aquí también lo inconsciente: eso que “...falta a la disposición del sujeto para
restablecer la continuidad de su discurso consciente.”

Cuando el sujeto, en análisis, dijo “Juan” y se corrige porque quería decir “Pedro”; está
haciendo uso de sus defensas yoicas; es con su yo que se defiende: “yo no lo dije”, “yo
quería decir Pedro” y –a la vez- está nombrando lo que no sabe: eso también es lo
inconsciente: un saber-no-sabido; un saber ignorado que excede al sujeto en su decir y lo
con(voca) a hablar de lo que no quería (¿de lo que no deseaba?): “Pues bien, hablemos de
Juan.” Por eso el psicoanálisis subvierte al sujeto cartesiano de la certeza; y escribe su
nuevo cogito: “soy donde no me pienso”. Por eso Lacan dirá que “...la palabra puede
expresar al ser del sujeto pero, hasta cierto punto, nunca lo logra.” Y bien, entonces,
síntoma y palabra dan el sentido del que veníamos dialectizando. Ese sentido es sexual, es
traumático; tiene al falo como operador central y al verbo como lo que pulsa desde el Otro.
De aquí que también Lacan conceptualizará al síntoma como la inmixión de lo simbólico
(el significante) en lo real. Real que se localiza (¿y dónde sino?) en lo imaginario
construido; esto es: el cuerpo. El cuerpo, territorio de goce y de significación. Único lugar
posible donde un sujeto se-habita y encuentra su dolor. Y esto para quienes todavía siguen
pensando en el cartesianismo psique/soma; o sea: “Es sorprendente que el psicoanálisis no
haya brindado aquí el más mínimo estímulo a la psicología. Freud hizo todo lo posible para
ello, pero, obviamente, los psicólogos son sordos. Esa cosa que sólo existe en el
vocabulario de los psicólogos –una psique adherida como tal a un cuerpo. ¿Por qué diablos,
cabe decirlo, por qué diablos el hombre sería doble? ¿Por qué diablos no limpiar de nuestra
mente toda esa psicología defectuosa y no intentar deletrear lo tocante a la Bedeutung del
falo?”15 Este real, como sabemos, es también un imposible; es aceptar (como lo expresó
Freud hace más de cien años) que la “desdicha cotidiana” es constitucional para el ser-que-
habla; que también el sujeto está “sintomatizado” por el Malestar que su Cultura produce y
que si “Eso goza, entonces yo debo responder como sujeto deseante”. Estos movimientos
con relación al goce (al sufrimiento, a lo que pulsa, a lo habrá que descrifrar; en fin, a lo
que Gardel & Le Pera pronunciaron: “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”)
constituyen la dinámica en dónde cada singularidad posicionará su Falta-en-Ser, su vacío;
su disyunción entre amor y deseo o su recorrido entre deseo y goce. También Lacan lo dirá
en respuesta a una pregunta de su audiencia: “Freud ha podido enunciar que hay
Urverdrängung, una represión que jamás es anulada. Es de la naturaleza misma de lo
simbólico comportar ese agujero.”

Entonces; ¿qué? Es importante entender que, a diferencia del síntoma médico, la


concepción psicoanalítica del síntoma tiene que ver con una “formación de compromiso”
(formación sustitutiva o reactiva –como en la neurosis obsesiva) y que –como dijimos-
forma parte de la estructura subjetiva. Es en este sentido que, desde el punto de vista
topológico, el síntoma es indisoluble al nudo borromeo de los tres registros propuesto por
Lacan. Esta indisolubilidad, al mejor estilo-prótesis, anuda los tres redondeles y nos lleva a
pensar un nuevo modelo clínico donde el sujeto pueda acceder al savoir-faire de su
estructura. (Podríamos recordar que la etimología del término remite a lo que cae en
simultáneo o lo que coincide; ergo, el síntoma anudado no cae para que algo se modifique.)
Si sabemos, con Lacan, que “no hay relación más que ahí donde hay síntoma” y si
pensamos que la relación sexual no existe; entonces parecería prudente darle al síntoma el
estatuto lógico –y ético- que le corresponde: si el sujeto tanto se aferra a él es porque,
además de la porción de goce que conlleva la adherencia, le permite –en tanto sujeto por su
relación al corte- ex - sistir en la singularidad de su Ser. (El sujeto es el corte mismo.) Por
eso en su último modelo de síntoma, Lacan utilizará la conocida fórmula de unión entre el
symptome, el saint homme y Santo Tomás: el sinthome. El engarce, como todo lo que
viene de su obra; no es azaroso; así como el hecho que haya elegido a James Joyce y su
Ulises para mostrarnos cómo un síntoma puede funcionar como Nombre del Padre: he aquí
el cuarto nudo de su lógica. He aquí la solución para aceptar la “desdicha cotidiana”: el
nudo que se ata (vía significación fálica, en caso del síntoma neurótico o en la metáfora
delirante, para la psicosis) al Complejo nuclear del sujeto. Cito: “El complejo de Edipo es
como tal un síntoma. Es en tanto que el Nombre del Padre es también el Padre del nombre
que todo se sostiene, lo que no vuelve menos necesario el síntoma.” Esto es lo que lleva a
darle un estatuto ético a lo inconsciente; al síntoma y, por ende, a la clínica psicoanalítica.
La inscripción Freudiana pronunciada en la Conferencia 31 (Wo es war, soll Ich werden)
podemos leerla, junto a Slavoj Zizek, como: “tu, el sujeto, te has de identificar con el lugar
en el que tu síntoma ya estaba (...) has de reconocer el elemento que da congruencia a tu
ser.”

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