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El polo esquizofrénico está constituido por aquellos pacientes que registran dichas
alteraciones, las vivencian como extrañas y alienantes pero se sienten poco inclinados a
tratar de explicarse lo que les está ocurriendo, limitándose a atribuirlas a potencias
irresistibles cuyos designios no aciertan a comprender. Predominan en ellos los síntomas
que tienen que ver con el derrumbe psíquico: introversión, despersonalización,
disgregación, eco y robo del pensamiento, perplejidad, etcétera. La elaboración
(volveremos también sobre esta palabra) esquizofrénica de las devastadoras Veränderungen
corporales es mínima: los delirios —muchas veces indetectables a causa de la introversión
— son pobres y mal estructurados. Privan en ellos las ideas de influencia y, en menor
grado, las de autorreferencia y perjuicio, no llegando en ningún caso a desarrollar un delirio
persecutorio más o menos estructurado, típico en los pacientes paranoicos.
En el otro extremo están los paranoicos, que sí acometen la imposible empresa de darse a sí
mismos y a los demás una explicación razonada y exhaustiva de cuanto les ocurre. La
explicación delirante ocupa la escena hasta tal punto que quedan enmascaradas las
Veränderungen iniciales. Muchos autores han dudado y aún negado la existencia de
pacientes cuyos delirios sean puramente interpretativos como quería E. Kraepelin. Aquí
consideraremos a la Esquizofrenia simple y a la Paranoia kraepeliniana como dos límites
teóricos que acaso ningún sujeto particular haya jamás alcanzado. En la primera, habría
reacción ínfima frente a las Veränderungen y en la segunda, la reacción sería máxima, de
allí su desaparición. Las formas clínicas de la Demencia Precoz y Parafrenia que describió
Kraepelin, así como otros cuadros cuya descripción debemos a otros autores, podrían ser
incluidos en ese espectro que va de la forma simple a la hipotética Paranoia puramente
interpretativa.
Todo lo dicho hasta aquí se funda en tres conceptos que debemos examinar: reacción,
elaboración y las mencionadas Veränderungen. Los dos primeros son de obvia procedencia
freudiana. El primero, reacción, procede a su vez de la Física: a toda acción le sigue una
reacción, ocupando aquí las Veränderungen el papel de la acción. La reacción consiste en
una elaboración de dichas Veränderungen llevada a cabo por el yo o por lo que queda en
pie del yo, dado que las Veränderungen corporales lo afectan primariamente. El yo es
tradicionalmente visto como una máquina, es decir, como un ente en cuya definición
aparece la idea de trabajo. Así pues, es a la elaboración psíquica la tarea a la que el yo se
avoca, más allá de que su constitución haya sido exitosa o no. Por otro lado, Freud ha
señalado que el yo es, ante todo, un yo corporal, una proyección mental del cuerpo. La
aparición del yo (narcisismo) coincide con y consiste en la constitución de la imagen de un
cuerpo unificado. Esta integridad corporal-yoica imaginaria es lo que atacan las
Veränderungen y también es lo que las elaboraciones esquizofrénica y paranoica intentan
restaurar con mayor o menor fortuna. Las ideas de habitar sólo una parte del cuerpo o de
estar desencarnado y fantasías de fragmentación corporal son infaltables en los cuadros
esquizofrénicos y representan el menoscabo yoico-corporal. En los filmes acerca de
asesinos múltiples psicóticos tan de moda actualmente, se trata siempre de lo mismo:
reconstruir un cuerpo imaginario en la realidad. La piel ocupa un lugar importante por su
función de límite, así como es central entre los neuróticos la preocupación por la
indumentaria, bien que en función de otras intenciones.
Estando el yo constituido, el sujeto penetra en el mundo del deseo, del cual quedan fuera
todos aquellos pacientes incluidos en ese degradé elaborativo delirante que va de la
esquizofrenia a la paranoia. El cuerpo y el yo devienen carne deseante y son el fundamento
del sentimiento de estar vivo, que tantas veces sencillamente falta en los esquizofrénicos. El
delirio es un intento de restaurar el cuerpo-yo y de afirmar el derecho a la existencia del
sujeto. Hace unos años apareció en el Hospital Borda una mujer solicitando ser escuchada
en una clase magistral en la que expuso un florido y exuberante delirio astrológico que
partía de la premisa “La nada no existe”. Una vez oída su exposición, esta discípula de
Parménides no volvió a aparecer por el Hospital. La sujeto se defendía por medio de una
negación del hecho asombroso de que, para ella, la nada sí existía y de que,
presumiblemente, se tratase de ella misma. Era un delirio con buena estructuración que
probablemente le aseguraba a la sujeto una aceptable circulación social. Haber sido
escuchada en respetuoso silencio por “los doctores del Borda” quizá la haya ayudado a
sortear alguna crisis que se cernía sobre ella por aquellas épocas. No hay que dudar en
diagnosticar como paranoico o paranoide a todo sujeto cuya necesidad sea la de dar
testimonio de su padecimiento y que, al mismo tiempo, reclame a su interlocutor el rol de
oyente silencioso, rechazando toda intervención suya. La elaboración paranoica consiste en
darle a las Veränderungen el sentido de la persecución y tiene como consecuencia la
constitución de un yo anormalmente desarrollado y rígido dedicado full time a la defensa de
su integridad. Ya en el siglo pasado Chesterton desarrolló brillantemente la tesis de que la
locura no consistía en un déficit de racionalidad sino en un exceso de la misma.2 Por ello es
que tanto se ha comparado los delirios paranoicos con las producciones científicas, desde el
momento en que ambas se ajustan férreamente a la racionalidad (entendida como no
contradicción). La ciencia supone un sujeto absoluto excluido del deseo (no desea, pues de
nada carece) y al que muchas veces identifica con Dios mismo. Para Galileo, conocer es ir
descifrando los pensamientos de Dios. Paralelamente, el tema del sujeto absoluto ocupa un
lugar central en muchos delirios paranoicos así como en los delirios místicos, en los que el
sujeto se funde e identifica con él.
En los paranoicos faltan dos elementos que son típicos en los neuróticos y que son la marca
de un yo aceptablemente desarrollado y estructurado: la preocupación por los asuntos
amorosos, que en los varones suele estar enmascarado por las ambiciones, y el fantaseo
diurno. El amor es importante pues recubre y atempera la violencia que impera en la vida
mental infantil. Celotipia y erotomanía son las formas monstruosas y desproporcionadas
que adquiere en los psicóticos la pasión amorosa. La pregunta obligada es: ¿por qué
teniendo un yo tan desarrollado, el paranoico fracasa en acceder a una verdadera vida
amorosa y su vida social se impregna de sentimiento de persecución? O, lo que es lo
mismo, ¿en qué sentido ese yo hiperdesarrollado es anormal? Freud nos proporciona varias
indicaciones útiles. Según él, no se ha instalado en el psicótico lo que denomina “prueba de
realidad” (Realitätsprüfung), función por la cual se discrimina percepciones de imágenes
interiores, de allí que en el psicótico las alucinaciones resulten tan “reales” como las
percepciones. Además, y es fundamental, es en relación a esta “prueba de realidad” que se
organiza el “mundo de la fantasía” (Phantasiewelt). Cuando un neurótico fantasea sabe
perfectamente que “son sólo fantasías”, esto es, no las confunde con los datos perceptivos
de la realidad consensuada y puede pasar de un mundo a otro con asombrosa facilidad. El
“mundo de la fantasía” neurótico suele estar hiperdesarrollado, especialmente en los
histéricos, pero esa capacidad que el sujeto tiene para neutralizarlo le evita quedar
confundido con sus producciones como les ocurre a los psicóticos. El pobre diablo tiene
que hacerse cargo “en serio” —falta también el sentido del humor— de cuanto cruza su
mente, sin poder dejar de lado el mínimo detalle. El delirio comienza por sospechas y
termina en certezas indubitables que se construyen a partir de una lógica tan abstrusa como
implacable. El delirio viene así a sustituir el habitual fantaseo de los neuróticos y se hace
carne en él —aman a su delirio como a la vida misma, decía Freud— dada su incapacidad
para neutralizarlo.3 El paranoico delira sin encontrar una salida que le permita escapar a la
interminable tarea de tapar una grieta que se renueva sin cesar: como las hijas de Dánao,
está condenado a llenar un tonel sin fondo.
Por medio del delirio el paranoico busca una explicación para sus Veränderungen. Explicar
es incluir un hecho en una ley: la famosa caída de la manzana se explica cuando llega a
considerársela un caso de la ley de gravedad. El delirante busca, pues, ponerse bajo alguna
ley que garantice su derecho a la existencia. La falla es que, por considerar su caso como
único y excepcional (las Veränderungen así se lo testimonian), busca su legitimación como
sujeto fuera de los carriles en los que el común de las personas lo hacen, a saber, la
sumisión al padre. Este rechazo a la filiación (ley genealógica por la cual todo sujeto recibe
un nombre y pasa a pertenecer a alguna estirpe reconocida) lo margina de la vida social y lo
encierra en el laberinto del delirio. Los perseguidores no son otra cosa que una imagen
fragmentada del padre (proyección de la fragmentación producto de las Veränderungen).
Otro elemento típico de los delirantes es la irreductibilidad, esto es, su incapacidad absoluta
de poner en cuestión su delirio, de reconocerlo como erróneo y rectificar, en consecuencia,
su conducta. En suma, no hay en él posibilidad de renuncia (Verzicht). El niño que será
luego un sujeto más o menos normal es capaz de renunciar al objeto incestuoso no sólo por
la amenaza de castración por parte del padre o sustitutos, sino también por la promesa de un
acceso futuro al mundo del deseo y de la gratificación. Se trata del viejísimo esquema de
toda moralidad: al virtuoso (renunciante) se le promete un premio (la felicidad o alguna
variante de ella). La promesa, por estar referida a un suceso futuro, debe ser creíble para
que sea eficaz, de allí la importancia de que resulte confiable la persona que la sostiene. A
causa de su enfrentamiento y rechazo de la figura paterna (puesto que el rechazo no es al
padre como persona sino como figura, es decir, como encarnación visible de una función, a
saber, la de socializar al infante operando su “separación” de la madre), el paranoico (y el
esquizofrénico mucho menos) no tiene quien le haga la promesa. La autoridad emana
sugestión (Freud) únicamente entre los neuróticos; en el caso de los paranoicos emana
desconfianza y peligro. La sugestionabilidad neurótica, especialmente manifiesta en los
histéricos, es el reverso de la suspicacia y reticencia paranoicas.
Queda por decir algo acerca de las Veränderungen. En lo personal, no me inclino por una
interpretación (sic) biologista de ellas, asumiendo, por ejemplo, que el disturbio psíquico de
esquizofrénicos y paranoicos se explica a partir de un disturbio paralelo de
neurotrasmisores, hormonas (por la pubertad) u otros productos del metabolismo del SNC.
Dicha interpretación es hoy por hoy más una esperanza que una realidad, aun cuando
seamos capaces de domeñar con fármacos muchos cuadros que entrañaban otrora
dificultades prácticas nada desdeñables (contención de pacientes excitados, pacientes
melancólicos con riesgo de suicidio, estados de mal epiléptico, etcétera). El mecanismo de
acción de muchas drogas así como la increíblemente compleja fisiología del tejido nervioso
y una valoración precisa de la importancia y actividad del material genético permanecen
aún en penumbras a pesar de los notables avances que se han realizado en dichos terrenos.
Todo ello nos impulsa a considerar útil, válida y viable una interpretación puramente
“psíquica” (no digo psicológica porque para muchos la Psicología es una ciencia que
intenta una correlación entre lo psíquico y lo somático) de los propios procesos mentales.
No queremos caer en las exageraciones en que incurren las terapias florales, tan en boga en
nuestro medio, suponiendo que la ingesta de productos químicos es capaz de producir
efectos sutiles en el ánimo del ingiriente. Hay un salto epistemológico tan grande entre lo
que se postula como causa y lo que se reputa como efecto que la prudencia más elemental
hace que uno se maneje con cautela en esos temas. Una vez planteada la dicotomía alma-
cuerpo, espíritu-materia o psíquico-somático es muy difícil luego mostrar su relación.
Como ejemplo princeps, recuérdese el pantano en que se mete Descartes cuando quiere
explicar cómo el alma, sustancia no corpórea, se hace representaciones del mundo material.
Pero hay otro argumento en favor de las concepciones “psíquicas” que es de naturaleza
completamente extracientífica: es cuando menos criticable que quien ha invertido 15 ó 20
años de su vida en formarse como terapeuta (no importa su orientación) termine echándole
a otros —en este caso, los colegas que se dedican a la investigación neurobiológica— el
“fardo” de averiguar en qué consiste su práctica. Aspirar a meramente aplicar lo que otros
investigan, renunciando por comodidad o por lo que fuere a la autopsía que recomendaba
Demócrito, es indigno de alguien que pretenda ocuparse de la vida y de los padecimientos
de sus semejantes. Esta crítica es extensible a aquellos que se encolumnan detrás de algún
maestro de la especialidad con la esperanza de ver resueltos todos los problemas de la
práctica en su obra. Por fortuna, para llegar a ser un poco sabio no hace falta ser un genio,
pero sí es menester establecer algún tipo de diálogo con los maestros que nos antecedieron.
Se trata de que nos inspiren.
Haremos ahora una distinción entre Veränderungen y Veränderung. (#) Las primeras se
presentan como manifestación del ominoso pasaje de una prepsicosis a una psicosis clínica,
mientras que la segunda se refiere a la transformación del infante humano de mero cuerpo
biológico en sujeto traspasado por la cultura. Veränderungen es un concepto clínico, en
tanto que Veränderung es una noción límite, lo cual significa que remite a un ámbito
diferente del que inicialmente estaba en consideración. Todo límite entraña una limitación
que, por difícil de soportar, invita a traspasarlo y buscar allende lo psíquico sus raíces y
fundamentos. Todo ello se verifica partiendo de una inferencia sumamente objetable: todo
lo psíquico procede de algo que no es psíquico, a fin de evitar la regresión al infinito de las
causas. 9 El problema consiste en mostrar cómo de lo no psíquico (biológico) puede
emerger lo psíquico. Lacan decía irónicamente que para sacar un conejo de la galera
primero hay que ponerlo, de allí que debamos adjudicarle a lo no psíquico (en el sentido de
lo pre-psíquico) cualidades protopsíquicas que justifiquen la psiquización de lo pre-
psíquico, desdibujándose la distinción entre psíquico y no psíquico de la que se había
partido. No deja de ser una especie de consuelo observar que también la física (ciencia
consagrada y seria si las hay) enfrenta idénticas dificultades cuando intenta dar cuenta de la
constitución de la materia: ésta resulta conformada por partículas y subpartículas cuya
índole material es dudosa, debiendo concluirse que la materia no está hecha de materia, o
bien que la materia no es sino una forma apariencial de otra cosa mucho más imprecisa que
llamamos energía.
Por otro lado, Freud señala que hay diversas evoluciones: el cuadro puede comenzar como
una paranoia y terminar en esquizofrenia, o bien, combinarse desde el inicio ambas series
sintomáticas, como en Scherber, al que diagnostica como dementia paranoides
(esquizofrenia paranoide en la nomenclatura entre nosotros más usual). Nótese que falta la
posibilidad de que un cuadro esquizofrénico derive en una paranoia, sobre lo cual
volveremos más adelante. De cualquier modo, queda claro que, para Freud, la paranoia es
explicable y toda su extensa exposición del “mecanismo paranoico” así pretende mostrarlo.
Pero, ¿qué explicación puede alcanzarse de la esquizofrenia? En el escrito sobre Scherber,
se limita a dar cuenta de la paranoia de éste, es decir, a buscar los mecanismos psíquicos
que puedan volver inteligible la reconstrucción delirante de sus vínculos con la realidad.
Pero, de la parte dementia (Freud también usa la nomenclatura kraepeliniana de demencia
precoz) no habría explicación alguna. Explicar significa aquí reconstruir la mecánica de la
formación del delirio (Wahnbildung), así como en las neurosis los síntomas quedan
explicados o “aclarados” en la medida en que es posible desplegar el abanico de fantasías
que lo sustenta. Vale decir que se puede interpretar o explicar algo únicamente en tanto
haya un despliegue imaginario (delirios o fantasías). Literalmente, ex-plicar significa des-
plegar, alisar, quitar los pliegues, cosa que permite visualizar cuáles son los elementos en
juego y qué mecánica es la que rige su operatoria. Una conclusión que podría sacarse de
todo esto es que la introversión de la libido y la regresión no son propiamente “mecanismos
de defensa”, sino “tendencias” (hay que buscar un término apropiado) que están en otro
plano que los mecanismos. Éstos suponen artificialidad, las “tendencias” naturalidad. La
artificialidad es la que la cultura impone a todo sujeto y, de alguna manera, es simbolizable
o, si se quiere, explicable. Pero, para referirse a lo natural, debe recurrirse a especulaciones
más allá de toda posibilidad de confirmación; no hay otro remedio que hacer un poco de
metafísica. Esto es lo que Freud hace luego de la Gran Guerra, cuando se le aparecen lo que
Jones llamó las “nuevas ideas”. Hay pues, que buscar en Más allá del principio del placer
(1919), su texto metapsicológico más importante, las respuestas a los interrogantes que
plantea la clínica de las psicosis.
Este clivaje del Sujeto Absoluto y la aparición de lo que aquí hemos llamado Funciones del
Ideal y del Mal bien puede relacionarse con lo que Freud designó prueba de realidad, que
instala firmemente una distinción entre el adentro y el afuera, desterrando el “mecanismo”
alucinatorio que Freud postula como inherente a la Esquizofrenia. Claro que los místicos
tienen alucinaciones, pero deben aproximarse a la modalidad histérica de la alucinación, en
el que, por funcionar la prueba de realidad, el sujeto tiene cierta idea de cuándo alucina y
cuándo no.
Hay que aceptar que muchas de estas instituciones “alternativas” dan en el clavo al
presentarse como ajenas al saber oficial representado por las instituciones reconocidas
(Universidades, Colegios Médicos, Asociaciones Profesionales, etcétera), aunque
profundamente no sean sino la contracara necesaria de dicho saber oficial. De modo
semejante al que se recicla la basura (con lo cual se minimiza el desperdicio, la pérdida),
los marginados y excluidos son recuperados por la sociedad, pero esta recuperación ha de
ser ajena al medio oficial, quizá como secreta venganza por la exclusión. Dijera un viejo
moralista francés: no se nos puede hacer peor desaire que no comulgar con nuestros
prejuicios. Toda sociedad tolera mal a aquellos que por un motivo u otro no comparten sus
valores básicos. Drogadictos, alcohólicos, pacientes llamados fronterizos y personalidades
asociales conforman junto a paranoicos y esquizofrénicos un vasto grupo de marginados
que probablemente compartan un elemento en común: una actitud de enfrentamiento a la
sociedad “normal” en la que no tuvieron cabida. De hecho, en las instituciones públicas se
atiende a un importante número de personas en las cuales se reúnen las lacras de la
marginación: la enfermedad y la pobreza.
Conclusión
Retomemos la cuestión inicial, la unidad entre esquizofrenia y paranoia. Hemos visto que
Freud y, con él, Lacan— insiste en mantener la independencia nosográfica de la paranoia
en relación a la esquizofrenia porque ve en ella algo explicable, los famosos “mecanismos
freudianos” de los que hablaba Bleuler, mientras que la esquizofrenia o demencia precoz
era considerada por él un término oscuro que se refería a cuadros nosográficos mal
delimitados, aunque aprobó expresamente la reunión que hizo Kraepelin bajo el término
dementia praecox. Lacan, por su parte, tendía a seguir la tradición francesa de considerar
los delirios crónicos (paranoias, parafrenias y forma paranoide de la demencia precoz de
Kraepelin) como separados de las catatonías, hebefrenias y formas simples de la demencia
precoz. Excepcionalmente empleó el término esquizofrenia (#) y convirtió a la paranoia en
el eje del estudio de las psicosis, revirtiendo la preponderancia otorgada a la esquizofrenia
por los postfreudianos. Éstos, como Bleuler, privilegiaron los procesos de escisión para
explicar las psicosis; la escisión incluso precede y es condición de la proyección. Freud, por
el contrario no veía a la escisión (Spaltung) como exclusiva de las psicosis y en uno de sus
últimos escritos (“La escisión del yo en el proceso de defensa”) habla de ella a propósito de
pacientes obsesivos y de sujetos perversos. En el artículo sobre Scherber llega a decir que el
término esquizofrenia sólo es utilizable a condición de olvidar su significado literal y
propone el término parafrenia (ya utilizado con otro contenido por Kraepelin) en reemplazo
de demencia precoz.
Sin embargo, además de esta lucha onomástica y conceptual, lo que queremos resaltar es
que, si bien puede concebirse una distinción tajante entre esquizofrenia y paranoia, ésta
únicamente tiene validez en el plano teórico o nosográfico, puesto que en la práctica clínica
ambas series aparecen hasta tal punto entremezcladas que ninguna denominación resulta
completamente adecuada a los fines del diagnóstico.
Cuando Freud habla de la evolución de los cuadros, menciona, como dijimos, dos
posibilidades evolutivas: una combinación desde el inicio de esquizofrenia y paranoia y un
comienzo paranoico que se transformaría en esquizofrenia. No menciona formas puras ni la
evolución de una esquizofrenia a una paranoia. La forma esquizofrénica pura sería,
sospechamos, incompatible con la vida. La forma paranoica pura sería imposible pues todo
delirio parte de las Veränderungen corporales y estamos postulando una relación muy
estrecha entre ellas y las alucinaciones, especialmente las referidas al cuerpo. En cuanto a la
no transformación de una esquizofrenia en una paranoia, cabría pensar que si las tendencias
esquizofrénicas a la introversión y al empleo del “mecanismo” alucinatorio son fuertes de
entrada, el mecanismo de proyección no alcanzará nunca a imponerse a dichas tendencias
ni podrá constituirse lo que llamamos antes una “paranoia más o menos lograda”, esto es,
un cuadro en el que el delirio haya logrado estructurarse suficientemente como para
enmascarar las alucinaciones que forman parte de las Veränderungen iniciales, que
expresan el derrumbe de la personalidad.
¿Qué clínica?
Es claro que esto ocurre porque estamos hablando de dos epistemes diferenciales; pero
muchas veces la generalización (incluso imprescindible en determinados contextos como el
gubernamental-salubricista) puede afectar la particularización del caso. Pero esto no sólo
ocurre en la geografía médica: más de un psicólogo queda paralizado cuando no puede
recurrir a los psicodiagnósticos de proyección o cuando, recurriendo a ellos, advierten
signos que no encuadran en los parámetros “esperables” al standard estadístico. Psicólogos
que si no tienen a mano un Bender, un Wartegg o un TAT, sienten que lo han perdido todo.
Y, también en este caso, estamos en presencia de una materia que trabaja con un concepto
muy diferente y a la que, incluso, sería imprudente no pedirle que lo haga: es su savoir-fair.
En Psicoanálisis, el saber es un espacio de subjetividad único que está del lado del
pa(de)ciente. Nos importa todo aquello que para el médico no sólo es nimio sino que
constituye incluso un obstáculo porque no lo ayuda en la definición de la enfermedad y
porque, de hecho, hace “ruido” en lo que va de suyo en su materia. Como expresa
G.Canguilhem, “el médico no está lejos de pensar que su creencia es una lengua bien
constituida, mientras que el paciente se expresa en una jerga.” Al analista no le parece que
la jerga del paciente deba ser eliminada: justamente estamos interesados en esa farfulla, en
el dialecto cotidiano; en lo que Lacan ha bautizado como “la plática de la tontería” En un
párrafo muy descriptivo Roberto Harari lo resume: “en psicoanálisis, tal como nos lo
enseña la experiencia de la cura, no se trata del discurso, ni del habla, ni de la palabra, ni de
la lengua, ni del lenguaje en tanto estructurado, ni del objetivo de relatar, ni de informar, ni
del participar, ni del de actualizar, ni del de proseguir, ni –menos aún- del de descargar.
¿De qué se trata, entonces? De ponderar en toda su magnitud cómo lo que sucede de
relevante en el hablaje del analizante involucra sus palabras fractalizadas, esto es,
quebradas y entrecortadas, sus interferencias, sus vacilaciones, sus equivocaciones –que no
son errores-, sus dudas, sus confusiones, sus detenciones a mitad de camino, sus tartajeos,
sus tartamudeos, su trastrabarse, sus farfulleos, sus tropiezos, sus torpezas, sus murmullos,
sus musitaciones, sus atoramientos, sus gritos, sus suspiros, sus contradicciones flagrantes
mas inapercibidas, sus inconsistencias entre distintos dichos o entre dichos y actos, la
cadencia musicalizada de tales dichos, el contrapunto llevado a cabo de esa forma, las
musiquillas tarareadas de manera queda en el momento del saludo inicial, la modulación de
sus quejas, el timbre de sus enunciados, sus olvidos, sus recuerdos en apariencia
inmotivados y nimios mas viscosa y desconcertantemente recurrentes, sus creencias
erigidas como verdades colectiva e incuestionables, en fin, lo “burdo” de lo que está a
punto de enunciar.” He aquí exactamente lo que nos importa: todo ese chamuyo es lo que
para nosotros tiene sentido; y es de ese “burdo” de lo que el síntoma se ha nutrido y sigue
nutriéndose para abastecer su gordura de goce. (Volveremos rápidamente a este punto.)
El síntoma, entonces, para un analista, no está en los manuales de ningún tipo: el saber-del-
síntoma lo trae el sujeto; y lo trae para que se lo escuche. Este es el método Freudiano:
“escuche, tengo algo que decirle”- le habría dicho su paciente; y lejos de la época de Ana
O. hoy sabemos que el dejar hablar y saber escuchar esa jerga es la herramienta
indispensable con que cuenta un analista. El síntoma analítico es, pues, un síntoma
HABLADO. Hablado por quien nos consulta. Hablado y escrito: escrito en ese cuerpo que
sufre. Pathos quiere decir “sufrimiento” pero también “pasión”.
A diferencia del concepto clásico (que nos llega de Pinel) no creemos que la pasión sea un
desarreglo sino que forma parte intrínseca y estructurante del sujeto: recortado por esa
pasión (del significante) que el Otro le ha impreso como sello de origen. Por lo tanto, y
valga la redundancia, la dicotomía con el síntoma médico es fácil de ver: éste existe
independientemente; ya está en los Manuales (las farmacias están repletas de objetos que
taponan síntomas existentes por doquier); pero esto no es un síntoma analítico, aquel que
sólo toma corporalidad (y valga el sustantivo en el doble sentido semántico) con la
PRESENCIA del Analista; esto es: en Transferencia; porque sólo bajo ESCUCHA es
posible el recorrido significante a través del trazo del sujeto.
¿Qué síntoma?
Ahora bien: ¿de qué Síntoma hablamos en psicoanálisis? La construcción del Síntoma
Analítico viene dada por la construcción misma de la Puesta en Acto de lo Inconsciente: el
psicoanálisis, lejos de buscar rápidamente la curación (y el bien) del sujeto –furor curandis-
crea –repito: crea- una neoformación: un nuevo síntoma que forma parte del constructo
entre analista y anali(siendo). Desde Freud hasta nuevo aviso, las Neurosis son De
Transferencia. Y así como el analista forma parte de lo inconsciente (ergo: quien no se
analiza no tiene inconsciente) el síntoma también se constituye en el ensamblaje entre el
diván y el sillón del analista.
Resulta entonces que el Síntoma (la queja de lo que no-marcha) es el modo que pre-anuncia
la Entrada en Análisis (por ello es que el paciente golpea a nuestra puerta); pero lleva
también implícito la categoría de Estructural. Como dice Lacan: en ningún otro lugar que
en la Psicosis, “...el síntoma, si se sabe leerlo, está más claramente articulado en la
estructura misma." (Aquí también puede resultar claro porqué hablar de Patología en el
sujeto es ya un abuso de términos).
Para entender la cápsula en la cual está envuelto el síntoma, tenemos que pensar en las
fantasías (fantasmas) que son sus proto-precursores. En 1909, Freud ya entiende al ataque
histérico como un “sustituto de una satisfacción autoerótica antaño ejercida y desde
entonces resignada.” Un año antes nos dirá que “el síntoma histérico es el símbolo
mnémico de ciertas impresiones y vivencias (traumáticas) eficaces.” Es decir que será el
síntoma lo que permitirá dar al trauma el carácter de tal. También en el apéndice, parte II,
del Proyecto; conceptuará al síntoma como formación simbólica que incluye al recuerdo
traumático como “efecto retardado” (nachträglich) y que tipifica la represión histérica.
El síntoma es, entonces, el retorno –vía inconsciente- de la represión. O, para decirlo todo,
es la represión misma. (El psicótico –que reprime in altero- no tiene síntoma; su delirio es
plena certeza: cree en él y nunca nos visitaría porque eso le moleste; eso sí, probablemente
moleste a otros y eso hará que lo traigan.) Así como la represión ES el retorno-de-lo-
reprimido; el síntoma es su metáfora. He aquí, otra vez, como aparece la necesidad de
hablar del síntoma como una estructura de lenguaje. Su desciframiento es en transferencia;
su materia prima es la palabra. Pero esa palabra que al sujeto sorprende, que lo descentra, lo
mueve de su eje; esa palabra-plena que hace que el único y verdadero acto logrado sea (el)
fallido. He aquí también lo inconsciente: eso que “...falta a la disposición del sujeto para
restablecer la continuidad de su discurso consciente.”
Cuando el sujeto, en análisis, dijo “Juan” y se corrige porque quería decir “Pedro”; está
haciendo uso de sus defensas yoicas; es con su yo que se defiende: “yo no lo dije”, “yo
quería decir Pedro” y –a la vez- está nombrando lo que no sabe: eso también es lo
inconsciente: un saber-no-sabido; un saber ignorado que excede al sujeto en su decir y lo
con(voca) a hablar de lo que no quería (¿de lo que no deseaba?): “Pues bien, hablemos de
Juan.” Por eso el psicoanálisis subvierte al sujeto cartesiano de la certeza; y escribe su
nuevo cogito: “soy donde no me pienso”. Por eso Lacan dirá que “...la palabra puede
expresar al ser del sujeto pero, hasta cierto punto, nunca lo logra.” Y bien, entonces,
síntoma y palabra dan el sentido del que veníamos dialectizando. Ese sentido es sexual, es
traumático; tiene al falo como operador central y al verbo como lo que pulsa desde el Otro.
De aquí que también Lacan conceptualizará al síntoma como la inmixión de lo simbólico
(el significante) en lo real. Real que se localiza (¿y dónde sino?) en lo imaginario
construido; esto es: el cuerpo. El cuerpo, territorio de goce y de significación. Único lugar
posible donde un sujeto se-habita y encuentra su dolor. Y esto para quienes todavía siguen
pensando en el cartesianismo psique/soma; o sea: “Es sorprendente que el psicoanálisis no
haya brindado aquí el más mínimo estímulo a la psicología. Freud hizo todo lo posible para
ello, pero, obviamente, los psicólogos son sordos. Esa cosa que sólo existe en el
vocabulario de los psicólogos –una psique adherida como tal a un cuerpo. ¿Por qué diablos,
cabe decirlo, por qué diablos el hombre sería doble? ¿Por qué diablos no limpiar de nuestra
mente toda esa psicología defectuosa y no intentar deletrear lo tocante a la Bedeutung del
falo?”15 Este real, como sabemos, es también un imposible; es aceptar (como lo expresó
Freud hace más de cien años) que la “desdicha cotidiana” es constitucional para el ser-que-
habla; que también el sujeto está “sintomatizado” por el Malestar que su Cultura produce y
que si “Eso goza, entonces yo debo responder como sujeto deseante”. Estos movimientos
con relación al goce (al sufrimiento, a lo que pulsa, a lo habrá que descrifrar; en fin, a lo
que Gardel & Le Pera pronunciaron: “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”)
constituyen la dinámica en dónde cada singularidad posicionará su Falta-en-Ser, su vacío;
su disyunción entre amor y deseo o su recorrido entre deseo y goce. También Lacan lo dirá
en respuesta a una pregunta de su audiencia: “Freud ha podido enunciar que hay
Urverdrängung, una represión que jamás es anulada. Es de la naturaleza misma de lo
simbólico comportar ese agujero.”