Vous êtes sur la page 1sur 16

CARLOS V I C U ~ A

EL PROBLEMA
PRESIDENCIAL

-721
CRUZ DEL SUR
1 9 5 %
Copyright by Editorial Cruz del Sur
-
Casilla, 373 Santiago de Chile
EL P R O B L E M A P R E S I D E N C I A L

El jefe del estado se llama en Chile


presidente de la República, designa-
ción de moda en América a la caída
de O'Higgins, que se ha seguido usan-
do desde entonces con escasas velei-
dades.
El cargo tiene fu~cionespolíticas
y administrativas, y la designaci6n
del sucesor del que lo ejerza, presen-
ta, además, problemas especiales.
La función política mira hacia el
futuro: trata de prever las contingen-
cias jurídicas, sociales, económicas, y
aún las intelectuales y morales del
estado; las perturbaciones internas o
externas que puedan ponerlo en peli-
gro, y de arbitrar con tiempo las me-
didas que hayan de facilitar la solu-
ción de esos problemas de futuro.
El verdadero político se plantea co-
mo problema fundamental la felici-
dad de la nación, Su bienestar econó-
mico, su progreso, su paz interna o
externa, y su engrandecimiento mo-
ral e iiitelectual, y aUn el meramente.
económico o geográfico.
Por eso, todo político debe tener un
programa político; sin programa, no
hay verdadera política.
Ordinariameiite, estos programas
son de dos tipos: estáticos o conser-
vadores y dinámicos o progresistas.
Los primeros siguen inconsciente-
mente i?na ley sociológica fundamen-
tal, que es sólo la aplicación de una
ley de filosofía primera: todo sistema
estático o dinimico t'iende a conser-
var s u individualidad propia, resis-
tiendo a las perturbaciones interiores
o exteriores.
E1 estático o coiiservador, es el
más lógico y natural de los progra-
mas políticos, pues tiende a mantener
intacta la estructura esencial del es-
tado.
. Desgraciadamente, su principio fun-
damental, esencialmeiite relativo den-
t r o de la fisonomía cambiante del
universo, tiende, como todo principio,
a transformarse en prejuicio, esto e s
en una afirmación irracional y teme-
raria, que resiste ella misma, dentro
de la mente, aúii a la experiencia y a
la demostración.
E l prejuicio conservador absoluto
desconoce la naturaleza misma, cam-
biante y evolutiva, del universo; des-
conoce la mutación biológica y la
evolución social, y hasta s e alarma
por los cambios" procundos que las
concepciones cientificas, filosóficas,
sociales y morales, experimentan ca-
da día en la mente de los hombres.
Por eso, los prejuicios y programas
conservadores no merecen hoy dia la
consideración y el respeto de que an-
tes gozaron, a pesar de que muchos
de sus sostenedores sean hombres de
gran valía.
Por ello también esos programas
conservadores tienden a subdividirse
y a determinar entre sus sectas di-
versas, no pocas insalvables antino-
mias.
Los programas progresistas o di-
námicos parten del postulado de la
evolución, que es cada día más un
principio de experiencia universal.
Nada parece estático cn el universo:
ni los astros, ni la Tierra, ni los seres
menores, vivos o muertos, que la pue-
blan, ni sus ideas, sentimientos o cos-
tumbres. El universo entero es un
cambio indefinido: nada permanece,
y un hecho o un ser han dejado. de
ser un hecho o un ser, para presen-
tarse únicamente como una aparien-
cia fugitiva, como un d e v e n i r,
como un momento arbitrario y abs-
tracto dentro de una silcesión inddi-
nida de fenómenos.
En lo social esta mutación puedei
aumentar la paz, el bienestar, la fe-
licidad, desarrollar el orden, la justi-
cia, la convivencia benigna, o, por el
contrario, provocar ia guerra, la mi-
seria, la inquietud, el desorden, la de-
predación, la anarquía zoológica. Al
primer tipo de mutación, llamamos
progreso ; al segundo, regresión.
Los programas políticos progresis-
tas se proponen provocar, favorecer,
estimular cambios que procuren la
paz, el orden, la justicia, el bienestar,
y combatir, a la vez, el prejuicio con-
servador y la regresih criminal, que
son cosas distintas, aunque m& de
8
una vez tengan s u s puntos de con-
tacto.
Desgraciadamente, si los conserva-
dores mismos se subdividen en sectas
hostiles, los progresistas se subdivi-
den mucho más y tal vez más enco-
nadamente. Pronto sus programas
son tantos y tan disímiles que se ha-
cen ineficaces y contradictorios.
Siempre que un programa político
cualquiera pierde toda probabilidad
de realizarse, se transforma, prime-
ramente, en una perturbación social,
y luego, en una pantalla o pretexto
para medrar en contra de los intere-
ses generales del estado.
Convencidos los hombres de valía
de la ineficacia política de su propio
partido, de su necesaria desmoraliza-
ción consecuencia1 y de su irrefrena-
ble corrupción, abandonan su directi-
va, que pasa a ser mecáriicamente
ocupada por piratas de alto bordo y
por merodeadores de retaguardia.
Producido este fenómeno, desapa-
recen de la vida pública los progra-
mas verdaderamente políticos y con
ellos, los políticos mismos.
No por ello se disgrega, necesaria-
mente de inmediato el estado. Como
todo sistema estático o dinámico cum-
ple con la ley de filosofía primera ya
citada, y conserva su individualidad
propia, resistiendo a las pe~kirbacio-
nes interiores y exteriores. Tiene así
una apariencia de lozanía y de vida
que oculta a los ojos trasnochados
del vulgo, los síntomas mortales de
su decadencia y de su disgregación
inevitable.
En un estado así, gobernado por
predadores y aniquilado por los par&
sitos, no hay ya, por falta de sujeto,
problemas políticos, o de futuro, y
quedan sólo los problemas aclminis-
trativos, de conservación de la carco-
mida estructura presente, de repara-
ción provisoria de la catástrofe coti-
diana, de estimulo artificial a la co-
media política.
Evidentemente, toda mejora racio-
nal y seria en la administración de
esta bancarrota pública es un bien
inapreciable, y constituye una saluda-
ble esperanza.
Raras veces los estados mueren de-
finitivamente. Los seres colectivos
tienen una vitalidad indefinida y re-
sistente, porque se reintegran de un
modo más perfecto. Por ello la espe-
ranza social puede alimentarse más
allá de la muerte. Sólo a la vida so-
cial y moral es aplicable el grito de
San Pablo, i n s p e c o n t r a
S p e m, y por ello, aún perdida to-
da razonable esperanza de realizar un
ideal político, siempre es posible tra-
bajar por un mejoramiento adminis-
trativo, y aún este progreso en la ra-
cionalidad y en la moralidad adminis-
trativas deben transtormarse en un
deber cívico de imperativo categórico.
Así se explica que la designación '
del presidente de la Repiiblica conser-
ve una importancia trascendental aún
en medio de la anarquía contempo-
ránea.
Desgraciadamente, en las repúbli-
cas democráticas de tipo caótico, co-
mo la nuestra, no es éste un proble-
ma de razón, de lógica o de concicn-
cia, sino un villano problema electo-
ral, entregado a la urna aleatoria de
los intereses, apetitos y pasicncs, al
cohecho y al fraude, a los prejuicios
y a los engaños, a las influencias cri-
minales de los poderosos, y a la eter-
n a necedad de las muchedumbres
enloquecidas por su propia tragedia.
Todo ello va a pesar en la cuenta,
de modo tan confuso y desconocido,
que a penas si es posible prever las
líneas generales del resultado posible.
Por eso los candidatos mismos y
SUS estados mayores deben meditar
antes de lanzarse a la aventura sin
remedio.
E n nuestra América hispana, en
que ya no quedan dinastías, ni hay
colegios políticos permanentes que
designen a los jefes dc estado, ni se
usa para ello la herencia testamen-
taria, de que di6 ejemplo Julio César,
la designación depende de unos pocos
grupos organizados y audaces, y de
la tolerancia voluntaria o forzada de
los pueblos.
Aquellos iiúcleos organizados ope-
raii de dos maneras, una que se es-
tima normal y legitima, aunque sus
vicios son notorios, y otra que los
tratadistss cle dcrccho público apelli-
dan anormal o de facto, porque el go-
bierno anterior es desposeído violen-
tamente y el nuevo se impone al pue-
blo, o a una parte considerable de él,
por la fuerza, la amenaza, la repre-
sión o la matanza.
La primera manera es la elección
popular ; la segunda, 81 cuartelazo mi-
litar o el alzamiento de las masas.
Ambos sistemas son democráticos,
porque en uno y otro caso los cori-
feos asumen de hecho la representa-
ción del pueblo, generaImente mudo,
indiferente o ciego.
Como la dcsignacidn del gobierno
nuevo es un hecho inmitable, hay ne-
cesidad de aceptarlo como tal y tra-
bajar porque él dé los mejores frutos
para la República.
Desde luego, es preferible la elec-
ción popular al motín militar o al tu-
multo público, porque éste es más cie-
go y v'iolento y entrega siempre los
poderes del estado a Iiombres más vi-
llanos. Ademis, no permite discusión,
ni meditación, ili estudio alguno pre-
vios, y pone a la ~ e ~ ú b l i cante
a he-
chos consumados, a menudo gravisi-
mos y de ordinario irreparables. La
elección es siquiera una comedia ciivi-
ca en la que muchos nobles propósi-
tos y no pocas ensebnzas il~minrtn
los espíritus.
Si antes de la elección los candida-
tos mismos y sus estados mayores,
analizan, fría y generosamente, la si-
tuación de la República, es posible
que lleguen a soluciones salvadoras.
Esto es particularn~enteclaro en el
caso nuestro. Tenemos eii liza cuatro
candidatos, cuatro grupos de apetitos
administrativos ya organizados para
distribuirse los bienes del estado; ge-
ro esos cuatro candidatos representan
sólo dos tendencias de gobierno: una
energbtica, ciega, brutal, que quiere
mandar a gritos, con una escoba en
la mano para barrer la mugre, -co-
mo si la República fuera una caballe-
riza,- y otra razonac?a, que pretende
ver, respetar, compensar los daños,
que cree en la ley, en el decreto y tn
el fallo judicial, como formas de go-
bierno.
La tendencia energética de la esco-
ba iracunda tiene iin solo cendidato,
el coronel Ibáfiez, cuya historia de
ayer es garantía de su gobierno de
mañana: contrato eléctrico, Founda-
tion, . .empréstitos, telbfonos, presu-
puestos extraordinarios, compras de
armamentos, militares y funcionarios
en Europa, Cosach, desastre financie-
ro, miseria harapienta, prisiones y
procesos políticos, M i s Afuera, Pas-
cua, Huafo, Punta-Arenas, el Alto de
San Antonio, trabajo forzado, avión
rojo, fondeamientos, torturas, desti-
tuciones, deportaciones, espionaje,
reformas educacionales delirantes,
matonaje militar, todo ello sin contar
su interminable fila de personajes de
comedia pantagruélica, ni la inepti-
tud enciclopédica de sus mandarines,
ni su alucinante caída final de 1931. '

La otra tendencia, la ciudadana,


tiene, en cambio, ires candidatos;
ninguno de ellos en lo militar de gra-
do superior al de teniente de reserva,
pero todos dispuestos a manejar la
cosa pública con razonable prudencia
y estudio meditado.
Personalmente ninguno tiene una
larga historia política, pero si, los
tres, antecedentes honorables de con-
ducta privada, de estudios profesio-
nales serios y uno de ellos ha sobre-
salido extraordinariamente como or-
ganizador pacifico de empresas in-
dustriales.
Lógicamente, estos tres candidatos
están contra la energía bruta, contra
la escoba ciega, contra el atropello
frenético, contra las decisiones tor-
pes y sin remedio, contra la chuña
Íiscal, contra el carabinero transfor -
mado en juez, sacerdote, maestro y
funcionario.
Sin embargo, estos tres personajes
sensatos y sus esclarecidos consejeros
cometen en este instante un error ga-
rra£al, de incalculables proyecciones
para la República, cual es el de man-
tener tres candidaturas análogas, dos
de las cuales necesariamente 'habrán
de fracasar, poniendo así en peligro
la evolución normal, tranquila y de-
corosa de la República.
Alfonso, Allende y Matte, necesa-
riamente, deben estar contra la regre-
sión brutal que representa la candi-
datura de Ibáñez, cuya fuerza relati-
va tiende a acrecentarse por la cegue-
ra propia de la masa popular. Su de-
ber es unir sus fuerzas en uno solo
de ellos, o en otro que junte los anhe-
los republicanos dispersos de la ,gente
que no quiere tiranía, ni estupidez, ni
gritos destemplados, ni corrupción..
impune en el nianejo de los negocios
públicos.
La consigiia debe ser impedir la
vuelta de Ibáñez y su gente desalma-
da. Sobran los hombres capaces de
dar garantías a todos, a la religión,
a la ciencia, a la ley, n los tribunales,
a los gremios obreros, a la prensa, a
las personas, y capaces, al mismo
tiempo, de una administración seve-
ra, inteligente y hoiiorable.
E s un crimen no pensarlo siquiera
y exponer al País, por ambiciones se-
cundarias, a una catástrofe irreme-
diable y seguramente sangrienta.
A C A B ~ S E
DE IiifPHIMIR EL DÍA 30
DE ABRIL 1952.
CONSTA LA EDICIÓN DE
MIL EJEMPLARES.

CARMELO SORIA - IMPRESOR

Vous aimerez peut-être aussi