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ALBERTO LAISECA
LA EPOPEYA
DEL REY TEOBALDO
Buenos Aires
1982
PRINTED IN ARGENTINA
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que previene
la ley 11.723. © 1982, Editorial
Sudamericana Sociedad Anónima,
calle Humberto Iº 545, Buenos Aires.
ISBN 950-07-0048-4
Las luces todas, pues, igual a otras joyas, crecían con fuerza de
terrateniente hasta que allá, cerca de los rincones, sobre el filo de los
diedros, en los arrabales, se agolpaban las sombras arruinadas pasando
estrecheces.
El viento, que entraba por las ventanas, al mover las candelas hacía
oscilar los límites señalizados con mojones entre lo iluminado y las
tinieblas llenas de herrumbre. La luz, la claridad y el relámpago
señoreaban sobre las superficies planas, estepas, sabanas y rasos de
aquel cuarto. La lobreguez nebulosa, por su parte, ocupaba militarmente
un sector de los cerros, laderas, rampas, pendientes y promontorios, y la
totalidad vacía de las fosas de hundimiento, grietas, cañones y abismos
con fondo de roca.
Balbuceó:
—Sí, comprendo.
En realidad, la cosa no fue del todo cierta; era verdad que había
substraído cantidades enormes de plomo de las Casas de Dios, como así
también de las trastiendas de los negocios del Barrio de los
Fundidores; pero no para negociar, sino a fin de construir, con este me-
tal, una espaciosa mansión subterránea. Su proyecto era de lo más
ambicioso: el palacio tendría columnas, frisos, contrafuertes, basamentos,
estelas, ventanas muertas —que al ser abiertas darían a la tierra—,
etc. Todo, repito, íntegramente construido con plomo. Por el estilo
serían las bóvedas, criptas, establos para las colosales cabalgaduras,
mesas, sillas, órganos musicales y demás.
Trigo negro: Debes, trata de tener valor. Pasan del millar las
ratas que mi señor barón al borde de estos lagos mató. Sobre altar
de hueso y plata, ritmo de cable tenso, mi señor barón sus vidas
inmundas apagó. Hordas: bajad; Cobra de plomo: picad; Bestia
Negra: venid; los sellos soltó mi señor barón. Viuda: serás el punto
medio del campo de batalla. Valles de Reyes, donde ratas hacen
su vivac.
—El buen rey Teobaldo nos envía al extranjero a luchar por la fe.
—Ojalá así fuese. No. Parece que esta vez le hemos declarado la
guerra a las tundras blancas; donde mora el General Invierno Ruso,
que jamás envaina su espada.
Los invasores, por otra parte, habían cavado largos túneles para
colocar minas bajo los perímetros exteriores. Pero se encontraron con el
cañamazo de túneles antitúneles, que los musulmanes habían
practicado hacía mucho previendo esta eventualidad. Ocurría por
ejemplo, que los asaltantes, sin sospechar la mínima cosa y cuando
menos lo esperaban, veían derrumbarse tabiques de tierra cuya
existencia desconocían, y daban bruscamente con el término de otros
pasadizos, donde los esperaba el enemigo con sus lanzallamas listos
para achicharrarlos. No obstante lograron completar algunas de estas
largas galerías y colocar grandes cantidades de leña impregnada con
nafta. Junto al montón depositaron cilindros cargados con combustibles
sólidos. Al reventar todo ello, la explosión hundió del todo el sector
ya debilitado de la muralla.
Para colmo de males, estalló la peste entre los hombres del rey.
Deseando cortarla de raíz. Teobaldo mandó llamar a Grotesco de Montfort
Bruillon, informándole de la prioridad urgentísima que tenía el incinerar
los cadáveres. Sugería la erección de grandes torres y parrillas hechas con
troncos de árbol. Con muy buen criterio no quería dejar los restos de los
apestados tirados en la estepa, puesto que se contaminarían los rusos y
todo ello, como un boomerang, caería a la larga sobre los invasores:
"Deseo conquistar y controlar un país sano, no un desierto", le dijo. Se
proponía pues, acampar hasta anular la plaga, quemando los muertos y
sus pertenencias, desinfectarlo todo...
Teobaldo también tuvo conflicto con ellos. A medida que sus tropas
se internaban en dirección a Smolensko y las líneas se iban haciendo más
largas, al rey empezaron a causarle cada vez menos gracia los continuos
sabotajes de los asesinos. Capituló. Pagó el tributo anual como todos.
Pero Saladino era dueño de la mayor parte del país, poseía ejércitos
numerosísimos y reservas inagotables. Se limitó a retroceder cien
kilómetros, quemándolo todo a su paso.
Los datos y sucesos eran tantos, que las máquinas fumadoras sólo
podían brindar un caudal desconcertante, ininteligible, casi matemático
de informaciones. Se parecían a los desarrollos de la física teórica, que
luego el científico debe traducir en su mente a lenguaje concreto y
humano.
Esta edición, de 3.000 ejemplares, fue compuesta, armada e impresa en Buenos Aires,
en julio de 1982.
1
"El país de los súmeros", de H. Schmökel.