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Carava del Zorro 2010

Por Marco Vinicio Pinelo Bran.


Febrero 2010

A las siete y media de la mañana del sábado seis de febrero


nos incorporamos a la Caravana con Gustavo Dieguez y Thelma en la
séptima avenida de la zona 1 a inmediaciones del Tribunal Supremo
Electoral; cientos de motoristas venían rodando a ritmo de desfile
rumbo a la calle Martí. En ambos lados de la avenida se aglomeró una
impresionante cantidad de personas para ver el desfile y dar un hasta
pronto a los aventureros motoristas. Las manos de los niños y los
adultos sea agitaban sin cesar, los mensajes de aliento estaban
presentes; era una fiesta total. Al ver y sentir esa despedida sincera e
incondicional, de pronto sentí por varios minutos escalofríos en todo
el cuerpo, sentí además una sensación de querer llorar producto de
una emoción indescriptible. Por mi mente pasaron varios episodios
desde que importé la motocicleta, su traslado con mi primo Sergio
René –QEPD- desde Puerto Barrios y las horas dedicadas a su
mantenimiento. Salí pronto de ese túnel de melancolía que no me
llevaría a ningún lado en ese momento, más ganaría con ver la cara
de alegría y curiosidad de tanta gente y especialmente de tantos
niños que salieron a ver las motos y a esos jinetes urbanos que van
sobre sus máquinas en espera de 230 kilómetros de asfalto. Para los
motoristas, la salida de la ciudad se convierte en una especie de
procesión en donde se sostiene una velocidad muy baja, los motores
se ponen a verdadera prueba por los calentamientos; se pone en
práctica además un delicado juego que trata de no tocar las ruedas
de las motos que nos rodean. Un toque importante con alguna
motocicleta podría fácilmente provocar una caída de muchas otras y
no es precisamente lo más deseado en esa fase inicial del viaje.

Todos los puntos altos de las calles y avenidas son tomadas por los
jóvenes más hábiles. Las pasarelas no se dan abasto y se ponen a
prueba esos metales viejos y oxidados que alguna vez fueron
soldados con tanto esmero para seguridad de los transeúntes. Los
agentes de tránsito han cerrado temporalmente el paso a los
vehículos que quieren circular o cruzar la calle Martí y toda la
viabilidad ha sido exclusivamente otorgada a los motociclistas
quienes poco a poco van alejándose de su gente y de la ciudad.

Mi viaje de ida a Esquipulas en compañía de Gustavo Dieguez y


Thelma duró precisamente hasta pocos metros después del puente
Belice, en donde al notar que mi moto se empezaba a calentar tuve
rápidamente que buscar refugio en la orilla de la carretera en donde

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luego revisé superficialmente el sistema de enfriamiento. Los vapores
del tanque de reserva del agua eran expulsados de manera violenta
mojándome la ante pierna derecha. Las explosiones del vapor fueron
cada vez más fuertes y era fuerte señal que algo no andaba bien. El
motor fue apagado de inmediato y sin un sentimiento de
preocupación o incomodidad por la situación me quité el casco y me
puse a disfrutar del paso de mis compañeros, aprovechando a tomar
varias fotografías. Sólo el tiempo en ese momento era mi mejor aliado
para bajar la temperatura de mi máquina. Al notar el problema no
pude hacer señal alguna a Gustavo y dejé que avanzará. Antes de las
ocho de la mañana le envié mensaje a quien indiqué de mi
inconveniente y le pedí que avanzara. Realmente se lo tomó en serio
porque lo vi de nuevo hasta Esquipulas. Yo tampoco tenía interés de
retrasarlo por un descuido por no revisar todos los sistemas de la
motocicleta. Vale decir, que en dos años la moto nunca había
calentado.

Después de unos veinte minutos de espera, tomé la decisión de


continuar la marcha y de pronto pensé que era momento propicio
para hacer una visita a mi tío Arnoldo, quien vive en la Colonia el
Maestro. Consideré que era un día especial para hacer cosas no
comunes y además me daría la posibilidad de revisar un poco más
cómodo la motocicleta y era un buen lugar para abastecerme de
agua, sin saber también que me abastecería de un rico desayuno. Allí
estaba yo, tan tranquilo como que ningún viaje estaba en agenda.
Desmonté parcialmente el tanque de gasolina para tener acceso a la
tapadera del tanque de agua y le vertí alguna cantidad,
aprovechando para verter un poco al tanque de reserva. Hasta ese
momento no consideré apropiado abortar la expedición, todo parecía
estar bajo control. A las nueve y media escribí un segundo mensaje a
Dieguez indicando que me encontraba saliendo de la ciudad. Cientos
de motoristas aún salían de la ciudad y poco a poco fui pasando a
otros más. En los primeros kilómetros de la peregrinación vi varias
motos varadas en el camino, muchas con problemas de neumáticos.
Varios motoristas en solitario y otros en compañía de sus aleros y
aleras.

En carretera, y mientras pude avanzar a velocidad crucero no tuve


ningún problema con los vapores calientes del tanque auxiliar del
agua y el indicador de la temperatura del motor no encendería hasta
ese momento. El espirómetro avanzaba sin saber que poco a poco se
iba fraguando el próximo inconveniente. Pensé que podía pasar casi
cualquier cosa pero jamás que podría dejar tirada mi maleta de viaje.
Una noche antes fue anclada con unos soportes facilitados por mi

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amigo Arnoldo Amado quien hizo uso de ellos por varios cientos de
kilómetros en su BMW K100RS de idénticas características a la Blue,
de manera que era un tema técnico superado y nunca pensamos que
por allí iba a reventar la pita. Antes del medio día bajo el sol
abrazador de esa hora, aproximadamente por el kilómetro 70 muy
cerca de donde falleció el primer motorista, otro motorista me
advirtió que mi maleta estaba a punto de caer. Por el retrovisor noté
que si no paraba en los próximos diez metros, la misma caería
provocando tal vez otra serie de inconvenientes para los motoristas
que venían viajando a velocidad considerable. Debo admitir que en
ese momento pensé seriamente en abortar el viaje, ya que no tener
un nuevo anclaje para la maleta de aluminio robusto no tendría
posibilidad de avanzar cómodamente el resto de kilómetros hacia
Esquipulas, además del regreso, aunque estaba seguro que en
Esquipulas podría hacer un mejor trabajo de reparación. A pesar de
las circunstancias jamás me sentí contrariado o molesto, sentí llevar
mucha paz en mi corazón. En esos momentos la serenidad es lo más
importante, tener la cabeza fría es vital para tener las mejores ideas
en medio del sol abrazador. Como todo en la vida, todo tiene un lado
positivo y otro negativo. Quedarse varado con una BMW en una
Caravana del Zorro es motivo para que casi todos los motoristas
pasen de largo y no se solidaricen con el afectado, aunque eso
realmente no me preocupó porque creí estar bien armado de
herramientas para trabajar. Puse rápidamente a la vista todo el
instrumental quirúrgico y evalué los daños de la parrilla original de la
moto y el sistema de anclaje de inspiración de Amado. Necesitaba
tornillos y tuercas y una base nueva para darle el nivel adecuado a la
maleta. Por suerte llevaba tornillos extras pero no contaba con todas
las tuercas y con una que me faltara tendría que regresar a la ciudad.
Antes había caído una en la arena y no la encontraba. Resuelto ese
asunto tuve que buscar materiales para hacer un soporte y a la vez
no hacerle más daños a la pintura de la moto. Revisé todos los
desechos de los alrededores y me parecieron oportunos unos
cartones y unos envases de plástico. Tal vez me compliqué mucho,
porque un zapato tenis que llevaba en la maleta me hubiese servido
de base. Se me ocurrió llenar una botella de arena con piedrín y corté
varios pedazos de cartón para evitar rayones innecesarios. Todo lucía
bien y poco a poco fui armando el rompe cabezas. Terminando la
reparación, por fin tuve la visita de dos jinetes que viajaban rumbo a
Guatemala, quienes al verme dieron la vuelta y se me acercaron.
Debo de admitir que me causó sorpresa porque habían pasado unos
doscientos motoristas y nadie se detuvo para ofrecer ayuda. Les
pregunté en qué les podía servir y me contaron que a un kilómetro

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habían sufrido un pinchazo y que no tenían herramientas. Les indiqué
que con gusto les podía ayudar y que mientras avanzaran. En
realidad, pensé que prefería estar sólo que mal acompañado, al
menos mientras yo estuviera seguro de sus intenciones. En ningún
momento pensé que me iría de largo. Después de revisar la
improvisada reparación, arranqué la máquina sabiendo que ante mí
otra faena de reparación me esperaba. Avancé con el compromiso de
comprar un lazo para asegurar la maleta de una forma más firme. Si
no encontraba una tienda en los próximos kilómetros tal vez lo mejor
era intentar adquirir alguno en alguna de las tantas casas del camino.
Consideré que el lazo es uno de los instrumentos más comunes en las
casas y más en la de campo, así que probablemente conseguiría uno
por esa vía, no hay nada que no se pueda comprar y para todo lo
demás hay siempre una tarjeta de crédito al alcance.

Efectivamente, a un kilómetro de mi detención obligada, me encontré


a los motoristas del problema del pinchazo. Noté rápidamente que
nunca habían desmontado una llanta. Cuando inicié la operación de
desmontar la llanta con la ayuda de uno de ellos, otro indicó que tal
vez lo mejor era parar un pick-up y llevarse la moto por ese medio. Al
cabo de un par de minutos un pick up se detuvo y entre el grupo se
cargó la moto.

Casi a la una de la tarde envié mensaje a Dieguez indicándole que iba


bien, estaba en el kilómetro ochenta y cinco. Finalmente encontré
una abarrotería en donde me armé de dos lazos, uno fue suficiente y
el otro quedó de reserva.

Cerca de la una de la tarde pasé por Teculután y una hora después


estaba en Chiquimula en un puesto de abastecimiento de agua pura y
taller de motos. Esa detención no estaba planificada, pero justo en el
momento de pasar por allí una fuerte presión del vapor sacó
expulsada la tapadera del depósito auxiliar del agua y el agua me
llegó a la ante pierna la cual fue finalmente quemada dejando visibles
varias ampollas. Hubiese querido auxilio de las edecanes pero era
evidente que no sería posible. Bebí varias bolsas con agua y otras las
eché al depósito. Para dar tiempo al enfriamiento de la máquina me
dediqué a caminar por los alrededores y a tomar algunas fotografías.
Me seguí sintiendo tranquilo y confiando que pronto llegaría a mi
sagrado destino. La clave de la tranquilidad es tener pleno
conocimiento del problema y de las soluciones para seguir
avanzando. El calor era mi peor enemigo en ese momento. Kilómetros
antes de esta detención, se había ocasionado unos de los accidentes
mortales causando otra cola de varios kilómetros y eso provocó mi

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problema de calentamiento, o mejor dicho, el calentamiento de mi
moto.

A las cuatro y veinte de la tarde realicé una parada técnica en una


gasolinera en Quetzaltepeque; esta vez quería revisar el anclaje de la
maleta, el nivel del agua y era momento prudente para comprar un
par de galones de gasolina. Hasta ese momento del viaje reparé que
no había almorzado aunque tampoco sentí el deseo de hacerlo hasta
esa hora. Tal vez por primera vez en mi vida no quise comer solo.
También de alguna forma me afectó ver a los compañeros fallecidos
en la carretera, sin ninguna posibilidad de hacer nada por ellos y sus
familiares. Me sirvieron la gasolina y una granizada refrescante.
Algunos curiosos se acercaban a ver la moto y otros más
desenvueltos me hacían algunas preguntas sobre aspectos técnicos
de la maquinaria. Platicamos un poco de todo con los colegas. Me vi
de nuevo entre decenas de motos y la misión del día parecía concluir.
Muy pocos kilómetros me separaban de Esquipulas. Mientras
manejaba a velocidad de paseo, recordé la travesía a pie que alguna
vez realice entre Quetzaletpeque y Esquipulas. Veinticinco kilómetros
por el camino de herradura que pasa a un costado de la Piedra de los
Compadres.

A escasos dos kilómetros de llegar al mirador de Esquipulas más o


menos a la cinco de la tarde, en el carril de regreso a Guatemala,
noté que una pareja estaban varados con su BMW. Parecían tener
algún inconveniente aunque tampoco vi gran movimiento para
solventar el asunto. Al verles sentí una especie de compromiso de ver
qué les pasaba, pero no regresé hasta un kilómetro después. Al
regresar ya no estaban en el punto. Ingresé al pueblo justo en el
momento que se desarrollaba el desfile de motos; era lo peor que me
podía pasar por el problema del calentamiento. De manera que de
pronto me vi en el desfile entre miles de destellos de las cámaras
fotográficas. Miles de curiosos entre los habitantes, motoristas y sus
familias. Las calles estaban desbordadas de peatones.

Mis compañeros de viaje se encontraban en el Calvario desde casi las


tres de la tarde y mi nueva misión era lograr salir del desfile y buscar
alguna calle más o menos descongestionada para llegar lo más
pronto posible. Vale citar que la casa que nos prestarían para
pernoctar estaba muy cerca de la Iglesia del Calvario, según
información de Gustavo. Momentos después de arribar al Calvario, se
me informó que la casa ofrecida no estaba disponible. Las razones
eran confusas y en esas circunstancias y hora lo más importante era
encontrar soluciones viables para pasar la noche en un lugar más o

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menos seguro y cómodo. Pretender encontrar una habitación en una
ciudad desbordada por miles de turistas era imposible, ni siquiera
tuvimos la intención de preguntar. La primera idea de Dieguez fue
regresar a Quetzaltepeque o a Chiquimula a buscar algún hospedaje.
Por mi mente no pasó nada en ese momento. Al menos no sentí
molestia alguna, en lo absoluto. En el peor de los casos dormiríamos
recostados en algún portón o amaneceríamos platicando. No
seríamos los únicos de la ciudad que pernoctaríamos en plena calle.
De repente pensé que podríamos emprender un viaje a Jutiapa,
aproximadamente entre una y media y dos horas de distancia. En
Jutiapa tendríamos dos opciones, ir a la casa de mi mamá y mi tío o
pedir posada en casa de la familia Chicas Robles, mi prima y su
esposo, quienes suelen estar en Jutiapa los fines de semana. La
primera opción implicaba ir con otra familiar a pedir las llaves de la
casa y limpiarla en lo necesario y la otra opción era de hacer una
llamada y pedir posada. Propuse el proyecto a Dieguez y a Thelma y
fue avalado en la primera. Realicé la llamada telefónica y tuve una
respuesta muy atenta y servicial. Así que, sin más preámbulos
arrancamos las máquinas y nos dirigimos en dirección a la Basílica.
Thelma debía comprar algunos encargos y aunque en mi caso
hubiese querido comprar algunas cosas, mis pensamientos estaban
ciento por ciento enfocados en los preparativos del nuevo viaje. Era
necesario pasar por la gasolinera por un poco de combustible, al
menos en mi caso, y revisar de nuevo los niveles de agua. Yo estaba
seguro y confiado que mi máquina no calentaría en un viaje nocturno
y sugerí a Dieguez que nos colocáramos los chalecos reflectivos para
hacernos más visibles en la carretera. El mío me lo quité tan pronto
salí de ciudad de Guatemala, ya que estimé no sería necesario
durante el viaje. Con Dieguez esperamos junto a las motos mientras
Thelma se fue de compras, operación que duró unos quince minutos.
Pocos minutos nos quedarían en la sagrada ciudad y el reloj pronto
marcaría las siete de la noche. La circunstancia nos obligó a salir muy
de prisa de Esquipulas y a la distancia tuvimos que bajar la cabeza
ante el Cristo Negro y de esa manera nos declaramos con el deber
cumplido. Sería la primera vez que llegaba a Esquipulas y no entraba
a la Basílica. Siempre habrá una de esas raras veces en que pasa lo
inverosímil.

Pasadas las siete de la noche salimos rumbo a Jutiapa. Observamos a


muchos compañeros en carretera, unos con destino a Esquipulas y
otros retirándonos. Aún era visible el tránsito de motos las cuales
fueron vistas en todo el trayecto hasta Chiquimula. Pasaríamos por
los municipios de San José La Arada e Ipala de Chiquimula y por Agua

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Blanca, Santa Catarina Mita y Jutiapa del departamento del mismo
nombre. Dicha ruta es un verdadero deleite cuando se pueden
observar los distintos accidentes geográficos además que no es muy
transitada. Nuestro viaje sería distinto por esta vez pero igualmente
era lo que Dios nos estaba ofreciendo y eso era lo disponible para
vivirlo al máximo. No era momento para pelear con nuestro presente
y menos sabiendo que era por procurarnos el mejor descanso posible
en la casa de mi compadre, el coronel retirado Herman Chicas Lobos,
quien resultó ser un excelente anfitrión junto a su hijo Herman
Roberto, ambos solitarios habitantes del gran caserón. El clima era
formidable y las condiciones de visibilidad eran extraordinarias. La
calidad del asfalto aún es muy bueno y la señalización bastante
mejor. El tránsito vehicular a esas horas de la noche era escaso,
apenas vimos una decena de vehículos en ambas vías. Fue un viaje
directo y el reto mayor fue darle posición correcta al cuerpo y a las
sentaderas para hacer el viaje más cómodo.

Arribamos a Jutiapa cabecera alrededor de las nueve de la noche y


nos dirigimos directamente a nuestra morada, a esa hora no estaban
los anfitriones, quienes venían de regreso de una actividad en Pasaco.
Lo importante era que ya estábamos en el lugar y sólo era de esperar
un tiempo. Mientras tanto cenamos unos panes muy ricos en una
carreta a un costado de la Gobernación Departamental. A las diez de
la noche nuestras motos ya se encontraban en el garaje y nosotros
platicando hasta la media noche.

Lo que pasó al día siguiente estuvo más ligado a las actividades


propias de higiene y desayuno, visitamos la casa de mi abuela Sofía
García Cámbara. Dieguez repostó gasolina en la Shell de la salida del
pueblo y yo me dediqué a tomar un par de fotografías. El clima era
perfecto, ni calor ni frío y el tránsito muy bajo como suele ser en esa
ruta. Pensamos que podríamos ver a algún colega proveniente de
Esquipulas pero como algo curioso no vimos a nadie. En el regreso
sólo hicimos una detención en Cuilapa para hacer un pequeño ajuste
al equipaje de Gustavo. A partir de El Cerinal gozamos de forma
especial la nueva carretera de dos carriles, el escaso tránsito
vehicular nos permitió darle más giro a la manilla de la aceleración.
Antes del medio día llegamos al Mirador de la carretera a El Salvador
en donde degustamos de una bebida para despedir oficialmente el
viaje.

Agradezco profundamente la compañía de Gustavo y Thelma y ojala


sea este viaje el inicio de otros más.

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Sentir a nuestra Guatemala desde una motocicleta es sin lugar a
dudas una de las vivencias más bellas y reconfortantes que
puedansentir.

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