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Diego Villar*
Resumen
Se evalúa la pertinencia de algunas ideas clásicas en el estudio antropológico de las religiones para
comprender la religión Chané. Para discutir dos cuestiones básicas —la posibilidad de traducción
intercultural y el carácter situacional de los contextos de sentido— se examinan aspectos como
la articulación del simbolismo con distintos aspectos de la estructura social; el problema de la
ambigüedad simbólica; la coexistencia entre los aspectos pragmáticos y simbólicos de la acción; la
idea de sacralidad como interdicción; la preeminencia de la ritualidad; el carácter de sistema de las
creencias religiosas; las implicancias exegéticas, conceptuales y metafísicas del empleo misionero de
nociones indígenas para traducir la idea cristiana de «alma»; y, finalmente, la integración selectiva de
influencias culturales externas.
Palabras clave: chané, chiriguano, arawak, tupí-guaraní, chaco, religión, interpretación, simbolismo
Résumé
Pour comprendre la religion Chané, plusieurs des concepts classiques en anthropologie religieuse
seront ici mis à l’épreuve. La discussion de deux questions essentielles — la viabilité d’une traduction
interculturelle et le caractère situationnel des contextes de sens — repose sur l’examen des aspects
suivants : l’articulation du symbolisme à différents aspects de la structure sociale; le problème
de l’ambiguïté des symboles ; la coexistence entre les aspects pragmatiques et symboliques de
l’action ; l’idée de sacralité comme interdit ; la prééminence de la ritualité ; l’aspect systémique des
croyances religieuses ; les implications exégétiques, conceptuelles et métaphysiques de l’emploi par
*
CONICET, Argentina. E-mail: villardieg@gmail.com
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Diego Villar
les missionnaires de notions indigènes pour traduire l’idée chrétienne d’« âme » ; et, finalement,
l’intégration sélective d’influences culturelles externes.
Mots clés : chané, chiriguano, arawak, tupí-guaraní, chaco, religion, interprétation, symbolisme
Abstract
The relevance of some classical ideas of the anthropological study of religions for the understanding
of Chané religion is examined. In order to examine two basic premises —the degree of possibility
of intercultural translation and the relative character of contexts of meaning— several aspects are
discussed: the relationships between symbolism and diverse features of social structure; the problem
of symbolic ambivalence; the coexistence of pragmatic and symbolic dimensions of action; the idea of
the sacred as interdiction; the preeminence of ritual; the systematic character of religious beliefs; the
exegetical, conceptual and metaphysical implications of the missionary use of indigenous notions to
translate the Christian idea of the «soul»; and the selective integration of foreign cultural influences.
Key words: chané, chiriguano, arawak, tupí-guaraní, chaco, religion, interpretation, symbolism
Introducción
En las últimas décadas, el estudio de los sistemas cosmológicos de los pueblos de las tierras
bajas de Sudamérica ha sido dominado por diversas teorías de inspiración estructuralista
forjadas, en su gran mayoría, en el seno de la floreciente etnología amazonista. Siguiendo las
huellas de la «apertura hacia el Otro» —postulada por Lévi-Strauss (1992)—, esta auténtica
explosión de lo amazónico se ha visto ampliamente justificada por la vitalidad heurística,
conceptual y metodológica que ha logrado inyectar en la discusión disciplinar (Taylor,
1996; Descola, 1998; Viveiros de Castro, 1998; Surrallés, 2003). En este contexto,
las etnias de ascendencia tupí-guaraní se han visto particularmente beneficiadas por la
atención disciplinar (Carneiro da Cunha & Viveiros de Castro, 1985; Combès, 1991; Viveiros
de Castro, 1992; Fausto, 2001, 2005). Entre ellas, también lo han sido muchas próximas
histórica, geográfica y étnicamente a los actuales chiriguano y chané (Combès & Saignes,
1991). Los chané son un grupo étnico de origen arawak que se estableció poco antes de
la Conquista entre el Chaco occidental y las laderas orientales de los Andes bolivianos. Allí
fueron conquistados y sometidos durante los siglos XVI y XVII por bandas tupí-guaraní que
llegaban a la misma zona en busca del oro fabuloso de los Incas y de la legendaria «tierra sin
mal». Del mestizaje entre ambas sociedades nació, ya en el ámbito chaqueño, el grupo que
la literatura llamó «chiriguano» (Susnik, 1968; Saignes, 1990; Combès & Saignes, 1991;
Combès, 2005). Sin embargo, pese a que los actuales chané hablan un dialecto guaraní y
comparten en gran medida la cultura de sus conquistadores, en el noroeste argentino y el
sur de Bolivia algunos grupos han mantenido la independencia práctica y una conciencia
clara de su diferencia étnica (Bossert & Villar, 2004; Combès & Villar, 2004). Más allá de
su lejano origen amazónico, lo que importa destacar es que la ubicación de los chané
en el área cultural chaqueña invita a pensar en términos de una cierta especificidad. En
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Algunos problemas de interpretación de la religión chané
efecto, cuando se trata de interpretar la vida religiosa de los grupos étnicos chaqueños no
siempre es posible aplicar mecánicamente las claves amazonistas de la predación —el
canibalismo o la afinidad potencial—; pensamos, por ejemplo, en la excelente monografía
de John Palmer sobre los wichí occidentales (Palmer, 2005)1. Aquí no pretendemos, en
modo alguno, cuestionar la validez de las teorías amazonistas, sino simplemente plantear
en qué medida otras propuestas clásicas de la antropología social —no necesariamente
incompatibles con el paradigma amazónico pero definitivamente menos frecuentes en la
bibliografía sobre tierras bajas— pueden complementarlas y resultar igualmente fructíferas
a la hora de analizar los fenómenos religiosos. Para ello examinaremos algunas ideas que
sugiere el estudio de la religiosidad Chané en sus rasgos más generales, a fin de discutir con
cierto grado de abstracción la pertinencia de algunas perspectivas de análisis, herramientas
conceptuales y modalidades metodológicas2.
1
A modo de excepción, podríamos mencionar los trabajos de Combès & Saignes (1991) y Sterpin (1993).
2
Para un estudio más detallado de diversos aspectos de la ideología religiosa chané, cf. Bossert, 2002; Bossert
& Villar; 2001; 2004; 2006; Villar, 2005; 2006. Para una perspectiva etnohistórica y etnográfica más general
sobre la vida social de los chané y chiriguano, cf. Combès, 2005; Combès & Villar, 2004; Lowrey, 2003.
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éticamente negativo? ¿Es apropiado hablar del «mal» cuando la conducta es involuntaria?
Las aporías implícitas en categorías como «deidad», «alma», «mal» o «posesión» surgen,
aquí, en toda su dimensión. Dada la dialéctica de opacidad y revelación del símbolo,
la imaginación humana solo capta destellos parciales y fragmentarios de las potencias
religiosas. El dueño del monte, custodio de la geografía en la que viven los chané, se les
manifiesta a través de un aroma, la oscuridad o una serpiente, pero a la vez es ocultado por
ellos (Bossert & Villar, 2001). La relación con las potencias está inevitablemente mediada
por los símbolos que encarnan su accionar a ojos de los hombres, pero a la vez estos
saben que su voluntad —como la intención ambivalente de los muertos o la perfidia del
brujo— desborda siempre a sus manifestaciones particulares y no puede confundirse con
ninguna de ellas.
Las mismas manifestaciones concretas se revelan problemáticas. Los pájaros agoreros no
son temidos en sí mismos, en todos los momentos y en todas las circunstancias; de hecho,
los chané hablan perfectamente de ellos en un sentido taxonómico o biológico sin sentir
temor alguno. Si bien es cierto que en el plano ideológico el zorro puede ser considerado
un mal augurio —por ser acaso la figuración más corriente del alma de los muertos—,
se lo trata sin problemas en los ámbitos de la caza, la toponimia o la mitología. Los seres
cosmológicos, en suma, se resisten a encajar en una lógica que contrapone nítidamente
la unidad y la multiplicidad. Algunas veces los vientos y los remolinos son, simplemente,
vientos y remolinos; otras veces son cifras de presencias inauspiciosas; en otras ocasiones,
por fin, no son interpretados como signos, sino como esas mismas presencias. Según el
registro moralista, narrativo o pragmático que se enfatice, el zorro puede ser un animal,
un espíritu o la astucia irresponsable del trickster —pero lo más frecuente es que sea todas
esas cosas a la vez—. De la misma forma, el dueño del monte suele ser primero una
sensación de soledad o de desamparo; luego un aroma penetrante o un ventarrón; luego
una serpiente y momentos después un personaje antropomorfo; y, la mayoría de las veces,
todos ellos al mismo tiempo. Cuando los chané traducen esta complejidad al castellano
parecen incorregiblemente supersticiosos, ya que tendemos a pensar en un hombre, el
viento o la serpiente como seres necesariamente distintos. A lo sumo intentamos trascender
el nivel literal del enunciado interpretándolo como una asociación metafórica, como una
alegoría. No se nos ocurre que puedan existir formas múltiples de ver a un mismo ser
pues nuestras propias categorías nos obligan a discriminar si la criatura es «realmente» un
hombre o «realmente» una serpiente (Lienhardt, 1954).
En este punto tal vez sea provechoso invertir por un momento el sentido de la traducción.
Los chané evangelizados por los misioneros católicos muchas veces asisten a misa y toman la
comunión; sin embargo, como en el caso del bautismo, interpretan la eucaristía en función
de una lógica de acumulación de fuerzas y esperan sentir un cambio físico perceptible tras
ella. Ahora bien, si quisiéramos explicarles las sutilezas teológicas implícitas en el rito, lo
menos que deberíamos hacer es reflejar las diferentes actitudes que nuestra propia cultura
permite frente al mismo. En un extremo, los creyentes asumen a pie juntillas el dogma de la
transubstanciación; es decir, ingieren literalmente el cuerpo y la sangre de Cristo. En el otro,
el ateo recalcitrante asiste a la mera ingestión de un trozo de pan. Pero entre ambos polos
pulula una infinidad de interpretaciones más matizadas, ni completamente incrédulas ni
completamente canónicas, que tras el símbolo atisban una metáfora, una parábola, una
analogía o una conmemoración. Sería simplista plantear una elección tajante entre la hostia
como el cuerpo de Cristo o la hostia como un mero trozo de pan. Igualmente simplista sería
preguntar a los chané si el enmascarado es «realmente» un actor que simula o «realmente»
un antepasado que se apodera del cuerpo del danzante. De hecho encontramos algunos
informantes que piensan lo primero y otros lo segundo; pero lo desconcertante, lo que
llama a la reflexión, es que la mayoría piensa lo primero en algunos contextos y lo segundo
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en otros. Nuestro propio lenguaje, con su ontología implícita, forja entonces nuestra
perplejidad al forzar la alternativa entre la interpretación figurativa y la literal. Hacer
justicia al pensamiento Chané, por el contrario, implica respetar zonas grises, matices, vías
intermedias, sinuosas, ambiguas, que no se limitan a una dicotomía entre lo literal y lo
metafórico —así, el sentido de la asociación entre máscaras y ancestros reposa entre ambos
polos sin encajar del todo en ninguno—. De la misma forma, decir que la experiencia de
los muertos varía según se trate de las comunidades más o menos evangelizadas es una
obviedad; tal vez sea menos evidente suponer que esta experiencia muta de persona a
persona; pero lo importante es que, aun para un mismo individuo, varían las circunstancias
a través de las cuales se relaciona en distintos momentos con las almas de los antepasados.
La relación festiva con los muertos —signada por el respeto, la broma y el parentesco—
invierte la relación pavorosa que experimenta durante el resto del año. Como el zorro,
la máscara no es un símbolo per se de los muertos, sino tan solo dentro del contexto del
rito porque éste funciona como una medida del paso del tiempo disparando la reflexión
acerca de la finitud (Bossert & Villar, 2006). Aun así, el éxito de las creencias es indisociable
de contextos de sentido más amplios, plasmados en otras representaciones y prácticas
que engloban al rito y contribuyen a reforzar su eficacia como la alteración consciente
de la identidad, la representación y el simulacro, la escatología, la exégesis de la prédica
misionera, los ritos y creencias de otras etnias vecinas (Lévi-Strauss, 1994), el vértigo de
la danza y la borrachera ritual o la misma obtención de aquellas materias primas con las
cuales se confecciona la parafernalia ritual (Mauss & Hubert, 1946; Mauss, 1991).
La exuberancia que anida tras la eficacia simbólica no debería conducirnos a sobrestimar
la solemnidad de la racionalidad cosmológica. Los chané son perfectamente conscientes
del carácter situacional de su simbolismo. La misma brujería que los daña y los lleva a la
muerte resulta inútil frente al etnógrafo; del mismo modo, saben bien cuándo una afección
debe ser atendida por la medicina oficial y cuándo es patrimonio del shamán. La acción
simbólica se combina con el saber técnico en configuraciones variables de pensamiento y
experiencia. Las prácticas positivas y negativas del monte, por ejemplo, muchas veces son
explicadas a partir de consideraciones pragmáticas: se deben talar responsablemente los
árboles y no desperdiciarlos, hay que cazar y pescar con moderación (Bossert & Villar, 2001).
Pero más allá de los pretextos de la razón práctica, infringir esas reglas implica un castigo
ajeno a cualquier consideración pragmática. No se trata —o no se trata solamente— de un
acto racionalmente inconveniente, sino de una infracción que más tarde o más temprano
será penada mediante accidentes, pérdidas del sentido de orientación, enfermedades
misteriosas, la locura o aun la muerte. Lo más justo, lo más fiel al pensamiento Chané
sería decir que en el ciclo de prestaciones entre los hombres y las potencias, aquello que
nosotros llamaríamos «azar» no indica la fortuna o la contingencia, sino una relación de
necesidad, una causa efectiva, el estado del vínculo de cada individuo con los dueños
reales de las cosas. No extraña, en estas circunstancias, que el léxico Chané carezca de
una traducción adecuada para nuestra categoría de «suerte». La eficacia del cazador o el
artesano no se asocia únicamente con su talento personal, sino también con el modo en
que aprende a administrar su dependencia frente a fuerzas que lo superan. Sin embargo,
simultáneamente, cuando un cazador dirige una ofrenda al dueño de los animales para tener
éxito no está exento de moverse con sigilo, adiestrar a sus perros, conocer los hábitos de las
presas, apuntar bien su arma o elegir los mejores lugares para emboscarse. Los chané saben
que el trato con el dueño no hace que un mal cazador consiga presas; en todo caso, explica por
qué un cazador avezado las consigue a veces y otras no. No quedan satisfechos atribuyendo
el éxito o el fracaso a un accidente —desde este punto de vista, su razonamiento parece
más inquisitivo que el nuestro—. Se preguntan por qué le sucede un evento determinado a
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Véase, por ejemplo, la traducción de distintos conceptos chiriguanos en el trabajo de los frailes Bernardino de
Nino (1912), Doroteo Giannecchini (1996), Doroteo Giannecchini et al. (1916) y Santiago de León (1998)
—problemas cuyo influjo se advierte también en diccionarios modernos como el de Dietrich (1986)—. Para
un panorama más amplio sobre el tema entre los chané contemporáneos, cf. Villar, 2006.
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2. Sacralidad y praxis
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401
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Sobre la absorción de diversas influencias culturales entre los chané y chiriguano en distintos períodos
históricos, véase Nordenskiöld, 2002; Métraux, 1930, 1932; Renard-Casevitz et al., 1986; Combès &
Saignes, 1991; Lowrey, 2003; Combès, 2005; Combès & Villar, 2004.
5
Para una hipótesis sugestiva sobre la asimilación de elementos religiosos foráneos entre los guaraníes, véase
Fausto, 2005. La absorción «caníbal» o «predatoria» de influencias ajenas ha sido explotada a fondo por
los estudios amazonistas, e incluso elevada al rango de atributo definitorio de las cosmologías tupí-guaraní
(Carneiro da Cunha & Viveiros de Castro, 1985; Viveiros de Castro, 1992, 1998; Fausto, 2001).
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religiones indígenas sometidas desde hace tiempo a intensos procesos de cambio, todo
invita a pensar que solo queda la traducción, y que la traducción es imposible. El aforismo
no celebra la apoteosis del solipsismo, sino que simplemente condena a quienes creemos
que la antropología es una labor de traducción a una meta acotada pero acaso posible: una
exégesis eternamente perfectible que aspira a grados cada vez mayores de inteligibilidad.
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