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EL EFECTO ENERGÉTICO DE LOS SÍMBOLOS

Escribe Gustavo Fernández

Es práctica común al Ocultismo el valerse de símbolos de los más diversos orígenes:


hebreos, hindúes, griegos, rúnicos, cada uno de ellos dotado de una aparente “facultad”
especial, facilitadora de determinado objetivo. Y si nos colocamos en el lugar de un
observador neutral, ajeno por completo a la Filosofía Hermética, debemos convenir que
puede resultar difícil de digerir el que meditar, o elaborar mentalmente, dibujar o tallar un
símbolo determinado pueda desencadenar, en el mundo aparentemente material en que nos
desenvolvemos, algún efecto perceptible. Que mentalizar un pentáculo o estrella de cinco
puntas de determinada manera sobre el órgano afectado de una persona enferma puede
propender a su curación, o que en caso de acusados problemas psicológicos un “sello de
Salomón”, también conocido como “estrella de David” sea en ocasiones suficiente
paliativo. Además del abismo infranqueable para la mentalidad materialista de este siglo
que representa lo que va de lo mental a lo fisicista-mecanicista, se hace en ocasiones
incomprensible el porqué debería aceptarse que una figura geométrica determinada pueda,
por su sola observación, desencadenar resultados tangibles. Sin embargo, y como en
muchas otras ocasiones, aquí también la moderna psicología ha hecho tan significativos
avances que sus propuestas rozan audazmente las milenarias enseñanzas esotéricas. Y
precisamente, en el campo semiológico es donde encontramos una aproximación válida
para avalar tales Misterios.
Enseña el psicoanalista argentino Norberto Litvinoff, que todo símbolo es “una máquina
psicológica transformadora de energía”, lo que equivale a decir que la concentración en un
símbolo provoca dos respuestas: por un lado, una tensión psíquica que, en ocasiones, puede
gatillar la latente potencialidad parapsicológica (según el buen decir del parapsicólogo
argentino Antonio Las Heras) del individuo; por otro, al asociarse al mismo determinados
contenidos inconscientes, su evocación polariza sobre el sujeto tales correspondencias con
lo que, cuando menos en forma autorreferente, se detonan los contenidos emocionales de
armonía y equilibrio que le fueron adjudicados.
Por otra parte, una figura señera del Esoterismo como fuera la norteamericana Dios Fortune
–que no ociosamente se dedicara al psicoanálisis antes de volcarse de lleno al Ocultismo-
enseñó que “cuando en el pasado, a un símbolo le es incorporado, por meditación o
raciocinio no convencional, un determinado contenido por un grupo de iniciados, en el
presente, aún cuando las claves interpretativas se hubiesen extraviado irremediablemente,
también por meditación e iluminación podemos evocar esos contenidos”. Ejemplificando
esto, podemos señalar que si hoy en día un grupo de estudiosos deseara perpetuar
determinada información, esotéricamente hablando, y evitar que la misma caiga en manos
no deseables, se elaboraría un signo o símbolo a través de largas sesiones de contemplación
meditativa; luego, aunque transcurrieran siglos y desaparecieran todos aquellos elementos
materiales que podrían brindar una pista sobre el significado del mismo, en otro lugar y otra
época, y siempre por directa meditación sobre el símbolo en cuestión, podríamos recuperar
el contenido que le fue adjudicado al mismo. Y para esto hay una razón lógica; de una u
otra forma, esos contenidos pasan a integrar, genética o extrasensorialmente, una memoria
racial, reservorio natural del Inconsciente Colectivo de donde, a fin de cuentas, nos
realimentamos en nuestras meditaciones. O los Registros Akhásicos a los que ya
hiciéramos referencia. Y ese Inconsciente Colectivo es, a todas luces, un entramado que
comunica, diríamos que de manera subliminal, todas las mentes del género humano. Por
ello, lo que nosotros recuperamos por “conectarnos” con esa red, también señala una vía de
acceso sobre la psiquis de los demás y de esa forma desencadenar determinados efectos.
A veces, observando los diseños de algún disp’ositivo mecánico o electrónico de nuestra
época, las señales del tránsito o la fórmula E= mc2, deliro pensando en que si nuestra
civilización, por causas naturales o artificiales casi desapareciera por completo o
retrocediera espectacularmente, y nuestros lejanos descendientes lograran recuperarla pero
por otro camino, es decir, con otra escala de prioridades en el conocimiento o estructuras
culturales tan distintas como un yezida lo es de un sueco, no verían, en esos símbolos
pretéritos de nuestra época y por carecer de la interpretación correcta, apenas
supersticiosos esbozos de cultos religiosos perimidos.
Y si queremos ser más precisos, deberíamos recordar que la Parapsicología ha demostrado,
más allá de toda duda razonable, la existencia de una llamada “energía de las formas”,
potencial energético de naturaleza desconocida que se hace presente cuando construímos
objetos que acusan una muy concreta geometría, como es el caso de las pirámides (lo más
popular), y los conos, espirales, etc. Decimos que la naturaleza de esta energía es
desconocida, pese a que muchos autores le atribuyen un carácter “cósmico” lo cual, por
supuesto, aún es discutible máxime cuando, si hemos de ser exigentes con la terminología,
en última instancia todas las energías son cósmicas. Y, si observamos con atención,
advertiremos que un símbolo geométricamente definido es, en todo caso, una “forma” de
dos dimensiones (quizás tres, si aceptamos que el sutil relieve del grabado o la impresión
sobre el papel puede considerarse también una dimensión) y, en tal sentido, capaz de
acumular “energía de las formas”.

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