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Asunción del Paraguay, a los 15 días del mes de Marzo del

año del Señor, 1870

Querido hijo:
En esta fecha en que mi cuerpo mortal cosecha los 83 años
de edad, como un postrer regalo para esta vida llena de
avatares e infortunios llegan lúcidos a mi mente oleadas de
recuerdos desde el pasado.
Como corolario, ni
siquiera estoy seguro de
que estas palabras
llegarán a usted, ya que
los rumores de la muerte
del Karai Guasu en Cerro
Corá parecen
confirmarse con las
atrocidades que impunemente despliegan por nuestras calles
estos cambá asesinos.
Postrado en mi
lecho, enfermo
y sin
posibilidad de
moverme, con
la vista
menguada y el
pulso vacilante,
he recurrido a la
ayuda del Padre
Ambrosio, para dejarle a usted testimonio escrito de mi fiel
espera a su regreso, esperanzado y rogando que su nombre
rehuya el triste honor de figurar entre las víctimas de esta
infamia cobarde protagonizada por tres países hermanos y
fomentada por el despiadado invasor inglés que refriega sus
lascivas manos en la sangre derramada por tantos inocentes
compatriotas.
El último parte suyo, que data de más de un mes atrás, me
lo entregó doña Petrona. En él, usted me refiere que las
fuerzas de nuestro Mariscal están en muy inferiores
condiciones que las del enemigo, pero que la moral de la
tropa sigue intacta merced al noble propósito que la
historia le encomienda. Entiendo que no especifica el lugar
desde donde escribe para no delatar la posición de nuestro
ejército, en caso de caer esta misiva en poder de los
traidores… y eso, querido hijo, me hace suponer con
mucho dolor que
usted acompañó a
nuestro ruvichá
hasta las riberas
del Aquidabán
Niguí, como
insistentemente se
rumorea.
Recuerdo claramente
la época, hacia 1806,
en la que yo estaba
por cumplir los 20
años cuando estos
malditos ingleses, en
su desquiciado e
inmoral afán de
conquista, ocuparon
las zonas del
Virreinato del Río de la Plata correspondientes a la Banda
Oriental y gran parte de Buenos Aires. Las tropas salidas de
Asunción y Córdoba acudieron en socorro de los porteños y
fueron decisivas para lograr la victoria ante los piratas
bretones que atravesaron el Atlántico con la intención robar
y saquear el trabajo honesto a costa de su civilizado
salvajismo.
Pero ni por poco ni mucho fue la primera muestra del espíritu
libertador que se vio por parte de los altivos mancebos de
nuestra tierra. Entre 1717 y 1735, ante los reiterados abusos
de autoridad y la arbitrariedad del gobernador de la provincia
Diego de los Reyes Balmaceda, la Revolución Comunera
anunció que nuestros padres estarían dispuestos a dar el
último aliento defendiendo su derecho por cada centímetro
de heredad.
La llama de los pre próceres
de nuestra independencia:
Fray Miguel de Vargas
Machuca, Juan de Mena,
Miguel de Garay y Francisco
Roxas de Aranda, acaudillados
por José de Antequera y
Castro, quedó entonces
sofocada, más nunca extinta.
Cuando en 1776, el rey Carlos III decidió
crear el virreinato del Río de la Plata no
fue un mero capricho, sino la manera
de paliar el contrabando, organizar la
administración de tan extenso territorio
y sobre todo de defender sus
posesiones ante la desvergonzada
penetración de los portugueses y
lusobrasileños que jamás vieron
mermada su envidia por lo ajeno.

Y apenas unos meses después de cuando en fecha de Su


Gracia, 1810, la Primera Junta independiente de Buenos
Aires decidía romper con el yugo español, cual César
cruzado el Rubicón, sorpresivamente el general Belgrano
trasponía el Paraná e invadía la Provincia del Paraguay
increíblemente… ¡para liberarla!.
Los patriotas
comprendimos que
había llegado el
momento de
defendernos
nuevamente, pero
esta vez de un muy
amistoso enemigo.
Yo estuve ahí y luché
con los realistas.

Sí. Con mis 24 años, en sendas batallas, las de Tacuarí y


Paraguarí, ofrecimos al invasor una muestra de coraje,
preludio de lo que se avecinaría en el mes de Mayo.
Como usted puede verificar, mi inestimable hijo, con todos
los acontecimientos de los que en suerte hoy día nos toca
ser testigos, el destino ha resuelto repetir la pérfida historia
con una Triple Alianza. Sólo que antes, una bandera española
ondeaba en el mástil del Gobierno, pero de igual modo
tuvimos que vérnoslas primero con
la amenaza brasileña, luego la
inglesa y finalmente la porteña. Pero
he aquí que los paraguayos
decidimos luchar por una patria
libre y soberana, y el 14 de mayo de
1811, descubiertos los planes
independentistas, el gobernador
Bernardo de Velazco antes de
recibir la traidora ayuda del Imperio
Brasileño, los próceres dirigidos por
el capitán Pedro Juan Caballero,
decidieron adelantar el nacimiento
Usted tuvo en dicha de ver el modo en
que las corrientes de sabia fortalecieron
la semilla de nuestra patria bajo la férrea
voluntad de un hombre como el doctor
Francia. También presenció su muerte
aquel mediodía del 20 de septiembre de
1840, su velatorio, y hasta el entierro en
las cercanías de la iglesia de la
Encarnación.

¿Recuerda usted ese dignísimo año de 1841 cuando el velo


de la orfandad por quien creíamos que viviría por siempre
para gobernarnos cubrió a todos los paraguayos?

Nadie sabía qué hacer hasta que un congreso extraordinario


restableció un segundo consulado y el ser nacional pudo dar
sus primeros y dubitativos pasos finalmente solo.
No menos
importante fue aquel
25 de noviembre de
1842, cuando otro
congreso declaraba
formalmente la
independencia del
Paraguay respecto
de la Confederación
Argentina.
Imagino la cara crispada de Rosas, hijo mío, con las venas
sobresaliéndole en la frente cuando recibió el comunicado
con la copia del acta. Habían transcurrido 31 años desde la
gesta de Mayo y él, Rosas, en el colmo de su soberbia y con
rabia rechazaba ese histórico documento. Puedo citar
palabra por palabra lo que aquellos ojos desorbitados
leyeron ese día:
Acta de Independencia de la República del Paraguay.
En esta ciudad de la Asunción de la República del Paraguay a veinte y
cinco de noviembre de mil ochocientos cuarenta y dos. Reunidos en
Congreso General Extraordinario cuatrocientos diputados por convocatoria
especial de los señores Cónsules que forman legalmente el Supremo
Gobierno ciudadanos Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso
usando de las facultades que nos competen, cumpliendo con nuestro deber,
y con los constantes y decididos deseos de nuestros conciudadanos, y con
los que nos animan en este acto. Considerando: Que nuestra emancipación
e independencia es un hecho solemne e incontestable en el espacio de más
de treinta años. Que durante este largo tiempo y desde que la República del
Paraguay se segregó con sus esfuerzos de la metrópoli española para
siempre; también del mismo modo se separó de hecho de todo poder
extranjero, queriendo desde entonces con voto uniforme pertenecer a sí
misma; y formar como ha formado una nación libre e independiente bajo el
sistema republicano sin que aparezca dato alguno que contradiga esta
explícita declaración - Que este derecho propio de todo estado libre sea
reconocido a otras provincias de Sud América por la República Argentina, y
no parece justo pensar que aquel se le desconozca a la República del
Paraguay, que además de los justos títulos que lo funda,
la naturaleza lo ha prodigado sus dones para que sea una nación fuerte,
populosa, fecunda en recursos, y en todos los ramos de industria y
comercio. Que tantos sufrimientos y privaciones anteriores consagrados con
resignación a la independencia de nuestra República por salvarnos a la vez
del abismo de la guerra civil, son también fuertes comprobantes de la
indudable voluntad general de los pueblos de la República por su absoluta
emancipación é independencia de todo dominio y poder extraño. Que
consecuente a estos principios y al voto general de la República para que
nada falte a la base fundamental de nuestra existencia política confiados en
la divina providencia declaramos solemnemente:
Primero. La República del Paraguay en el Río de la Plata es para siempre
de hecho y de derecho una nación libre e independiente de todo poder
extraño. Segundo. Nunca jamás será el patrimonio de una persona, o de
una familia. Tercero. En lo sucesivo el Gobierno que fuese nombrado para
presidir los destinos de la nación será juramentado en presencia del
Congreso de defender y conservar la integridad é independencia del
territorio de la República, sin cuyo requisito no tomará posesión del mando.
Exceptuarse el actual Gobierno por haberlo ya prestado en el acta misma de
su inauguración. Cuarto. Los empleados militares, civiles y eclesiásticos
serán juramentados al tenor de esta acta luego de su publicación.
Quinto. Ningún ciudadano podrá en adelante obtener empleo alguno
sin prestar primero el juramento prevenido en el articulo anterior.
Sexto. El Supremo Gobierno comunicará oficialmente esta solemne
declaración a los Gobiernos circunvecinos y al de la Confederación
Argentina dando cuenta al Soberano Congreso de su resultado.
Séptimo. Comuníquese al Poder Ejecutivo de la República para que
la mande publicar en el territorio de la nación con la solemnidad
posible, y la cumpla y haga cumplir como corresponde.

Dada en la Sala del Congreso, firmada de nuestra mano, sellada con


el sello de la República y refrendada por nuestro secretario. Y para
que llegue a noticia de todos publíquese y comuníquese a quienes
corresponda fijándose copias en los lugares de estilo y despáchense
testimonios a las Villas, Departamentos y Partidos de esta jurisdicción.

Dado en la Asunción Capital de la República del Paraguay a veinte y


ocho de noviembre de mil ochocientos cuarenta y dos – Carlos
Antonio López – Mariano Roque Alonzo – Benito Martínez Varela
Secretario Interino del Supremo Gobierno.
La
independencia
paraguaya no
fue reconocida
por la Argentina
hasta diez años
después, el 17
de julio de 1852.
Quizá le sorprenda la trascripción de tantos detalles en esta
ocasión, pero es justificado mi temor de que los atracadores
brasileños quemen, roben y destruyan no sólo cuanto de
vida sino de memoria queda en estas infaustas horas. El
ruido de los cascos de los caballos se confunden con el grito
de las mujeres ultrajadas, de los disparos de las armas
contra los indefensos y el lúgubre llanto que abarca todo el
territorio nacional. Las hogueras de los incendios iluminan
las atrocidades que se cometen en la capital y sólo el infierno
podría ser la pintura que describa tanto horror y vileza.
Antes de pedir al Padre Ambrosio
que ponga a seguro esta carta, es
mi deber mencionar a uno de los
cónsules, a Carlos Antonio López,
quien en 1844 fue elegido como el
primer presidente del Paraguay,
mismo año en que se proclama
también la primera constitución, que
consagra un régimen de tipo
presidencialista.

Mucho espero de este mundo, hijo mío, pero las fuerzas me


abandonan con más rapidez de la que quisiera. Espero, antes
que nada, que esta pueda llegar a sus manos como prueba
de mi fidelidad y amor. De esta manera sabré que su preciosa
sangre no se diluyó con la del Mariscal en una de las
recónditas venas de nuestra patria, allá en el Norte.
Espero también que tanto dolor e injusticia no sean
olvidados por las generaciones futuras y que el Paraguay no
acabe de esta manera tan atroz. Desde siempre y no sólo
ahora, como consta en estas líneas, con altura hemos
pagado el precio de la dignidad. No sé si habrá un mañana, lo
veo muy difícil, aunque confío en que el Creador sabrá
encaminar los sucesos para que esta nación retorne algún
día por la senda que se merece.
Espero que los hombres y
mujeres del Paraguay sepan
valorar este sacrificio
supremo comparable al de
nuestro Señor, quien
también dio la vida por sus
hermanos.
Espero que los gobernantes, si los hubiere en el futuro, se
vean reflejados en la honestidad y en las buenas intenciones
de don Carlos y no queden en la historia como los piratas de
1806.
Espero que los traidores a la
patria recapaciten y dejen de
lado su egoísmo.
Espero que los mandantes sean
los primeros en respetar a cada
uno de quienes ofrendaron su
sangre por este sagrado suelo.
Espero que cada
paraguayo pueda
sentirse orgulloso
como lo estoy yo,
aún en la derrota. Y
que al llegar la hora
final, en el lecho de
muerte, puedan mirar hacia atrás con
serenidad, con la paz de haber
transitado una vida con sentido.

Espero que cuando cada paraguayo


cruce el Rubicón celestial y nuestros
ancestros le pregunten si fue digno en
la vida contesten afirmativamente.
Esta carta anónima de un paraguayo que no tiene remitente
nunca llegó a destino. Durante casi un siglo y medio
permaneció dormida, oculta y olvidada dentro de un antiguo
arcón en una iglesia asunceña. Algunos dudan de su
autenticidad, otros dicen que fue escrita por el alma misma
del Paraguay en pena y que estaba a dirigida no a un hijo,
sino a todos sus hijos. En estas fechas, cuando se recuerdan
los 200 años de la independencia cabe preguntar … ¿nunca
llegó a destino?

Si hubiera sobrevivido el hijo, ¿quién de nosotros asegura no


ser descendiente de este desconocido soldado? Y si hubiera
muerto, si hubiera entregado su vida junto a la del Mariscal
en Cerro Corá, ¿no seríamos todos los paraguayos
herederos de esta carta y por lo tanto también estaría dirigida
a nosotros?
Hasta ahora todas son puras conjeturas sin
respuestas. Finalmente, ni siquiera importa si
llegó o no a su destino.
Eso sí, ¿cuál sería tu respuesta cuando
cruces el Rubicón y nuestros ancestros te
reciban con la pregunta?

sinley.prensa@gmail.com
www.sinleyprensa.blogspot.com

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