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Contra los filicidas.

Sólo un par de células, marcan el inicio de la vida en un embrión. Una vez que se
produce la fecundación; este nuevo y minúsculo ser adquiere una identidad totalmente
distinta a la de sus progenitores. La vida quiere abrirse a la existencia de una nuevo ser
racional y el futuro se enriquece con la novedad de una persona que espera salir a la luz.
Este minúsculo individuo de unos pocos micrones, con su propio ADN y sus
características peculiares; mantiene un código genético único e irrepetible. Se trata de
un ser humano completo, capaz de desarrollar su naturaleza racional. Es decir, que
como persona, posee un valor inviolable y plenitud de derechos. Su dignidad implica
que no pude ser manipulado ni utilizado como si fuera un mero conjunto de células, que
cualquiera puede manejar a su antojo. Estas células estaminales están contenidas en los
embriones humanos y se las denomina pluripotenciales, puesto que pueden convertirse
en distintos órganos corporales. Cada blastocisto o embrión de cinco días de gestación,
es una esfera formada por alrededor de 100 células. Las células de la capa externa
formarán la placenta y otros órganos necesarios para sustentar el desarrollo fetal en el
útero. Mientras que las células internas, formarán casi todos los tejidos del cuerpo. Ello
ha brindado expectativas a algunos científicos para manipularlas, pensando en generar
tejidos u órganos nuevos en laboratorio, para implantarlos en pacientes y curar
enfermedades. Pero este tipo de extracción de células, genera la muerte del embrión.
Quienes siguen esta línea, en donde colocan los sueños de la ciencia y el desarrollo
humano, por encima de la vida del embrión, se hallan cerca de una extraña cultura de la
muerte. Al igual que en el relato de Dorian Gray, buscan alcanzar la juventud eterna, sin
importar los costos que ello implique. Juan Pablo II explica que lo inédito de esta
“cultura” de la muerte, es el hecho de que gran parte de la sociedad la justifica en
nombre de una falsa libertad individual. Ella ha logrado, en muchos países, que el
gobierno legalice el aborto y que un sector de la comunidad médica lo practique.
El aborto, la eutanasia y la manipulación de embriones, son los ejemplos más tristes
de esta situación que describe el Papa. Ya no se trata principalmente de una matanza de
seres inocentes por medio de guerras y atropellos bélicos, sino de una silenciosa y sutil
destrucción de la vida humana. Matamos a nuestros niños antes de nacer, sin darnos
cuenta la maravilla y la novedad que un embrión implica. Con una maldad nefasta,
también buscamos eliminar a nuestros ancianos, puesto que no brindan nada útil ni
productivo. Un gran número de ciudadanos aprueba estos aberrantes actos, como si ese
grupo de células fuera algo desechable y los ancianos un estorbo. Aunque aún queda
algún grupo de científicos, que se maravillan ante la riqueza de un pequeño grupo de
células simétricas y sin fragmentos.
Hace años, que ciertos grupos de presión, vienen promoviendo el aborto legal,
seguro y gratuito. Aunque aún para le ley Argentina, el embrión es persona y merece
que se respeten sus derechos. Tampoco existe algo gratuito sobre esta tierra, pues
siempre alguien termina pagándolo. Además, las clínicas destinadas a este tipo de

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matanzas, suelen generar ganancias formidables. Por último, sería una locura hablar de
una matanza segura, que nos transforme en filicidas. No hay sociedad alguna en el
mundo que pueda considerarse desarrollada, mientras en nombre de una supuesta
libertad, mata a sus propios hijos.
Es verdad que aún quedan algunos casos dramáticos, como el de los abusos o el de
las muertes de mujeres que practican abortos en clínicas ilegales. Pero un mal no se
puede remediar con un mal mayor, que busque anular la vida. Tal vez nuestros
legisladores deberían preocuparse por favorecer la adopción, hacerla más rápida y
eficiente, antes que promover la matanza de niños por nacer. Incluso en el caso de la
mujer ante peligro de muerte, se trata en verdad de un caso que es casi inexistente. De
alguna manera, permitir el aborto, consiste en generar una sociedad genocida, que
extermina a toda una generación antes de nacer. Millones de niños claman al cielo algo
de justicia, mientras sus cuerpos mutilados descasan sobre sus tumbas de tachos de
basura.
Es de esperar, que en nombre de la justicia del niño que clama por nacer; nuestras
leyes comiencen a acercase más a su defensa que a su destrucción. Quizá cuando los
violadores, los filicidas y los médicos que siembran esta cultura de la muerte tengan la
pena que corresponde, los niños que esperan por nacer, se encuentren seguros en el
vientre de sus madres.

Horacio Hernández.

http://horaciohernandez.blogspot.com/

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