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El poder y sus miserias

Si bien Argentina vivió desde los años 30 una sucesión de gobiernos militares que
usurparon el poder; la dictadura de la década de 1970 fue absolutamente extra(ordinaria)
se instauró como mecanismo “reparador” de la crisis del modelo económico capitalista
y como respuesta a la movilización popular que desencadenó la Revolución Cubana en
1959. Punto de inflexión en la historia de América Latina que marcó la posibilidad de
establecer un “socialismo realmente existente” por la vía armada, dejando de lado los
cánones ortodoxos de la Revolución por etapas del Partido Comunista. La realidad
señalaba la hora de tomar “el cielo por asalto”.
El Capitalismo que siempre posee y obtiene recursos para autogestionarse, mantenerse y
reciclarse requería un nuevo proceso de acumulación luego de la catastrófica crisis del
petróleo de 1973. Se produjo el fenómeno de la “transnacionalización” del capital y la
producción y la necesidad de garantizar un flujo continuo y creciente de recursos
naturales desde el Tercer Mundo hacia el “Imperio del Norte”.
Para ello los estrategas norteamericanos contaron, en América Latina con la
inestimable colaboración de las dictaduras militares de “nuevo cuño” que apoyadas en
la Doctrina de la Seguridad Nacional como proyecto político-ideológico intentaron
refundar un nuevo orden occidental y cristiano, lejos de los “demonios” del comunismo
y del peronismo de izquierda combativo.
Emplearon estrategias como el terror, la represión y distintos mecanismos de
disciplinamiento para intentar doblar las voluntades de aquellos sectores sociales
movilizados, militantes políticos, personas solidarias con el dolor de sus semejantes que
realizaban trabajos de asistencia en villas y barrios pobres. Para ello construyeron una
“otredad negativa”, un enemigo interno, invisible que carcomía las entrañas y desviaba
las mentes de los jóvenes que respetaban la autoridad paterna y cumplían los valores
tradicionales dictados por la escuela como espacio de adoctrinamiento.
Los militares se erigieron como “héroes y semidioses” nacionales capaces de revertir y
corregir los vicios y el descontrol social provocado por el accionar “subversivo”,
elemento que cohesionaba a la institución y justificaba la lucha y la “guerra sucia”
desencadenada contra la sociedad toda.
Foucault define al “poder como una estrategia, algo que está en juego, que se ejerce”.
Considera que existe una “microfísica” del poder que intercepta, prohíbe, invalida
discursos y saberes, que penetra profundamente en toda la red de la sociedad.1
No existe poder sin resistencia ni consenso activo por parte de la sociedad civil, según
Gramsci, una serie de dicotomías recorren la trama del poder: fuerza y consenso;
coerción y persuasión; Estado e Iglesia; orden y disciplina.
En el caso del Estado gendarme, guardián de la sociedad, nos encontramos frente a la
identificación de Estado y gobierno representado por la forma corporativo-económica,
vale decir, hegemonía revestida de coerción.
La concepción de Gramsci del Estado como aparato coercitivo-gubernativo podemos
encontrarla en su máxima expresión cuando las Fuerzas Armadas se hicieron cargo del
poder, en un golpe preanunciado desde tiempo atrás, el 24 de marzo de 1976, para
frenar el “caos y la corrupción del sistema democrático” del período iniciado por el
tercer mandato presidencial del General Juan Domingo Perón.

1
Foucalt, Michel; Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones, Filosofía, Alianza, Madrid, segunda
reimpresión 2005
Fútbol y dictadura: mixtura de terror y pasión

Mientras en los centros clandestinos de detención, tales como la Escuela Mecánica de la


Armada, El Pozo, la Quinta de Funes, la Calamita, la Perla, se torturaba, violaba y
mataba, “desapareciendo” cuerpos y rastros del plan sistemático que se llevaba adelante,
la Junta Militar apeló al consenso popular malgastando y despilfarrando recursos para
concretar el XI Campeonato Mundial de Fútbol en 1978.
Al son de una marcha militar el general Videla condecoró a Joao Havelange, presidente
de la FIFA (Federación Internacional del Fútbol Asociado), en la ceremonia inaugural
del estadio Monumental de Buenos Aires, a unos metros de allí estaba en pleno
funcionamiento el centro de exterminio y tormento de la ESMA.
El poder se valió del deporte, espacio de la cultura para construir una imagen benévola
de Argentina frente al exterior, aduciendo una campaña “anti-argentina” por parte de la
prensa internacional que junto a los Organismos de Derechos Humanos efectuaban
permanentes denuncias sobre la verdadera situación que se estaba viviendo y
padeciendo en el país.
En Francia se estableció el Comité de Boicot al Mundial (COBA) que generó un fuerte
debate en la esfera pública francesa, criticando la utilización del deporte con fines
políticos como instrumento de propaganda estatal. “El Mundial ’78 se constituía en una
pieza clave en el rompecabezas de las relaciones de poder, un dispositivo no violento
pero también, útil, para refrendar el proyecto de disciplinamiento político, social,
cultural y económico que pesaba sobre la sociedad argentina” define Diego Roldán en
su interesante y novedoso artículo de la revista Prohistoria.2

La prensa informativa diaria argentina se refiere a las denuncias de Alemania y Suecia


acerca de las violaciones a los derechos humanos como “campañas de desprestigio”, sin
explicitar argumentos. El discurso militar permea todo el discurso de los medios.3

2
Roldán, Diego; “La espontaneidad regulada. Fútbol, autoritarismo y nación en Argentina ’78. una
mirada desde los márgenes”, Prohistoria, año XI, Rosario, Argentina, primavera 2007.
3
Franco, Marina; La campaña “anti-argentina”: la prensa, el discurso militar y la construcción de
consenso, publicado en Grillo y Babot (eds), Derecha, fascismo y antifascismo en Europa y Argentina,
Universidad de Tucumán, 2002.
Los medios de comunicación locales, mitad por censura, mitad por complicidad
pintaban una realidad ficticia, virtual que por oposición, confirmaba las notas
periodísticas del exterior. Leyendo entre líneas se podía develar y desentrañar el horror
que la dictadura escondía en los centros clandestinos de detención.
El Ente Autárquico Mundial 78 (EAM) fue creado el 6 de julio de 1976, presidido por
el general Omar Actis, quien murió en extrañas circunstancias cuando manifestó su
deseo de llevar adelante un Mundial austero. Rechazando el mega proyecto de ATC
(Argentina Televisora Color) y la construcción de tres estadios que posteriormente se
concretaron cuando el Vicealmirante Carlos Alberto Lacoste, quien tenía lazos
familiares con el general Galtieri, tomó la conducción del EAM, aun cuando se designó
nuevo presidente al general Antonio Merlo, este organismo fue disuelto en 1979.
Esta coyuntura requirió la construcción de infraestructura enmarcada en un proyecto
de “modernización” urbana ideado por la dictadura, por ejemplo, nuestra ciudad de
Rosario fue beneficiada como sede del evento deportivo, con la remodelación y
sofisticación del estadio de Rosario Central, inaugurado el 2 de julio de 1978 con el
partido México versus Túnez, y perduró como emblema el hoy Centro Cultural
Bernardino Rivadavia, originalmente Centro de Prensa en la plaza Pinasco, sito en las
calles San Martín y San Juan.
El deporte ha presentado una múltiple utilidad para los distintos gobiernos, como
instrumentos de control de la sociedad y promotor de eventuales adhesiones, para
impulsar un nacionalismo exacerbado.
Desde tiempos remotos el poder ha utilizado el deporte como instrumento de distracción
de las masas, no olvidemos el argumento de “pan y circo” de los emperadores romanos
o la realización de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936 por Hitler para insuflar los
valores arios y sentimientos racistas entre la población del Tercer Reich.
La Junta Militar contrató una empresa estadounidense para revertir la imagen
internacional que opacaba el “brillo” de la realidad argentina. El gobierno y la firma
Coca Cola elaboraron una estrategia de propaganda creando las célebres frases: “25
millones de argentinos jugaremos el Mundial” y “En el Mundial usted juega de
argentino”, que inundaron los medios gráficos y audiovisuales.4
Durante la dictadura militar existió una permanente apelación al “ser nacional”, al valor
de la “argentinidad”, a la construcción de una identidad que superaba la subjetividad, un
imaginario colectivo que involucraba a todos por compartir espacio y tiempo.
El deporte ha cumplido una función ideológica pues contribuye a la reproducción del
establishment mediante la socialización de los sectores populares unidos a los valores
éticos y estéticos del Capitalismo competitivo.5
Rosario fue testigo privilegiada del camino victorioso de la Selección Nacional hacia la
obtención de la Copa del Mundo, luego de magros resultados requería vencer a Perú por
una diferencia de al menos cuatro goles a favor. En un encuentro viciado de sospecha
finalmente se produjo el “milagro” y venció por 6 a 0 posibilitando que nuestra
selección disputara el partido final con Holanda, resultando vencedor por 3 a 1. A la
hora de recibir los trofeos los jugadores holandeses se negaron a saludar a los jefes de la
dictadura., sin su figura emblemática Johann Cruyff quien no participó del evento pues
no quería ser cómplice del ocultamiento de la verdadera situación argentina.

4
Tutino, Sebastián, Oliva, Martín, La voz institucional del Mundial 78(Los editoriales del diario Clarín
sobre el Mundial 1978 en Argentina), Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad de la
Plata, VI Congreso, 2004
5
Villena, Sergio, El fútbol y la identidad. Prólogo a los estudios latinoamericanos,
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/alabarces/futbol.html
La Junta militar empleó los medios de comunicación para “ametrallar” con slogan a la
población: “Los argentinos somos derechos y humanos”, difundiendo su propaganda
para (de)formar la opinión pública.
Fueron años donde se dieron peligrosas relaciones entre medios y dictadura, relaciones
que complementaron la política comunicacional –parte de la política cultural- que
incluyó negocios, generación de consenso, censura, control, represión.6
“La hazaña fue cumplida. Les ganamos al mundo” tituló la revista Siete Días en junio
de 1978, con la imagen del capitán Daniel Pasarela, levantando la Copa, la selección
comandada por el nuevo “héroe nacional” Cesar Luís Menotti.
Quienes permanecían en un estado de total asepsia acerca de los acontecimientos
dramáticos que padecían gran cantidad de argentinos, salieron a las calles a festejar la
obtención del Campeonato de fútbol, vitorearon a Videla quien cumplía el papel de un
hincha más, festejando los goles de nuestra selección. Fue un momento de gran
movilización social, ingenuo en contraposición a la concentración de 1982 que aplaudía
la recuperación de las Islas Malvinas. Cuando la población había tomado una posición
más crítica respecto del gobierno militar y reclamaba una apertura democrática.
Persiste una mancha de sangre derramada que no permite integrar el logro deportivo del
Mundial ’78 a la lista de hazañas deportivas de la nación. El paroxismo de la pasión
futbolera que tanto nos caracteriza no pudo sin embargo cubrir la larga noche de terror.
Entre luces y sombras, se había llevado a cabo una gesta heroica como correspondía al
espíritu nacionalista, emprendedor; la fuerza “criolla”, el “potrero” se impuso sobre la
sofisticación y la técnica europea, modelando y configurando nuestra identidad según
los valores tradicionales y liberales que supimos conseguir.

6
Marino, Santiago; Postolski, Glenn, Relaciones Peligrosas. Los medios y la dictadura entre el control, la
censura y los negocios, revista de Economía Política, Tecnologías de la Información y Comunicación,
www.eptic.com.br, Vol. VIII, n° 1, enero-abril 2006.

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