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Hay algo muy extraordinario en cuanto a la resurrección del cuerpo: ¡ya ocurrió! Esta gran promesa
para el fin de los tiempos, se realizó una vez en el centro del tiempo. Desde que Cristo se levantó de
entre los muertos, la resurrección es una esperanza ya demostrada. Ya tenemos las primicias, las
arras de la resurrección final. Cristo es ahora el primogénito de los muertos, entre muchos que
resucitarán en el día final. Fue la gracia de Dios lo que nos ha dado en medio de la historia un
anticipo concreto del final.
En 1 Cor 15 San Pablo insiste en que la resurrección es un elemento esencial del evangelio (15:1-8),
sin el cual no tiene el menor sentido:
Con una famosa fórmula de Martín Lutero, podríamos decir que la resurrección de Cristo es el
“articulus stantis et cadentis ecclesiae” (el artículo con que la iglesia se sostiene o se cae).1 Si
Cristo no resucitó, ¿para que creer el evangelio? ¿Para qué convocar una conferencias Hans Denck
sobre Escatología y Misión, o sobre cualquier otro tema teológico? Si Cristo no ha resucitado, ¿para
que seguir leyendo este libro? O Cristo resucitó o ¿para qué ser cristiano?2
Lo cierto es que Cristo ha sido levantado de entre los muertos, como primicias
de los que murieron...Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes
e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que
su trabajo en el Señor no es en vano. (1 Cor 15:20,58 NVI).
1
) Lutero aplicó esta fórmula a la justificación por la fe pero se aplica aun más a la resurrección de Cristo.
2
) Cf . las palabras de Karl Barth: “Si Cristo no resucitó – corporalmente, visiblemente, audiblemente,
perceptiblemete, en el mismo sentido concreto en que murió, como dicen los textos – si no ha resucitado,
entonces nuestra predicación y nuestra fe son vanas e inútiles; estamos todavía en nuestros pecados” (Church
Dogmatics IV/1 pp. 351s).
La resurrección de Cristo es el fundamento sólido, firme e inconmovible, de nuestra fe y de nuestra
esperanza. Y ese fundamento es un mensaje para nuestros tiempos actuales de gran confusión. Una
de las teorías de la posmodernidad hoy se llama “la filosofía del No-Fundamento” , que afirma que
no existe más verdad que la interpretación y la opinión de cada cual, y no hay fundamento para
establecer ninguna verdad objetiva. Los cristianos decimos que sí hay un hecho fundacional, firme,
inconmovible, y ese hecho es la resurrección de Cristo.
ENSEÑANZA BIBLICA
En Jesús de Nazaret Dios mismo entró en la historia humana y dio al proceso histórico su centro
cristológico. Y en Jesús, Dios el Hijo murió y resucitó. Así, como ya hemos señalado, Dios
adelantó el futuro y lo trajo al presente. Por eso, la resurrección de Jesús tiene una doble función
para nuestra fe en nuestra resurrección al final de la historia: como una esperanza que ya se ha
realizado una vez, la resurrección de Cristo es la “garantía adelantada” (por decirlo así) de la
nuestra, y también es el prototipo definitivo que anticipa lo que habrá de ser la resurrección nuestra.
Eso es el significado de la frase “primogénito de entre los muertos” (Col 1:18; Ap 1:5). Ese título
cristológico lleva una sorprendente contradicción implícita. “Primogénito” dice nacimiento; nos
lleva mentalmente a la sala de partos. Pero “muertos” dice lo contrario; nos lleva a la morgue, al
necrocomio. ¿Desde cuándo la vida puede nacer de la muerte? Claro, ¡desde que Cristo resucitó!
Cristo cambió la morgue en sala de parto. “Oh Cristo”, exclamó Miguel de Unamuno, “hiciste de la
muerte nuestra madre”. Nuestra vida y nuestra resurrección nacen de la muerte y resurrección suyas.
“Porque él vive”, dice el himno, “viviré mañana”. “Primogénito” nos avisa que como resucitó él,
seremos también resucitados nosotros sus hermanos. ““Primicias de la resurrección” nos asegura
que habrá después una cosecha final, demostrada ya en las primicias, y que los frutos finales serán
como fueron las primicias. La resurrección de Jesús garantiza la nuestra y también la prefigura.
Aclaremos que Jesús resucitó a novedad de vida, a la vida del siglo venidero. Debemos distinguir la
resurrección de lo que podríamos llamar “revivificación”, como la de Lázaro o la hija de Jairo.
Ellos estaban muertos y volvieron a vivir, pero después murieron otra vez. Ellos resucitaron a una
extensión limitada, durante cierto plazo de tiempo, de esta misma vida. Pero Cristo resucitó a
novedad de vida que nunca perece. Por otro lado debemos distinguir entre resurrección e
inmortalidad.3 La inmortalidad es del alma, sin carne ni huesos ni piel. Eso lo creían muchos en la
antigüedad. Los griegos, por ejemplo, creían que el alma preexistía antes de “encarcelarse” en el
cuerpo y que viviría después de la muerte. El alma, al escaparse de este maldito cuerpo, irá volando
y vivirá para siempre espiritualmente. Pero Cristo no resucitó espiritualmente, Cristo resucitó
corporalmente. Y en ese sentido su resurrección anticipa y prefigura la nuestra. Como fue el cuerpo
resucitado de él, así será el nuestro en la resurrección final.
Eso se demuestra dramáticamente en los evangelios. Aunque Mateo y Marcos no indican casi nada
sobre las características del Jesús resucitado, Lucas y Juan son mucho más extensos. Todos los
evangelios subrayan la realidad literal de la muerte de Jesús y la total identidad del Resucitado con
el Crucificado. Lucas se empeña especialmente en destacar la realidad física del cuerpo de Cristo,
3
) Ver la obra clásica de Oscar Cullmann, “¿Inmortalidad del alma o resurrección de los muertos?” en
Cullmann, del evangelio a la formación de la teología cristiana (Salamanca: Sígueme 1972) pp. 233-268.
junto con su liberación de los limitantes naturales del cuerpo humano no resucitado. Cristo
caminaba junto con dos discípulos (Lc 24:13-15); conversaba con ellos y les enseñaba,
aparentemente en la misma forma que les había enseñado antes de morir. Según Lc 24:17-19 parece
que mantenía su sentido de humor. También comía con ellos; sorprende la frecuencia con que el
Jesús resucitado compartía mesa con sus discípulos (Lc 24:30,41ss; Jn 21:9-12; Hch 1.4; 10.41
NVI), igual que durante los años de su vida encarnada (Mt 26.17ss)4 y como haremos en el Reino
venidero (Mt 8:11; Lc 22:16,30; Apoc 19:9).
Lucas 24 subraya con especial énfasis la realidad corporal del Resucitado, con una evidente
intención teológica contra toda espiritualización de la resurrección que la confundiera con la
inmortalidad del alma. Él se acercó a los dos caminantes (24:16) como cualquier otro ser humano
que iba en el mismo camino. Él caminaba igual que caminaban ellos, un pie adelante con otro pie
atrás. El les hablaba igual que habla todo ser humano. Caminando juntos, Cristo les dio un estudio
exegético de teología del Antiguo Testamento, en la misma forma humana en que lo daría cualquier
maestro bíblico. Aunque no lo reconocieron, “porque sus ojos estaban velados”, no era por ningún
aspecto “glorificado” que hubieran podido notar ellos, sino precisamente por parecerse totalmente a
cualquier otro transeúnte del camino. Sólo en “la fracción del pan” lo llegaron a reconocer (24:30).
¿Por qué se asustan tanto? – les preguntó -- ¿Por qué les vienen dudas?
Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un
espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo. Dicho esto,
les mostró las manos y los pies (24:38ss NVI; cf. Jn 20:20,25,27).
Cuando las claras evidencias de los sentidos físicos no bastaron para convencerles, Jesús apela a un
segundo argumento, realmente genial:
4
) Es significativo que los dos discípulos reconocieron a Jesús “estando ellos en la mesa, cuando partió el
pan” (24:30). En parte, parece sugerir que ellos ya conocían la manera típica de Jesús de compartir la
comunión de mesa con los suyos. Jesús sabía “comer o beber, o hacer cualquier otra cosa, para la gloria de
Dios” (1Co 10:31).
5
) Joseph Fitzmyer (Gospel according to Luke, Doubleday 1985, Vol. II pp. 1538, 1574) sugiere que las
apariciones de Jesús resucitado eran siempre “desde la gloria” (24:26).
Si los fantasmas no tienen manos y pies ni carne ni hueso, mucho menos pueden comer.
Entonces, para mostrar la realidad de su resurrección, Jesús comió ante los ojos de ellos.
Lo vieron abrir la boca, levantar la comida con la mano, y comérsela. A esta segunda
demostración empírica Jesús ahora, como en el camino a Emaús, añade argumentos
bíblicos:
Cuando todavía estaba yo con ustedes, les decía que tenía que cumplirse
todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en
los salmos. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las
Escrituras. Esto es lo que está escrito – les explicó – que el Cristo padecerá
y resucitará al tercer día... (24:44ss; cf 25ss).
Ahora que al fin han reconocido que él ha resucitado, y con cuerpo, Jesús les imparte
una comisión misionera, de predicar en nombre del Resucitado “el arrepentimiento y el
perdón de pecados a todas las naciones” (24:47):
¡Y pensar que llegaron a ese punto por algo tan común y corriente -- ¡verle comer al
Resucitado! Ese pescado asado ayudó a lanzarlos al proyecto misionero en el mundo
entero.
Debemos señalar otra característica del Jesús resucitado: sus propios amigos no lo reconocían, sino
que lo confundían con los más humildes seres humanos. Aunque en Lc 24:37s lo confundieron al
principio con un espíritu, era sólo porque en ese momento ni consideraban la posibilidad de que
fuera Jesús mismo resucitado. Pero antes, María Magdalena lo había confundido con el jardinero
que cuidaba el huerto (Jn 20:15). No lo confunde con un ángel, ni con un rabino o un profesor de
teología sino con el jardinero. Y cuando Cristo aparece a orillas del mar, los mismos discípulos
suponen que es otro pescador más (Jn 21:1-4). Después de la pesca milagrosa Pedro exclama a sus
compañeros, “¡Es el Señor!”. Aunque ya lo reconocieron, ninguno se atrevió a preguntarle quién
era (21:12)
Lo más simpático, y hasta cómico, es el relato del camino a Emaús. Los dos caminantes van
cabizbajos, ya totalmente sin esperanza, aplastados, y se les acerca Jesús pero no lo reconocen. Con
la misma pedagogía y sicología que siempre demostraba, Jesús abre la conversación con una
pregunta muy sencilla y natural, que introduce la siguiente conversación (un poco dramatizada):
Jesús: “Hola, muchachos. ¿De que vienen hablando ustedes que les tiene
tan tristes?”
Cleofás: “¿Serás tu el único extranjero en toda Jerusalén que no sabe todo
lo que ha pasado este fin de semana? ¿Cómo es posible que no
sabes los últimos acontecimientos?”
Jesús (con cara de inocente): “Pues, cuéntenme, ¿qué cosas han pasado?”
Ellos (sin darse cuentas que todo eso le había pasado a quien les acompaña,
pretenden ponerle al día con las noticias): “Lo de Jesús de Nazaret, que era
profeta poderoso en hechos y en palabras...”
Jesús (con expresión de mucho interés en saber más): ¡De veras! Cuéntenme
más...”
Ellos: “Pero nuestros sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron a ser
crucificado”.
Jesús: “¿Y entonces, qué pasó?”
Ellos (mirándole directamente a él, sin reconocerle): “Pues algunas mujeres
fueron al sepulcro y no encontraron el cuerpo, y después unos
compañeros también fueron al sepulcro, pero ellos tampoco lo vieron
a Jesús”.
Notemos que Jesús les da espacio a ellos a expresar ampliamente sus propios
sentimientos. En vez de “caerles” con un sermón o de identificarse inmediatamente
como “prueba” de la resurrección, les hace unas preguntas que les anima a exteriorizar
sus pensamientos y emociones. “¿De qué conversan?” (24:17), les pregunta, y después
“¿Qué cosas?”(24:19). Aparece aquí un Jesús sutilmente jocoso, que en la forma más
cariñosa y pedagógica “juega” con ellos con un método socrático para llevarlos
simpáticamente a un mejor entendimiento. En esta conversación, Lucas parece decirnos
que el Jesús resucitado no había perdido ni su gran sensibilidad humana ni su sentido de
humor. ¡Qué sicología de Jesús! Haciéndoles preguntas, haciéndose el inocente,
dejando que ellos le informen a él de su propia muerte, de la pasión que él mismo había
sufrido en carne propia. ¡Qué sentido de humor más profundamente humano!
Lo que nos interesa especialmente es que ellos, al ver a Jesús, creían que era algún extranjero que ni
siquiera estaba al día con las noticias. Los que vieron a Jesús nunca lo confundieron con un
dramático ángel, echando rayos de gloria, cuya cara brillara como el sol al mediodía. No. La
primera en verlo, María Magdalena, lo tomó por el jardinero que cuidaba el huerto. Los dos
caminantes lo ven como un forastero, sin absolutamente nada de excepcional ni impresionante. Y
los discípulos, desde la barca donde pescaban, primero creían que era otro pescador más. Tan
humano era el Jesús resucitado.
¿Cuáles son las características del Cristo resucitado? Es importante, porque entendemos que nuestro
cuerpo resucitado habrá de parecerse al cuerpo de Cristo, primogénito y primicias de la resurrección.
Podemos señalar las siguientes características:
1) Todas las fuentes señalan, de una u otra manera, la identidad del Resucitado con el anteriormente
Crucificado y la continuidad ininterrumpida de su persona. Según Jn 20:20,25-27, su cuerpo tenía
las marcas y las recientes heridas (cf. Lc. 24:39s). En todos los textos, relatos de la sepultura son
seguidos inmediatamente por los relatos de resurrección. En su aclaración del evangelio que él
había proclamado, Pablo incluye que “fue sepultado, y que resucitó al tercer día” (1 Co. 15:4).
También al hablar de la resurrección final, Pablo propone analogías basadas en la continuidad y
transformación del mismo cuerpo (15:36-44).
2) Todos los relatos indican, cada uno a su manera, que el cuerpo del Resucitado fue visible,
audible, y en algún sentido físico. Lucas y Juan son los más enfáticos en este aspecto. Aunque
Pablo no entra en descripciones del Resucitado, destaca que éste aparecía (1Co 15:5-8). Cuando
habla del “cuerpo espiritual” (15:44, en contraste con “cuerpo síquico”, no con cuerpo físico), o la
“tienda celestial” con que seremos revestidos (2 Co 5:1-5), Pablo destaca la novedad del cuerpo
resucitado por el poder del Espíritu pero de ninguna manera lo reduce a una mera inmortalidad del
alma.6 Pablo insiste especiíficamente en que el “alma” del creyente no quedará “desnuda” (2 Co
5:3s).
3) Lucas y Juan, que describen más ampliamente al Jesús resucitado, lo presentan como
impresionantemente humano. Come, camina, conversa. Como consejero consolador, sicólogo y
pedagogo, según Lucas, abre la mente y los ojos a los dos caminantes, y todo eso con un bello
sentido de humor. Es un Cristo que le gusta el compañerismo de la mesa, le gusta el compañerismo
de un paseo. ¡De angelical tenía poco o nada,;de humano, muchísimo!
4) Diversas fuentes, y Pablo en particular, señalan el paralelo entre el cuerpo resucitado de Jesús y el
de los fieles en la resurrección final. Cristo es primogénito (Col 1:18; Apoc 1:5) y primicias (1 Co
15:23) de la resurrección futura. El poder de su resurrección, que opera ahora en los que creemos,
anticipa y garantiza nuestra resurrección futura (Ef 1:20; Rm 8:11). “Con su poder Dios resucitó al
Señor, y nos resucitará también a nosotros” (1 Co 6:14 NVI; cf. 2 Co 4:14).. Según Jn 5:28s, los
muertos (creyentes e incrédulos) saldrán de sus sepulcros: un paralelo evidente a la resurrección de
Cristo.
“¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios!...Queridos hermanos,
ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin
embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es” (1 Jn
3:1-3).
SIGNIFICADO TEOLOGICO:
La Palabra de Dios nos manda estar preparados en todo momento para ofrecer una apología de
nuestra esperanza y explicar su logos a quienquiera nos lo pida (1 P. 3:15). ¿Cuál, pues, es el
sentido de la resurrección de Cristo y la nuestra? ¿Es sólo una exótica curiosidad al final de la
historia o pertenece integralmente al sentido coherente de toda nuestra fe?
Un filósofo contemporáneo que destacó el tema de la esperanza fue el marxista Ernst Bloch. Hace
unas décadas un alumno suyo, Jürgen Moltmann, planteó dos preguntas muy importantes ante la
“filosofía de la esperanza” de su maestro. Si la muerte tiene la última palabra para cada ser humano,
preguntó Moltmann, ¿con qué base podemos esperar? Y peor, si nuestro planeta mismo también
espera su propia muerte cósmica,7 entonces tanto a nivel personal como a nivel cósmico, pareciera
6
) El adjetivo “celestial” en 1 Co 15:46-49 no describe directamente al cuerpo resucitado sino a Cristo como
segundo Adán, por quien y en quien resucitarán también nuestros cuerpos. La resurrección no tiene origen
terrenal sino celetial.
7
) Ver más al respecto en el último capítulo de este libro, sobre el fin del mundo.
que la esperanza no sería más que una fatua ilusión. La muerte parecería llevar toda la victoria, pues
al fin estamos destinados a la muerte humana y la muerte cósmica.
Por eso, aun cuando no haya base visible ni calculable para seguir esperando, el cristiano (como
Abraham; Rm 4:18) sigue esperando. No por las circunstancias, que comúnmente no alimentan ni
fundamentan la más mínima esperanza; sino porque Cristo ha resucitado, y nosotros resucitaremos.
Después de la resurrección de Cristo, para el cristiano no debe haber cómo desesperarse. A la luz de
la resurrección, todo es posible.
Creo que nuestros pueblos necesitan este mensaje, especialmente después de la “década perdida” de
los 1980s, y de “la década peor” de los 1990s, y ante todas las incógnitas de la postmodernidad.
Tienen razón los que describen las últimas décadas como “el cementerio de las esperanzas”. Como
los caminantes a Emaús, muchos que antes habían esperado, y luchado por sus ideales, ahora no
esperan más. Muchos revolucionarios de ayer ahora están totalmente desilusionados y han
abandonado los sueños de una utopía de justicia e igualdad. Pero los cristianos sabemos que Cristo
resucitó, y seguiremos esperando, contra viento y marea.
2) La resurrección es una afirmación del valor del cuerpo. El cuerpo no es algo malo ni algo
secundario o accidental. La corporalidad pertenece a lo más profundo de nuestro ser. Dios creó la
carne y exclamó, “qué buena esta humanidad física, con cuerpo, que yo he creado, buena en gran
manera”. Cristo se encarnó en carne como la nuestra, y sin pecado. Cristo murió en la carne, y
resucitó en la carne y volverá en la carne. La resurrección nos enseña que sin el cuerpo estamos
incompletos, no podemos ser plenamente nosotros. La carne no es motivo de vergüenza, sino de
gratitud a Dios.
La resurrección nos llama a ser humanos. Cristo resucitado era ricamente humano, y ahora a la
diestra de Dios, sigue siendo humano (aunque por ahora no en forma visible, hasta su venida). La
resurrección es una afirmación de lo humano, incluida nuestra realidad física. Es lindo cómo 1 Tm
2 dice “hay un sólo mediador entre Dios y los hombres y las mujeres, Jesucristo hombre.” A la
diestra de Dios hay un ser humano, en cuerpo glorificado, que intercede por nosotros. Y volverá en
cuerpo visible. Toda esta teología del cuerpo contradice categóricamente a una teología que a veces
confundimos con espiritualidad, pero que es en realidad anticuerpo, gnóstica, maniquea, antihumana
y lo más antibíblico que puede haber.
El acontecimiento más grande e importante de todos los siglos no fue una batalla
victoriosa, ni la postulación de una filosofía brillante, ni algún descubrimiento científico,
sino una muerte... ¡y muerte de cruz!
En otro diccionario teológico, Alan Richardson, en su artículo sobre el mismo tema, señala que "ha
ocurrido una muerte que transformó todo nuestro entender de ella"9 Cristo ha redefinido para
siempre el significado de la palabra "muerte". Cristo vino “a destruir por medio de la muerte al que
tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo” (Hb 2.14). La muerte es ya un enemigo derrotado,
un enemigo muerto (1 Co 15:55). Como dice un bello himno alemán., “Jesús, muerte de mi muerte;
Jesús, vida de mi vida”.
¡Los cristianos sabemos de una muerte que cambió para siempre el sentido de la muerte! Veamos
ahora cómo Cristo con su resurrección transformó la muerte. Hay cinco puntos importantes con
respecto a esto:
b) Cristo transformó la muerte de futilidad en plenitud. En muchas tumbas antiguas en Italia van
estas siglas: NFFNSNC. Significaban en latín: “no fui, fui, no soy, qué me importa” (non fui, fui,
non sum, non curo). La vida era un sinsentido, y la muerte el sinsentido final. Para nosotros, en
Cristo, la muerte ya no es “vanidad de vanidades”, un “hoyo negro” en que caemos y
desaparecemos. La muerte ahora es la coronación de la vida. Significa entrar en la plenitud de la
vida eterna: “en tu presencia hay plenitud de gozo, delicias a tu diestra para siempre” (Sal 16:11).
En Cristo la futilidad se tornó plenitud. Ese sentido de la muerte como plena realización de la vida
se expresa hermosamente en un poema del patriarca evangélico mexicano Gonzalo Baez Camargo:
8
) Sacramentum Mundi 4:818.
9
) :Theological Wordbook p.60.
firme el paso, la vista despejada,
y puesta aun la mano en la mancera.
d) De pérdida en ganancia. “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil 1:21). Si
de veras nuestro vivir es Cristo, el morir es más de lo mismo, estar más cerca de Cristo y conocerle
mejor. Quien vive por el dinero lo pierde todo al morir. Quienes viven por la fama, o por el placer,
nada llevarán consigo a la eternidad. Aun el intelectual que vive por el conocimiento, si no es
conocer a Cristo, está dedicando su existencia a algo que al final de la jornada tendrá que perder.
Pero si nuestra vida entera está concentrada en el conocimiento de Cristo, morir será algo así como
pasar de la educación primaria a los estudios avanzados. En Cristo, morir es ganancia.
Naturalmente, la muerte de un ser querido es perdida para los que quedamos, y nos duele. No
debemos engañarnos con un falso optimismo. Hay que llorar en los funerales y exteriorizar el dolor
humano que sentimos. Pero la muerte no es pérdida para el ser querido, sino estar con Cristo lo cual
es mucho mejor:
10
) Ver Gustaf Aulen, Christus Victor (1931).
bien un principio cualitativamente nuevo (Apoc 21:1s). Con Dios, las conclusiones son nuevos
comienzos: “He aquí”, dice Dios nada menos que al final de toda la Biblia, “yo hago nuevas todas
las cosas” (Apoc 21:5), como que el divino Creador nunca se cansará de renovar todo. Por eso
también la muerte misma es un nuevo principio. Antiguamente los cristianos llamaban al día de
muerte de un hermano o hermana sus “natalicios”; la muerte no es el fin sino el nacer a una nueva
vida. Así Cristo ha transformado el sentido de la muerte.
Martín Lutero, en uno de sus últimos sermones, dijo: “El mundo me dice que en medio de la vida,
estoy muriendo; Dios me contesta: ‘No, en medio de la muerte, vives’”. Cuando el gran teólogo
puritano John Owen se moría, dictaba una carta a su secretario: “Estoy en la tierra de los vivientes
saliendo para la tierra de los muertos. No, más bien, de la tierra de los moribundos voy saliendo para
la tierra de los vivientes".
En 1997 moría en Chicago el cardenal José Bernardin, un hombre muy querido y muy admirado.
Hizo de su cáncer terminal un testimonio de fe, compartiendo todo por televisión y orando que su
muerte, igual que su vida, glorificara a Dios. La noche que agonizaba, una multitud estaba fuera de
su residencia. Los periodistas y el mundo entero esperaba la noticia, el cardenal ha muerto. Pero al
fin salió el secretario del cardenal, hubo silencio, y sus palabras fueron éstas: “Hace diez minutos el
hermano José comenzó una nueva vida.”
Dietrich Bonhoeffer, el último día de su vida terrestre, celebró la Santa Cena en el campo de
concentración, predicando sobre Isaías 53. Al final de la celebración, un policía Gestapo de Adolfo
Hitler llamó su nombre. Bonhoeffer sabía que lo llevaban para ahorcarlo. “Este es el fin”, fueron
sus últimas palabras, “para mí el principio”. En Cristo, la muerte no es un fin sino un nuevo
principio.
4) Una observación final: La resurrección de Cristo nos da una clave para entender otras esperanzas
bíblicas. Es una clave hermenéutica. ¿Como va a ser nuestro cuerpo resucitado? Como el de Cristo.
Cómo va a ser la venida de Cristo? En ese cuerpo con el que resucitó. ¿Cómo va a ser la nueva
tierra? Una que podré pisar con los pies de mi cuerpo resucitado. Pero también tendré total libertad
de aparecer ante Dios en la gloria, y verle como Él es, y sin cuerpo igual que Cristo trasladarme a la
nueva tierra a comer del árbol de la vida. Sin caer en literalismos que van más allá de la enseñanza
bíblica, podemos afirmar, a partir de la resurrección corporal de Cristo, un realismo básico en cuanto
a las promesas escatológicas de la Palabra de Dios.
RESURRECCIÓN Y MISIÓN
Se ha dicho, con mucha razón, que muchas veces predicamos el evangelio a las personas como si
fueran sólo “almas” y no tuvieran cuerpo. Por eso, vale la pena preguntar: ¿Qué significa la
resurrección de la carne para la misión y la proclamación de la iglesia hoy?
Paradójicamente, como indica Pablo en Fil 3.10, el único camino hacia el poder de la resurrección es
la Cruz. Antes de entrar en ese poder hay que asumir la cruz. Es dramático el caso de los dos
testigos de Apoc. 11: Mientras soplaban fuego y castigaban la tierra con toda clase de plagas (11.5s),
no lograban nada sino atormentar a la gente (11.10). Tenían que morir con Cristo, cargar su
vituperio (11.7-10), y resucitar con él a novedad de vida y poder (11.11s). Entonces muchos “dieron
gloria al Dios del cielo” (13).11 Aunque Cristo no figura en el relato (sólo se menciona en 11.8 para
identificar a Jerusalén), él es de hecho el personaje central. Si hemos de tener poder en tiempos de
tribulación, la pasión de Jesús tiene que “duplicarse” en nuestra propia muerte y resurrección con
él.12
René Padilla tiene una frase muy impactante en su libro Misión Integral:
11
) Es notable que éste es el único pasaje del Apoc donde la gente responde positivamente. En los demás
pasajes el resultado es que “sin embargo no se arrepintieron” (9:21; 16:21)
12
) Ver nuestro artículo, “La misión en el Apocalipsis” en Bases bíblicas de la misión, René Padilla ed.
(Grand Rapids: Nueva Creación 1998), pp. 368-372.
Entonces, el poder de la evangelización tiene que ser el poder de la cruz y la resurrección, y sólo
eso. Muy difícilmente se va a manifestar el poder de la cruz y resurrección en un esquema
personalista y narcisista.
3) Debe ser una evangelización encarnada. Nuestra Biblia comienza con la creación del cuerpo
humano, termina con la resurrección de la carne, y en su centro vital proclama el hecho increíble de
que el mismo Creador se hizo carne. Para salvarnos, Dios se manifestó en una vida humana, de
carne y hueso como nosotros. La encarnación fue el método supremo de Dios tanto para su propia
revelación como para la salvación nuestra (Jn 1:12ss,16):13
Y el Verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria como
gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad...A Dios nadie le vio
jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer
(Jn 1.14,18).
Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios,
enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado,
condenó al pecado en la carne... (Rm 8:3).
El Hijo fue enviado en carne, hecho una vida humana, y de la misma manera él nos envía a nosotros
(Jn 20:21). Nuestra evangelización comienza con la presencia manifiesta de Cristo en nosotros,
haciendo acto de “residencia” en medio de la comunidad humana y reflejando su gloria, gracia e
integridad (Jn 1:14). Evangelizar no es sólo hablar, ni comienza con palabras. Comienza con una
vida que encarna el amor y el poder del Crucificado y Resucitado.
13
) Cf W. Dayton Roberts, “Encarnación” en Diccionario Ilustrado de la Biblia, Wilton M. Nelson ed
(Miami: Caribe 1974), p.197.
Don Kenneth Strachan, en su brillante libro El llamado ineludible, sugiere que el fundamental punto
de partido para toda evangelización es algo que compartimos con todos los demás: nuestra común
humanidad. Cuanto más rica y profunda sea nuestra humanidad en Cristo, más auténtica será nuestra
evangelización.
Y sin embargo, hay también iglesias malsanas, que enferman a la gente. Una vez la esposa de un
profesor universitario me preguntó: “Hermano Juan, ¿qué hago? Metí a mi hija en un colegio
evangélico y le han atemorizado con eso de la gran tribulación y con el infierno. La pobre grita en la
noche y no puede dormir, porque le han inculcado un mensaje patológico”. Una evangelización
desde la resurrección es una evangelización por la vida.
En Centroamérica estamos en una lucha entre vida y muerte. Jesucristo es vida y verdad, el diablo es
muerte y mentira (Jn 8:44). Dice Julia Esquivel: “Vivo cada día para matar la muerte”. Cristo es
“muerte de nuestra muerte y vida de nuestra vida”. Nosotros debemos vivir para darle muerte a la
muerte, y vida abundante a todos los que nos rodean:
Hay un himno del himnólogo argentino Federico Pagura, que remacha todos los temas que hemos
visto en este capítulo:
14
) Cf Oscar Cullmann, “El rescate anticipado del cuerpo human según el N.T.” en del evangelio a la
formación de la teología cristiana (Salamanca: Sígueme 1972), pp. 135-150.
porque fue luz en nuestra noche fría,