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ARENAS BLANCAS

P.J. RUIZ - 2010


Su ejército era tan grande como extensa la fatiga que recorría cada garganta en aquel lugar

solitario, albino, perdido en la mano desprovista de compasión de un dios menor intransigente y

despreocupado por sus hijos. Hacía días que habían dejado de oírse las bulliciosas hordas

departiendo a su espalda, quizás porque el vacío amedrenta, quizás porque la muerte se presiente,

no sabía, pero lo que aquel hombre endurecido si tenía claro es que no quedaba marcado camino

de regreso para ninguno de sus valientes en aquellas extensiones de polvorienta arena que

ocupaban de horizonte a horizonte. Nunca lo hubo, y lo peor es que todos lo sabían ya, porque el

atisbo del mal se filtra como el rocío por las rendijas de la vida. Sin embargo, en un tácito

acuerdo, nadie hablaba de ello, nadie se lamentaba ni oía el soplo singularmente desecado de una

voz de queja a través de los labios del compañero. No restaba agua para mojar tanta saliva como

sería necesaria para lanzar los porqués en el sitio donde habían ido a parar aquel día de Agosto,

el 156 desde que abandonaran las agradables praderas, muy lejos ya en alguna dirección que casi

resultaba fábula o fantasía. El pasado parecía tan enterrado como las piedras en aquella vastedad

uniforme.

Y sin embargo la legión seguía adelante, casi sin vida ya salvo en la sangre aterronada que

aun manaba por cada vena, seguía adelante mirando la cansada espalda de su líder. Era una

comitiva enorme y desesperada, ralentizada tanto como el latido del alma, pero no hay que

engañarse con las apariencias. Las cimitarras estaban empolvadas, las armaduras pesaban mucho

más de lo habitual, las cotas de malla deshilachadas, y sin embargo aquello, simplemente por

inercia, seguía siendo un ejército dispuesto al combate, una unidad autosuficiente capaz de

infringir un daño enorme al enemigo… más ¿a qué enemigo? ¿Dónde estaba? ¿En qué atalaya

apostaba sus vigías y arqueros? No habían llegado a verlo en toda la campaña pese a la sensación

incesante de sentirse observados, y eso amedrenta incluso a los valientes.


El hastío crepitaba como castillos de pirotecnia desde hacía horas, y al pie de unas dunas

tan iguales a las demás como cualquier otra, el gran hombre se detuvo oteando en direcciones

iguales, indistintas. Levantó su brazo, gritó unas palabras y todos tras él, aquellos centenares de

miles de soldados, cesaron su caminar como una procesión de espectros mientras las voces de los

capitanes se perdían en la distancia repitiendo la consigna de parada de su caudillo.

Miró de nuevo a un lado, miró al otro, mas nada cambiaba por mucho que se buscase.

Hacía días que su montura, la última y más querida, había sido sacrificada para comer, la sangre

para beber, la vida para compartir, así que no tuvo que descabalgar, sino mantenerse a ras de

aquel suelo que hollaba con todos como uno más, evitando la terrible visión de la fosa común

que lo comenzaba a insinuarse como último destino para todos. Simplemente se movió unos

pasos con sus piernas hinchadas de esfuerzo, pero no más que las de cualquiera de sus hombres.

Después habló al soldado que con paso calmo, dispuesto a recibir órdenes, se había acercado a su

diestra.

- Saulo, por la Santa Catedral, ¿dónde estamos? ¿A dónde hemos venido a parar

que hasta mi alma se hiela mientras la lengua se abrasa?

- Mi señor – dijo aquel hombre de confianza, el que gobernaba a las huestes en

su ausencia y que conocía de él cada pensamiento. – Extraña es la decisión del destino en

estos días, sin duda. – miró al horizonte imponente, rojizo a la luz del sol como el suelo

braseado del atardecer. Había acompañado a su jefe en un centenar de batallas y siempre

supo mantener la cordura, pero esta vez algo se resentía muy dentro, algo que se

desmoronaba como una torre de naipes al paso plomizo del viento tenue que ulula, que

hastía. No había ya planes, ni arengas, no quedaba solaz para los hombres… sólo destino

por oleadas. Un destino que se les empezó a echar encima el día que contra los augurios de
druídas y sabios se internaron en las tierras prohibidas que lo rodeaban todo desde los

tiempos del Gran Golpe, justo por debajo de las llanuras coronadas por lenguas glaciares

que sepultaban el pasado del mundo en lo que un día se llamó Europa. Hubo una zona

llamada Galia, una Germania, Países bajos… había leído mucho sobre eso ¡Qué lejano

sonaba todo ya! Pensó en lo que su jefe le había pedido, y encontró una respuesta. – Creo

que sólo hay un hombre en toda la legión que sepa responder a esa pregunta, mi señor.

- ¿Y quién es ese hombre? ¡Tráelo inmediatamente a mi presencia!

- Su nombre es Druma. Un guerrero muy antiguo y disciplinado que lleva a tu

mando mucho más tiempo del que quisiera, pero ya te contará él. Lo haré venir.

De entre los restos harapientos y empolvados de lo que otrora fue una tropa perfecta,

refinada y elegante, cargada de estandartes repujados en plata y oro que yacían tirados, surgió un

hombre viejo, cansado, lleno de arrugas, pero de mirada viva como pocas entre tanta desazón. Se

inclinó ante su jefe y la reverencia fue correspondida con un ademán de éste, sorprendido por su

edad, que le conminó a levantarse. No eran momentos para guardar las formas, y sí de hablar.

Shamal, en comunión con sus hombres, había abandonado ya todo resto de su realeza, quizás

debido también a la gruesa capa de polvo que cubría sus ropajes sudados y maltrechos de señor

único de las tierras conocidas. De hecho se sentía sucio y cansado como cualquiera, y en cierto

modo se daba cuenta de que, en la vecindad de la muerte, no había mucha diferencia entre el

menor de sus hombres y él. Sí, ¿quién es grande ante algo así? Pero sin embargo seguía

existiendo la diferencia, porque sólo al que lo es le corresponde el peso que comporta la toma de

decisiones que atañen a tantos.

- Dime, Druma, ¿es verdad que tu puedes responder a mis preguntas en estas

jornadas incomprensibles?
- Mi señor, soy viejo de cuerpo, pero mi mente sigue aun joven y vigorosa.

Antes de ser lo que ves fui un hombre ilustrado, y también exploré los secretos mágicos.

Cualquier respuesta que queráis hallará la salida… si en mí está.

- Hablas bien para ser un soldado. ¿Cómo es que permaneces en mis legiones

siendo tan culto y viejo? – el hombre, en un gesto que respondía a la pregunta, se subió una

de sus mangas y dejó ver un tatuaje inconfundible grabado al fuego. Era un círculo sobre el

que se había inscrito un aspa, el emblema de los presidiarios. A veces aún le dolía. Shamal

lo miró sorprendido.

- Cumplo condena, mi señor.

- ¿Condena? ¿Por qué? ¿Qué hiciste?

- Hace años cometí una torpeza que llevo mucho queriendo aliviar, y por la que

los jueces de La Orden me condenaron a servicio de armas de por vida. Aquello ya estaría

casi olvidado, de no ser porque cada mañana me encuentro a mí mismo al lado de esta

cimitarra que me posee. Ya casi pesa más que yo, y sin embargo aquí la tengo.

- Pues óyeme bien, viejo. Si hoy me ayudas a ver el modo de salir de aquí

podrás seguir tu vida liberado de toda culpa, fuese cual fuese tu crimen, por el cual no te

preguntaré. Habrás cumplido con tu penitencia salvando muchas vidas. ¿Lo has entendido?

- Si, mi señor, y me siento halagado y emocionado. Muestras una gran

generosidad, pero eso me hace intuir que tus preguntas no serán fáciles.

- Así es.

- Bien, pues para eso me has hecho venir, y yo estoy preparado. Házmelas saber

cuando gustes.

- ¡Saulo!

- ¡Dí, mi señor!
- Que los hombres descansen. La noche caerá pronto, y no parece que vayamos

a salir hoy tampoco de aquí. Estableceremos en esta vaguada el campamento, al amparo de

las dunas. Manda a algunos a supervisar los alrededores y pon vigías en las cumbres. No

tengo ni idea de quién se aventuraría a acercarse hasta aquí, pero más vale no bajar la

guardia.

- Como mandes, mi señor.

- Y tu ven, viejo. Siéntate conmigo.

Al pie de una jaima que se iba levantando por sirvientes avezados ambos hombres se

sentaron. Les fueron tendidas unas alfombras, y sobre ellas cojines mullidos donde reposaron sin

el contacto de la fantasmal arena, casi tan fina y roja cual sangre en aquel crepúsculo hermoso y

raro, uno más entre el variado repertorio con que la naturaleza intentaba deleitarlos cada

atardecer a la manera de la serpiente cobra que hipnotiza a su presa. No, no era un deleite bueno,

ni había en ello nada verdaderamente bueno. Ni un alma en el horizonte, ni un ave en los

cielos… sempiterna soledad de parajes vedados donde incluso los carroñeros habían sido

devorados por el vacío hace tiempo y los escorpiones reducidos a polvo que se respiraba en el

viento para empaño del espíritu. Dicen que el desierto no tiene vida, pero eso es falso. La tiene, y

duele. Es en sí mismo una bestia enorme que poco a poco te mata hasta la desesperación, y está

muy viva, siempre voraz y atenta para morder.

El gran guerrero sonrió al viejo, y se complació en ofrecerle agua y algunos dátiles,

demasiado secos ya, pero igualmente sanos y nutritivos. Sin duda los mejores que aun quedaban

en aquel ejército perdido en medio de ninguna parte. Los tomó con deleite, sin prisa, de un modo

sabio, sin quemar energía ni para reparar el cuerpo. Estaban muy duros ya, y sin embargo

entraban bien por los resquebrajados labios.


- Druma, estoy cansado de todo esto – le dijo mientras llenaba dos copas de

líquido transparente, más caro que el oro. Hacía días que los vinos y manjares se habían

acabado, y se valoraba cada gota de agua como si fuese diamante. Su voz mientras servía

era oscura, pausada… muy baja y desanimada. Druma escuchaba muy atento, sabedor de

que, por azares del destino, le tocaba tomar parte en cualquiera que fuese el designio de la

tropa. Todos nacemos para algo, y la mayoría de las veces a uno le queda la duda de para

qué. Al viejo guerrero también, porque interiormente guardaba la sensación de que se le

había ido gran parte de su tiempo sin que pudiese realizar ni la más mínima parte de sus

sueños. Siempre luchando, siempre esclavizado por el deber impuesto… siempre fustigado

y fustigando en alguna parte. Escuchaba a su líder y era consciente de que, de repente,

resultaba importante de nuevo entre tantos hombres, distinto. Aunque carecía ya de ego,

bien muerto con los años como había sido propósito de los jueces, no podía evitar una tensa

sonrisa de ironía. El gran hombre la hablaba, y eso era mucho más de lo esperado en aquel

día tan feo como los demás. Lo oía, sí, y muy atento. – Estoy cansado de luchar, de

perseguir enemigos… de ver morir a mis amigos y consolar esposas a la vuelta. Estoy muy,

muy cansado, y me doy cuenta de que, no sólo una gran parte de mi propósito ha sido un

error, sino de que nuestra misma presencia en estas tierras baldías también lo es. Dime,

¿qué he de hacer para conseguir que todos esos hombres vuelvan a sus casas con sus

mujeres e hijos? No quiero que esta tragedia acabe también sobre mis espaldas, pero me lo

veo venir, y me aterroriza. En mi vida he fabricado más viudas y huérfanos que cualquier

hombre de mi tiempo, y esa losa me empieza a aplastar. Tengo generales, estrategas,

hombres sabios detrás de mí que me ayudan a diario, pero con la inteligencia no somos

capaces de hallar solución a este misterio. ¿Puedes tu con la sabiduría que te atribuyen?
- Mi señor, lo que pides es justo y te honra como persona, mas no se si mis

respuestas te ayudarán a conseguirlo. Sabes que lo intentaré en la medida de mis

posibilidades, pero pienso que quizás todo lo que ocurre sea debido al tamaño del enemigo

que persigues esta vez.

- ¿Qué quieres decir?

- Tan sólo que hay cosas que no se pueden lograr. Después de acabar con las

guerras que asolaban nuestro mundo y de tomar el control de naciones enteras para formar

lo que hoy es tu dominio te propusiste ir más allá. Quisiste ser el artífice del mayor bien de

tu tiempo, y para ello te marcaste la meta de acabar con la raíz de los males que asolan al

hombre desde sus comienzos, eso bien lo sabe el pueblo porque siempre has sido

transparente. Sin duda es una tarea que te honra y que habla muy bien de quien eres, mi

señor, pero todo de repente se ha vuelto contra ti y finalmente el ansia por hallar a ese

enemigo te está matando con lentitud. Es una guerra que estás perdiendo en un campo de

batalla que no parece a tu alcance. Tú, aunque sin duda fuerte como un toro, no eres eterno

como la Catedral de Fresas, y ahí radica la gran diferencia. – El jefe pensaba las palabras, y

las conclusiones le llegaban con facilidad. A veces se necesita que alguien te hable claro

para ver la realidad.

- Si…. Es posible. Inicié esta cruzada pese a los consejos de mis sabios porque

pensé que tenía el poder para triunfar donde nadie lo había hecho nunca. Cuando aquel día

partimos rumbo a las arenas blancas jamás pensé en nada que no fuese cambiar el destino

del hombre ¿Mas, cuál es ese enemigo real y qué cara tiene? Sé que está aquí, pero ¿qué

es? ¿Dónde se esconde?

- En todas partes, mi señor, incluso en estas arenas. Tu enemigo real existe

desde el principio, y ha aprendido a adquirir todas las formas. Por eso pervive allende las

eras, y por eso te rodea, mina a tus hombres sin comparecer en batalla y ni tan siquiera le
ves. Vamos por nuestro camino dejando un reguero de cadáveres sin enterrar que la luna

hiela y el sol quema con saña, reduciendo tus efectivos constantemente, pese a lo cual

siguen siendo innumerables, mas no olvides que finitos. En el fondo todos sabemos ahí

detrás, al amparo de tu espalda, quién es ese enemigo, pero no queremos pronunciar su

nombre por no invocarlo. Me cuesta trabajo creer que no te lo imaginas y que hayas

comparecido en este campo sin tener una idea cierta de aquello que venías a enfrentar, si

me permites decirlo.

- Si, tienes razón, viejo guerrero. Sé quién es ese enemigo. Es el dador del

tiempo, el arquitecto de las horas… pero algo muy dentro de mí se niega a pensar que todo

esto vaya a acabar de un modo tan sucio. En el fondo creo que, si tiene algo de la grandeza

que siempre se le ha atribuido, comparecerá y me dará la oportunidad que busco. Me lo he

merecido.

- Mi señor, lo que uno se merece o no raras veces tiene que ver con lo que

uno consigue. – Shamal aceptó silencioso la devolución cortante de su pensamiento

sesgado, se levantó del suelo y miró alrededor arrogante. Sus hombres estaban por todos

lados, bullían en silencio acomodándose para pasar la fría noche en grupos apilados entre el

sonido romo de millares de pisadas simultáneas en la arena. Es curioso como el desierto se

traga hasta el eco. Dentro de cada uno de esos pequeños grupos unos a otros se miraban

temerosos, calculando cuantos de ellos amanecerían con vida después de que la extraña

escarcha de media noche hiciera su tarea, como ayer, como al otro.... Jamás había visto

aquella mirada en sus capitanes, y eso lo ofuscaba, porque los había tenido a su lado en

situaciones terribles. Lo que ocurre es que lo difícil nada tiene que ver con lo imposible o

con su apariencia, y en esos momentos todo cambia. Miró sus manos y las vio

blanquecinas. Las sacudió con rabia. El viejo siguió hablando.


- Tu buscas acabar con los ciclos misteriosos, con la eterna repetición de las

eras y ese designio de ironía que nos hiela desde que el reloj de piedra existe y somos

conscientes de su existencia. Buscas hacernos libres y conseguir que por una vez el hombre

supere la cifra final de su reinado temporal, sacarnos de la depresión de una muerte cierta

como especie… ¡pero eso es algo tan grande!

- Viejo… nos fue concedido conocer esos ciclos por algo. La última vez casi

nos arrasa, pero gracias a La Orden y su inmensa obra hemos aprendido lo que significa la

espera. Ellos fueron los primeros que perpetuaron la existencia de esa fecha, y eso es un

paso de gigante, porque nos permite afrontar la vida de modo muy distinto. De nada sirve

crear imperios que se irán como paja al viento, amigo mío. Mi lucha en la tierra de los

hombres ha acabado porque los he unificado del todo, sin más, pero no fue por ostentar el

mundo, sino por evitar el sufrimiento de estar divididos y sin causa común cuando llegan

las calamidades. Ahora he de darles un futuro. Me corresponde al menos intentarlo antes de

que ese reloj eterno que has nombrado llegue a su punto álgido en la oscuridad de la gran

Catedral.

- Cierto es, pero piensa que somos pequeños, mi señor, y quizás no estemos a la

altura de conocer los grandes secretos. ¿Por qué íbamos a estarlo? Sólo hemos alcanzado a

vislumbrar la existencia de los caminos oscuros, pero ello no implica que tengamos el

derecho o el poder de llegar a mirar el rostro de quien los trazó y que se puede ocultar en

sus sombras… o no.

- ¡Los secretos nos pertenecen! ¡Hemos pagado con sangre muchas veces ya!

¡Demasiadas! Las escrituras dicen que la última vez perecieron casi seis billones de

personas. ¿Sabes cuanta gente es eso? Solo busco tener la oportunidad de ver una puerta

abierta al final del túnel, nada más, y agarrarme a ella para mirar al otro lado y acabar con

esto. El Ciego lo vio claro en su día y avanzó mucho desvelándonos la existencia de los
ciclos. Ahora hay que seguir y dar el salto definitivo… o perecer intentándolo. Es la gran

responsabilidad de nuestro momento, llegar a la última frontera, al último lugar y descubrir

a quien mueve los hilos desde que el tiempo es tiempo, el por qué de que las cosas estén

escritas de este modo en nuestro mundo sin futuro.

- Eres grande, Kamel Shamal. Quizás si hay alguien oyendo te de esa

oportunidad tan sólo por tu tamaño como hombre, más no por tu deseo.

- ¿Qué tiene de malo mi deseo?

- Nada. Tan sólo que quizás no sea tenido en cuenta por quien los escucha,

como el de tantos otros que antes lo sintieron.

- En verdad no soy más grande que tu, Druma. Lo que ocurre es que he tomado

determinaciones donde esos otros ni siquiera se detuvieron a pensar, y eso enerva a las

mentes conservadoras. Desde que era pequeño y aprendía las ciencias me di cuenta de que

ese no era el camino, que algo se escapaba, ya que tanto estudio sólo permitía aumentar

nuestras capacidades de adaptación a unas reglas cambiantes que a efectos nuestros se

muestran inmutables. ¡Pero para sobrevivir hay que llegar a la base de las reglas mismas y

modificarlas a nuestra medida! ¡Eso es imposible con la ciencia porque ella misma está

inmersa en sus principios, construida a su amparo! ¿Es que no lo ves? ¡Necesitamos otro

punto de vista para hacer las cosas, porque el antiguo deja de tener vigor cuando se llega

tan profundo…! Ya hace mucho que fracasó la filosofía, después lo hizo la matemática, la

física… ¡hasta la religión nos deja solos ante el infinito! Nada explica el universo, y en

todas las disciplinas, además, estamos siempre pendientes de un hilo que no sabemos a

donde conduce pese a nuestros esfuerzos. ¿Y sabes? es por ello que opté por esta empresa,

por sorprender, por salirme de cualquier guión escrito y hacer que, por una vez, el escritor

que determina el futuro de nuestras líneas tenga que seguirnos a nosotros en lugar de
nosotros a él. Yo pretendo… hacer algo distinto que él no se espere para así poder cogerlo

en su trabajo ¿Me entiendes?

- Sí, te entiendo. Y te digo que si en verdad ese ser poderoso está escribiendo en

estos días sin duda se estará fijando en lo que estás haciendo, porque no hubiese pasado por

su mente hacer que su gran rey se fuese con todo su ejército a una muerte segura y

calamitosa que además deja sus tierras sin señor ni protección.

- Druma… En cualquier otra circunstancia me habría enfadado mucho con lo

que acabas de decir… y eso no sería bueno para ti. Pero ahora lo puedo entender, sé por

qué lo haces, y no tienes nada que temer, pero por favor, no creas que me volví loco ni me

taches de irresponsable con tus palabras. Soy rey y dirijo un mundo entero. Todo está bien

previsto, incluso mi muerte, no temas por eso. ¡Pero teme en cambio por el fin de la cuenta

larga…! porque entonces con rey o sin rey, con protección o sin ella, todos tus

descendientes, los míos, los de esos hombres… todos sin excepción, millón a millón,

volverán a ser fulminados por el ciclo. Es lo que pretendo evitar entregándome a esta causa.

- Mi señor… ¿Y si no hay nadie escribiendo el guión que dices? ¿Y si todo

es casual, aleatorio, producto de una serie de condicionantes fortuitos que no podemos

entender? ¿Has llegado a so0pesar tal posibilidad?

- Eres viejo… y sabio. Lo noto y valoro, y es un placer para mí haberte

descubierto entre mis hombres en este día confuso, pero dime una cosa. ¿De verdad,

como sabio que eres, crees eso después de observar cada día el tránsito de las estrellas,

la perfección estructural de la Luna o el simple esplendor de una brizna de hierba? La

existencia de las constantes, el número áureo, el esquema cuántico de la distribución

de energía entre los universos… ¿No lo ves? ¿No lo sientes? ¿O es que la proximidad

de todo no te deja ver la esencia de las cosas?


- Entiendo, mi señor, veo a dónde quieres llegar, y en verdad tienes razón. Lo sé

porque pienso como tu, más deseaba saber si albergas aun dudas. Efectivamente, en

respuesta a tu razonamiento, admito que toda maquinaria precisa de sus leyes, y éstas

tuvieron que ser creadas, no pudieron aparecer por pura magia como a veces se aduce en lo

que no es más que un símbolo de debilidad humana, incapaz de entender la grandeza del

esquema.

- Si. Todo está ensamblado de manera increíblemente perfecta, siguiendo un fin,

de acuerdo con un plan preciso que requiere mucha capacidad y atención. Ese plan tuvo

que ser trazado por alguien… y ese alguien es quien lo modifica sin que lo notemos porque

ni siquiera nos cuestionamos su existencia.

- Luego… al final eres un hombre de fe que cree en la divinidad.

- Al final, como dices, me he topado con la fe, si, pero muy al contrario de otras

creencias más comunes la iglesia que llevo en mi corazón propugna la libertad del hombre

dentro de la enorme y ordenada casa de ese Dios que no nos deja crecer, al parecer por

miedo a nuestra pubertad, a un posible esplendor que nos permita rivalizar con él. Yo

pienso que… se nos teme Druma, se nos mantiene alejados y pequeños para evitar que nos

hagamos grandes. Como ves hay una gran diferencia con las religiones sumisas y

seguidoras de un sistema tan bien diseñado y metido en nuestra conciencia que no nos deja

ver todo lo genocida y vil que hay detrás. Hacen que no veamos nada de lo que ocurre. ¿No

te das cuenta? ¿No ves que es así? A la libertad de movernos libremente sin ataduras, a la

realización de ocupar el sitio para el que fuimos hechos por la naturaleza es a la que

aspiramos en esta singladura, y es por la que estamos a punto de morir si no ponemos

remedio.

- No tengo palabras ante lo que estás diciendo….


- Observa esto. Siempre se dijo que Dios nos hizo a su imagen y semejanza,

pero no nos dio la eternidad ni nos permitió comer de la fruta de la sabiduría. Es algo

consustancial en todas las religiones, ¿verdad? ¿No es evidente el por qué de esto? ¿O crees

que de verdad iba a permitir que su hijo se encumbrara algún día hasta hacerlo temblar en

sus cimientos? Él nos dio la vida… y una muerte tan cierta como que hay día. – Por un

momento el silencio se hizo espeso mientras ambos hombres pensaban.

- Druma… la presencia de los ciclos debe acabar. Detrás de ellos hay una

entidad pensante, y yo la voy a encontrar porque le he lanzado mi reto, y creo que, si fuese

ella, no podría soportar en mi orgullo esa ofensa de alguien tan pequeño. Querrá saber de

mí, del loco que se ha ido a buscarlo al desierto.

- Ojalá sea así y no pequemos de una soberbia tan ínfima que ni se percate de

nuestra presencia.

- ¡Pues seremos extraordinariamente soberbios si ese es el camino! Todo cuanto

te he dicho es ni más ni menos que el motor que me mueve, pero he de aceptar ya que ideé

este viaje y lo he desarrollado con vuestra aquiescencia, sin la menor pega, pero ahora me

pesa haberos mezclado y me doy cuenta de que debo salvar vuestra vida y buscar otro

modo de lograr mis fines. Es por lo que te he llamado a consulta.

- ¿Quieres regresar?

- Sí.

- Eso es porque tu sabiduría te lo dicta. Haces bien… ¿Sabes? No sé como

hacerlo ni qué decirte, mi señor, pero de una cosa estoy seguro.

- Dila pues.

- Ni uno sólo de los hombres que te seguimos hemos dudado jamás de tu

condición de líder ni desconfiado de tu criterio. Te debemos demasiado, y seguimos


confiando en ti. Tú nos llevarás a casa, y me complace saber que estamos en manos de un

hombre que sabe lo que quiere.

- Eso es una bendición, amigo mío. Te lo agradezco. Ojalá se cumpla lo que

dices y pueda deshacer el camino.

- Podrás. Lo sé. El hecho de que estés aquí hoy debe ser por algo.

- Y ahora dime ¿Y esta abominación? ¿Esta arena que parece harina….? ¿Qué

es?

- Mi señor…. Esa arena… Hay un dicho en los pueblos del sur, de donde yo

provengo. Desde allí hemos visto siempre su color hiriendo el horizonte, y más de uno se

ha aventurado en sus dominios. Se dice “la arena que te lleva no la mueve el viento”, y es

fácil conocer lo que significa. ¿de verdad quieres saber qué es?

- Viejo…. Te lo suplico. Soy tu rey, y sin embargo no te lo ordeno… te lo pido.

Todos dependemos de muy pocas cosas, y la mayoría he de decidirlas solo. Necesito la

verdad, la que se me escapa. – El viejo sintió compasión del gran hombre. Se le acercó y le

habló en voz muy baja, con el deseo de que nadie más oyese lo que iba a decir.

- No es arena, mi señor. Es polvo…

- ¿Polvo?

- Polvo… de piel, de hueso. Muchos lo han intentado antes que tu y hallaron

aquí la muerte. Todo lo que pisamos desde hace días son los restos de un número

inimaginable de civilizaciones enteras que aquí vinieron a perecer. No eres el primero que

intenta cambiar el destino del hombre… y tampoco sabemos si serás el último. – Shamal

abrió los ojos mucho, después respiró muy hondo y terminó por agachar la barbilla. De

repente estaba muy abatido, demasiado para permitir que sus hombres lo viesen, pero era

consciente de que había llegado el momento de sincerarse y dar explicaciones a quienes lo

seguían sin preguntar. – Mi señor, cuando nos internamos en este lugar terrible
abandonamos incluso nuestro mundo… Ya no se dónde estamos, pero sí que es verdad que

este lugar no es nuestro, no nos pertenece.

- ¡Dioses! Entonces…… ¡estamos mucho más perdidos de lo que esperaba! ¡No

hay nada que hacer!

- No, mi señor, hay esperanza, eso siempre, seguro. Lo que si es cierto es que

sólo a ti te compete decidir entre seguir adelante o hallar el camino de vuelta.

- ¿Y cómo puedo? Has visto igual que yo que nuestros pasos no quedan

marcados, que ese sol extraño cambia todos los días su posición impidiendo trazar un

rumbo… que la noche se ha tragado las estrellas y sólo nos entrega bruma gélida que

mata…. ¿Cómo encontrar el camino de vuelta donde no hay caminos? ¡Podríamos

llevarnos meses enteros girando en círculos y nunca lo sabríamos!

- Mi señor…. Eso es lo que diferencia a un gran hombre del resto de los

mortales, que allí donde no hay nada él ve una salida, un triunfo. Quizás todo esto ocurra

simplemente porque tu momento ha llegado, la situación extrema que querías. Además…

¿No pensarías vencer semejante batalla sin rondar la tragedia, sin entregar almas a cambio,

verdad?

- Mi momento…. No era este el momento que esperaba encontrar. Mi historia

será narrada en parte con espanto debido precisamente al número de almas que ya he

entregado, amigo mío. – Ahora se alzó el viejo, y con reverencia levantó un puñado de

arena blanca que dejó escaparse de su puño cerrado ante los ojos de su jefe poco a poco,

desgranándola como el chorro de un viejo reloj. Volaba y caía ante los ojos de Kamel y los

sirvientes que los miraban atentos sin querer oír nada. Clavó la mirada en los ojos de su

rey.

- ¡Ni ellos tampoco!


- ¡Viene alguien! ¡Se acerca alguien por allá! – El vigía señalaba al lugar donde

se divisaba la figura particular de un hombre envuelto en una toga y rielando en la arena.

Era alto y muy delgado, con una barba negra poblada que se notaba desde la distancia. Su

paso parecía decidido, sin duda propio de una persona bien alimentada, y desde luego venía

solo, lo cual podía significar la cercanía de algún lugar fuera ya del maldito desierto, pensó

Kamel Shamal. Sus pasos apenas se marcaban en la arena, que parecía apresurarse a borrar

toda huella. Nada nuevo. Pasó entre los hombres que lo miraban con suma curiosidad.

Saulo ordenó cachearlo, a lo cual no se resistió, y seguro ya de que no representaba ningún

peligro, dio orden de dejarle pasar. Poco después estaba erguido delante del conquistador y

rodeado de guardias bien armados.

- Saludos, Kamel Shamal.

- ¿Quién eres, hombre?

- Soy un humilde emisario de alguien muy antiguo que puede acercarte a lo que

buscas en esta cruzada extraña que lideras.

- ¿Y acaso ese señor no tiene suficientes ojos para mirarme a la cara que utiliza

un servidor para hablarme?

- Él, como tu, es importante también en este tiempo, y si me envía a mi es sólo

para mantener esta conversación dentro de un ambiente estrictamente diplomático. No

desea mal alguno para ti ni para los tuyos, y me manda para ofrecerte un camino que espera

sea de tu agrado.

- ¿es acaso tu señor aquel al que vengo buscando?

- Puede.

- Y dime, emisario… ¿Tu gran señor del rostro diplomáticamente oculto ofreció

la misma salida antes a alguno de los desgraciados que llegaron aquí antes que yo? – hizo
un ademán hacia las dunas - ¿A los que dejaron aquí su piel y sus huesos? – el hombre

miró, pero sus ojos no delataban sorpresa alguna ni parecían resentirse ante el embate. Era

una pregunta calculada que tenía su respuesta conveniente.

- No… A todos no. Pero como obviamente deduces, mi señor es muy viejo, y

son muchos los hechos que han pasado por su mirada hasta hoy. No te extrañes de que haya

tenido tantos… encuentros. Audaces, como tu, siempre hubo, y también temerarios,

buscavidas, aventureros, justicieros… Hay muchos mundos, Kamel, muchos… y todos

están en este, pero algunos reposan para siempre entre las arenas. – levantó su dedo índice

y se lo llevó hasta la sien – Tu mente te grita la verdad, aunque no desees oírla. Lo que

pisas es un gran mausoleo, el de los que nunca regresan.

- Ya veo… Una muestra de infinita superioridad y advertencia ¿El gran señor a

quien sirves con tanta veneración ha dedicado su tiempo a no permitir jamás que alguien

pudiese enfrentarlo?

- La verdad está lejos de tu entendimiento, pero está claro que pese a tu

inteligencia crees que alguien tan poderoso sólo se dedica a prestar atención a la

maquinaria humana. Shamal, eres valiente, pero también arrogante. Tu, al igual que los

otros, no tienes la altura suficiente para alcanzar el nivel de los ojos de mi señor. Esa es la

realidad. Y te costará mucho medir lo que acabas de decir sin escucharme antes.

- Tu también eres valiente al decirme eso, emisario, pero no voy a sentirme

ofendido aun. Habla, pues. Cumple con tu tarea.

- Todo esto puede acabar de un modo sencillo si me escuchas bien. Mi señor te

pide que hagas un trabajo que seguro puedes lograr.

- ¿Un trabajo? Empiezo a pensar que todo esto es un sueño, una locura del

desierto. Tengo ahí detrás 300.000 hombres dispuestos todo, y sólo se le ocurre

proponerme un trabajo… ¿quién es el arrogante en realidad, emisario?


- Mi señor puede ser cuan arrogante quiera, Kamel Shamal, porque sin acercarse

puede reducir la cifra de tus hombres a una docena en apenas días y sin esfuerzo alguno. Es

más poderoso de lo que sueñas ni en tus peores pesadillas.

- Desconozco ese poder y no lo quiero. Tan sólo deseo justicia, equilibrar los

hechos del mundo… Necesito hallar el modo de que de alguna manera alguien pare los

crímenes contra el hombre y le restituya sus derechos de vida… Pero está claro que tengo

que volver a pensar el modo, porque aquí, entre estas arenas, estoy en clara desventaja y ya

sólo me mueve el deseo de llevar de vuelta a mis hombres. Si eso es posible, escucharé esa

propuesta.

- A una jornada hay una gran extensión que te llamará mucho la atención. En

ella hay una planta. Es única en todo el mundo. Tiene cualidades extraordinarias, pero para

encontrarla deberás dejar aquí a tus hombres y partir sólo hasta ese sitio especial.

Únicamente allí existe, y aun así no te será fácil entender su naturaleza y significado.

- ¿Qué naturaleza? ¿De qué planta me hablas, emisario?

- De una… diferente. Pero no te preocupes por su aspecto, que acabarás

reconociéndola. Si consigues llegar a ella, mi señor vendrá personalmente a hablarte y

perdonará la vida de todos tus hombres. Contigo ya será otra cosa, pero eso únicamente os

atañe a vosotros. Ese es el trato que he venido a proponerte. – Kamel miró a su ejército,

cansado, agotado, cercano a la muerte - Ninguno de ellos dejará sus huesos en la arena,

volverán todos a sus casas y así la supervivencia de tu reino estará garantizada. Serás un

héroe de leyenda.

- ¿Y si no atiendo a tus requerimientos?

- Entonces seguiréis vagando por este desierto algún tiempo más. Desde mañana

mismo aumentaremos el calor, la noche será más fría y el agua desaparecerá de vuestras
reservas. Al mismo tiempo las heladas serán mucho más terribles y en dos lunas todos

estaréis muertos. No lo hagas, guerrero. Nada merece tantas vidas, ni siquiera tu ego.

- Tiene gracia que eso lo diga el emisario de alguien a quien la vida del hombre

le merece la misma estima que un puñado de terrible arena. - Kamel se levantó como

golpeado por una fusta. Estaba colérico, pero supo administrar su ira para no hacerla notar

en exceso ante quien sin duda daría buena cuenta de la conversación a alguien que había

rehuido comparecer. Lo que le estaba sugiriendo aquel hombre resultaba extraño, pero

también lo era la certeza de que los caminos estaban a punto de acabar de una manera que

no quería en absoluto, y si en verdad había una posibilidad…

- ¿De verdad podéis hacer todo eso?

- ¿Cambiar el ciclo de los elementos, anular los horizontes, evaporar las

aguas… mover el norte, plegar las dunas, estirar el cielo, aumentar la lámpara del Sol…?

¿Cegar las estrellas, endulzar los océanos, salar los ríos, emponzoñar el aire? Si, claro que

podemos. Nosotros lo podemos todo.

- Entonces supongo que no tengo opción.

- Ninguna si deseas en verdad salvar a tantos inocentes como has desparramado

por nuestro desierto. En cuanto a ellos… no debes preocuparte. Cuidaremos de todos y no

les faltará alimento ni agua mientras tu estés fuera. Tienes mi palabra, que es la misma de

aquel que me envía. Ahora extiende tu brazo y ten este pergamino. Te ayudará a reconocer

lo que buscas cuando llegue el momento. – Era un trozo enrollado de tejido marrón, muy

viejo y deshilachado lo que le tendía como sacado del viento. El guerrero lo cogió y

desplegó. Su mirada se llenó de asombro. Lo puso al trasluz.

- Aquí… No hay nada.


- Está en blanco, pero eso no será así si tienes éxito. Cuando te acerques a la

planta de la que te hablo verás aparecer signos y caracteres que se tornarán nítidos, como

recién escritos, y ya no se borrarán.

- ¿Y qué hago entonces?

- Nada. Sólo será la señal de que has llegado.

- Creía que tu señor lo podía todo. ¿Por qué acude a un humano para realizar

esta tarea?

- Porque hay leyes en el mundo de los dioses que no te está concedido conocer,

pero que rigen los acontecimientos más allá de tu entendimiento.

- Leyes… Si. Supongo que habrá un montón de ellas. Me alegra saber que

también él está limitado.

- No te alegres por ello, guerrero. Quizás esos límites son los que te han llevado

a esta disquisición.

- Ya. Si no los hubiese, sencillamente me habría eliminado del mundo y habría

usurpado el conocimiento de esa planta sin más. ¿Sabes? Empiezo a tener interés por ver lo

que ansía tanto.

- Tu interés conviene a todos, pero no seas tan presuntuoso. Si no hubiese un

interés especial de mi señor en ti ya estarías a punto de convertirte en arena.

- Ya veremos.

- Ahora me voy, Shamal. Mi consejo es que partas al amanecer. El futuro no va

a esperar mucho porque, aunque no lo sepas, los días se acaban.

- ¿Qué quieres decir? Dijiste que mis hombres no correrían peligro.

- Y así será. Pero ya sabrás a qué me refiero en su momento, porque que yo sepa

en ningún momento te he dicho que esto sería fácil. Y recuerda que debes ir en solitario.

- ¿Por qué en solitario? ¿O eso tampoco me lo vas a decir?


- Porque a ese lugar al que vas no se accede en compañía.

- Pero, ¿hacia donde parto?

- Hacia cualquier dirección. – el hombre miró alrededor, y después arriba antes

de dar madia vuelta y decir unas últimas palabras mientras hendía su cayado en la arena

con un sonido sordo. No se supo de donde lo había sacado – No debes preocuparte ahora

por seleccionar ruta. Tu tiempo ya viene hacia ti, y será él quien te encuentre. – Después,

llevado por los vientos, desapareció súbitamente ante los ojos de todos. Aun se estaba

disipando el polvo cuando el pergamino se enrolló entre los dedos de kamel Shamal como

una serpiente. Lo miró y sintió un estremecimiento.

- ¡Saulo!

- Mi señor, dime.

- Ya has oído. Partiré al amanecer como he acordado.

- ¿Sólo?

- Si, es lo pactado, ya me conoces. Una cosa importante. Quiero que des la

libertad a Druma. Si volvéis y yo ya no estoy asegúrate de que se le restituya una vida

digna hasta el final de sus días.

- Lo haré, mi señor, pero… ¿por qué me das esa orden? Ya la harás cumplir tu

cuando estemos a salvo.

- ¿A salvo dices?... Tengo un presentimiento. – Miró al pergamino en su mano y

sintió el peso de la duda.

- ¡Y esto no es de nuestro mundo! ¡Aléjalo de mí hasta el amanecer!


Caminó todo el día bajo aquel calor salvaje. No pensaba en nada que no fuese la

esperanza, pero a veces ni siquiera eso era suficiente. Iba bien equipado, pero eso no le

daba mucha ventaja en un lugar tan infame, y se sentía desvanecer con frecuencia, por lo

que paraba cada vez que podía y se mojaba un poco la cara sin desperdiciar más agua de la

que cabe en la palma de la mano. El calor era más intenso cada vez, como si el sol

estuviese guardando lo peor para su viaje. Todo alrededor rielaba, haciendo temblar la

visión y deformando los alrededores, que carecían de interés en sus monótonas extensiones

de soledad amontonada y estirada con pulcritud en mantos de vacío.

Sin embargo, cuando intentaba aliviar la fatiga recostado al pie de unas rocas frescas

en medio del mar de fuego halló una luz entre tanta negrura y sus ojos se abrieron de par en

par como si alcanzase a ver un unicornio. Sucedió mientras el sol se ponía y le permitía

mirar la distancia sin ser deslumbrado. Allí vio lo que sin duda era la forma imposible de

un árbol de insólito verdor encaramado en la cresta de la más grande duna que había visto.

Lo primero que pensó es que no podía ser verdad, pero todo en su cabeza le urgía a correr

montaña arriba y desvelar la farsa antes de que su mente conspirase contra sí mismo en un

bucle de resignación, de modo que apuró sus energías y caminó unos eternos minutos hasta

que se acercó a aquel espectáculo que parecía arrancado de un pasado que se le antojaba ya

muy lejano en el tiempo, a pesar de que no hacía mucho que había retozado en los

suntuosos jardines de su palacio. - Debe ser un espejismo que antecede al sufrimiento final

- pensó.

Sí, un árbol verde, grande, frondoso, situado en un lugar donde no había árboles… ni

atisbo de vida. Lo imposible se hizo realidad cuando, desplomado, puso sus manos en la

corteza del tronco y sintió su dureza, la rugosidad característica de un grueso tallo natural,
imperfecto y vivo, tibio. Y la hierba a sus pies… ¡Estaba húmeda! No sabía lo que estaba

pasando, quizás la irrealidad lacerante de un sueño, pero el momento era sencillamente

distinto, hasta que se imaginó dormido y en pleno trance. Sí, no podía tratarse de otra cosa,

pero…. La naturaleza de los hechos nada tenía que ver con el más allá o la percepción de

otros mundos. Era decididamente real.

¿Dónde estaba ahora su legión? A una jornada de distancia, pero ¿hacia dónde? No

tenía ni idea de cómo había llegado allí, pero recordaba las palabras del emisario cuando le

decía que sería el mismo destino quien lo alcanzase a él y no al revés. Sí, estaba muy

confuso, poco seguro de conservar la cordura, y así, agarrado con ojos llorosos al

magnífico árbol dio gracias a la providencia por concederle el mensaje de que si todo era

real no debía estar en mal camino.

Fue la primera vez que vio un cedro.

Y no hay cedros en el desierto.

Entonces miró al horizonte más allá de lo que se había convertido en última línea.

Hasta entonces todos sus sentidos habían estado dedicados a la contemplación de las

grandes ramas, a su reconfortante sombra alargada, pero lo que su percepción le entregaba

ahora superaba la belleza natural del más hermoso ocaso que jamás había presenciado.

Duna abajo la arena dejaba de serlo y se transformaba en tierra roja, viva, muy fértil y

esponjosa, en la que la hierba aparecía con tupida tersura a medida que iba bajando metros

hacia lo que parecía ser un enorme, un gigantesco y precioso oasis, rodeado de infinidad de
especies vegetales que nunca había visto con anterioridad. Ocupaba toda la distancia hasta

el horizonte, donde un grupo de arco iris permanentes surcaban el aire hacia las alturas

flirteando con una pared brumosa que subía hacia un cielo en el que comenzaban a verse

estrellas que nunca antes habían estado tan luminosas y marcadas de día y del que se

precipitaba una catarata que se desvanecía como una cola de caballo que todo lo regaba. El

lago que ocupaba el centro del magno lugar refulgía con los destellos del prismático telón

de fondo, y la espesura que lo rodeaba prometía solaz, agua, alimento y descanso, todo

cuanto necesitaba en aquel momento.

Allí pensó en el modo en que el destino a veces juega con los hombres, e

instintivamente sacó el pergamino que un día atrás se había mostrado vacío a sus ojos.

Encontró cambios. En sus márgenes había ahora anotaciones que aun aparecían tenues,

pero que sabía que le indicaban que lo que estaba buscando debía estar entre aquella

milagrosa vegetación. Se preguntó si sería tan real como el árbol, si estaba en un sueño…

pero fue feliz por vez primera en muchos días, y aunque sentía la necesidad imperiosa de

descender y meterse entre las plantas radiantes que estuvieron brillando a la luz de los arco

iris hasta tarde primó su prudencia y se quedó a dormir al pie del cedro. Se encontraba

demasiado agotado y cayó en un sopor profundo, en parte bendecido por la paz de saber

que se hallaba en la buena ruta, puesto que tantas rarezas sólo podían ser la puerta que

antecede a un descubrimiento singular. Debía prepararse.

Sin embargo fue un sueño extraño, cargado de escenas que no entendía, de criaturas

espantosas, de dolor…. Un sueño propio de alguien desesperado en un entorno hostil.

Sintió asfixia a veces, y un desencanto febril que le dolía, y del que quiso despertar sin ser
capaz de ello. Ni siquiera así encontraba la paz, y el agotamiento le perseguía como un

gigante con un mazo dispuesto a darle sin piedad.

Amaneció, y se dio cuenta de que todo había sido tan real que conservaba marcas,

escozores…. Los ojos le ardían. Sin duda se había agitado muchísimo a juzgar por el sudor

vertido y el inoportuno cansancio que le inundaba. No es bueno sudar en exceso en el

desierto, y él lo había hecho, y mucho. Más agua perdida.

Miró abajo. Donde estuvo el oasis.

Ya no había nada.

O eso creyó. Lo que sí estaba claro es que toda aquella suntuosidad verde había

desaparecido a la vista, y sólo al bajar descolgándose torpemente por la ladera arenosa,

rodando más que saltando, vio que en medio de la nada, alejado de la vista por la distancia,

imposible de ver desde el árbol pero a no más de una veintena de metros desde donde se

encontraba ahora, se erguía una curiosa planta, una flor, con toda probabilidad aquella que

le habían pedido. ¿Qué otra si no? Cualquiera sabe que no hay flores en los desiertos.

Una flor inhiesta en el centro de lo que había sido un espejismo. Por un momento

pensó que aquella cosa había devorado la visión, pero evitó seguir con el razonamiento.

Era pequeña, casi ridícula entre tanta soledad, pero a la vez un misterio enorme en sí

misma por la multitud de preguntas sin respuesta que de ella surgían. Kamel se arrodillo
justo al filo de un profundo acantilado circular que curiosamente la rodeaba a no más de

dos metros de distancia, un pozo extraño, como todo allí. El sol abrasaba.

Después se tiró de bruces en el filo del hoyo, la arena se desprendía hacia abajo

liberando unas paredes lisas que profundizaban pasada la cornisa. Miró a la planta sin

pensar de momento en cómo llegar, intentando saber qué motivo había hecho a aquel

emisario pedirle semejante nadería de en medio de un desierto mortal como ninguno. No

vio nada reseñable en ella… tallo, ramitas, hojas irregulares, sin belleza ni poesía alguna, y

una flor incipiente que no parecía ser hermosa en absoluto, semicubierta de arena fina

formada de repugnante polvo de cadáver. Sí, no parecía gran cosa, pero en su base estaba

enraizada a una forma de aspecto cónico que se hundía en la negrura del abismo del que

parecía elevarse, un pozo negro que se tragaba aquello que más abajo se mostraba

regularmente cilíndrico y que se ceñía a las paredes sin fondo hasta donde la vista

alcanzaba ¿Qué era? ¿Qué pasaba allí? ¿Qué se le escapaba? Tocó el borde del pozo y

descubrió una textura fría, metálica… indudablemente artificial. Sí, sin duda una

construcción hecha para alojar el misterioso cilindro terminado en punta.

- ¡Un silo!

Resultaba tan indolente la presencia de algo así entre tanta soledad que espantaba, y

Kamel Shamal sintió un repentino miedo, un pánico basado en lo desconocido. Se preguntó

si todo sería tan real como el árbol o volátil como el oasis, y en ello estaba cuando notó el

cambio con un crujido leve en su bolsillo. El pergamino se había contraído.


Por puro instinto lo sacó, tendido como estaba lo miró de nuevo y lo vio lleno de

dibujos y letras, todo menudo y bien plasmado ahora, sin duda un trabajo perfecto de

diseño caligráfico-geométrico. La arena seguía cayendo en el pozo. No sabía lo que era, lo

que representaba, pero desde luego en el centro de todo estaba la cosita que tenía delante,

encaramada a algo que parecía ser la forma puntiaguda. Seguía sin entender nada y

permanecía tirado en la arena mirando los detalles de aquel tallo inútil, pensando y

ordenando sus ideas e intentando discernir la naturaleza del cono enterrado en el agujero de

paredes de metal, cuando percibió la irregularidad de una sombra. No podía ser un ave. No

en aquel lugar. Se giró con poca velocidad debido al cansancio, pero hubiese dado igual,

porque detrás suyo estaba la figura de un hombre negro imponente envuelto en una toga

repujada de oro y pedrería que si hubiese querido hacerle daño hubiese saltado sobre él

como un leopardo cuando más indefenso y cansado estaba. Sí, no le hubiese costado

trabajo arrojarlo al pozo, y casi se imaginó cayendo, golpeando repetidamente contra

aquella cosa mientras se sumergía en la negrura. En lugar de eso le sonreía, y Kamel no

acertaba a entender nada de aquel teatro absurdo lleno de verdades imposibles y

espectáculos que se desvanecían.

- Mis respetos, rey de más allá de las dunas.

- ¿Quién eres tu? ¿De dónde sales?

- Me llamo Turpi Naúm, y vengo de un lugar muy lejano. Soy el último

geómetra. Déjame ayudarte a levantar.

- ¿Geómetra?

- No te extrañe no haber oído antes esa palabra. Verás… fuimos parte de la más

avanzada élite del conocimiento, pero las circunstancias nos eligieron para el exterminio.

Por ello soy el último.


- Pues es curioso que siendo tan inteligentes os dejaseis exterminar, sobre todo

siendo la capacidad de auto protección y supervivencia uno de los logros más finos de la

razón, y más raro aun que nunca supiese de vosotros.

- Eso es porque no fuimos parte de tu mundo, que sin embargo se volvió tan

importante para mi gente que dedicamos nuestro final casi en exclusiva a él.

- Turpi Naúm…no entiendo nada, estoy muy mareado con tantas rarezas desde

ayer. El árbol… mis sueños… esta flor innatural… No sé qué nueva prueba es esta a la que

la locura me somete, pero quizás deberías empezar por el principio.

- ¿El principio dices?... Pues escucha bien porque te contaré una historia densa

en muy pocas palabras. – el hombre se sentó cerca de Kamel, y éste lo siguió, respiró

hondo antes de seguir hablando. - Al inicio de todo hubo un hombre…. Se llamaba Seldon.

Hari Seldon, y era un genio. Se dedicó plenamente a las matemáticas universales, y a lo

largo de su vida consiguió enlazar una serie de cálculos que de repente lo llevaron a las

puertas de un gran descubrimiento. No uno de esos pequeños, que permiten avanzar unos

pasos, sino uno enorme, trascendente, un auténtico cambio de paradigma. Hace

exactamente quince millones de años encontró una fórmula final, una razón matemática

oculta en el mismo entramado del éter que tenía un gran poder para cambia las cosas, y en

base al desarrollo de ese concepto surgió una nueva ciencia a la que llamó psicohistoria.

Una revolución en el mundo de la matemática probabilística.

- Nunca oí hablar de ella.

- ¡Naturalmente que no! Es el secreto mejor guardado de todos los tiempos, uno

de los axiomas sobre los que no se debe mover el cosmos, dado que su conocimiento

falsearía nada menos que la existencia de todo cuanto en él hay. En pocas palabras, la

psicohistoria se basa en el análisis matemático de grandes grupos humanos, siempre

superiores a 75 billones de personas y en su extrapolación al plano de la psicología de


masas, en el cual se desarrolla el trabajo final mediante algoritmos y silogismos para llegar

a un culmen, un resultado final en base a cálculos multi-variable, en los que se tienen en

cuenta situaciones políticas, sociales, económicas y multitud de factores más. Lo que queda

es una imagen social, una radiografía estructural de los sucesos con un porcentaje de

acierto superior al 99%. Al principio, extrapolados los datos a una secuencia temporal,

Seldon y su grupo se dieron cuenta de que en ese culmen aparecía referenciado todo el

pasado de los colectivos humanos a manera de relaciones matemáticas exactas fáciles de

traducir para los pocos iniciados en esa ciencia. Civilizaciones, guerras, éxitos, fracasos,

personajes notables, periodos álgidos…. Todo quedaba allí como si se hubiese leído de un

libro, sin errores, sin fisuras… incluso lo oculto por el silencio y las políticas que casi todo

lo alteran cuando no lo borran. Crímenes no resueltos, intrigas, traiciones y cosas así. Pero

su sorpresa fue aun mayor cuando fueron conscientes de que no sólo el pasado quedaba

expuesto, sino también el futuro hasta sus más remotas prolongaciones, cosa que sólo se

supo obviamente transcurrido un tiempo considerable. Era como un pergamino escrito al

que poner sólo los nombres, un esquema directo de cómo sucederían las cosas, y

lógicamente aquella información no tardó en llegar al poder, que lejos de utilizarlo,

siguiendo pautas políticas alejadas del interés general, decidió hacer caso a los

psicohistoriadores y enclaustrar para siempre semejante conocimiento, enterrarlo lejos de la

tentación de usarlo de modo indebido, pero sin que todo se perdiese. Imagina cuanto poder

daría eso a alguien sin escrúpulos, Kamel. Imagínalo. Así. Sencillamente, y sin que casi

nadie supiese nada, todo el que tenia alguna información del asunto fue debidamente

silenciado, y los psicohistoriadores desterrados sin opción a un lugar alejado, un planeta

insignificante en el confín de la galaxia al que llamaron Términus, y ahí, en el destierro

más controlado que puedas imaginar, fue donde la nueva y proscrita ciencia se engrandeció

para irónicamente no salir de un reducto de menos de veinte kilómetros cuadrados,


custodiada por todo tipo de medidas para tener un control total de lo que allí se movía. No

debía salir nada. Oficialmente todos los sabios que ingresaron en el proyecto de

conservación fueron dados por muertos y a partir de ahí permanecieron en la sombra,

uniéndose entre sí y debilitando inevitablemente su sangre por los siglos de los siglos,

ajenos a la realidad de una historia que se seguía escribiendo con precisión matemática

respecto a las fórmulas que a diario iban cruzándose entre ellos. Aquel mundo fue

cuidadosamente eliminado de toda carta astronómica, de tal modo que su existencia

empezó a formar parte de la leyenda hasta ser olvidado por completo. Nadie pasaba por

allí, y nadie nunca más lo haría.

- Es fascinante lo que me cuentas, pero me resulta un tanto fantasioso ¿Cómo

pueden los números predecir mi futuro? No me encaja.

- El tuyo sólo, como individualidad, no, dado que el ser es impredecible por

naturaleza y su grado de divergencia respecto a las previsiones siempre puede ser del 100%

a simple voluntad, pero sí, como te he dicho, el de cualquier grupo humano superior a 75

billones de individuos, donde las leyes probabilísticas tienen un peso considerable y el

grado de divergencia se reduce a una fracción ínfima. Esa es la premisa esencial para que

los algoritmos funcionen, el número de entidades sobre el cual operan, y de ese modo casi

todo es previsible. No te extrañe que tu mundo esté psicohistoriado también pese a no

contar más que con unos millones de entidades, porque el cálculo se establece en base al

montante humano global, que para tu información supera ampliamente la cifra crítica en

esta parte de la galaxia a la que pertenecéis. Sólo sois una ínfima fracción de esos 75

billones, pero no únicos, por lo cual, sumando el resto de razas estáis sujetos a las

previsiones, aunque ni siquiera conozcáis su existencia. Como te he dicho, mediante las

fórmulas de Seldon, que posteriormente fueron perfeccionadas por otros como Lamar

Henson o Ettorian Fervi, se puede establecer un cálculo de probabilidades certero basado


en los comportamientos de grupos y masas, con unas posibilidades de desviación muy

pequeñas, pero eso sí, siempre y cuando la población objetivo no sepa que está siendo

analizada. Mientras más individuos, mejor, y por ello pudimos predecir con el cien por

ciento de acierto el estado de la bestia llamada humanidad hasta el punto de decirte que no

cometimos un sólo error. No, amigo mío, con vosotros hemos sido infalibles. Desde luego

no salen nombres en nuestros cálculos, pero si hechos y personajes conformados por

variaciones en las ecuaciones a los que el futuro se encarga de revelar con posterioridad. Es

como decir que todo está escrito, pero no con letras, sino con números

extraordinarios.

- Un poder digno de Dios.

- Bueno… dijérase que es como si al final el hombre le hubiese arrebatado

a Dios su guión, si.

- Entiendo. Pero no puedo comprender algo… ¿Cómo puede estar todo

prefijado si las cosas son susceptibles de cambiar a poco que yo mueva mi mano derecha

en lugar de la izquierda? ¿No existía algo llamado efecto mariposa? ¿Cómo es posible que

no se pueda violar el devenir de las cosas?

- Verás. Al principio Seldon averiguó algo. Si se introducen variaciones en

determinados parámetros de la ecuación, como por ejemplo alterar un hecho, la

ramificación de alteraciones sucesivas encadenadas se extiende como una oleada

modificando todas las demás variables de manera radial en su camino, con lo cual en

efecto, si cambias algo, todo cambia, pero lo novedoso que descubrió es que para tu

sorpresa la ecuación tiende a estabilizarse después de un número máximo de veintitrés

ciclos, y observa que he dicho máximo. Esto es así porque según la profundidad del cambio

son necesarios más o menos de ellos. Cada ciclo sería lo equivalente a una de esas oleadas

hipotéticas de reajuste respecto a la alteración inducida.


- ¿Y qué ocurre entonces cuando se alcanza esa cifra de ciclos?

- Si es necesario llegar al último un gran giro en el cálculo se produce, y sucede

algo en el mundo real como por ejemplo una catástrofe aparentemente aleatoria, una

guerra, una revolución global o similares. Cada vez que vemos algo que afecta a millones

de vidas y un fenómeno masivo se realiza no es más un ajuste en las curvas probabilísticas

para corregir la desviación anterior infringida por variaciones en las fórmulas originales y

así llegar al mismo fin, con lo cual todo se estabiliza y el futuro lejano permanece

inalterado.

- ¿Y todo eso es en verdad aleatorio? Quiero decir… esos reajustes… ¿no están

orquestados?

- No. Se producen mediante un mecanismo que hemos sintetizado

matemáticamente mediante algo que llamamos la espiral de Strauber en homenaje al

descubridor de su fundamento, Ethan Strauber. Estableció que los componentes de este

macrocálculo están dispersos e inactivos en el éter anisotrópico numérico, contando, como

su nombre indica, con diferentes propiedades según el eje de simetría alrededor del cual se

mueva. Esto quiere decir que todo ser está sujeto a un eje exactamente simétrico a sus

coetáneos, los elementos que comparten con él espacio y tiempo, y que señala en dirección

al flujo temporal, absolutamente lineal e inalterable en sí, la espina dorsal de las cosas.

Cuando todo está en su correcto devenir, el eje está en una posición no alterada, apuntando

hacia el momento correcto y por tanto sin aportar inestabilidad al sistema, pero cuando los

acontecimientos hacen que se separe de la línea básica provocan su desviación y

consiguiente asimetría con el resto de los elementos de su tiempo con los que interactúa,

sus coetáneos, de manera que la geometría del conjunto se destruye y se genera lo que

llamamos la espiral de Strauber, un torbellino formado por esos entes con simetrías

alteradas que crece en proporción hasta sobrepasar la propia masa crítica, el límite para su
cohesión angular. Entonces se colapsa, se deshace y sus elementos se dispersan, pero en esa

dispersión las fuerzas han dirigido de nuevo los ejes erróneos y re ensamblado los

componentes mediante cambios muy bruscos. Todo recupera su estado de equilibrio sin

importar las consecuencias. Esta maravilla siempre sucede antes del vigésimo cuarto ciclo.

- Un cataclismo.

- Un estallido de creación o de destrucción, según se mire, pero básicamente

una puesta en orden de todo el sistema predefinido.

- Luego todo está escrito y es inalterable…

- Los grandes hechos si. Sólo los pequeños admiten diferentes variantes, porque

en el fondo son tan nimios que no cambian nada.

- ¿Vosotros veis todo eso con números?

- No. Los números no los ve nadie de otro modo que no sea en su interpretación

lectiva, pero es verdad que engloban todo cuanto ves. Nosotros veíamos el cálculo que

soportaba toda la estructura de la realidad, algo así como cuando miras un andamiaje de

construcción rodeando al edificio. Esos hierros y sus ensamblajes son las ecuaciones

psicohistóricas.

- Entonces todo lo que veo….

- Está en esos números. Si. Y son inamovibles hagas lo que hagas en lo que

respecta a un fin trascendente dado. El universo entero cabalga hacia algo trascendente que

no se puede cambiar, su propio fin, aquello para lo que de algún modo fue hecho.

- ¿Cuánto tarda en estabilizarse de nuevo el futuro después de un cambio?

- Buena pregunta. Veintitrés ciclos, como te dije, pero eso en el mundo real

puede ser una longitud con muchas medidas. Depende de factores de fuerza externos. Baste

decir que puede ir desde unos minutos hasta varios millones de años, según la energía que

englobe y que requiera para realizarse. Se consume una ingente cantidad en esos estallidos,
a veces la misma o más que hay en el corazón de una supernova si el cambio es muy

grande.

- Turpi Naúm… Antes has sugerido que el Universo fue hecho… ¿Sabéis

vosotros quién escribió la fórmula original?

- Nunca lo supimos, y es una de nuestras decepciones más grandes. Viajamos al

pasado tan lejos como pudimos, pero siempre hallamos que nuestra capacidad quedaba en

entredicho al llegar a los estadios iniciales, a los momentos más primitivos, cerca del inicio

mismo del tiempo.

- ¿Por qué?

- Encontramos un espacio dimensional con valores inferiores a cero, y todo el

entramado se nos cayó entre los dedos como un puñado de esa arena. Nada valía allí.

Intentamos convertir las ecuaciones en negativas, pero la red algebraica era tan densa que

no supimos hacerlo sin cambiar la fisonomía del esquema, con lo que dejaba de ser

efectivo. Todo lo que demostradamente funcionaba en nuestro lado no era aplicable allí

abajo, de tal forma que algo se nos escapaba una y otra vez. Finalmente abandonamos,

aunque un sector muy específico de la Fundación invirtió siglos en abrir ese camino,

aunque sin resultado. Era casi una religión.

- ¿Y qué pasó después de que fueseis desterrados a aquel planeta? ¿Qué

hicisteis con este potencial tan tremendo que teníais entre manos?

- La Fundación Psicohistórica, que así se llamó, trabajó en el anonimato más

pertinaz, sólo siendo consultada por los poderosos más elevados alguna que otra vez en

riguroso secreto, pero desprovista de privilegios y alejada de cualquier conducto natural

que acercase su misma existencia a la calle corriente. Fue aislada como una enfermedad, un

virus que amenazaba con sus revelaciones socavar la base misma de la sociedad, que no es

otra que su propia incertidumbre. Sí, el humano necesita de la probabilidad para vivir, de la
sensación de que es dueño de sus actos, y no que todo está impreso en un entramado

matemático que no puede alterar. Si alguien sabe con certeza todo sobre su futuro y lo

constata día a día, sin excepción acaba devorado por su propia psique, y eso obviamente se

puede trasladar al colectivo, que necesita la sensación de que en el fondo es libre, aunque

no sea cierto. Las alteraciones que hubiesen inducido en el continuum espacio-tiempo el

conocimiento de nuestra existencia hubiesen sido tan graves que todo se hubiese

desplomado, produciéndose un colapso a nivel de civilización. Es por ello que se optó

prudentemente por mantener semejante ciencia en el anonimato, salvaguardando al hombre

del caos. Pero en ese anonimato creció y se enraizó, alimentando una biblioteca del futuro

que no dejó de expandirse, una detallada secuencia temporal de las cosas por venir. En

Términus todo estaba organizado, y acabó habiendo niveles para cada época, pasada o

futura, con escaso acceso al conocimiento final para nadie que no fuese de la cúpula

analítica, a la que sólo se ingresaba a través de años de dedicación plena, una vida de

ascetismo matemático en términos cuasi-sectarios. Yo, como te dije, era geómetra, algo así

como un elemento simple de una gruesa cadena, y mi trabajo consistía en desarrollar las

variables que desde arriba me daban para ir encajando sólo algunas de las piezas del vasto

puzzle. Las estudiaba detenidamente de acuerdo con una parte precisa de las fórmulas

secretas que me era revelada (nunca conocíamos el resto) y elevaba mis resultados al sitio

debido, donde alguien más elevado que yo los unía a otros trozos para crear una imagen

matemática precisa del futuro que se estuviese visualizando y que nunca nos era desvelado

a los de abajo. Ya con los datos bien precisados se daba el material a los escribas, gente al

margen del resto, pero también sometidos a una vida férrea, y se procedía a archivar todo lo

reseñable sobre el devenir en un nuevo capítulo de la enorme librería física subterránea,

donde esperaría pacientemente hasta convertirse en pasado sin que casi nadie la usase para
nada por miedo a destruir el antropocentrismo humano. Una biblioteca escrita en el

elemento más duradero: la roca viva.

- Así que con el fin de preservar el espíritu libre sólo los más grandes de la

organización conocían las líneas maestras de ese devenir y todo quedaba silenciado.

- Correcto. A veces, como te he comentado, algún gobernante del más alto nivel

se acercaba a consultar para asegurar la pureza de sus decisiones, eso era cuanto se hacía

con aquel tesoro, pero nada más, y siempre de manera muy filtrada. No hace falta que te

hable de las implicaciones filosóficas que tiene el hecho de saber todo lo que va a ocurrir,

¿verdad? Habíamos dado nada menos que con las líneas maestras del tiempo y sus

acontecimientos, pero eso no servía para nada más que alimentar páginas y páginas de

certezas que nadie miraba por puro terror a enfrentarse a una obra que era capaz de

empequeñecerlo tanto. Fue todo un logro. Pero cuando más entusiasmados estábamos,

cuando nos creíamos semi-dioses, y habíamos ya olvidado nuestra capacidad para sondear

los orígenes de todos los ejes de simetría surgió un imponderable excepcional, nuestro

segundo desafío.

- ¿Cuál?

- Evidentemente poco a poco fuimos avanzando en el futuro, alejándonos cada

vez más del presente de turno y deslizamos a un lado el velo que lo ocultaba para observar

con certeza todo cuanto iba a suceder sin la menor duda. Cotejábamos nuestros cálculos

con la realidad, y no diferían salvo en las cosas menores que te he explicado. Respecto a

este planeta, hallamos periodos de vacío, debido a enormes exterminios que abocaban al

hombre a nuevos inicios, pero superamos siempre la negrura hasta enlazar con épocas

nuevas. Tus antepasados han conocido muchas épocas oscuras, Kamel. Fuimos muy

temerarios en el estudio, impulsados por una sed que crecía y crecía hasta devorarnos, pero

justo cuando lo creíamos todo controlado y bajo un perfecto dominio nos encontramos con
una barrera, un muro infranqueable detrás del cual ya nos fue imposible continuar. Igual

que nos ocurrió abajo, allí arriba las fórmulas no funcionaban tampoco, y no era por

tratarse de un espacio negativo como en la otra dirección ni nada parecido. Todo era

normal en apariencia, pero sin embargo el cálculo se detenía una y otra vez. Al principio

pensamos que se trataba de un error, después llegó la idea del cambio de teorema,

propugnada por Tannhauser y los suyos, que decían que sólo había que cambiar los

modificadores porque sencillamente el universo estaba evolucionando en ese lugar, pero lo

único cierto es que no fuimos capaces de traspasar el fenómeno a pesar de intentar burlarlo

por diferentes medios, cada vez más sofisticados matemáticamente hablando. Y fuera lo

que fuese, sucedía exactamente aquí, en este lugar. No sabíamos por qué, pero todos los

caminos del resto del cosmos conducían a este sitio, este planeta azul perdido de las rutas

habituales. Acabamos muy desmoralizados por el revés, puesto que de algún modo

divisábamos el final del tiempo tal como nosotros mismos lo habíamos sintetizado, y no

entendíamos el motivo.

- ¿Y qué fue lo que pasó?

- No lo sé aún. Lo único cierto es que ya no pudimos continuar porque algo

bloqueaba el acceso a más allá de ese día, que se convirtió en la bestia negra de la

Fundación Psicohistórica, el tabú alrededor del cual sólo un puñado de nosotros estudiamos

y estudiamos.

- ¿Y cuando era eso?

- ese muro estaba situado en el siglo 150.000, contando desde el inicio de los

cálculos.

- Eso es mucho.

- Eso son exactamente 15 millones de años. El tiempo que hace que se inició la

Fundación.
- ¿Lo cual significa…?

- Que el siglo 150.000 es éste. No sé aún por qué, ni de qué modo, pero te

puedo asegurar que aquí se va a dirimir el todo de las cosas.

- ¿Aquí? Podría ser en cualquier otro lado, ¿no?

- No. Hasta ahí sí llegamos. Incluso tu presencia estaba predicha. Las cuentas

acaban en este lugar, guerrero. Pero a partir de hoy…. A partir de esta noche ya nada se ha

podido ver. Todos los caminos psicohistóricos terminan en este sitio… dentro de un

miserable puñado de horas.

- Si es cierto lo que dices; ¿dónde estamos? ¿Qué es este lugar?

- No lo sé. Lo investigamos a conciencia, créeme, pero no llegamos a nada que

nos aportase una pista, salvo un antiguo emplazamiento militar. Soy, como te dije, el

último geómetra, el destinado a observar los cambios. Mi fundación es más vieja que la

mayoría de las cosas, y nos hemos perpetuado para llegar aquí y ahora, porque lo único

cierto es que más allá de él ya no hay futuro.

- ¿La nada?

- Puede.

Ambos miraron aquella flor menuda sobre la cúspide del cono surgiendo de su

agujero negro en medio de las arenas blancas. No parecía tener el menor interés salvo su

rareza, pero alrededor de ella no sólo se redibujaban las líneas perdidas de un documento

extraño en la mano de un guerrero legendario, sino que desaparecían todas las que

sustentaban el futuro en las ecuaciones del último geómetra de una larga estirpe de

matemáticos desterrados.
- Enigma.

- ¿Qué?

- Así se llama la flor.

- ¿Cómo lo sabes?

- Acaba de aparecer escrito en el pergamino.

- ¡Debe significar algo!

- Sí, seguro que sí. Esa flor es el último misterio. De hecho… ¿Qué hacemos tu

y yo aquí?

- Sólo esperar, guerrero. Esperar que el tiempo nos engulla o nos aclare.

- ¿Sabes? Creo que conoces más de lo que me has contado.

- Siempre se sabe más de lo que se cuenta, es ley de vida.

- ¡Tú sabes qué es esa flor! ¿Verdad?

- Yo… No lo sé, no. O quizás sí, pero en el fondo me da miedo saberlo. Sólo es

eso.

- Si no me dices más la arrancaré del suelo cuando halle la manera de llegar a

ella.

- ¡No hagas eso!

- ¿Por qué no? Teniendo en cuenta que no habrá amanecer, ¿qué puedo temer?

- Quizás su tallo contenga la raíz del mundo.

- No entiendo eso.

- Una vez, en Términus, uno de los viejos maestros me contó una historia. Era

hermosa. Trataba sobre una flor, quizás como esta, y de un hombre perdido, quizás como

cualquiera de nosotros. Hombre y flor se encuentran, flor y hombre, en medio de un lugar

vacío. Justo como este. Entonces el hombre se sienta ante la flor y la mira. No era especial

ni hermosa, igual que esta, y su presencia era un completo insulto al sentido común….
Como aquí mismo sucede. Después de largo rato dirimiendo llegó a la conclusión de que

por su propia improbabilidad lo lógico era acabar con aquella aberración para conseguir la

normalidad y escapar de los pensamientos que no lo dejaban en paz, puesto que en su

cerebro matemático, obediente a lógicas inapelables, la confusión era notable y se

atormentaba. Horizontes muertos en paisajes vacíos… esa era la norma, la excelencia, por

fea que pareciese. Y arrancó la flor. Entonces, después de un gran temblor en el que se

agarró al tallo cortado, todo cuanto era el mundo se desplomó alrededor del hombre, y nada

quedó. Sólo el tallo inhiesto en medio de la nada más terrorífica, desprovisto de su flor fea,

que estaba en la mano del hombre que lloraba. Al arrancar aquella rareza imposible había

acabado con la esperanza, y el futuro dejó de serlo para siempre, yéndose como por un

sumidero. No arranques eso, Kamel. Sea lo que sea es más que una flor. Es tan improbable

donde está situada que de ella depende algo que aun desconocemos.

- ¿Y cuanto hemos de esperar para que nos sea revelado su secreto?

- No más allá de las tres de la madrugada, la hora donde está la barrera. Pero

una cosa sí que sabemos.

- ¿El qué?

- Que hay alguien más muy interesado en ella – dijo señalando con su índice al

pergamino en la mano de Kamel Shamal.

- ¿Quieres ver el pergamino? Eso podría ser una pista para…

- ¡No! No quiero verlo. Ese es tu destino, y tendrás que vivirlo en soledad.

- Turpi Naúm… ¿de veras puede ser el último día? ¿No es una fábula?

- Sólo se lo que ya te he contado.

- ¿Y el cono sobre el que reposa? Esa cosa que emerge del abismo y que ni la

arena se atreve a rozar… ¿Qué es?

- Un mero resto de la insolente estupidez humana.


- No entiendo.

- En el pasado los tuyos descubrieron el átomo, y no siempre hicieron buen uso

de él.

- ¿Y cómo es eso?

- No sólo lo utilizaron para el bien y el progreso, sino que crearon armas,

concentraron un poder similar al del sol en un punto de tal modo que lo destruía todo

disgregando hasta las partículas. Era horroroso, y lo peor es que siempre hubo gente

dispuesta a usar esa atrocidad. Para llevar esas armas hasta sus enemigos, tus antepasados

las montaron en la punta de flechas de acero que cabalgaban sobre el fuego, a las que

llamaron missiles que alojaron en agujeros enormes en el suelo, para protegerlos del

enemigo. Eso de ahí abajo es uno, y créeme: no hay nada más letal. Pero no pienses en ello,

sino en la ironía que puede significar que esa florecita inocente esté en la punta de un arma

tan terrible.

- ¿Qué hace ese arma enterrada en el desierto?

- Ya te dije que esto fue hace miles de años una instalación militar. No fuimos

capaces de averiguar mucho más, si bien alcanzamos a ver su procedencia, e incluso el día

en que fue metida en el silo, pero desconozco el motivo por el que el destino la ha

preservado hasta hoy casi intacta. Hay respuestas que sólo serán desveladas el último día.

- ¿Esta noche?

- Eso supongo.

- Pues entonces miremos el ocaso en paz. Ya sabremos qué hacer.

- Me temo que no será tan fácil. Tenemos compañía. – dijo señalando a la

distancia.

- Ya veo. Pues deja que hable yo – respondió Kamel Shamal con los ojos

puestos en la cresta de la duna. – Al fin y al cabo, aun es mi mundo.


Se veía la forma inconfundible de un hombre del desierto, cubierto con una túnica y

turbante. Toda su ropa era de color negro, algo muy impropio para el calor extremo, y a

medida que se acercaba se notaba ricamente bordada en hilo de plata. Su caminar era

poderoso, grácil, habituado a las arenas, y sin saber por qué ambos hombres notaron un

escalofrío al cruzar la mirada con aquel par de ojos rasgados.

- Saludos. Mi nombre es Mörter.

- El mío Kamel Shamall, y mi compañero es Turpi Naúm.

- ¿Kamel Shamall? Por fin te encuentro.

- ¿Me buscabas?

- Sí. Te buscaba sin seguridad de encontrarte, pero el destino me ha llevado a ti,

como sin duda debe ser. Vengo a asesinarte.

- ¿Cómo dices?

- Comprendo tu sorpresa, y entiendo que te sientas violento, rey, pero no dejes

que la duda te engañe, porque lo que has oído es real. Soy un assassin, es mi trabajo y

alguien me ha pagado para acabar con tu vida. Es lo que voy a hacer, pero antes espero que

me ofrezcas un poco de agua. Estoy muy sediento.

- Hablas con demasiada certeza, hombre del desierto. He combatido en mi vida

con centenares y pocas veces me he visto en las cercanías de la muerte. Además… ¿por qué

tengo que dar agua a quien dice venir a segarme la vida?

- Porque querrás saber quien me envía y así morir en paz.

- Esto es una locura. ¡Sabes que intentaré detenerte!

- No puedes, hombre. Nadie podría hacer eso ¿Acaso no has oído hablar de los

assassin?
- Sí, claro que he oído. Vuestro linaje, ese al que dices pertenecer, se remonta a

miles de años. Desde siempre habéis sido el brazo ejecutor de los poderes que mueven el

mundo, haciendo vuestras ruines tareas sin dejar rastros, como una sombra… Se dice que

nunca un guerrero de ningún tiempo o lugar estuvo tan preparado para quitar la vida como

el más débil de vosotros.

- Así es, rey. Luego debes saber que ya estás muerto. Sólo mi momento de

descanso te mantiene con vida.

- Ya. El sueño de la alimaña ¿Pero por qué?

- Eso no me compete saberlo. Sólo me dan un nombre, nada más. Lo demás

corre de mi cuenta ¿Me das agua o no?

- ¿Mi agua a cambio de unas horas más? ¿Es eso?

- No. Cuando acabe contigo podría beber cuanto guste. Tu agua sólo como

gesto de cortesía.

- ¿Te das cuenta de lo ridículo que es todo esto?

- Puede que sí, pero sin duda habrá razones para ello. Yo no las pregunto.

Kamel le tendió el poco de agua que aún le quedaba. El assassin bebió un par de

tragos y se sentó a dos metros de su víctima mientras se quitaba el turbante. Cuando

descubrió su rostro dejó ver un aspecto de no más de treinta años, muy joven para lo que

ambos esperaban. Tenía incrustados en el hueso de las falanges de sus manos las míticas

púas de platino, dos por cada dedo, su marca distintiva, y con las que solían causar estragos

en el cuerpo a cuerpo, cortando trozos de carne de sus víctimas sin compasión. Se les

introducían las púas cuando acababan el entrenamiento, después de quince años de

aprendizaje, y ya quedaban marcados para siempre, formando parte de una élite como

ninguna.
- Mörter, ¿de dónde vienes? ¿Cómo me has encontrado?

- Vengo de Sum, la de los pilares del cielo.

- He oído hablar de ella, pero… siempre creí que se trataba de un mito, una

fantasía. La vieja ciudad de los dioses, la que dicen que pervive más allá de los

acontecimientos del mundo. Sí, creí que se trataba de un mito,

- Pues ya te digo que no. No está lejos de aquí, pero no sabrías orientarte en este

desierto. Es cambiante y muy especial con quienes se atreven a hollarlo.

- Ya me he dado cuenta de ello.

- Me preguntabas cómo te he encontrado… y la respuesta es sencilla. No lo sé.

- ¿Cómo?

- Que no lo sé. Sólo recuerdo haber salido por las puertas de la ciudad y ya tenía

conocimiento exacto de dónde te encontrabas. Al veros mi única duda era saber cual de los

dos era mi objetivo.

- ¿Y lo dices así, sin más?

- Siempre ha habido asesinos, lo sabes bien. La única diferencia conmigo es que

yo no lo oculto, así que no te extrañes.

- ¿Quién te envía?

- Tu no le conoces, pero el a ti si, y mucho. Se llama Valek. Controla de algún

modo los destinos junto con su grupo de inmortales, y parece ser que hay algo en ti que lo

enerva especialmente.

- ¿Y por qué?

- No lo sé, pero le juré tu muerte hace cinco días cuando compró mis servicios

en el templo y me pidió que te eliminase al lado de esa flor.


- ¡Hace cinco días yo ni tan siquiera sabía de la existencia de esta planta por la

que me encuentro aquí!

- Yo no se nada de eso, pero sí que todo está escrito, Kamel Shamall.

- Y dime, mi innoble Mörter… dado que sabes tanto… ¿estás al corriente de lo

que está a punto de suceder aquí esta misma noche?

- No, ni tengo la más remota idea de a lo que te refieres, pero eso ya no debe

preocuparte, porque sea lo que sea tu no lo verás.

- Pues me temo que incluso para ti no será tan sencillo sostener esas palabras.

De repente, mientras el Sol jugaba con el horizonte y sin saber cómo ni por qué el

cielo pareció cambiar de color y los tres hombres sucumbieron a un sopor del que no

pudieron zafarse, pese a que por diferentes motivos pretendían estar en permanente

vigilia.

Nadie supo cuanto se prolongó el sueño, pero lo que sí sucedió es que despertaron

a la vez, y que donde antes eran tres ahora se contaban cuatro.

Una bella mujer estaba sentada en la esquina que faltaba para completar la forma

de un cuadrado perfecto del que se habían dibujado en la arena las líneas a la manera de

profundos surcos. Cuando se soltó el pelo todos se admiraron de que en verdad su piel

parecía resplandecer. Sus ojos eran distintos, de un color extraño bajo aquel pelo negro,

y los labios gruesos dejaron salir palabras con suavidad sin darles tiempo a pensar.
- No os preocupéis por nada. Yo os he hecho dormir, pero estáis a salvo de todo,

incluso de vosotros mismos.

- ¿Quién eres tu? ¿Cuál es tu nombre? – inquirió Kamel, el primero que se

atrevió a hablar.

- Mi nombre es Elipsia, y todos estáis aquí por mí.

- ¡Aclárate, mujer!

- Yo os he convocado.

- ¿Tu?

- Sí, Kamel Shamall. A ti te di una misión para salvar a tus hombres, te hice

llegar un pergamino sin valor que sólo ha servido para distraerte y acercarte a este lugar al

encuentro de tu futuro. Has mostrado nobleza, arrepentimiento, y mereces mi respeto, pese

a haber dejado al mundo sin rey para satisfacer tu ansia de conocer las grandes respuestas.

He de decirte que tal como te prometí mediante mi emisario tu ejército está ya a salvo,

camino de casa guiado por mis sirvientes. Sé que eso te gratificará, pero aun tenemos una

cuenta pendiente. Respecto a ese pergamino que llevas en la mano, ya puedes desprenderte

de él, porque ha hecho su función y no hay nada más en su rugosidad que merezca

atención. En cuanto a ti, Turpi Naüm, representas a un grupo selecto de inteligencias

ególatras que creyó poseer secretos aun inviolados y se deslizó en las sombras de la

matemática, pero sólo hasta donde alguien os dejó sin que os dieseis sin cuenta, porque

desde mi posición conozco y veo todos los caminos. Sin embargo nunca hemos visto lo que

oculta celosamente, porque no se nos han dado los cálculos necesarios para traspasar las

barreras, pero has de saber que hay números que no podéis intuir desde vuestra faceta

humana, los únicos que abren el acceso a las fechas que ya no pudisteis sondear. Debéis

evolucionar mucho aun, como los míos y yo hicimos mucho antes que vosotros. Llegasteis

muy lejos, pero como ves al final os habéis plantado justo donde yo quería, en mi puerta,
un amplio lugar entre los comienzos y este para vosotros desconocido siglo 150.000. En

cuanto a ti, Mörter, nada más puedo decir salvo que tu desprecio por la vida humana es tan

grande que me causas repulsa. Toda una existencia dedicada al arte de matar… eso es

mucho, y te ha permitido conocer las exquisiteces de lo oscuro. Aceptaste acabar con este

rey sin preguntar, y lo hubieses hecho sin dudarlo pese a que es un hombre grande de

verdad que te ha dado a beber su agua. En tu condición actual no mereces vivir, y si estás

aquí es sólo porque sintetizas lo peor del hombre y en ti ejecutaré mi ira hasta que me sacie.

- Hablas con gran dureza, mujer, pero somos tres contra uno y seguro que

podemos detenerte de algún modo. No creo en ti. – dijo Turpi Naüm.

- No seas soberbio, geómetra. Ni un centímetro avanzaríais sin mi

consentimiento, y si tan inteligente te crees deberías ya intuir lo que aquí está pasando.

Pero esto no te lo dijeron tus ecuaciones, por eso estás perdido, ¿verdad? Es fuerte tu

insolencia – El hombre probó retador a acercarse a la mujer, pero no pudo moverse en su

dirección. Tuvo la sensación de que un muro de cristal los separaba, y ante eso se dio

cuenta de que en verdad estaba ante alguien de un gran poder. No entendía nada, pleno de

confusión, y bruscamente se notó debilitado ante la ausencia de futuro, pues se había

acostumbrado a conocerlo de antemano y moverse con ventaja. Desconocía lo terrible del

azar hasta ese momento, porque aunque estaba allí, en la encrucijada de los tiempos,

siempre pensó que llegado el momento podría solventar la situación.

- ¿Para qué nos has citado? Debe haber un motivo.

- Para cambiar el rumbo de todo. Los tres representáis cosas que no quiero: Tú,

Kamel Shamal la valentía intrépida, arrogante y temeraria, el arrojo sin cabeza, pies ni

fundamento, ese ansia que ha hecho que personas y pueblos vayan al precipicio

obedeciendo a sus líderes con el placebo del falso deber. No es propio de un hombre que se

preocupa por los suyos, y sí en cambio característico de aquellos que sólo persiguen su
propia grandeza a cualquier precio. Confío en hombres como tu para llevar adelante los

pueblos, pero has fallado, te has corrompido sucumbiendo a ti mismo, y ahora has de

pagarlo porque preciso de otras formas de dirigir en tu tiempo. Es el único modo de que

esta raza tenga una oportunidad. – La bella mujer miraba con ojos compasivos, pero duros

a la vez en su rostro resplandeciente.

- Naüm, tu representas la prepotencia, la estupidez de creer que los designios

del universo pueden ser entendidos por mentes orgánicas simplemente apilando un grupo

de formulaciones complejas, como la ciencia ha pretendido sin más, obviando la necesidad

de algo que ordenase los principios, e incluso negándolo. Ni siquiera en mil existencias

habéis sido capaces de discernir la más mínima de las constantes fundamentales en la densa

niebla, pese a lo cual os habéis atrevido a rivalizar con el concepto mismo del constructor

del cosmos. ¿De verdad pensabais llegar tan alto como para mirar a los ojos de mentes

capaces de entender lo que veis? Todo es uno cuando se asciende, Naüm, e incluso mil

cerebros funcionan como uno solo para formar una idea común que desarrollar, del mismo

modo que ves en una colmena. A tu raza le han faltado épocas para llegar a eso, muchas, y

lo peor es que ni siquiera lo habéis presentido. Y tú, Mörter, eres un asesino de la más

profunda caverna moral, el lugar donde reposa lo negro del corazón humano. Representas

la vileza que no deseo y que hay que extirpar a toda costa. Os he traído juntos, en

representación de este universo a mi flor del destino, de la que un día surgió la vida, para

que conozcáis el significado de una sola palabra.

- ¿Y cual es, mi señora? – dijo el assassin arrodillándose y agachando la cabeza

en señal de sumisión, sometido al esplendor creciente de la dama, que cada vez brillaba

más a la vez que misteriosos orbes de color comenzaban a dar vueltas a su alrededor.

- Astensiáyime – los tres hombres se miraron intercambiándose gestos

negativos.
- No lo oímos antes ¿Qué significa?

- Naturalmente que no la habéis oído. Cuando mi raza pobló el cosmos a través

de los agujeros de gusano precisó de esa palabra para seguir adelante, porque hubo un

momento en que ya no había más barreras que abatir, por lo que el ansia desapareció.

- ¡Esperanza! ¡Esa palabra debe significar esperanza!

- No, pero te has acercado, y eso me enorgullece… hijo mío. Astensiáyime es

una expresión conceptual que engloba la necesidad de un objetivo común, por pequeño que

sea, y su búsqueda colectiva a través de la fe y la pureza para mantener siempre la

esperanza de lograr algo nuevo que satisfaga el hambre perenne del alma que cada vez más

se eleva merced a un avance que casi escapa al control.

- Lo que quieres decir es que tu raza llegó tan alto en ese conocimiento que su

hambre insaciable desapareció…

- Exacto, y fruto de ello muchos perecieron.

- Luego, fuisteis mortales, como nosotros ahora…

- Sí.

- Te entiendo. Es justo lo que ocurre ahora aquí, en este mundo, que se está

quedando sin horizontes y eso causa la pereza del conocimiento.

- El aprendizaje de las razas es duro, Kamel. No es cosa de mil, ni de diez mil

años. Dura a veces millones de épocas, y su enseñanza no es secuencial, sino que obedece a

la activación de pautas que van encriptadas en el ADN primordial que los padres creadores

programaron en todos vosotros, e incluso antes en mí, cuando era de carne. Cuando una

raza llega a su siguiente escalón evolutivo, evoluciona. De lo contrario, resiste como sea o

perece, se extingue y todo queda en un intento fallido más dentro de los mil millones de

civilizaciones en evolución que componen ahora mismo el corazón del universo. La vida es

sólo una carrera de relevos en pos de algo que nunca se llega a ver, pero si los pasos se dan
bien, sabemos que alguien al final llegará a la verdad, al fin misterioso de toda esta

maquinaria sorprendente que lideramos.

- ¿Y por qué los ciclos? ¿Cuál es su función?

- Muchas de esas razas que pueblan el universo os llevan la delantera, han

pasado al siguiente nivel y os esperan, más sin saber si llegaréis. Todas están ahí porque

han sabido solucionar sus grandes problemas y buscar el modo de acercarse a las estrellas,

olvidando sus diferencias y caminando a bordo de su mente común. Nada ha sido diferente

para ellos, e incluso para nosotros a como lo es para vosotros. Aquí, en este planeta, los

ciclos son vuestro primer examen, vuestra forma de ascender en el escalafón. Sólo

superándolos podréis llegar al firmamento, pero mientras no os unáis para estabilizaros no

alcanzaréis la tecnología y el espíritu que precisáis para salvaguardaros en esta caja oscura

llena de filos cortantes en cuyo interior os movéis espasmódicamente y que llamáis Tierra.

Las leyes de la vida son iguales en todas partes y a todos los niveles, dado que es el modo

de que sólo los más fuertes sobrevivan y lleguen arriba, donde los demás esperamos para

dar el siguiente salto evolutivo, pero eso habrá de ser en una gran comunidad. Es por ello

por lo que las razas más antiguas, ya liberadas, velamos por las más precoces. Os

necesitamos… pero no de cualquier manera. Hay que hacer las cosas bien.

- Pero tampoco conocéis a dónde vamos…

- No.

- Elipsia… Debes tener confianza en nosotros. ¡Estamos en ello! ¡Hemos

sobrevivido al Gran Golpe, y lo haremos al siguiente también si nos concedes el tiempo!

¡así podremos ayudar!

- No está en mi mano concederos más tiempo a nivel global, pero sí asegurarme

de que haréis las cosas de la manera adecuada, y es por ello por lo que induzco los

cambios. Por si no te has dado cuenta, habéis quedado tan marcados y anquilosados por
vuestra epopeya que apenas sois capaces ya de avanzar. El legado no ha pervivido en

vosotros, y por ello estáis tan perdidos.

- Te entiendo, y es posible que el golpe no haya sido superado del todo, pero

llegaremos al próximo ciclo preparados para resistir. ¡Esta vez sabemos a dónde vamos!

- Los cruces, el deterioro de las especies… todo tiene un final, y esto también.

Se han mezclado y remezclado tantas veces la fantasía y el deseo que el resultado es una

mescolanza de banalidades tópicas que ya ha perdido todo su valor. Por ello tengo mis

dudas sobre lo que sin duda es tu voluntad.

- ¿Y acaso el humano es tan infinitésimo que incluso su existir está ligado a

la eternidad del mismo modo que un esclavo a la mano que lo fustiga?

- ¡Pobre hombre…! ¿Pero cuando mereció más que vivir sus días a cambio

de la mísera entrega de algo de su ilusión?

- Alguna vez debió ser así.

- Y entonces… ¿cómo crees que habéis gozado de eras para vivirlas desde

el principio? ¿Acaso porque sois espléndidos? Antes erais plenos, sonreíais, amabais y

os entregabais con fuerza a una causa. Todo eso ha desaparecido de tu mundo, no

queda nada. Nacíais y moríais dejando un reguero de sueños, de ilusiones que

excitaban mi interior cuando os observaba y me animaban a pensar que algún día lo

conseguiríais. Ahora sois rancios, caducos… Estáis a un paso de la nada más absoluta,

tan sólo porque conocéis perfectamente vuestro destino.

- Bien… Tu eres grande y esplendorosa, perfecta y sabia, en tanto que nosotros

somos aun meros humanos. Me gustaría poder convencerte, pero creo que lo tienes claro

¿Y qué vas a hacer? ¿Qué vas a cambiar?

- El cambio que voy a inducir consiste en vosotros. Los tres vais a dejar de estar

en este mundo. Sin ti, Kamel, el destino de tu reino seguirá adelante con la enseñanza de
que un rey pleniportenciario pecó de vanidad y acabó perdiéndose en las dudas allá donde

las arenas matan. Tus sucesores no cometerán ese error y avanzarán centrados en el futuro,

sin inmiscuirse en preguntas que aun no han de ser respondidas, todo ello después de ser

guiados de nuevo. Tras el siguiente ciclo veremos si aun tenéis oportunidad para seguir o

por el contrario os perpetuáis hasta perecer, pero yo en eso me lavaré las manos, pues os

compete vuestro destino. En cuanto a ti, Naüm, eres el último de tu raza, y con tu

desaparición me aseguraré de que nada de lo que fuisteis siga perturbando el camino de las

cosas, porque lo que en su tiempo me pareció interesante ya dejó de serlo. Las bibliotecas

en Términus han sido destruidas, por tanto, toda posibilidad de que alguien siga con vuestra

obra se ha cerrado definitivamente. Para tu conocimiento te digo que lo que os marcaba

esta fecha no era el fin de las cosas, sino el de la psicohistoria, pero no supisteis

interpretarlo, cegados en la seguridad de que no teníais límite. Ya ves que sí. Y tu, Mörter,

aparecerás clavado al amanecer en la puerta de la catedral de fresas, asesinado como hiciste

con todas tus víctimas. Todos te verán vencido y tu imagen abatida será la chispa que

prenda el fin de los de tu clan, a los cuales perseguiré en forma de jauría de lobos

reduciéndolos en mis hogueras a cenizas. Sin vosotros, los nuevos reyes, los herederos de

Kamel Shamall, gobernarán en libertad, sin las conspiraciones de fondo de grupos

peligrosos para todos salvo para sí mismos y sin el peligro hiriente de matemáticas

orientadas a la desunión más que a la cohesión. Habréis de huir de aquellos números que no

sean para vosotros para así llegar a entender una nueva filosofía que os abrirá las puertas

del cielo… o no. Eso lo veremos.

Los tres hombres miraban a aquella mujer deslumbrante, cada vez más hermosa con

los orbes girando y girando como planetoides a su alrededor. Sí, no había duda. Sin duda

era una diosa. Se acercaban las tres de la madrugada cuando el suelo tembló mientras el
silo se abría. De donde estuvo la flor brotó un haz de luz que subió al firmamento en forma

de columna de fuego abrasadora que describía un arco en el cielo negro. Fue lo último que

vieron antes de que el artefacto se precipitase sobre Sum y redujese a cenizas todo lo que

había significado, liberando para siempre al hombre mediante una nube en forma de hongo

que subía más arriba que ninguna otra.

Una nueva era se abría hacia las estrellas.

*********************************************************************

- ¿Y como sigue la historia, abuelo?

- Bueno, realmente termina aquí. Nadie supo ya nada más de aquellos tres

hombres y la bella dama del desierto. Tampoco de la flor ni de la destruida Sum.

- ¿Y qué significa? – el abuelo tocó el pelo del pequeño mientras pensaba lo que

ya había razonado muchas veces antes.

- Significa muchas cosas, pero la más importante es que a veces alguien viene a

recordarnos que estamos en plena niñez como especie, y que debemos hacernos mayores

para afrontar una nueva etapa en la vida. Para ello hemos de dejar atrás esa infancia, del

mismo modo que tu lo harás en unos años para hacerte un hombre.

- ¿Y es verdad? ¿Pasó todo eso de veras?

El hombre miro emocionado a la estatua del legendario Kamel Shamall en el centro

de aquel parque, y recordó hasta el tono de su voz en aquella conversación en el centro de

ninguna parte sentados en la jaima donde le ofreció sus dátiles. Dondequiera que hubiese

ido sólo esperaba que gozase de la dicha de saber que sus últimas voluntades estaban bien
cubiertas, como había deseado. Se tocó el tatuaje del círculo con el aspa. Hacía tiempo que

estaba ahí…pero a veces aun le dolía.

- Sí, desde luego. Pasó hace mucho.

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