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EEMNº11 Don Torcuato

El héroe.
Literatura medieval española. Poema de Mio
Cid
Prof. Iglesias N. Alejandra


Polimodal
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Deyermond en “La Edad Media” (Historia de la


Literatura Española I, Ariel, Barcelona, 1973) define
la épica como la narración heroica en verso cuyo
objeto esencial es la persecución del honor a través
del riesgo. De esta definición se desprende el
concepto de héroe, el cual aparece relacionado con
la idea de honor y riesgo.

En el Diccionario de Símbolos, de Juan Eduardo Cirlot


encontramos otra definición: “El culto del héroe ha
sido necesario no sólo por la existencia de las
guerras, sino a causa de las virtudes que el
heroísmo comporta y que siendo advertidas
seguramente desde los tiempos prehistóricos, hubo
necesidad de exaltar, resaltar y recordar. La magia,
el aparato, el esplendor del mismo vestuario
guerrero de los antiguos así lo proclama, como la
coronación de los vencedores equiparados a reyes.
La relación entre la lucha contra los enemigos
exteriores y materiales y el combate contra los
enemigos interiores y espirituales determinó
automáticamente la misma relación entre el héroe
de una y de otra guerra.
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Todas las cualidades heroicas corresponden


analógicamente a las virtudes precisas para triunfar
del caos y de la atracción de las tinieblas. De ahí
que el sol se asimilara en muchos mitos al héroe por
excelencia.

En el destino del héroe coinciden lo histórico y lo


simbólico. El héroe tiene como fin primordial
vencerse a sí mismo”.

El concepto de héroe fue cambiando a lo largo del


tiempo, adecuándose a las épocas y las situaciones,
sin abandonar la esencia de su contenido. El héroe
de la épica se destacaba por sus acciones altamente
riesgosas, que lo colocaban en un plano superior al
de los demás mortales. Su causa era la salvación o
la liberación de la comunidad.

El héroe de los mitos, las leyendas y los cuentos


suele desenvolverse en estrecha relación con
elementos irreales o fantásticos, y es auxiliado por
fuerzas que superan el ámbito de los hombres
comunes.

Con el correr del tiempo, el concepto de héroe se


amplía y según la definición de Joseph Campbell en
El héroe de las mil caras (Fondo de Cultura
Económica, México, 1959): “El héroe es el hombre o
la mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar
sobre sus limitaciones históricas personales y
locales y ha alcanzado las formas generales, válidas
y normales de su comunidad”.

El trabajo del héroe es difícil y penoso, pero


gratificante, porque supone la aventura del
descubrimiento de sí mismo, y el desenvolvimiento
del propio ser en busca de la identidad personal.
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Quien se conoce a sí mismo, quien sabe para siempre


quién es, no integra rebaños sino que es capaz de
asimilarse a una convivencia armónica y positiva en
una comunidad. Asimila sus valores y los defiende,
en cuanto son positivos. Tiene un proyecto de vida,
se guía por objetivos precisos que va alcanzando en
sucesivas metas, que no se contraponen con las
“formas humanas generales, válidas y normales”.
Logra el respeto de los demás y sirve como ejemplo,
porque el logro de su propia identidad es una
energía que emana de su esencia, dándole sentido a
todo su accionar.

El concepto de héroe está unido al de aventura, que


es el símbolo –según J. Cirlot (op. cit.)- de la
búsqueda del sentido de la vida, con todas sus
implicancias: peligro, combate, abandono,
encuentro, ayuda, pérdida, conquista, muerte”.

La aventura del héroe reproduce el siguiente


esquema siguiendo a J. Campbell:

Separación - iniciación - retorno


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En los mitos, el héroe parte de su universo cotidiano,


donde se siente seguro y protegido (separación), a
un mundo de fuerzas sobrenaturales, para las cuales
deberá contar con algún elemento especial que le
abra sus puertas y con la ayuda mágica de dioses o
semidioses (iniciación) librará luchas inauditas y
regresará con algún poder para salvar a sus
hermanos (retorno).

La partida:

La llamada de la aventura: un hecho fortuito


cualquiera puede despertar en el héroe el deseo de
abandonar el sitio seguro para emprender la
aventura. En muchos cuentos se asimila con el
abandono del hogar paterno. Supone para el
hombre un llamado para el encuentro consigo
mismo, un llamado al “crecimiento” interior,
generalmente a partir del proceso de
desimbiotización, es decir, de la reestructuración de
los lazos simbióticos que lo unen con su familia.
Este llamado puede aceptarse o no, no todos están
preparados para el riesgo y el esfuerzo de crecer.
Sin la aceptación, no hay aventura.

La ayuda sobrenatural: en los mitos y cuentos


infantiles, aceptada la aventura, el héroe es
ayudado por hadas o magos, que le proporcionan
amuletos y auxilios de todo tipo. Para el héroe de
nuestros días, la ayuda es la tremenda energía que
sobreviene de la aceptación, pues el objetivo del
proyecto de vida genera así una fuerza que vence
los obstáculos y es también Dios que auxilia con su
fuerza infinita a quienes confían en ÉL.
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El cruce del umbral: con la decisión, el héroe se


sumerge en el mundo de la aventura: ha cruzado el
umbral, no se volverá atrás. Entra en el mundo de
lo desconocido, habrá temor ante el peligro que
acecha, pero el valor que se desprende de su
energía lo acompañará. También la prudencia: el
verdadero héroe no se entrega a peligros
irracionales.

La iniciación.

El camino de las pruebas: el héroe lucha con los


obstáculos y los va venciendo. Supera trabas y
destroza enemigos. Su fama crece, el honor se
acrecienta. El héroe de todos los días también lucha
con sus fantasmas interiores, con sus temores
infantiles, con sus fijaciones al mundo e imágenes
de la infancia. El camino del descubrimiento interior
es difícil y supone romper con las limitaciones
personales.

El regreso.

El héroe mítico o legendario alcanzó su objetivo y


regresa con el trofeo para entregarlo a la
humanidad. Representa el momento en que el
hombre alcanza su identidad; logra, por lo tanto,
libertad interior, asume los valores de la comunidad
en que vive, de los cuales su propia vida es el
ejemplo.
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Un héroe de la Edad Media española: Ruy Díaz de


Vivar.

Nació en Vivar (Burgos) hacia 1040 y murió en


Valencia en 1099. Hijo de Diego de Laínez,
perteneció a la nobleza advenediza (ascenso social a
través de victorias guerreras), tal como
burlonamente señala uno de los Infantes en los
versos 3378/80.

Se crió en la corte del rey Fernando I, quien al morir


dio:

Castilla a su hijo Sancho,

León, a Alfonso,

Galicia, a García,

Toro, a Elvira y

Zamora, a Urraca.

El Cid, caballero de Sancho II, conquistó el título de


Campeador, en las guerras de Navarra. Asistió al
cerco de Zamora donde Sancho fue asesinado.
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Pasó a ser caballero de Alfonso VI y fue uno de los


doce caballeros ante los cuales hubo de jurar el rey,
en Santa Gadea de Burgos, no haber tenido
participación en la muerte de su hermano Sancho.
Ésto pareció malquistarlo con Alfonso, aunque éste,
para atraérselo, lo casó con Jimena Díaz, prima del
rey e hija del conde de Oviedo.

Desterrado, se puso bajo la protección del rey moro


de Zaragoza y allí recibió el nombre de Sidi, Señor,
que le dieron los moros, y que los cristianos
convirtieron en Cid.

Su acción fue decisiva en la guerra de la Reconquista


pues al tomar Valencia, impidió la expansión de los
almorávides hacia Aragón y Cataluña. Una de sus
hijas se casó con Berenguer III de Cataluña y la otra
con Ramiro, Infante de Navarra.

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