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Eran las 23:30 de una helada noche, cuando un grupo de amigos, reunidos en

la seca y polvorienta plaza del pueblo, compartían un vaso de vino para


combatir el extraño frío que rodeaba al grupo esa noche. Juan, Raúl, Aldo, Ilda,
Mariana y Roberto, todos ellos de edades que fluctuaban los 30 años se habían
reunido en el centro de la plaza, como era de costumbre todos los jueves
después de jornadas laborales, salvo mariana, que después de enviudar hace
un mes vive en la casa de sus padres junto a sus dos hijos, Alberto y Antonia
de seis y tres años, esperando a que su situación mejore para volver a buscar
algún trabajo que le ayude a sobrepasar el calvario vivido.

La plaza donde se encontraban tenía forma de cruz griega, con una banca por
lado y un poste de luz con cuatro focos rudimentarios que alumbraban cada
lado de esta, cada una teniendo como compañía a una polilla que giraba en
torno a las ampolletas de 75 wats. La plaza nunca tuvo buena fama. Desde el
día que se inauguro estuvo marcada por la desgracia. Javierita, de 7 años, ese
día fue brutalmente violada y descuartizada, dejando el asesino cada
extremidad en los cuatro basureros amarillos con los que contaba ese día la
plaza. Dicho lugar de la comunidad tenía al principio por nombre “Plaza de las
buenas esperanzas”, pero después de la desgracia sucedida, por mayoría se
decidió cambiarlo por “Plaza de Javierita de la Cruz”, debido a que una de las
extremidades, el brazo derecho de la niña, quedo con la mano fuera del
basurero con el dedo índice y pulgar apuntando hacía el cielo la forma de la
cruz. Después del funeral de la niña, por voluntad de la familia, se decidió
eliminar los basureros de la plaza.

Los funerales se realizaron en la iglesia Sagrados Santos, que estaba ubicada


en el extremo sur de la plaza. Está estaba construida en su totalidad de
madera. Los años le pasaban la cuenta, las lluvias las dejaron húmedas y el
calor del verano se encargo de darles extrañas formas, protuberancias, como si
estuviese enferma. Solo los vitrales embellecían la cada vez más lúgubre
iglesia.

Los amigos conversaban sobre el acontecer mundial, exageraban en torno al


tema nuclear y Raúl, fanático de las películas de guerra, aclamaba al resto de
que pronto se viviría una hecatombe mundial, producto del problema nuclear.

- ¡Si Dios no lo permite!

Interrumpió fervientemente Juan, fanático religioso, el tipo que todos los


domingos iba a misa y comulgaba cada vez que decía un garabato.
- Si Dios existiera, no estaríamos hablando de problemas nucleares.

Dijo calmadamente Roberto, escéptico por naturaleza y amante del café


cargado.

- Pues Dios si existe, está en todos lados, en el aire, en el cielo, en la tierra y en


cada ser vivo que habita este planeta. Es cosa de sentir su presencia.
Pronunciaba dichas palabras Juan, sacadas de algún libreto ya leído.

- Pues el depender de supuestas sensaciones solo te hace andar por la vida con
miedo e inseguridad. La mente humana no necesita de falsas ideologías y
creencias que solo estancan al cerebro, privándolo de lo que realmente nos
hace grandes, que es el conocimiento.

Roberto, que se había mantenido tranquilo, pronuncia exaltadamente sus


últimas palabras, como queriendo poner punto final a la conversación y quedar
con la razón, diciendo enérgicamente:

¡Dios me limpia el culo después de ir al baño!

- Pues si Dios te limpia el culo, como bien dices, quiere decir que si crees en
Dios, le enrostró Juan su respuesta.

La discusión hubiese seguido de no ser por un extraño evento. Mientras Ilda, la


más callada del grupo, se aprestaba a pronunciar algún comentario que
cambiara el rumbo de la discusión anterior, repentinamente, una de las
ampolletas reventó, haciendo dar un pequeño salto de impresión a los seis
amigos ahí reunidos. La explosión de la ampolleta estuvo acompañada de un
extraño frío que abrazó a cada uno de los presentes hasta hacerles tiritar por
pequeños segundos. Todas las miradas se centraron en el poste y sus
ampolletas. Ya no habían polillas alrededor de estas, tal vez producto de la
explosión.

Un posterior comentario de Mariana heló aun más el ambiente.


- ¿Se fijaron que la ampolleta que explotó fue la que apuntaba a la iglesia?

Un tormentoso silencio los inundo, se hizo presente mientras miraban en


dirección a la iglesia. Ya eran las 23:55 y comenzaba a caer la neblina, espesa
y con un extraño olor.

- Ese fue Dios que se ha enojado por que Roberto lo insulto. ¿Ahora sientes el
enojo de Dios? Vociferaba Juan entre temblores de miedo y frío.

- ¿Dios? Tan sólo debe haber sido una polilla, que producto de alguna gotita
caída golpeo al aletear y salpicó a la ampolleta que al estar a una alta
temperatura y hacer contacto con el agua, reventó, tan simple como eso. Y el
que haya sido la que apuntaba a la iglesia, es mera coincidencia.

- Coincidencia o no, a mi me da algo de miedo esto, ¿no sienten el extraño olor


a muerte que trae consigo la neblina justo después de la explosión de la
ampolleta?. Y este frío, nunca lo había sentido de esta manera y eso que
estamos comenzando el verano. No sé por que tengo esta extraña sensación,
repentinamente me siento como un globo que es aprisionado hasta que llega
un punto en querer reventar.

Aldo, quien pronunciaba dichas palabras sin soltar la botella de vino tinto y con
la mano izquierda dentro del bolsillo del gastado jeans azul volvió a pronunciar
palabra.

- Ya es hora de que nos vayamos cada uno a nuestras casas.

¿Por qué irnos? No me vas a decir que esto te ha asustado, ya di las


explicaciones lógicas del asunto. Terminemos la botella y nos vamos. Dijo
Roberto mientras tomaba la botella.

Todo parecía estar calmado, aunque la sensación de temor no desaparecía.


Juan, se había quedado mirando hacia la oscura iglesia, pensativo, tal vez
rezando sus buenos padre nuestros y sus docenas de ave marías. Giró la
cabeza y mirando a Roberto le susurró:
- Apuesto a que no eres capaz de pasar la noche dentro de la iglesia hasta el
otro día.

Todos quedaron estupefactos con las palabras que acababa de lanzar al aire
Juan, inmediatamente las miradas se centraron en Roberto, quien tomando
algo de respiro exclamó:

Apuesta aceptada, te demostraré que el miedo es solo consecuencia de los


estúpidos factores que llevan en si las ideas que desde pequeño algunas
personas atornillan en las cabezas de los menores, miedos que carcomen el
actuar, el tomar decisiones, en el bienestar propio y satisfacción personal. Si
las personas se dejaran llevar por las ganas de adquirir más conocimientos en
vez de truncar su mentalidad con barreras supuestamente divinas, todo estaría
en orden.

Las palabras que Roberto pronunciaba eran tan seguras como cortantes. Como
quien toma la llave y sin vacilaciones la introduce serenamente en la cerradura
y gira hacía el destino deseado. La seguridad en las acciones llevan siempre
consigo una consecuencia, ya sea positiva o negativa, triste o alegre, vida y
muerte.

El entrecejo que se dibujaba en los rostros fríos de los demás, acompañados


del vapor congelado que emanaban todos de sus bocas, serviría como
introducción a lo que iba a suceder más adelante. El vino se acababa, nadie
pronunciaba palabras, el silencio era interrumpido lejanamente por un perro
que ladraba a la luna, está comenzaba a mostrarse después de haber sido
cubierta por las nubes.

En conjunto se encaminaron a paso lento y silencioso hacía la parte sur de la


plaza, dejando atrás una más de las reuniones nocturnas, tal vez la última.
Nadie decía nada, solo se limitaban a mirarse entre si. Avanzaban en fila de a
dos y la caravana fúnebre se abría paso entre la noche, deteniéndose frente a
la iglesia. El pasajero ha llegado.

Un palmoteo cínico golpea el hombro de Roberto, dos besos tiernos estampan


leves pigmentos de lápiz labial en las mejillas, especie de recuerdo de una
noche. Mientras dos fuertes apretones de mano traspasaban información
afectiva. El cariño era achurado por la reja oxidada que rodeaba el lugar y unas
cuantas plantas secas se encargaban de saturarlas. La virgen ubicada en la
entrada se encargó de darles la bienvenida. Era una estatua ya vieja,
descuidada por los fieles que solo llegan al lugar para depositar sus culpas y
salir con la aparente conciencia limpia. Le faltaban sus cinco dedos de la mano
izquierda y el anular de la derecha. Su mirada era escalofriante, ojos a medio
cerrar y que carecía de los detalles de las pupilas e iris, la obertura que se
dejaban ver entre las pestañas se mantenían libres de polvo y se apreciaba un
blanco vidrioso. Sus labios eran de lamentos, quebradizos y totalmente
decolorados. La túnica que la cubría era celeste, con polvo y unas cuantas
hojas secas. Bajo ella seis velas encendidas la iluminaban.

Adiós Roberto, pronunciaron todos juntos mientras daban media vuelta y se


alejaban del lugar. Adiós amigos, pensó tristemente mientras veía como se
disolvían las siluetas en la oscuridad; cinco bosquejos quedaron impresos en su
retina.

Una fría corriente de aire apagó repentinamente cinco de las seis velas.

Adiós amigos.

Dando paso firme se encaminó hacía la entrada de la iglesia, estaba


convencido que sería una noche más y que al otro día lo contaría como una
más de sus hazañas. Al cruzar la puerta lo recibió la soledad del recinto. Aquí
estoy, dijo, mientras levantaba los hombros y un suspiro brotaba de lo más
profundo de su interior. Comenzó a hacer un recorrido visual del lugar,
centrando su mirada en la parte izquierda de la iglesia. Un confesionario fue lo
primero que diviso entre la oscuridad. En las paredes se podían apreciar
pequeños cuadros con alguna pintura religiosa. Paso rápidamente la mirada del
extremo izquierdo al altar, pudiendo observar fugazmente cinco sombras
sentadas en la primera fila. Devolvió asombradamente su mirada a la primera
fila y no había nada.

- ¡Va!, habrá sido la imagen de mis amigos que se me quedo pegada cuando se
iban y mi cerebro me ha jugado una pequeña broma, pensó. Pero los cabellos
erizados de su nuca no opinaban lo mismo.

Avanzaba a paso lento por el centro, cada uno seguido de pisadas que hacían
eco en todo el recinto. Detuvo el paso y contemplo el altar, parecía de piedra, y
sobre este solo estaba la biblia. Detrás en la pared, una enorme imagen de
cristo crucificado. De él solo resaltaban los detalles de la corona de espinas,
sus ojos, los clavos sobresalientes de las manos y de los pies. La cabeza de
este miraba hacía el cielo. No le dio mayor importancia, pues no era creyente y
tan solo era una figura más. Continuó avanzando y la mirada pasó del centro
hasta el extremo derecho de la iglesia, pudiendo observar nuevamente otro
confesionario y más cuadros clavados en la pared. Se encontraba ya frente al
altar cuando siente una suave brisa que lo golpeo en la nuca y que avanzó
rápidamente hasta la parte trasera de sus orejas convirtiéndose en un
susurrante y ronco “Padre Nuestro”. Roberto, luego de que los poros de su piel
se inflamaran, giro rápidamente hacía su espalda esperando encontrarse con
algunos de sus amigos. No vio nada, el lugar se encontraba completamente
vacío. Se sentó inmediatamente en la banca de la primera fila de la parte
derecha tratando de buscar una explicación lógica de lo ocurrido. Mientras su
cerebro trabajaba como el interior de un reloj Suizo, de su frente comenzaba a
brotar un frío sudor que no lo dejaba pensar bien.

Creía tener armado el rompecabezas cuando del interior de uno de los


confesionarios vuelve a escuchar el susurro que decía “Padre Nuestro”. Atónito
dirige perdidamente la mirada a ambos confesionarios, buscando el origen del
sonido. Tratando de escuchar algún ruido que delatara al chistosito que le
estaba jugando la broma. Se mantuvo expectante por unos minutos cuando
gira la cabeza al frente, pestañea y mira al cristo crucificado. Una helada
sensación parecía congelar su cuerpo, petrificado se quedo observando la
figura, sus ojos se pusieron llorosos cuando ve que el clavo de la mano derecha
apuntaba hacía el cielo y el de la izquierda al suelo. Una tenue convulsión se
hizo presa de su cuerpo, pensaba que nadie podía haber subido tal alto y
jugarle esa broma en unos minutos. El silencio no se rompió en ese lapso de
tiempo y trató de echarle la culpa al vino que se había tomado junto a sus
amigos.

- Tal vez ya es hora de que me duerma, se respondía.

Se dispuso a acostarse en la banca de la primera fila, de espaldas se quedo


mirando el oscuro techo. Los recuerdos olvidados aparecen repentinamente.
Recordó que cuando era niño asistía a misa todos los domingos junto a su
abuela. Le gustaba asistir por que así podía jugar con sus amigos después de
terminadas las palabras del sacerdote. Jugaban a las escondidas y él siempre
se ocultaba en los confesionarios. Nunca lo pillaban, salvo las señoras de
piernas gruesas que se encargaban de arruinar su perfecto escondite.

Roberto olvido por completo el porque dejo de asistir a la iglesia.

El recordar le había dado sueño y se disponía a cerrar los ojos cuando mira al
cristo nuevamente y de un salto se pone de pie al ver que no se encontraba en
la cruz.

- ¡Padre Nuestro!
Escuchó en toda a iglesia, era el mismo susurro ronco acompañado de la brisa
en su nuca.

Roberto ya no sabía que pensar. No quería reconocer que estaba siendo preso
del temor y el miedo.

- ¡Padre Nuestro!

El sudor helado empapaba todo su cuerpo, las articulaciones se tornaban


lentas y sus músculos no respondían correctamente a las órdenes del cerebro -
¿Quién no ha sentido miedo alguna vez?- Roberto comenzaba a llorar, su
seguro raciocinio estaba ausente. Con voz baja comenzaba a llamar a su
madre. No quería mirar a su alrededor, quería reunir fuerzas y salir corriendo
de ese lugar. Del altar comenzaron a caer las hojas de la biblia que se
deslizaban suavemente por el suelo. Una de estas cayó justo frente a sus pies.
En ella estaba escrito en sangre un mensaje que decía:

"Nunca entres a medianoche al templo de Dios, ya que es en ese momento


cuando la muerte reza su padre nuestro".

¡Padre Nuestro!

Y la última vela que se mantenía encendida bajo la virgen se extinguió.

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