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La plaza donde se encontraban tenía forma de cruz griega, con una banca por
lado y un poste de luz con cuatro focos rudimentarios que alumbraban cada
lado de esta, cada una teniendo como compañía a una polilla que giraba en
torno a las ampolletas de 75 wats. La plaza nunca tuvo buena fama. Desde el
día que se inauguro estuvo marcada por la desgracia. Javierita, de 7 años, ese
día fue brutalmente violada y descuartizada, dejando el asesino cada
extremidad en los cuatro basureros amarillos con los que contaba ese día la
plaza. Dicho lugar de la comunidad tenía al principio por nombre “Plaza de las
buenas esperanzas”, pero después de la desgracia sucedida, por mayoría se
decidió cambiarlo por “Plaza de Javierita de la Cruz”, debido a que una de las
extremidades, el brazo derecho de la niña, quedo con la mano fuera del
basurero con el dedo índice y pulgar apuntando hacía el cielo la forma de la
cruz. Después del funeral de la niña, por voluntad de la familia, se decidió
eliminar los basureros de la plaza.
- Pues el depender de supuestas sensaciones solo te hace andar por la vida con
miedo e inseguridad. La mente humana no necesita de falsas ideologías y
creencias que solo estancan al cerebro, privándolo de lo que realmente nos
hace grandes, que es el conocimiento.
- Pues si Dios te limpia el culo, como bien dices, quiere decir que si crees en
Dios, le enrostró Juan su respuesta.
- Ese fue Dios que se ha enojado por que Roberto lo insulto. ¿Ahora sientes el
enojo de Dios? Vociferaba Juan entre temblores de miedo y frío.
- ¿Dios? Tan sólo debe haber sido una polilla, que producto de alguna gotita
caída golpeo al aletear y salpicó a la ampolleta que al estar a una alta
temperatura y hacer contacto con el agua, reventó, tan simple como eso. Y el
que haya sido la que apuntaba a la iglesia, es mera coincidencia.
Aldo, quien pronunciaba dichas palabras sin soltar la botella de vino tinto y con
la mano izquierda dentro del bolsillo del gastado jeans azul volvió a pronunciar
palabra.
Todos quedaron estupefactos con las palabras que acababa de lanzar al aire
Juan, inmediatamente las miradas se centraron en Roberto, quien tomando
algo de respiro exclamó:
Las palabras que Roberto pronunciaba eran tan seguras como cortantes. Como
quien toma la llave y sin vacilaciones la introduce serenamente en la cerradura
y gira hacía el destino deseado. La seguridad en las acciones llevan siempre
consigo una consecuencia, ya sea positiva o negativa, triste o alegre, vida y
muerte.
Una fría corriente de aire apagó repentinamente cinco de las seis velas.
Adiós amigos.
- ¡Va!, habrá sido la imagen de mis amigos que se me quedo pegada cuando se
iban y mi cerebro me ha jugado una pequeña broma, pensó. Pero los cabellos
erizados de su nuca no opinaban lo mismo.
Avanzaba a paso lento por el centro, cada uno seguido de pisadas que hacían
eco en todo el recinto. Detuvo el paso y contemplo el altar, parecía de piedra, y
sobre este solo estaba la biblia. Detrás en la pared, una enorme imagen de
cristo crucificado. De él solo resaltaban los detalles de la corona de espinas,
sus ojos, los clavos sobresalientes de las manos y de los pies. La cabeza de
este miraba hacía el cielo. No le dio mayor importancia, pues no era creyente y
tan solo era una figura más. Continuó avanzando y la mirada pasó del centro
hasta el extremo derecho de la iglesia, pudiendo observar nuevamente otro
confesionario y más cuadros clavados en la pared. Se encontraba ya frente al
altar cuando siente una suave brisa que lo golpeo en la nuca y que avanzó
rápidamente hasta la parte trasera de sus orejas convirtiéndose en un
susurrante y ronco “Padre Nuestro”. Roberto, luego de que los poros de su piel
se inflamaran, giro rápidamente hacía su espalda esperando encontrarse con
algunos de sus amigos. No vio nada, el lugar se encontraba completamente
vacío. Se sentó inmediatamente en la banca de la primera fila de la parte
derecha tratando de buscar una explicación lógica de lo ocurrido. Mientras su
cerebro trabajaba como el interior de un reloj Suizo, de su frente comenzaba a
brotar un frío sudor que no lo dejaba pensar bien.
El recordar le había dado sueño y se disponía a cerrar los ojos cuando mira al
cristo nuevamente y de un salto se pone de pie al ver que no se encontraba en
la cruz.
- ¡Padre Nuestro!
Escuchó en toda a iglesia, era el mismo susurro ronco acompañado de la brisa
en su nuca.
Roberto ya no sabía que pensar. No quería reconocer que estaba siendo preso
del temor y el miedo.
- ¡Padre Nuestro!
¡Padre Nuestro!