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Bonitas eran aquellas frutas que robamos, pues eran criaturas tuyas, oh, t, Creador
de todas ellas, sumo Bien y verdadero Bien! Hermosas eran, pero no fueron ellas lo
que deseo mi alma miserable, ya que yo las tena mejores. Si las cort fue solo para
robarlas y, prueba de ello es que apenas cortarlas, las arroj; mi banquete consisti
meramente en mi fechora, pues me gozaba en la maldad. Porque si algo de aquellas
peras entro en mi boca, su condimento no fue otro que el sabor del delito.
Ahora me pregunto, Dios mo, porque motivo pude deleitarme en aqul hurto. (Libro
II. Cap. VI. Confesiones).
Porque levantbame hacia tu luz el ver ms claro que tena voluntad como que viva; y
as, cuando quera o no quera alguna cosa estaba certsimo de que era yo y no otro el
que quera o no quera y ya casi, me convencan que all estaba la causa del pecado;
y en cuanto a lo que haca contra voluntad, vea que ms era de padecer que obrar, y
juzgaba que ella no era culpa, sino pena, por la cual confesaba ser justamente
castigado por ti, a quin tena por justo.(Libro VII. Cap. III. Confesiones).
Tambin narrar de qu modo me libraste del vnculo del deseo carnal, que me tena
estrechsimamente cautivo, y de la servidumbre de los negocios seculares, y
confesar tu nombre, oh, Seor!, ayudador mo y redentor mo. Hacia las cosas de
costumbre con angustia creciente y todos los das suspiraba por ti y frecuentaba tu
Iglesia, cuanto me dejaban libres los negocios, bajo cuyo peso gema. (Libro VIII.
Cap.VI. Confesiones).
Cuando yo deliberaba sobre consagrarme al servicio del Seor, Dios mo, conforme
haca ya mucho tiempo lo haba dispuesto, yo era el que quera, y el que no quera, yo
era. Ms porque no quera plenamente, ni plenamente no quera, por eso contenda
conmigo y me destrozaba a m mismo, y aunque ste destrozo se haca en verdad
contra mi deseo, no mostraba, sin embargo, la naturaleza de una voluntad extraa,
sino la pena de la ma. Y por eso no era yo ya el que lo obraba, sino el pecado que
habitaba en m, como castigo de otro pecado ms libre, por ser hijo de Adn. (Libro X.
Cap. VIII. Confesiones).