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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE

CIEGOS

Tomad el mundo tal cual


es y dejar que a la buena de
dios vaya, adonde mejor le
parezca. En vano os consumi-
réis estudiando; nadie aprende más de lo que puede
aprender y hombre diestro es aquel que sabe aprove-
char la ocasión oportuna.

Mefistófeles

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TRECE CIEGOS

Capitulo uno

Rubia, no excesivamente alta, de piel clara y vis-


ta al perfil, levantaba su cabellera como el último acto
de un cisne, mientras peinaba su rubia y larga cabelle-
ra, ante los ojos de nadie, para pintarle una sonrisa al
diablo aproximadamente mil años. Sus ojos jamás los
vio mi mundo, sino que se los trago, la cola de la ropa
que no vestía, su desnudo perfil. Casi apoyada en mí
lavamanos, del que fue nuestro cuarto de baño y tan-
ta la insistencia y el vicio de ese espejo, que sin tentar
la salud de los míos, salió ya vestida como por hechi-
cería, y se despidió para no volver jamás. La siguiente
mujer que entró en ese cuarto de baño, venía acompa-

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CIEGOS

ñada y tras mirarse en lo que se suponía un espejo


ahogado y luego de peinarse, ambas mujeres a solas,
en mi cuarto de baño, tuvieron el detalle de besarse
descaradamente en mi salón y salieron, para no volver
jamás. La siguiente mujer que entró en mi casa, venia
con dos amigas. Se sentaron en mi sofá, el tiempo su-
ficiente, como para contar, ante mis ojos un millón de
suspiros, luego bajando las escaleras, mientras se
despedían gritando la primera, ¡no creas ni en tu pro-
pia sombra la otra gritó, ¡yo si te quiero y la última
acompañaba gritando, ¡porque eres así conmigo¡
Desde ese día no las volví a escuchar, aunque mi casa
termino siendo una especie de revuelto de algo que se
entiende como caos y desde hace un tiempo, peleo
con mis cosas, mi espejo y con mis gritos, por el
enorme enredo, en el que me quede.

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CIEGOS

Así empiezo la dialéctica, que me enfrentó a mí


psicoanalista, Jacqueline, quien no se resignaba a en-
tender, que quizás su método era la forma más simple
de terminar, con esas extrañas visitas y ser eso que
ella creyó ver en mí y yo rechace. Si me pidió que
guardase una foto de su persona y que estuviese segu-
ro, que siempre estaría en mí. No fue necesario enta-
blar discusión sobre las tarifas profesionales, quizás
por temor a terminar en la cocina. Soy un joven casi

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CIEGOS

maduro, que se perdió en alguna esquina virtual, de


una oscura calle. Como único detalle pendiente, del
que adolecía, es de un trece por ciento de pérdida de
visión en uno de los ojos. Así que si alguien como us-
ted, lee esta resumida, involuntaria y obligada confe-
sión, que me dejaron las mujeres que han pasado por
mi casa, podréis compartir conmigo, algo de la cegue-
ra necesaria, en un mundo que se desvanece a medida
que se imprime, así que trataré de que no falte detalle,
de todas esas mujeres, que habitan en mi cuarto baño
en lo que me quedó de vida. Diálogos absolutamente
robados y espacios como páginas, que robo a mi
tiempo y a todo ser juicioso, que no tiene sombra. Así
que todo lo que señalo, se refiere a hechos reales, en
alguna parte que no paga impuestos nocturnos, sola-
mente mucha comida, vida nocturna y eso que todos
deseamos, dormir para siempre como vampiros, con
derecho a conducir. Solo tengo que dar una pequeña

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vuelta a este relato y puedo verlas, tomando el sol o


viéndolas dormir. Pero para ser justos, diré que mi
primera o amante o exenta de juicios previos, por su
generosidad, venía a mi cama, hambrienta, venía casi
todas las mañanas y se quedaba una hora, que me du-
raba casi todo el día. Una de esas mañanas, sin más
compromiso, se despidió con una nota, escrita en un
libro, que compró y dedico, escribiendo “aunque el
mundo se destruya, siempre seré tuya”. Alegre y ri-
sueña, casi infantil, fue quizás la primera mujer, que
hizo mi voluntad. No dejó sólo esos perfumes que
buscas como sustituto y que no quedan más que en el
recuerdo. Tanto mi poder y tanta la seguridad que ve-
ía en mi, un hombre joven y con pocos deseos de de-
jarla marcada, que era pedir y pedir. Casada con un
hombre joven y según las palabras de una mujer de
estas tierras, joven y poca cosa. Pero honestamente,
nunca pensé en su mundo paralelo, pues esa hora que

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compartíamos, María era mía y no había más cosa pu-


ra y viva, que los calambres que padecía cada maña-
na, en un rito de dolores previos a la fatiga amorosa.
Secretamente, María corría cada mañana ansiosa en
verme, ansiosa quizás según dejo entrever, poder se-
pararse de su amante y joven marido. Más alta que
baja, delgada, pelo largo y piel blanca con dos pechos
hermosos y no demasiado grandes, dejo impreso su
perfume en mi guardilla, en las dos habitaciones y un
salón, que poseía solo una silla. La habitación de pa-
redes lisas y ventanas de madera, eran mudos testigos
en esta oscura y fría o desarreglada habitación, con
dos colchones en el suelo. Ya desnudos, se sentaba
encima de mí toda desnuda y entre alegre y excitada,
mientras le sujetaba el pelo, para ver solo ese cuerpo
terso y bien formado. Quizás deba expresar mejor la
sensación, que traía María. Ella risueña y nerviosa,
escribía a solas cuentos secretos, historias de jóvenes

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CIEGOS

amantes que se seducían dentro de su mente. Ella los


plasmaba en ardorosas líneas, que guardaba en secre-
to. Así fue nuestro encuentro, como la pluma de un
escritor de cuentos de amantes, de esos que leemos en
el autobús o en el metro. Y si había un culpable, ese
era yo, pues casi sin llegar a ser mi calienta, fui sedu-
cido por una profunda pasión e inocencia, en la mente
de una mujer que ya sabía lo suficiente como para
tentar al destino, pues nunca había engañado al cón-
yuge. Hasta una temprana mañana, pues habíamos
hablado pocas veces, por teléfono y sin aun conocer-
nos, ella se acerco a mi oficina, sin yo saberlo y tras
una interminable espera, sentada en su coche, se bajo,
quizás con la garganta seca, toda nerviosa y ansiosa,
para entrar y casi abalanzarse sobre mí. Fue solo en-
trar y ardiente como ninguna, sin excesos, empeza-
mos a besarnos y a caminar al único espacio intimo
de la sucursal, el cuarto de baño. Ahí a solas, tomo su

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deseo y merecido premio, mientras recorría mi cuerpo


con sus manos, sin dejar de besarme. A los pocos se-
gundos, ya se arrodillaba para darle rienda suelta a su
fantasía, mi deseo también. Casi agresiva pero dulce,
y tan evidente mi preocupación, por no dejar abando-
nada la sala, que instintivamente, la tuve que parar y
citarnos en casa mía.

Así, consentía nuestra fatalidad con la más dulce


sonrisa. En ese mismo momento, empecé a descubrir
a la mujer que firmaría mi epitafio. “Aunque el mun-

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CIEGOS

do se destruya, siempre seré tuya”. Nos citamos a la


mañana siguiente en mi apartamento y aun hoy sonrío
al recordar su discreto acento andaluz, su natural y
alegre sonrisa, su largo y rubio cabello o su hermoso
y blanco desnudo. ¿Me tiraras de los pelos? me decía.
Y empezamos, entre las cartas que debía traerme cada
día que nos veíamos, como condición mía. No guardo
los escritos, los celos de mi pasado, causaron su des-
trucción. Breves y sinceros, relatos de cómo se levan-
taba por las noches y a escondidas, en su cuarto de
baño, se moría susurrando mi nombre, entre dos amo-
res, que loca la tenían. Gabriel, Gabriel, releía a la
mañana siguiente y si, así empezamos realmente una
correspondencia que no terminaba, más que en los
límites de sus ansias y anhelos, casi como rotos, pero
que suspiraban desenfrenados por unas mañanas y
tratar de complacer a su señoría, su fantasía soñada,
un relato vivo solo para ella, donde no había ni mal-

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CIEGOS

dad ni perversión, nada que olvidar. Una mañana cer-


ca de la oficina, tomando ese café matutino, que deja
amarga la boca, fui atendido por una morena y tanta
mi codicia de amores que a la mañana siguiente, sin
saber nada de ella, mi cómplice y joven amante, tuvo
el encargo de seducirla, para que fuésemos tres.

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CIEGOS

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No fue como cuando un joven vasco español, jefe


en un hotel y otras cosas mas, quien me pregunto si
había estado con dos mujeres, a lo que respondí, ne-
gativamente, quedando comprometido para cumplir
ese deseo no cumplido. Fue en un selecto club, pisci-
na, jacuzzy en la habitación, amén de dos enormes
camas redondas y espejos en el techo. Luego de beber
varias botellas de champaña, subimos los cinco a la
habitación, donde estuve cambiando de rubia en ru-
bia, sin cerrar mis ojos por dos horas. El motivo de
recordar, es lo que ocurrió antes, cuando coincidimos
la compañía de la otra cama, quien como deseo car-
nal, se arrodillo frente a mi preguntándome si tenía un
preservativo, a lo que respondí negativamente. No
hubo espacio para nada, ella no era mía o no debía, o
no se podía. Si me puso un regalo en la tapa de la cis-
terna y la verdad, todo pareció más agradable. No ol-

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CIEGOS

vido su cara, mientras atendía su servicio, mirando


como me agitaba con las mías. Fue ahí, cuando le hi-
ce un gesto para estar con ella, pero no podía, entre
límites invisibles y el efecto de varias botellas bebi-
das, lo hizo imposible. María no sufría de límites, su-
fría por complacer, el límite de mis deseos, que eran
ordenes para ella, deseos que compartíamos como jó-
venes amantes. Ella si se cambió de cama, si la sedujo
y fuimos tres una mañana en la misma cama virginal.
Virginal, pues éramos cuerpos jóvenes y ansiosos de
besos y caricias, más que de sórdidos placeres. María
cantaba descaradamente, mi limón, limonero, hago
siempre lo que quiero… y reía. Hasta una mañana que
dejo de venir, la última, donde se animó a despedirse,
pues el paso siguiente, yo no lo podía dar. El camino
del amor era mi carcelera y el amor no tiene sombras
y no esta y todo lo posee y la ansiedad por descubrir-
la, me lanzo la última frase casi como sentencia. Salió

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CIEGOS

por la puerta y casi bajando la escalera, se le escapo


un, ¿y ahora que como? Y riéndose, para no mirar al-
go que la obligaba a olvidar. Yo apenas empezaba ser
consciente de que todos estos irreverentes nuevos
empezaron a entrar en mi casa como vientos furtivos,
que luego se transformaron en las sombras de mis pa-
redes, que escarbo con atención y humildad por si se
cela algún familiar encamado de alguna necesidad
inoficiosa.

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CIEGOS

Así como el primer día que quedé en libertad, tras


compartir con María, mis primeras semanas en este
departamento acuadrillado. Una cuarta planta sin as-
censor, rodeado de ventanas de finos cristales, tan an-
tiguos, que de forma estoica soportaban el paso de los
años. Frente a mí las paredes, que deseaban no ser
desnudadas, me obligaban a tomarme un tiempo, an-
tes de cambiar el color de la pintura, ya que antes, se-
gún Me advirtió María, había vivido un pintor. Con lo
cual, mis paredes obligadas a quedarse como estaban.
No imaginaba yo, que terminaría viviendo en una di-
námica principalmente femenina, con el encargo de
relatar la historia de estas principales, en espacial por
el futuro encargo de una de ellas, en un contexto his-
tórico y con la suficiente distancia, dada la espera so-
licitada y por el estilo y la temporalidad. Así tendría
ocasión de interpretarlas ordenadamente resumiendo

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CIEGOS

los tiempos y sobre todo mis personales recursos, de


los que ajeno aun, se dan como tesoros inmaduros,
que además por ser una exposición englobada en un
guión, limitado por el ahorro de recursos, y más ha-
blando de amantes, novias, relatando lo que ocurrió,
en voces encubiertas en lo referente al escritor, quedo
postergado a un segundo plano, quizás como aval por
ser éste, un término más aséptico, al relatar el contex-
to casual de esos mundos, en los que yo mismo quedé
apartado de esta historia mía. Cosa amena por lo de-
más incluso, permitiéndome esa distancia obligada,
referir solo eso que aparentemente quedó como tarea
de la máquina de escribir, que son los hechos, que son
los ojos de ellas, quienes la leerán. El psicoanalista
está fijo en la comida, por lo que se refiere a estas de-
sastrosas y tristes condiciones, en las que empieza el
personaje principal, en su casa transitoria, en una ciu-
dad perdida, en alguna frontera, en este cementerio de

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CIEGOS

extrañas circunstancias, amén de mi propia realidad,


en la que no tuve que tomar como una obligada espe-
ra o gran desafío a los acontecimientos futuros. Con
lo que haciendo un esfuerzo temporal y después de
seis meses y un día de noches y sueños, empecé a in-
volucrarme lentamente, sin siquiera pretender, escar-
bar en los jardines prohibidos, pues ya había explora-
do, en mis años anteriores, que correspondían a épo-
cas de mis memorias estudiantiles. Así que reservo un
deber con todos los referidos en este relato, con la
más rigurosa de las reservas, no sea que algún sepul-
turero fenicio, pretenda enmendar alguna falta con su
amo. Pues ahora con la distancia de la realidad de este
nicho humano, desempeño como mero asistente de
vuestros sentidos, en un período que es relativo y
además referente a hechos comunes, a una lista de
mujeres que cedieron sus intenciones, derechos y pri-
vilegios de su propiedad, el día que entraron en mi

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CIEGOS

casa. Así que robando por sueño lo que la noche pro-


fita a mi sombra, poseo sus pensamientos, he incluso
su sangre con la mayor implicación posible, la muer-
te. Sin olvidar vuestra apetencia de aventuras y de-
seos, que se relatan además casi fielmente en todos
los casos, sea que no coincida ésta con su señoría, que
relata desde su pobreza y soledad la ansiada libertad,
que todas estas persiguen en cada esquina como si de
meadas de fieras en celo, sin obligaciones a entendi-
miento y que rondan las calles de estos inocentes via-
jantes.

Capitulo dos

Mi juventud no se esfumó ante farolas y copas de


vino, sino en los ojos de los mismos deseos, y anhelos
de mi familia. Con esta realidad refiero mi acaudalada
desdicha. Podría decir que soy acaudalado académi-

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CIEGOS

camente, acaudalado en amigos, acaudalado en años,


acaudalado en lo laboral y en mujeres. De origen eu-
ropeo, nacido en tierras lejanas, criado en una isla o
burbuja rodeada de aguas, mares, montañas, e inun-
dado en palabras vivas. Quizás hasta los veintitrés, el
día que perdí la vista de forma violenta, la perdí de a
poco, hasta conservar un trece por ciento, que disimu-
lo como si me habitase un demonio, testigo de sus
propias c u l p a s.

Nadie conoce mi ceguera, vivo alejado de todos,


pues las deudas mías, no son por obligación tributaria,

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CIEGOS

las mías. se suman en miradas y sensaciones de nunca


jamás. Este argumento, que linda con la muerte en
oros, fue la despedida inocente del que fue mi último
amor primaveral. He de reconocer que me posee una
ceguera, que me guía como cartas esculpidas en el
infierno. El trece, la muerte que precede a la vida.
Quizás me atrevería a asegurar que la muerte es muy
galena, mira pero no toca, tocaran la sangre, los gusa-
nos o los escarabajos o quizás el sueño eterno, pero
ella no. La conduce el caos, la locura, los sueños y el
deseo, el miedo o quizás la curiosidad. Para mí la
muerte me vino a despertar, quizás una mañana de
domingo, mientras curioseaba un gran charco de san-
gre, de la tarde anterior, donde alguien debió ser atro-
pellado. Tras mirar ese obsceno pero fresco recuerdo
y dispuesto regresar a mis infantiles deseos y al que-
rer cruzar la calle, fui envestido por un enorme coche
americano conducido por un soldado, que como hip-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

notizado por mi mirada, torció el volante en una am-


plia calle y se dirigió directo a hacia dos niños prepa-
rados para cruzar la calle, para finalmente arremeter
contra una acequia de un metro de profundidad, mien-
tras sonaban ruidos y escándalo y saltaban piezas.
Recuerdo haberme levantado, recuerdo haber levan-
tado a mi hermano, recuerdo que no teníamos ni des-
peinado el pelo, pero la bicicleta que sosteníamos
frente a ambos, quedo bastante retorcida. Imagínense
a la muerte si tuviese que estar esperándonos, espe-
rando a dos gemelos o mellizos de trece, a espaldas
de ese repulsivo charco, para recoger dos cuerpos
más. La muerte debería estar loca si asumiese tal cul-
pa. Pues la muerte, se pasea esperando almas, no
cuerpos y es quizás ahí, cuando despertamos en el
limbo, confundidos o no. Quién sabe. Lo rescatable
de este punto es que todos los días a todas horas, la
muerte recoge almas y las interroga y reinserta en la

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CIEGOS

vida, para saberse la muerte justa, la buena muerte y


no una desafortunada confusión. Quizás me com-
prendan sus señorías, si comparo la muerte con la vi-
da, pues la vida genéricamente habita en todo, todas y
todos. En este dilema me centro pues, la vida y la
muerte suelen estar unidas por el amor, tanto así que
si un niño de trece muere y es recogido y valorado,
seguramente, deseara saberse salvado o víctima de al-
gún trance pernicioso, so excusa de un fin o necesidad
como un robo de entrañas. Así, descubrí estas cosas.
en una esquina ensangrentada por un anónimo charco,
más las vidas de dos hermanos mellizos o gemelos de
trece. Sería sensato suponer que la muerte debe haber
quedado confundida o puede que no. O miremos con
los ojos de la muerte en uno de los dos otra vez, pero
con siete años. Jugando a la pelota, corre uno a bus-
carla treinta metros y al recogerla no puede dejar de
poner sus ojos en un señor que baja de un escarabajo

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

rojo, que lleva su placa cubierta con un paño color na-


ranja y que al seguir caminando, ve como ese señor,
tiene su miembro totalmente erecto, grande y rosado
y que esta como absorto en otro mundo, no dice nada,
mientras miro inconscientemente, al pasar frente al
escarabajo rojo, para alcanzar ver un cuerpo de cole-
giala acurrucada en el asiento trasero. Sin más que esa
foto que guardar y sin daños emocionales, la muerte
si queda impresa en esos inocentes instantes, que son
algo más que los ojos de ese chico que fue a recoger
una pelota. O si viajamos más en vuestros sentidos,
ponemos a esos dos hermanos, con cinco años, en un
gran jardín de una gran casa a orillas del embarcadero
y uno se cae al río, empujado por el otro. ¿es la mal-
dad o el dolor de algo anterior? Por último retroce-
damos a los cuatro y me situare solo frente a mi padre
en otra casa con jardín, donde atesore mi primer re-
cuerdo. Señalo esto, pues casi mil años después, sentí,

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

que la vida empezó a devolverme lo que no era mío.


Fui tomando conciencia en la medida que voy siendo
guiado por trece musas, que son miles. Es ahí que me
veo como inocente, pues si la vida me condujo, fui yo
quien se resistió, pero ella siempre gana, gana el in-
consciente como si fuese una maquina, pues dicen ya
que el consciente de un niño de cuatro, no tiene me-
moria, casi no procesa nada, que recuerda dios. O un
adulto por mucho que procese cincuenta, jamás será
nada más que él y sus circunstancias medido en su
comportamiento, mientras la vida o inconsciente o
anima o alma, procesa once millones de cosas en esos eternos
segundo. Tomar una decisión comparativamente, nos
llevaría cuatro años. Así se imprimirá esta, como la
vida de otros

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Reseña que sale como escupida de el libro de los


muertos, me deja muy cerca de creer, que no somos
más que eso que llevamos con orgullo, de generacio-
nes en generaciones, el apellido de alguien, que real-
mente es casi nada, que está siendo conducido, para
ser juzgado por sus actos, de toda una serie de vidas
simultáneas, que básicamente, resumen el más pre-
ciado de los bienes, no morir nunca, por derecho di-
vino, en un plano o tiempo que sirve para conducir o

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

mantener, eso que nos habita, la inmortalidad. Es ahí


cuando relato esta historia de terceras, no como la
muerte, sino como trece ciegos, que no están, pero
que habitan en los ojos de vuestras mercedes, sin do-
lores, más que los deseos, e incluso relatar, los mas
ajenos que propios, de tiempos pasados, para permitir
el sueño temprano de la noche, para quizás iluminar
alguna alma de hermosos ojos y bello cuerpo, para
verla dormir y que quizás que sea amada incluso bajo
los hechizos de mi fugas sombra nocturna, incluso no
estando presente. O quizás estar preparados para
cuando nos veamos al otro lado del río, cuando, debas
hablar con el barquero y dejarlo dormir contigo un
tiempo eterno, ese que se queda con todos, para se-
guirnos la pista y así reconocer la mano de dios, entre
las sombras de la luz cegadora y a así conseguir, tener
eso, que tanto se desea, al saberte muerto, siendo ya
un fantasma, y relatar historias de vidas pasadas y servirle

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

de alimento a los dioses.

Capitulo tres

Por esas fechas, que ya no me encontraba en los


calendarios de ningún joven de mediana educación,
trataba de escapar de los años que se suceden en las
páginas siguientes, donde ya no tuve tiempo de nada,
mas que compartir estas, en este encierro del infierno,
que sepultarían mi futuro, pasado, incluido las mone-
das, pues me sumí en una realidad, que me tuvo sufi-
cientemente limitado, como para casi no encontrar sa-
lida dentro de una realidad plausible. Así que trataré
de resumir los acontecimientos, que son relevantes y
tratar de cuantificar, lo que era mío y lo que estaba
siendo causado por algún exceso mío, que fuese como
consecuencia de algún acto, que se relacione con al-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

gún experimento laboral o simplemente causa de la


que debía de ser considerado como un mal menor, en
toda esta situación, siendo además extranjero, cosa no
fácil, pues lograr que mis anhelos se concretasen, se
hizo insoportable. Así que siendo breve y seco, refiero
una introducción anímica y situacional, antes de envi-
lecerme con todos los personajes, que se adhieren a
estas zorras del infierno, que desean trascender en es-
te relato. Por lo demás, lo inicio en una situación de
pobreza limite como voluntario de este infierno, pues
los límites habían hecho mella en mi situación física,
incluso habiendo tenido que optar, como realidad so-
cial, recurrir a los servicios sociales, que se encarga-
ron por un período, el allanar, mi integración en la so-
ciedad local, la que además se hizo eterna, pues nun-
ca dejo entrever, algún atisbo de finalización. Por lo
que tuve que armarme de paciencia y comprensión
ante una serie de hechos, que en estas tierras de anti-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

guas fe cristiana, que no iba a poner en duda, sino


más bien obligarme a tomar una postura enfermiza,
por las absolutamente extrañas, circunstancias com-
partidas, por lo que decidí por optar por realizar una
cura de alguna enfermedad, contraída en estos límites
de tierras africanas. Fiebres que sufríamos como con-
secuencia de la ansiedad diaria, que sabía, se daban
en situaciones límites, algo así como esos síndromes
inespecíficos, que solo se relacionan a períodos de
guerras o migraciones. Así que mi cotidiana vida se
enmarco en caminar hasta ese comedor, siempre por
los minutos indispensables de verme comido, para
volver a la cotidianidad de la vida colectiva, que
además estaba inserta en un ambiente de constantes
viajeros, que bajaban de grandes buques fantasmas
que atracaban casi todo el año, dando una curiosa
imagen a esta, enrarecida ciudad, que secretamente,
es conocida por tener además, una tradición de cons-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

tantes viajeros, que no tardan en redescubrir, lo que


puede ser una primera referencia, de las llanuras que
se extienden, desde la puerta de Europa, hasta el anti-
guo oriente.

Pues con este referente, enfrentaba ya hace meses


retener el motivo de mi permanencia aquí, la que po-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

dría haber seguido como la vida de otro trabajador


especializado, pero que lentamente fui siendo engu-
llido por la historia y las costumbres, como si solo se
tratase de una permanente cena, cena que preferí alar-
gar, desde que empecé a hacer uso de los mismos ser-
vicios, que mi persona atraía. Mi insólita situación,
que quizás era meramente tangencial, pues no era el
prototipo de inmigrante o transeúnte, iniciado ya el
siglo veintiuno. Pero que realmente no era más que un
mero número en el calendario, salvo por la sensación
de estar rodeado permanentemente de personajes que
se representan con la fuerza de épocas, en las que la
propiedad de nuestras cabezas, podía pasar a manos
de cualquiera, en cualquier momento. Amén de esta
monotonía histórica, en la que la pobreza, e inmigra-
ción, presente aquí mismo, dejaron reflejar nada mas
que tediosas actividades, que encerraban solo venali-
dad o absurdas ideas de ser una especie de doncella

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

retenida, por algún sultán, de quien sabe que desierto


occidental. Comparto habitualmente por estas fechas,
con amigos, que parecen no tener tiempo ni historia y
que con un latín pos moderno, mantenemos una co-
municación, como si todos fuésemos prisioneros de
alguna guerra en Turquía. Todos estos pensamientos
se mezclaban casi imperceptiblemente, cuando decidí,
salir de casa, pues debía entrar en la rutina que soste-
nía esta dialéctica existencial.

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Decidí ir a revisar mi correo electrónico, ya que


no eran muy generosos con los ordenadores
disponi-
bles, en la biblioteca que frecuentaba y no deseaba
esperar mucho más de lo necesario. Era una mañana
primaveral, fresca y de cielos despejados. Junto al
vuelo de golondrinas, al levantar la vista, las que se-
rían mi mejor compañía, ellas siempre presentes co-
mo pequeños milagros, quizás sabedoras de mi habi-
tual rutina, que por extraño que fuera, eran mí mejor
reloj. El entorno que veían mis ojos, no indicaba nada
nuevo, así que una vez terminado mí tiempo y des-
pués de responder un mezquino correo, intente desti-
nar el mínimo de tiempo a la rutina diaria, para cen-
trar mi atención, en corregir un escrito a medio escri-
bir, que iba desarrollando, a medida que transcurrían
las semanas. Con este pequeño rito de costumbres
mundanas, que se hacen más imprescindibles en
tiempos de espera, destiné unas horas a ordenar la es-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

tructura de la heroína, que tenía por derecho, algo así


como un exceso de privilegios, ya que como verán us-
tedes, esta situación casi infernal, que se me escapaba
de las manos, no es sólo un sueño. Esta mi heroína,
venida de Europa se cuela desde esta página, que casi
se funde, en el final como condición de su autora, que
desea que sea totalmente anónima. Esto me tiene
completamente alejado de mi vida cotidiana, pues
desde la propuesta de relatar en casi tercera persona,
los sueños compartidos, que también siento por ella.
Por lo que deberé además, mantener el anonimato,
por el tiempo en el que me sumerjo en este transe,
que no indicará más que en el servidor, la real aventu-
ra, que resulta el dejar este libro abierto y que como
después de una breve siesta, parezca lo que abierta-
mente, fueron sueños reales de Julieta. Que se refie-
ren a una noche obscura, quizás en la calle más fea,
vestida con las peores ropas. Que fue el espejito, que

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

se rompió, en los ojos de los que fue por mucho tiem-


po después, fueron los míos.

Capitulo cuatro

Tenía menos de veinte, cumplidos los dieciocho y


a pesar de su belleza, la luz que la iluminaba, refleja-
ba ser como una pequeña lámpara, donde se refleja-
ban los, espejuelos que estaban incrustados, en esos
celestes y ajustados pantalones. De pelo rubio y ojos
claros, en cuclillas, en una esquina, donde mi ceguera,
abrió la puerta número trece de este hotel invisible.
Bajando yo de la compañía elegida, tras semanas de
esperas y ahora, entre insensible y confundido, se en-
señó ante nadie, la sombra ajena, pues ya buscaba ce-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

nar una hamburguesa con patatas fritas, acompañada


de una coca cola muy fría.

Sin pensamientos y sin deseos tras mi visita con-


certada, en un cuarto amplio, donde una morena con
prisas, me daba a entender, que Eros, no esperaría a
saciarme, que debía terminar, mientras iba siendo
devorado por una serpiente, que apoyada en la cabe-
cera, desnuda y con una iluminación tenue, tragaba

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

sus deseos ajenos y furtivos, de forma cruel e intere-


sada. Mi poco deseo de entablar recursos, le dio, el
motivo para cobrarse y dejarme escapar. Bajando las
escaleras, sin arrepentimientos, pero vacío, camine ya
de noche, por viejas calles, apenas iluminadas y solo
invadidas de putas negras y chulos, salidos de algún
rito satánico. Quizás en una de esas esquinas, fue
donde giré la cabeza inconscientemente, para detectar
el engaño de una hermosa joven en cuclillas, casi en
medio de la calle, con mi cuerpo y esos deseos de
alimentarme de mejor forma, cuando sin ser llamado
y sin deseos en la sangre, más que en la mirada ocul-
ta, volví sobre mí y me afrente a ese espejismo, con-
ducido por algo más que mis ojos o mis planes noc-
turnos. Reaccioné como si hubiese interrumpido al-
gún pensamiento. Mientras intentaba no tropezar
conmigo mismo. Como mirando de reojo mi reloj y
con la mente puesta en las patatas y la coca cola, deje

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

de envanecerme mirando sus reflejos y opte de forma


instintiva, cambiar de rumbo y volver con algo en las
manos, que no fuese un preservativo usado en mi
mente. Me acerque a un Burguer King a comprar una
flor y conservar algo más digno de mí, pues ya la no-
che era demasiado larga. Así, contemplando la calle
que se desaparecía a mis espaldas, fui a retirar dinero
al cajero más cercano, para restringir mi ansiedad.
Retiré parte del saldo que tenía disponible para
emergencias. Y sin saberlo, ya estaba siendo víctima
de mi inocencia o de la deseada ceguera, pues no era
consciente aun, que este acto se transformaría en una
de las condiciones, que posteriormente recordaría,
como esos detalles que son absolutamente inútiles,
teniendo realmente tan pocas posibilidades de soste-
ner los vicios diurnos o nocturnos de esa esquina o de
cualquiera y no tentar mi suerte, con inútiles excusas,
por lo que comprándole una bolsa de patatas, para no

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

ser un cliente, regrese por esa oscura calle, sereno y


con mi secreto, como erróneo derecho a poder seducir
la noche, y sacarla a pasear. A pesar de todo no pude
resistirme a probar la tarjeta de presentación, no pude
resistirme ante mi inocente egoísmo o quizás poseído
ya, por mis antiguos instintos sobre una mujer que
penetra la piel, de la que solo deseas quedar bañado
en su aroma. Pues refiero los hechos más de esta no-
che, de esta mi frescura, que no es más que una sutil
aventura histriónica, que rechaza toda comparación,
pero que se funde en esta paralela, que se excava al
iniciar la noche, incluso respetando la rutina del escri-
tor, quien ha de velar y diseccionar las pesadas emo-
ciones, mientras realiza un trabajo de terceros, que
saben efectivamente, lo que queda sellado en cada le-
tra de el tiempo, que transcurre en una palabra, susu-
rrada con un soplo de aliento. Por lo que sin ansieda-
des al ir desmadejando esta calle de abril, retengo

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

esta imagen.

Con mis dedos y mis labios tocados por la sal


prohibida y a la sombra de una farola perdida, cegado
por viejos edificios de corte árabe, y la calle desierta,
salvo lentos coches que la recorrían lujuriosamente,
buscando en miradas, para dejarse vencer en ese am-
biente lúgubre, con la única intención de retener
imágenes. En ese instante, también la aborde, ofre-
ciéndole compartir su tiempo con esa manoseada

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

bolsa de patatas fritas. Sonriendo irónicamente, como


criticando o intuyendo mis deseos y mi estrategia y,
como censurando la previa cata, alargó la mano y
probó una. Tras una breve pausa y lo poco habitual de
la situación, intente ganar tiempo con la excusa del
dinero, por digamos, su compañía. El dinero esa no-
che no era más que un medio para poder alargar el
tiempo de aquella noche. Si tú no tienes dinero, poder
volver mañana dijo, seguro yo estar aquí mañana. ¿a
qué hora? Si, venir a las doce, yo estar aquí. OK, ma-
ñana yo vendré a las doce con una coca cola y una
bolsa de patatas fritas. Pero por cierto, dime ¿cuánto
es el servicio? Treinta euros chupar y follar. OK Mos-
trando un desinterés y suficiencia, quedé como con-
fundido entre amistad, atracción mutua o belleza exu-
berante para estas tierras. Pero no podía envanecerme,
era una chica de la calle, era solo eso y nunca sería
otra cosa. Sin insistir en mi ordenamiento mental y

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

sin esperar un segundo más, me retire entusiasmado


ante algo que mareaba. Acompañado con un último
hasta mañana, correspondido por su relajada sonrisa,
se quedo ahí, en cuclillas, en esa esquina de mujeres
de negra piel y poca ropa, en compañía de otra chica,
que entre apoyada en una persiana o media dormida,
hacía de compañía.

Capitulo cinco

Ella no tuvo prisa por sacarme el dinero, quizás ni


arrepentimiento de no haber insistido más. Tenía la
extraña sensación de sentirse única y como esperando
a que pase la noche, algo le ilumino la mirada. Quizás
el destino le reservaba una sorpresa mañana a media
noche, con este despistado transeúnte o quizás algo
más como cada noche que aguantaba la fría humedad.

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Julieta estaba fría de espera y aquella noche solo tenía


la compañía de una calle, la interminable espera para
ir a dormir todo el día. Por lo que después de terminar
de comerse la bolsa de patatas, se quedo pensando en
su encuentro, que quizás cambiase su destino y aliviase esa
extraña sensación, de saberse que no está sola. Yo en
mi apartamento ya, solo con el deseo de reflejar esa
noche en mi amplio sueño, como compromiso con un
tiempo ajeno. Ordenar la noche antes de velar la ca-
ma ajena, encendiendo unas velas, para golpear a os-
curas mi antigua máquina de escribir. Resumir la sen-
sación de mi último capítulo y hacerle justicia al
tiempo, pues ya entre rutina y fantasía, se mezclaban
los tiempos, por lo que dedique mi mayor interés en
dejar impreso un folio para que mis ciegos ojos, refle-
jasen mi paseo de la mano de algo que definiría como
la mano de la noche más bella, quedando impresa así.
El mismo destino, como pago del cielo se mos-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

tró esa misma noche, en una foto de otro mun-


do, en una oscura esquina. Rodeadas de putas
negras, sentadas en la calle más triste, se
presentaron ante mí, sin haberse insinuado, la
soledad y la pobreza. Tan bien pintada, tan
grande el misterio, que me lo llevé a casa. Del-
gadas, delegadas como en pasarelas, blancas,
muy blancas, de pantalones blancos y celestes
y altos tacones. Dos rubias, en cuclillas en esa
esquina, vestidas como princesas que se es-
conden, se mostraban ante mí, vestidas con
sus peores ropas. Era más soportable, que lo
que el mundo me mostraba. Donde situarse,
¿quien era el dueño de mi sueño?

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Capitulo seis

Así con esa mirada superficial, es fácil caer en las


tenues y sensuales redes como cualquier transeúnte,
buscando compañía. Pero tenía unos orígenes de for-
mación, que se sostenían en sólidos principios mora-
les, que incluso evitarían inconscientemente un con-
tacto tan superficial, salvo por mi extraña coinciden-
cia. Han transcurrido muchos años, desde esa noche y
aun cuando estudio los bocetos, escritos de una anó-
nima relatora, retengo más que un deseo sensual, por
lo que relatar esto, es casi formalidad. Años ya en una
ciudad que se caía en aburrimiento. Una ciudad espa-
ñola, musulmana, que no fue fácil abordar. Una ciu-
dad que escapaba a casi cualquier estructura moderna.
Y como escuchando el viento, en un mundo, como en
un abrir y cerrar de ojos, que intentan retener una
imagen, pero perdiendo más tiempo del que se destina

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

a ese momento, tiempo destinado a viajeros habitua-


dos como marinos o prostitutas, que siempre están
disponibles, como talante de navegantes eternos.

Volvía de comer y subiendo por mis escaleras, una


vecina me preguntaba por si teníamos animales y sa-
biendo ella, perfectamente que tengo la costumbre de
acompañarme de animales exóticos y domésticos, me

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

miraba recriminando mentalmente, mis pocas ganas


de darle alguna pista, sobre mi opinión sobre cual-
quier aspecto, ya que estaba decidida a mantenerme
en esa categoría de joven extranjero, de pocas pala-
bras y pocas compañías locales. Salvo por mi música
a veces en exceso fuerte. Su curiosidad de saber de
cuales serían mis sueños, en el inmueble, que ella ha-
bitaba también, fui siempre el último recurso. Cons-
ciente ella de que estos extranjeros, disponen habi-
tualmente de recursos limitados, lo que la hacía pare-
cer habitualmente, una mujer viaja y amargada. Con
ese recibimiento, me entregué a mis pensamientos,
que estaban bastante enfrentados con la dialéctica y la
costumbre, pues no tenía referencia en mi pasado, in-
cluido los años viviendo en el extranjero, durante lar-
gos períodos de mi vida. Además en mi mente ronda-
ba el desencuentro amoroso de mi noche anterior, la
página nombrada que deseaba ser escrita. El otro tan-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

to de inquilinos, no tenían costumbre de entablar dia-


léctica por el tema de las cercanías. Era preferible en-
tablar una charla con el vendedor de periódicos, que
con tu casera. Tema difícil de digerir, pues es habi-
tual, en estas tierras, gritarse toda las cosas, desde el
patio interior, por lo que no terminas más que cono-
ciendo los dolores de las partes.

En esta realidad que mi personaje, trataba de es-


conder, de trascender del calendario, y me transporta

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

otra vez a esta ciudad, donde mis ojos aun se fundían


en una cotidianidad conocida, cuando dieron las cam-
panadas de media noche, cuando ya me enfilaba a mi
cita con una mujer, que sabía más que mi sombra y yo
juntos. Solo me preocupaba si estaría esperando, algo
bastante poco probable, además creí que la impresión
que le cause no dejo mucho a la imaginación. Un ci-
garrillo que se me terminaba en la boca y tratando de
no develar demasiado la intención, que me sostenía.
Pero no tuve la necesidad de forzar mucho la necesi-
dad, Estaba ahí, en cuclillas, en la misma esquina, con
la luz de la noche anterior. Ahora en compañía de una
chica alta, rubio claro y muy delgada, que la acom-
pañaba. Al intuir mi cercanía, cruzamos la mirada y
dio unos pasos hacia mí, con una clara confirmación
de mi visita concertada, en la que ambos sabíamos
que no teníamos tiempo para conversar. Por lo que
realmente deje que mis instintos guiaran mi cita.

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

¿Tienes el dinero? Si. Al tomarlo en su mano me pi-


dió que la acompañase, sin decir nada mas, nos acer-
camos a un hostal de una estrella. Sin luz, en un am-
plio portal y esperando que abriesen la puerta, recuer-
do una cómplice sonrisa. Tomo mi mano y guió mis
pasos, por una amplia y antigua escalera hasta llegar a
la primera planta, donde un hombre en camiseta, mal
afeitado y de pocas palabras, abrió la puerta de una
pequeña habitación, iluminada por una pequeña lám-
para, que reflejaba casi la misma luz, que entraba por
una preciosa ventana. El cuarto con dos camas en pa-
ralelo y un lavamanos empotrado en una pared, fue-
ron los testigos, protegidos por esa tenue y agradable
claridad. No decíamos nada, su idioma nativo, estaba
demasiado cercano a mi expresión verbal, pero si se
comportaba de forma natural, mientras yo sin ojos ni
ardientes deseos por ver su hermoso cuerpo desnudo,
centré mi vista en la ventana, aun de píe. Casi como

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

ausente por segundos, y al girar mi cara, la vi. desnu-


da y en ropa interior, mientras doblaba toda su ropa,
motivada por algo que nunca llegué a comprender.
Qué sentido tendría doblar la ropa, de forma tan con-
cienzuda, Yo asentí, quitándome mis pantalones y mi
camiseta, para ponerlas sobre la otra cama. Ella ya
desnuda en la otra, ajena a la motivación intima de
mis deseos, soltó un ¿follamos? Solo ante sus peque-
ños, pero bien formados pechos, su cuerpo desnudo,
su mayoría de edad, el alma que me acompañaban, y
conmovido por su belleza, enfrentados en una cama
pequeña, para ser sobresaltados por los golpes en la
puerta de forma violenta. Reaccionó alertada por pen-
samientos ajenos. Si tú quiere mi compañía debe pa-
gar dinero al hombre o problems. Si claro. Saque un
billete y ella entreabriendo la puerta, le dijo solo diez
minutos. El supuesto señor que velaba por cronome-
trar el tiempo, quedó en el pasado. Julieta con su ale-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

gre y natural sonrisa y prestancia, el arte de una jo-


ven cortesana, sin saberlo me permitió retener una
imagen, sintiéndome transportado a un mundo exóti-
co, en el que se tenía derecho a mirar y no disfrutar de
los deseos, sino mas bien contar segundos, que se
perdían en toda su realidad. Nos levantamos como si
todo transcurriera con prisas, acercándose al lavama-
nos y como una gata, se sentó apoyando un pie en el
suelo y a espaldas al espejo que no había, se orino,
como la recuerdo, delgada, espigada y fresca, orinan-
do, casi contagiarme las ganas, que retuve al no haber
un aseo disponible. Como la vieron mis ojos, desnu-
da, rubia y de cuerpo blanco, como un destello, que
aun retengo, se bajaba el telón, implorándome para
que me vistiese, en este acto no consumado. Tu vestir,
tu vestir, por favor tú rápido, decía con su acento ru-
so. Ya me veía acosado por el gorila de esta habita-
ción. No tenía más que seguirla con mis ojos, para fi-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

nalmente, recorrer el pasillo y enfrentar la escalera


casi a oscuras, para finalmente, salir a esa esquina
nuevamente.

Aun en los treinta, tentando mi muerte, pero joven e


inocente en mi conocimiento de la noche, no tuve en
ese momento, más que una sensación de ser víctima

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

de sus victimarios o ser víctima de mis aprensiones,


en lo referente a una entrega carnal. Por lo demás,
transformarme en cliente de una cortesana, había sido
para hasta entonces una negación de mi mundo per-
sonal, pues representaba, la negación del amor. Re-
grese a casa a dormir si cabe. Ella regresó a su rutina,
deseando saber, si tendría tiempo de saber, quien ha-
bía sido su visita, ese romance mordido bajo la luna.
Las calles para ella ya estaban llenas de señores, junto
a varias mujeres negras, que se reían entre ellas, rega-
teando precios en un extraño lenguaje de gestos y gri-
tos, cuando llego uno de esos coches que siempre dan
problema. Caros y llenos de sorpresas. Un deportivo
que se detiene en la esquina casi como predestinado
para que Julieta, se levantase y como abordándolo por
asalto, le saluda con un hola guapetón, ¿quieres follar?
Ya en el semáforo, y como compañía, dejando sola
una vez más a su clientela cautiva, desapareciendo

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

por la avenida al final del puerto, mirando con cierta


desconfianza a su secuestrador. Solo llevaba tres se-
manas en este mundo, víctima de algo de su pasado,
algo que conocía ella, lágrimas y dolor de la injusticia
de un centro de rehabilitación a la que sus padres pa-
garon una estancia segura, de la cual termino fugán-
dose. Escapar y entrar en el único camino al que la
vendieron en esta ciudad. Con su mente concentrada
en su trabajo, ajena a lo que representaba, no temía la
noche más oscura, temía por la seguridad de su queri-
da amiga y compañera, que se perdía de corazón en
corazón de sus jóvenes amantes, como queriendo es-
capar de cualquier pasado, que la llevase a su isla y
pudiese dormir sola y no tentar al dueño de la sombra
que velaba todas las noches, sin ser Julieta consciente
aun de las estrellas que dan mil noches mas, escondi-
das en solo veinte años. Escondiendo su atractivo
como mejor sabía, fumaba un cigarrillo tras otro, con

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

esa rara identidad, que rodea la noche o el día de una


ciudad anónima, sin tener la posibilidad de conocerla,
con cierta nostalgia, habiendo traspasado ambas, las
inocentes barreras invisibles, sin considerar que no
era un país para sueños. Dos días después, estábamos
compartiendo vivienda los tres. Dos habitaciones, dos
camas, un salón común, la cocina y el cuarto de baño,
fueron testigos, de que nunca dormimos juntos, que
permití, seguir su destino como si fuese un observa-
dor, de un mundo que desconocía y que ellas, me
ocultaban cuando se encerraban, al cerrar la puerta
del que fue algo más que un cuarto de aseo. Cómplice
e inocente, tarde mucho tiempo en conocer el secreto
que se escondía detrás de esa puerta blanca. Traba-
jando toda la noche, regresaban de mañana, cansadas
y casi como rutina, se sentaban a conversar con nadie,
quien las esperaba, para compartir unos minutos de
vida, la vida de mis ojos, que eran los encargados de

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

volverlas a la realidad. El encargo de no sé quién, que


nunca rechace, pues como cómplice de su tragedia,
me transforme en un ser imprescindible, mantenerlas
vivas. Lo que más echo de menos, eran los minutos
en que éramos tres en el gran sofá del salón, pues a
las pocas semanas y tras comprobar que no era lujuria
carnal lo que me animaba, empezamos a conversar
algo en un español muy elemental. Por un tiempo
eran libres y como si fuese un hermano competían por
limpiar mi espalda como si aseasen la sombra mía,
algo que nunca llegué a definir bien. Sacha, senta-
da sobre mi espalda y en ropa interior,
iba quitando, aparentemente con sus delicados de-
dos, alguna impureza. Ella a espaldas mías, y con una
aguja, recorría, sin que me diera cuenta, cada rincón,
sin que yo notara la diferencia. Incluso, cuando me
percate de su arte con las agujas, me decía. No aguja,
tranqui y continuaba, escondiendo esa herramienta

[59]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

quirúrgica como acto de brujería. Julieta, quien nunca


dejó de ser menos o eso quiso demostrar, subida,
también a mi espalda, y carente de cualquier utensilio,
mas que sus afiladas uñas, me hacia gritar su nombre
cada pocos segundos !Julieta¡ El arte de dejar sus
marcas en la espalda de nunca supe quien. Primero
una y luego la otra, antes de que se entregasen al sue-
ño de todo un día para despertar, ya entrada la noche.
Como extraño ese tiempo en el que estábamos vivos y
enteros, inocentes del final de estas tres condenas,
que nunca dejamos de cumplir.

[60]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Aun trabajando de director de una sucursal, me


centraba en la consecución de mis objetivos diurnos,
hasta que por injusticias laborales, siendo según ar-
gumentaron, el mejor pagado, resulte ser el más ruin
de los empleados, paseándome de abogado en aboga-
do, buceando justicia. Argumento para ser definitiva-
mente, absorbido por estas sombras de mis llanuras,
donde como decía antes, no se pagan pecados. Debe-
ría olvidar, si debería olvidar, pero mi primera noche,
velando a escondidas las calles, donde yo mismo,
sobrevolé, Julieta, con el pelo suelto, y besando en la
mejilla a un alto joven de color, a las puertas de ese
hostal, donde busqué el amor más doloroso, mientras
Sasha conversaba con un cliente, subida en un coche
de placas extranjeras, y como pago del cielo, ambas
me descubren, mientras nos desnudamos mutuamente
a los ojos como si hubiese descubierto sus secretos.

[61]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Se hizo un espacio donde el tiempo se detuvo, como


dando tiempo a una respuesta que fuese digerible para
todos. Julieta, se encaminó hacia mí mientras Sasha
casi como intuyendo mi shock, se apresuró a interve-
nir. Julieta se enfrentó a mi sombra y frunciendo su
ceño. ¿Como tu venir aquí, tu nunca debes venir a la
calle donde trabajar? Conmovido, desolado y sin sa-
ber como reaccionar ante la realidad, no dije nada. Ju-
lieta, tiró el resto de un cigarrillo que fumaba y solo
atiné a regresar por el mismo camino que había reco-
rrido. Cuando giré mi cabeza instintivamente, vi a
Sasha abrazando a julieta. Enfermo de asco y dolor, el
dolor ajeno empezó a invadirme junto con las lagri-
más, que rara vez solían aparecer en mi cara. Camine
lento ajeno a las miradas, caminé, con el dolor de la
sociedad, el dolor mío, el dolor de Cristo, viendo co-
mo dos jóvenes, se morían en esa esquina sin testigos,
sin remedio. Solo y asolado por tanto dolor ajeno solo

[62]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

atine en mi estado de shock a caminar como hipnoti-


zado hasta las puertas de la catedral, donde llore y llo-
re desconsolado, sin testigos como el dolor que me
invadía, dejando una marca más, en esa antigua y
hermosa bóveda de dios, de cerradas puertas, sorda de
tanto repicar de campanas y ciega de tantos pecados
escondidos. A oscuras y sin testigos, me quedé el
tiempo suficiente como para confirmar que dios esta-
ba impedido y que mi única opción era cuidar los res-
tos de el universo que vieron mis ojos y sellaron mis
lagrimas. Regresando ya y como acto inconsciente,
me llevé a casa un gran pino que adornaba una calle.
Un enorme tiesto imposible de levantar, que alce y
subí las cuatro plantas, después de llevarlo varias ca-
lles. Siguieron pasando las semanas y los mese y ya
fue una rutina el velar las calles, para que me viesen y
supiesen que no andaban solas. Ellas, se encargaron
de vestirme como demonio a mis espaldas y me trans-

[63]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

forme en ese chulo, que incluso se escondió unos me-


ses en el dolor que poseía a Julieta. La droga más du-
ra tapaba, la droga más cruel, el desamor, la insensibi-
lidad y la condena de las sombras de los ojos que evi-
tan mirar en las esquinas de las hijas del dios al que
estamos entregados. Como negando que todos esta-
mos conectados por un ombligo común, seguí sus pa-
sos y trabaje, para alimentarlas a escondidas, pues
jamás tenían dinero y nunca vi, a ningún chulo que no
fuese yo y jamás les pedí dinero. Parecían no ser de
aquí, casi no probaban bocado, no se compraban ropa,
y las duchas eran casi forzadas. Trabajar toda la noche
y dormir todo el día, solo interrumpido por casi la ru-
tina de velar por la espalda de nadie, escondidas en
sabores ajenos, que no guardaban, sino, atesoraban.

[64]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Secretamente yo mismo no pude evitar caer en mí


propia trampa de amor, pues el altruismo es imposible
y jugamos los tres al gato y al ratón en el gran sofá
del salón. De la espalda a las caricias superficiales, el
deseo fue también algo que permitió esta realidad.
Sasha cómplice del secreto amor que sentía por Julie-
ta, pero con la libertad que imperaba en casa, donde
no éramos presa ni de la lujuria ni de placeres pasaje-

[65]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

ros, liberaban mis deseos, siempre dentro de sus li-


mites. Me transforme en una especie de hermano me-
nor, que debía ser atendido también, una familia con
reglas y una moral establecida por las circunstancias.
No habíamos elegido esta situación ninguno de los
tres. Solo velábamos por mantener cierta estabilidad,
la que ellas impusieron y la que yo pude sostener.
Sasha ¿quieres besarme?, si y me besaba como me
gustaba que lo hiciera. Era algo que solía hacer a es-
condidas de Julieta, pues sabía que ella lo permitía
pero no dejaba que nadie fuera mejor amante que ella.
Muchas veces fueron las que fuimos interrumpidos,
para ser devorado por sensaciones irrebatibles. Mas
que besos, me dejaba marcado, pues como sus uñas
en mi espalda, su boca entre mis piernas, arrodillada
frente a mí, me hacían viajar por un cuerpo descono-
cido para mí. Así alejaba los escondidos sentimientos
de Sasha, entre imposibles deseos, sostenidos en mis

[66]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

ocultos sentimientos hacia ella. Cuando pedía más


cual enamorado, incluso deseando comprar su cuerpo
a cualquier precio, desnuda y bajo mi cuerpo, como
una piedra, me daba a entender que en este rincón del
mundo ella no entregaba su amor a ningún precio, por
lo que nunca conocí su amor carnal, hasta una tarde
de verano, meses después, cuando intentando alejar
mis pensamientos sobre una joven que conocí de for-
ma casual, paseando por la ciudad, y sabedoras ya de
mi atracción por esa mujer, urdieron un plan. Mi se-
creto y cautivo amor pasajero que se dedicaba a los
tatuajes o mejor dicho, diseñaba máquinas de tatuaje
y creaba diseños imposibles, como los que me enseñó
en el portal del edificio, en un cuerpo que me enamo-
ro, se llamaba Sofía. Luchaba por dejar un antiguo vi-
cio, que sostenía rechazando tener que compartir el
destino de mis compañeras, viviendo en una habita-
ción de una prostituta local, se escondía de todos sus

[67]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

fantasmas, estando cerca de su horca, para no olvidar-


se dé el límite que se había impuesto. No muy alta, de
pelo crespo y una graciosa cara, la encontraba cada
mañana o tarde, tocando una pequeña flauta en las
puertas de una iglesia, que le llenaba de monedas en
pocos minutos. Enamorada ella de mí y yo de ella, no
la toque pues mis compromisos siempre han sido con-
secuentes, pero si le dije que me habría podido com-
partir mi casa con ella. Una noche sonó a la una de la
mañana un ¡Gabriel¡ ¡Gabriel¡ La excusa de diez euros,
que me había pedido prestados para comprar eso que
no deseaba comprar, sirvieron motivo para la última
vez que la vi pensando en mí. Sasha sabedora de mí
necesidad de amor verdadero y consiente del límite de
nuestra amistad y su necesidad de exclusividad asu-
mida por los tres, me preparo el más puro de los ve-
nenos o perfumes de amor, para alimentar a nadie. Al
día siguiente, después de regresar de trabajar, me pro-

[68]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

puso intercambiar dinero por la compañía de Julieta.


En apariencia sería inútil pues conocía los límites de
la piedra de ese amor imposible en esta dimensión,
que ya compartíamos más de un año. Gabriel, quieres
hacerme el amor esta tarde conmigo. ¿por qué? Tu
sabes. Me vas a engañar otra vez y no me apetece, No
deseaba ser víctima de ella. Gabriel confía en mí, te
are feliz, de verdad. En ese momento Sasha como ce-
lestina del infierno, me entusiasmó como a un niño
con un caramelo y al asomarme a la habitación donde
estaba recostada Julieta, alegre y más bella que nunca.
Entre confundido y desconfiado, me acerque, mien-
tras Sasha, cerraba la puerta a mis espaldas, gritando
al cerrarla, ¡puta¡ Fue en esa habitación, donde apren-
dí su amor, la pasión, sus besos, su vientre húmedo y
cálido, de ese encuentro no consumado, en la esquina
donde la vi, hace tanto tiempo atrás. Encima suyo y
besándonos y gimiendo, se desnudo para mi, ense-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

ñando algo irrepetible de contener, como el calor y el


roce de su tesoro más preciado. Gabriel ¿esto es lo
que tú querías? Si. Semanas después me encontré con
Sofía y estaba irreconocible. Muy arreglada y deshi-
dratada, delgada y como ausente. No pude evitar mi-
rar sus manos, dedos delgados y largos con gruesas
venas que afloraban entre joyas como desfigurando
veinte años más. Un misterio que se quedó en el olvi-
do como muchas cosas más.

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Capitulo siete

Siguieron transcurriendo los días y las noches,


que solía recorrer a solas por esas abandonadas calles
de esta ciudad enrarecida entre odios y cordialidades
obligadas. Tierras que aún resuenan a califatos de otra
época, pero que anclada a orillas del mediterráneo,
exhibe una placa, que la señala como la puerta de Eu-
rópa. Invadida de extranjeros y gentes que deambulan
y consiguen escapar a su destino, envileciéndose o
regresando a sus países, por voluntad propia o expul-
sados por la mano que vigila las calles. De esa mane-
ra, una mañana, no regresaron a casa ni Julieta, ni
Sasha. Las encontré detenidas en la cárcel destinada a
expatriar a los extranjeros. Veinte días que se hicieron
interminables, veinte visitas para mantenerlas ligadas

[71]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

a lo único que sostenía lo que les quedaba de vida. No


serían los barrotes, la condena que borraría las marcas
de ambas. Las heridas que cada vez que Julieta regre-
saba, marcas que fueron llenando sus piernas de pro-
fundas marcas, como mudas testigos de la negación a
ser eso por la que la deseaban juzgar. Lento ritual, que
veían mis ojos, de cómo rompía serenamente brazos y
piernas con dolorosas marcas, antes pasar al cuarto de
baño y peinar lentamente su rubio y hermoso cabello,
para volver a la calle. Reflejo que miraba a escondi-
das, viendo como se transformaba en la más deseada
de las piedras. Reflejo que terminaba en profundas
marcas de un universo que guardó el espejo y su re-
flejo en mis ciegos ojos. La primera visita, tras una
larga espera y tras verificar mi vínculo con ellas, Ju-
lieta primero, luego Sasha, apareciendo escoltadas por
la policía, cubiertas por delgadas mantas que Julieta,
arrastraba como capa. ¡Julieta¡ no arrastres la manta

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

le gritaban, mientras se acercaba a la pequeña sala.


Solo una vez enseño su risa de adolescente renegada
y consciente, ajena a los barrotes que la aprisionaban,
Así era ella, libre e inocente, sin culpas de esta curva
del destino. Alegres de vernos y tras ver a las dos, re-
grese todos los días. Solo en mi piso, desolado como
doliente enamorado y al borde del dolor más cruel,
golpearon a la puerta y gritaron ¡Sorpresa¡ No solo
regresaron ellas, venían acompañadas de otras tres
chicas. Alegres y fuera de sí, me presentaron y cena-
mos todos juntos esa noche. Tres chicas jóvenes que
solo tenían la opción de viajar a otro país, donde no
ser acosadas. Tras compartir esos días, como especta-
dor de ritos ajenos a mis sentidos, prepararon su equi-
paje y viajaron a Irlanda del norte. Nosotros queda-
mos otra vez solos ante el destino.

[73]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Tanta la confusión y tantos los años de mi propia


vida, ajena a cualquier detalle compartido, pero como
secreto y antes de cumplir los cuarenta, me toco ren-
dir cuentas a mi pasado. Julieta y Sasha, tras su de-
tención, dedicaron las veinticuatro horas a trabajar.
Fue la más horrible de las carnicerías, verlas ser aco-
sadas por hombres jóvenes, viejos, negros, mujeres.
Verlas como dejaban de ser las niñas que conocí, ya
hace más de un año. Como muestra del dolor ajeno y

[74]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

como presente a su padre, había comprado un Monte-


cristo, para que lo mordiera en privado, cuando viera
lo que quedaba de su hija. Puro que mordí yo a su ti-
tulo, pues ya no había más que esperar. El final. Y de-
teniéndome en este punto, para ir a por más velas, pa-
ra continuar escribiendo y así poder centrarme en lo
que no es de este mundo. Pues estas velas, que me de-
jaba una mujer, que custodiaba la ermita de legiona-
rios y de sueños inmortales de la Cofradía del Cristo
de la Buena Muerte, fueron las que iban a velar en mí
caso, la buena muerte que, no se reflejaba en la coti-
dianidad de lo que compartía en esta ciudad. Se refe-
ría a la cruz que había cargado recién cumplido los
veintitrés. Invisible y aterradora, mi buena muerte, me
poseyó en la juventud, me invadió los sentidos y puso
precio a mi alma. Una carrera de minutos, meses, ve-
ranos, cumpleaños no cumplidos y de miles de kiló-
metros, para escapar, de la sombra que se empeñó en

[75]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

dejarme totalmente solo y a oscuras, poseído por lo


que en este universo, no tenía más solución que asu-
mir la rendición. Había decidido desde hacía muchos
años atrás, no ser otro más de eso inombrable, que no
consiguen ser y estar o si fuese necesario, poder dor-
mir para siempre, al otro lado del espejo. Una tarde de
domingo, a solas, ordenando unos poemas y no sin
cierta ansiedad, de algo que no deseaba, sin tristezas
en exceso, me conseguí un cóctel mortal. Estirado en
la alfombra del salón y sin aviso previo, me prepare a
trascender, para encontrarme con esos sueños y de-
seos, que había acumulado en todos estos años de inú-
til espera. Como trece o como muerte que precede a
la vida, no fui testigo de gritos ni llantos, pues sim-
plemente, me fui o escape sin pretenderlo, a la vida de
los dedos que escriben esta la presente, en este espejo
viviente. Con velas consumidas y sin estar, desperté
al tercer día, mi miércoles de resurrección, durmiendo

[76]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

mi sueño eterno, junto a Julieta y Sasha, las que dor-


midas una a cada lado mío, velando la muerte de na-
die, sin poder pedir auxilio, y como acto de brujería,
mis dos delincuentes juveniles y un sereno pecador,
desperté en un plano, donde ya no reconocí mí tiempo.
Como mudo testigo o por la suma de mis actos, fui re-
insertado como recitaba antes, en esta segunda o ené-
sima vida, para vengar o hacer justicia de tanta cruel-
dad, amén de las cruces que lleve desde la más tem-
prana edad. Sin recuerdos del sueño, note el cambio
en mí. Algo murió y algo renació en lo más profundo
de lo indefinible, pero manteniendo lo que me aferró
a mi mundo primero,

[77]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Inocente del festín de la muerte, desperté o mejor di-


cho, empecé a despertar y tarde o tardare mas de mil
años en conseguirlo, pero dejando la huella, para que
me relaten en otro plano, mientras lloro en ojos de otros, lo
qué ya no están. La ausencia de todo y la existencia de
todo, en eso que llaman multiuniversos paralelos,
asomando la pluma para devolverme eso que causo

[78]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

tanto dolor a quienes ya no están, destellando en la


mente del compromiso de la autora de este relato, de
este espacio que tiene números y colores, me censuro,
pues las letras, relatan lo contado o vividos, por los
amores y las penas de miles de horas compartidas con
el autor, y de la eternidad de quienes se amaron entre
lluvias y el frió de los huesos cansados, oyendo y
viendo, algo que también va conmigo, pues aun
duermen los tres.

Capitulo ocho

Quizás debería relatar todos los cambios que padeció


Gabriel, cada dolor, calambre, pesadillas o como hu-
bo de aprender a caminar entre los espejos y saber de-
fenderse del mal ajeno. Conseguir caminar guiándose,
por lo que siempre lo guió, la belleza, el amor o la in-
justicia, cosa que es imposible aprender, por lo que

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

seguramente, seguirá a merced de todos, pero armado


de la sangre que ella derramo, sobre su piel desnuda,
para que lo proteja. Pues antes de trascender, a solas y
escondidas, tomando una de las jeringuillas de Julieta,
mezclo su sangre en sus venas, para asegurarse, de
que no solo sería testigo de su dolor, sino que se lo
llevo para siempre consigo.

Capitulo nueve

Por un tiempo siguieron viviendo juntos los tres, has-


ta que Sacha volvió a ser detenida y finalmente repa-
triada. No podría ser justo con ella, sin reconocer el
amor que sentía por ella. Si en casa hubo limites, los
puso ella, tanto así que su responsabilidad nunca tuvo
límites. La dependencia o necesidad de volver a con-
sumir su dosis, o el inyectarla en el cuello, cuando Ju-
lieta, ya no podía, era responsabilidad de Sasha o

[80]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

simplemente, entrar al dormitorio y ver como dormía


con una pierna encima de Julieta, como custodia de
los sueños. Ahí, la última vez que la vio, entre grue-
sos barrotes, se abrazo al cuello llorando, recordándo-
le. ¡Yo si te quiero¡ Estaba hermosa, alta y con buena
cara. Le partió en corazón verla partir, pero agradeci-
do de no volver a ver lo sus ojos vieron, cuando ca-
minaba por la calle, como zombi, marcando el límite
del infierno, y aun no cumplía los veinte tres. Cuando
piensa el ella, suele comprar, eso que daba hambre en
cualquier parte. Nata montada, bañada en azúcar. Si
recuerdo y extiendo el tiempo y meto la mano donde
estoy autorizado y la veo llegar delgada, meterse en
su cama y desconociendo él la causa, y sentir la hume-
dad al notar como mojaba las sabanas de orina y que-
darme junto a ella, sintiendo el terror de algo que de-
bía recordar. Y no fue la noche, fueron las mil y una,
como trece ciegos dormidos, que nunca dieron la ho-

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

ra, que había de ser esculpido en el segundero, del in-


fierno ya gastado, ella hubo de enfrentarse todos los
días, como guardiana y guerrera de alguien, que no
permitiría nunca no dar su propia hora, luchando fren-
te a frente y como dos gigantes, para poner su sello, el
limite, de la justicia que nunca llego, en medio de la
peor carnicería que pude imaginar. Ahora seríamos
solo dos

Capitulo diez

Ya nunca más reconocí a Julieta, ni su risa, ni su sue-


ño, que no volvió disfrutar. Solo pelear y pelear hasta
la extenuación. Solo dejando espacio para las habitua-
les heridas, que su delgado cuerpo acumulaba, pero
que ya no eran de este mundo. Así la deje a ella y su
locura, la condena que nunca busco.

[82]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Si es pertinente señalar, que mientras Gabriel, sufría


las molestias habituales, las que no le dejaban defen-
der su nombre y las motivaciones o las circunstancias
de tanta locura, que una vecina, amiga de una cuñada
madrileña, entrada en maldad y envidia, que casual-
mente vivía en la primera planta, alimentó a una mu-
jer, para ponerle coto a esta familia, denunciándolo,
de robo con fuerza, mientras estaba en casa con Julie-
ta, mientras conversaba con una de sus cuñadas en el

[83]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

extranjero. Esa excusa abrió las puertas del infierno,


que nos mantendrán siempre lejos, pues vinieron a
por él y tras obligarlo a confesar y siendo trasladado a
los calabozos de la localidad, fue sorpresivamente li-
berado y al llegar a casa, encontró a Julieta, come-
tiendo el último acto que un ser podría cometer,
cuando buscaba no morir nunca. Y siguiendo en boca
ajena, me la encontré, estirada en la cocina, sangran-
do por la nariz, víctima de una sobredosis, clamando
al cielo como lo había hecho yo. La loba que nunca
dejo de defender sus cosas, se rebeló como un ángel
del infierno, para dejar claro, que ella no lo iba a
permitir. Luego de esto ambos cambiamos a mas y
quizás a mejor, pero vagando como aprendices de
vampiros, en lo relativo a aprender a estar y no mirar.
Creo recordar que dejó, sin terminar de escribir, un
nombre, en un trozo de papel. Roman… Rusa de ori-
gen y escondida con sus peores ropas como la prime-

[84]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

ra noche que la vi, de familia acaudalada, de finos


modales y caros gustos, dejó esa como epitafio. Yo
regresando de tanta locura, como siempre, terminé
viviendo como custodio de otro. Un profesor de música, la
mejor excusa, para olvidar, lo que nunca ocurrió. Me
centre en mi, en él, y pasaron años de aislamiento,
preparando la reaparición. Años donde ya sin familia,
amigos, fui responsable y víctima también de los
tiempos, hasta que finalmente, tras estudios, miles de
horas, donde deje, lo que me quedaba de visión, for-
zando la espalda, para esculpir un ángel.

[85]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Para concluir he de incluir, los que fueron sus prime-


ros pasos, tras salir a la luz blanca, por primera vez.

[86]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Pues ya totalmente transformado, escondido por el


paso de otros lo vi, en brazos de una hermosa sonrisa
de cincuenta y tres, mientras rompía barreras, amando
y seduciendo la noche, sin ser consciente que lo con-
fundían con otro, pero así aprendiendo de nuevo, se
agotaba desnudo y sin dormir, una, dos, diez y más
veces, cada noche, para escapar como si lo poseyese,
un especie de animal salvaje, que no podía ser reteni-
do, cual unicornio de un bosque encantado, que lo se-
cuestraba, pasada la media noche. Luego vino otra jo-
ven mujer, que haciendo todo lo posible para retener-
lo, sin besarlo y sin entregarse, más que prometiendo
lo imposible, lo atrajo a su casa, para escapar al día
siguiente. Finalmente, ya centrado otra vez en el
mismo, se encontró frente a la tercera mujer en un
año, que creyó, seria la definitiva. Pero es más que
eso.

[87]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Es la maldición de todas las que vengan después o


una condena por estar con ella. Esculpida en el más
allá, rubia, delgada, criada en la capital del reino, en
la calle más cara y según dice ella, a espaldas suyas,
hace mucho tiempo le esperaba, mientras Mari, se
desnuda de todos sus hechizos, para dar con el hom-
bre o el cadáver, y escapar. Así se dejo seducir y

[88]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

amar, incluso reconocer, la parte de su reflejo, cuando


una tarde grito, con el mismo acento de Julieta, ¡Ga-
briel¡ Gabriel. Dice desear tener mucho dinero, ser
más bonita la próxima vez. Gabriel la prefiere como
la dueña del mundo, la ofrenda del reino o el mismo
demonio vestida de verde. Quizás sería más específi-
co, transcribiendo su última carta que le escribió Ga-
briel. La muerte, un ángel, un coche gris plata en la
mañana más abandonada de este invierno. Sentada
ella, sentado él. El motor detenido y circulando por
calles grises, con ese reflejo invernal. Ella en silencio
conteniendo una sonrisa, revelaba el ambiente, que
envolvió, ese paseo con mi rosa mística, después de
haber dormido con ella, después de haberla visto vo-
lar vestida de piel. Rubia melena y cuerpo blanco, que
escondía una mujer alta y serena, que se entrego dos
noches y que ahora reía, entre miradas, entre veneno,
entre sudores y bao, que empañaban los cristales.

[89]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Vuelvo a poner el BMW en movimiento, que ésta


mañana, solo circula por los laberintos, de la cornisa
del amor, sembrando este santo instante, para prote-
gernos de cualquier mal deseo, para que solo haya es-
pacio, para vivir esta mañana. Arrastrados en una ca-
rroza tirada por ciento quince caballos, para morir
sostenidos por la mano divina y ser perdonados, por
el tiempo que no era nuestro. Tanta la humedad y tan-
to el rocío, que

[90]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

lentamente, como empujados por mágicos caballos,


nos desplazamos, por el no querer despertar, reco-
rriendo los últimos metros, esquivando el tráfico, pa-
sando inadvertidos, muy lento, invadidos por miles de
miradas, que se cruzan, mientras nos despedimos sin
sombra. La alfombra de la ciudad, deja entrever una
rubia y encendida melena y el peor de sus hechizos,
un cerebro de otro mundo, que arremetía contra todo
ser mortal, algo más que mi sentencia color rosa, pues
antes de llegar, mi pálido rostro, vestido de pesadilla,
percibió, el precio de mi paseo, el roció de mi aspira-
ción angelical, preparándome para olvidar y no poder
evitar contener mi dolor. Empezando a reordenar, pe-
sando el precio del amor, la certera muerte del amor
primero, el olvido, la ceguera, despertando de este
viaje, donde partí como niño, de este sueño que se
aleja también, de toda mirada, para ver descender, mí
estandarte, rosa en mano, gritándome, Gabriel aquí no

[91]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

puedo besarte. Como último aliento del conjuro de mí


compañera, se desaparece tras los cristales de la gran
pecera. Yo muero como suspendido por mi dolor, in-
consciente, como asaltado en el cielo, sufriendo la fu-
ria de la separación y a pesar de mis pesadillas, de
verla reírse, verla desnudarse, la veo caminando por
las calles, subida, en paradas escondidas, envenenada
de su magia, para poder volver a viajar los dos otra
vez como mortales, para caminar despiertos de pesa-
dillas, de hechizos, de brujos, brujas, hechiceras y
magos, que se sumaron en abrazos, se casaron a es-
condidas, para sellar el camino de la coronación de
una virgen, la atalaya de mi sentencia, el espacio para
dormir con ella, espalda con espalda, como niños de
trece, mientras sigo despertando de los vapores de es-
ta mañana sombría, donde el galope de docenas de
caballos y los azotes, que reciben mis nuevos senti-
dos, me han hecho escupir y gemir el veneno. Y como

[92]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Romeo no está Julieta, tampoco, no la oigo, no la


siento, no la veo. No está más que como fiebres del
precio por verla, para morir, pues quizás no pueda o
no deba y sin saberlo y sin despertar, me muero por
ella, envenenado del único hechizo, que nos protegió,
por verla y verme. Sin previo aviso, como sentencia
de un camino que no está escrito, en un mundo donde
mis ojos no escuchan las muertas palabras, como cin-
co de copas, solo con el espacio de tu vientre, me
confundo envenenado de dolor, mientras termino de
despertar, caminando seguro y entero, por un bosque
encantado, con un futuro, que nunca imagine, carga-
do como demonio justiciero, por no poder ver mas
que la maldad, la envidia, los celos, de todos los espe-
jos rotos, mientras termina de comprar el mundo ente-
ro y cuidar eso que es su nuevo arte, enseñar el amor
robado en lo que siempre será, la joya que traje del
cielo, para sostener los restos, amarrado a ese palo

[93]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

mayor, que conduce el último viaje, entre dos ejérci-


tos que no se perdonan, intentando no ser alcanzado,
recitando las siguiente canción.
En un tiempo de días locos
Corriendo con mi mapa pirata,
Corriendo hacia mí casa,
Corriendo hacia mi amor
Tuve, tuve que aprender a llorar
Días tras días
Días tras días
Corriendo bajo azules cielos
Corriendo bajo rojas sombras
Viviendo la esquina
Brillando como una estrella amarilla
Sintiendo secos ojos
Cruzando viejas montañas
Sintiendo el agua fría
Días tras días

[94]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Días tras días


En un tiempo de días locos
Corriendo con mi mapa pirata
Corriendo hacia mí casa
Corriendo hacia mi amor
Tuve, tuve que aprender a llorar
Días tras días
Días tras días
Rendido en mí espacio
Esperando morir
Sin rosas
Bajo el crucificado
Sin nadie
Días tras días
Días tras días
Quinceañeras días que ver
Otra vez en la vieja casa
Solo en mi habitación

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DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

Escuchando llover
Días tras días
Días tras días
Ahora o nunca es la hora
Mientras los perros ladran cerca
Más allá de la esquina del amor
En el último Día
Días tras días
Días tras días
En la cornisa del amor

[96]
DIARIO DE UN EXILIO EL QUINTO SUEÑO TRECE
CIEGOS

[97]
TRECE
DICO -
CIEGOS - EL EDITORIAL
GABRIEL
QUINTO
SUEÑO -
DIARIO DE
UN EXILIO -
EDICIONES
TRECE
CIEGOS
CLAVE PARA INTEGRA ESTA TRILOGÍ
S R A

GABRIEL, EL HÉROE DE ESTA TRILOGÍA, PARTE CON EL QUINTO SUEÑO. RELATO QUE SE
INICIA EN ESTE VIAJE DE UN EXILIO. UNA VISIÓN CIRCUNSTANCIAL, PARA CONTINUAR
CON EL QUINTO SUEÑO Y TERMINA CON TRECE CIEGOS. AL LEERSE LOS TRES SE
CONSIGUE TENER UNA VISIÓN COMPLETA Y POR SEPARADO, DE TRES ASPECTOS
DIFERENTES. POR UNA PARTE LAS EXPERIENCIAS AL PARTIR COMO CUALQUIERA QUE
TOMA UN AVION PARA SEGUIR, CON EL INICIO DE SU GRAN DESAFÍO.. SUPERAR EL
DESAFÍO QUE LE PREPARO LA VIDA, MAS ALLA DE LAS CIRCUNSTANCIAS. PUES TERMINA
LIBERANDOSE DE LO INVISIBLE, LA PIEDRA QUE LO ANCLO A LA MAS TEMPRANA
JUVENTUD. FINALMENTE, PASADOS LOS AÑOS, GABRIEL, SE ENFRENTA AL MUNDO
EXTERIOR, PARA DAR SUS PRIMEROS PASOS. ESTA TRILOGIA PERMITIRÁ, VERSE
REFLEJADO EN GABRIEL, SEA EN EL VIAJE, EN EL MISTERIO DE LA PSIQUES Y EN LOS
SENTIMIENTOS AJENOS. INTERESANTE Y ORIGINAL FORMA DE ENFRENTAR UN
ABORDAJE TERAPÉUTICO, PARA QUE EL LECTOR SEA CONSCIENTE QUE SI NO CONDUCE
SU CEGUERA, EL CAMINO PUEDE SER MAS QUE UNA GRAN AVENTURA, PUEDE SER ESO
QUE GABRIEL REFLEJA EN CADA UNA DE SUS PÁGINAS.

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