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[mes ek |r fawn ehele ae 1984 Deda, Sypare Cate i vlan 4+ | ENSAYO SOBRE LOS PRIVILEGIOS Bequid sens in quanto contempre vivatis? Lacie vobis hujus partem, si licea, mart ‘Quod pirat, quod vocem mits, quod formas Fhominuim habetis indignant E. 5, SIEYES, Li, lb. 4,656. Se ha dicho que el prvilegio constituye una dispen- sa para quien lo obtiene y un desaliento para los demés. Si ello es asi, hemos de convenir en que los privile- ios constituyen una desafortunada invencion, Imagine ros una sociedad lo mejor consttuida y feliz posible. {No resulta evidente que para trastocarla enteramente bastard con dispensar algunos y desalentar a los demis? Desearfa examinar los privilegios en su origen, natu- raleza y efectos, Pero una tal divisin, por més metédica que fuere, me habria forzado a volver reiteradamente sobre las mismas ideas. Por lo dems, y en lo que a la cuestién del origen respecta, ésta me habrfa abocado a tuna tan enojosa cuan interminable discusién sobre los, hhechos, habida cuenta de que en los hechos se encuentra mpre aquello que se quiere, previamente, encontrar. Preferiré, muy al contrario, suponer que el origen de los privilegios es el mas puro que darse pueda. Sus partida- ue usieves rios, esto es, los que se benefician de los mismos, no pueden pedir mas. ‘Todos los privilegios, sin distincién alguna, tienen ciertamente por objeto dispensar de la ley w otorgar un derecho exclusivo sobre algo que no esta prohibido por aquélla. Ast, pues, la esencia del privilegio es hailarse fuera del derecho comiin, el cual s6lo puede ser eludido de una de esas dos maneras. Aprehendiendo nuestro objeto bajo este doble punto de vista, debemos convenir en que todos los privilegios se hallan inctuidos en el examen que haremos a continuacién, Preguntémonos, ante todo, cuél es el objeto de la ley. Consiste, sin duda, en proteger la libertad y propiedad de todos. No se aprueban leyes por el mero placer de hacerlo. Aquellas que tuvieren como efecto menoscabar la libertad de los ciudadanos, serfan contrarias al fin de toda asociacién y habria que apresurarse a derogarlas Existe una ley-madre de la que deben colegirse todas las demas: no perjudicar al préjimo. Es ésta la gran ley natural que el legislador concreta en detalle, mediante las diversas aplicaciones que de la misma hace en aras del buen orden de la sociedad; de ella manan todas las leyes positivas. Las que pueden impedir que se daite a otto, son justas; las que no contribuyen, ora inmediata, ora mediatamente, a tal fin, incluso careciendo de inten- cionalidad matsana, deben reputarse, sin embargo, in- justas. Y ello no solamente por cuanto menoscaban la libertad, sino porque ocupan el lugar que corresponde a las buenas leyes y se oponen a éstas con todas sus fuerzas. Fuera del dmbito regulado por la ley todo es libre: lo que no esté garantizado a nadie, por ley, pertenece a todos. - Sin embargo, deplorable efecto de una tan larga ser- GEMM 3s prvi. 20108 & (a _ENsA¥O Sonne Lo 0 Er (ato vidumbre de las conciencias, el pueblo, IdjaXge re cer su verdadera posicién social, lejos de poets fio del poder de revocaci6n de las leyes injustasy fen creer que no posee sino los derechos previamente reconocidos por las leyes, fueren éstas justas o injustas. ‘Asi, el pueblo parece ignorar que la libertad y la propie~ ‘dad son anteriores a todo; que los hombres, al asociarse, no han tenido otro objetivo que poner sus derechos al abrigo de los malvados y dedicarse, al amparo de una tal seguridad, al libre, amplio y fecundo desarrollo de sus facultades morales y fisicas; que, de este modo, su pro- piedad, acrecentada por todo lo que la nueva industria ha podido aftadir, les pertenece por derecho propio y no puede ser consicerada en absoluto como concesién de tun poder ajeno; que la autoridad tutelar del Estado se halla establecida por el pueblo mismo, no para conce- derle lo que ya le pertenece sino para protegerlo; que, cn fin, cada ciudadano, indistintamente, pose un dere~ cho inalienable, no a lo que la ley permite, pues la ley nada tiene que permitir, sino a todo lo que ésta no proseribe' Con la ayuda de estos principios elementales, pode- 7 Sieyes, tras las huellas de Locke y distancindose, también en este extremo, de Rousseau, introduce un ulterior desplazamiento ften- te al iustacionaismo: la ley naturals hace reteradamente alusién, en ‘tt obra, ala dimension econdmica contempordnea de la naturaleza {ie la propiedad como satisfaceién natural las necesidades vitals). La sociedad, entendida como conjuato de relaciones econémieas, r= sult, ai una suerte de prolongaci6n del derecho natural, cuyo esta, tuto compare. La sociedad ctl presenta, frente al estado de natura teza, et hecho novedoso de que en ella, merced ala presencia vigilante tel Estado, adguieren libre y estimulado curso las necesidades natu rales» del desarrollo ceonémico, Ia libre competencia en ef mercado, Ta division del trabajo, ete yy ba. Beit + SIBLIOTEGA | 12 1sieves ‘mos ya proceder al andlisis de los privilegios. Aquellos que tienen por objeto dispensar de Ia ley, no pueden justificarse en modo alguno pues, como ya hemos obser- vado, toda ley prohibe, directa o indirectamente, perju- icar al préjimo. Ahora bien, los privilegios implican que de hecho esté permitido a algunos menoscabar los derechos de otros, No existe, por lo demds, poder capaz de realizar una tal concesién. Sila ley es justa, obliga a todos; si no Jo es, hay que derogarla ya que constituye un atentado contra la libertad Paralelamente, no se puede conceder a nadie un de- recho exclusivo a lo que no est protegido por la ley; ello implicaria despojar a los ciudadanos de una parte de su libertad. Todo lo que no esta vetado por la ley, como ya. hemos observado, resulta del dominio de la libertad civil y pertenece a todo el mundo. Conceder un privilegio exclusivo a alguien sobre aquello que pertenece a todos, implicaria perjudicar a los més en beneficio de los me- nos, lo que representa, a la vez, Ia més gran injusticia, cuanto la mas absurda sinrazén. ‘Todos los privilegios son, pues, por la propia natura- leza de las cosas, injustos, odiosos y contradictorios con el fin supremo de toda sociedad politica Los privilegios honorificos no pueden, en modo algu- no, ser salvados de la proscripcién general, habida cuen- ta que poseen una de las caracteristicas que acabamos de citar; a saber: la de otorgar un derecho exclusivo a lo que no se halla prohibido por la ley. Y ello sin contar con que bajo el titulo hipdcrita de «privilegios honorif cos» se ocultan, las més de las veces, beneficios pecunia- rios de diversa indole. Pero como quiera que incluso entre los bienpensantes se encuentran quienes se decla- ana favor de la existencia de este tipo de privilegios, 0 al menos piden gracia para los mismos, conviene exami _Eesa¥O SOURE Los ranviLecios 13 nar con atencién si son realmente més excusables que los otros, Por lo que a mi respecta, y lo diré con toda franqueza, les encuentro un vicio adicional, vicio que, por ende, me parece de suma importancia. A saber: los privilegios honorificos tienden a despreciar al gran cuerpo de ciu- dadanos, y el desprecio constituye, sin duda alguna, uno de los peores males que pueden hacerse a los hombres. {No es inconcebible que se haya podido consentir ta humilacién de veinticinco millones ochocientos mil in- dividuos, para honrar ridiculamente a poco més de dos- cientos mil? Ni el sofista més avezado podria mostrarnos cn tan antisocial combinacién el menor atisbo de confor- midad con el interés general. Eltitulo mas favorable a la concesion de un privilegio honortfico, seria el de haber prestado un gran servicio a fa patria, es decir, a la nacidn, la cual no puede estar constituida sino por la generalidad de los ciudadanos. Pues bien, recompensemos al miembro que lo haya me- recido, pero no cometamos la absurda locura de rebajar a toda la nacién con respecto a uno de sus miembros. El conjunto de los ciudadanos es siempre lo fundamental, todo debe estar a su servicio y no debe ser sactificado como precio a quien le ha servido. Una tan flagrante contradiccidn tendria que resultar evidente para todos y, sin embargo, nuestras conclusio- nes parecen novedosas 0 en exceso aventuradas. Exist, a estos efectos, una inveterada superstici6n entre noso- tos la cual rechazando la raz6n se ofende, incluso, ante la duda. Algunos pueblos salvajes rinden culto a ridicu- las deformidades por mor de sus supuestos encantos naturales. En las naciones hiperbéreas sucede algo pa- recido con determinadas exerecencias politicas, cierta- mente mis deformes y sobre todo mucho més perjudi- wu es sires cies, a las que se les prodigan estpidos homenajes. ‘Ahora bien, la superstici6n deviene a la postre pasajera yl cuerpo que degradaba, reaparece entonces con toda su fuerza y belleza naturales. Y no es que nos neguemos a reconocer los servicios prestados al Estado. Ahora bien, no debemos hacer consistir las recompensas del Estado en nada que sea injusto 0 envilecedor. Es preciso no recompensar a uno de los demi y, especialmente, a expensas de 4s. No confundamos en modo alguno dos cosas tan diferentes como son los privilegios y las re- compensas. En efecto, si se trata de servicios ordinarios, existen para su retribuci6n los salarios ordinarios o gratificacio- nes de igual naturaleza. Caso de tratarse de servicios importantes o alguna hazaiia especial, puede ofrecerse un répido ascenso o un destino especialmente distingui- do, acorde al talento de quien desedis recompensar. En fin, si resulta preciso puede afadirse ef recurso de una pensién, pero tan sélo en un pequeiio ntimero de casos yysiempre y cuando, a tenor de circunstancias tales como la vejez, heridas, etc., ningGn otro medio pudiera servir de recompensa suficiente. Siello atin no resultare suficiente para quienes, nece- sitados de distinciones aparentes, rectamaren los cum- plidos de la consideracin pablica, debemos responder- les que la verdadera distincién se encuentra en el servi- cio que han realizado a la patria. Dejad, pues, al pablico dispensar libremente los testimonios de su estima Cuando en yuestras meditaciones filos6ficas considerdis tal estima como retribucién moral de poderosos efectos, evais ciertamente raz6n. Pero si desedis que el principe se arrogue su distribucién, exrdis en vuestro parecer: la naturaleza, en efecto, mejor fildsofa que vosotros mis- ensayo some Los panviLecios 15 mos, ha ubicado la verdadera fuente de la piiblica con- sideraci6n en los sentimientos del pueblo. Es, en efecto, en el seno de este tiltimo donde radican las verdaderas necesidades: ali reside la patria, a 1a cual los hombres stuperiores son Ilamados a consagrar sus talentos; alli consiguientemente, y en ninguna otra parte, debe ha- llarse el sagrado depésito del piblico reconocimiento. Ciegos acontecimientos y leyes més cicgas atin, hi conspirado contra la multitud. Esta ha sido deshereda- da, despojada de todo. No le queda sino el poder de honrar con su estima a quienes la defienden; no pose més que el citado medio de recompensar a los hombres ignos de servirla. ,Desedis acaso despojarla de su tilti- ‘ma pertenencia, volviendo hasta su més intima propie- dad del todo initil para procurar su dicha? Los administradores ordinarios, tras haber arruinado y humillado al gran cuerpo de los ciudadanos, acostum- bbran facilmente a olvidarlo. Desdefian y desprecian a un pueblo que no ha devenido despreciable sino a resultas, el ctimen que previamente ellos han cometido. Pero las, necesidades sagradas del pueblo serdn eternamente el objeto adorado de las meditaciones del filésofo indepen- diente, la finalidad secreta o pablica de los desvelos y sacrificios del ciudadano virtuoso. Dejad, pues, discurrir libremente del seno de la nacién, el premio de la publica consideracién para recompensar su deuda con el genio y la virtud. Guardémonos de interferir las sublimes re- iaciones de humanidad que Ia naturaleza ha estado aten- ta inscribir en el fondo de nuestros corazones. Aplau- damos este admirable intercambio de homenajes que se establece entre las necesidades del pueblo y los grandes, hombres, sobradamente recompensados por sus servi cios con el sencillo tributo del piblico reconocimiento. ‘Todo deviene puro en tal intercambio, pues es fecundo 116 ensieves en'virtudes y prédigo en dicha en tanto en cuanto no se vea turbado en su itinerario natural y libre. Peto si la corte se-apodera de éi, la estima pablica devendré falsa moneda, desvirtuada por las maquinacio- nes de un indigno monopolio. Muy pronto, el abuso originaré la més audaz. inmoralidad que se extenderé posteriormente a todos los ciudadanos. Las sefiales con- venidas para invocar Ia consideracién se hallarén mal dispuestas, marginando al verdadero sentimiento. Aho- ra bien, en la mayor parte de los hombres este senti- miento coneluye por corromperse en virtud de la alianza misma a la que se le fuerza gc6mo podria escapar al veneno de los vicios a los cuales se ha habituado a vincularse? En el pequefio niimero de ciudadanos ilus- trados, la estima se recluye en el fondo del corazén, indignada del vergonzoso papel al que se la pretendia someter. La estima real deja de existir y, sin embargo, su Tenguaje, su soporte subsisten en la sociedad, para prostituir con falsos honores piiblicos, a los intrigantes, a los favoritos, a menudo, incluso, a los hombres més culpables. En un tal desorden de costumbres, el genio sera per- seguido; Ia virtud, ridiculizada y, a'su lado, una abi- garrada multitud de distinciones y condecoraciones diri- gird imperiosamente el respeto y la consideracién-hacia la mediocridad, ta bajeza y el crimen. De este modo, los honores sepultardn al auténtico honor, corromperdn la opinién piiblica y degradarsn las conciencias. En vano pretenderfa nadie que, siendo personalmen- te virtuoso, no confundira nunca al hébil charlatén o al vil cortesano, con el buen servidor de la nacién que presenta justos titulos a la piiblica recompensa. La ex- periencia atestigua cuan numerosos resultan, a estos efectos, los errores. Al menos, hemos de convenir que [ENSAYO SORE LOS PRIVILEGIOS n7 aquellos a quienes se les han concedido perpetuos hono- res pueden degenerar a continuacién en sus sentimien- tos y sus acciones. Y habriamos, entonces, alienado sin retorro en pro de los ciudadanos indignos, una porcién sustantiva de la consideracién piblica. Ello no es asf, sin embargo, con la estima que emana del pueblo, Necesariamente libre, ésta se retira de inme- diato cuando deja de set merecida. Més pura en su principio, més natural en sus movimientos, resulta tam- bign més acertada en su discurrir, més til, en fin, en sus efectos, Aquélla constituye el solo precio siempre pro- porcionado al alma del ciudadano virtuoso; el tinico ‘adecuado para inspirar buenas acciones sin alentar los apetitos de la vanidad y el orgullo; el tinico, por ende, que se puede procurar y alcanzar sin maniobras ni baje- za alguna. Dejad que los ciudadanos rindan el honor de sus sen- timientos y se entreguen a esa expresi6n tan alentadora que s6lo ellos saben pronunciar por inspiracién; y cono- ceréis entonces en el libre concurso de todas las almas ‘enérgicas, en el esfuerzo multiplicado de todas las gen- tes de bien, lo que es capaz de producir, en pro del progreso social, el gran dispositive de Ia estima pi- blica*. in embargo, vuestra pereza y vuestro orgullo pare- cen acomodarse mejor a los privilegios. En efecto, ob- servo que aspirdis menos a ser distinguidos por vuestros conciudadanos que a ser distinguidos de vuestros con- + Me refiero, por lo demés, a una nacién libge o que va a sero, Ciertamente, la dispensa del reconocimiento publica no resulta pos: bie en un pueblo sumido en la esclavitud. De hecho, en un pucblo ecavo la moneda moral es siempre falsa sea eval fuere la mano que Tn distibuya, us en steves ciudadanos*. He ahi, pues, claramente manifestado ese sentimiento secreto, ese deseo inhumano, henchido de orgullo y, sin embargo, tan vergonzoso que os esforz4is en ocultar bajo la apariencia del interés paiblico. No aspirdis a la estima y al reconocimiento de vuestros se- mejantes, sino que, muy al contrario, obedecéis a los impulsos de una vanidad hostil contra los hombres cuya ipualdad os hiere. En el fondo de vuestro corazén repro- chdis a la naturaleza no haber clasificado a vuestros conciudadanos entre las especies inferiores destinadas Ainicamente a servitos. Realizadas estas consideraciones generales sobre los sus efectos, ora relativos al interés ptiblico, ora relativos al interés de los privilegiados mismos. * Aun euando se me acuse de metafsco, desconociendo el valor de ete imino que ha devendo sn dda espantos para os apis tmisinocetes, he de selor que fs dstnlon de no es mds que Sjerenc,sfectando a ambos esremos sinultsneament. En els, SA dstnto de B, es claro que por idénic rax6n B ex dito de'A< ash pues, Ay By sn ecproamente exyentes. Es precio Chic tos te indices deren ls nos de To tos, ¥ nada fay en ello de que enorgllcerse 0 bien, todos tenia derecho a ero. En ln naturlzs, la spc o la inert 0 500 Cuestones de derecho sno de hetho. A saber: viene speroe quem {ence al oto. Tal ventaja de hecho sapone,crtamenter ms era {son ag que ds otto pero, volvendo a nesto problems, ca quien Pertenece cate a superiondad al eberpo de adanos o 8 ox Prego? La dstncén por, muy al contrat, consi ot prinipio soci snd feindo en buena acions, Pero toda ez ques soe 30 enc tinea el alma de quienes disinguen,y 00.00 in mano de quien preendeotorgardistinciones, consltayendo un aténtco seinen to x preseo afar que un al tentnento ex exendamente Moe y 60 Sno sera un yrds Tafa © ngorero it ENSAYO SOBRE LOS PRIVILEGIOS 19 Desde el momento en que los ministros imprimen el caracter de privilegiado a un ciudadano, abren su alma ‘a.un interés particular y la cierran decididamente a las, inspiraciones del interés comin. La idea de patria se restringe para el privilegiado, reduciéndose a la casta a que pertenece. A partir de entonces, todos sus esfuer- os, con anterioridad empleados con fruto al servicio del interés nacional, se volverén contra éste. ‘Nace, a partir de entonces, en su corazén el anhelo de sobresalir a cualquier precio, asf como un deseo insacia- ble de dominacién. Este deseo, desdichadamente afin a Ja naturaleza humana, constituye una verdadera enfer- medad antisocial y si, por esencia, resulta siempre per- judicial, imaginaos la magnitud de sus estragos cuando ta opinién y la ley le presten su poderoso apoyo. ‘Adentraos, por un momento, en los nuevos senti- mfentos de un privilegiado. Este se considera, con sus colegas, integrante de un orden separado, una suerte de nacién elegida en el seno de ta nacién. Piensa que se debe ante todo a los de su casta y si continua a ocuparse de los demés, éstos no son para él sino los otros, y ya no Jo suyos. Ya’no existe el cverpo nacional del que era ‘miembro, sino el pueblo, el cual, en su lenguaje tanto ‘como en su pensamiento, no constituye sino un conjunto de don nadies, una clase de hombres creada expresa- mente para servir, mientras é1, por el contrario, se halla predestinado a dominar y gozar. En efecto, los privilegiados se consideran como una especie diferente de hombres*. Esta opinién, en apa- riencia tan desproporcionada y que no parece, en prin- + Como quiera que no deseo se me acuse de exageracién alguna, remito al lelor al apéndice de este optsculo, extraido del proceso Yerbal del onden de la-nobleza en los Estados generales de 1614 10 ss sieves cipio, contenerse en la nocién de privilegio, deviene insensiblemente, sin embargo, su consecuencia natural y termina por instalarse en todas las conciencias. Pre- gunto a todo privilegiado franco y leal, como sin duda los hay: cuando se le acerca un hombre del pueblo y no Jo hace para implorar su proteccién no experimenta, muy a menudo, un movimiento involuntario de repul- sién que se trasluce al menor pretexto en duras palabras ofensivos gestos? El falso sentimiento de una superioridad personal re- sulta tan en extremo caro a los privilegiados que desean extenderlo a todas sus relaciones con el resto de los ciudadanos. En efecto, aquéllos consideran que no estan hechos ni para ser confundidos ni para estar al lado de nadie. Es faltar a su propia naturaleza el discutir; pare~ cer estar equivocado cuando se est, de hecho equivo- cado; dar la razén a alguien es comprometerse, etc. Pero nada més curioso, a estos efectos, que el espec- taculo que se ofrece en el campo, lejos de la capital. Es alli donde el sentimiento de superioridad de los privile- giados se alza en todo su esplendor en ta lejanfa de ta raz6n y las pasiones urbanas. En los viejos castillos los privilegiados se respetan entre ellos, pueden permane- cer largamente en éxtasis ante los retratos de sus ante- pasados y embriagarse del honor de ser descendien- tes de hombres que vivieron en tos siglos XIII y XIV, pues, considerandola peculiar caracteristica de ciertas razas, no suponen que una tal ventaja pueda ser com- partida por todas las familias. He visto a menudo esas largas galerfas de imagenes familiares. No son preciosas ni por el arte de la pintura que encierran ni, incluso, preciso es confesarlo, por el sentimiento de parentesco que suscitan: resultan sublimes, ante todo, por los re- _Ensavo Some Las PRVILEGIOS RI cuerdos de los tiempos y costumbres de la buena feu dalidad. Es en el interior de los castllos donde se siente con el mismo entusiasmo con que se disfrutan las bellas artes, todo el peso del arbol genealdgico, de tupidas ramas y {allo inacabable. Es alli donde se conoce, sin olvidarlo en ningén momento, todo lo que vale un hombre como ¢s debido*, y el rango y lugar protocolario que corres- ponde a todos y cada uno. 7 Remo acompener os os mais eal ai leaguafe dels prvleidos, Noresarnos ut deionaro espe leno legs, a sues en lupe de preset el sentido ees ometaric Je plas agua desprove a fos trminos Be eadasro sind joie vas pra ta rztn ten santabcmente pounds para el prejui. Leeranos as en eles, aoe, logue sit ser privieiado dun pivlegio que ISlavs no ba comenzado. Agus gue posyeran fal natualza sera aens por fe graca de Dios, a decenda de esa otra lita SE pcgadan ue lo son por la sola gracia del principe. No Seton asso, sn embargo, a agulos cudadaos qu, 10 ‘Sf esaraaa por tava de nds ln de sus eas uli Sue erconalesscevtamente son Ets len oca cst Tanai, ‘Apeateramos en exe dcionaio, por ejemplo, queso ext oteiento para quienes casien de gen. Inco los proleiados aocreece del prpe, no on sino algne medio facies, y In peti por supuesosungune Sera soperao star, al espe, maT kininte de que agus habla oes el gue procede de padre Sale nos aqul que el princpeotorga con un ma yon ilo 4.Mmmsjor, aque que nos sabe de Jone proce, pues Etc, Sada, ms xin wh ats feta, In ercza fica de tenet pase y made ao es sultant, seo solamente io el eomeaponiete cristo del ‘thor Chen, Paes ao es prec, pues, se Js unas, see lx even peieglads son hombres de aery Tos cvdadans Sine ao go pres, oan acid Yoav Me maria, debo Cafes ote con que los prveiados prolongs infernina- Bae tn sublines oruntes converaioes Los cursos veer son guts qc, posted de ojos ante su propo ie 1 SIEVES Frente a estas altas consideraciones, cudn pequetias y despreciables parecen, ciertamente, las ocupaciones del pueblo. Si estuviera permitido pronunciar su verdadero nombre, podrfamos preguntar: qué es un burgués al lado de un buen privilegiado? Este dirige su mirada hacia et noble tiempo pasado y de éste extrae todos sus titulos, viviendo, asf, de sus antepasados. El burgués, al contratio, tiene la mirada atenta al innoble presente y al indiferente porvenir, preparando el uno y sosteniendo el otro por medio de los recursos de su propio trabajo. Es, cen lugar de haber sido; soporta la pena y, lo que es peor, la vergiienza de emplear toda su inteligencia, toda su fuerza a nuestro servicio actual, asi como de vivir de su propio trabajo, necesario para todos. {Por qué el privi- Tegiado no puede irse al pasado a gozar de sus titulos y ono, ren de buen grado de simlzes pretensones otros privilegiados. ee ee Sotngo, emis, qu as opiniones de dues opiniones de os pigiados se allan a ta altura de ai senientos 9-2 eecos de proportion ua musta bre dl, ron een conn on scalp ¥y confundides con tos anteriores, han de situarse los gentilhombres Tales orden soci para el rus reinatey nada nev hecho ENSAYO SOBRE Los PaniLEIOS ps grandezas, dejando a una estipida nacién ef presente con toda su ignominia? * Un buen privilegiado se complace en si mismo al propio tiempo que desprecia a los demés. Ast, acaricia ¢ idolatra con toda seriedad su dignidad personal y por ‘més que una tal supersticién no pueda conferir el menor igrado de verosimilitud a tan ridiculos errores, no por ello dejan éstos de colmar todos los rincones de su alma, El privilegiado se abandona a ello con tanto amor y convicci6n, como el loco del Pireo crefa en su quimera. La vanidad que cominmente es individual y se com- place en ef aislamiento, se transforma aqui, con pronti- tud, en indomedable espiritu de cuerpo. En cuanto un privilegiado percibe la menor dificultad por parte de la clase que desprecia, ante todo se itrita, sintiéndose he- rido en su prerrogativa, creyendo estarlo en sus bienes, cen su propiedad. A continuacién se excita, solivianta a ‘us coprivilegiados y acaba por forjar una terrible con- federacidn, presta a sacrificarlo todo en pro del mante- nimiento, sino acrecentamiento, de su odiosa prerroga- tiva, De este modo el orden politico se trastoca por ‘entero, originandose un detestable aristocratismo. ‘Sin embargo, s¢ did, los privilegiados son tan corte- * Sieye,siguicndo nuevamente ls huellas de Locke, considera al trabajo como la primera de las propiedades y una mereancta més 3 vender en el mercado; de hecho, la propiedad de ls bienes noes sino luna expresin de quella propiedad primera, Pero, ademés, a diferen- {da de Locke pero también de los fisiGeratas, el abate introduce Ia ovedad de consirar las formas evolutivas que adquiete el trabajo ‘Como claves en fa configuracién del entero orden social. En efeto, la livisign del wabajo no solamente integra un salto revolucionario desde tl punto de vista de la produccin, sino que constituye un modelo {tadladable al orden poltica. As, Ia relacin entre gobernantes y ffobemados néquiita la forma de una «travail en representation. we sieves eS con sus pares como con los no privilegiados. No soy yo quien ha sefialado por vez primera el peculiar caréc- ter de la cortesia francesa. El privilegiado de Francia no es cortés por cuanto respete a los otras sino por deber Para consigo mismo. En efecto, no son los derechos de os demés los que respeta, sino su propia dignidad. En efecto, no desea ser confundido en modo alguno, por medio de maneras vulgeres, con lo que denomina malas comparitas. Lo que realmente teme es que el receptor de su cortesfa lo considere un no privilegiado. Guardaos de dejatos seducir, pues, por tan hipécritas cuan engaiiosas apariencias, no viendo en ellas sino un orgulloso atributo de esos mismos privilegios que de- testamos. Para explicar la ardiente sed de adquisicién de priv legios, pudicra si acaso pensarse que, al menos, y al precio de la dicha piblica, se ha conformado un género de felicidad particular en favor de los privilegiados del que goza una minorfa y al que aspira una mayorfa, y frente al que los demés se ven reducidos a vengarse mediante los deplorables recursos de la envidia o el odio. Sin embargo, no podemos olvidar que Ia naturaleza no impuso jamés leyes impotentes o vanas, que ha re- Partido la felicidad por igual entre los hombres y que constituye, en fin, un pérfido intercambio aquel que ofrece la vanidad frente a la multitud de sentimientos naturales que integran la felicidad. Atendamos a nuestra propia experiencia’ y obsetve- * La soviedad consttuye, para todos aquellos quienes et destino ha condenado a un trabajo sin deseanso, una fuente pura yfecunda en Jos mas agradables placeres. Ello se percibe con claridad y el pueblo ‘que se considera mis civiltzado, se vanaglora de poseet asimismo Ia mejor saci, {16nd se hall Ia mejor sociedad? Ali, sin dada, ee [ENSAYO SORE Los PRIVILEGIOS Ds mos la de los grandes privilegiados, la de los grandes ‘mandatarios cuyo estado permite gozar en provincias de los pretendidos encantos de la superioridad. Esta dispo- ne todo, ciertamente, en su favor y, sin embargo, se encuentran solos, fatigando el hastfo sus almas y ven- gando asf los derechos de la naturaleza. Ved, en ei ardor impaciente con que vienen a procurar a sus iguales en la, capital, hasta qué punto resulta insensato sembrar con- tinuamente en el terreno de la vanidad para no cose- char, a la postre, sino las espinas del orgullo y las ador- mideras del tedio. No hemos de confundir, por lo demés, ta absurda y quimérica superioridad obra de los privilegios, con Ia superioridad legal entre gobernantes y gobernados. En efecto, esta iltima es real y necesaria, no enorgullece a unos humillando a tos otros, habida cuenta que consti- tuye una superioridad de funciones y no de personas. Ahora bien, y puesto que ni siquiera esta superioridad resulta equiparable a la igualdad, ;qué hemos de pensar de la quimérica desigualdad personal de la cual se nu- tren los simples privilegiados? Si los hombres desearan reconocer sus intereses, si soni sonbs comin suede sain ibvement ys que Sito, onde fa eet ene fos hombres de talento o fcr inteteida por ninguna consideraci6n ajena al fin que persigue Ia sxorinién, puede negarse que los precios estamentaes se oponen por nannies sss pnp fusion el orden 0 or er cho queen viesra sciedades tan alabadas como inspidas, parodies ‘anamente aquela igualdad que os resulta, en el fondo, imprescin- Able, no resultan suficientes algunos fugaces momentos para mod ficariateriormente alos hombres y devenir fo que sin da sera, tunos para otros, sila igualdad reinara por doquier y permanen: 16 east supieran contribuir a su propia felicidad, si consiguie- ran, en fin, apercibirse de la imprudencia temeraria que Jos hha Hevado a desdefiar tiempo ha los derechos de los ciudadanos libres, en favor de los vanos privilegios de la servidumbre... se apresurarfan a abjurar las numerosas venidades en las cuales han sido educados desde la in- fancia, desconfiando de un orden de cosas tan proclive al despotismo. Los derechos del ciudadano lo abarcan todo, los pri- ilegios, en cambio, todo lo echan a perder y nada com- pensan, satvo entre los esclavos. Hasta ahora no he diferenciado entre Los privilegios hereditarios y los de adquisicién individual. No son, sin embargo, igualmente daninos ni peligrosos para el Esta- do, Si pudiera establecerse una prioridad entre los males y los absurdos, los privilegios hereditarios, sin duda, ‘ocuparian el primer lugar, y no preciso rebajar mi razén para demostrar verdad tan palpable. Convertir al privi- Jegio en una propiedad transmisible es tanto como aban- donar los débiles pretextos sobre los que se quiere jus- tificar la concesién de titulos privilegiados, invirtiendo todo principio y toda razén. Utteriores observaciones aportardn mayor luz sobre los funestos efectos de los privilegios. Subrayemos, sin embargo, previamente, una verdad general: las falsas ideas no precisan sino ser fecundadas por el interés per- sonal y sosteniidas por el ejemplo de algunos siglos, para corromper, a la postre, todo entendimiento. Insensible- mente, y de prejuicio en prejuicio, se decanta un cuerpo de doctrina que representa el extremo de la sinrazén y, Jo que resulta aGn més indignante, sin que por ello la prolongada y supersticiosa credulidad del pueblo se vea, afectada en fo més minimo, ‘Asi, hemos visto alzarse ante nuestros ojos, y sin que ENSAYO SoaRE Los PeIvILEGiOs at Ja nacién osara protestar, numerosos enjambres de pri- vilegiados, posefdos de una extrema y cuasirreligiosa persuasi6n de poseer un derecho adquitido a los hono- res, por mero nacimiento, y a una parte del tributo del pueblo, por el simple hecho de su supervivencia. No era suficiente, en efecto, que los privilegiados se considerasen una especie diferente de hombres, debian considerarse, por afiadidura, como una necesidad para el propio pueblo, mas atin, como funcionarios de la cosa pablica. En cuanto integrantes de un cuerpo privilegia- do se imaginan imprescindibles en toda sociedad que vive bajo un régimen monarquico. Si hablan con los jefes de gobierno o con el propio monarca se presentan ‘como os apoyos del trono y sus defensores naturales contra el pueblo; si por el contrario, se dirigen a la naci6n, devienen en verdaderos defensores de un pue- blo que, sin su concurso serfa irremisiblemente aplasta- do por la monarqufa : Con un poco més de luces, el gobierno comprenderi ‘que una sociedad solamente precisa ciudadanos vivien- do y trabajando bajo la proteccién de Ia ley, y una autoridad tutelar encargada de vigilar y proteger. La ‘inica jerarquia necesaria se establece entre los agentes de la soberania, pues es allf donde resulta necesaria una gradacién de poderes y se encuentran las verdaderas relaciones de supra y subordinacién, habida cuenta que fa maquina publica no puede moverse sin el concurso de esta correspondencia. Fuera de ese mbito, no existen sino ciudadanos igua- les ante la ley, dependientes todos, no los unos de los ‘otros, pues ello constituiria una servidumbre indil, sino de la autoridad que a todos proteze, juzga y defiende. ‘Asi, el que dispone de grandes posesiones no es mas que quel que s6lo posee su salario cotidiano. Si el rico paga Ls ensieves més contribuciones, ofrece también més propiedades que proteger. Mas no por ello es menos precioso el dinero del pobre, ni su derecho menos respetable, ni su persona, en fin, digna de inferior protecci6n. Confundiendo, sin embargo, estas sencillas nociones, tos privilegiados hablan sin cesar de la necesidad de una subordinacién ajena a la que nos somete al Estado y a la ley. El espiritu militar desea someter las relaciones civiles y no considera a la nacién sino como a un gran cuartel. {No se ha comparado, acaso, en un reciente folleto, a los oficiales con os privilegiaclos y a la clase de tropa con los no privilegiados? Si consultdis el espfritu ‘monacal, que tanto parecido tiene con el espiritu mil tar, aquél consideraria asimismo que no existiré orden en el seno de una nacién hasta que no se la haya some- tido a esa multitud de minuciosos reglamentos con los cuales domina a sus numerosas vietimas. Verdadera- mente, el espiritu monacal conserva entre nosotros, bajo un nombre menos humillante, més favor del que generalmente se le concede®, Digdmoslo de una ver por todas: ideas tan mezquinas y miserables, no pueden pertenecer sino a gentes que desconocen por completo las verdaderas relaciones que vinculan a los hombres en el seno del Estado. Un ciuda- dano, cualquiera que sea, no siendo mandatario de la autoridad publica, es enteramente duetio de no ocupar- > Precisamente en la experiencia jacobina del terror, Sieyes descu- brid, alos més tarde, la formulacién teGrico-prctica por excelencia de Ia sconcepcion monacal>, A saber: In sdemocracia brute» que implica fa alienaciéa de todos los poderes de los ciudadanos en Ia instanciaesttal, ef modelo de una sociedad transparente y totalmente ‘igilada, que cl abate designa eon el término de re-otl, frente al de Republica. Cr. Contra la Re-toual, ex E. J. Sieyes:escritos » discur- Exsavo somRe Los PaiviLtos no se sino de mejorar su suerte y gozar de sus derechos sin lesionar los de otro ni vulnerar la ley. Todas las relacio- nes entre ciudadanos son, pues, relaciones libres. Uno entrega su tiempo o su mercancia y el otro, a su vez, entrega a cambio su dinero: nada hay en ello de subor- dinaci6n, sino continuo intercambio*. Si en virtud de estrechas miras politicas, procedéis a distinguir a un cuerpo de ciudadanos para situarlo entre el gobierno y > Considero de capital importancia a efectos de claridad ad cin de Ins dos jerarquias& las que acabo de refrirme por los ealii- tativos de verdadera yfalsa, En efecto, la gradaci6n entre ls gober- nantes y la obediencia de los gobernados a los diversos poderes legal- ‘mente establecides, conforman la auténtca y necesara jerargula de la sociedad, La pretendida jerarquta entre los goberaados, sin embargo, ‘no constituye sino un tan intl y cuan odioso resto de las costumbres Teudales. Para concebir una posible subordinacin entre los goberna- dos, habria que imaginar un ejércto ocupando el pals, apropisndose e &i, y conservando, para el mantenimiento del orden intern, las relaciones propias de fa dscilina castrense. De este modo el Estado se confunde con la sociedad civil, Entre nosotros, muy diferentemen- te, las diferentes ramas del poder pablico, manticnen una existencia separada de Ia sociedad, y se hallan organizadas, incluido el propio jetcito, de modo que solamente requieren a los cludadanos una ‘contribucién pata el Sostenimiento de las carga pibica. 'No existe equivoco posible: teas los términos de subordinacion, Aependencia,e., que los privilegados invocan con tanta alaract, 10 subyace sino la fala jerarquia que quiseran ver reemplazando 3 la setdadera. Escuchadlos al hablar de los funcionarios ordinarios del Extado y comprobad el desdén con que todo buen privilegiado se siente con derecho a tratarlos, ;Qué ven en un jefe de policia? Un don nadie destinado a amedrentar el pueblo, sin derecho alguno a inmis- tuiree en lo que alae a as gentes de alcuria. ¢Cémo consideran a fos demés mandatarioe de ls diferentes ramas del poder ejecatvo, con excepeién de los jefes militares? No resulta raro, eiertamente, ‘escuchar frases como «no estoy hecho para obedecer a un ministro, ‘bora bien, siel rey me hoara personalmente con sus Srdenes..», et. Considera que, con lo dicho, es sufiiente y abandono el tema’ la imaginaciSn o experiencia de lector. pete 130 es sieves el pueblo, o bien este cuerpo desemperiara funciones de gobierno, y entonces nada tendré que ver con un orden privilegiado, o bien que se me explique si puede ser algo ‘otro que una masa extrafa, perjudicial, ora interceptan- do las relaciones directas entre gobernantes y goberna- dos, ora presionando sobre los dispositivos de la méqui- na pablica, ora, en fin, constituyendo un pesado lastre para ta comunidad’, Todas las clases de ciudadanos tienen sus funciones, su tipo particular de trabajo, cuyo conjunto integra el movimiento general de la sociedad. Si existiere una clase que pretendiera sustraerse a esta ley universal, bien claro resulta que no podria contentarse con su propia inutilidad toda vez que serfa preciso que estuviera a cargo de las demés. {Cudlles son los dos grandes méviles de la sociedad”: el dinero y el honor. En efecto, aquélla se sostiene por la necesidad de uno y otro. Y en toda nacién que se precie de conocer las buenas costumbres no puede darse el uno sin el otro. El deseo de merecer la publica estima, y existe una para cada profesién, constituye un necesa- tio freno a la pasi6n de las riquezas. Veamos o6mo Lat erelaciones directa entre gobernantes y gobernadose a que Sieyes alude excluyen no solamente la presencia de ls intereses cor porativos del privilegio, sino, asimismo, cualquier otto. Sieyes, em efecto, entiende que los intereses privades y de grupo deben ser Superados en pro de los inteeses comunes, «los Gnicos representa bles, trasunto dela so2dn pablica. Se trata, por tanto, de un modelo radicalmente diferente del americano, el cual, como Madison sesilara fen The federalist, fundamentaba en aquellos mismos afos, Ia imposi- bilidad de una mayoria dominante y opresora, precisamente, en Ia sialéctiea y modulacion pluralista de wesa multtud de intereses con- teapuestoss, The federalist papers, NX 23 de noviembre de 1787. ENSAYO SoaRE LOS PaNTLEAIOS BI ambos sentimientos se deforman, sin embargo, en el Ambito de la clase privilegiada, Por lo que al honor respecta, ésta lo tiene asegurado, habida cuenta de que es una herencia cierta, Mientras para el resto de los ciudadanos el honor es el premio a tuna buena conducta, a los privilegiados les ha bastado con nacer para obtenerlo. Asi, como quiera que no sienten la necesidad de merecerlo, pueden renunciar por adelantado a todo aquello que conduciria a su ob- tencién, En cuanto al dinero, los privilegiados, ciertamente sienten gran necesidad del mismo. Se hallan incluso més expuestos a entregarse a las inspiraciones de esta pasion atdiente por cuanto el prejuicio de su superioridad les, impulsa sin tregua a forzar los gastos, sin que ello les haga temer, como a los ciudadanos comunes, por la pérdida de todo honor y consideracis Sin embargo, por mor de una extraria contradiccién, simulténeamente a que el prejuicio de su orden impulsa al privilegiado a dilapidar su fortuna, le veta asimismo, imperiosamente, la p totalidad de los modos ho- nestos por los etiales podria prover a aquélla. {Qué medio les queda, pues, a los privilegiados para satisfacer este amor por el dinero que debe dominarles en mayor medida que a los demés? La intriga y la men- dicidad. Intriga y mendicidad que devendran de esta suerte el srabajo especifico de esta clase de ciudadanos; pareciendo, de este modo, que ocupan un lugar propio en el conjunto de los trabajos de la sociedad. Dedicdn- dose a ello en exclusiva, a buen seguro que destacarén, de tal modo que, por doquier se pueda ejercer con fruto este doble talento, tratardn por todos los medios de evitar la concurrencia de los no privilegiados. ‘Asi, ocuparén por entero la corte, asediardn a Ios a stares ministros, acapararén pensiones, prebendas y benefi- cios. La iniriga, en efecto, dirige su mirada usurpadora sobre la Iglesia, la toga y Ia espada. Y aqueélla descubre Ja posibilidad de una ganancia considerable o un poder gue conduce a su obtencién, vineulados a una muttitud ingente de puestos piblicos y pronto consigue, asimis- ‘mo, hacer se consideren tales puestos como retribuibles y establecidos, no para el desempeiio de las funciones piiblicas, sino para asegurar unos dignos posibles a las familias prvilegiadas. Pero ello no basta para demostrar su talento en el arte de la intriga. En efecto, como si temieran que el amor del bien piblico aleanzara en fugaces momentos de distraccién a seducir al ministerio, se beneficiarin por aiiadidura de la inepeia o traicion de algunos funcionarios. De este modo hardn consagrar st monopolio por medio de ordenanzas 0 mediante un régimen de administracién equivalente a una ley exclu- siva, El resultado es que se conducira, de este modo, al Estado segin los principios mas destructores de toda economia pablica, Esta prescribe, en efecto, que se pre- fieran siempre a los servidores mas capacitados y menos onerosos. El monopolio, por el contrario, implica la sistemstica eleccién de los mAs gravosos y necesaria- mente menos capacitados, toda vez que aquél se carac- teriza, como resulta sobradamente conocido, por frenar el ascenso de los que hubieran podido mostrar su talento en una concurrencia libre La mendicidad privilegiada, por su parte, posee me- nos ineonvenientes para la cosa piblica. Ciertamente, constituye una rama dotada de gran avidez, absorbiendo cuanta savia puede, pero sin pretensién alguna de rem plazar a las ramas itiles. Consiste, como toda mendici- dad, en tender Ia mano esforzéndose en suscitar compa- ENSAYO SOBRE 108 PRIVILEGIOS 133 sin, recibiendo gratuitamente la limosna. Con objeto de volver menos humillante su posici6n, al hacerlo se~ ‘meja invocar un deber, en lugar de implorar un socorro.. Por lo demés, ha bastado a la opinién que la intriga y Ja mendicidad de que aqui se trata, estuviesen especiai- mente afectas a la clase privilegiada, para que devinie- ran honradas y honorables. En efecto, en la actualidad todo el mundo puede presumir de su ejercicio, no inspi- rando sino envidia y emulacién, jamés el desprecio. Este género de mendicidad se ejerce fundamental- mente en la corte, donde los més poderosos y opulentos obtienen de ella’ el maximo partido. Desde allf este ejemplo fecundo despierta por doquier, hasta en la més alejada de las provincias, la honorable pretension de vivir ociosamente a expensas del erario pablico Por mas que el orden privilegiado sea ya, sin compa- racién posible, el mis rico del reino, perteneciendo, de hecho, a esta clase casi todas las tierras y las més grandes, fortunas, el gusto de la dilapidaci6n y el placer de arrui- narse, resultan muy superiores a toda riqueza, siendo preciso que existan, en fin, pobres privilegiados. ‘Ahora bien, apenas se intenta vincular el término pobre al de privilegiado surge por doquier un grito de indignacién. Ciertamente, un privilegiado incapaz de mantener su nombre y su rango, constituye una ver- gilenza para la nacion. Es preciso, pues, acudir pronta- mente a remediar tal desorden piblico y por més que no 5 Sioyes se reiere, sin duda, al eélebre Compte rendu au Roi, del sministro Necker, del aio 1781, despiadada requisitoria contra la corte, la que se mostraba como parésita del erario pblico, y de la que se YYendieroncientos de miles de ejemplares en tan s6lo unos dias. Fae ‘Casado asimismo en su intento de convocatoria de las asambleas pro: incales, Necker dinitiia para no ser cesado, siendo susituido por alone or a. sieves se pida expresamente a tal fin un recargo en la contri- bucién, resulta evidente que el gasto piblico se justifica de ese modo, ‘No en vano la administracién piblica esté compuesta por privilegiados, velando con ternura paternal por sus intereses corporativos. He ahf, como muestra, esos es- tablecimientos suntuosos, conocidos en toda Europa, destinados a la educacién de los pobres privilegiados de ambos sexos. Indtilmente el azar se muestra més sabio {que vuestras instituciones remitiendo a aquéllos a Ia ley ‘comin de trabajar para vivir. No veis en esa fugaz recu- peracién del justo orden sino un alevoso crimen de la fortuna, guardéndoos de proporcionar a aquellos alum- nos el habito de una profesiGn laboral, capaz de mante- ner a quien la ejerza Obedeciendo a vuestros admirables designios, habéis, Hegado al extremo de inspirarles una suerte de orgullo, el de haber sido tempranamente atendidos por cuenta del erario piblico, como si fuera més glorioso recibir la caridad que no precisar en modo alguno de ella. Pero ello no es todo. A continuacién, premigis con auxilios pecuniarios, pensiones y condecoraciones, el consent miento de aquéllos a recibir tal primera muestra de ternura pitblica ‘Apenas salidos de la infancia, los jévenes privilegia- dos disponen ya de una posicién y unos honoratios, hhabiendo incluso quien osa quejarse de su modicidad. Ved, sin embargo, entre los no privilegiados de similar edad, que se dedican a profesiones para las cuales se precisa estudio y talento, como no existe ni uno solo que, aplicado a tan duras tareas, no siga dependiendo econdmicamente por largo tiempo de sus padres, antes de set admitido a la suerte incierta de obtener de sus penosos esfuerzos lo necesario para mantenerse. ‘exSav0 SomRE Los PRIVILECIOS 135 ‘Todas las puertas estan abiertas alas solicitudes de los privilegiados. Bastales con dejarse notar para que todo el mundo se honre en interesarse en su bienestar, ocu- péndose solfcitamente de sus asuntos y de su fortuna, Hasta el mismisimo Estado, lo que of, la propia cosa piiblica, ha concurrido mil veces en secreto a los arreglos de asuntos de familia, En efecto: se ha implicado al Estado en negociaciones particulares de matrimonio; la administracién se ha prestado a la ereacién de puestos, a intercambios ruinosos, incluso a adquisiciones pagadas con cargo a los fondos del tesoro piiblico, etc. Los privilegiados que no pueden acceder a tan altos favores, encuentran en otras partes abundantes recur- sos. ¥ asi, Gna multitud de capftulos para ambos sexos, Srdenes militares sin objeto alguno, 0 cuyo objeto es injusto y peligroso... les ofrecen prebendas, encomien- das, pensiones y, siempre, condecoraciones, Por ende, como si no fuera suficiente la falta cometida al respecto por nuestros antepasados, se procede con renovado ar- dor, desde hace unos afios, a aumentar el nimero de estos brillantes sueldos de ta inutilidad* Serfa un error considerar que la mendicidad privile- giada desdefia, por otra parte, las pequefias ocasiones, 2 manifesta una extrafa contradiceién en la conducta del go- bicrno. Por un lado alenta la desmesurada protesta contra los bienes consagrados al culto, tos evoles, de hecho, dispensan al menos al {exoro nacional de hacerse eago de esta parte de las fonciones pabi- Cis. y por olf tata de entegar estos y otros bienes la clase de los privilegindos, que no desempefa funcin alguna. Resta curioso leer Ta lista de los eaptulos de nueva creacin para disiute de ls privie blados de ambos sexos, ¥ mis eurioso ain Feslta conocer los motives ‘cultos que han levado a tergiversar de ese modo el espiritu de fas fundaciones eclesfsticas las cuales, de ser ello nevesatio, deben ser tmoditicadas en aras del interés nacional y por la propia nscin, ei easieves las pequefias ayudas. En efecto, los fondos destinados alas limosnas del rey resultan, en buena medida, absor- bidas por ella. Y téngase bien presente que para consi- derarse pobre, en el seno del orden privilegiado, no es necesario que padezca Ia naturaleza, resulta suficiente con que sufra Ia sola vanidad del interesado. De este modo, la verdadera indigencia de los ciudadanos comu- nes se sactifica en aras de la vanidad de los privilegiados. ‘Si nos remontamos en Ia historia vemos a los privile- sgiados en su préctica usual de expropiaciéa y saquco. En efecto, asegurada la impunidad de sus rapitias y violen- cias, no precisaban a la sazén mendigar. La mendicidad privilegiada comenzarfa posteriormente con los prime 10s destellos de orden puiblico, lo que constituye una capital diferencia con respecto a la mendicidad del pue- blo. Esta dltima se manifiesta en la medida en que el Estado se corrompe, aquélla en Ia medida en que éste mejora. Bien es cierto que si el progreso continéa, cesa- én simulténeamente ambas lactas sociales, pero ello siempre y cuando no se las alimente ni, especialmente, se honre a la més impresentable de ellas. Hemos de convenir en que se ha procedido con una prodigiosa habilidad para obtener mediante compasion Jo que en su momento no se ha podido conseguir me- diante la fuerza, para beneficiarse ora de la audacia del opresor, ora de la sensibilidad det oprimido. La clase privilegiada ha sabido distinguirse en una y otra facetas. Desde e} momento en que fracasaron sus intentos me- diante el empleo de la fuerza, se ha apresurado a soli tar la clemencia del rey y la nacién, Los registros de los, antiguos Estados generales, asi como los de las antiguas, asambleas de notables, se hallan atestados de splicas en pro de la pobre clase privilegiada, Los paises de Estado ‘se ocupan tiempo ha, y con renovado celo, de todo ENSAYO SOBRE LOS PRIVILEGIOS a7 aquello que pueda acrecentar el nimero de pensiones con que ha sabido hacerse la pobre clase privilegiada, ‘Las administraciones provinciales siguen tan nobles hue- las y, los tres Ordenes en comin, por cuanto no se hallan compuesto, de hecho, sino por privilegiados, es- ‘cuchan con respetuosa aprobacién todas las opiniones que puedan salvar a la clase privilegiada. Los intenden- tes, por su parte, se han procurado fondos especiales a tal objeto, constituyendo tun medio seguro de éxito mos- trar un vivo interés por la suerte de la pobre clase privi- legiada, En los libros, en las eétedras, en los discursos académicos 0 en las conversaciones, doquiera deseéis, ‘en fin, captat la atencién de vuestros oyentes, no tenéis més que hablar de la pobre clase privilegiada, Ante una tal postracién de las conciencias y los innumerables me~ dios de que se vale Ia supersticién entre nosotros, no puedo explicarme Ia razén de que no se haya instalado todavia en las puertas de las iglesias un cepillo limosnero para la pobre clase privilegiada. Es preciso, por ende, citar aqui un género de tréfico inagotable en riquezas para los privilegiados. Esté fun- dado, por una parte sobre la superstici6n de los apelli- dos, por otra, en una concupiscencia més poderosa ain {que la vanidad, Me refiero a lo que ha dado en llamarse ‘malas alianzas matrimoniales, sin que este término haya podido desanimar a los estipidos ciudadanos que pagan {an caro por dejarse insultar. Desde el momento en que alguien del orden comin consigue hacerse, a fuerza de trabajo e industria, con una fortuna digna de envidia, © los agentes del fisco, por més féciles medios, han alean- zado a acumular cierta riqueza, unas y otras resultan codiciadas por los privilegiados. Todo sucede como si nuestra desdichada nacién estuviera condenada a traba- 18 as sieves jar y empobrecerse sin cesar en pro de la clase privi- legiada. Indtilmente la agricultura, las fabricas, el comercio y todas las artes reclaman, para mantenerse y perfeccio- arse, asi como para Ia prosperidad piblica, una parte de los inmensos capitales que han contribuido a generar. Los privilegiados, sin embargo, devoran capitales y hombres, y todo parece hallarse abocado, sin remedio, a la esterilidad privilegiada* La materia de los privilegios resulta tan inagotable como los propios prejuicios sobre los que se sostienen. Pero dejemos esta materia y ahorrémonos, al menos, las reflexiones que inspira. Liegara un tiempo en el que nuestros indignados descendientes quedarn estupefac- tos con la lectura de nuestra historia y otorgardn a la més inconcebible demencia los calificativos que realmente merece. Hemos visto a algunos intelectuales, en nuestra juventud, significarse atacando opiniones tan poderosas ‘como perniciosas para Ia humanidad. En la actualidad sus sucesores no aciertan sino a repetir, en sus manifes- taciones y escritos, razonamientos obsoletos contra pre- juicios que ya no existen. El prejuicio que sostiene el privilegio, es el mas funesto de cuantos han afligido la tierra y, habida cuenta que se halla intimamente vincu- lado a la organizacién social, corrompiéndola profunda mente, innumerables interesados hay en defenderlo, Motivos mas que sobrados, todos ellos, para incitar el elo de los verdaderos patriotas y para entriar el de los hombres de letras de nuestros dias. * Sie onor constituye, como se dice, ef principio de la mons quia, es preciso convenie en que Francia eealza, desde hace tiempo, texblessacifcios para eonsolidar tal prinipio, ENSAYO SOBRE LOS PRIVILEGIOS 19 EXTRACTO DEL PROCESO VERBAL DE LA NOBLEZA EN LOS ESTADOS GENERALES DE 1614, 25 DE NOVIEMBRE: 4Y habiendo obtenido audiencia el barén de Senecey hablé de esta suerte a Su Majestai Seftor: La bondad de nuestros reyes ha concedido siempre a su nobleza, la posibilidad de recurrir a ellos en toda ocasién, no en vano la eminencia de sus cualidades les hha acercado a la altura de sus augustas personas, al tiempo que se han distinguido siempre como los princi- pales ejecutores de sus reates acciones. ‘No cometeré la osadia de relatar a V. M. todo lo que la antigiiedad nos enseita acerca las preeminencias que el nacimiento ha otorgado a este orden y la abismal diferencia que lo distingue del resto del pueblo, con cl que nunca ha podido tolerar ninguna suerte de compa- raci6n. Podrfa, sefior, extenderme sobre éste y otros extremos a lo largo de mi discurso, pero una verdad tan ‘meridiana no precisa ms testimonio que el de ser cono- ida por todos. Como quiera que, por ende, hablo en presencia de V. M., a quien sabemos celoso de nuestra preservacién en cuanto formamos parte de su real es- plendor, no osariamos pedirle ni suplicarle, de no ser por Ia aparicién de una novedad extraordinaria que nos mueve a queja, mas que a las humildes stplicas para las {que hemos sido reunido: Seftor, Vuestra Majestad ha tenido a bien convocar los estados generales de los tres drdenes de su reino, “Ordenes separados entre sf por sus funciones y cualida- des, La Iglesia, destinada al servicio divino y la cura de almas, ostenta el primer rango. Por ello honramos a los prelados y ministros como a nuestros padres y como a mediadores de nuestra reconciliacién con Dios. | | | 10 es sieves La nobleza, sefior, ostenta el segundo rango. Consti- tuye el brazo derecho de vuestra justicia, el sostén de ‘yuestra corona y la fuerza invencible del Estado. Bajo los dichosos auspicios y valerosa conducta de los reyes, al precio de su sangre y mediante el empleo de sus armas vietoriosas, ha sido establecida la tranquilidad piiblica; asf como merced a sus desvelos y penalidades sin cuento, el tercer estado goza hoy dfa de las comodi- dades que la paz reporta Este orden, sefior, que ocupa el tercer rango-de esta asamblea, se halla compuesto por el pueblo de las ciu- dades: burgueses, comerciantes, artesanos y oficiales, asi como por el pueblo del campo, sometido éste en su casi totalidad a la jurisdiccién y seftorfo de los dos primeros drdenes. Sin embargo, seftor, ignorando su condicién, olvidando toda suerte de deberes, sin con- sultar a aquellos que representan, desea compararse a nosotros. Vergiienza siento, sefior, al relataros los términos que nos han reiteradamente ofendido. Comparando vuestro Estado a una familia compuesta por tres hermanos, afir- man que el orden eclesidstico es el primogénito, el nues- to el segundo y ellos los cadetes. jEn qué misérrima condici6n caeriamos de ser ciertas tales palabras! ,Acaso los servicios prestados desde tiempo inmemorial, la multitud de honores y dignidades transmitidos hereditariamente a la nobleza y merecidos por sus desvelos y fidelidad ejemplares, en lugar de alzarla por encima del comin, han servido para rebajat- Ia al nivel del vulgo, sumiéndola en la més degradante y fraternal relacién posible entre los hombres? No contentos, sin embargo, con considerarse herma- nos, se atribuyen la restauracién del Estado, en lo cual, como a Francia, sin duda, no se le escapa, no han parti- _EvsAv0 SoaRE Los pRIVLEGIOS wat cipado en modo alguno, con lo que no pueden compa- rarse a nosotros, resultando insoportable una tal pr tensién, Emitid, sefior, vuestro fallo y mediante una decl racién plena de justicia, forzadles a cumplit sus de- betes, reconociendo lo que somos y la diferencia que se alza entre unos y otros. Suplicamos humildemente a V. M. en nombre de toda Ja nobleza de Francia, puesto que ella es quien nos ha diputado a estos Estados generales, para que a salvo en sus preeminencias, dis- ponga su honor y su vida, como siempre ha hecho, al entero servicio de Vuestra Majestad.»

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