Topo bbico, bati-sdico, el quirptero recula en extremos insospechados. Acaso una
dinmica ceguera sea antes trompa que pechera. Adherido en parca sobredosis a un Sonar noctidrmico, el alado orfeo barrunta las piedras de su trayecto. Lleva a cuestas un nimo de carbunclo, de or(o)feo que flagela. Con una antena encintada a su testa, acomete el resonar panormico, y el velado palmar de los objetos le devuelve slo interferencias. Socavar como un carbunclo la glndula del aire. Volar enceguecido, encintado, encinta como un surco lleno de antifaces (anti-fases: si ciego se suena en el vaho nocturno, y planeando en lo oscuro se transmite, slo la interrupcin es faro, slo el man obstacular funciona como gua). En el altiplano de ese tanteo, de ese entorpecido gateo, es aconsejable expirar con el brillo y enmudecer. An si el sumergirse de esa lacra, de esa infeccin, alcanza los bajos fondos de la atorrante garrua, el carbunclo es tambin rub, deslumbrante oropel. En nocturno tremolar, en prvula sobredosis, el relamido vampiro evidencia un alegre desmadre de cintas magnticas: por el despunte de su vstago, de su bencina macular (recin creada estrategia), patino por el desvaro y la interferencia (no es as, sino siempre de otro modo, mascull alguna vez la antena de este murcilago, o de aquel, y ese hijo bastardo, ahora transformado en el rebote, en su breve encuentro con el objeto a localizar, se pierde en injertos, se desvive en letanas). Hasta la desaparicin y el halo. Carbunclo, infeccioso rub entripado en ese vientre hay un engao: el resonar (y el quirptero lo sabe) nunca dura. Y un secreto.