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ALAS

Nº 0
Revista de la Asociación Literaria de Alanís y Sierra Norte (Sevilla)
ALAS ENER O DE 20 1 0
C/Juan de Castellanos, 3
Alanís 41380 (Sevilla)
e-mail: alasdealanis@gmail.com
blog: http://alasdealanis.blogspot.com

ALAS para
las palabras

Vista desde La Sierra de Hamapega del Término Municipal de Alanís (Sevilla) Foto: Leopoldo F. Espínola Guzmán

Colaboradores en este número


L e o p o l d o F. E s p í n o l a G u z m á n
Arturo Fernández Diéguez
Federico Serradilla Spínola
Lola Franco
Cloti Sánchez
Antonio Pérez
Alberto Fernández Antúnez
R a m o n a Ya n e s
Luis Narbona Niza
ALAS PARA LAS PALABRAS
Leopoldo F. Espínola Guzmán

Hace poco más de un año se posaba en los canteros de


Internet la semilla, en forma de blog, de esta revista digital que
brota hoy ante sus ojos. Por entonces, bajo el título de Necesi-
tamos que nos lean y junto esta portada de la Revista de Feria
de Alanís de 2008 escribía esto:

“Todos los años, los que como yo, son aficionados a escribir,
bien sea poesía o relatos, o bien artículos de opinión e investi-
gación sobre las muestras de arte histórico en Alanís y su co-
marca; o bien, cualquier otro tema con la escritura como forma
de expresión; con motivo de la publicación anual de la Revista
de Feria y Fiestas, tienen la oportunidad de ser leídos, de mos-
trar a todos su pasión y el trabajo que realizan con el único fin
de gustar, informar y entretener. Pero una revista es muy poco
espacio para tanta imaginación como vierten nuestros silen-
cios de un año entero, nuestra nostalgia, nuestros recuerdos,
nuestros deseos... Nuestras palabras buscan la luz y los ojos,
que deslizándose sobre ellas, sepan extraer y aprovechar lo
mejor, como si de una fruta fresca se tratara. Necesitamos que
la sociedad nos lea y la sociedad necesita leer para no caer en
la necedad y la incultura.
Por eso, ante la cantidad de textos que aparecen en esta revista anual desde que se empezaran a imprimir “Allá
por el verano de 1952...” (como escribe nuestro paisano Ernesto Delgado Contreras en la del año 2005, “Al-
anís en la historia y el recuerdo”) se me ocurre la posibilidad de crear una publicación en la que mostrar
cualquier cosa digna de ser leída y disfrutada por el público, sin necesidad de tener que esperar un año. Pero
yo solo no puedo. Necesito a todos los que estén dispuestos a colaborar con sus trabajos literarios o artísti-
cos, o el de familiares que, por circunstancias de la vida (o de la muerte) ya no se encuentren entre nosotros,
pero que sí dejaron sus poemas, sus cartas de amor, sus cuentos... Y no queda ahí este proyecto. También se
puede editar, con el tiempo, una antología de autores locales y comarcales en un libro o en “e-book”, y la po-
sibilidad de crear un Premio Literario de amplia repercusión y de edición anual en Alanís. Sólo hace falta un
poco de colaboración y no es económica precisamente.”
Hoy, este sueño ya es una realidad. ALAS, se ha constituido como Asociación Cultural el pasado mes
de noviembre y hoy saca su primer número digital, fruto de la colaboración de varias personas que se han ido
sumando a este proyecto a lo largo de un año, enviando sus trabajos para publicarlos en nuestro espacio en In-
ternet: http://alasdealanis.blogspot.com.
Pero el plan es seguir creciendo, por eso contamos con tu ayuda. Esperamos tus aportaciones, textos,
fotos, poemas, cartas, dibujos, comentarios... Envíalos firmados con tu nombre o seudónimo a
alasdealanis@gmail.com.
Anímate. Y si eres empresario en nuestra comarca sevillana, este es, sin duda, un buen lugar para dar
a conocer tu empresa. Colocando tu anuncio en esta revista será reenviado a los más de 3000 correos de nues-
tra base de datos, repartidos por toda España, pero además y lo mejor es que contribuirás con un buen proyecto
para mejorar nuestro entorno social, divulgando la cultura en tu comarca.
EL SENTIDO DE LOS DOMINGOS
Arturo Fernández Diéguez

La madrugada del sábado duermo poco, he salido y me he acostado a unas horas que para uno serán
intempestivas y para otros celestiales, en este país solo existe o lo blanco o lo negro, ¿para cuándo un buen gris?
Uno no ha conseguido dormir todo lo que le hubiese gustado, por lo que se despierta intranquilo, ape-
sadumbrado, falto de fuerzas…, en definitiva me falta algo. Me aproximo al frigorífico para ver si quedan al-
guno de esos botecitos minúsculos que contienen unos valiosos elecasei inmunitas, para unos son la “leche”,
para otros un engaño más, y como no consigo coger ninguna de las botellitas, caigo en la cuenta de que es do-
mingo, para mí el mejor día de la semana. Rápidamente me visto y aún con la cara sin lavar me dirijo a ver a
mi quiosquera y a tomar mi ración de elecasei inmunitas, a 2 euros, más barato que los originales y al menos
a mi me producen un subidón impagable.
Empiezo por desvirgarla y voy sumergiéndome en cada una de sus secciones y adentrándome en todos
sus recovecos. Voy sintiendo como si mi cuerpo se nivelará después de todo el gasto de la madrugada anterior.
Poco a poco, voy leyendo las opiniones de los colaboradores, la entrevista a Angels Barceló, el repor-
taje sobre el velo…. por cierto echo de menos a Millás, y como por arte de magia el domingo cobra todo un
significado para mí.
A 500 kilómetros de mi Sevilla natal, aquí en Salamanca, a los pies de la Casa Lis todos los domingos
despiertan en mí el placer por la lectura, y pienso por un momento en la teoría esa de que entre una persona y
otra de cualquier parte del mundo solo hay siete tipos de relaciones, ¿cuántas personas se pasarán su domingo
al igual que yo leyendo el país semanal?, da igual que sea en un pueblo de Teruel, en Zaragoza, en París o en
Alanís de la Sierra, da igual que uno sea antropólogo, redactor jefe, gay, albañil, bombero, moro o negro, el
país nos une y no nos separa, aunque algunos ya lo quisieran. Empiezo otro domingo, que os aproveche.
HORAS TRISTES
Federico Serradilla Spínola

Tu reloj está en silencio.


En una profunda quietud.
Hace tiempo que no le doy cuerda,
no hace falta,
en mis oídos, ya cansados,
suena melodioso
el timbre de su campana.
De aquella tocata
que tú hacías sonar
a golpe de tus finas manos
sobre un hilo de metal.
Yo era un niño ávido de saber.
Y tú, sobre los números romanos
de su esfera, pacientemente,
me enseñabas a conocer las horas.
Mientras, el murmullo
de un moscardón irreverente,
sonaba chocando una y otra vez,
sobre los espejos limpios
como tu alma clara.
Y allí, en aquel saloncito,
¡ ay Maestro !
cuántas veces tu amor,
pacientemente derramabas.
Hoy, al pié del reloj
de “tu barbería”,
he puesto las cenizas, aún calientes,
de los incinerados restos
de tu cuerpo.
Y se ha establecido
un largo puente
de misterioso silencio.
Parece, como que no he vivido.
Por eso, la campana
callada en el tiempo,
ahora, está sonando en mis oídos.

Gines. Noviembre l992


Retrato del Maestro

A L A RR E
Pintado por Federico Serradilla Spínola

ROPA Y COMPLEMENTOS
GRAN SURTIDO EN ROPA DE NIÑOS, SEÑORA Y CABALLEROS
REYES GÓMEZ GÓMEZ
Telf.: 954885188 - 667210369
C/ Juan de Castellanos, 1 - ALANÍS
POEMA DE LUNA AZUL
Lola Franco

La luna bajó una noche


a ofrecerte su pañuelo,
lágrimas rojas corrían
por tu rostro y por tu cuerpo.

¡Llévame contigo, luna


que sola escapar no puedo!

¡Llévame contigo, luna


que quiero subir al cielo!

Que cada día me ata


la cadena azul del miedo,
que no quiero que amanezca
una mañana mi cuerpo
frío e inerte en el suelo,
rodeado de silencio.

¿Por qué no me llevas luna


contigo lejos, muy lejos,
si ese que viste anoche
humillarme y golpearme
sin piedad, sin desaliento,
es el mismo que veías
en otras noches sin tiempo,
besarme y acariciarme,
susurrándome un te quiero?

¿Por qué no me llevas, luna


no ves que escapar no puedo?

Y la luna te miraba
desde lo alto del cielo
con lágrimas en los ojos
te ofrecía su pañuelo.
Te fabricó una escalera
de estrellas y de luceros
y te gritaba muy alto,
¡no te pares, sal corriendo!
LA VIEJA MECEDORA
Cloti Sánchez

Me encuentro sentada en mi vieja mecedora, y el crujir de su madera antigua me delata que es el único
lazo de unión con el pasado. Descorro los visillos de mi cortina de terciopelo veneciana y a través del empa-
ñado cristal que ha dejado el vaho del invierno, puedo ver como el hijo de mi vecina llega a casa en su des-
lumbrante coche, después de haber terminado su master de programación en la universidad de Harvard. Ni
siquiera se lo que ha estudiado, según me cuenta mi nieta es algo que ha aprendido para hablarle a las máqui-
nas. Pero la pesadez de mis viejas pupilas o tal vez el anhelo de añoranzas remotas acaban de devolverme a mi
vieja calle empedrada, dónde crece la hierba fresca y florecen las margaritas. Es el más remoto recuerdo que
conservo de mi vieja calle.
El día que nací, en la misma habitación donde me encuentro, la hierba estaba recién cortada y mi hermana
mayor había regado las piedras, mientras mi madre, postrada en un catre de metal niquelado, le daba instruc-
ciones. Era invierno y a las seis de la tarde ya encendieron el candil para alumbrar un parto que duraría hasta
el alba. Y por fin, entre los desesperados gritos de mi madre, el esfuerzo realizado por mi padre y hermanos y
las tazas de chocolate que habían llevado las vecinas, consiguieron que mis ojos abandonaran la oscuridad del
útero materno para ver la primera luz del día en una calle empedrada, donde, el paso de las yuntas de la ama-
necida, se parara ante la vieja puerta de madera carcomida a contemplar la buena nueva.
Corrían tiempos difíciles, muy difíciles para todos, y en la vieja taberna que regentaba mi padre se anun-
ciaba la agonía de la republica ante el temor de la inminente guerra civil. Mi mente de apenas cinco años, era
incapaz de asimilar aquel juego de palabras que entre
risas y tintos, pero con cara de preocupación, comen-
taban aquellos hombres. Y se limitaba cada tarde a
descorrer las cortinas de lona gris que ocultaban el
único cristal que le quedaba a la ventana de mi casa.
Tras ella, la vieja fachada de piedra de la iglesia y se-
ñoras que acudían provistas de velo, libro y rosario.
El ir y venir de las cantareras a la fuente llevando su
cántaro en el cuadril. Mientras, en un corro de niñas se
jugaba a la rueda, y un truque dibujado en la tierra,
que borraban las muchachas paseando y luciendo un
ramillete de jazmines en el pelo; Mientras los mozos
las esperaban en las esquinas para piropearlas.
Los cristales de aquella ventana fueron dejando de existir poco a poco y el frío del invierno nos
convocaba a todos en los adentros de la casa alrededor de la chimenea, donde mamá y abuela pelaban las
patatas, y mis hermanos y yo nos debatíamos sobre si hoy comeríamos o no las cáscaras.
Como dije, eran tiempos de escasez y el gran festín nos lo dábamos cuando abuelo salía de caza y le son-
reía la fortuna. Mientras las voces de los soldados en la calle y el estallar de bombas lejanas nos encogían el
alma, nos sentábamos tras la ventana al pie de mi madre, que ya había ocupado la vieja mecedora, a rezar un
rosario que mi padre le había fabricado con huesos de algarrobo. Entre “ pater noster” y “ora por novis” la voz
de mi madre se iba notando cansada y mis ojos de niña, ya casi mujer, se iban adentrando en el sueño hasta que-
dar echada sobre sus rodillas. Y es el mismo crujir de la misma mecedora, quien me devuelve a mi calle as-
faltada, a mis cortinas de terciopelo venecianas y al deslumbrante coche del hijo de mi vecina. Es entonces
cuando me doy cuenta, que el recuerdo de aquellos maravillosos tiempos se lo debo y se lo seguiré debiendo
siempre y mientras siga aguantando a mi cuerpo, al crujir de la madera de aquella vieja mecedora.
EL OCIO FOTOGRÁFICO EN LA SIERRA
NORTE DE SEVILLA
Antonio Pérez

Un divertimento saludable, bello y ecológico, en el que podemos emplear nuestro tiempo libre, es la
fotografía de la naturaleza. En la Sierra Norte Sevillana, este entretenimiento tiene algo especial, quizá por-
que esta zona es distinta, ya que goza de un hábitat mediterráneo y al estar dentro de un parque natural, hace
que la fotografía de sus paisajes, de sus animales y plantas, pueda practicarse a pleno disfrute en cualquier es-
tación del año

Sierras de Onza y del Cabril Fotografía de Leopoldo F. Espínola Guzmán

Es este ocio de lo más sano. Nos permite respirar aire puro, sólo contaminado por el olor de las múlti-
ples flores que alfombran y colorean nuestros campos. Se mantiene el cuerpo en forma, ya que puedes cami-
nar todo lo que quieras y más. Tiene una especial belleza, tanto en el momento de practicarlo, como a la hora
de revivirlo viendo las tomas realizadas. Las emociones que se sienten pueden ser tan fuertes como en cual-
quier otro entretenimiento o deporte. Y como valor fundamental, es ecológico, ya que con él no se modifica
nada el medio ambiente y además hace que otras personas que vean los resultados puedan tomar conciencia
del respeto a la naturaleza.
Cualquier fin de semana puede ser inolvidable y con una cámara en las manos lo pude ser aún más. Ya
en la noche anterior al día que sales al campo, empiezas a disfrutar. Preparas la cámara, la merienda y la ropa
de campo. Entre las sábanas, esperas el sueño pensando si en la mañana siguiente tendrás suerte ¿Podré foto-
grafiar alguna de esas oropéndolas casi en extinción? ¿Posará para mi algún majestuoso ciervo, con ese aire
desafiante de saberse seguro, ya que sólo dispararé mi obturador? Quizá tal vez tenga la suerte de traerme
para casa la lucha desigual, entre una culebra de agua y una desgraciada rana que aumentará su nivel proteico.
Y pensando, poco a poco, te sumerges en ese estado donde el inconsciente pone su ley.
A los albores del día siguiente, con los aperos sobre el cuerpo y con una ruta en la mente, pones prin-
cipio a ese camino que te llevara a la vivencia de inciertas emociones. La incertidumbre en sí, ya tiene su gozo,
y mientras dejas a tu espalda ese acogedor pueblo que durante la noche te ha cobijado y te adentras en ese ma-
ravilloso mundo natural que todavía es la Sierra Norte Sevillana, sigues pensando y pensando sobre la suerte
que tendrás hoy. Y sin darte cuenta, empiezas a percibir el silencio, pues éste no es la ausencia de sonido, es
sentir el aire entre las hojas, es el canto de un herrerillo llamando a su compañera o es el discurrir del agua entre
las piedras de un arroyuelo. Sin todavía tocar la cámara fotográfica ya estás experimentando esa nueva sensa-
ción y como sentir que es, nunca será bien descrita por unas líneas sobre un papel. Hay que vivirlo. Hay que
estar ahí, solo en la inmensidad del paisaje. Hay que escuchar como los demás seres te hablan.

Telaraña. Fotografía de Leopoldo F. Espínola Guzmán

De pronto... ¡Quieto! Casi pasas de largo. Entre el matorral una hermosa tela de araña, todavía cubierta
por las gotas de rocío que el sol transforma en auténticos brillantes. En su centro la dueña del local. Rápida-
mente haces alguna toma, cambias de objetivos, de filtros y demás cacharrería y sin darte cuenta se produce el
clímax. Una mosca tontorrona choca contra ella y la naturaleza pone en marcha los mecanismos que tiene
prescritos.
Y tú estás allí, viéndolo todo, siendo testigo, to-
mando notas gráficas de ello. De sensaciones de
agitación pasas a otras de poder y alegría. Tú eres
el ser superior de cuanto te rodea y podrías haber
intervenido, pero no, te has quedado al margen, has
dejado que la naturaleza siga su curso y eso rea-
firma tu poder. Llevas en tu cámara un documento
único, con el cual puedes rememorar esos momen-
tos y revivir esas sensaciones y además podrás
transmitirlas a los demás. Puedes hacer que otros se
interesen por la naturaleza, por el medio ambiente,
por la ecología, ya que de lo que hagamos ahora
dependerá lo que puedan disfrutar las futuras ge-
neraciones.
Libélula. Fotografía de Antonio Pérez
Y así, buscando, fotografiando, recorriendo camino, se pasan las horas. Y es momento de volver. Y la
vuelta también se aprovecha. En cualquier momento te topas con una flor digna de permanecer en el tiempo,
con una colmena en el viejo tronco de un quejigo, con un conejo sesteando bajo una aulaga, con... cualquiera
sabe.

Puesta de Sol en la Sierra de Hamapega Foto de Leopoldo F. Espínola Guzmán

La naturaleza es tan rica y variada y nos puede dar tanto, que nunca nos sentiremos satisfechos de vi-
sitarla. La Sierra Norte de Sevilla tiene ese encanto de lo todavía puramente natural. La fotografía es un arte.
Si en nuestro tiempo de ocio mezclamos ambas cosas, el resultado
sólo puede ser puro placer. Una gozada. Para aquellos que todavía
no la conozcan, vengan a ella, descúbranla, y si lo hacen con una
cámara fotográfica, jamás la olvidarán.

Bosque de alcornoques y Ribera de Benalija.


Fotos de Leopoldo F. Espínola Guzmán
¿EL VERANILLO DEL MEMBRILLO o
CAMBIO CLIMÁTICO?
Alberto Fernández Antúnez

En primer lugar y siendo lego en la materia, aunque me apasiona la meteorología, me viene al pensa-
miento si lo que esta sucediendo en la actualidad es natural y normal.
Puede que todo sea debido a ciertos ciclos que cada cientos o miles de años suceden de forma espon-
tánea. Pero lo que me resulta extraño es que a las alturas de año en las que nos encontramos y concretamente
en Alanís, siga sin caer una gota de agua, que las temperaturas que tenemos sean mucho mas propias de una
Primavera avanzada, casi veraniegas (digamos de unos finales de Mayo o primeros del mes de Junio) que de
un Otoño, como en el que nos encontramos ya inmersos.
Siempre y es de todos conocido, en el mes de Agosto, los que vivimos aquí o los foráneos que se acer-
can a la Feria, saben sobradamente que por la noche, en la Alameda del Parral, nos tenemos que llevar alguna
chaqueta, chaleco o jersey para ciertas horas de la madrugada, porque el relente aprieta, por no decir en mu-
chos casos el frío. Pues bien, este año nada de eso, más bien calor y en algunos momentos quizás hasta bo-
chorno.
Lo que siempre he
oído a los mayores (y de eso
entienden mucho más que yo,
porque la experiencia es un
grado) que eso era normal,
que no había que preocu-
parse, que aún faltaba que lle-
gara el Veranillo del
Membrillo.
Pero planteo esta pre-
gunta y que cada uno saque
sus propias conclusiones: ¿Es
propio el clima que estamos
teniendo? Que yo sepa, de
pequeño cuando iba para el
colegio, ya entrado el mes de
Octubre, lo normal del
atuendo eran: botas de agua,
impermeables y, por su-
puesto, el paraguas.
Dehesa de la Sierra Norte. Foto de Leopoldo F. Espínola Guzmán

Y el día que no llovía, gorro de lana, guantes y chaquetón, aunque de vez en cuando se escapaba algún
día suelto de calor (pero eso eran los menos).
Ahora planteo de nuevo la cuestión que nos ocupa. ¿Veranillo del Membrillo o Cambio Climático? Sa-
quen ustedes sus propias conclusiones. La mía la tengo bastante clara, hay algo que estamos haciendo mal. Le
estamos haciendo daño a la madre Tierra. Y como todo enfermo esta mostrando una sintomatología. Y para
muestra un botón: la Primavera en sí, como tal, ya no es como antes y el Otoño tanto de lo mismo. Pasamos,
de un día para otro, en ir por la calle en mangas de camisa a tener que sacar con urgencia la ropa de invierno;
y viceversa, de ir con guantes y bufanda a tener que colocarnos las mangas cortas y las sandalias veraniegas.
Creo que por el bien de todos deberíamos mirar mucho más por la naturaleza, cuidarla, mimarla y res-
petarla. Dándole lo suyo. Tratando de consumir menos energía de la que usamos. De utilizar el transporte pú-
blico, utilizar menos los vehículos privados y usar un medio de locomoción tan relajante y sano, como es la
bicicleta. Y si echamos un vistazo a nuestras queridas fuentes, como la de Los Caños o la Fuente de Santa
María; y a nuestros regajos, dígase el de Los Coladeros y muchos más de los que existen en nuestro bello tér-
mino; se constata que están secos, no brota ni corre una sola gota de agua que tanto beneficio nos hace y tanta
vida nos da, tanto a las personas como al ganado que pasta en los campos, ahora casi desérticos, de nuestra bella
Sierra Norte.
Y ya para poner punto y final, y recordando a Juan Luis Guerra en su gran éxito “Ojala que llueva café
en el campo”; de momento yo me conformaría con que, al menos lloviese lo suficiente para salvar la cosecha
de aceitunas y la montanera, para el engorde de nuestro buque insignia del ganado serrano. Nuestro incompa-
rable cerdo ibérico, el rey de las dehesas que nos rodean y que tan ricos y delicioso derivados nos proporciona,
como el inigualable jamón ibérico de bellota. Dejo de nuevo la cuestión en el aire.... ¿Veranillo del Membri-
llo o Cambio Climático? Juzguen ustedes mismos.
AL RUMBO
Ramona Yanes

Deja al río que vaya,


déjalo, no ates su fuente,
que camine con sus pétalos,
h ojas y ramas inertes.

Qu e se lleve en sus ent rañas


e l caudal que lo con vi e rte
e n un novio enamorado
de una ma r que espera siempre.

Deja a l río que vaya


e ntre las bruma s y nieves,
con sol de jades otoños
o primaveras ardientes.

Qu e se lleve en sus ent rañas


amores, penas y muertes,
y perla s que llora el cielo
bañándose en su corriente.

Deja a l río que vaya


con sus ensueños de siempre
y que f ormen las corolas
las metáforas que vierte.

Que se lleve este mi rí o


mis esperanzas crecientes
y que el mar le d e un abrazo
cuando llegue con su suerte.
ALMORAIMA, SUEÑO DEL GUADALQUIVIR
Luis Narbona Niza

Es una calurosa noche de verano; noche de estío andaluz. Tedio y sopor se reflejan en tus aguas mansas,
mezclándose con el fulgurante brillar de las estrellas. La luna se asoma burlona, iluminando con su palidez las
casas de Triana, la dorada torre, el minarete de la Giralda, la Mezquita, las almas de tu tierra… Y tú, lento,
apacible, dejándote llevar, derramándote.
Se ha levantado una suave brisa que dispersa la calima espesa y maloliente. De la mano del aire te
meces en un columpio imaginario y dejas volar tus pensamientos, abriendo de par en par sus puertas al sueño.
Recuerdas, envuelto en un sopor embriagador que adormece tus sentidos, como si estuvieran prendados del
dulce néctar del vino. Recuerdas, recuerdas…

Almoraima, sueño del Guadalquivir,


quimera de otra noche veraniega,
recuerdos de amores prohibidos,
de amantes que esperan…

… Apenas si acabas de nacer. Saltas con brío entre piedras y arbustos. Rebosas frescor y pureza
cristalina. Eres todo nervio, toda fuerza, toda nobleza. Tu ser se expande con el más limpio de los aires y te en-
vuelve, arrullante, el canto del ruiseñor, del jilguero, del gorrión.

Sierra de Cazorla,
Recuerdo de tu niñez…

Tu camino, aún impetuoso, prosigue incansable. Corre por tus venas la mágica savia de la juventud.
Te fundes en un solo cuerpo con la naturaleza que te rodea. Cañaverales, robledales, elásticos juncos que se in-
clinan a tu paso, peces, nutrias, pájaros… Todos sin distinción te acompañan alegres. Todos forman parte de
ti; te pertenecen. Eres feliz, inocente, puro; inmaculadamente puro.

¡Quién pudiera soñar su juventud,


Quién…
¡Quién pudiera revivirla…!

Ahora, tu andadura se reposa y detienes por un instante la veloz carrera, el frenético fluir. Miras a tu
alrededor. Todo ha cambiado. Por unos segundos un nudo atenaza tu garganta. Sientes miedo. ¿Dónde están
los árboles? Quien te viera, diría que una lágrima resbala por tus mejillas. Tu alma de río se conmueve. ¿Dónde
están los árboles? Y como si las fuerzas te abandonaran, percibes en tu cuerpo el peso del camino. ¡Definiti-
vamente lloras!
El tiempo transcurre imperturbable; ajeno a todo y a todos. Juez implacable de nuestras vidas. Cruel
tirano de nuestro devenir.
A lo lejos algo extraño, distinto a lo que conoces, se yergue desafiante en el horizonte. Córdoba. Árboles blan-
cos que no tienen ramas, ni pájaros, ni esencia. Tan solo escasas y tristes flores que cuelgan de ellos y los ador-
nan. Algo te oprime, te encajona, te limita. Por un momento sientes morir. ¿Qué será la muerte? Eterna pregunta
sin respuesta. Ni tan siquiera tú lo puedes llegar a comprender.
Pero aprendes pronto. Conoces por fin al hombre; su vida, sus designios, sus pesares, su poder. Su incom-
prensión hacia ti. ¡Extraño ser!
Quisieras escapar; huir a toda prisa. No puedes. Ahora lo sabes. Sientes como arranca por doquier trozos
de tu ser; retazos de tu alma.
…Y la vida sigue
como el devenir constante de un río
que entre juncales deja
olvidados sus recuerdos.

Sigues adelante y en tu camino, Sevilla. Madurez, plenitud. Ha pasado el miedo. Has olvidado la pena.
Presente, solo presente. Resignación. Te has acercado ondulante hasta la orilla. Allí, en la arena templada por
el sol, acaricias unos pies desnudos. Es una forma de mujer. Su piel es suave como ninguna que recuerdes.
Vuelves a ella una y otra vez. La miras fijamente y su rostro se refleja en tus aguas. Es hermosa; incompren-
siblemente hermosa. Ojos negros de azabache. Cabellos largos y sedosos. Escultura perfecta. Se inclina sobre
ti; te toca. Refrescas su cara; mojas sus labios. Te queda el sabor de un beso dulce y profundo. Sientes cauti-
var tu corazón, llenarlo de cadenas. Estás enamorado. Como una cantinela lejana oyes pronunciar su nombre:

“Almoraima, Almoraima…”
Y como el eco melodioso lo repites:
“Almoraima, Almoraima…”
Ya nunca escucharás otro nombre de mujer.
“Almoraima, Almoraima…”

Aún resuena en tus oídos cuando la ves alejarse. Corre graciosa hacia Triana, lejos de ti.

“¿Dónde vas?”
¡Vuelve!
No te oye. Se aleja más y más. No te oye…
Y tú, que no puedes detener tu caminar; que debes proseguir condenado a un fluir eterno, imper-
turbable; que no tienes derecho al amor…
“¿Por qué?
¿Por qué?

En tu profundo interior sabes que, dentro de un instante, solo quedará de ella tu recuerdo; tu efímero
y bello recuerdo. Infame ironía del destino.

“Almoraima, sueño del Guadalquivir,


bellos ojos que se ocultan
tras las amargas lágrimas
de un desengaño…”
Descubres la tristeza de un camino en soledad. Sientes que alguien te llama, premioso, irresistible.
Queda atrás la belleza de un paisaje, el recuerdo de un momento feliz. También el hombre, su entorno, sus
monumentos, su ironía, su desolación…
Proseguir, proseguir, es tu firme obsesión. Discurrir pausado, tranquilo pero sin pausa. Discurrir bus-
cando el fin, el momento, el supremo instante, la razón de tu existencia, tu propia y real intimidad. Se podría
decir que anhelas la muerte.

“Almoraima, sueño del Guadalquivir.


La muerte es solo otro bello recuerdo,
Una palabra en las alas de viento.”

Ya presientes el fin. Llega hasta ti el lejano rumor de las olas. Tus entrañas se conmueven. No, no es
miedo lo que sientes. No te asusta lo irremediable. Es una extraña mezcla de serena inquietud, de inmensa
melancolía. El tiempo parece detenerse. También tú, remanso, paz; infinita paz. El aire huele a marismas y sal.
El mar está cerca. Sanlucar lo contempla. Sabes que has llegado, que todo se consuma, que el tiempo ha de-
jado de existir. Un último recuerdo asalta tu memoria. Un definitivo sentimiento: Amor…

“Almoraima, Almoraima…
Un dulce sueño me embarga,
va adormeciendo mis penas,
embriagando mis sentidos,
amamantando mi espera.
Otra vez, Almoraima,
la más bella entre las bellas,
otra vez beso tus pies
desnudos sobre la arena.
Otra vez sueño contigo
cuando mi muerte está cerca,
cuando las olas me atraen
sin que pueda detenerlas.
Valió la pena ser río
enamorado y poeta;
valió la pena ser río
y dejar mi vida entera
derramada entre las tierras
de Cazorla a Barrameda…”

Y así, mecido por la fresca brisa del mar, tus aguas se funden ceremoniosas con las olas y alcanzas, de-
finitivamente, el hito de la inmortalidad.
Atardece. Anda el sol en busca de su ocaso tras los lejanos caminos del horizonte y el crepúsculo se viste
de una espléndida sinfonía de colores. Las dulces aguas del Guadalquivir se vierten en el mar y llega hasta mí
el rumor de las olas. En verdad parece que contaran historias de enamorados…
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trónico las barreras de espacio y
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