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90 aniversario luctuoso del

asesinato de Emiliano
Zapata
BOLA SURIANA DE LA MUERTE DE EMILIANO
ZAPATA
Letra: Armando Liszt
Música: Graciela Amador
Fragmentos
Escuchen señores, oigan el corrido
De un triste acontecimiento; Don Pablo González ordena a
Pues en Chinameca fue muerto a Guajardo
mansalva Que le finja un rendimiento,
Zapata el gran insurrecto. Y al jefe Zapata disparan sus armas
.......................... Al llegar al campamento.
.......................................
Le dijo Zapata a Don Pancho Madero Cayó del caballo el jefe Zapata
Cuando ya era gobernante; Y también sus asistentes
Si no das las tierras verás a los indios Así en Chinameca perdieron la vida
De nuevo entrar al combate- Un puñado de valientes
....................
Señores ya me despido,
Se enfrentó al Sr. Madero,
Que no tengan novedad,
Contra Huerta y a Carranza,
Cual héroe murió Zapata
Pues no le querían cumplir
Por la tierra y libertad
Su plan que era el Plan de Ayala
SABÍAS QUE...

a) Zapata enarboló como lema la frase: "Tierra y Libertad"?

b) Uno de los postulados de Zapata fue:"La tierra es de quien la trabaja".?

c) Emiliano Zapata está considerado como el Padre del Agrarismo Mexicano?

d) A la entrada de la ciudad de Cuernavaca hay una estatua ecuestre del General Emiliano
Zapata?

e) Una de las estaciones del metro y una calle, en la Col. Del Valle de la ciudad de México
se denominan Zapata?

f) Los restos mortales del General Zapata se encuentran al pie de la estatua que en su
memoria se le erigió en Cuautla, Morelos?
Emiliano Zapata Salazar, descendiente de una familia de antiguos comuneros, nació el 8 de
agosto de 1879 en Anenecuilco, Morelos, pueblo tlahuiaca que desde la época prehispánica
se caracterizó por la defensa irreductible de sus tierras y derechos comunales; Zapata
heredó ese espíritu.
Durante la dictadura porfirista, los hacendados cañeros del estado de Morelos se adueñaron
de las tierras que pertenecían a los pobladores de la región, cuyas reclamaciones legales no
eran atendidas por las autoridades correspondientes. Asimismo, los habitantes de
Anenecuilco afrontaban el despojo de terrenos por parte de los propietarios de la hacienda
del Hospital y, en 1909, sus habitantes nombraron a Emiliano Zapata, famoso por su valor e
inteligencia, jefe de la Junta de Defensa de las Tierras de Anenecuilco, para coordinar la
lucha del pueblo contra la hacienda.

Al estallar la Revolución de 1910, Emiliano Zapata se lanzó al combate bajo las órdenes de
Pablo Burgos, y en marzo de 1911 ya era el jefe reconocido por todos los maderistas de
Morelos.

Después del ascenso de Francisco I. Madero a la Presidencia, Zapata se negó a desarmar a


sus hombres hasta que el gobierno devolviera a los pueblos las tierras usurpadas por las
haciendas. Madero y Zapata no llegaron a ningún acuerdo, lo que provocó que los
zapatistas fueran atacados por las tropas federales y se dirigieran hacia las montañas. El 29
de noviembre de 1911 el jefe sureño proclamó el Plan de Ayala, en el que desconocía al
gobierno de Madero y exigía la devolución de las tierras a los pueblos y la dotación de los
ejidos a las poblaciones que no los tuvieran. Este plan se convirtió en la bandera del
agrarismo mexicano.

El Ejército Libertador del Sur, con Zapata a la cabeza, combatió sucesivamente a los
gobiernos de Madero y Victoriano Huerta, y logró apoderarse, para mediados de 1914, de
todo el estado de Morelos, así como de zonas aledañas, pertenecientes a los estados
vecinos, coadyuvando así al derrocamiento del gobierno ilegítimo de Huerta, sin aceptar la
jefatura ofrecida por Venustiano Carranza y sin coordinarse con los constitucionalistas.

Una vez dominada la región, los zapatistas aplicaron en 1914 y 1915 las ideas expuestas en
el Plan de Ayala; se restablecieron a los pueblos y comunidades las tierras de las haciendas,
respetando la autonomía de los poblados y dirigiendo la producción de las haciendas
restantes.

Durante la Convención de Aguascalientes, reunida en octubre de 1914, luego de la caída de


Huerta, los representantes zapatistas se aliaron a los enviados de la División del Norte,
comandada por Francisco Villa, discrepando en las discusiones con los carrancistas.

A las diferencias políticas e ideológicas siguió el enfrentamiento armado y la etapa


conocida como Lucha de Facciones. Sin embargo, al no establecerse una alianza unificada
entre zapatistas y villistas, ambos fueron vencidos por las fuerzas comandadas por
Venustiano Carranza.

Las tropas de Zapata fueron derrotadas en las batalles de Apizaco y Puebla y desalojadas de
la Ciudad de México, por lo que se dirigieron al estado de Morelos, donde, después de ser
atacadas por los carrancistas al mando del general Pablo González, se refugiaron en las
montañas.

Los zapatistas combatieron incansablemente a Carranza, en una guerra sin cuartel en la que
en ocasiones eran reducidos a pequeñas partidas guerrilleras que operaban en la zona
montañosa, para recuperar posteriormente el control de todo el estado de Morelos y amagar
incluso la capital de la República.

Esta guerra incesante se prolongó por varios años, sin mostrar indicios de solución. Los
jefes militares carrancistas comprendieron finalmente que era imposible vencer por la vía
de las armas la resistencia de los campesinos de Morelos, por lo que el general Pablo
González decidió eliminar a Zapata tendiéndole una celada.

El plan de González consistía en que el coronel Jesús Guajardo, uno de sus subordinados,
fingiera enemistarse con él y simulara querer unirse al zapatismo. Guajardo le escribió a
Zapata solicitándole una entrevista; antes de aceptarla, el caudillo suriano le ordenó que
tomase Jonacatepec, población que se encontraba en manos de un grupo de antiguos
zapatistas que habían desertado para unirse al carrancismo, y que los fusilara. Guajardo
simuló cumplir con la encomienda, y con ello logró que se le concediera la entrevista.

Tras una reunión previa, el 9 de abril, Zapata ofreció visitar a Guajardo al día siguiente en
su cartel, la hacienda de Chinameca, con objeto de establecer las condiciones par que éste
se incorporara a sus fuerzas. El 10 de abril de 1919, Emiliano Zapata, acompañado por una
escolta de diez hombres, marchó hacia la hacienda ocupada por Guajardo.

En ese lugar se había formado una guardia para rendirle honores al jefe del Ejército
Libertador del Sur y, cuando éste se aproximó, el clarín tocó tres veces llamada de honor, al
apagarse la última nota, en forma sorpresiva, los soldados dispararon sus fusiles a
quemarropa sobre Zapata.

El cuerpo del caudillo agrarista fue exhibido en Cuautla, donde tenía su cuartel general
Pablo González, y Guajardo, como premio a su traición, recibió una recompensa en
metálico y fue ascendido a general.

Después de diez años de guerra contra los sucesivos dictadores de México, Emiliano
Zapata, traicionado por sus aliados después de la victoria de Ciudad México, se vio
obligado a atrincherarse en el Estado de Morelos donde publicó en 1911 el Plan de Ayala.
En ese texto profético reclama la devolución a los indios de al menos un tercio de los

territorios que los grandes terratenientes les habían arrebatado. Es la primera vez en el
mundo que se menciona la necesidad de realizar una reforma agraria, bajo el lema «Tierra y
libertad». El general estadounidense Pershing, quien combate a los hombres de Pancho
Villa en el norte, declara: «Zapata y Villa son perros comunistas rabiosos que hay que
eliminar». Un destacamento de soldados supuestamente amotinados parte hacia Cuernavaca
para unirse a las tropas de Zapata. Durante el desfile, disparan a quemarropa sobre el líder
revolucionario. El saldo total de un cuarto de siglo de guerra civil en México se eleva a un
millón de muertos, en un país de 15 millones de habitantes.

PIENSA:

En el significado de la figura del Gral. Emiliano Zapata para el campesinado mexicano.


Durante los años de 1918 y 1919, el que en su momento fuese glorioso Ejército
Libertador del Sur y Centro de la República Mexicana, encabezado por el general
Emiliano Zapata, había devenido en tan sólo un conjunto de gavillas armadas
dispersas en diferentes partes de la República, principalmente en el Estado de
Morelos, en donde aun contaba con cierta presencia, más de carácter social y moral
que militar, ya que las fuerzas de Emiliano Zapata eran punto menos que un cero a la
izquierda, realidad de la que el caudillo sureño estaba plenamente consciente.
Así las cosas, y en mucho debido a su carácter, que no aceptaba la palabra derrota,
Emiliano Zapata convirtiose, hasta cierto punto, en presa fácil para que sus
irreconciliables enemigos -léase Venustiano Carranza y los principales carrancistas-,
lograsen su cometido de deshacerse de tan molesto como incómodo enemigo.
El 10 de abril de 1919 fue el día en que el Caudillo del Sur, caería abatido en una
despiadada celada organizada por las fuerzas comandadas por el General Pablo
González, y, directamente ordenada por el llamado Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, Sr. Don Venustiano Carranza.
En esta página en la que realizamos un modesto y breve homenaje al General
Emiliano Zapata al cumplirse el noventa aniversario de su asesinato, incluimos:
1.- La parte final del capítulo sexto de la obra La revolución agraria del sur y
Emiliano Zapata su caudillo, escrita por Don Antonio Soto y Gama, que fuera
publicada en 1976 por Ediciones El Caballito.
2.- Un video, albergado en el sitio Daily Motion, del entierro de los restos mortales del
General Emiliano Zapata y que constituye un valiosísimo documento.
Abril del 2009
Chantal López y Omar Cortés
PERIODO CRITICO PARA EL ZAPATISMO
Los años de 1918 y 1919 fueron aciagos para la revolución del Sur. El carrancismo
reanudó su ofensiva con intensidad cada vez mayor. Todo lo favorecía: su control
cada vez más completo del territorio nacional, la riqueza de su erario, el apoyo
decidido de los Estados Unidos, la superioridad numérica de sus contingentes
militares, la mejor organización y disciplina de éstos, y sobre todo su plétora de
parque, libremente introducido por la frontera norte.
En el zapatismo, a la inversa, la situación se hacía cada vez más difícil: privado de
toda clase de elementos, recluido en la región montañosa, con una escasez de parque
cada vez mayor, al extremo de que muchos de los soldados zapatistas entraban al
combate con sólo tres o cuatro cartuchos; sólo quedaba al zapatismo, como recurso, el
ataque por sorpresa a las pequeñas guarniciones y el asedio infructuoso de las plazas
de importancia, sin poder emprender en modo alguno operaciones en grande escala.
Las derrotas se hacían cada vez más frecuentes, las defecciones empezaban, la
desmoralización cundía entre ciertos jefes, que cansados por la prolongación de la
lucha o perdida la fe en el triunfo, o se refugiaban en las anfractuosidades de la sierra,
ya sin combatir, o en su desesperación cedían a los halagos del enemigo, que los atraía
con sus ofertas.
La situación de la población pacífica empeoraba, dado que el carrancismo había
apelado a una táctica inhumana: arrebatar sus cosechas y su ganado a los campesinos,
reduciéndolos a la indigencia y al hambre.
En esta forma se pretendía obligar al zapatismo a rendirse. Ocasiones hubo en el que
el maíz que los carrancistas encontraban en las poblaciones, era entregado a las
bestias caballares y mulares para su alimentación, y si aún así quedaban provisiones
de semillas o mazorcas, éstas eran quemadas para que las poblaciones careciesen de
todo medio de sustento.
Esto obligó a Zapata a lanzar sucesivos manifiestos en que a la vez que se
denunciaban éstas y otras infamias, se apelaba al patriotismo y al espíritu
revolucionario del pueblo mexicano para unirse a la causa salvadora del agrarismo,
noble y firmemente representado por la Revolución del Sur.
En uno de esos manifiestos aludía Zapata a las ventajas que daba al carrancismo el
apoyo extranjero, que le permitía la libre e ilimitada introducción de elementos de
guerra, con los que era fácil obtener señaladas victorias contra un enemigo reducido
en todos sentidos a la inopia.
Ni un peso, ni un rifle, ni un cartucho ha recibido jamás del extranjero la revolución
agraria del Sur -decía Zapata- en ese manifiesto a la nación, y sin embargo, agregaba,
ha podido aquélla sostenerse, heroicamente, contra todos los gobiernos durante largos
años, sin perder la perseverancia ni la fe en la victoria.
No todos, sin embargo, participaban de esa heroica firmeza de Zapata.
Hubo jefes que claudicaron, entre ellos el general Domingo Arenas, a cuya defección
siguieron bien pronto las de Francisco Pacheco, Lorenzo Vázquez y Otilio Montaño.
Esto era de esperarse, en virtud de que los jefes mencionados formaban, desde hacía
tiempo, un grupo ligado por compromisos misteriosos, según en cierta ocasión reveló
Otilio Montaño. A éste, en una reunión de Cuernavaca se le escapó la declaración
terminante de que entre él, Lorenzo Vázquez y Pacheco, existía una alianza
irrompible, de la que jamás se apartarían.
Zapata abrigaba sobre esto serias sospechas, al grado de que allá por el año de 1916 y
1917 (no recuerdo la fecha exacta), me hizo conocer ciertos hechos que le produjeron
fundada alarma.
Al saber que en Jojutla celebraban misteriosas juntas Montaño, Pacheco y un
representante de Arenas, comisionó a personas de su confianza para que los vigilase.
El comisionado, conocedor de la casa donde se celebraban esas reuniones, logró
colocarse debajo de una ventana desde la cual podía oír las conversaciones.
Seguramente alguno de los asistentes a la junta se asomó a dicha ventana, situada a
espaldas de la casa, y sorprendió al espía en el escondite, por lo que consideraron
aquéllos indispensable hacerlo desaparecer.
Lo cierto es que Zapata jamás volvió a tener noticias de él, lo que lo persuadió de que
había sido víctima de un atentado, según me lo expresó algún tiempo después.
De cualquier modo, este incidente ayuda a explicarse cómo en el ánimo de Zapata
fueron formándose y creciendo las suspicacias contra el grupo de Montaño, Pacheco y
Lorenzo Vázquez (al que después se adhirió Domingo Arenas).
A esas sospechas dieron plena confirmación los hechos que sucesivamente se fueron
desarrollando, según veremos en seguida.

EL CASO DE MONTAÑO
Después de la misteriosa reunión de Jojutla a que me referi antes, los acontecimientos
se desarrollaron en forma trágica. Las defecciones de Arenas, Pacheco y Lorenzo
Vázquez se sucedieron una tras otra, y probada la culpabilidad de los aludidos,
Zapata ordenó su penecución y castigo inexorable.
Por lo que hace a Montaño, Zapata se dedicó a vigilarlo, pues desde hacía tiempo
desconfiaba de él.
Me refirió alguna vez que allá por 1911 o 1912, cuando el maderismo desató su
ofensiva contra la revolución del Sur, Montaño se alarmó exageradamente y se atrevió
a proponerle a Zapata que, dada la gravedad de la situación, deberían ambos
ausentarse de la zona pelígrosa y refugiarse en algún lugar donde no fueran
conocidos.
Zapata, reprimiendo su cólera, quiso ver hasta dóndé llegaba, y lo interpeló
diciéndole: Pero usted no ve que seríamos fácilmente descubiertos.
Cuando a ello contestó Montaño que lo indicado sería que ambos se disfrazaran, para
lo cual Zapata debería rasurarse el bigote y Montaño cubrirse los ojos con unas gafas
negras, Zapata ya no pudo contener su indignación y estalló contra Montaño,
diciéndole que él no era un traidor para abandonar a los suyos y que en cuanto a
rasurarse el bigote, que él no era afeminado, torero ni fraile, para hacer semejante cosa,
humillante y para él indigna.
Desde entonces comprendió Zapata, según me explicó, que Montaño no era hombre
de ideales, capaz de sacrificarse por la causa del pueblo, y empezó a verlo con recelo.
Más tarde, con motivo del proceso que se formó al famoso Tuerto Morales por haberse
pasado al enemigo, se comprobó que fue Montaño quien le aconsejó que así lo hiciera,
según declaración expresa y categórica del mismo Morales.
Esto vino a aumentar la desconfianza de Zapata, que llegó al extremo cuando se dio
cuenta de que entre el propio Montaño, Domingo Arenas, Pacheco y Lorenzo Vázquez
había extraña confabulación, que fue dando lugar a las sucesivas defecciones de
dichos amigos o aliados de Montaño.
Las cosas culminaron con la infidencia y rebelión de Lorenzo Vázquez, en la que
resultó complicado Montaño.
Así lo explica con precisión y reveladores detalles el licenciado Octavio Paz en su
monografía sobre el general Zapata de que tantas veces he hablado, y en virtud de que
el relato de Octavio Paz está basado en datos e informaciones tomados por él
escrupulosamente, consultando a testigos insospechables, juzgo preciso reproducir
textualmente la narración que hace de los hechos relativos.
El general Zapata marchó con la gente que había mandado reunir en Tlaltizapán, a
Buenavista de Cuéllar, a batir a Lorenzo Vázquez que encabezaba la rebelión. En
pocos días lo copó, haciendo prisioneros a los principales jefes de la sublevación, sin
combatir.
Don Emiliano ordenó que llevaran a su presencia a los prisioneros, y personalmente
los interrogó sobre los móviles de la rebelión y quiénes la encabezaban; éstos dijeron
todo lo que sabían, y era que Lorenzo Vázquez se había levantado en armas de
acuerdo con Otilio Montaño, director intelectual del movimiento; que habían lanzado
un Plan desconociendo a Zapata, que tenía el lema de don Benito Juárez: El Respeto
al Derecho Ajeno es la Paz; que ellos no estaban en su contra, sino todo lo contrario,
habían batido a Lorenzo Vázquez. Como no los creyó, les dijo que si lo tenían
prisionero lo llevaran, y regresaron en efecto con su cadáver, pues ellos lo habían
asesinado ...
Entre tanto, había vuelto Montaño de su comisión (de una comisión que le había dado
Zapata), llegando a Tlaltizapán ... En las goteras de la población lo esperaba una
escolta, y con ella se dirigía a Carmería, que había sido el Cuartel General de los
sublevados y que está situado entre Puente de Ixtla e Ixcateacota.
Inmediatamente supo el general Zapata la entrada y salida de Montaño, mandando
desde luego una fuerza en su persecución, que pronto le dio alcance, haciéndolo
prisionero y presentándolo al Cuartel General.
A los pocos días se le formó Consejo de Guerra, estando integrado por el general Angel
Barrios como Presidente, y como vocales el general Palafox y los licenciados Antonio
Díaz Soto y Gama, Gregorio Zúñiga y Arnulfo Santos, fue sentenciado a muerte, pues
se le comprobaron todos los cargos que pesaban sobre él, tanto por las declaraciones
de los jefes sublevados, de que ya se ha hecho mención, como por una mujer, a quien
había aprehendido el general Octaviano Muñoz, a la que se le recogió una caja
conteniendo todos los documentos relativos a la rebelión y el famoso Plan basado en el
lema de Juárez.
Este hecho de la captura de una mujer a quien se le encontró la caja a que alude Paz,
me lo ha confirmado el coronel zapatista Albino Ortiz, actualmente empleado en la
intendencia del edificio de la Dirección de Pensiones Civiles.
En esa forma pasaron los hechos, y no como los refieren otras personas, mal
informadas, que han dado crédito a versiones absurdas o profundamente
apasionadas. No tengo inconveniente, por lo demás, en recibir y valorizar las
alegaciones de quienes sostienen la inculpabilidad de Montaño.

CARTA ABIERTA DE ZAPATA A CARRANZA


Año crítico fue para el zapatismo el de 1919.
El desaliento era cada vez mayor en sus filas a causa de las continuas derrotas y
defecciones. Éstas se habían hecho cada vez más frecuentes, por lo que Zapata se veía
obligado a hacer toda clase de esfuerzos para controlar la desmoralización que en
forma alarmante cundía.
Entre otras cosas creyó necesario dirigir una carta abierta a Carranza para llamar su
atención sobre la necesidad de poner fin a la anarquía y a la desorganización
imperantes, abriendo el camino a un arreglo pacífico entre los bandos contendientes,
mediante un patriótico intento de unificación revolucionaria (unificación que, dicho
sea de paso, estaba reservada al talento y a la sagacidad política de Alvaro Obregón).
En esa carta abierta se hace un análisis de la situación y se precisan puntos de
trascendental importancia.
Transcribiré algunos de sus párrafos de mayor relieve.
Comienza Zapata por explicar a Carranza que si se dirige a él en forma apremiante,
lo hace a título de ciudadano que se interesa por los asuntos patrios, y con el derecho
que me da -agrega con noble arrogancia- mi rebeldía de nueve años, siempre
encabezando huestes formadas por indígenas y campesinos.
Voy a decir verdades amargas -continúa-; pero nada expresaré a usted que no sea cierto,
justa y honradamente dicho.
Alude en seguida a la dictadura implantada desde un principio por Carranza, que él
atribuye a miras personalistas, más bien que a propósitos de interés público. Su
posterior intento de imponer en la Presidencia a Bonillas, habría de dar en esto la
razón a Zapata.
Enjuicia al régimen carrancista por su gestión desafortunada y por su abandono de
los principios revolucionarios, en materia agraria, obrera y política.
En materia agraria, las haciendas cedidas o arrendadas a los generales favoritos; los
antiguos latifundios de la alta burguesía, reemplazados en no pocos casos por modernos
terratenientes que gastan charreteras, kepí y pistola al cinto; los pueblos burlados en sus
esperanzas.
Ni los ejidos se devuelven a los pueblos, que en su inmensa mayoría continúan
despojados; ni las tierras se reparten entre la gente de trabajo, entre los campesinos
pobres y verdaderamente necesitados.
En materia obrera, con intrigas, con sobornos, con maniobras disolventes y apelando a
la corrupción de los líderes, se ha logrado la desorganización y la muerte efectiva de los
sindicatos única defensa, principal baluarte del proletariado en las luchas que tiene que
emprender por su mejoramiento.
La mayor parte de los sindicatos sólo existen de nombre; los asociados han perdido la fe
en sus antiguos directores y los más conscientes, los que valen, se han dispersado llenos
de desaliento.
Hoy se trata, al parecer, de infundirles vida nueva, pero con miras políticas (como
siempre) y bajo la corruptora sombra del poder oficial, acabemos de ver mítines obreros
presididos y patrocinados (!) por un gobernador de provincia bien conocido como uno de
los servidores incondicionales de usted.
Y ya que se trata de combinaciones de orden político, asomémonos al terreno de la
política, en el que usted ha desplegado todo su arte, toda su voluntad y toda su
experiencia.
¿Existe el libre sufragio? ¡Mentira! En la mayoría, por no decir en la totalidad de los
Estados, los gobernadores han sido impuestos por el centro; en el Congreso de la Unión
figuran como diputados y senadores creaturas del Ejecutivo, y en las elecciones
municipales los escándalos han rebasado los límites de lo intolerable y aun de lo
inverosímil.
En materia electoral, ha imitado usted con maestría y en muchos casos superado a su
antiguo jefe Porfirio Díaz.
Pero ¿qué digo? En algunos Estados no se ha creído necesario tomarse siquiera la
molestia de hacer elecciones. Alli siguen imperando los gobernadores impuestos por el
Ejecutivo Federal que usted representa, y allí continúan los horrores, los abusos, los
inauditos crímenes y atropellos del periodo preconstitucional.
Por eso decía yo al principio de esta carta, que usted llamó con toda malicia al
movimiento emanado del Plan de Guadalupe, revolución constitucionalista, siendo asi
que en el propósito y en la conciencia de usted estaba el violar a cada paso y
sistemáticamente la Constitución.
No puede darse, en efecto, nada más anticonstitucional que el gobierno de usted: en su
origen. en su fondo, en sus detalles, en sus tendencias.
Los otros cargos que Zapata lanza contra Carranza en la carta abierta que
transcribo, los daré a conocer más adelante, no sin antes hacer constar que fue tal la
irritación que en Carranza produjo esta carta, que lo determinó a dar orden a Pablo
González para que cuanto antes y por cualquier medio llevase a cabo la captura de
Zapata, vivo o muerto, a fin de poner término a una situación que para el Primer Jefe
del carrancismo era ya insoportable.

CARRANZA ENFURECE POR LA CARTA DE ZAPATA

Al conocer el final de la carta abierta de Zapata, que hoy transcribo, el lector podrá
darse cuenta de que el lenguaje se hace cada vez más enérgico, como que se trata nada
menos que de llegar a la conclusión de que, para lograr la unificación revolucionaria y
la paz de la República, era indispensable que Carranza se separase del poder.
Usted gobierna -le dice Zapata a Carranza- saliéndose de los limites fijados al Ejecutivo
por la Constitución ... ; usted establece y deroga impuestos y aranceles; usted usa de
facultades discrecionales en Guerra, en Hacienda y en Gobernación; usted da
consignas, impone gobernadores y diputados, se niega a informar a las Cámaras;
protege al pretorianismo y ha instaurado en el país, desde el comienzo de la era
constitucional hasta la fecha, una mezcla hibrida de gobierno militar y de gobierno civil,
que de civil no tiene más que el nombre.
La soldadesca llamada constitucionalista se ha convertido en el azote de las poblaciones
y de las campiñas ... Esa soldadesca, en los campos, roba semillas, ganado y animales de
labranza; en los poblados pequeños, incendia y saquea los hogares de los humildes, y en
las grandes poblaciones especula en grande escala con los cereales y semovientes
robados, comete asesinatos a la luz del día, asalta automóviles y efectúa plagios en la vía
pública, y lleva su audacia hasta constituir temibles bandas de malhechores que allanan
las ricas moradas, hacen acopio de alhajas y objetos preciosos, y organizan la industría
del robo a la alta escuela y con procedimientos novísimos, como lo ha hecho la célebre
mafia del automóvil gris, cuyas feroces hazañas permanecen impunes hasta la fecha ...
Y sin embargo, usted acaudilló a todos esos hombres; usted, su Primer Jefe, usted sigue
siendo responsable ante la ley y ante la opinión civilizada, de la marcha de la
administración y de la conducta del ejército, y sobre usted recaen esas manchas y a usted
salpica ese lodo.
¡Con cuánta razón los gobiernos extranjeros no tienen confianza en el de usted, y con
qué justo motivo el de Francia se ha negado a recibir al enviado constitucionalista,
considerándolo como el representante de una facción y no como el funcionario de un
gobierno!
Alude en seguida Zapata a las tendencias germanófilas del carrancismo, y a que ello
ha dado lugar a que las potencias aliadas vean con recelo y desconfianza la actitud de
ese régimen.
Vuelve en seguida al tema de la política interior, y formula las siguientes
declaraciones categóricas:
La política de usted, ha fracasado ruidosamente.
Usted, ofreció y anunció que por medio de un régimen dictatorial que disfrazó con el
nombre de Primera Jefatura, haría la paz en la República, mantendría la cohesión entre
los revolucionarios, consolidaría el triunfo de los principios de Reforma.
La paz no se ha hecho, ni se hará nunca con los procedimientos que usted emplea y con
el desprestigio que sobre usted pesa. Los revolucionarios, los de la facción
constitucionalista, los que usted ofreció unir, están cada vez más desunidos; así lo
confesó usted en su último manifiesto, y en cuanto a los ideales revolucionarios, yacen
maltrechos, destrozados, escarnecidos y vilipendiados por los mismos hombres que
ofrecieron llevarlos a la cumbre.
Nadie cree ya en usted, ni en SUB dotes de pacificador, ni en sus tamaños como político
y como gobernante.
Es tiempo de retirarse, es tiempo de dejar el puesto a hombres más hábiles y más
honrados. Sería un crimen prolongar esta situación de innegable bancarrota moral,
económica y política.
Por la intransigencia y los errores de usted, se han visto imposibilitados de colaborar en
su gobierno, hombres progresistas y de buena fe que hubieran podido ser útiles a México
...
Devuelva usted su libertad al pueblo, C. Carranza; abdique usted sus poderes
dictatoriales, deje usted correr la savia juvenil de las generaciones nuevas. Ella
purificará, ella dará vigor, ella salvará a la patria ...
Nuevos horizontes se presentan para la patria. El señor doctor Vázquez Gómez, hombre
conciliador y atingente, antiguo y firme revolucionario, invita a la unión a los mexicanos
y ha encontrado una fórmula de unificación y de gobierno, dentro de la que caben todas
las energías sanas, todos los impulsos legítimos, el esfuerzo de todos los intelectuales y el
impulso de todos los hombres de trabajo.
Bajo esa nueva dirección se podrá hacer patria, se fundará una paz definitiva, se
reorganizará el progreso, se consolidará un gran gobierno de la unificación
revolucionaria.
Y para allanar esa obra que de todas maneras habrá de realizarse, sólo hace falta que
usted cumpla con un deber de patriota y de hombre, retirándose de lo que usted ha
llamado Primera Magistratura, en la que ha sido usted tan nocivo, tan perjudicial, tan
funesto para la República.
-Emiliano Zapata.- Firmado.
El contenido y la publicación de esta carta exasperaron en tal forma a don
Venustiano, que no vaciló en ordenar a Pablo González que en plazo brevísimo y sin
reparar en los medios, acabase con Zapata y con el zapatismo.
Cómo cumplieron con esta comisión el general Pablo González y su incondicional
Guajardo, será lo que detallaré más adelante.
Debo agregar que también influyó en el ánimo de Carranza el temor de que Zapata y
Obregón pudieran entenderse en un futuro próximo, o sea al surgir el problema de la
sucesión presidencial.
Debo también llamar la atención sobre un detalle revelador: la carta de Zapata se
publicó el 17 de marzo de 1919, y el asesinato del Caudillo del Sur se consumó el 10 de
abril siguiente, o sea a menos de un mes de distancia. Se ve, por lo tanto, que había
gran prisa y gran empeño en castigar con la muerte al hombre que se había atrevido a
fustigar al engreído Primer Jefe.

SE FRAGUA LA MAQUINACION CONTRA ZAPATA


Para cumplir con la orden recibida de perseguir a Zapata hasta lograr su inmediata
captura, el general Pablo González y su subordinado Jesús María Guajardo
concibieron una maquinación tenebrosa que había de culminar en el asesinato del
Caudillo del Sur.
Empezaron, al efecto por fingir una ruptura entre ambos y por hacer llegar la noticia
de esta falsa desaveniencia al conocimiento de Zapata.
Engañado así éste, en virtud de información de algunos de los suyos igualmente
engañados, se dirigió en seguida, por escrito a Guajardo haciéndole notar que estaba
enterado de la ingratitud de que era víctima por parte de su jefe Pablo González, y
que en tal virtud lo invitaba a unirse al movimiento suriano, en donde encontraría las
facilidades y la justicia que en las filas del carrancismo se le negaban.
A esa carta, de fecha 21 de marzo de 1919, contestó Guajardo en los términos
siguientes:
C. Jefe de la Revolución del Sur.
Muy señor mío.
Le manifiesto a usted que en vista de las grandes dificultades que tenemos Pablo
González y yo, estoy dispuesto a colaborar a su lado, siempre que se me den las
garantías suficientes para mí y mis compañeros, y a la vez, mejorando mis
circunstancias de revolucionario, que en esta ocasión, como en otras, se trata de
perjudicarme sin razón justificada.
Agrega Guajardo que cuenta con elementos suficientes de guerra, así como
municiones, armas y caballada, así como con otros elementos que sólo esperan mi
resolución para contribuir a un movimiento.
Para que la farsa fuese completa, suplica a Zapata una reserva absoluta en este asunto
tan delicado.
El contenido de esta carta acabó de convencer a Zapata de que Guajardo,
hondamente lastimado por las inconsecuencias de su jefe Pablo González, estaba
resuelto a abandonarlo para unirse al movimiento suriano, y en tal virtud dirigió
nueva carta a Guajardo, en que además de ofrecerle toda clase de garantías, le
manifiesta que por juzgarlo como hombre de palabra y caballero, tiene confianza en que
cumplirá al pie de la letra el asunto de que se trata.
Si cree necesario advertirle a Guajardo que, ante todo, debe desarmar al traidor
Victorino Bárcenas, incorporado a sus fuerzas, y que, en consecuencia, debe remitirle
al mismo Bárcenas y a todos los jefes que con él están, al rancho del Tepehuaje, a fín
de aplicarles el castigo que merecen.
Sobre este último punto, de gran interés para Zapata, puso dificultades Guajardo, ya
que expresó no podía hacer desde luego la entrega de Bárcenas, en virtud de
encontrarse éste en Cuautla, llamado por Pablo González; pero que más adelante se le
daría el golpe al referido Barcenas.
Siguieron las negociaciones, Zapata envió a Guajardo un comisionado especial para
ultimar los arreglos, y al fin Guajardo le pide instrucciones a Zapata sobre la forma
en que debe obrar para realizar al movimiento a favor de la causa del Sur.
Por carta de 6 de abril Zapata le da instrucciones terminantes: que debe desde luego,
atacar la plaza de Jonacatepec, y que una vez tomada ésta, debe regresar a San Juan
Chinameca a recibir órdenes y marchar sobre Jojutla y Tlaltizapán.
Guajardo, siempre hipócrita y falso, finge cumplir con estos mandatos: simula al
efecto el ataque sobre la plaza de Jonacatepec, que defendía el jefe carrancista Daniel
Ríos Zertuche. Éste, que tenía ya instrucciones de Pablo González y del mismo
Guajardo para colaborar en la farsa, fingió un rudo combate en que las armas,
cargadas con cartuchos de salva, causaron varios muertos que en seguida recibieron
sepultura.
Así narra los hechos Baltasar Dromundo, que con razón comenta: la farsa seguía a
maravilla.
Guajardo desempeñaba su papel a la perfección y sin el menor escrúpulo.
Cuando Zapata exige la entrega de Victoriano Bárcenas, Guajardo acude a pretextos
para no hacerla de inmediato; pero, en cambio, pone a disposición de Zapata a los
jefes subalternos del propio Bárcenas.
Zapata, que había recibido continuas quejas e informaciones de los incalificables
abusos y atentados cometidos contra la población pacífica por la gente de Bárcenas, se
mostró inexorable en el castigo de esos malhechores. Ordenó el fusilamiento de los
jefes que Guajardo le entregaba para hacer creer en su lealtad, y Zapata, engañado
por ese maquiavélico proceder, ya no abrigó duda alguna acerca de Guajardo.
Inútiles fueron cuantas advertencias le hicieron para que tomase precauciones contra
cualquiera asechanza.
Al haberse ganado la confianza de Zapata, Guajardo tenía abierto ya el camino para
la consumación de sus siniestros designios.
En forma artera y felónica preparó la celada que había de costar la vida a su víctima.

COMO FUE LA MUERTE DE ZAPATA


Para dar a conocer la tragedia de Chinameca y los hechos que inmediatamente la
precedieron, me apoyaré en el parte oficial rendido al general Magaña por el mayor
Salvador Reyes Avilés, Secretario Particular que fuera del general Zapata.
Explica dicho parte que este último al ver que Guajardo tomaba Jonacatepec,
aparentemente a sangre y fuego, y que cumplía la promesa de entregarle para su
castigo a los subordinados del traidor Victorino Bárcenas, cobró confianza e invitó a
Guajardo a que tuvieran una primera entrevista, acompañado cada uno de una
escolta de sólo treinta hombres.
La entrevista se celebró en Tepalcingo, y allí acudieron ambos, sólo que Guajardo, en
lugar de presentarse con sólo la escolta convenida, se hizo acompañar por seiscientos
hombres de caballería y una ametralladora.
Al ver Zapata a Guajardo, lo recibió cordialmente y lo felicitó por haberse adherido a
la causa del Sur.
Hizo más: al saber que Guajardo venía enfermo, le ofreció caballerosamente una
pócima para su curación; gentileza a la que pocas horas después correspondería
Guajardo con la felonía.
Celebrada la entrevista de Tepalcingo, se separaron Zapata y Guajardo, citándose
para el día siguiente en las cercanías de Chinameca.
Al llegar allí en la mañana del 10 de abril de 1919, corrieron rumores de que el
enemigo se aproximaba: por lo que el General Zapata, de acuerdo con Guajardo,
arregló los dispositivos de combate: Guajardo atacaría al enemigo por la llanura,
mientras que Zapata, le haría frente en un punto conocido con el nombre de la Piedra
Encimada.
La alarma resultó falsa, pues el enemigo no apareció por parte alguna, y entonces
Guajardo aprovechó la oportunidad para invitar a Zapata a almorzar con él en el
interior del casco de la Hacienda de Chinameca, el cual forma un recinto
completamente cerrado por alta muralla y que sólo tiene una entrada protegida por
una fachada provista de almenas.
Por esa puerta tenía que entrar forzosamente Zapata si aceptaba la invitación, como
lo hizo, y en ese instante se consumó la tragedia, en la forma innoble que el parte
aludido, detalla.
Vamos a ver al coronel, dijo el jefe Zapata: que vengan nada más diez hombres conmigo, ordenó. Le
seguimos diez, tal como él lo ordenara, quedando el resto de la gente, muy confiada, sombreándose
debajo de los árboles y con las carabinas enfundadas. La guardia formada (la de la gente de Guajardo)
parecia preparada para hacerle los honores (al Jefe Zapata). El clarín tocó tres veces llamada de honor,
y al apagarse la última nota, al llegar el general en jefe al dintel de la puerta, de la manera más alevosa,
más cobarde, más villana, a quemarropa, sin dar tiempo para empuñar las pistolas, los soldados que
presentaban armas, descargaron dos veces sus fusiles y nuestro inolvidable general Zapata cayó para
no levantarse más. Su fiel asistente, Agustín Cortés, moría al mismo tiempo. Palacios debe haber sido
asesinado en el interior de la hacienda. La sorpresa fue terrible; los soldados del traidor Guajardo,
parapetados en las alturas, en el llano, en la barranca, por todas partes (cerca de mil hombres),
descargaban sus fusiles sobre nosotros. Bien pronto la resistencia fue inútil; de un lado éramos un
puñado de hombres consternados por la pérdida del jefe y del otro un millar de enemigos que
aprovechaban nuestro desconcierto para batirnos encarnizadamente. Así fue la tragedia, así
correspondió Guajardo, el alevoso, a la hidalguía de nuestro general en jefe. Así murió Emiliano
Zapata. Así mueren los valientes, los hombres de pundonor, cuando sus enemigos, para poder
enfrentarse a ellos, recurren a la traición y al crimen ...
El Mayor S. Reyes Avilés.- Firmado.
La versión de los hechos contenida en el parte anterior, me ha sido confirmada por
todos los testigos presenciales de quienes, a raíz de los sucesos, solicité informes sobre
el particular.
En cuanto a la actitud de Carranza, baste decir que premió al Coronel Guajardo por
su hazaña, elevándolo al grado inmediato de general y otorgándole una gratificación
de cincuenta mil pesos ...
Como la indignación me llevaría demasiado lejos si yo comentase este incalificable
crimen, me limitaré a decir que el juicio de la posteridad contra Carranza, tiene que
ser muy severo, como lo ha sido ya el de todos los contemporáneos no cegados por un
personalismo ciego, y que será indiscutiblemente) uno de los más graves cargos que la
historia formule contra don Venustiano.

Díaz Soto y Gama, Antonio, La revolución agraria del sur y Emiliano Zapata su
caudillo, México, Ediciones El Caballito, 1976, págs. 227 a 238.
Captura y diseño: Chantal López y Omar Cortés , para la Videoteca Virtual
Antorcha.

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Inicio :: Cultura jueves 09 de abr, 2009

Conmemoran 90 años de la muerte Emiliano Zapata


Por: Notimex/México, D.F.
La Comisión Federal que organiza los festejos por el Bicentenario de la
Independencia y Centenario de la Revolución Mexicana puso en operación un
micrositio de internet para que los niños conozcan más sobre el revolucionario
Emiliano Zapata, el Caudillo del Sur, asesinado hace 90 años, el 19 de abril de 1919.
+
Emiliano Zapata Salazar, su nombre completo, nació en San Miguel Anenecuilco,
municipio de Ayala, en el estado de Morelos, el 8 de agosto de 1879, hijo de Gabriel Zapata
y Cleofas Salazar, una familia campesina. (Notimex)
El sitio creado por un grupo de historiadores, diseñadores, animadores, guionistas,
realizadores, especialistas en nuevas tecnologías y otros profesionistas, contiene un video,
un álbum fotográfico, diversos textos y una sección para niños.
Se puede acceder desde el portal www.bicentenario.gob.mx/zapata y forma parte de los
esfuerzos para realzar las celebraciones patrias por el Bicentenario del inicio de la
Independencia y el Centenario de la Revolución.
Emiliano Zapata Salazar, su nombre completo, nació en San Miguel Anenecuilco,
municipio de Ayala, en el estado de Morelos, el 8 de agosto de 1879, hijo de Gabriel Zapata
y Cleofas Salazar, una familia campesina.
Su infancia se desarrolló paralelamente al latifundismo porfirista en Morelos. Realizó sus
primeros estudios con el profesor Emilio Vera, quién había sido un viejo soldado juarista.
Después comenzó a trabajar como labrador y arriero. En 1906 asistió a una junta de
campesinos en Cuautla, para discutir la forma de defender sus tierras frente a los
hacendados vecinos.
Su rebeldía y coraje lo condenaron a la leva y en 1908 quedó incorporado al Noveno
Regimiento de Caballería, destacado en Cuernavaca.
Los militares argumentaron que su incorporación forzosa al ejército se debió al hecho de
que había raptado a una jovencita, ya que Zapata era conocido por ser un hombre muy
enamoradizo.
La acusación la puso el padre de la jovencita Inés Alfaro Aguilar, con quien tiempo después
Zapata tendría dos hijos: Nicolás y Elena Zapata Aguilar.
El 20 de agosto de 1911 contrajo matrimonio con Josefa Espejo Sánchez, conocida como
"La Generala", originaria de Anenecuilco, hija de don Fidencio Espejo y Guadalupe
Sánchez Merino, y con la cual procreó dos hijos más.
El primero tuvo por nombre Felipe, pero murió cuando fue mordido por una víbora de
cascabel y su salvación resultó prácticamente imposible, ya que se encontraban en un
refugio en el Cerro del Jilguero. Sigue Se conmemoran 90... dos... Jilguero
La segunda hija fue Josefa, quien nació el Tlaltizapán y su suerte no fue distinta a la de su
hermano: su muerte resultó por la picadura de alacrán, un año antes que la de su hermano
Felipe. De esta forma su esposa Josefa quedó sin hijos en poco tiempo.
Para septiembre de 1909, Emiliano Zapata fue electo presidente de la junta de defensa de
las tierras de Anenecuilco, donde empezaría a analizar los documentos que acreditaban los
derechos de los pueblos a sus tierras y se convertiría, de esa manera, en un dirigente agrario
en su estado natal.
Su primera aparición política ajena a su mundo campesino fue en las elecciones para
gobernador de Morelos en 1909, cuando apoyó al candidato de la oposición, Patricio
Leyva, en contra del de los latifundistas, Pablo Escandón y Barrón.
En mayo de 1910 recuperó por la fuerza las tierras de Villa de Ayala y las dejó en posesión
de los campesinos propietarios del lugar. Por este y otros hechos tuvo que escapar varias
veces del gobierno, pues fue declarado bandolero.
Varios meses después participó en la reunión que se celebró en Villa de Ayala, con objeto
de discutir lo que dos años más tarde se convertiría en lo que hoy se conoce como el Plan
de Ayala.
A finales de ese mismo año, Pablo Torres Burgos fue enviado a Estados Unidos por Zapata
para que se entrevistara con Francisco I. Madero, hecho que resultó en la decisión del
"Caudillo del Sur" de tomar las armas junto con otros 72 campesinos el 10 de marzo de
1911, cuando proclamaron el Plan de San Luis.
Zapata se dirigió hacia el sur, pues ya era perseguido por el gobierno, y especialmente por
Aureliano Blanquet y su batallón de soldados.
En esta etapa del movimiento zapatista sobresalen las batallas de Chinameca, Jojutla,
Jonacatepec, Tlayecac y Tlaquiltenango, así como la muerte del zapatista y antiguo líder
del movimiento suriano, Pablo Torres Burgos, que incluso precedió al mismo Emiliano.
Con este deceso, Zapata es elegido por la Junta Revolucionaria del Sur en 1911 nuevo jefe
revolucionario-maderista de la zona.
Sin embargo, las reivindicaciones zapatistas contenidas en el Plan de Ayala, que suponían
una reforma agraria radical bajo la máxima "La tierra es de quien la trabaja", fueron
inaceptables para los sucesores de Porfirio Díaz. Sigue Se conmemoran 90... tres... Díaz
Como ejemplo está Francisco León de la Barra, quien al hacer uso todas sus facultades
como presidente encabezó diversos enfrentamientos políticos y armados en contra del jefe
suriano, a quien consideraba un bandido y rebelde.
Así, fueron enviados más de mil hombres, bajo el mando de los generales Victoriano
Huerta y Aureliano Blanquet, a encontrarlo y combatirlo.
Para agosto de 1911, Francisco I. Madero quedó de entrevistarse con Zapata en Yautepec
para buscar una solución pacífica al conflicto suriano, con el fin de convencerlo de que
licenciara sus tropas, al tiempo que Zapata era fuertemente criticado por la prensa
conservadora del país.
En la reunión no se logró ningún acuerdo, y el propio Madero se dijo convencido de que no
podía acordar el previo reparto agrario. El gobierno federal reiteró su decisión de imponer
el orden por la violencia y Zapata se desplegó con sus tropas a los límites entre Guerrero y
Puebla, escondiéndose del gobierno y generando emboscadas a pequeños contingentes
federales.
Durante ese lapso, casó formalmente con Josefa Espejo (su única mujer legítima, ya que
durante la Revolución tuvo infinidad de mujeres; su secretario particular comenta que tuvo
alrededor de 22 o quizá mas). El padrino de la boda fue el propio Francisco I. Madero.
En el Plan de Ayala, redactado por Otilio E. Montaño, se exigía la redención de los
indígenas y la repartición de los latifundios otorgados durante el porfiriato. También
desconocía a Francisco I. Madero como presidente y se reconocía a Pascual Orozco como
jefe legítimo de la Revolución Mexicana.
Además, el documento postulaba que, en vista de que no se había cumplido con lo que se le
había prometido al campesinado, la lucha armada era el único medio para obtener justicia.
Tras el asesinato de Madero, el 22 de febrero de 1913, y el ascenso al poder de Victoriano
Huerta, la lucha armada se exacerbó y Zapata fue uno de los jefes revolucionarios más
importantes, al tiempo que introdujo destacadas reformas en Morelos.

Posteriormente, Huerta envió una comisión encabezada por el padre de Pascual Orozco a
pactar la paz con Zapata.
El caudillo fusiló al emisario de Huerta y envió una carta al general Félix Díaz, repudiando
al gobierno central y en mayo del mismo año reformó su Plan de Ayala, declarando que
Victoriano Huerta era indigno de la presidencia del país.
Entonces, Zapata quedó como único jefe del Ejército Libertador del Sur. Sin embargo, es
preciso consignar que el hecho que reconocer el Plan de Ayala implicaba el no
reconocimiento del de Guadalupe, convirtiendo a Zapata, a Francisco Villa, a Alvaro
Obregón y a Pablo González Garza en luchadores de una causa muy aislada.
La guerra revolucionaria, por parte del gobierno, tomó perfiles despiadados. El gonzalista
Jesús Guajardo le hizo creer a Zapata que estaba descontento con Carranza y que estaría
dispuesto a unirse a él. Zapata le pidió pruebas y Guajardo se las dio.
Acordaron reunirse en la Hacienda de Chinameca, Morelos, el 10 de abril de 1919, donde
Guajardo le dio muerte en emboscada. No pocos condenaron este hecho, lo cual dio lugar a
que, una vez muerto, Emiliano Zapata se convirtiera en el Apóstol de la Revolución y
símbolo de los campesinos desposeídos.

Justicia sin verdugo.


La memoria de la cultura y los desafíos de la rebeldía (*)

Francisco Pineda

El problema que quisiera discutir en este trabajo es el desafío


cultural que enfrentan los procesos de resistencia y rebeldía.
Si consideramos las rebeliones populares como irrupciones
semióticas, procesos generadores de sentido y de nueva
información; si además tenemos en cuenta la memoria de la
cultura, el mecanismo de selección y actualización constante de
diversos textos, en este caso textos de dominación; podría
expresarse el desafío cultural de la rebeldía en términos de una
contradicción: la necesidad de romper el orden injusto y tener
que hacerlo a partir de los recursos y condiciones que existen
en un momento dado, es decir, dentro de un sistema dominante
y semióticamente dinámico.
Los dominados afrontan la necesidad de generar nuevos
códigos de justicia, pero se encuentran aún dentro de los límites
culturales que los constituyen y sujetan. Si bien, en las
rebeliones, hacen valer su voluntad frente a los opresores, la
plena realización de su justicia sólo es posible más allá de los
límites del orden existente. Las prácticas rebeldes se mueven,
así, en el filo de la navaja o en frontera; a la vez, como lucha
cotidiana y como transformación a largo plazo (Luxemburgo,
1978).
Planteado en términos de Iuri Lotman, el asunto principal a
tratar se refiere a los mecanismos que le permiten a un sistema
semiótico que, aunque cambie el contexto social, conserve su
homeoestaticidad, es decir, siga siendo él mismo. Sin afrontar
esa capacidad cultural del sistema dominante, las aspiraciones
de una sociedad liberada pueden quedar en el terreno de los
buenos deseos (Lotman, 1998).
Para examinar este problema, me apoyaré en las aportaciones
de Lotman acerca del funcionamiento del sistema semiótico y
haré referencia a la Revolución del Sur que jefaturó Emiliano
Zapata. Esa experiencia histórica muestra que el reto cultural es
más complejo que solamente resignificar o cambiar los usos de
los códigos existentes. Ahí comienza la subversión cultural,
pero se profundiza cuando rompe el ‘orden natural’ o
‘civilizado’ de las cosas, cuando la gente cuestiona la
existencia misma del verdugo y no sólo sus actos
excesivamente crueles.
Dominación
Iuri Lotman dio una pista que trataremos de seguir en esta
aproximación al problema planteado. Escribió: “La ‘cultura
propia’ es considerada como la única. A ella se opone la ‘no
cultura’ de las otras colectividades. De esa índole será la
relación del griego con el bárbaro” (Lotman, 1998:93).
En efecto, de esa índole fue la relación que estableció el
sistema dominante con el zapatismo durante la Revolución
Mexicana. El movimiento rebelde encabezado por Zapata fue
considerado como bárbaro, salvaje, carente de orden y como
enemigo de ‘la civilización’; como demonio, cáncer y
gangrena, ‘carne putrefacta’ que era preciso ‘extirpar sin
piedad’. Esa fue la premisa racista y contrainsurgente para
hacer una guerra de exterminio tanto al Ejército Libertador del
Sur como a la población mayoritariamente indígena que fue su
base social y su razón de ser. A consecuencia de esa estrategia,
en el estado de Morelos, la pérdida humana total excedió el 60
por ciento para varones y mujeres nacidos antes de 1910
(McCaa, 2001). El propio Zapata fue designado como ‘Atila’ y
será aniquilado. “Allí están los Zapata que quisieran, en una
orgía monstruosa, beber a borbotones la sangre de la Patria y
llenar sus arterias con detritus y fango”, sentenció el diario del
régimen maderista (demócrata) (1). Durante el genocidio, los
rebeldes del sur llevaron los estigmas del mal total y fueron
objeto de exterminio. El pasado —1400 años de la leyenda de
Atila y cuatro siglos de colonialidad del poder— no había
pasado a la inexistencia sino que estaba presente, actualizado
en el conflicto; ahí en la cultura como en la guerra y en el
régimen agrario de las haciendas.
Los textos del sistema de dominación establecieron una
frontera ante la colectividad rebelde del zapatismo. Esta última
fue descrita como ‘no cultura’, como un espacio biológico ‘no
humano’ de lo extrasistémico. Desde el punto de vista
semiótico, esa frontera funcionará como límite duro para
separar lo propio y lo ajeno al sistema. En este sentido, los
discursos de la dominación fueron autodescripciones y
autoorganizadores. Lo exterior era la imagen invertida del
mismo sistema: la ‘anarquía’ frente al ‘orden’, por ejemplo, o
‘Atila’ (flagellum Dei) frente al ‘apóstol de la democracia’
(Madero).
León Poliakov, uno de los estudiosos del racismo desde el
punto de vista de la contrahistoria, hizo un aporte sustancial a
ese respecto: propuso analizar el racismo como mito fundador.
Más que examinar cómo la cultura occidental dominante ve o
inventa a los otros, lo que habría que estudiar es cómo se ve y
se inventa constantemente a sí misma, a través de sus mitos
fundadores (Poliakov, 1986).
La autodescripción de tal o cual sistema semiótico, la creación
de una gramática de sí mismo, es un poderoso medio de
autoorganización del sistema. Pero no sólo opera como
mecanismo de colocación, pues, además, establece múltiples
vínculos entre las diversas posiciones. En cada sistema cultural,
la correlación núcleo—periferia recibe una caracterización
axiológica adicional como correlación arriba—abajo, valioso—
carente de valor, existente—inexistente, lo descriptible y lo que
no ha de ser descrito (Lotman, 1998) (2).
La complejidad resultante de esa capacidad para unificar
significaciones diversas confiere al sistema de dominación una
potencialidad hegemónica. Cada interpelación es así como una
nota de armónica que hace oír los ecos de las otras notas (Ipola,
1987).
Además, por medio de exclusiones y límites, la autodescripción
del sistema dominante adquiere un alto grado de redundancia,
intensificando sus posibilidades de autoorganización. El
sistema se vuelve más comprensible para sí mismo. Como
límite, el poder establece la forma general de su aceptabilidad
(Foucault, 1998).

Más aún, este mecanismo también recorta lo que debe ser


olvidado en la dimensión diacrónica; crea la historia del
sistema dominante desde el punto de vista de sí mismo.
Después de la Revolución Mexicana, simbólicamente, Zapata
fue separado de su cuerpo social por medio de una operación
individualizante y, con una transposición, el poder convirtió al
‘Atila del Sur’ en ‘Caudillo del Sur’. El Ejército Libertador
pasó a la dimensión de ‘lo inexistente’. En esa versión
dominante de la historia, el zapatismo fue despojado de su
código polívoco multidimensional, aquella multitud insurrecta
que fue el corazón de su fuerza rebelde, antisistémica.
Cada cultura y cada época define un paradigma de qué se debe
recordar y qué se ha de olvidar. Cambia el tiempo, el sistema
de códigos culturales, las relaciones de fuerzas, y cambia el
paradigma de memoria—olvido. “Lo que se declaraba
verdaderamente existente puede resultar como si ‘inexistente’ y
que ha de ser olvidado, y lo que no existió puede volverse
existente y significativo” (Lotman, 1996:160).
Para el sistema de dominación éste es un recurso extraordinario
pues, en primer término, con la operación individualizante se
refrendó semióticamente lo que se hizo en la guerra: exterminar
a la colectividad rebelde, los pueblos y el Ejército Libertador.
Pero, adicionalmente, esa ambivalencia —Zapata sin los
zapatistas— le permitió al sistema deshacer los peligros
extrasistémicos por otros medios: cooptar y neutralizar. En este
contexto, aparecieron metalenguajes ‘neutrales’ que
presentaron como homogéneos los dos sistemas opuestos, el
dominante y el rebelde, sistémico y antisistémico, Madero y
Zapata. En el nuevo régimen, se hablará entonces de la
revolución institucionalizada y su partido, el PRI, será uno de
los operadores principales de la dominación.
En ese procedimiento, se puede observar un exterminio de las
significaciones rebeldes, a fin de incorporar algunos elementos
recreados al ámbito de lo sistémico, en su periferia. Así, en el
nuevo contexto posrevolucionario, el sistema dominante
incrementó su valor informacional y, por tanto, aumentó el
repertorio de sus posibilidades.
Al operar en las dimensiones sincrónica y diacrónica —
también, bajo los principios de la polaridad y la ambivalencia
de la guerra y la paz— fue posible que, al cambiar el contexto
social, el sistema dominante conservara su homeoestaticidad,
es decir, siguiera siendo él mismo y además se dinamizara. Sin
afrontar esa capacidad del sistema, en efecto, las aspiraciones
de una sociedad liberada podrían quedar a futuro en el terreno
de los buenos deseos. Las capacidades de dominación son
mayores que sus autodescripciones.
Rebelión
Puesto que los elementos que el sistema declara como
‘incorrectos’ o ‘inexistentes’ también tienen sus relaciones
entre sí, se podría hablar de un ‘sistema de lo extrasemiótico’.
Esta otra aportación de Iuri Lotman será la base para continuar
nuestra aproximación al problema.
El zapatismo surgió, en marzo de 1911, como un levantamiento
armado en el sur de México, inscrito en el movimiento
antidictatorial que encabezó Madero. Con relación a este
último, en esa época el zapatismo formaba parte de la periferia.
Sin embargo, desde su origen, los rebeldes del sur empezaron
el proceso de su autonomía. A las dos semanas de la
insurrección, se autoorganizaron como Ejército Libertador del
Sur y designaron a Emiliano Zapata como general en jefe.
Cuando Madero llegó a la presidencia de la república, en
noviembre de 1911, se negó a cumplir la demanda de los
revolucionarios del campo y las fuerzas armadas del gobierno
intentaron asesinar a Zapata. Se produjo entonces la gran
bifurcación de la Revolución Mexicana. Los zapatistas
rompieron con el sistema y declararon la guerra al gobierno de
Madero, proclamaron el Plan de Ayala y lo pusieron en marcha
de inmediato.
“Declaramos al susodicho Francisco I. Madero, inepto
para realizar las promesas de la Revolución de que fue
autor, por haber traicionado los principios con los cuales
burló la voluntad del pueblo y pudo escalar el poder;
incapaz para gobernar por no tener ningún respeto a la
ley y a la justicia de los pueblos, y traidor a la patria por
estar a sangre y fuego humillando a los mexicanos que
desean libertades, a fin de complacer a los científicos
[tecnocracia positivista], hacendados y caciques que nos
esclavizan y desde hoy comenzamos a continuar la
revolución principiada por él, hasta conseguir el
derrocamiento de los poderes dictatoriales que existen.”
(Plan de Ayala, 1911) (3)
Con esta proclama histórica, ‘la justicia de los pueblos’ tuvo un
significado decisivo para la autoorganización de la revolución
del sur, fue su bandera. El Plan de Ayala dispuso que los
pueblos tomaran posesión de las tierras, montes y aguas
usurpadas, “manteniendo a todo trance con las armas en la
mano la mencionada posesión”. La ruptura significó el ingreso
al espacio de lo extrasistémico y desencadenó también un
enorme proceso antisistémico. En ese contexto, desapareció el
régimen agrario de las haciendas, el que implantara Hernán
Cortés en Morelos, al inicio de la era colonial. Los zapatistas
también proclamaron la supresión del monopolio de las armas:
“La fuerza, como el derecho, reside esencialmente en la
colectividad social, en consecuencia, el pueblo armado
sustituye al ejército permanente” (4).
La justicia y el derecho de los pueblos, no del Estado. Esa fue
la clave de la autoorganización extrasistémica del zapatismo y
se puede examinar a detalle, en las prácticas que generó la
revolución del sur.
Al interior de ese proceso, hubo una relación de reciprocidad,
pues los pueblos apoyaron al Ejército Libertador y, a su vez,
reclamaron la intervención de éste para resolver las propias
necesidades. En 1912, una señora de Mexicapa demandaba
solucionar un diferendo de tierras con un vecino, interpelando
así al jefe de la zona rebelde: “Al señor general de las fuerzas
defensoras de la patria y protectoras de justicia”. La práctica de
justicia fue una obligación perentoria para los rebeldes y no
sólo un ideal. Se impuso como acción transformadora, sin que
mediara el control del Estado.
En esa experiencia, la justicia fue simultáneamente un derecho
de la comunidad civil y un deber de los rebeldes armados, que
actuaron como árbitros en los conflictos internos de las
poblaciones. Por ello, también, se trata de una práctica distinta
a la que lleva a cabo el Estado. En este último caso, la justicia
se entiende y se practica exactamente al revés: como un
derecho lucrativo del poder y como una obligación costosa
para los subordinados (Foucault, 1991).
Es otro sistema, autoorganizado desde abajo y desde afuera del
sistema dominante. Cuando el Ejército Libertador se aprestó a
atacar la capital de la república en 1914, se anunció como ‘la
revolución de fuera’. Sí, territorialmente, provenía de afuera de
la capital, pero también, políticamente, de fuera del sistema.
“La revolución debe proclamar altamente que sus
propósitos son en favor, no de un pequeño grupo de
políticos ansiosos de poder, sino en beneficio de la gran
masa de los oprimidos, y que por lo tanto, se opone y se
opondrá siempre a la infame pretensión de reducirlo todo
a un simple cambio en el personal de los gobernantes, del
que ninguna ventaja sólida, ninguna mejoría positiva,
ningún aumento de bienestar ha resultado ni resultará
nunca a la inmensa multitud de los que sufren.” (Acta de
Ratificación del Plan de Ayala, 1914) (5)
Podemos asumir que, con la ruptura, los procesos rebeldes
desencadenan la generación de otra semiótica. Estos periodos
pueden ser considerados en términos de una explosión cultural,
es decir, como discontinuidad enérgica y elevación brusca de la
informatividad, en que las regularidades se desarticulan y la
predicibilidad disminuye.
Por lo mismo, no se trata de un proceso lineal, encaminado
hacia un futuro fijo. Más bien, es semejante a un torbellino; la
figura empleada por Edgar Morin para explicar que son las
contradicciones del ambiente en su conjunto las que orientan el
curso de los acontecimientos, en situaciones muy alejadas del
equilibrio (Morin, 1996).
Pero, a diferencia del sistema dominante, el proceso rebelde
tiene una gran dificultad: sus capacidades reales son menores
que sus autodescripciones. La rebelión interactúa en un entorno
desfavorable y lleva a cabo las transformaciones a contrapelo
de la historia. La realización plena de su justicia está más allá
del presente de opresión y de lucha contra la opresión.
Para la dinámica del sistema semiótico rebelde, la inclusión de
elementos del otro sistema, el dominante, no acelera el proceso
sino que lo echa para atrás. No incrementa su valor
informacional sino que lo disminuye, reduce la diferencia entre
la construcción de la sociedad liberada y la sociedad
dominante.
El traslado del lenguaje elaborado para la dominación
determinará inevitablemente que el campo visual de la rebeldía
reproduzca las exclusiones del sistema de opresión. En otra
carta enviada al Ejército Libertador, se expresó esta despedida:
“Es cuanto le dice su inútil servidor. Libertad y Justicia”, lugar
y fecha, rúbrica. El general zapatista Jesús Morales blandía la
espada de San Miguel Arcángel, el ‘patrono’ de Tehuitzingo.
Los ejemplos, que serían innumerables, manifiestan que tal
ambivalencia de sentido opera en contra del proceso rebelde,
no a favor, y hasta pueden producir fascinación.
Es cierto que los códigos tienen usos distintos, que durante la
contienda se autonomizan de su origen y que, en eso, funcionan
como armas, haciendo posible la operación de voltearlos en
contra de los opresores. En esa conversión, el instrumento con
el cual se lucha pragmáticamente parece no tener relevancia y,
con frecuencia, lo que importa es sólo su efectividad inmediata.
Pero, el desafío cultural de las revoluciones no es ‘resignificar’
circunstancialmente los códigos del poder, reformar o
reformular, ya que esto no es más que prolongar su propia
vigencia. Por más eficaces que parezcan, son códigos
dominantes y al compartirlos con el poder realizan su función
de dominación. Así sucede también cuando emergen
metalenguajes ‘neutrales’ al interior de la rebeldía; construyen
una franja de homogeneidad con el sistema dominante (6).
Esto representa una fuerte tensión en el periodo de ruptura
antisistémica. Sucede que esa ruptura, para ser tal, reclama la
exclusión de ambivalencias dominantes y el aumento de la
univocidad interna del proceso rebelde. A la vez, el aumento de
la univocidad interna intensifica las tendencias estáticas de la
semiosis. Igual ocurre con las autodescripciones de la rebeldía,
incrementan las tendencias estáticas. Lotman advirtió también
que el proceso mismo de la descripción convierte
inevitablemente lo extrasistémico en un hecho del sistema.

En el momento en que la rebelión necesita ser más creativa, en


que su dinamismo ha de ser propulsado en el mayor grado
posible para generar la nueva sociedad, encontramos que —en
las condiciones existentes— los mecanismos dinámicos de la
cultura pueden operar a favor de la homeoestaticidad de la
dominación y en contra de la liberación. Al menos, reducen
considerablemente el repertorio de sus posibilidades. Las
revoluciones sociales del siglo XX muestran la magnitud de
este problema. Por ello, analizar sus procesos culturales se ha
vuelto un asunto crucial para la liberación.
Diríase entonces que estamos creyendo posible lo imposible.
Pero, al llegar a este punto, los desarrollos teóricos de Lotman
manifiestan más su potencial para encarar el reto y generar
opciones.
Desafío
La univocidad—ambivalencia se distribuye en el sistema de
manera dispersa. La ambivalencia es mayor en la periferia que
en el núcleo. Si consideramos esta cualidad, el diálogo intenso
al interior del sistema semiótico de la rebeldía sería un factor
dinámico vigoroso, siempre y cuando se resuelva la tensión que
esto mismo produce.
A su vez, el traslado de funciones del núcleo a la periferia y de
la periferia hacia el núcleo, intensifica el dinamismo rebelde.
Desarticula el monopolio del poder hacer y la caracterización
axiológica dominante de la correlación núcleo—periferia como
correlación arriba—abajo. El Cuartel General del Sur
trasladaba la aplicación de la justicia a los pueblos; tanto en lo
referente a la toma de tierras, como en caso de abuso cometido
por los integrantes del Ejército Libertador, por ejemplo.
El espacio para las ambivalencias, necesario para dinamizar un
proceso cultural, también se incrementa por el diálogo a nivel
nacional y mundial entre sistemas semióticos rebeldes. El
mismo efecto dinamizador de sentidos producirá el diálogo con
otros elementos que el sistema dominante ha declarado como
‘incorrectos’ o ‘inexistentes’.
Esa reserva dinámica se multiplica, también, fuera del marco
semiótico propio de los insurrectos, por el diálogo con otras
esferas, como el arte. El lenguaje del arte, apuntó Lotman, es
una realización extrema de la tendencia a la percepción
estereoscópica:
“Cuanto más intensamente está orientado un lenguaje al
mensaje sobre otro y otros hablantes y a la
transformación específica por ellos de los mensajes que
hay en ‘mí’ (es decir, la percepción estereoscópica del
mundo) tanto más rápidamente debe transcurrir su
renovación estructural” (Lotman, 1998:80).
El desarrollo cultural extrasistémico también enfrenta la
necesidad de recuperar las historias ‘olvidadas’ de la rebeldía, a
fin de reconstruir su propia memoria y darle profundidad a su
acción transformadora. La mirada hacia el pasado, sin
embargo, ha de cuidarse de no establecer la imagen de un
tránsito desde un ‘estado amorfo’ a la estructuralidad. Tal cosa
significa desterrar las luchas pasadas al mundo de ‘lo
incorrecto’, tal como hace el sistema dominante. Eso produce
además la ilusión de novedad, con pérdida en el grosor de la
memoria de la cultura.
En la actualidad, tal desafío ha sido expuesto por los zapatistas
de hoy: “apostando a transformar el futuro, la resistencia
apuesta a cambiar el pasado. La resistencia es así el doble
vaivén de la mirada, el que niega y el que afirma. El que niega
el fin de la historia, y el que afirma la posibilidad de rehacerla”
(7).
El estado de ambivalencia, señala Lotman, es posible como una
relación del texto con un sistema que en el presente no está
vigente, pero que se conserva en la memoria de la cultura.
Cuando el sistema semiótico de la liberación es simple, débil o
reducido, la recuperación de la historia ‘olvidada’ amplifica las
significaciones de la lucha. Por eso, no se trata de producir una
historia de bronce, dogmática, que se dice para creer en ella;
sino una historia que incremente el valor informacional de la
rebeldía y que recupere las luchas pasadas como algo que es
propio y al mismo tiempo no lo es, porque pertenece a otro
contexto. La presencia de la historia es una condición necesaria
para el funcionamiento de un sistema semiótico complejo.
En la fuerte tensión que existe entre esos polos ideales del
modelo analítico, dirá Lotman, se desarrolla un único y
complejo todo semiótico: la cultura.

Notas
1. «Patriotismo literario y patriotismo de verdad»,
editorial, Nueva Era, 5 de febrero de 1912.
2. El discurso del poder que habla de ‘indio’ refiere a
discapacitados, no mexicanos, incivilizados, infieles;
pueblos sin territorio, sociedades preestatales, ágrafas...
entre más formas de representar e instituir relaciones de
poder y despojo. El exterminio, en este sentido, será el
despojo radical de todo, es decir, la muerte de la otra
colectividad. Véase Pineda, 2003.
3. Ejército Libertador del Sur, “Plan de Ayala”, 25 de
noviembre de 1911, (Espejel, 1988).
4. Ejército Libertador del Sur, “Ley sobre supresión del
ejército permanente”, 3 de noviembre de 1915, (Espejel,
1988).
5. Ejército Libertador del Sur, “Acta de Ratificación del
Plan de Ayala”, 19 de julio de 1914, (Espejel, 1988).
6. Con frecuencia se dice que la oposición entre reforma y
revolución representa un falso dilema. Sin embargo, no es
difícil observar que, en la reforma, el trayecto va de la
periferia hacia el centro del sistema dominante; mientras
que en la revolución el trayecto va de la periferia de ese
sistema al exterior, para generar un sistema distinto.
7. Subcomandante Insurgente Marcos, Ejército Zapatista
de Liberación Nacional, “El bolsillo roto”, montañas del
sureste mexicano, noviembre de 2004.

Referencias bibliográficas
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México, INEHRM.
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debate con los maos». Microfísica del poder, Madrid,
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Lotman, Iuri M. (1996). La Semiosfera I. Semiótica de la
cultura y del texto (Selección y traducción del ruso de
Desiderio Navarro). Madrid: Cátedra (Colección
Frónesis).
Lotman, Iuri M. (1998). La Semiosfera II. Semiótica de
la cultura, del texto, de la conducta y del espacio
(Selección y traducción del ruso de Desiderio Navarro).
Madrid: Cátedra (Colección Frónesis).
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de la socialdemocracia rusa». Escritos políticos I, México,
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of the Mexican Revolution, University of Minnesota
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Morin, Edgar (1996). Introducción al pensamiento
complejo, Barcelona, Gedisa.
Pineda, Francisco (2003). «La representación de
‘indígena’. Formaciones imaginarias del racismo en la
prensa», en Alicia Castellanos (Coord.), Imágenes del
racismo en México, México, Plaza y Valdés-Universidad
Autónoma Metropolitana Iztapalapa.
Poliakov, León (1986). La causalidad diabólica. Ensayo
sobre el origen de las persecuciones, Barcelona, Muchnik
Editores.
Principio del documento
* Una versión de este texto se presentó en el I Encontro Internacional
para o estudo da Semiosfera. Interferências das diversidades nos
sistemas culturais, celebrado en São Paulo (Brasil), 22-26 de agosto de
2005. Se publica por primera vez en Entretextos.
El URL de este documento es
http://www.ugr.es/~mcaceres/Entretextos/entre6/pineda.htm

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