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Emanuelle Levinas
Prefacio
Aceptaremos fcilmente que es cuestin de gran importancia
saber si la moral no es una farsa. La lucidez -apertura del espritu sobre
lo verdadero no consiste acaso en entrever la posibilidad permanente
de la guerra? El estado de guerra suspende la moral; despoja a las
instituciones y obligaciones eternas de su eternidad y, por lo tanto,
anula, en lo provisorio, los imperativos incondicionales. Proyecta su
sombra por anticipado sobre los actos de los hombres. La guerra no se
sita solamente como la ms grande entre las pruebas que vive la
moral. La convierte en irrisoria. El arte de prever y ganar por todos los
medios la guerra la poltica- se impone, en virtud de ello, como el
ejercicio mismo de la razn. La poltica se opone a la moral, como la
filosofa a la ingenuidad.
No es necesario probar por oscuros fragmentos de Herclito que el
ser se revela como guerra al pensamiento filosfico; que la guerra no
slo lo afecta como el hecho ms patente, sino como la patencia misma
-o la verdad- de lo real. En ella, la realidad desgarra las palabras y las
imgenes que la disimulan para imponerse en su desnudez y dureza.
Dura realidad (esto suena como un pleonasmo!), dura leccin de las
cosas, la guerra se presenta como la experiencia pura del ser puro, en el
momento mismo de su fulgor en el que se queman los decorados de la
ilusin. El acontecimiento ontolgico que se perfila en esta negra
claridad es la movilizacin de los seres, anclados hasta aqu en su
identidad, movilizacin de absolutos, llevada a cabo por un orden
objetivo al que no se pueden sustraer. La prueba de fuerza es la prueba
de lo real. Sin embargo, la violencia no consiste tanto en herir y aniquilar
como en interrumpir la continuidad de las personas, en hacerles
traicionar, no solo compromisos, sino su propia sustancia; en la
obligacin de llevar a cabo actos que destruirn toda posibilidad de acto.
Como en la guerra moderna, en toda guerra las armas se vuelven contra
quien las detenta. Es imposible alejarse del orden que ella instaura.
Nada queda fuera. La guerra no muestra la exterioridad ni lo otro en
tanto que otro; destruye la identidad del Mismo.
La faz del ser que aparece en la guerra se decanta en el concepto
de totalidad que domina la filosofa occidental. En ella los individuos son