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VIAJE A BURIATIA Cuando se lee la epopeya de las ciudades se remueve un polvoriento archivo de imagenes. Se indagan los apagados pasos de la fundacién y vuelve repentina la confusa inspira- cién del origen. No hemos comprendido bien la pugna oculta de aquel primer momento. Queremos la huella s- pultada para ensalzar la autoridad que prestigie la historia de la ciudad. {Helas, las ciudades! En la literatura clasica y, desde entonces, en la cartografia. Quiza merezcan este ho- menaje pero nada hubo que no pertenezca a una incerti- tumbre terrible. La misi6n de Schliemann en Troya era exacta: desente- rar, coger de abajo, portales, paredes, torreones. Secar de la tumba del mundo lo que reclama la orgullosa luz de la his- toria. Eliminar la premonicién de lo incierto. La tierra debe Bitzoe regurgitar lo que ha tragado, Hay que ordenar estas huellas. Abolir el presentimiento. Cada ciudad retiene en su piedra fundacional la gloria de tun tiempo y el poder de una voluntad. Una forzosa mencién alo que ocurrié: migracién y abandono de otra patria, reu- nin de némadas cansados en el finisterre de su mito y ese juramento inconfesable que tememos. La leyenda dara for- ‘maa una odisea que la palabra transforma en alabanza. Pero nada retiene la sombra de aquel tiempo. La ciudad reza pero sus figuras tutelares son dioses de poca fortuna. Figuras errantes hasta entonces en las perece- deras cabafias de los hombres, han encontrado al fin un re- fugio. Afioran el cielo pero se conforman en la ciudad que los acoge, Ofreceran a cambio algunos favores, por la solem- ne habitacién que se les ha dedicado. Su aliento flota en las aguas de una piscina termal. También ellos prefieren olvidar. No s6lo murallas, aljibes y almacenes. En la ciudad se fundan templos. Al principio basta una nube de incienso, el murmullo de un jéibilo. Mas tarde se abre una gruta de fie- les devotos para el trono de las divinidades comprometidas con este mundo. La complicacién iré en aumento. La ciudad ya esun lugar de encuentro para el cielo y la tierra. Quiz al- guien pretenda invitar al infierno. La leyenda que hard de la ciudad el nudo de los tres mun- dos exige los fermentos del tiempo y espera una imagina- }6n ingenua. La historia surge de la confusion original, pero la desprecia. Teme los rumores que instigan la sospe- cha y convoca a su alrededor la celebracién de una fiesta. Los hombres quieren bailar. Para anudar la urdimbre del olvido y el recuerdo no bas- ‘a el capricho de los hombres. Es preciso que la leyenda sepa contar, esconder, las clausulas del origen. Todas tienen elaspecto de un edicto y se reservan el poderoso capitulo de la verdad Luego, en Ia ciudad se contarén muchas historias. De- masiado ciertas para que signifiquen algo. La que cuenta de verdad se ha olvidado. Pero lo personal también se pudre y de su pestilencia se alimenta el arbol de la genealogia. No nos engafiemos: nuestra vida riega este jardin andnimo. Vigje « Buriatia Acerquémonos a San Petersburgo. Un zar pega un golpe sobre su mesa y nace una ciudad. Los campesinos se quie- bran en las marismas del Baltico, pero es preciso que el sue- fio de un instante tenga sus victimas. 2No fue acaso la piré- mide un osario para los albafiiles nubios? La grandeza es un. suefio y una pesadilla. Trotan los caballos negros y golpean con sus cascos la cabeza de los esclavos. Esta agonia levanta una cabeza laureada, San Petersburgo es el suefio de un zar que quiere huir de Asia, Dar la espalda a las estepas de oriente y enredarse en ef esplendor de Poniente. Asi lo perpettia la estatua ecuestre dle Pedro el Grande, en la plaza del Senado, en la orilla del rio. La figura es de bronce y se erigié para fundar un mito. El. ca- allo se encabrita, alzandose y pateando la cabeza de una serpiente. El escultor quiso la enemistad del reptil ylo funde arrastrandose sobre una roca desnuda. El jinete, indiferente @ esta batalla legendaria, extiende la palma de su mano so- bre el horizonte que ha poseido. Aunque la serpiente, pre- fiada por un odio ancestral, no morira. Europa merece la pena, piensa Pedro mientras entrega sus glebas obedientes a los arquitectos espléndidos. Una ciu- dad nueva para un suefio titénico. El Zar no solo quiere ur- banizar la puerta baltica de Rusia sino, osado, corregir la his- toria. Parar el tiempo, sélo un momento, y pensar como se- ran las cosas. Las cosas de un zar. Qué queds de todo eso? Ya es bien sabido: los decem- bristas fusilados, los disidentes deportados y los revolucio- narios a la espera paciente de un plan: tomar el Palacio de Invierno y consumar la Historia. Laleccién de San Petersburgo. Quien la indague sélo re- tendra en sus manos el plano de una ciudad. San Petersbur- go ¢s monumental y hermosa la apariencia de sus edificios. Las calles son la perspectiva inédita de un suefio descormu- nal. El rio Neva serpentea la ciudad, los puentes se echan so- bre los canales. La ornamentacién barroca se enzarza en las fachadas decoradas, en las columnas falsas, en las bévedas pintadas. La piedra ha sido encarnada con él elixir de los si- glos. No es una ciudad construfda para la vida, sino para la gloria de un pensamiento eterno. El paisaje de San Petersburgo es teatral. Ha sido conce- bido para alojar la grandeza de unos mitos extrafios. ;Quie- 3 Bilzoc ren espantar a los espiritus asidticos! Encaramados a la azo- tea unos hércules malabaristas se tuercen para darle la vuel- taal mundo. Iniitiles espasmos de una fortaleza heroica. Un patricio romano otea desde su hornacina dorada, en la pla- za del Palacio, el gran obelisco de Alejandro. Su mirada sera una piedra muerta, Los rizos neoclasicos han perdido su turno en la historia de Asia y San Petersburgo permanece er- guida como un monumento a la venganza, a la derrota, Para la memoria sentimental se esparcen viejas estampas. Los jardines habitados por la sombra del tiempo cobijan al gunas estatuas zaristas. Perdura su semblante perplejo en los parques de una ciudad que, pese de todo, fue indultada. La Revolucién no tavo miedo de San Petersburgo. La desdeié. Los ataques de la Revolucién conta los templos surgie- ron de un furioso programa politico, pero algunos han so- brevivido en San Petersburgo. Posen fachadas que copian la grandeza histérica de los estilos, tan grande era su afin, y sus proporciones copian las sugerencias de edificios historicos. Ahi esta la columnata eliptica de la iglesia de Nuestra Sefio- ra de Kazan, y las magnitudes romanas de la catedral de San Isaac, También una merquita y un templo budista. Construido junto a los canales del rio Neva, rodeado por una frondosa arboleda, como un silencioso museo de si mis- mo, se erige un edificio hecho a imagen y semejanza de los templos del Himalaya. Su mutismo es intrigante. A principios de siglo, el budismo aposentado en las in- mensas tierras de Asia Central quiso llegar a Europa. Su area de influencia fue hasta entonces una relacién de terras her méticas: Tibet, Mongolia, Tuva, Calmukia, Buriatia. Fue ese un tiempo en el que cada religién parecia conformarse con su lugar en la tierra, Los musulmanes vitalizaban sus escue- las en las orillas del mar Negro, del mar Caspio y del mar de Aral. En los extremos de oriente el budismo zen cuidaba a sus discipulos, compartiendo con confucianos y taofstas los emblemas de una tradicién remota. Incorporadas al legado patriotico de las naciones insurgentes, fueron algo mas que un rezo 0 una salmodia, Evocacién poética de una grandeza imaginaria, refugio para el miedo, consuelo de promesas in- cumplidas, estandarte de maltrechas identidades. En aquella década, el lama Dorzhiev, un personaje que habia obtenido notoriedad e influencia en los azarosos pa- 4 Vigje a Buriatia lacios del zar, consiguié autorizacién para construir en los Jardines de San Petersburgo un templo budista. Hoy lo con: ‘templamos en st: poderoso semblante de color cinabrino. Aguanté la Revoluci6n, el ateismo doctrinal y las miserias de Ia descomposici6n, Fue levantado para que el lama buriato Dorzhiev anunciara la llegada del budismo siberiano a Eu- ropa. Veintitrés siglos antes, el budismo meridional, en los calurosos contornos del trépico de Cancer, habia montado en los caballos de Alejandro para discutir en Alejandria con los gnésticos. Pero esta ruta surefia se perdié entre las ruinas de aquel mundo. {Se nos permite aventurar falacias, imaginar las cosas de otro modo? San Petersburgo, ciudadela del apostolado euro- peo contra Asia, habria sido para Europ el piilpito de la doc- trina budista asidtica. Pero la Revoluci6n tenia otros planes. El gobierno insurgente promulgé sus lecciones: una sola ciudad no merece cambiar la Historia —cierta nostalgia irci- tada, alguna extrafia herida abierta encontrariamos detrés de estos stibitos actos del poder. Ni siquiera la bella ciudad de San Petersburgo, con su trazado de avenidas victoriosas y cendculos de conspiracién racionalista. San Petersburgo, de- finitivamente, no cambiara la Historia. Este decreto revolucionario, escrito en secreto para co- rregir la Historia, en realidad sélo era una mueca de emula- cién y s6lo consiguié colgarla de un garfio. A su modo daba continuidad al delirio de Pedro el Grande. La trigica paro- dia del hijo. Un hijo ambicioso. No sélo pretende el dominio de una ciudad en la marisma ganada al mar; su sueiio abar- ca Asia entera. Qué osadia. San Petersburgo hubiera sido un nudo entre el budismo, esa indagacién piscolégica que agrupa en su poética litérgi- ca la tradicién de todos los misterios, y la Europa que com- bbatia por la raz6n, sembrada con los talismanes de un pavor antiguo. Un apunte sobre el juego de las simetrias: los préstamos culturales, Ios intercarabios deliberados 0 accidentales de ideas, estilos y mitos dibujan sobre la geografia del mundo una corriente de fuerzas que van y vienen desde siempre, ‘Torbellinos de magma espiritual que luego aparecen en ja- 5 Bitzoc rrones de porcelana, cajas de nacar, tapices, ornamentos in- genuos. Los mapas de la mecdnica de fluidos que remueven el océano son la figura mas adecuada para este incansable movimiento de la inquietud. Desde esta perspectiva, es in- significante la marca budista de San Petersburgo. Pero nos sirve para representar el intento que sincronizan budistas e ilustrados: Asia colisonando con Europa en las calles de una. ciudad condenada. El empeiio ecuménico, el saldo final de todos los apos- tolados, fue frustrado por una Revolucién en el mes de Oc- tubre. Hubo que esperar cuarenta afios a que otra revolu- cién comunista impulsara sin querer el mismo efecto. Lo que los revolucionarios rusos suspendieron cautelarmente en San Petersburgo —la marcha del budismo desde Asia hasta oe Jo provocaron accidentalmente los revolucio- narios chinos, con el éxodo de los tibetan: re paris ch 10s hacia Europa y Con cierto estupor y prudencia, a pesar de su vigorosa formacién politica, el lama Samaiev, actual director del tem- plo de San Petersburgo, ha tomado posesién de su casa. Su aspecto romo y macizo, la gestualidad de sus concepciones y el vigor de una vida sometida a mil tensiones, le hacen capaz de resistir las furias de una época imprevisible. Quién sabe lo que pasaré mafiana en Rusia. Como un gigantesco iman, Asia agita sus aspas magnéti- casy gira sobre si misma en los circulos de un poder que hip- notiza, subyuga, atrae, ordena. Dela tierra asidtica no consi- guié huir Pedro el Grande. Ni la Revolucién, hoy engullida y convertida en nada. Asia retiene, engulle, devora. ‘Hay que repasar otra vez el mapa para comprender de qué hablamos cuando decimos Rusia, ex-Unién Soviética 0 Federacién Rusa. Estonia, Letonia, Lituania, Bielorusia, Ucrania, Moldavia, Georgia, Armenia, Tartaria, Tuva, Cal- mukia, Buriatia, Azerbaijan, Kazajstan, Kirguistan, Tadyikis. tn, Uzbekistan... Millones de seres y mas de cien lenguas. Fl lama Samaiev obruvo su preceptiva formacién cientifi- ca, como la mayoria de los que estudiaron en las universida- des soviéticas. Se hizo monje después. Cuando ya conocia los asuntos del mundo laico. Su vocacién actual tiene estos in- gredientes: la determinacién y la costimbre de no dar vuel- tas, Su habito es la tinica que hoy se ha hecho tan popular, 6 Vigje a Buriatia pero el hombre tiene genio en las palabras y la visi6n poli ca de Ia Historia, Otra vez la Historia, Quizé una deforma cién de su revalida marxista, pero da la impresién de esta’ forjando una nueva cultura budista. Samaiev emplea los rudimentos mitolégicos del budismo como quien usa los idiomas que conoce. Para entenderse conviene hablar la misma lengua. Si un devoto conmovido por una inesperada vivencia animica necesita instrucciones, Jas recibird, Por algo ha sido el budismo mahayana una ejem- plar leccién de psicologia racionalista. La compasion signi- fica ayudar al préjimo. Pero Samaiev es un reformador. Son territories distintos. Escuchandole es inevitable recordar a los seminaristas {que entre nosotros fomentaron los cambios del Concilio Var ticano Il: ‘los fieles buriatos no entienden la lengua candni- ca, no saben tibetano, ¥ cuando yo taduzco los textos, para que asi comprendan el rito recitado, sélo recibo criticas. Pero es necesario adaptarse a los tiempos.” La sociedad rusa es multiétnica y los rostros del mundo se refugian en la oscuridad de este templo. Tartaros, georgia- nosy buriatos, sostienen con sus donaciones la restauracion, de un templo que acoge a todas las escuelas del budismo. Poniendo en prictica la relajada conviccién budista puc- den ahorrarse los sermones restrictivos y las admoniciones del remordimiento. El budismo es un test que registra con fi- delidad los limites de la paciencia. Es un ejercicio 6ptimo y la prueba que todo adepto lleva siempre consigo. La pax ciencia es un recurso de valor universal que siempre delava la. fragilidad de una formacién deficiente. Por ejemplo: las obras de arte religioso que pueden contemplarse en el tem- pplo no son las originales. Las antiguas fueron confiscadas por la Revolucion. Las piezas construidas con metales nobles y piedras preciosas fueron desguazadas. Las que no tenian va- lor de cambio se almacenaron en los museos del ateismo. Al- gunas fueron destruidas para escarnio puiblico. Asi, el Buds original del templo de San Petersburgo fue levado en pro- cesin hasta uno de los puentes del rio Neva y arrojado a sus aguas, Te lo cuentan con parsimonia, dejando que todo acar be en un punto y aparte. Se han intentado algunas indagaciones pero no se sabe desde qué puente fue Janzada la efigie del Buda Sakyamuni. Bitzoc Hay que imaginarlo hundido en el limo del rio, cubierto por las algas, Dotado todavia con los atributos que la liturgia bu dista, como la catdlica, confiere a sus imagenes. Una cualidad sagrada que no puede destruir el paso del tiempo, ni las in- clemencias de la naturaleza o de los hombres furiosos. Los mantras que las sesiones de meditacién dirigian al Buda estan reverberando en su pecho desnudo, como un murmullo que desde entonces acuna a los peces del Neva. He aqui las dos grandes instituciones de la ciudad de San Petersburgo: los Templos y los Museos. Las otras instancias, pirueta gubernamental de una improvisacién tragica, som presa histérica que a todos ha cogido desprevenidos, pierden Poco poco la dote de su poder en una ciudad que adminis- tra, a partes iguales y en secreto, el caos, el azar y la suerte. En la Laura de San Alejandro Nevski estan enterrados los artistas y notables de San Petersburgo. Aqui, bajo la hojaras- ‘ca del invierno, el fango y la escarcha, se han hundido los res- tos de Dostoievski. Podria ser un mausoleo solemne, pero parece una fosa comin. Bl cementerio esti rodeado por una \apia y para llegar a su portal hay que cruzar un sendero flan- queado de mendigos. Estan mugrientos y pisoteados por la penuria. No s6lo son pobres: son esclavos con la sumisin del limosnero. Hay tanta entrega en su rostro humillado, tanta disposici6n a ser insultado por el desdén, tanta elocuencia en Ja mimica de su derrota, que hasta la compasién duda cuan- do se trata de dar un miserable billete de rublos. Los popes van a entrar en la iglesia que da cobijo ala muk titud. Cae el sol de la tarde y ha legado el momento de pe- dir perdén, de cerrar heridas sangrantes, de pedir cumpli- mientos. Ante ellos se va desplegando la alfombra mientras a su paso se repliega. Van con la espalda solemne hacia el al- tar escondido. El perfume de los cirios y su luz temblorosa se mezclan con el incienso. E] humo tenue se arremolina en el bulbo de las ctipulas y cubre con su patina dorada las iconos. En cada capilla se cuelga la efigie de los santos patronos y los fieles buscan su imagen tutelar. La confianza ciega y teje en ¢1 templo ortodoxo una invisible red de infinitos matices, suspiros en los que parece columpiarse el alma de los huér- fanos. Un aire denso oprime a los extrafios. 8 Vigje a Buriatie Mientras se traman pugnas de todo calibre, y vale la pena no perder de vista la perturbacién telirica que conmoverd este pais, una insélita batalla tendré lugar. Después de los sa- queos revolucionarios, las obras de arte religioso manufac- turadas con metales nobles o piedras preciosas que no se fundieron o desguazaron, se depositaron en los Museos del Ateismo. La pedagogia del nuevo régimen exigia muestras de los dislates supersticiosos que habian enajenado a las ma- sas populares durante siglos, hasta el advenimiento de la anunciada liberaci6n cientifica. Para su preservaci6n se for- maron equipos de conservadores y prolificas bibliotecas do- cumentales. Lineas de investigaci6n se articularon sobre los fondos de estos museos y, con ellas, la légica de Ia adminis- tracién wniversitaria. Catedras, profesores, revistas, y esti diantes se convirtieron, casi sin darse cuenta, en los custo- dios de unas irreemplazables colecciones de arte religioso. Durante los afios en que los templos estuvieron cerrados 0 vi- gilados, los fieles apenas eran un residuo consentido como estigma de la vejez. Pero la perestroikay el imprevisible drama de una transicién fallida, hicieron de Ia libertad de culto una nueva fuerza politica. Los fieles no s6lo asisten a sus off- cios buscando la redencién y el perdén. Son fuerzas ciuda- danas que, en primer lugar, reclaman lo que fue suyo. La Re- volucién no fundé, como se crefa, una nueva legitimidad his- t6rica y la memoria ha desbaratado su voluntad de amnesia institucional. Se exige la devolucién de todo lo confiscado. En la iglesia de Nuestra Sefiora de Kazdn, que abre su co- Jumnata a la Perspectiva Nevski, tiene su sede €] Museo de Historia de la Religién. Una instituci6n notable en la ciudad, de cierto prestigio y reconocida fuera de Rusia por la ins ta colecciGn de objetos religiosos que ha conseguido acu- mnular en sus fondos. Los directivos y técnicos del museo de- ben ahora cruzar las salas principales del templo con sigilo. Aunque las colecciones pertenecen legalmente al Museo, los popes han regresado a la iglesia y celebran alli sus cere- monias, Se respetan pulcramente pero eatin metidos en una guerra que ninguno de ellos puede perder. Las popes quie- ren la propiedad del templo que les fue arrebatada y todos los ornamentos livirgicos que los cientificos han clasificado ‘como obras de arte. Para éstos la situacién tiene algo de tré- gico y, como siempre, de cémico. Ocupados durante déca- 9 Bitzoc das en la obsesiva labor de su conservacién, los cientificos han sido los vigilantes transitorios de una coleccién que aho- ra volverd a manos de sus enemigos. Esta guerra entre Museos y Templos hard temblar a la ciu- dad porque en ella esta comprometido el alcance de la re- forma politica. Para algunos se trata de cancelar la legitimi- dad revolucionaria y restaurar los derechos del pasado, Con- sumar los deseos pendientes, las causas perdidas, las rehabi- litaciones infinitas y zanjar cuanto antes la cuestién. Junto a profusas colecciones etnogrificas, el Museo Et- nolégico de la Kunstkamera, en la orilla del rio Neva, guar- da una inquietante coleccién de fetos de nifios deformes. Reunida por mandato del zar Pedro I se guardaban en bo- tellas de cristal y por ellos se obtenia la recompensa prome- ‘ida en los bandos imperiales colgados en toda Rusia. Una monstruosa colecci6n de criaturas con las mas ex- uafias € inquietantes formas concebidas en la naturaleza. Fruto de un extrafio pacto entre la vida y el pavor, los fetos de la Kunstkamera expresan las inconcebibles magnitudes del dolor humano, El rostro blanquecino y macilento de los fetos, comprimidos en la prisin de una placenta maldecida, shan merecido una inesperada inmortalidad. Sus ojos abier- tos, condenados a mirar el espanto de los visitantes, y sus ma- nitas inméviles a punto de agarrarse intiilmente a la vida, son los emblemas de una profunda reflexion. La incégnita de esa justicia que la nostalgia nos impone. La ciudad de San Petersburgo custodia estos fetos muer- tos pero hubo un tiempo que hizo germinar en su seno al- ‘gunas ilusiones, En el XIX la Sociedad Geogrifica exploraba con firmeza las soledades asiaticas y en sus salones se lefan los informes de sus exploradores y cientificos. El principe Kro- potkin fue uno de los ilustres disidentes de la Corte, que se comprometié con las revisiones sociales del siglo y con las pa- siones de la ciencia. Sus trabajos como teérico del futuro son conocidos por la notoriedad que adquirieron en los cfr- culos anarquistas rusos y europeos. Menos apreciadas han sido sus obras cientificas. Apenas se cita la obra que le en- frent6 a las teorfas de Darwin y en la que defendid los pos- tulados del apoyo mutuo como criterio de organizacién en Ia 1 Viaje a Buriatio Naturaleza. Su presencia en los debates polémicos dei siglo se ha diluido, y con ella las noticias de una biografia intensa. Kropotkin exploré Siberia y el pais buriato, Trazé la aper- tura de nuevas vias de comunicacién y levant6 la cartografia de los montes Sayanos, donde una montafia lleva hoy su nombre. Sus itinerarios cruzaron Buriatia. Una region que, entre el lago Baikal y el desierto del Gobi, se convirti6 en el ‘engarce entre oriente y occidente. La suya no era una frontera geografica, sino politica. La expansién de la Rusia europea alcanz6 estos confines y los dispuso como suatalaya oriental. Un lugar para mercaderes, exploradores, disidentes religiosos, deportados politicos y tropas de vigilancia. Buriatia fue acumulando en su memoria el paso de estos hombres, En la capital de Buriatia, Ulan-Udé, se levantan las des- comunales proporciones de un monumento excesivo: la ca- beza gigante de un Lenin que sonrie sobre un pedestal de piedra. La marca solemne de una época. La gente pasea, so- porta las privaciones, trabaja. La ciudad parece una inmen- sa sala de espera, Silenciosa y disciplinada la gente hojea las revistas antiguas que caen en sus manos, sin prestar dema- siada atencién a lo que fue escrito. Estin preparados para seguir perdiendo el tiempo. En el monasterio budista de Ivolgé, al sur de la capital, un anciano lama de noventa y cuatro afios conserva erguida su columna vertebral. Lé acompaiia el joven monje que lo asis- te y unos devotos que lo escuchan con veneracién. El lama parece que ha perdido volumen fisico y su cuerpo ha redu- cido sus dimensiones con una gran elegancia y proporcién. Su respuesta es rapida y sus palabras intensas. Se cifie a la cuestién y balancea su cabeza con un benévolo gesto de iro- nia, Puede recordarlo y contarlo todo con claridad, Su naci- miento, sus estudios como joven novicio y, de repente, la legada de las tropas bolcheviques. El fusilamiento de los la- mas, él incendio de los monasterios, el campo de concen- tracidn, las torturas, Los afios de confinamiento, la persecu- cién, el miedo en la cara de la gente, Ia humillaci6n de los venerables monjes, la retérica del nuevo régimen, el régi- men de trabajos forzados, la soledad de Siberia y la vigilancia policial, la movilizacién para la guerra. Su boda, sus hijos, sus nietos y, al final de la vida, con la perestroika, su inmediato n Bilzoc rerorno al templo restaurado. Se ha vestido con el habito que nunca se hubiera quitado de encima. Ha vuelto a casa. Lama Ayusi tiene un ingenioso sentido del humor ye posible atisbar alguna mueca de acritud en un inventario vi- tal que casi abarca cien afios de existencia. Es dificil creer que tantas heridas no alimenten algiin resentimiento y cau- sa extraiera la fidelidad de un recuerdo que parece no re- prochar nada. En Buriatia el pleito entre Museo y Templo esboza la mis- ma tensi6n hist6rica. Las resonancias de un conflicto que pa- recia abolido y que en este pais expresa el retorno de pode- rosas formas del pensamiento religioso. Una visién del mun- do se restaura cuando los monasterios piden los objetos que les pertenecen. No sélo ¢s la recusacién del bandidaje ni la reclamacién del estatuto institucional del monasterio. Los modos de entender la vida y la muerte, que quiso extirpar una descomunal maquinaria policial, vuelven sigilosamente, recomponiendo su credo y una tradicién que se remonta a Jos origenes fundacionales. El Museo y el Templo en su pelea confrontan dos medi- das del tiempo: la que registran los anales hist6ricos y la que evoca la leyenda. Dos pesos, también: la voluntad que quie- re escribir la historia y la que se acomoda a la tradicion. E] Monasterio podria conciliar estas visiones del tiempo. ‘Como extensién urbana del Templo esboza el nacimiento de una ciudad. Se imagina a si mismo como ciudad ideal, como organizacin de perfectos, como orden litiirgico de la exis- tencia, El Monasterio se amuralla. Quiere perpetuarse ajeno a las inclemencias del cambio, Una tarea de trascendencia césmica. El Monasterio también laza los tres mundos, pero no quiere sorpresas. Su guién ya esta escrito. En Ukin-Udé el Museo offece una variable desconcer- tante: sus directores son creyentes y asisten a los oficios del ‘Templo. Podria ser. Nada lo impide. El custodio cientifico de las obras de arte las reconoce como objetos sagrados y ve- nerados. Deberd discutir consigo mismo ser mensajero entre sus superiores. Pero el dilema es existencial: si las obras de arte devienen objetos sagrados, deben retornar al Templo y el Museo, consecuentemente, cerrarse por falta de existencias, Nadie lo dice con tanta crudeza, pero todos Jo temen. Vigje a Buriatio En el Museo de Historia de Buriatia est4 almacenada una excelente colecciGn de mascaras. Llegé al museo como material confiscado y alli sigue desde los aftos treinta. Las mascaras estén encerradas en vitrinas y representan alas di- vinidades del panteén lamafsta. Forman parte de los miste- ios mejor guardados por el budismo mahayana. ‘El budismo en Buriatia consuma la larga odisea geografi- ca que se inici6 en la India del Sur. La llegada del lamaismno a Buriatia fue tardia, a lo largo del siglo XVI, pero forma parte del impulso estrenado por Padhmasambava en el siglo ‘Vill, cuando esparcié por el Tibet las renovadoras sintesis del budismo meridional. El proceso de instalacién religiosa en. Buriatia puede entenderse, como en el resto de las tierras asidticas mencionadas, como un juego de absorciones entre las diferentes escuelas budistas y la tradicién popular del chamanismo, que daba forma al espiritu religioso local. Intrincadas concepciones esotéricas y manuales de uso r+ tual se funden en una tinica formula cuya riqueza livirgica s6lo es comparable a la belleza de sus ecuaciones metafisicas. En el budismo buriato, mongol y tibetano perviven revela- doras wadiciones medicinales, instrucciones psicolégicas de gran utilidad terapetitica y el vigor de un diétogo perma- nente con la muerte reconocida. La fisiologia mistica de los tratados de yoga y la imagineria artistica cumplen el aspecto de una practica religiosa profundamente arraigada en la conciencia de los pueblos asiticos. La catarsis, esa purificacién inteligente de las pasiones, ha sido en Buriatia, como en Tibet y Mongolia, un acto de re- presentacién teatral. El Tsam, la danza de los monjes disfra- zados y enmascarados, anuncia al piblico la aparicién de los misterios religiosos. Concebidos como suceso interior, estos sellos herméticos guian la inspirada ensofiacién de los hu- manos, ordenan los mundos que estin en éste y nombran los presentimientos que alientan la vida del suefio. Como lec- cién, las escenas teatrales ensefian a la multitud pautas de conducta ejemplar, cevialan la frontera entre el bien y el mal y dictan la esmerada oracién privada con lo inefable. La tra- Gicién del Tsam erigia en los monasterios de Buriatia el po- der de seduccién de unas imagenes ancestrales, cuyo acto primigenio slo puede encontrarse en los confusos origenes de la fundacion, 1B Bi La encarnacién de las fuerzas de la naturaleza, la secreta identidad de los animales y la ira de las divinidades, fueron puestas en escena bajo la mascara del enigma. La mimica so- grada y la contorsin de una pirueta magica atraen la aten- cién de los fieles. Han sido convocades para la celebracién de la fiesta livirgica y de este modo establecen su participa: cién personal en las bendiciones de la redencién. La beatitud de las imagenes religiosas occidentales nos impide apreciar el significado de la divinidad colérica. Como rasgo dominante del budismo tantrico, el aspecto furioso de la divinidad guarda unas profundas ensefianzas religiosas. Las méscaras y esculturas de aspecto iracundo son la imagen de los guardianes de la fe y el gesto de su enfrentamiento con el mal y sus secuelas. Su apariencia feroz encarna la fu- ria de este combate y la fuerza necesaria para propésitos es- pirituales inconcebibles. El aspecto colérico de la divinidad, que tanto espanto caus6 a los primeros misioneros cristianos, esconde su propia relacién de misterios y desvela algunas pa. radojas de la condicién humana. Las divinidades tantricas son entidades tutelares en los estados intermedios de la muerte y se aparecen al fallecido para cumplir una doble funcién: son el resultado de sus acciones y, al mismo tiempo, Ja gufa para encontrar el camino hacia una solucién feliz. Lo que insindan es aceptable: no todo lo conveniente aparece con dulzura; existen en la vida ‘obsticulos necesarios’. He aqui la esencia del Tsam. Un juego de méscaras. Lo bueno y lo malo sorprendentemenie trastocado. Las apa- riencias, transgredidas, Las suposiciones, invalidadas. La exis- tencia se propone por primera vez como un simulacro. El ser esun distraz. El alma, una palabra. Primera confidencia. De- bajo de la mascara hay un monje. El circulo de su danza da una vuelta completa y regresa al lugar de origen. Es un dios el que camina por el patio del monasterio, abre su abrazo grandilocuente y su espada flamigera corta el aire con ener- gia. Se enfrenta al mal, a la ignorancia, a la torpeza. Es fuer- tey con susmandibulas puede despedarar a todas los seres vos. Segunda confidencia, Su rostro es la mueca de una agre- sin sagrada. Refine en el mismo espasmo el pavor de Ia vic- tima en las fauces de su verdugo y el deleite oculto de la fie- rahambrienta. Su monélogo usa la oratoria épica, la lirica de la oraci6n o la poética de la narracién oral. Domina todos los. M4 Viaje « Buriati« cestilos y persigue un fin: la derrota de! mundo. Tercera con- fidencia. El fin del mundo mediante la comprensién del mundo. Hay que desvelarlo, hacer comprender su aparien- Gia. Pero, gcémo contarle al letrado y al pastor que después de todo no hay nada, que el esfuerzo se ha perdido, que la k= cha por la supervivencia es un juego? El plan pedagégico de Jos monasterios se despliega consistente y persevera rodeado de enigmas. Debajo de la mascara de Mahakala hay un mon- je. En un especial estado de meditacién, probablemente en ‘trance. Debajo de Ia mascara del monje, zquién hay? El enigma se extiende implicando a los animales. Heren- cia chaménica, sin duda, pero intuicién esencial del mismo misterio, Contemplacién pasmada de un gran ciervo. La in- minencia de una personalidad. La fuerza de la naturaleza y la encarnacién del ensimismamiento. El animal est en si mismo. El hombre de todas las épocas lo ha comprendido. Lo ha cazado y se lo ha comido, se ha disfrazado con sus pie- les y no sélo por necesidad. Algo esté ahi dentro palpitando, algo que al hombre se le ha escapado, algo que quiere atra- par, Lo caza, lo mata, se lo come y se viste con sus pieles, pero lo esencial se escurre y desaparece. E] hombre entonces imita al animal. Observa su cortejo nupcial y crea la prime- ra pantomima, Ha nacido el teatro. El chaman mira la dan- za guerrera de los‘ciervos y sus ojos descubren el espectacu- Jo que lo hipnotiza. Con la imitacién descubre en su cuerpo matices inéditos y sospecha el mito de la transformaci6n. Ha nacido la danza sagrada. Los monjes saben mas. Han construido un sistema inteli- gente para organizar las intuiciones y las emociones. Han ido mas allé. La danza de los monjes es la mimica de un mundo sin tiempo. Si existe un lugar para la esgrima de las fuerzas que mueven el universo es éste: la coreografia de las, mascaras. Lo bueno y lo malo, Ia luz y la oscuridad. Las mas- caras dan vueltas, imitan la rotacién eterna de los mundos y cada paso sigue el lempo de una partitura. A veces se van, pero después de su ocaso volverin. Hay un misterio de encarnacién que no ha sido resuelto. Los dioses toman su aspecto, humano o animal, y dejan a su paso una estela de disfraces inermes. La pregunta es siempre la misma: Qué dice el monje cuando danza disfrazado de deidad colérica? La potencia mistérica se cubre con habitos, 5 Bitzoe atributos y coronas pero su aliento original se incuba en el pecho de un nifio. La danza sagrada restaura el origen de unos hechos cuya erénica no caduca. Los suyos son gestos de valor universal. Su insurgencia contemporanea es importante: una tradicién que languidecfa es un misterio religioso vigente. El sentido de la transformacién, aunque ocurra sobre el retable ficticio del monasterio, pues también hay quimera en sus plano: os propone una nueva intriga. Vuelve lo que la tierra habia tragado. Las mascaras parecen disfraces pero, por un mo- mento, es posible temer que su apariencia sea verdadera. Al fin yal cabo, quién conoce el final del juego. El le6n, el oso y el tigre, fieras de la mitologia, son guar dianes y su celo furioso depende de Ia transgresién que los despierta, Bl asunto es delicado y no siempre correcto. El hombre quiere creerse victima inocente y ve enemigos por todas partes. Quiz sea cierto. Pero hay que comprender esta relacién: el dolor y el miedo son recipientes vacios. Su Tostro temible ¢s un préstamo. Una careta. Lo tinico que po- demos decir sobre ellos. El Tsam es la mas alta concepcién de los misterios de la transformacién. Su guién es miltiple, como en las buenas obras de teatro. Y se desenvuelve en varios planos simultd neamente. El argumento depende finalmente de uno mis- mo. Segtin el grado de discernimiento, asi serd la contem- placién del misterio, La participacién del espectador es mis- tica. Parece una comunién moral, pero el propésito del ‘Tsam envuelve a todos por igual. Crea una atmésfera, como suele decirse. Pero la miisica, la danza, los recitados, con la sustancia tangible de un nuevo estado. La conciencia retiene Jo que puede, pero la corriente no deja de fluir. Basilio Baltasar 6

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