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UOIGESIUMLWOD-SO Dike 3. El papel del dispositivo ‘Las determinaciones fisiolégicas y psicoldgicas, tal como aca- bamos de exponerlas, de la relacién del espectador con la ima- gen, no bastan, evidentemente, para describir completamente esta relacién. Esta se encuadra, ademas, en un conjunto de determi- naciones que engloban e influyen en toda relaci6n individual con las imagenes. Entre estas determinaciones sociales figuran, en especial, los medios y técnicas de produccién de las imagenes, su modo de circulacién y, eventualmente, de reproduccién, los lugares en los que ellas son accesibles, los soportes que sirven para difundirlas. El conjunto de estos datos, materiales y orga- nizacionales, es lo que entendemos por dispositivo. Recuperando asi, pero desplazandolo de entrada, el sentido conferido a este término por importantes estudios de principios de los afios seten- ta a propésito del cine, sobre los cuales volveremos al final del capitulo. 144 LA IMAGEN I. LA DIMENSION ESPACIAL DEL DISPOSITIVO L1. Espacio plastico, espacio espectatorial Ya hemos insistido, en los capitulos precedentes, en que mirar una imagen es entrar en contacto, desde el interior de un espacio real que es el de nuestro universo cotidiano, con un espacio de natu- raleza fundamentalmente diferente, el de la superficie de la imagen. La primera funci6n del dispositivo es la de proponer soluciones con- cretas a la gestion de ese contacto contra natura entre el espacio del espectador y el espacio de la imagen, que calificaremos como espacio plastico (justificaremos este término en el capitulo 5,1.2). Los elementos propiamente pldsticos de la imagen (represen- tativa o no) son los que la caracterizan en cuanto conjunto de formas visuales, y los que permiten constituir esas formas: — la superficie de la imagen y su organizacion, lo que se lla- ma tradicionalmente su composicién, es decir, las relaciones geo- j métricas mds o menos regulares entre las diferentes partes de esta _ superficie; — la gama de los valores, ligada a la mayor o menor lumino- sidad de cada zona de la imagen, y el contraste global que hace nacer esta gama; — la gama de los colores y sus relaciones de contraste; — los elementos grdficos simples, especialmente importantes en toda imagen «abstracta», — la materia de la imagen misma, en cuanto que da h a la percepcion, por ejemplo en la forma de la «pinceladay pintura, o del grano de la pelicula fotografica, etc. Estos elementos son los que hacen la imagen; con ellos ha d habérselas el espectador en primer lugar. 1.1.1. Espacio concreto, espacio abstracto Ese es, pues, el primer dato de todo dispositivo de i se trata de regular la distancia psiquica entre un sujeto espe y una imagen organizada por el juego de los valores pla teniendo en cuenta el hecho fundamental de que uno y ot estan situados en el mismo espacio; que hay, para emplear i presion de André Michotte a propésito del cine, una segregat de los espacios respectivamente pldstico y espectatorial. EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 145 Ya hemos considerado esta relacion y la hemos descrito segin uno de sus aspectos mds importantes, el de la percepcidn en la imagen por parte del espectador de un espacio representado (es decir, de un espacio tridimensional ficticio, imaginario, pero re- ferible al espacio real por ciertos indicios de analogia). Podemos ahora afiadir un eslabon a esta relacion: en la imagen, el especta- dor, en efecto, no percibe solamente el espacio representado, per- cibe también, en cuanto tal, el espacio plastico que es la imagen. Hasta cierto punto es lo que expresaba la nocidn de «doble reali- dad» introducida en el capitulo primero, pero sdlo hasta cierto punto, puesto que esta nocién dice que, en la percepcidn del es- pacio representado, cuenta también la percepcion de la superfi- cie. Ahora bien, se trata de afiadir ahora que, espacio representa- do o no, el espectador ha de habérselas también con el espacio plastico. Para comprender mejor los aspectos espaciales del dis- positivo que vamos a describir a continuacién (y especialmente el marco), habria, pues, que completar el capitulo sobre el espec- tador con un aspecto suplementario que diese cuenta de esta ca- pacidad, del sujeto que mira, de entrar en relacién directamente con un espacio plastico. Es lo que ha intentado hacer, a lo largo de varias obras, el socidlogo ¢ historiador del arte Pierre Fran- castel. Francastel ha analizado extensamente, en la relacién con la imagen, lo que se deriva de la construccién activa de un espacio imaginario, y no insistiremos en ello. Su originalidad consiste en haber acentuado igualmente el otro aspecto, el de la construccién de un espacio material, «concreto», en relacién directa con los valores plasticos de la imagen. Para él, el espacio imaginario se apoya en una concepcion abstracta del espacio que es la del adul- to occidental normal. Existen, en cambio, otras relaciones con el espacio, antes incluso del encuentro con las imagenes, relacio- nes basadas en una concepcién menos: abstracta, menos rigida- mente estructurada por la geometria perspectivista, y a propésito de las cuales utiliza Francastel la palabra topologia. A decir ver- dad, la topologia no es otra cosa, en matematicas, que el estudio de las relaciones espaciales ¢ incluye, entre otras, la cuestion de Ja perspectiva, pero Francastel toma la palabra en la acepcién es- pecializada que le habian dado, en los afios cuarenta, algunos psi- edlogos como Henri Wallon, a propésito de la aprehensién del espacio por parte del nifio. Se trataba, para Wallon, de insistir en que el nifio aprende a conocer el espacio progresivamente y que, antes de tener de él una vision global, «perspectivizable», 7 146 LA IMAGEN lo conoce en la forma de relaciones de vecindad cercana, utilizan- do relaciones como «al lado de», «alrededor de», «dentro de», con preferencia sobre las nociones de «cercano», «lejano», «de- lante», «detras», etc. Para Francastel, estas relaciones primarias con el espacio concreto que nos rodea no desaparecerian nunca del todo, no se borrarian totalmente por la adquisicion ulterior de un sentido del espacio mds global y mas abstracto. En particu- lar, en nuestra relacién con la imagen (artistica, pictérica o filmi- ca, por ejemplo), resurgiria esta experiencia primordial del espa- cio ligada a nuestro cuerpo y, al espacio social de la organizacién. perspectivista se afiadiria, de manera a veces contradictoria, el es- pacio genético de la organizacién «topoldgica». 1.1.2. Modos de visién Esta tesis de Francastel, que hace coexistir en el espectador dos modos distintos, parcialmente opuestos, de apercepcién del espacio, no es tinica. Coincide, de manera sintomatica, con otra tesis célebre, emitida por el historiador de arte aleman Heinrich. WOLFFLIN, en sus Principios fundamentales de la historia del arte (1915), segun la cual el arte (sobreentendido, por supuesto, el arte occidental) habria evolucionado en funcién de modos de vision que van de lo «tactil» a lo «visual». Se reconoce, en este paradigma de lo tactil y de lo visual, la intuicién de Hildebrand de la que ya hemos hablado (véase capi- tulo 2, 11.3.1), pero, mds rigidamente que sus contempordneos Worringer o Riegl, W6lfflin hace de ella un principio explicativo de la historia del arte. Para él, el modo tactil es también un modo plastico, ligado a la sensacion de los objetos en una visién proxi- ma, y organiza el campo visual segtin una jerarquia que no esta muy lejos de la «topologia» francasteliana. Por el contrario, el modo visual es el modo propiamente pictérico, ligado a una vi- sion lejana y subjetiva, visién del espacio y de la luz, unificada, que organiza la relacién global entre el todo y las partes de un modo geométrico. Esta idea ha seducido, por su apariencia explicativa relativa- mente elegante, a muchos criticos e historiadores de arte. El gran critico espafiol Ortega y Gasset, en especial, se adhirié estricta- mente al modelo propuesto por Wélfflin y propuso leer seguin este esquema la evolucién del arte representativo, desde Giotto, con- EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 147 centrado en la representacién de las cosas, hasta Velazquez, quien, distancidndose de algtin modo en relacién con el lienzo, legaria a representar el espacio; después vendrian los impresionistas, en los que el distanciamiento visual llegaria a su colmo, desembo- cando en la representacién de la sensacion luminosa, y, finalmen- te, los movimientos pictéricos de principios del siglo Xx, expre- sionismo © cubismo, en los cuales un distanciamiento ain mayor lleva a representar ideas (y, paraddjicamenfe, a recobrar con ello los valores tactiles, rizando asi el rizo de la historia del arte). Aproximadamente en la misma €poca (principio de los afios cuarenta), Eisenstein recogié también esta tesis, especialmente en su articulo «Rodin et Rilke. Le probléme de l’espace, dans les arts représentatifs», en el que propone una variante de la misma tesis, viendo no sélo la historia del arte, sino la historia de toda relacién con el espacio, como un paso de lo cdncavo a lo conve- xo, del interior al exterior (de lo tactil a lo visual), de una situa- cién psicolégica «en hueco», a una aprehensidn de lo «pleno». Es dificil compartir absolutamente esta tesis en cuanto que pre- tende dar un principio explicativo, aunque sdlo fuese por la con- fianza demasiado absoluta que concede a la metafora de los dos modos de vision proxima y lejana, referidos ademds a un sujeto vidente que, en el fondo, escaparia a toda historicidad. No obs- tante, la coincidencia de esta importante intuicién con las de Fran- castel sefiala eficazmente la existencia del problema, recordando que nuestra relacién con la imagen no es solamente aquella a la que nos ha acostumbrado masivamente el predominio, desde hace més de un siglo, de las imagenes fotograficas, sino que se basa igualmente en la acumulacién de experiencias anteriores, las de Ja infancia, también las de la «infancia del arte», que sub-vienen a través de la visién fotografica. 1.1.3. El tamaiio de la imagen La imagen, hora es ya de repetirlo, es también y ante todo un objeto del mundo, dotado como los demas de caracteristicas fisicas que lo hacen perceptible. Entre estas caracteristicas, una es especialmente importante en términos de dispositivo: el tama- fio de la imagen. El juicio final de Miguel Angel, la Gioconda, un daguerroti- po, un fotograma de pelicula, pueden hoy figurar juntos, en for- 148 LA IMAGEN ma de reproducciones de idéntico tamaiio, en un libro ilustrado. Pues bien, el fresco de Miguel Angel ocupa un muro entero de la capilla Sixtina; el cuadro de Leonardo mide alrededor de un— metro; y un daguerrotipo, menos de diez centimetros (en cuanto al fotograma, en la pelicula mide unos dos centimetros; proyecta- do, su altura puede llegar a varios metros). Nuestras principales fuentes de imagenes, el libro, la diapositiva, la pantalla de televi- sion, neutralizan totalmente la gama de las dimensiones de las imagenes, habituandonos indebidamente a la idea de que todas las imagenes tienen una dimensién media, e implicandonos con ellas en una relacién espacial fundada también en distancias medias. Es, pues, esencial adquirir conciencia de que toda imagen ha sido producida para situarse en un entorno que determina su vi- — sion. Los frescos de Masaccio y Masolino en la capilla Brancacci de Florencia, no sdlo son mucho mas grandes que las reproduc- ciones que se dan de ellos, sino que, pintados unos por encima de los otros en los muros de una capilla relativamente estrecha, dan in situ, a quien no los conociese mas que por los libros de historia del arte, una impresién de acumulacién, de amontona- miento que, entre otras razones, disminuye fuertemente su poder de ilusion en beneficio de una especie de /ectura argumentada. No fue una de las menores novedades del Renacimiento la de pro- ducir obras separables de los muros, cuadros, generalmente mu- cho mas pequefios que los frescos de las iglesias. La relacién del espectador con el cuadro, no es sélo mas intima, se hace también mas puramente visual; es curioso que, cuando en el siglo xvil 0 en el Xvi, se produzcan de nuevo frescos en muros © techos, estaran influidos por la ideologia del cuadro e intentardn copiar esta relacion visual, como se ve en la béveda de San Ignacio (véa- se capitulo 2, II.1.4) o en los muros y en los techos de los pala- cios venecianos decorados por Tiépolo. El tamajio de la imagen esta, pues, entre los elementos funda- mentales que determinan y precisan la relacién que el espectador va a poder establecer entre su propio espacio y el espacio plastico de la imagen. Mas ampliamente, la relacién espacial del especta- dor con la imagen es fundamental: en todas las épocas, los artis- tas han sido conscientes, por ejemplo, de la fuerza que podia ad- quirir una imagen de gran tamafio presentada de cerca, que obliga al espectador, no sdélo a ver su superficie, sino a quedar como dominado, o incluso aplastado por ella. Este dato espacial esta hoy en el corazén mismo de muchos trabajos, en especial instala- EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 149 ciones. En la exposicién Passages de I’image, celebrada en 1990 en el centro Pompidou, la pieza de Thierry Kuntzel conjuga una imagen gigantesca y una imagen minuscula, fija una, animada la otra; ademas, la imagen de pequefio tamafio esta en primerisimo plano, mientras que la de gran tamajio esta en un plano general, y la combinacin de estos diversos parametros produce un efecto deliberado de perturbacién de las referencias espaciales del espec- tador. Inversamente, el pequefio tamafio de ciertas imagenes —ma- sivamente, el de la imagen fotografica en general— es lo que per- mite entablar con la imagen una relacién de proximidad, de posesién, 0 incluso de fetichizacién (véase capitulo 2, III.3.5) 1.1.4, El ejemplo del primer plano Al tamafio de la imagen proyectada, como se sabe, debié su éxito el cinematégrafo de los hermanos Lumiére (suplanté en es- pecial al kinetoscopio de Edison, que sdlo mostraba una imagen de pequefio tamajio). Pero este tamaiio de las imagenes, percibi- do como adecuado para la representacién de escenas de bastante amplitud al aire libre, se hizo muy perturbador cuando empeza- ron a mostrarse, en el cine, cuerpos humanos vistos de cerca, y después muy de cerca. Los primeros planos que encuadraban el busto, o incluso la cabeza, produjeron durante bastante tiempo una reaccién de rechazo, ligada no sdlo al irrealismo de estas am- pliaciones sino a un caracter facilmente percibido como mons- truoso. Se hablé de «cabezudos», de dumb giants («gigantes mu- dos»), se reproché a los cineastas que «ignorasen que una cabeza no podia moverse sola, sin ayuda del cuerpo y de las piernas»; aquello parecié, en pocas palabras, contra natura. Ahora bien, poco tiempo después, en los afios veinte, Jean Epstein podia de- cir del primer plano que era el alma del cine. El cine ha transformado asi en efecto estético especifico lo que, en su origen, no era sino una particularidad algo excéntrica del dispositivo cinematografico. El primer plano es una demostracién constantemente renovada del poder de este dispositivo: — produce efectos de «gulliverizacién» o de «liliputizacion» (seguin la expresién de Philippe Dubois), al jugar con el tamafio relativo de la imagen y el del objeto representado; en el cine pri- mitivo, se suponia que el primer plano representaba un objeto visto con lupa, o a través de un telescopio astronémico, etc. Pero los grandes cineastas del mudo supieron advertir y utilizar lo ex- 150 El primer plano en el cine LA IMAGEN EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 151 trafio de la ampliacién, haciendo del teléfono una especie de mo- numento (Epstein), o de una cucaracha un monstruo mayor que un elefante (Eisenstein); — transforma el sentido de la distancia, conduciendo al es- pectador a una proximidad psiquica, a una «intimidad» (Epstein) extremas, como en la serie de primeros planos del rostro de Fal- conetti en la Jeanne d’Arc de Dreyer. Esta intimidad puede a ve- ces parecer excesiva, como en el famoso corto de Williamson A Big Swallow, en el que el personaje filmado en primer plano abre la boca y, acercdndose mds; acaba por tragarse la cdmara: — materializa casi literalmente la metdfora del tacto visual, acentuando a la vez, y contradictoriamente, la superficie de la imagen (porque el grano es en ella mas perceptible) y el volumen imaginario del objeto filmado (que esta como extraido del espa- cio ambiente, cuya profundidad queda abolida). El primer plano fue asi muy pronto uno de los objetos tedri- cos mas constantes de toda reflexién sobre el cine. Epstein, ya citado, pero también Eisenstein y Bela Balazs, hicieron de él una de sus principales armas teéricas y reconocieron en él una de las mayores bazas del cine, si éste no queria limitarse a la reproduc- cién anodina de la realidad. En este sentido de la expresividad, 152 LA IMAGEN la teoria del primer plano ha sido prolongada, mds recientemen- te, por Pascal Bonitzer y por Philippe Dubois. Para Bonitzer, el primer plano es un suplemento «del drama, de la escena filmica cuya primitiva integridad corta», y que «subraya la discontinui- dad del espacio filmico y arrastra la visién, la imagen, hacia un movimiento sustitutivo de la escritura». El primer plano es, pues, — en esta concepcidn del cine, una especie de figura epénima de la heterogeneidad del texto filmico, que «arruina» la concepci6n li- _ neal del montaje, en beneficio de una concepcién del plano como fragmento, inspirada en concepciones eisensteinianas. Dubois, por su parte, insiste sobre los efectos pulsionales producidos por el primer plano: efecto de focalizacién, efecto de vértigo («el guija- ro que se entreabre y se convierte en un precipicio»), efecto-Me- dusa, que fascina y repele a un tiempo. q En todos los casos, el primer plano se ve como la imagen por ~ excelencia que engendra una distancia psiquica propia del cine, hecha de proximidad, de estupefaccion, de irreductible alejamiento, 1.2. El marco Si la imagen es un objeto, si tiene por ello unas dimensiones, un tamafio, igualmente no es ilimitada. La inmensa mayoria de las imagenes se presenta en forma de objetos aislables perceptiva- mente, si no siempre materialmente, y este cardcter limitado, mu- chas veces separable, o incluso movilizable, de la imagen es ti bién uno de los rasgos esenciales que definen el dispositi Ninguna nocién ha encarnado mejor estos caracteres que la de marco. 1.2.1. Marco concreto, marco abstracto Toda imagen tiene un soporte material, toda imagen, comi hemos dicho, es también un objeto. El marco es ante todo el boi de de este objeto, su frontera material, tangible. Muy a menudo este borde esta reforzado por la incorporacién, al objeto-in de otro objeto que es su encuadre, lo que llamaremos un mareo objeto. Los cuadros expuestos en los museos estan casi oblig riamente provistos de ese marco-objeto, a menudo adornado, culpido, dorado quizd, pero la fotografia-recuerdo colocada s bre una cémoda o en la repisa de una chimenea, el «pdster» fiji EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 153 en una habitacién de adolescente, como la imagen proyectada en un cine e incluso la imagen televisiva, tienen también su marco- objeto, aunque, desde luego, la importancia que adquiere en es- tos diferentes casos esta lejos de ser la misma, en especial a medi- da que varia el material del enmarque, pero también su grosor, su anchura, incluso su forma (el marco-objeto de la imagen tele- visiva estaba mas presente en los primeros televisores, cuya ven- tana ovalada saltaba a la vista y, en cierto modo, ahogaba la ima- gen, mientras que el televisor de esquinas cuadradas y pantalla plana intenta neutralizar en lo posible este marco, hacerlo olvidar). Pero, ya lo hemos dicho, el marco es también, y mas funda- mentalmente, lo que manifiesta la clausura de la imagen, su ca- rdcter de no ilimitada. Es el borde de la imagen, en otro sentido, no tangible; es su limite sensible: es un marco-limite. El vocabu- lario es aqui revelador: la palabra francesa «cadre» (marco) viene del latin cuadratum, que significa cuadrado y, aunque pocos mar- cos sean efectivamente cuadrados, esta etimologia manifiesta que el marco se concibe al principio como una forma geométrica, abs- tracta (la del contorno de la superficie de la imagen), antes de concebirse como un objeto. El marco-limite es lo que detiene la imagen, define su campo separandolo de lo que no es la imagen, es lo que instituye un fuera-de-marco (que no se debe confundir con el fuera de campo). Marco-objeto y marco-limite van juntos la mayoria de las ve- ces, pero es importante notar que eso no es obligatorio. Muchas obras pictoricas, singularmente en el siglo xx, nunca han sido en- marcadas; mds banalmente, las fotografias de aficionado revela- das «en serie» se entregan, no sdlo sin enmarque, sino sin borde. En un caso como en el otro, la imagen no tiene mas que un mar- co-limite y no un marco-objeto. Inversamente, hay imagenes que, aunque provistas de un marco-objeto, no tienen apenas marco- limite: puede pensarse aqui én muchas pinturas chinas, presenta- das en rollos verticales u horizontales: en un sentido, pues, «en- marcadas», delimitadas por un objeto que las detiene, pero sin que los limites de la zona pintada estén marcados en modo algu- no y, por tanto, sin que la presencia de un marco-limite sea real- mente sensible. El marco, en sus dos especies, es lo que da forma a la imagen 0, jugando apenas con las palabras, lo que le da formato. El for- mato se define por dos parametros: el tamafio absoluto de la ima- gen, y el tamafio relativo de sus dimensiones principales. Existen marcos de todas las formas, hasta las mas improbables, pero, con 154 LA IM la notable excepcién de una importante difusién del marco dondo en la pintura italiana cldsica, los marcos eran recta res en su inmensa mayoria, y su formato se definié entonces la relacion de la anchura con la altura. No existen estadisti precisas sobre los formatos predominantes en las distintas ép cas, pero puede adelantarse sin riesgo que, si el cine nos ha ha tuado a imagenes horizontales (desde el formato estandar has las proporciones de 2,5), toda la fotografia de retrato del XIX, recuperando asi una tradicién pictérica muy consagrad adoptaba un formato vertical. En cuanto a las proporciones : la imagen, siguen siendo con mucha frecuencia cercanas a un tangulo poco alargado (una estadistica antigua afirma que relacién de 1,6 entre las dos dimensiones, no sélo es la mas fr cuente, sino también la que «prefiere» una mayoria de espect dores).' 1.2.2. Funciones del marco El marco dorado, la «moldura» que vemos usualmente dedor de los cuadros de nuestros museos, fue empleado sobre to a partir del siglo xvi, pero la pintura habia conocido sus equi lentes desde la pintura griega antigua; muchas pinturas mura © mosaicos de la época helenistica incluyen asi un enmarque tado, a veces esculpido. Asi, pues, en sus dos aspectos, en ni tra civilizacién, el marco existe desde hace muchisimo tiempo, | la existencia de una convencién asi durante mds de dos milen s6lo puede explicarse si cumple unas funciones consideradas con realmente utiles, o incluso importantes. Potencialmente, las fun ciones del marco son muy numerosas: a) Funciones visuales: el marco es lo que separa, ante to perceptivamente, la imagen de su exterior. La incidencia de es funcién perceptiva es multiple: el marco-objeto, al aislar un troz del campo visual, singulariza su percepcién, la hace mds nitid 4 desempefia, ademas, el papel de una transicién visual entre el i terior y el exterior de la imagen, de mediacién que permite no demasiado brutalmente de lo interior a lo exterior. Los pinto- res clasicos fueron muy sensibles a esta funcion de transicién, particular a la manera en que el marco dorado permitia bafi 1. Esta proporcién esté muy cerca de lo que se llama el «ntimero dureo», véa capitulo 5, 1.2.3. EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 155 Ja tela en una luz suave, algo amarillenta, que se juzgaba favora- ble para la vision del cuadro. Marco-objeto y marco-limite, jun- tos, aseguran, ademas, una especie de aislamiento perceptivo de la imagen. Contribuyen a conferirle su doble realidad perceptiva (véase capitulo 1, III.2.1), creando en el campo visual una zona particular, que produce indicios de analogia (véase capitulo 4) al tiempo que esté sometida a un «campo de fuerzas» visual, a una organizacién en términos plasticos que es lo que se llama tradi- cionalmente la composicidn de la imagen (véase 1.2.3 mds arriba). b) Funciones econdmicas: el enmarque, en la forma en que lo conocemos, aparecié aproximadamente al mismo tiempo que la concepcién moderna del cuadro como objeto separable, inter- cambiable, que puede circular, como una mercancia, en los cir- cuitos econdémicos.’ El marco, pues, tuvo muy pronto a su car- go la misién de significar visiblemente este valor comercial del cuadro; desde este punto de vista no es casualidad que el marco mismo fuese durante mucho tiempo un objeto precioso, que exi- gia trabajo y utilizaba materiales nobles (entre ellos, frecuente- mente, oro y, a veces, incrustaciones de piedras preciosas). c) Funciones simbélicas: prolongando a la vez su funcién vi- sual de separacion, de aislamiento de la imagen, y su funcién eco- nomica de valorizacién del cuadro, el marco vale también como una especie de indice, que «dice» al espectador que esta mirando una imagen, la cual, al estar enmarcada de cierta manera, debe ser vista de acuerdo con ciertas convenciones, y que posee even- tualmente cierto valor. Como toda funcidén simbédlica, ésta es distinta segtin los sim- bolismos en vigor. Durante mucho tiempo, el enmarque de la ima- gen tuvo un valor bastante univoco, con la significacién de que se trataba de una imagen artistica y, por consiguiente, para ser mirada. Esta idea, por otra parte, no ha desaparecido del todo y puede encontrarse su debilitado eco, por ejemplo, en la multi- plicacién de los cuadritos montados a la inglesa en los interiores pequefto burgueses contemporaneos (0, hasta 1960, en el «enmar- que» sistematico de las fotos de aficionado por medio de un pe- quefio borde blanco, a veces en ligero relieve). Pero aparecieron otros valores con las imagenes «nuevas»: el receptor de televisién, 2. Notemos de paso que la palabra «economia» viene de raices griegas que significan «regulacion de la imagen». La ikonomia se referia, en Bizancio, al jue- go normal, adecuado, de las imagenes, de los iconos, conforme a reglas ideolégi- igiosas— que definian alli la imagen. 156 que enmarca la imagen televisiva (encajandola, notémoslo de pa en la arquitectura interior de la habitacién), confiere a esta gen un status paticular, lo menos artistico posible (desacraliza- do), dependiente mas bien, a la vez, de la «conversacion» y del «flujo» ininterrumpido (la imagen televisiva parece dirigirse a n it personalmente y, potencialmente, nunca se detiene). d) Funciones representativas y narrativas: el indice de visién constituido por el marco, que designa un mundo aparte, cuando Ja imagen es representativa o incluso narrativa, se refuerza ad ' mas con un notable valor imaginario. El marco, en efecto, apare- ce entonces, mas 0 menos, como una abertura que da acceso mundo imaginario, a la diégesis figurada por la imagen. Se re noce aqui la célebre metdfora del marco como «ventana abiei al mundo», repetida a menudo con variantes y que se remonta al menos a Leén Battista Alberti, el pintor y matematico del Re- nacimiento que fue uno de los codificadores de la perspectiva. Es el marco-limite, sobre todo, el aqui discutido (aparte de que algunos cuadros hayan jugado astutamente con su marco-ob- jeto para prolongar en él, de manera ilusionista, el mundo diegé- tico interno del cuadro): en toda la tradicién representativa surgi- da del Renacimiento y viva atin hoy, los bordes de la imagen son, ciertamente, lo que limita la imagen, pero también lo que hace comunicar el interior de la imagen, el campo, con su prolonga- cién imaginaria, el fuera de campo (véase capitulo 4, II.2). ¢) Funciones retéricas: en muchos contextos puede, finalmen- te, comprenderse ¢] marco como algo que «profiere un discurso» casi autonomo (aunque dificilmente separable a veces de los valo- res simb6licos). En ciertas épocas casi podria hablarse de una ver- | dadera «retérica del marco», con figuras cristalizadas y recurrentes, Acaso nunca ha sido tan manifiesta esta retérica como en el_ caso en que el pintor dota a su cuadro de un falso marco, pintado también como ilusién éptica, jugando asi conscientemente con to- dos los valores de ese marco. Pero también puede vérsela en ac- cién de muchos otros modos, por ejemplo en la forma de una verdadera expresividad del marco en relacién con su contenido representativo. Bastard un ejemplo para hacerlo comprender: en varias peliculas japonesas de los afios sesenta, rodadas en cine-_ mascope (en especial de Shohei Imamura), el marco esta a veces animado por un movimiento auténomo, por ejemplo, una rota- cién sobre su eje, o un fuerte temblor, que no estan en modo alguno justificados por el contenido diegético, sino que «expre- san» de esta forma directamente visible una emocién que el ci- EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 157 neasta ha querido asociar al contenido diegético (temblor: «tur- bacién violenta del personaje», rotacién: «atmdsfera extrafia», etc.). 1.2.3. Centrado y descentrado De estas funciones del marco —sus funciones econémicas, sim- bélicas, retéricas— varias son relativafnente abstractas, y utilizan muy ampliamente las convenciones «sociales» que regulan Ja pro- duccién y el consumo de las imagenes. En cambio, sus funciones visuales y representativas se dirigen sin rodeos a este sujeto espec- tador del que hemos hablado en el capitulo 2. En su libro El poder del centro (1981), Rudolf Arnhein estu- dia desde este angulo la relacién entre un espectador concebido segtin el modelo de un «centro» imaginario que refiere entera- mente a si mismo el campo visual, y una imagen en la que, desde ese momento, desempefian un papel preponderante los fenéme- nos de centrado. La tesis de Arnheim es interesante por el grado de generalidad que él le confiere; para él, hay en la imagen varios centros, de diversas naturalezas —centro geométrico, «centro de gravedad» visual, centros secundarios de la composicién, centros diegético-narrativos— y la visién de las imagenes (artisticas, en su caso) consiste en organizar estos diferentes centros en relacion con el centro «absoluto» que es el sujeto espectador. Esta tesis es importante: aunque se juzgue que es dudoso el modelo psicolégico implicito en el que se apoya, ofrece en efecto la ventaja de proponer una teoria unificada, bajo la nocion gené- rica de centrado, de fendmenos olvidados hasta entonces en el enfoque mas empirico, como lo que tradicionalmente se lama. com- posicidn, pero también como la relacién entre esta composicion, en el nivel plastico, y la organizacion de la imagen representativa «en profundidad». Esta teorfa de Arnheim es seductora, entre otras razones, por su cardcter dindmico. La imagen se concibe en ella como campo de fuerzas; su visidn, como un proceso activo de creacidn de relaciones, a menudo inestables o labiles. Los andlisis de Arnheim nunca son tan convincentes como cuando trata de imagenes excentradas o descentradas, en las cuales es fuerte y ac- tiva la competicién entre centros, y correlativamente, importante el papel del espectador. Casi podria decirse que, mas que una teoria del centrado, desarrolla, a propésito de las imagenes, una verda- dera estética del descentrado permanente: la imagen sdlo es inte- 158 LA IMAGEN El centrado de la representacién. Espectacularmente excesivo en el cuadro de Fy Guardi (El dux en San Marcos, hacia 1770), el centrado se produce de manera més discreta en Le déjeuner sur I’herbe de Manet (1863): duplicacién de los bor- des verticales del marco, efecto de perspectiva, juego de las miradas. EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 159 resante, sdlo funciona bien, si algo, en ella, esta descentrado (y puede, pues, confrontarse imaginariamente con el centro absolu- to pero inquieto que somos, nosotros, espectadores). 1.3. Encuadre y punto de vista 1.3.1. La piramide visual La imagen representativa, en la forma a la que estamos mas habituados, se ha concebido muchas veces como representacién de una porcién de un espacio mas vasto, potencialmente ilimita- do (véase la nocién de campo visual, mas arriba, y de campo re- presentativo, mds abajo). Ha sido, pues, frecuentemente compa- rada con la vision «natural», en la medida en que ésta ya opera, por su parte, un desglose, consciente 0 no, del espacio visual. A partir del Renacimiento esta analogia se hizo mas frecuen- te, con la metafora de la piramide visual, derivada a su vez de la nocién de rayo luminoso. En Alberti, el ojo que mira el mundo ante él se presenta como una especie de faro que barre el espacio (con la diferencia de que, si bien la luz sale del faro, en el ojo entra); en el ojo entran una infinidad de rayos luminosos, que forman un cono cuyo vértice es el ojo. Este cono se extiende muy ampliamente por los lados y es, de hecho, relativamente informe. La nocién de pirdmide visual corresponde entonces a la extrac- cién, por parte del pensamiento, de una porcién del angulo sdli- do formado por este cono, porcién que tiene por base un objeto © una zona relativamente restringida, hacia el centro del campo visual. La piramide visual es, pues, en cada instante, el dngulo sdlido imaginario que tiene el ojo como vértice y, como base, el objeto mirado. Esta nocién es evidentemente poco cientifica. Manifiestamen- te es ademas un eco de una vieja concepcion de la vision, en vigor en la Edad Media, y segin la cual los rayos luminosos que permi- ten la vision eran emitidos por el ojo para ir a dar en los objetos. Sin embargo, con los progresos de la geometria del espacio, esta nocion dio lugar, en especial en los siglos xvi y Xvi, a numero- sas construcciones que permitieron afinar la elaboracién de la téc- nica perspectivista; posteriormente siguid funcionando como no- cién implicita en el interior de la pintura, y luego como modelo fantasmatico mas 0 menos confesado para la camara fotografica. 160 LA IMAGEN EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 161 La pirdmide visual. Abraham Bosse, a la izquierda, la representa (en 1648) de manera demostrativa con sus Perspectiveurs; a principios del siglo xix, su movi- lidad se manifiesta en esta pintura «documental» de Delacroix, arriba. 1.3.2, El encuadre La camara fotografica, sobre todo cuando se hizo portatil y por tanto médvil, es decir, hacia mediados del siglo xix, fue, pues, lo que hizo manifiesta esta idea, presente en grados variables en la pintura desde hacia ya siglos, de que el marco de una imagen es de algin modo la materializacién de una piramide visual parti- cular (es, en una forma apenas diferente, la metafora de la venta- na de la que hablabamos mas arriba, véase 1.2.2 d). Notemos de paso que, como ha mostrado bien Peter Galassi en un articulo decisivo, esta identificacién del marco con la piramide visual, y sobre todo la imaginaria movilidad de esta piramide y, por tanto, del marco asociado, no habia esperado a la fotografia para mani- festarse: se encuentran, en efecto, huellas flagrantes de ello en una buena parte de la pintura, en especial paisajistica, de finales del siglo xviil, con obras en las que el desglose del espacio por 162 LA IMAGEN parte de la piramide visual intenta imitar la libertad y lo arbitra- rio del desglose que operamos espontanea y permanentemente con nuestra mirada. La palabra encuadre y el verbo encuadrar aparecieron con el cine para designar ese proceso mental y material, presente ya en la imagen pictérica y fotografica, y por el cual se llega a una ima- gen que contiene un cierto campo visto desde un cierto angulo, con ciertos limites precisos. (El cine ha institucionalizado, inclu- so, esta operacién inventando la profesion de encuadrador: aquel que aplica, para emplear el titulo de un libro de Dominique Vi- Hain dedicado a esta cuestién, L’Oeil a la caméra.) El encuadre es, pues, la actividad del marco, su movilidad potencial, el desli- zamiento interminable de la ventana, a la cual equivale en todos los modos de la imagen representativa fundados en una referen- cia —primera o Ultima— a un ojo genérico, a una mirada, inclu- so perfectamente anonima y desencarnada, cuya huella es la imagen. En las peliculas mas primitivas, la distancia entre la camara y el tema rodado era, mas 0 menos, siempre la misma, y el encua- dre resultante permitia a las personas fotografiadas ser represen- tadas de pie. Muy pronto, sin embargo, se tuvo la idea de acercar » © de alejar la camara, de manera que los temas filmados se hicie- ron mas pequefios, perdidos en el decorado, 0 por el contrario, mas grandes y vistos sdlo en parte. Para dar cuenta de estas di- versas posibilidades y de la relacién entre la distancia de la cama- ra al tema filmado y el tamafio aparente de ese tema, se elaboré una tipologia, empirica y bastante burda, que se llama la es de los tamafoos del plano. Sobre esta nocién y las dificultades qui engendra, me permito remitir al primer capitulo de Estética film; afiadamos s6lo que entre distancia y tamafio queda muy manifiesto en la traduccién inglesa de esta tipologia, puesto qui en inglés, la escala es una escala de distancias, del extreme loi shot (plano muy alejado) al extreme close-up (plano muy cercano) Por un deslizamiento de sentido bastante natural, la palabi «encuadre» ha venido a designar ciertas posiciones particular del marco en relacién con la escena representada. También aq fue el cine el mas inventivo, al menos en el plano del vocabulari imponiendo expresiones como «encuadre en picado» (cuando tema se filma desde arriba), «encuadre en contrapicado» (c esta filmado desde abajo), «encuadre oblicuo», «cercano», «ft Hobreenc intura: Hobreencuadre en pintura: (Mujer en la ventana, de C.D. Friedrich, 1828) yen W sine (La colecionista, de E. Rohmer, 1967): en ests dos ejemplos, e Maas re esté «motivado» por la utilizacion de la ventana o del espejo a 164 LA IMAGEN tal», etc. La imagen cinematografica, existente en el tiempo, esta, por otra parte, idealmente equipada para encarnar la movilidad, virtual o actual, del marco, que es el encuadre. Encuadrar es, pues, pasear sobre el mundo yisual una pirdmi- de visual imaginaria (y a veces fijarla). Todo encuadre establece una relacién entre un ojo ficticio —del pintor, de la camara cine- matografica o fotografica— y un conjunto de objetos organizado en escena: el encuadre es, pues, en los términos de Arnheim, un asunto de centrado/descentrado permanente, de creacién de cen- tros visuales, de equilibrio entre diversos centros, bajo la batuta de un «centro absoluto», el vértice de la piramide, el Ojo. Asi, la cuestién del encuadre coincide parcialmente con la de la com- posicion. Esto se advierte singularmente en la fotografia, que pre- tendid durante mucho tiempo ser una practica artistica alrededor de la ideal conjuncién de un encuadre documental (por construc- cién) y una composicién geométricamente interesante. Pero la re- lacién entre encuadre y centrado no es menos evidente en el cine; en la inmensa mayoria de las peliculas clasicas, la imagen se cons- truye alrededor de uno o dos centros visuales, a menudo persona- jes, hasta el punto de que ha podido caracterizarse el estilo cla: ‘co como esencialmente centrado. Notemos ademés la frecuencia, en las peliculas, de técnicas de sobreencuadre (presencia de un marco en el marco, espejo o ventana, por ejemplo), pero también del reencuadre, pequefio movimiento del marco destinado a con- servar en el centro el tema elegido. Este centramiento, por supuesto, heredado por otra parte de una concepcién académica de la herencia pictérica, no es univer- sal en el cine, y existen, a la inversa, estilos fundados en un re- chazo del centrado, en un descentramiento activo y voluntario, con intencién a menudo de subrayar ciertos valores expresivos del marco, como en Antonioni, Dreyer 0 Straub. 1.3.3. El punto de vista A través del fantasma de la piramide visual, la nocién de en- cuadre atrae, pues, el marco al ambito de una equivalencia, pro- — puesta por el dispositivo de las imagenes, entre ojo del productor y ojo del espectador. Esta misma asimilacion de uno a otro es la que incluye, en sus avatares, la nocién de punto de vista. Si se excepttia un sentido, obsoleto hoy («lugar en el que debe colo- carse una cosa para ser bien vista»), la lengua corriente da a esta EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 165 expresion tres registros principales de significacién. El punto de vista puede designar: 1. Una situacién, real o imaginaria, desde la que se mira una escena; 2. «La manera particular de considerar una cuestién»: 3. Finalmente, una opinion o un sentimiento a propdsito de un fenémeno o de un suceso. El primero de estos sentidos corresponde a lo que acabamos de exponer, la encarnacién de una mirada en el encuadre, que- dando por saber a quién atribuir esta mirada, esta visidn: al pro- ductor de la imagen, al aparato, 0, en las formas narrativas de la imagen (especialmente en el cine), a veces a una construccién ya imaginaria, a un personaje. Pero es, por otra parte, interesan- te observar que los otros dos sentidos corresponden a otros valo- res, connotativos, del encuadre: a todo lo que, en las imagenes narrativas, le hace traducir una visién subjetiva, «focalizada»: mas ampliamente, a todo lo que hace que un encuadre traduzca un juicio sobre lo representado, valorizandolo, desvalorizandolo, atra- yendo la atencién sobre un detalle en primer plano, etc. El encuadre es, pues, uno de los instrumentos predilectos para la expresion de este tercer sentido del punto de vista, pero no es el unico y otros medios pueden servir para representarlo, por ejem- plo el contraste de los valores y de los colores, el flou, etc. La escuela francesa de cine de los afios veinte, la llamada escuela «im- presionista», cultivé ampliamente estos efectos: asi, en E/ Dora- do de Marcel L’Herbier, un plano de la heroina, perdida en sus pensamientos, nos la muestra en flow en medio de sus compaiie- ras, la cuales se ven nitidas: conjuncién de un punto de vista vi- sualmente centrado y connotativamente calificador. 1.3.4. Desencuadre Hemos insistido hasta ahora en todo lo que tiende a asimilar un encuadre a la materializacion de un punto de vista, siempre mas 0 menos centrado 0, al menos, recentrable. Ahora bien, en el interior mismo de la tradicién representativa, esta asimilacién se vivid a menudo, en el siglo Xx, como abusiva e ideolégicamente peligrosa (véase mas abajo, III.3) y toda una etapa de la historia de las imagenes desde principios de siglo esta caracterizada por la voluntad de escapar a este centramiento, de desplazarlo o de subvertirlo. En términos de marco, el procedimiento mas espec- LA IMAGEN as de J.-M. Straub y D. Huillet, 1965) y Desencuadre en el cine (Non réconciliés, Se dase ce Cie en pintura (Dos campanarios en Copehnague 1825). EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 167 tacular en este sentido es lo que Pascal Bonitzer llamé desencua- dre, es decir, un encuadre desviado, sefialado como tal y destina- do a separar el encuadre de la equivalencia automatica a una mirada. a) Desencuadre y centrado: la concepcin tradicional de la com- posicion viene en gran parte, como hemos visto, a ocupar el cen- tro de la imagen. El desencuadre, tal como lo define Bonitzer, consiste por el contrario en vaciar el centro, es decir —puesto que no se trata, evidentemente, de hacer um agujero en la imagen—, en vaciarlo de todo objeto significativo, en asignarle porciones relativamente insignificantes de la representacién. E] desencuadre es, pues, un descentramiento en el sentido en que hemos hablado de él siguiendo a Arnheim, e introduce una fuerte tensién visual al tender el espectador, mas 0 menos automaticamente, a querer reocupar ese centro vacio. b) Desencuadre y bordes de la imagen: el descentramiento com- positivo se aprecia a la vez, ya lo hemos dicho, en las dos «reali- dades» de la imagen y por tanto, al mismo tiempo, en relacion con el marco-ventana y con el marco-limite. El desencuadre es una operacién mas abstracta, que juega mds en el segundo aspec- to: desplazando las zonas significativas de la imagen (a menudo los personajes) lejos del centro, acentua correlativamente los bor- des de la imagen, y el lado favorecido, visiblemente arbitrario y deliberado, de esta acentuacién, insiste en que estos bordes son lo que separa la imagen de su fuera de marco. Dicho de otro modo, el desencuadre es un operador tedrico que sefiala implicitamente el valor discursivo del marco (Louis Marin: «El marco es lo que profiere el cuadro como discurso»). En el desencuadre, los bordes del marco parecen cercenar en la escena representada, subraydndose su fuerza cortante. Por ello, el desencuadre es una consecuencia lejana de la movilizacién fan- tasmatica de la pirdmide, visual en la pintura de finales del siglo Xvill y principios del xIx, pues si hay desencuadre, es que se ha podido, por un movimiento imaginario de esta pirdmide visual, encuadrar «al lado», voluntariamente. Cuando Degas, maestro del desencuadre donde los haya, decide mostrar la Bolsa de Paris por medio de un trozo de pilar y un grupo de personajes con frac y sombrero de copa, relegado a la derecha del cuadro y cortado por el borde derecho, manifiesta claramente que ha querido en- cuadrar la escena de este modo, que ha querido dirigir su mirada «al lado» del centro de interés de esta escena. Desencuadrar es siempre encuadrar de otro modo. 168 LA IMAGEN c) Desencuadre y secuencialidad: la tendencia «normal» del espectador, acostumbrado como estd a imagenes centradas, que imitan su mirada, es la de querer reabsorber el desencuadre, visto como una anomalia, potencialmente irritante. La imagen fija, evi- dentemente, sea pintura o fotografia, se resiste a esta reabsor- cion, y el desencuadre siempre tiene en ella valor estético. Acaba por aceptarse como marca de un estilo y, al cabo de cierto tiem- po, el espectador deja de imaginar que reencuadra, para aceptar ’ la imagen desencuadrada como tal, gozando incluso de su com- posicién. No sucede lo mismo con la imagen movil y durativa (cine, video), ni con la imagen multiple (tiras dibujadas), puesto que, en estos casos, la tendencia a la «normalizacién» puede es- perar satisfacerse por transformaciones internas a la imagen (un reencuadre por movimiento de camara, por ejemplo) o por con- version en secuencia de las imagenes (viniendo una segunda vifie- ta a recentrar lo descentrado en la primera). Consecuencia: el de- sencuadre es atin mas fuerte en estas formas de imagenes, puesto que debe mantenerse en ellas voluntariamente contra una posibi- | lidad mayor de recentrado. Es una de las razones por las que, — en el cine, el desencuadre, atin hoy, se percibe como mas anor- mal, incluso mds escandaloso, que en pintura o en fotografia. «jPor qué mantener al personaje en el limite del marco, me- dio cortado, cuando seria tan sencillo operar un pequefio movi- miento de camara?»: tal es, en el fondo, la pregunta implicit que se hace el espectador. Initil decir que el desencuadre mant nido es, pues, en el cine, la marca de una voluntad, sea estilistice sea ideolégica, de escapar al centrado representativo clasico. las peliculas de Jean-Marie Straub y Daniéle Huillet, en las qu es frecuente este desencuadre, se pretende, por ejemplo, estable cer una relacion intensa entre el personaje y el lugar, «rompien do» la relacién mas tradicional, mds esperada, entre este pers naje y los demas personajes, o también, excluyendo visiblem¢ aun personaje del encuadre, hacer el fuera de campo mas aml guo, mds mitigado en fuera de marco. Exhibiendo el marco como lugar e instrumento de relacion entr la imagen y su espectador, el desencuadre elabora el disposi Por eso se definié primero como una operacién ideoldgica, de: naturalizadora. Aunque en este sentido haya perdido mucha fuel za, sigue siendo un principio que pone en evidencia, de manet inmediatamente sensible, la relacién del espectador con la i e y con su marco. EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 169 TI. LA DIMENSION TEMPORAL DEL DISPOSITIVO IL.1, La imagen en el tiempo, el tiempo en la imagen Vivimos en y con el tiempo y en el tiempo es, también, como ya hemos dicho, donde se realiza nuestra vision (capitulo 1). Por otra parte, las imagenes existen también en el tiempo, segiin mo- dalidades bastante variables. El aspecto temporal del dispositivo es, pues, el encuentro entre estas dos determinaciones, y las di- versas configuraciones a las cuales da lugar este encuentro (que- rriase poder decir «a las cuales da tiempo»). II.1.1. Pequeiia tipologia temporal de las imagenes El tiempo, como hemos dicho (véase capitulo 2, 11.2.3) es, ante todo, psicolégicamente hablando, la duracién experimentada. Asi, la primera y mas importante de todas las divisiones se establecera aqui entre los dispositivos de imagenes que incluyen constitutiva- mente la duracién y los que no la incluyen. Esta primera divisién es radical, separa claramente dos grandes categorias de imagenes: — Las imagenes no temporalizadas, que existen idénticas a si mismas en el tiempo, al menos si se excepttian las modificacio- nes muy lentas, insensibles para el espectador: una tela pintada envejece mds 0 menos bien, pues sus pigmentos se alteran: véase el caso, espectacular, de los pigmentos negros utilizados en el si- glo XIX, a base de alquitranes (asi, una tela tan célebre como el Enterrement a Ornans, de Courbet, esta hoy total e irremediable- mente deteriorada); los colores de una fotografia cambiaran, bas- tante aprisa ademas, sobre todo si se la expone a una luz dema- siado intensa (eso es paiticularmente ‘cierto en las pruebas originales, muy fragiles, obtenidas en el siglo x1x), etc. — Las imagenes temporalizadas, que se modifican con el trans- curso del tiempo sin que el espectador tenga que intervenir, por el simple efecto de su dispositivo de produccién y de presenta- cién. El cine, el video, son sus formas hoy habituales, pero inclu- so antes de su invencién, existieron imagenes temporalizadas, por cierto menos complejas: las variaciones en el tiempo del diorama de Daguerre, por ejemplo, obtenidas principalmente por medio de cambios de iluminacién sobre un gran decorado pintado, eran de pequefia amplitud si se las compara con la mas insignificante 170 LA IMAGEN pelicula documental; inversamente, imagenes mucho mas varia- bles, como las sombras chinas, eran muy rudimentarias en el pla- no figurativo, etc. Esta division es, sin embargo, demasiado simple y, en la prac- tica, va acompafiada por otras que, sin afectar directamente al tiempo, influyen en la dimensién temporal del dispositivo: — Imagen fija versus imagen mévil: si la imagen fija es de facil definicién, la imagen movil puede adquirir muchas formas y, si su especie dominante es la imagen motora, cinematografica 0 videografica, de las que acabamos de hablar, pueden imaginar- se muchas otras. Para tomar un ejemplo algo simple (pero docu- mentado en ciertos logros artisticos), si se desplaza un proyector de diapositivas durante la proyeccién, la imagen resultante sera movil sin ser por ello motora. — Imagen tinica versus imagen miiltiple: unicidad y multij cidad se definen espacialmente (la imagen miultiple ocupa vari regiones del espacio, o la misma regién del espacio en sucesién), pero no sin incidir en la relacién temporal del espectador con la imagen. No supone lo mismo contemplar una proyeccién de misma diapositiva durante una hora, que dedicar el mismo tien po a mirar una sucesidn de cincuenta diapositivas diferentes. Pars tomar un ejemplo menos trivial: la extraccién de una vifieta de tira dibujada de su plancha (por ejemplo para ampliarla y hacer de ella una imagen artistica, aspecto en el que se ha especializad Roy Lichtenstein) hace de una imagen miltiple una imagen tn ca, y la consigna temporal implicita dada al espectador no es misma. — Imagen autdénoma versus imagen en secuencia: el crit es esta vez mas bien semantico, por ser la secuencia una serie d imagenes ligadas por su significacién; y, ademas, puede concebit se esta dicotomfa como una variante de la precedente, pues tiet efectos temporales comparables. En conjunto, y si se combinan estos diferentes param: es multiple el juego de los dispositivos temporales de imagenes Ninguin espacio social lo demuestra, hoy, mejor que el museo ¢ arte contemporaneo, en el que las «piezas» presentadas mezel deliberadamente todas las familias de imagenes, la pantalla de ¥ deo y la proyeccién de diapositivas, la imagen hipermultiplica y la imagen absolutamente tinica, etc. En el espacio de un mi aiio, habran podido asi verse en el centro Pompidou una fotogré fia gigante, expuesta durante meses en la fachada, un «muro | imagenes» (varios monitores de video contiguos) sobre la Revolt EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 171 cion francesa, una obra consistente en 5000 fotografias de aficio- nados dispersas por el suelo, e instalaciones que mezclaban moni- tores de video con toda clase de imagenes diferentes, por no ha- blar de las presentaciones mds clasicas de peliculas o de pinturas. 11.1.2. Tiempo espectatorial y tiempo de la imagen i ° Las imagenes mantienen asi una relacién infinitamente varia- ble con el tiempo. Hablando con propiedad, la dimensién tempo- ral del dispositivo es la vinculacién de esta imagen, variablemente definida en el tiempo, con un sujeto espectador que existe tam- bién en el tiempo. Hemos hablado ya, en los dos primeros capitulos, de este en- cuentro entre un tiempo subjetivo y una imagen. Por ejemplo la imagen fija y unica da lugar a una exploracién ocular, un ae ning (véase capitulo 1, III.1 y capitulo 2, 11.2.3), que manifiesta la existencia inevitable de un tiempo de Ppercepcion, de aprehen- sidn de la imagen. A este scanning de la imagen tinica, la imagen en secuencia afiade y superpone otra exploracién, que también se desarrolla en el tiempo: por ejemplo, una pagina de tiras dibu- jadas se lee imagen por imagen, en una yuxtaposicién ordenada, pero también, y al mismo tiempo (incluso, a veces, de manera contradictoria), de manera global. Lo mismo sucede en el ejem- plo del muro de imagenes, que es una yuxtaposicién ordenada de imagenes méviles, y que se debe leer unas veces como una sola imagen de conjunto parcelada, y otras veces como una serie de Pequefias imagenes contiguas, que necesitan entonces, no sélo una exploracién ocular mas rapida, mds dgil, sino incluso una intelec- cin mas aguzada. En todos estos casos y en todos los demas casos posibles, lo esencial es no confundir el tiempo perteneciente a la imager y el que pertenece al espectador. Si, ante un fotografia, se es libre de Permanecer tres segundos 0 tres horas (como ante cualquier objeto visual que se desee mirar), ante una pelicula, no se podra Ppermanecer mds que el tiempo de la proyeccién: es el primer as- pecto, el de la naturaleza, temporal o no, de la imagen, y se pre- senta como una coercién. Pero ademas, ante una y otra de estas imagenes, nuestro ojo y nuestra atencién podran dirigirse varia- blemente en el tiempo: es el segundo aspecto, ligado a los deseos, a las expectativas, es decir, a la situacién pragmatica, del capectne dor. Este segundo aspecto es siempre vivido de manera menos 172 LA IMAGEN coercitiva, pero no por ello es el espectador totalmente libre ante una imagen, pues él casi siempre mira en virtud de consignas de visién, implicitas o explicitas, que rigen su exploracién. Por no dar mas que un ejemplo, el de la imagen mévil multiple del tipo «muro de imagenes», no se mirara con los mismos presupuestos una instalacién de Nam June Paik, que yuxtapone varios recep- tores, un muro de imagenes diddctico en un museo, y el muro de imagenes publicitario del Forum de les Halles en Paris. En el ultimo caso, por ejemplo, la mirada sera mas distraida, sdlo las zonas visualmente fuertes tendran la oportunidad de atraer al ojo, mientras que ante la instalacion artistica, de la que se espera mas sutileza, uno mismo querra ser mas sutil. 1.2. El tiempo implicito En nuestra tipologia, solo las imagenes presentadas en el tiempo —sean méviles 0 no— tienen una existencia temporal intrinseca. Sin embargo, casi todas las imagenes «contienen» tiempo, que son capaces de comunicar a su espectador si el dispositivo de pre- sentacion es adecuado para ello. De algunas de estas imagenes es de las que vamos a empezar a hablar. 11.2.1. El arché y el saber supuesto Si una imagen que, por si misma, no existe en modo tempo- ral, puede, sin embargo liberar un sentimiento de tiempo, es for- zosamente porque el espectador participa y afiade algo a la ima~ gen. Nuestra hipotesis sera que ese «algo» es un saber sobre la génesis de la imagen, sobre su modo de produccién, sobre lo que Jean-Marie Schaeffer llama, a propésito de la fotografia, su ar- che (término que extenderemos a todas las demas imagenes). Esta hipétesis, por otra parte, si se sigue hasta el final, sdlo es un as- pecto de una hipotesis mds vasta referente al espectador, a la ima- gen, y ala relacién entre ambos, regulada por el dispositivo. En efecto, en cuanto objeto socializado, convencionalizado, y si se quiere codificado —y no sdlo un objeto visible—, la imagen po-— see un modo de empleo supuestamente conocido por su consumi- dor, el espectador. Como todo artefacto social, la imagen no fun- ciona sino en beneficio de un saber supuesto del espectador. Hay que citar aqui los estudios interculturales, en particular los estu- EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 173 dios etnograficos: si el aborigen australiano a quien se muestra por primera vez en su vida una fotografia, empieza (admitamoslo) por manipular, de modo extrafio a nuestros ojos, este objeto extrafio a sus ojos —por ejemplo, haciéndolo girar en todos los sentidos, pal- pandolo, o incluso mordiéndolo—, es, desde luego, porque no sabe qué es una fotografia. Pero ese saber que le falta esta, a su vez, des- multiplicado: el aborigen no sabe para qué sirve una foto (en nues- tras sociedades, sirve para representar eficazmente la realidad visi- ble), pero, ademas, no sabe cdo se fabrica (a primera vista no difiere tanto de otro trozo de papel, o incluso de tejido). Las encues- tas etnograficas serias (las que, desde hace diez o veinte afios, inten- tan ser menos proyectivas y etnocéntricas que a principios de siglo) verifican todas, por otra parte, que este segundo saber es como la clave de los demas: si se hace comprender al aborigen cémo se ha creado una foto, si se le hace tocar con el dedo, por decirlo asi, su arché, sabra ipso facto para qué puede servir. Eso ha sido demos- trado varias veces, gracias a los aparatos fotograficos de revelado instantaneo, del tipo Polaroid, cuya magia (incluso, hay que subra- yarlo, para nosotros que no somos aborigenes australianos) reside precisamente en esta permanente exhibicion de la génesis de la foto. De esta hipotesis muy general, que reencontraremos en Ia ter- cera parte de este capitulo, retenemos, pues, de momento que en la imagen no temporalizada hay tiempo incluido, a poco que el espectador entre correctamente en un dispositivo que implique un saber sobre la creacién de la imagen, sobre lo que podria llamarse, tomando la palabra de los filmélogos, su tiempo creatorial. No es, pues, la imagen misma la que incluye tiempo, sino la imagen en su dispositivo. Vamos a dar dos importantes ejemplos de ello. 11.2.2. Fotografia, huella, indicador Primer ejemplo (sin sorpresa): la fotografia. Antes incluso de formar una imagen, la fotografia es un pro- ceso, conocido ademas desde la Antigiiedad: la accién de la luz sobre ciertas sustancias, a las que hace reaccionar quimicamente, y que se llaman por esta razon fotosensibles. Una superficie foto- sensible, expuesta a la luz, sera transformada por ella, provisio- nal o permanentemente. Conserva la huella de la accién de la luz. La fotografia empieza cuando esta huella se fija mas o menos definitivamente, se finaliza con vistas a cierto uso social. Todas las historias de la fotografia mencionan —sin extraer siempre sus LA IMAGEN El doble camino de la foto: el daguerrotipo (conchas y fosiles) y ».. consecuencias— que hubo dos direcciones principales en la inven= cidn de la fotografia: la direccién Niepce-Daguerre, la de la foto grafia propiamente dicha, de una «escritura de la luz» para fij la reproduccién de las apariencias, y la direccién Fox Talbot, de las photogenic drawings, consistente en producir en reserva la huella foto-génica de objetos interpuestos entre la luz y un fond fotosensible. Se trata desde luego, hasta cierto punto, de la mism invencién, pero solo hasta cierto punto, pues el uso social de ests dos tipos de fotografia no es en absoluto el mismo: el primer sirvid inmediatamente para hacer retratos, paisajes, secundd y des pués reemplaz6 a la pintura en su funcién representativa; el segt do tipo, mucho menos desarrollado por otra parte, dio nacimit to a practicas mas originales como la del fotograma’® 0 3. La palabra «fotograma» tiene dos sentidos que importa no confund — en fotografia (es de lo que hablamos), designa una imagen obtenida accién de la luz sobre una superficie sensible, sin pasar por un objetivo; — en el cine, designa la imagen filmica tal como se imprime en la pe (véase sobre este punto Andlisis del film, pag. 56). EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 175 .. el photogenic drawing de Talbot, ambos de 1839. rayograma de Man Ray (en 1989, unos fotdgrafos realizan de nue- vo «esculturas luminosas» segun este mismo principio de la expo- sicién directa de papel sensible a la luz, sin interposicién de una éptica). 4 Antes de ser una reproduccién de la realidad (lo que es, cier- tamente, su uso social mds extendido), la fotografia es, pues, una grabacion de tal situacion luminosa en tal lugar y en tal momento y, conozca o no la historia de la fotografia y de su invencién, todo espectador (yo diria de buen grado: todo espectador legiti- mo) de la fotografia sabe eso. Para volver ahora a la cuestién del tiempo, ese saber sobre la génesis fotografica es esencial. Una importante corriente en la reflexién tedrica sobre la fotografia de los ultimos aiios (constituida por los trabajos de Henri Van Lier, de Philippe Dubois 0 de Jean-Marie Schaeffer) ha acreditado am- pliamente la idea de que la fotografia mantiene, con la realidad 176 LA IMAGEN de la que ha nacido, una relacién que es menos del orden del sig- no que del indicador (en el sentido de Charles Sanders Peirce, es decir, en el sentido de que el indicador resulta de una relacién natural con su referente). En particular, para estos tedricos, una fotografia es indicador también en el plano temporal: en una foto hay tiempo incluido, encerrado, la foto embalsama el pasado «como moscas en el Ambar» (Peter Wollen), «sigue eternamente mostrandonos con el dedo (con el indice) lo que ha sido y ya no es» (Christian Metz). El dispositivo fotografico, cualesquiera que puedan ser, por otra parte, sus innumerables formas (desde el album de fotos de familia a la conferencia ilustrada con proyeccién de diapositivas), descansa siempre sobre algo que el espectador sabe: la imagen fotografica ha captado tiempo para restituirmelo, Esta restitucion ¢s convencional, codificada; sera, a su vez, muy variable, en es- pecial segiin la foto haya captado una duracidn, mas 0 menos larga, 0 lo que se llama un instante (véase capitulo 4, III.1), pero el saber, por su parte, esta siempre ahi. Las dos fotos de la pagi- na 175 tienen un tema comparable: una figura humana en movi- miento. Pero, en una, la nitidez de los contornos, asociada a la imposibilidad de la posicién «en suspenso», me dice que se trata de una instantdnea, de la captacién de un instante (que yo no podria nunca ver «al natural», y que sdlo la foto puede permitir- me ver); en la otra, por el contrario, el difuminado de la silueta me habla de un registro con una duracién mas larga (me hace ver esta duracién tal como yo no podria tampoco verla en la rea- lidad). Tanto en un caso como en el otro, veo tiempo. Mi saber sobre el arché fotografico, adquirido y después fortalecido du- rante un tiempo suficiente como para haberse hecho implicito, me permite leer ese tiempo, experimentar sus connotaciones emo- cionales, 0 incluso, ante ciertas fotos muy expresivas, revivirlo. La fotografia transmite a su espectador el tiempo del aconteci- miento luminoso del que es huella. El dispositivo se cuida de ase- gurar esta transmisidn. Muchos estilos fotograficos descansan en esta implicita inclu- sion del tiempo en la foto. La famosa férmula de Henri Cartier- Bresson, que define la (buena) fotografia como «el encuentro del instante y de la geometria», puede extenderse a toda la fotografia documental, y Robert Doisneau la refleja perfectamente, titulan- do una de sus selecciones fotograficas Trois secondes d’éternité (a razon de un cincuentavo de segundo por foto, tres segundos es el tiempo global «contenido» en las fotos seleccionadas por EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 177 Doisneau). En fecha reciente, una rama de la fotografia «artisti- ca», se ha especializado en la exhibicion del poder temporal de la fotografia, sea pretendiendo sorprender instantes particularmen- te reveladores (Robert Frank), sea, por el contrario, aceptando deliberadamente registrar cualquier instante para «encontrar» en él el tiempo en estado puro (véanse las Conversaciones con el tiem- po de Denis Roche), a costa de hacer seguidamente de ese instan- te cualquiera un instante singular, etigquetado por una fecha y un lugar precisos, bajo la modalidad del recuerdo. Esta inclusion de una huella temporal en la fotografia es espe- cialmente sensible en un tipo particular de foto, hasta el punto de que casi podria decirse que ese tipo depende de un dispositivo aparte; estoy hablando de la foto instantanea, tipo Polaroid, El modo de produccién particular de estas fotos, ligado a otros ras- gos (en especial el enmarque por medio de un ocultador blanco, producido automaticamente), hace de ellas fotos mas inmediata- mente ligadas a un hic et nunc, a un lugar y a un instante. Esto se traduce, entre otras cosas, por la capacidad, observada a me- nudo, de estas fotos para producir ficcién. Fotos de prensa de Pierrot le fou (J.-L. Godard, 1965) y de Boy meets Girl (L. Oarax, 1984). 178 LA IMAGEN 11.2.3. Cine, secuencia, montaje Segundo ejemplo (menos esperado): el cine. Ejemplo menos esperado, puesto que el cine se basa en una imagen temporalizada, que representa indisociablemente un blo- que de «espacio-duracién» (Gilles Deleuze), y del que hablare- mos de nuevo en II.3. Pero el cine, o mas bien el film, es también un ensamblaje de varios de estos bloques (los planos), «en ciertas condiciones de orden y de duracién»: formula en la que se reco- noce la definicién de montaje, y que recubre una representacion del tiempo que es, por su parte, mucho mds implicita. Toda pelicula, o casi, es montada, aunque algunas peliculas contengan muy pocos planos y aunque la funcién del montaje esté lejos de ser la misma en todas partes. Prescindo aqui de to- das sus funciones narrativas y expresivas para subrayar unicamente que el montaje de los planos de una pelicula es ante todo la se- cuenciacién de bloques de tiempo, entre los cuales ya no hay mas. que relaciones temporales implicitas. Todo el montaje clasico, re- sultante de lo que se llama a veces la estética de la transparencia, supone que el espectador es capaz de «reorganizar los trozos» la pelicula, es decir, de restablecer mentalmente las relaciones d géticas y, por tanto, entre otras, temporales, entre bloques su vos. Esto sélo puede hacerse mediante un saber, por minimo q sea, sobre el montaje, o mas bien sobre el cambio de plano una pelicula. Es indispensable, entre otras cosas, para com} der bien una pelicula (para comprenderla como su disp quiere que se la comprenda), saber que un cambio de plan presenta una discontinuidad temporal en el rodaje, que la. mara que ha filmado la escena no se ha desplazado bruscame a otro punto del espacio, sino que ha habido, entre la fi cién y la proyeccién, esta otra operacién que es el montaje. el mundo posee hoy este saber, que puede parecer muy pero no siempre ha sido asi y los espectadores de las p) peliculas con punto de vista variable, protestaron con fre contra la violencia, visual e intelectual, que representaba riabilidad. Yuri Tsyviane cita asi el ejemplo de un espectador que re daba el cinematografo en sus comienzos, en el que «en un tf de tela blanca surgian una tras otra las cabezas del rey de y del rey de Inglaterra, pasaban como un relampago una | EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 179 de paisajes marroquies, desfilaban unos coraceros italianos y gru- fifa un dreadnought aleman lanzado al agua». Observemos, por otra parte, que existen secuencias de image- nes fijas y narrativas (en el cémic, en la pintura), que, hasta cier- to punto, pueden compararse con la secuencia filmica por el con- tenido narrativo que transmiten. Pero las relaciones temporales entre imagenes sucesivas estan en ellas mucho menos marcadas, no sdlo porque cada imagen slo contiene tiempo de manera muy indirecta y muy codificada, sino porque el dispositivo es mucho menos coercitivo. Sdlo la secuencia fotografica —por razén del poder de credibilidad ligado al arché fotografico— puede, en me- nor grado, compararse a la secuencia filmica. Para volver al cine, el montaje, la secuenciacion, fabrican en él un tiempo perfectamente artificial, sintético, relacionando blo- ques de tiempo no contiguos en la realidad. Este tiempo sintético (que la foto no produce tan facilmente, tan «naturalmente») es sin duda alguna uno de los rasgos que mds ha impulsado al cine hacia la narratividad, hacia la ficcién. Pero es licito ver esta secuenciacién de bloques temporales como una produccién original, de tipo documental. En los afios cincuenta, bajo la influencia de las estéticas realistas entonces do- minantes, varios criticos (Eric Rohmer entre otros) emitieron, por ejemplo, la idea de que una pelicula es también «un documental sobre su propio rodaje»: dicho de otro modo que, cualquiera que sea la historia ficticia que cuente, el film, reuniendo trozos de lo filmado en el rodaje, da una representaci6n, una imagen —tem- poralmente, por cierto, a veces extrafia— de ese rodaje. Natural- mente, esto sdlo es aprehensible a costa de un esfuerzo intelec- tual, y una pelicula de ficcién no se percibe inmediatamente asi; todo lo mas, es efectivamente visible un efecto «documental» en las peliculas antiguas, téstimonio de una época pasada, al tiempo que relato de una historia (lo que acaba por conferir encanto, © incluso interés, a ciertas antiguas peliculas de serie rodadas en exteriores naturales). Pero son peliculas pertenecientes a otros gé- neros las que han hecho mas evidente esta relacién de remodela- do del tiempo de rodaje con el tiempo de la Pproyeccién. Citemos \inicamente el ejemplo la famosa pelicula de Michael Snow La Région centrale, montaje de largos bloques de duracién filmados Por una cémara en movimiento circular alrededor de un punto fijo, y mostrando siempre la misma regién: a lo largo de la pro- Yeecion (unas tres horas), el espectador es inducido forzosamente 180 LA IMAGEN a preguntarse sobre las relaciones temporales entre estos bloques, sin poder nunca poseer indicador alguno sobre el orden de su fil- macion. 1.3, La imagen temporalizada 11.3.1. Imagen filmica, imagen videografica La imagen temporalizada —la que incluye el tiempo en su exis- tencia misma— se presenta hoy segtin dos especies: la imagen Jil- mica y la imagen videogrdfica. Hay numerosas y radicales dife- rencias técnicas entre los modos de registro y de restituci6n de estos dos tipos de imagenes: — la imagen filmica es una imagen fotografica, la imagen vi- deografica se graba sobre un soporte magnético; — la imagen filmica se registra de una vez, la imagen de vi- deo se registra por medio de un barrido electrénico que explora sucesivamente unas /fneas horizontales superpuestas (el inglés tie-~ ne para este barrido la misma palabra, scanning, que para la ex- ploracién de una imagen por el ojo); — en la proyeccién, la imagen filmica resulta de la proyec- cién sucesiva de fotogramas separados por negros (véase el capi- tulo primero, II,2.2); la imagen de video, de un barrido de la pan- talla por un rayo luminoso. Estas diferencias son muy reales, pero su incidencia en la apre- hension que tenemos de las dos clases de imagenes méviles ha sido, la mayoria de las veces, demasiado sobreestimada. Se ha insistido, en particular, en la ausencia de negros entre imagenes sucesivas en el dispositivo video y en que esta imagen no resulta q de una proyeccién por medio de arrastres discontinuos. De he- cho, la imagen videogrdfica no se percibe exactamente como la. imagen filmica, pero la diferencia esencial entre ellas no afecta ni al negro entre los fotogramas, ni al barrido de la pantalla de video, sino, sobre todo, a la frecuencia de la aparicién de image- nes sucesivas. En el cine, como hemos visto, esta frecuencia es, en general, lo suficientemente elevada como para evitar el cente- | lleo; en video la frecuencia esta supeditada, por construccion, a la frecuencia de la corriente eléctrica que alimenta el aparato (( Europa, 50 Hz), y no es posible proyectar imagenes sucesivas EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 181 un ritmo més rapido.’ La luminosidad de la pantalla es en ge- neral lo bastante fuerte como para que resulte de ella un centelleo en absoluto despreciable, especifico por otro lado, puesto que, por razén del barrido, parece no alcanzar simultaneamente a toda la pantalla. Desde el punto de vista perceptivo, esta diferencia es la princi- pal entre la imagen filmica y la imagen videografica, al menos si se excepttian las diferencias, con frefuencia importantes, debi- das a los azares de la transmisién televisada (saltos de imagenes, «ruido» visual 0 «nieve», etc.), asi como al grano mas aparente, a la definicién menos buena, en general, de la imagen de video. Es importante subrayar, entre otras cosas, que, si el efecto de en- mascaramiento debido al cambio de plano queda ligeramente ate- nuado en video a causa del entrelazamiento de las dos imagenes, no hay entre video y cine ninguna diferencia perceptible en lo que se refiere al movimiento aparente (la persistencia retiniana, en par- ticular, no intervine aqui ni en un caso ni en otro, contrariamente a lo que algunos han escrito. En realidad, parece que, en ciertos tedricos, el supuesto saber sobre el dispositive haya adquirido, a propdsito de la imagen videografica (y con un deseo, compren- sible, de singularizacion de esta imagen en relacién con el film), proporciones exageradas, que entrafian una sobrevaloracion de este dispositivo en cuanto a sus consecuencias perceptivas. El saber supuesto sobre el dispositivo se convierte, entre cier- tos artistas que trabajan en cine o en video, en un saber practico, técnico, determinante a veces en la concepcién y la realizacién de la obra, y que es entonces imposible ignorar. Asi, el hecho de que la imagen electronica se engendre por barrido de su super- ficie se presta a manipulaciones especificas ligadas a ese barrido (toda la gama de los trucajes de video, hoy vulgarizados por la television, procede de ahi); inversamente, el cardcter fisicamente tangible del fotograma filmico se presta a otros tipos de manipu- laciones (cortar, arafiar, manchar, etc.), y el cine «experimental» es sin duda més diferente del video «experimental» que el cine de ficcién del video de ficcién, al menos en sus modos de hacer intelectuales y artisticos respectivos pues, una vez mas, lo mas 4, De hecho, por razones de comodidad técnica, la exploracién de cada ima- gen se hace en dos tiempos, primero una linea de cada dos (Iineas «impares»), después las demas lineas (lineas «pares»): la imagen de video se produce, pues, al ritmo de 25 imagenes por segundo, dividida cada una en dos «semi-imagenes» entrelazadas, 182 LA IMAGEN dificil sigue siendo distinguir, a simple vista, una imagen de film de una imagen de video. Trataremos desde ahora la imagen filmica y la imagen video- grafica como dos variantes, dificiles de distinguir fenoménicamen- te, de un mismo tipo de imagen, la imagen movil 0, mejor, la imagen temporalizada, prescindiendo las mas de las veces de la diferencia mas visible entre ellas, la debida al centelleo. IL.3.2. La situacién cinematografica Lo que, siguiendo a A. Michotte van den Berck, llamamos la situacién cinematografica designa, en el vocabulario adoptado hasta ahora, el encuentro entre el espectador y el dispositivo de la imagen temporalizada. Este encuentro, evidentemente, implica muchos aspectos que no son, por su parte, de naturaleza tempo- ral, siendo el principal el fenémeno psicolégico de segregacion de los espacios que separa el espacio percibido en la pantalla del espacio de la propiocepcidn. @ Sobre el aspecto temporal del dispositivo, ya hemos descri 0; a decir verdad, su rasgo esencial: la produccién de un movimien to aparente, al menos en cuanto al papel perceptivo y psicolégico de este movimiento aparente (véase capitulo 1, 11.2 y capitulo Il.2 y 11.3), El papel propio del dispositive es aqui regulador, pue: to que consiste en actuar de modo que este movimiento aparel fundamento esencial de la imagen videocinematografica se p ba adecuadamente. Hay en eso un aspecto técnico (eliminacidé’ del centelleo, ausencia de enmascaramiento indebido), pero bién un aspecto sociosimbdlico, puesto que el dispositivo es bién, en un sentido mas amplio, lo que legitima el hecho de ir a ver imagenes moviles en una pantalla. Podria resum ese primer rasgo diciendo que el dispositivo cinematografico deografico) es lo que autoriza la percepcién de una imagen méy En cualquier caso, un rasgo secundario de ese dispositivo rece que nos detengamos en él: la imagen filmica es una cin. Con mas precision, en cuanto objeto de percepcidn, sometida en su conjunto a un proceso de aparicién/desapari brutales, no aparece progresivamente, por desvelamiento, es el caso de todos los demas objetos visuales. En su articulo 1948, Michotte destaca que los objetos se nos aparecen, por rej general, por desplazamiento relativo en relacién con otro obje EL PAPEL DEL DISPOSITIVO situado ante ellos, y que hacia de pantalla a la percepcién: de ahi la expresi6n efecto-pantalla que designa ese proceso de desve- lamiento progresivo de los objetos de percepcidn, y al cual esca- pa, precisamente, la imagen filmica. (Como el término «efecto- pantalla» podria inducir a error por confusién con la pantalla de la sala de cine, es sin duda preferible evitarlo, y no lo citamos sino como referencia a un articulo histéricamente importante.) En todo caso, uno de los caracteres perceptivos fundamentales de la imagen filmica, implicados en su dispositivo, es esta apari- cin brusca, la oscuridad que rodea, que tiene, al menos, una con- secuencia importante: el contorno de la imagen, sus bordes (no limitados, notémoslo de paso, por ningun encuadre separable, sino slo por la oscuridad que rodea la pantalla)‘ se ven como per- tenecientes a la imagen, mientras que la imagen misma aparece como «adherida» a su fondo, la pantalla. Dos observaciones: 1. Es desde luego un rasgo temporal, y no sélo espacial, pues- to que esta aparicion/desaparicién radical implica una sucesion de estados: sin imagen/imagen I/imagen 2, etc.; hasta «ya no imagen». 2. Esta concepcién, que hace del marco-limite una clausura hermética, parece oponerse a la famosa tesis de Bazin sobre el caracter «centrifugo» de la imagen filmica (véase capitulo 4, I1). Y es que Bazin, a diferencia de Michotte, toma en consideracién la diégesis y el intenso efecto de credibilidad que provoca, hasta el punto de subestimar exageradamente el saber, parcialmente con- tradictorio con este efecto de credibilidad, que el dispositivo sus- cita. Naturalmente, puede hacerse a Michotte el reproche inver- so, y él mismo observa que este efecto de aparicién global de la imagen filmica se olvida, durante la Proyeccion, en favor de la percepcion de los objetos representados, que se nos aparecen, por su parte, seguin modalidades comparables al «efecto-pantallay real, por ocultacién o descubrimiento progresivos. No obstante, este rasgo del dispositivo sigue siendo importan- te, especialmente en las peliculas en Jas que son frecuentes y bru- tales los cambios de planos, que obligan entonces al espectador a tomar conciencia de ellos, aunque sea liminalmente 0, en todo caso, a percibirlos en forma de salto, de «aparicién brusca» y, a veces, de enmascaramiento visual. 5. En ciertas pantallas destinadas a los cineastas aficionados, el contorno de la pantalla estaba pintado de negro, materializando asi por un simil-encuadre lo que en general es apenas un marco-objeto. 184 LA IMAGEN 11.3.3. Imagen-movimiento, imagen-tiempo La imagen cinematografica aparecié de entrada como radical- mente nueva porque esfd en movimiento (y no sdlo porque repre- senta un movimiento). Esta idea de una imagen fundamentalmente diferente de las demas imagenes porque posee una cualidad dife- rente (ya que no se limita a incorporar el movimiento a una ima- gen), es la que inspiré las primitivas reflexiones tedricas sobre el cine, las de Hugo Miinsterberg y, después, el enfoque fenomeno- légico de Michotte y de sus herederos (hasta los primeros articu- los de Christian Metz en 1964). Partiendo de nuevo de esta com- probacién de que la imagen cinematografica es capaz de «automovimiento», fue como Gilles Deleuze propuso hacer de la imagen-movimiento —que, para él, se encarna en el plano (defi- nido como «corte mévil de la duracién»)— una de las dos gran- des modalidades del cine. Deleuze distingue tres variedades de i gen-movimiento, que enumera como imagen-percepei imagen-accion ¢ imagen-afeccién, segin predomine en ellas el pre ceso perceptivo, el proceso narrativo o el proceso expresivo. Paré él, estos tres tipos se encuentran, segin distribuciones variable: en las diversas tendencias del cine clasico. En el segundo momento de su filosofia del cine, Del proseguido esta reflexi6n proponiendo ademas la nocion, mas ginal, de imagen-tiempo, para designar la imagen filmica del clasicismo. Seguin él, esta nueva imagen traduce una crisis, u «ruptura de los lazos sensoriomotores», al mismo tiempo qué cuidado de explorar directamente el tiempo, mas alla del miento, que habia definido primero la imagen filmica. La elas cacién operada aqui por Deleuze es menos nitida que a prop de la imagen-movimiento; mas exactamente, se mezclan cl ciones operadas desde varios puntos de vista diferentes porcionar un cuadro sencillo. Volveremos sobre este enfoque en el préximo capitulo. es importante destacar desde ahora esta idea esencial a por Deleuze de manera muy innovadora; el dispositivo cine grafico no implica solamente un tiempo que transcurriria, nologia en la que nos deslizariamos como en un perpetuo: te, sino también un tiempo complejo, estratificado, por ¢ nos movemos a la vez en varios planos, presente, pasado(i ro(s), y no slo porque hagamos funcionar aqui nuestra y nuestras expectativas, sino también porque, cuando Observemos que, hablando estrictamente. HOvil, como un objeto que puede cogerse con la mano y llevar adon- > EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 185, bre la duracién de los sucesos, el cine casi consigue hacernos per- cibir el tiempo. III. Disposrrivo, TECNICA E IDEOLOGIA Si el dispositive es, como hemos pretendido definirlo, lo que rige el encuentro entre el espectador yela imagen, implica, eviden- temente, mucho mas que una simple regulacién de las condiciones espacio-temporales de este encuentro. De esta dimension que podria denominarse simbdlica del dispositivo es de la que vamos a ocu- parnos ahora, primero examinando ciertas consecuencias de la téc- nica que todo dispositivo implica, después intentando situar la no- cién misma de dispositivo en el interior de la esfera de lo simbélico. 11.1. El soporte de la imagen: impresién versus proyeccién TIL.1.1. {Dos dispositivos? Si intentamos pasar mentalmente revista a muchas imagenes, lo mas diferentes posible, desde las primeras pinturas rupestres hasta las muestras de video-arte y las imagenes interactivas, se dibuja casi inmediatamente una gran division entre imagenes im- presas, obtenidas por la aposicién de pigmentos coloreados sobre una superficie-soporte (lo que en francés a veces se llama subjee- tile) y, por otra parte, imagenes proyectadas, obtenidas captando en una pantalla un haz luminoso. Indudablemente se trata aqui de tipos de imagenes diferentes: — la imagen impresa se imagina como algo més manipula- ble: puede recortarse una fotografia (para hacer un collage, por ejemplo), pueden volver‘a pintarse partes de un cuadro juzgadas tisfactorias, etc. Por el contrario, la imagen proyectada se vive omo un todo dificilmente transformable, que se toma o se deja. » eso es falso, pues siem- ¢ se puede, por ejemplo, interponer un filtro entre el proyector ‘ina parte de la pantalla, 0 superponer dos imagenes, pero esta ‘Manipulacion, en cierto modo, no afecta a la imagen primera, jli@ permanece intacta, recuperable después de la manipulacién; — correlativamente, la imagen impresa se concibe como mas sea. La tendencia, avin actual en la pintura, a producir obras de 186 LA IMAGEN gran formato, no impide que éstas sean transportadas del taller ala galeria, de la coleccién privada al museo. Por el contrario, la ima- gen proyectada sdlo existe donde se encuentra la maquina que puede proyectarla y, aunque muchas de estas maquinas sean hoy a su vez moviles, es raro que se las desplace durante la proyeccién (los tinicos ejemplos que me vienen a la memoria pertenecen todos al espacio del museo de arte contemporaneo, donde a veces, en efecto, se hace, por ejemplo, girar un proyector de diapositivas sobre su eje, etc.); — la imagen impresa exige luz para ser vista, puesto que sélo es, perceptivamente hablando, una superficie reflectante; la ima- gen proyectada lleva consigo su propia luz y necesita, en cambio, que se eliminen en mayor o menor grado las demas fuentes lumi- nosas, que vienen a debilitar la luz propia de la imagen. Es licito, pues, preguntarse si este conjunto de diferencias no sefialaria la existencia de dos grandes dispositivos de imagenes li- gados a estos dos tipos: — un primer dispositivo, fundado en la circulacién de image- nes impresas, en general de tamafio mas bien reducido (salvo ex- cepciones, por supuesto), contempladas por un espectador relati- vamente libre en sus movimientos (una libertad también variable, desde el espacio del museo a la foto de prensa que puede mirarse donde se quiera), y eventualmente manipulables; — un segundo dispositivo, fundado por ¢l contrario en ima- genes proyectadas, de tamajfio variable pero a menudo bastante grande, vistas por cierto nuimero de espectadores a la vez, en un lugar especialmente preparado para esta presentacién. No hay di alguna de que, por ejemplo, la fotografia de aficionado y el encarnan, de manera convincente, estos dos dispositivos. i. . Imagen opaca, imagen-luz Naturalmente, apenas emitida, esta idea debe ser puesta tela de juicio, por todo lo que viene a contradecirla: preset cién, en las galerias y los museos, de fotografias inmensas, dejan estupefacto al espectador, casi clavandolo en su sitio todo caso, privandolo ampliamente de la libertad de su punto d vista, por no hablar de la libertad de tocar la imagen); proy de peliculas de aficionados en una pantalla pequeijia, en el es; cio doméstico, donde la distancia de la imagen y el tamafio ésta son reducidos; «trampas» perceptivas experimentadas en laboratorios de perceptologia, y que llevan al espectador a EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 187 fundir una diapositiva con, por ejemplo, una maqueta de cartén. Y sobre todo, por supuesto, el caso fronterizo en el que todos han pensado ya aqui: la imagen de video. La imagen de video es a la vez impresa y proyectada, pero ni es impresa como la imagen fotografica, ni proyectada como la imagen cinematografica. Lo que vemos es el resultado, desde luego, de una proyeccién luminosa, pero esta proyeccién es sin- gular: por un lado, proviene de la parte posterior de la imagen, y de un lugar que debe permanecer inaccesible (si se abre el tubo catédico, ya no hay imagen posible); por otro lado, se dirige a varios puntos de la pantalla, alcanzados sucesivamente segtin un ritmo peridédico (no hay flujo luminoso global, ni haz, sino un pincel luminoso muy fino y mévil). Este segundo rasgo es el que permite imaginar la imagen de video como impresa, con una im- presién efimera y constantemente renovada, pero también aqui se ve bien que no se trata realmente de una impresién (como mu- cho, jugando con las palabras, de una impresién de impresion). En resumen, la imagen de video aparece casi como un disposi- tivo de un tercer tipo, y eso tanto mas cuanto que combina cier- tos rasgos que habiamos opuesto tendencialmente en los dos pri- meros dispositivos: la imagen de video es en general de pequefio tamafio, pero sigue siendo atin, la mayoria de las veces, inmovil (el receptor de televisién «de bolsillo», de cristal liquido, esta atin poco extendido); se dirige, seguin las circunstancias, tanto a un espectador individual como a un espectador colectivo, unas veces en el espacio doméstico, otras en un espacio socializado; no re- quiere ser vista en la oscuridad, pero un exceso de luz pardsita sobre la pantalla puede alterarla. Slo el criterio de la manipula- cion la alinea claramente en el sector de la imagen impalpable, de la imagen proyectada: para manipular la imagen de video, hay que intervenir remontdndose a su produccion. Poco importa, a decit verdad, que deban enumerarse dos gran- des dispositivos de imagenes, tres o mds (como toda tipologia, ésta puede perfeccionarse hasta el infinito). Lo que retendremos de esta discusién es el tiltimo punto, que parece representar su cima. Hay imagenes opacas, hechas para ser vistas por reflexién y que pueden tocarse; estas imagenes estan, univocamente, ante nosotros, ante nuestra vista; resultan de un sedimento, sobre un soporte del que ya son inseparables. Y hay imagenes-luz, que no resultan de sedimento alguno, sino de la presencia mas o menos fugitiva de una luz sobre una superficie en la que nunca se inte- gra; se piensa oscuramente que estas imagenes no son definitivas, 188 LA IMAGEN que estan solamente «de paso» y, sobre todo, que tienen una fuente localizable (sea 0 no visible). (Notemos que, en estos términos mas generales, la imagen video es, indudablemente, una imagen- luz.) Primera —y doble— dimensién simbélica del dispositivo: Ja imagen-luz, la imagen hecha de luz, es recibida por su especta- dor, no sdlo como mas inmaterial que la otra (lo que es evidente- mente una ilusién, pues la luz no es ni mds ni menos material que cualquier otro aspecto de la materia), sino como intrinseca- mente dotada de una dimensién temporal, sencillamente, porque es casi imposible pensar la luz sin pensarla en el tiempo (la luz no es un estado, sino un proceso). 11.2. La determinacién técnica Til.2.1. Téenica y tecnologia Uno de los debates mas vivos, y mas importantes, sobre la | cuestion del dispositivo ha consistido en evaluar la incidencia de los factores técnicos en el valor simbdlico de este dispositivo, no solamente porque, durante mucho tiempo, se ha considerado im- plicitamente que estos factores técnicos tenfan su légica propia, su desarrollo auténomo, y que de unas revoluciones técnicas po- dian provenir revoluciones en los modos de pensamiento o de vi- sion, sino también porque, mds profundamente, esta cuestién es la misma que la de los motores de la historia y, por tanto, le}; mente, la de las causas de los fenémenos sociales y simbélic De todos modos, antes de describir las lineas basicas de es debate, es esencial una precision terminoldgica, La palabra ¢écm es, en efecto, bastante ambigua en algunos idiomas, puesto q puede designar tanto wna técnica, es decir, un cierto modo oper: torio para realizar una accién dada, como /a técnica, es decit la esfera de la actividad practica en general (necesite o no instri mentos especializados). En las discusiones entre investigad francéfonos e investigadores angléfonos esta ambigiiedad ha sultado a menudo embarazosa por tener en inglés la palabra «| nica» mas bien el primero de estos dos valores y operar adem la lengua inglesa una distincién entre technique y technology, finida la segunda como el conjunto de los instrumentos matet les y de los saberes de que se dispone para una accién dada, y primera como la utilizacién de unos y otros en la practica. El fre cés, por ejemplo, no posee realmente esta distincién (aunque, EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 189 la influencia generalizada del inglés, la palabra technologie tienda a adquirir el sentido de technology y a perder su primer sentido de «discurso sobre la técnica»), y no hay que extrafiarse de que, sobre este punto, hayan sido tan frecuentes los didlogos de sordos. En adelante nos esforzaremos, pues, por distinguir entre tres niveles de naturaleza muy diferente: — el utillaje del que se dispone para realizar un acto dado: por ejemplo, los diferentes estados de los pigmentos necesarios para pintar (pongamos por caso, con la aparicién de los colores en tubo, ya preparados, en el siglo xix, después las pinturas acri- licas en los afios cincuenta del siglo xx, etc.); — latécnica de aplicacién de este utillaje. Por ejemplo, cuando en la practica de los rodajes cinematograficos aparecié el empleo del zoom (objetivo de focal variable), una técnica corriente consistié en utilizarlo para reemplazar el travelling (de ahi el nombre dado a ve- ces al zoom, de «travelling éptico»), pero se utilizé también para pro- ducir un nuevo efecto, el «coup de zoom», que no reemplazaba nada en absoluto, y producia, por el contrario, una forma filmica inédita; — finalmente, el discurso sobre la técnica en general, y las con- secuencias obtenidas de él en ciertos casos particulares. Evidente- mente, es en este ultimo nivel donde se sittia el envite de las discu- siones alrededor de la determinacién técnica del dispositivo, pero indisociablemente de la existencia de los dos primeros niveles. 11.2.2, La imagen automatica Entre las novedades tecnolégicas que han jalonado la historia de las imagenes, hay una que se ha considerado a menudo como una verdadera revolucién: la que, con la invencidn de la fotogra- fia, introdujo la posibilidad de producir imagenes «automaticas». Ya hemos evocado (véase II.2) la naturaleza indicial de la foto- grafia, es decir, el hecho de que constituya una especie de registro o de Auella de la realidad visible. Pero esta idea ha sido llevada con frecuencia, en la reflexién sobre la fotografia, hacia una apre- ciacién, positiva o negativa, ligada a que, como toma automatica de una marca de lo visible, la fotografia escaparia, al menos par- cialmente, a la intervencién humana. Esta capacidad de la fotografia para superar la intencionali- dad del fotégrafo o para escaparsele totalmente, fue muy pronto asimilada por los fotégrafos. ,No se llamaba The pencil of natu- re, «el lapiz de la naturaleza», la obra de Fox Talbot, en la que 190 relataba su invencién? Ahora bien, si la fotografia esta como d bujada por la misma naturaleza, nada tenemos que ver, eviden temente, con ella. Es imposible citar aqui a todos los que han desarrollado la misma idea. Notemos simplemente que las con cuencias que se extraen de ella van en dos direcciones radicalmen- te opuestas: — 0 bien se concluy6 que existen posibilidades propias de fotografia, que puede revelarnos el mundo de manera distinta como el ojo (incluido, y sobre todo, el ojo del pintor) habia ci seguido hacerlo hasta entonces. Es el caso de un buen nim de artistas de las vanguardias fotograficas de los afios veinte, ejemplo Laszlo Moholy-Nagy, en su obra Malerei Fotografie Fil (1925), donde reclama que la fotografia desarrolle lo que la dis- tingue de la pintura, analizando el movimiento, mostrando el mun- do al microscopio, buscando puntos de vistas inéditos, etc. Pero es también el caso de ciertos teéricos, y pienso aqui ante todo en la sintomatica idea de Siegfried Kracauer, para quien la foto- grafia tiene por esencia el revelar cosas normalmente bien ocultas («things normally unseen»); 3 — 0 bien se concluy6, por el contrario, que la fotografia e el arma suprema de la representacién, que acaba y completa lo que habia emprendido toda la historia anterior de las artes figu- rativas: la imitacién de las apariencias. La camara fotogréfica e! un retofio de la cdmara oscura. Es, pues, como ella, capaz de producir automaticamente una vista perspectivista 6pticamente pet fecta, pero, ademas, ofrece sobre su antecesora la ventaja de va de fijar esta construccién, de registrarla, Se reconocen aqu dré Bazin, que dio de ellas una versién llamativa, apoyada en gran metdfora religiosa: a contrapelo de Kracauer, Bazin ve «revelacién» fotografica como una realizacién de la vocacién mi- mética del arte (cuyo primer signo era la adopcién de la Perspec= tiva en el Renacimiento), y como una de las manifestaciones mas importantes del deseo, implicito en toda representacién, de «em balsamar la realidad». Estas reflexiones sobre la imagen automatica se prolonsala ademas a propésito del cine (por parte de Kracauer, por ejemplo, cuya reflexién sobre la fotografia esta incluida en un capitulo de su Teoria del cine, 1960). Pero, a pesar de la oposicién entre la tendencia «perspectivista» y la tendencia «exploradora», éstas tie- nen en comun, por una parte, el concebir de manera enteramente positiva la invencién del registro automatico de una construccién — EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 191 perspectiva y, por otra parte, el no interesarse sino indirectamen- te por el espectador de la fotografia, en cuanto poseedor de un saber supuesto (véase capitulo 2, [1.3 y capitulo 3, II.2). Durante mas de un siglo, en suma, nunca se puso en tela de juicio la legiti- midad documental de la imagen fotografica (si bien su legitimi- dad artistica, por su parte, tuvo que esperar mucho tiempo para establecerse). Ahora bien, es precisamente esta legitimidad de la vision foto- grafica la que atacé una importante corriente tedrica y critica de los afios sesenta y setenta. En una entrevista de 1969, que es, pa- rece, su primera expresién global y articulada, Marcelin Pleynet critica violentamente el automatismo de la imagen fotografica. Para él, este automatismo, y en general la construccién de la cd- mara fotografica, proceden del deseo de producir una perspecti- va cuyas anomalias potenciales serian definitivamente rectifica- das, y eso para reproducir indefinidamente «el cédigo de la visi6n especular definido por el humanismo del Renacimiento». La in- vencién de la fotografia por parte de Niepce, observa Pleynet, se produce «en el momento mismo» en que Hegel clausura la his- toria de la pintura, dandole un final; es, pues, en el momento en que se confirma por vez primera que la perspectiva tiene rela- cion con cierta estructura cultural, cuando la fotografia viene a borrar esta toma de conciencia, produciendo mecanicamente la ideologia perspectivista. Se ve dibujarse aqui un tema critico que sera rapidamente am- pliado a propésito del cine. Volveremos sobre él, pero es util se- fialar ahora las primeras consecuencias de esta teoria. En efecto, si la fotografia reproduce una ideologia, sdlo puede ser por el conjunto de su dispositivo y con destino a su espectador. La fo- tografia, en efecto, en cuanto registro perspectivista automatico, funciona como una especie de trampa ideoldgica, puesto que im- plica a un sujeto espectador que esté dispuesto de entrada a acep- tar la perspectiva como herramienta legitima de representacion (mientras que, para Pleynet, ésta no es sino un cédigo entre otros muchos y, lo que es mas, peligrosamente marcado ideolégicamen- te), y a creer que la fotografia es realmente un registro de lo real. Insisto: estas tesis son importantes y han marcado toda una época. Es facil hoy criticar una critica de la perspectiva que con- funde perspectiva natural y perspectiva artificial (véase capitulo 1, Il.2 y capitulo 4, 11.1); del mismo modo, parece facil distinguir entre el registro fotografico (la foto como huella) y la formaliza- cién fotografica (la foto como escritura), y no pensar ya que el 192 LA IMAGEN cardcter automatico de la imagen fotografica le impide ser elabo- rada. Pero estas distinciones fueron precisamente facilitadas por las tesis —excesivas, ciertamente— de la critica «ideoldgica», la primera en evidenciar la idea fundamental de un dispositive que relaciona la imagen, su modo de produccién y su modo de consu- mo y, por tanto, la idea de que la técnica de produccién de las imagenes repercute necesariamente en la apropiacién de estas ima- genes por parte de su espectador. Iil.2.3. «Técnica e ideologia» Sobre estas cuestiones y con esta orientacién, el conjunto de textos mds significativo sigue siendo la serie de articulos de Jean- Louis Como. titulada «Technique et idéologie» y publicada en 1971-1972 en los Cahiers du cinéma. Ese texto, inseparable de todo. un contexto (Comolli «responde», de manera intencionalmente polémica, a otras varias obras 0 articulos), sistematiza la refle- xi6n sobre las relaciones entre la imagen, en especial fotografica, su técnica, su dispositivo y la ideologia que este tiltimo transmite con destino a su espectador, planteando tres cuestiones precisas: — la cuestién de la relacién entre la imagen fotografica (y cinematografica) y la imagen pictérica definida en el Quattrocento: — la cuestién de la relacion entre la invencién de la fotogra- fia y la del cine; — la cuestién de la cdmara y de su papel como modelo. a) La cémara como metonimia del cine: de todo el apara cinematografico, la cdmara es la parte que mas directamente relaciona con lo visible: 4 — metonimiza la parte visible de la produccién y de la teen logia (versus su parte invisible, la quimica, el laboratorio); — trata directamente la luz y lo visible; — finalmente, se metonimiza a si misma en una parte que el objetivo. Este trata la luz more geometrico, segin las mo dades perspectivas para las cuales ha sido construido, y Como destaca el deslizamiento abusivo del objetivo a la objetividad ( particular en Bazin), que manifiesta segun él la imposicién ide légica de la camara. ! Todo esto autoriza a Comolli a extraer la conclusién de que la camara «transmite una ideologia de lo visible» y, por tanto, que una teoria materialista del cine debe distinguir cuidadosamente en la camara, lo que es herencia ideolégica de lo que es apot EL PAPEL DEL DISPOSITIVO cién cientifica. Esta observacién es capital y se habia hecho en su época indispensable por la existencia de tesis tecnicistas, ten- dentes a negar, en general, cualquier valor ideolégico a un instru- mento técnico, cualquiera que pueda ser su empleo (véase uno de los blancos a que apunta Comolli, el Cinéma et idéologie de Jean-Patrick LEBEL, 1970, para quien la cdmara no esta mas mar- cada ideologicamente que el lapiz o el avidn). Puede, como maxi- mo, notarse que, llevado por su ardor polémico, Comolli olvida también esta distincién, omitiendo totalmente, en su texto, tener en cuenta la «aportacién cientifica», y no deteniéndose sino en la ideolégica. b) La invencién del cine: también en este punto se apoya la posicién de Comolli en la critica de textos anteriores: el de Bazin, que tiene razon al negar a la ciencia el mérito de la invencién del cine, pero no la tiene al leer esta invencién como proceso «ideal»; el de Lebel, que rechaza admitir que, en cuanto practica significativa, el cine tiene que ver directamente con la ideologia. Para Comolli, la invencién del cine es una empresa totalmente independiente de la ciencia, pues la ciencia siempre ha estado re- trasada frente a los descubrimientos practicos, y éstos no han te- nido ninguna incidencia directa en su desarrollo. Asi, la cémara oscura fue inventada antes que la Optica cartesiana, la quimica de las superficies fotosensibles quedé muy retrasada ante las pri- meras experiencias de Niepce, por no hablar de la percepcién del movimiento aparente, inexplicado cuando se inventé el cine (y que Comolli atribuye, jay!, a la «persistencia retiniana»). Si esta invencidn nada tiene, pues, de cientifica, es porque, en su conjunto, esta determinada por una demanda ideoldgica ema- nada del medio social. También aqui simplifica Comolli enorme- mente los problemas y, por otra parte, se contradice parcialmente él mismo, puesto que observa justamente que el cine fue inventa- do por artesanos, movidos por motivaciones ideolégicas, pero tam- bién por cientificos interesados por el andlisis del movimiento y por el estudio de la percepcion. Sin embargo, su tesis es impor- ante y es significativo que se haya visto, después, reforzada por tesis comparables a propdsito de la invencién de la fotografia (en especial el texto de Peter Galassi ya citado, que establece que no fueron los descubrimientos técnicos, y menos atin cientificos, los que determinaron esta invencién, sino las modificaciones acaeci- das a fines del siglo xvi en la practica pictérica: véase capitulo 4, ID. c) La profundidad de campo: si Comolli trata de la profundi- 193 194 LA IMAGEN dad de campo en las peliculas, es en cuanto que esta ligada a la perspectiva, en especial por las famosas tesis de Bazin que hacen de una y otra los instrumentos de un plus-de-réel, en el interior de la representacién. Para Comolli, estas tesis y, mas ampliamen- te, todas las concepciones de la imagen filmica tendentes a auto- nomizar el espacio filmico (por ejemplo, las de Jean Mitry), deri- van de una ilusién fundamental que situa la representacién filmica bajo la dependencia de la representacién renacentista, es decir, en el interior de una ideologia, histéricamente determinada y cri- ticable. Este punto aparentemente menor de la profundidad de campo adquiere, muy pronto, una importancia creciente en el texto de Comolli, sin duda como reaccién a los textos de Bazin, que ha- bian hecho de él la clave de una concepcién evolucionista de la historia del cine. Sobre este punto, pues, Comolli ilustra mas sis- tematicamente su recurso a una historia materialista del cine, fun- dada en las nociones de prdctica significante y de temporalidad historica diferencial (tomadas respectivamente de Julia Kristeva y de Louis Althusser). 4 d) Conclusién provisional: iniciada como una manifestacion de la prioridad de la ideologia sobre la técnica, la serie de articu- los de Comolli se aparta muy pronto de ese primer objetivo (pronto. alcanzado), para intentar la redefinicién de las condiciones de historia del cine que evidenciase el papel mayor de la ideolo y el juego de la superdeterminacién (en el sentido de Althusser Para Comolli, el punto de partida crucial, alrededor de los dt tes sobre la profundidad de campo, es el de la ideologia reali (que tiende a identificar, a costa de una evidente fluctuacion, la ideologia de lo visible). Este debate sobre la historia no es lo que aqui nos interes directamente y retendremos més bien todo lo que, en este enf¢ que muy cronoldégicamente localizado (en el sentido también que hizo época), ofrece una respuesta, clara y argumentada, ¢ la cuestién de la determinacién técnica del dispositivo. Para molli, como para Pascual Bonitzer, para Jean-Louis Baudry y p Stephen Heath mis tarde, el dispositivo cinematografico sélo & comprensible si se analiza como articulador de la esfera de la tée nica y la de la estética (las formas filmicas) con una demandé ideolégica, formulada hacia atras y hacia adelante, y que det mina, pues, a la vez las invenciones técnicas y la aceptacién de dispositivo por parte del espectador, todo ello incluido en historia de la representacién y de las imagenes que es, amp! EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 195 mente, la historia de esta demanda ideolégica. En particular, sélo en raz6n de esta historia, que incluye por ejemplo la formacién del estilo «clasico» fundado en la transparencia —pero también la aparicién del sonoro, del color, de la pantalla panoramica— el cine puede ser caracterizado, Por parte de estos criticos de prin- cipios de los afios setenta, como «totalmente sometido a la ideo- logia burguesa». Después de haber sido objeto de innumerables discusiones du- rante un decenio, estas tesis estin hoy algo olvidadas, esencial- mente a causa de un olvido generalizado (e injusto) de su marco conceptual (marxismo, althuserismo). En particular, si bien el de- bate sobre la historia continua siendo extremadamente actual, la nocién de ideologia se encuentra casi inutilizada, al menos en el sentido relativamente preciso que habia intentado deducir de ella la critica marxista. A pesar de las aporias de toda definicion de esta noci6n, es licito lamentar este abandono por haber sido rapi- damente reinvestido el lugar teérico dejado asi vacio por enfo- ques bafiados en beato empirismo, sobre un fondo de recuentos, de estadisticas y de un tosco buen sentido, que representan indu- dablemente una regresién (aunque estan, como por ejemplo los trabajos de Barry Salt, apoyados en encuestas objetivamente exactas). HI.3. El dispositivo como mdquina psicoldgica y social Para terminar, vamos, pues, a caracterizar rapidamente las ba- zas del dispositivo en el interior de la esfera social. No existe, hasta hoy, ninguna teoria global sobre esta cuestién, y lo que si- gue sdlo representa, evidentemente, un intento de elaborar una a partir de unos enfoques dificilmente compatibles desde sus pre- supuestos divergentes;: se ‘trata solamente de delimitar la cuestién sefialando los trabajos mas destacados. II1.3.1. Los efectos sociolégicos La sociologia de la imagen no es, ciertamente, la mas avanza- da de estas ramas. Existen muchos estudios socioldgicos sobre la recepcién de los medios (y también sobre la recepcién de las obras artisticas), pero estan centrados la mayoria de las veces en cues- tiones de «contenidos», para intentar por ejemplo evaluar la inci- ducidas que otras, pero, al fijarse casi exclusivamente en ané de lo representado, evitan por regla general la cuestién misma d dispositivo, que consideran obvia. : La gran excepcién es aqui, evidentemente, el trabajo, ya co, de Pierre Bourdieu sobre la fotografia, su practica masiva po parte de los aficionados, y su recepcion por un publica que es exactamente el de la pintura, un publico al que la pintura « ta» y que encuentra en el arte fotografico ese art moyen (es @ titulo del estudio de Bourdieu) apto pata tranquilizarlo. Se es dia asi la fotografia como practica social a mitad de camino en la diversion y el arte, que define un publico que le es propio: quefio burgués, con estudios secundarios, etc. Las conclusion a las que llega el autor, a partir de encuestas Hevadas a cabo 1 los afios sesenta, son hoy ciertamente muy discutibles, vista la ra- pida evolucién del lugar del arte fotografico en nuestra soci y la evolucién correlativa de su publico: la fotografia esta a to de convertirse en un arte plenamente legitimado, en todo caso en términos de mercado, siendo la tendencia la tirada unica € muy limitada), firmada por el artista, expuesta y vendida en circuito de galerias copiado al de la pintura. Pero el método todo, por el cuestionamiento metodoldégico constante al que autores someten su trabajo. dispositivo en la recepcidn de las imagenes. Asi que los trabi mds interesantes en este campo son producto, no de socidlog ) sino de historiadores. Hay que citar aqui, principalmente, to | Jo que se ha bautizado a veces como «historia social del arte) y que agrupa numerosos estudios histéricos, de tendencias m diferentes, pero que tienen en comin el abandono de la histo ri tradicional del arte (historia de las formas) para abordar histé1 camente los problemas de produccién y de recepcion de las obras En este conjunto se encuentran, a decir verdad, estudios de to di clases: por ejemplo, estudios de representaciones sociales, com el notable anilisis, realizado por Francis Klingender, de la icon grafia de la primera revolucion industrial en ciertas producei artisticas inglesas; 0 estudios con vocacién tedrica globalizador y modelizadora, como el tratado de Arnold Hauser sobre The cial History of Art, que es una especie de vuelo sobre la hi del arte occidental, desde un punto de vista marxista (poco a EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 197 do, por otra parte, ya que Hauser desarrolla una variante sin ma- tices de la «teoria del reflejo», que pretende que las obras de arte, en su produccién y su recepcién, reflejan literalmente la division en clases de la sociedad). No podemos citar aqui todas las tendencias de la historia so- cial del arte y bastaran dos ejemplos para demostrar su interés para un enfoque sobre los efectos sociales de la imagen (artistica). a) El Ojo del Quattrocento: bajo este revelador titulo se ha traducido recientemente un estudio clasico de Michel BAXANDALL (1972) sobre la pintura en Italia en el siglo xv. La tesis central del libro es que, determinada ante todo la vision de una pintura por factores socioideoldgicos, es indispensable, para comprender la manera en que los hombres del siglo xv veian las pinturas con- temporaneas, buscar los factores que influian mayoritariamente en su visién. Baxandall enumera varios, cuya relacién, mas o me- nos directa, con la concepcién dominante de la pintura estudia: — la gestualidad de la corte, que da un sentido preciso y co- dificado a ciertos gestos representados en los cuadros; — la retorica del sermén, referencia implicita a numerosas obras que ilustran esa figura cldsica, supuestamente conocida por todos; — él texto biblico, evidentemente; — la danza y el drama sagrado (que se encuentran, como la gestualidad de la corte, en el origen de las posiciones de persona- Jes pintados, como en la célebre Primavera de Botticelli); — la simbologia de los colores, una superviviente de la Edad Media y de una tradicién antigua (que pretendia por ejemplo que el azul ultramarino de que estaba hecho el manto de la Virgen simbolizaba el manto celeste, la béveda de los cielos); — la fascinacién de las matematicas. Los banqueros que de- sarrollaban la contabilidad por partida doble, pero también los toneleros que aplicaban la geometria de los voliimenes, atestiguan, para Baxandall, el gusto de la sociedad toscana del siglo xv por modelos matematicos, de los que se sabe, por otra parte, que fue- ron ocasién para los pintores de innumerables ejercicios, de un virtuosismo a veces inaudito, en materia de construccién Pperspec- tivista; — el gusto por el virtuosismo en general, apreciable igualmente en musica © en poesia; — el simbolismo de los cinco sentidos. A estos factores afiade ademas Baxandall una lista de valores propiamente pictéricos (los de los pintores en el ejercicio de su 198 LA IMAGEN oficio), y cuya heterogeneidad misma tiene valor tedrico general: sociolégicamente hablando, el dispositivo funciona simulténeamen- te en varios niveles que implican saberes especializados de tipos muy diversos y el recurso a codificaciones simbélicas muy intensas. b) La «absorcidn»: con este término designa Michael Fried el estado psicoldgico de ciertos personajes pintados, que parecen (como l’Enfant au toton de Chardin) concentrados, absortos por una ocupacién 0 por sus pensamientos, 0 por una conversacién (con un interlocutor invisible, como el retrato de Diderot realizas do por Fragonard), etc. El estudio se hace sociohistérico cuando Fried emite la hipétesis de que ese estado es. caracteristico de una parte muy elevada de pinturas francesas del siglo xvi y que predominio de esta figura de la absorcién cn las obras de época no puede explicarse sin hacer referencia a un sistema d valores implicito, que es a la vez el de los pintores y el del supues= dor. t 7 ‘pues de Fried es doblemente interesante para nuestro pro posito: no sdlo opera (como Baxandall sobre otro momento de la historia) un enlace entre los valores pictéricos y los fenémeno ideolégicos 0 sociales (por ejemplo, el valor de los diferentes 4 neros de la pintura, la teoria de las pasiones y de su expresiét ») sino que lo hace a propésito de una figura pictorica que se re! re, ante todo, a la presencia de un espectador ante la tela. efecto, si tantos cuadros franceses del siglo xvill representan sonajes absortos, es en virtud de una «suprema ficcin»: el olvi do del espectador. A través de esta ostentosa escenificacion la segregacién de espacios, Fried lee, en ultimo término, el de de afirmar la pintura como un arte (un dispositivo) especil independientemente del dispositivo erigido entonces como modt lo, el del teatro. Relacionando cuadros y textos contemporane que corroboran esta idea, acaba produciendo, pues, un ana del dispositivo pictérico en el siglo XVIII. Podrian citarse otros muchos ejemplos interesantes, tales cx el libro de Michel Thévoz sobre el academicismo en la pint francesa del siglo xix, los de Timothy J. Clarke sobre Co y el realismo pictérico, etc. Lo importante es subrayar de m que estos trabajos representan un enfoque indirecto, via el jo histérico, de los efectos sociales del dispositivo, y que importante prolongarlos con estudios de la misma calidad b estos efectos en la época contemporanea (entre otros, a propé de la imagen movil, cine y video). 7 ] EL PAPEL DEL DISPOSITIVO: 199 11.3.2. Los efectos subjetivos El dispositivo, lo hemos repetido constantemente, es lo que regula la relacién del espectador con la obra. Tiene pues, necesa- riamente, efectos sobre el espectador en cuanto individuo. Aca- bamos de dar implicitamente un ejemplo de ello con el estudio de Michael Fried, puesto que el espegtador al que se «impide» mirar desde la escena ficticia pintada en la tela esta situado a una distancia psiquica especifica, que refuerza, en este caso, el polo del saber (sin debilitar forzosamente, por otra parte, el de la cre- dibilidad). Pero, atin sobre este punto, es la teoria del cine la que mas sistematicamente ha estudiado estos efectos desde una perspecti- va ampliamente inspirada por el psicoandlisis (aunque muchos de sus resultados siguen siendo interesantes en términos absolutos). El término mismo de dispositivo fue introducido en 1975 por Jean- Louis Baudry como titulo de uno de los articulos que dedicé a la teoria del espectador cinematografico. En su vertiente metapsi- cologica (pues encontraremos de nuevo a Baudry algo mas tarde, a propdsito de los efectos ideoldgicos), el estudio de Baudry esta centrado en la impresién de realidad y en sus raices. Baudry veri- fica que el dispositivo cinematografico determina un estado re- gresivo artificial, acompafiado de lo que él llama «una relacion envolvente con la realidad» (ausencia de delimitacion del cuerpo, que parece fundirse con el mundo diegético, con la imagen): «El aparato de simulacién consiste [...] en transformar una percep- cién casi en una alucinacién, dotada de un efecto de realidad no comparable con el que aporta la simple percepcién». Baudry pone, pues, el acento en la parte nostdlgica propia de este dispositivo y que especifica en varias direcciones: regresién narcisista, asimi- lacién al ensuefio, pero también retorno a un pasado mitico, en este caso el mito platénico de la caverna. En «Le dispositif», Baudry traza asi un largo paralelismo entre la situacién del espec- _ tador de cine y la de los esclavos encadenados en la parabola de Platon, condenados a no ver de la realidad sino las sombras pro- yectadas sobre la pared situada ante ellos. Fue Christian Metz quien desarrollé mas frontal y sistemati- eamente, en Psicoandlisis y cine, los aspectos subjetivos del dis- positivo-cine: ,porqué se desea ir al cine en general (independien- femente de la pelicula)? ~Cémo produce el dispositivo-cine un elerto tipo de espectador? gCémo se comporta el sujeto especta- 200 LA IMAGEN dor durante la proyeccién? etc.° Esta riquisima perspectiva ha — sido alimentada por numerosos estudios centrados en puntos mas particulares (véase, recientemente, varias interesantes contribucio- nes en la antologia Cinéma et psychanalyse, dirigida por Alain’ Dhote). ; El estudio de otros dispositivos (video, fotografia, pintura) esta, en esta direccién del sujeto espectador, claramente menos adelan— tado. Hay que sefialar sobre todo: 2 — poruna parte, unos estudios que han prolongado la teorfa del cine, importando la nocién de dispositivo a la reflexién sob la fotografia por ejemplo (varios articulos, en los afios setenta en la revista inglesa Screen); h ui — por otra parte, por supuesto, toda la corriente cognitiv: ya mencionada en el capitulo 2, y que, al desarrollarse, se vel necesariamente inducida a tratar sobre la influencia del disposi vo cinematografico sobre su espectador, en términos que ya no seran los de la metapsicologia freudiana, HIL.3.3. Los efectos ideoldgicos En la frontera, en cierto modo, de lo subjetivo y lo s ¢ el dispositivo se define, finalmente, por sus efectos ideoldgic Estos efectos fueron, en efecto, los primeros en ser es ui dos, no forzosamente porque fueran los mas importantes ni le mas faciles de comprender, sino porque la nocién misma ded positivo aparecié en el mismo momento, «en la misma line que un conjunto de trabajos, ya mencionados, sobre las pra i artisticas en cuanto fendmenos ideoldgicos «de parte a parte» (C molli). El envite de estos trabajos, como se ha sefialado yi la afirmacién de que, en las obras de arte, la ideologia no. set mite solamente en el plano de los contenidos, sino también el plano formal y en el plano técnico. La misma nocién de ic gia nunca se elaboré tanto como en esa época y puede co rarse, por ejemplo, que el articulo de Althusser «Idéologie e pareils idéologiques d’Etat» (1970), desempefid un papel de mar conceptual esencial para toda una serie de estudios sobre los tos ideoldgicos del cine. También aqui, en Pleynet, en Baudry, en los Cahiers du 6. No desarrollo mas estas cuestiones, que han sido expuestas en Estétid cine y, parcialmente, en Andlisis del film. ¥ EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 201 ma, en. Cinéthique, se encuentra alrededor de 1970 el conjunto mas importante de textos sobre esta cuestién. En lo referente es- pecificamente al dispositivo, estos textos, a pesar de importantes disentimientos, convergen alrededor de algunas tesis: el cine, en su forma dominante, manifiesta una busqueda de la continuidad y del centramiento; una y otra de estas caracteristicas se ven como constitutivas del sujeto y la funcién ideoldgica del cine consiste en constituir en sujeto a un individuo situandolo imaginariamen- te en un lugar central. En el cumplimiento de esta funcion, el dis- positivo desempeiia un papel esencial; es lo que no es visible, pero que permite ver. En particular, en este dispositivo, se pondra el acento la mayoria de las veces en los instrumentos 6pticos: la ca- mara, concebida como instrumento de una reproduccién indefi- nida del sujeto centrado de la ideologia burguesa, siendo su ma- nera de representar el mundo el resultado de toda la historia de la «representacién burguesa»; el proyector, concebido como un «ojo tras la cabeza» (André Green), que encarna también ese ojo genérico que es la gran metdfora del cine. Tal dispositivo esta en- teramente centrado en el ver: el espectador es un «omnividente» (Metz), es decir, a la vez omnividente y sin hacer otra cosa que ver, y en esta restriccién al ver —que es mds a un ver constante- mente recentrado por la éptica perspectivista, constantemente pro- ducido segin el modo de una continuidad ilusoria— se represen- tan los efectos ideoldgicos. Esta reflexién ha afectado sobre todo al cine, en cuanto apa- recia, a causa de la fuerte impresién de realidad que desprende, como el vector privilegiado de una ideologia «de lo visible» (Co- molli). Pero llevaba necesariamente a reconocer que estos efectos ideoldgicos asignados al dispositivo-cine no habian caido del cie- lo y que, por el contrario, se inscribian en una larga historia cul- tural. Para Jean-Louis Baudry, asi, la produccién, por parte del dispositivo-cine, de un sujeto centrado, ha de leerse en el sentido de conseguir la nocion de sujeto trascendental tal como se elabo- 16 desde Descartes al existencialismo, y de la cual es una repre- sentacion la escena del cine (una «teatralizacion», dice Baudry), Mas ampliamente atin (pero de manera todavia mas vaga), Jean- Pierre Oudart refiere toda la historia de la representacién en el arte occidental desde el Renacimiento a una concepcién del suje- to: «Lo propio de la representacién burguesa sera producir sus figuras como reales para la mirada de un sujeto supuestamente ignorante de las relaciones de produccion en las que se inscribira «| producto pictérico, como todos los demas productos. [...] Po- 202 LA IMAGEN dria definirse asi la ideologia burguesa como un discurso en el que un sujeto (el sujeto del significante, dicho de otro modo, el sujeto de la produccién, en la medida en que el significante con- siste en un producto econdmico, lingiiistico, etc.) ha articulado la cuestién de su propia produccién, de su advenimiento simbdli- co, seguin el modo de la represién, siendo lo propio de la burgue- sia, como también Marx observaba, el concebirse como ahis- térica». A pesar de su particular orientacién filoséfica (y lejanamente politica), esta corriente coincide asi con una reflexion mas anti- gua sobre las incidencias culturales de la imagen y de su recep- cidén. Se piensa, desde luego, inmediatamente, en los trabajos de Pierre Francastel, que, en la bisagra de la historia del arte y del estudio ideolégico, habia desarrollado largamente la tesis de que los momentos de mutaci6n intensiva en la historia de la represen- tacion (Renacimiento, vanguardias de principios del siglo xx) co- | rrespondian a mutaciones en la manera de ver en el interior de la sociedad entera. Pero podrian citarse también aqui numeroso filésofos, que reflexionaron sobre la actividad simbdlica en g ral (y, en particular, en y por las imagenes). La nocién de foi simbélica, debida a Ernst Cassirer y que se aplica a todas las gri des funciones del espiritu humano (arte, mito, religion, cognicién) fue popularizada asi por la aplicacién que hizo de ella Erwin ‘ nofsky a la perspectiva (véase capitulo 4, II), aunque podria tarse igualmente toda una corriente de la filosofia analitica, desarrolla la definicion, realizada por Wittgenstein, del arte forma de vida (Lebensform), es decir, como contexto com de un lenguaje dado, etc. IV. CONCLUSION: DISPOSITIVO E HISTORIA Ya lo deciamos al empezar: el dispositivo es lo que re relacién del espectador con sus imagenes en un cierto coi simbolico. Ahora bien, lo que aparece al final de este pano de los estudios relativos a los dispositivos de imagenes, es 4 este contexto simbélico es también, necesariamente, un con social, puesto que ni los simbolos ni, mas ampliamente, la de lo simb6lico en general, existen en abstracto, sino que terminados por las caracteristicas materiales de las form: sociales que los engendran. ; Asi, el estudio del dispositivo es forzosamente un estudio _ ¥ Anne-Marie Duguet, en la EL PAPEL DEL DISPOSITIVO 203 t6rico: no hay dispositivo fuera de la historia. Esta observacién puede parecer trivial ({hay algtin fenémeno humano que esté fue- ra de la historia?), pero no es inutil formularla explicitamente, al haber sido forjada la nocién misma de dispositivo en el marco de un enfoque teérico tentado a menudo por la universalizacion de sus conceptos, empezando por las nociones de inconsciente o de ideologia, de las que nada prueba su aptitud para explicar unos efectos simbélicos producidos en todas* las sociedades humanas. No se trata aqui de hacer una historia, ni siquiera de dar una lista, de los dispositivos de imagenes, El lector se habra apercibi- do de que algunos dispositivos, mejor estudiados, acaso mas lla- mativos que otros, se citan de manera recurrente en este libro que se limita a verificar el estado de los lugares tedricos. Notemos simplemente que la cuestién del dispositivo es quizas el terreno en el cual podran coincidir mas facilmente las diferentes tradicio- nes tedricas y criticas sobre el estudio de las imagenes. El estudio del dispositivo-cine esta muy adelantado conceptualmente hablan- do, pero el estudio del dispositivo Pict6rico esté mucho mas ade- lantado desde el punto de vista de su historia. A pesar de la la- mentable parcelacién de las investigaciones, no es, pues, ilicito esperar algunos beneficios de los cruces que se dibujan aqui o all4, sobre todo alrededor de las modalidades mas nuevas de la imagen, como el video.’ V. BIBLIOGRAFIA V.1. La dimension espacial del dispositivo Alberti (Leon Battista), On Painting (1435-1436), trad, ingl., Yale Uni- versity Press, 1956 (trad. cast.: Sobre la pintura, Valencia, Fernando Torres, 1974). Arnheim (Rudolf), The Power of the Center, University of California Press, 1981 (trad. cast.: El poder del centro, Madrid, Alianza, 1989), Aumont (Jacques), Z ’QEit interminable, Librairie Séguier, 1989; «Le point de vue», en J. P, Simon y M. Vernet (comps.), Enonciation et ciné- ma, Communications, n. 38 (1983), 3-29. 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El papel de la imagen La imagen solo existe para ser vista por un espectador histéri- camente definido (es decir, que trate con ciertos dispositivos de imagenes), e incluso las mas automaticas de las imagenes auto- miaticas, las de las cémaras de vigilancia, por ejemplo, se produ- cen de manera deliberada, calculada, con vistas a ciertos efectos sociales. Cabe, pues, a priori preguntarse si, en todo esto, tiene la imagen un papel que sea suyo propio: {No se produce, se pien- sa y se recibe todo, con respecto a la imagen, como momento de un acto, sea, poco importa, social, comunicacional, expresivo © artistico? En rigor, el papel de la imagen es ciertamente asignable a uno u otro de los actantes de la historia social de las imagenes. Si lo aislamos aqui, de modo algo artificial, es, evidentemente, por pura comodidad, porque eso permite dar cuenta de todo un conjunto de investigaciones sobre la representacion que, en mayor 0 menor grado, han considerado la imagen como dotada de valores inma- nentes, Cedemos asi, durante un capitulo, a la tentacién de personifi- La imagen Convertida ya en una materia de ensefianza tan importante como la letra impresa, y a la vez terreno fascinante y parcialmente enigmatico, la imagen en cuanto tal plantea ciertas cuestiones a las que Jacques Aumont —coautor de Estética del cine y Andlisis del film, ambos textos publicados también por Paidés-— pretende responder con este libro. Por ejemplo, qué es ver una imagen y cémo se caracteriza ésta en cuanto fenémeno perceptivo; quién mira la imagen y qué tipo de espectador supone esa mirada; cual es el dispositivo que regula la relacion del. espectador con la imagen; como representa la imagen el mundo real y como produce significados; o cudles son los criterios que nos llevan a considerar algunas de estas imagenes como artisticas, como pertenecientes a la esfera social del arte. Originalisima sintesis de los distintos saberes contemporaneos sobre el tema, el texto no esta dirigido Unicamente a estudiantes y profesores, sino también a todos los interesados en los distintos aspectos de la materia, ya se trate de la imagen filmica, de la pictorica 0 de la fotografica, por mencionar sélo algunas de las posibilidades. ISBN 978-950-12-7548. 8 -3 194.04: | www.planetadelibros.com 78950 1127548: www.paidosargentina.com.ar Up|SEDTUNWOD sopied

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