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El último rincón del sol 1 Luis D.

Milanés Mondaca

LEYENDAS

camaroneñas

Luis D. Milanés Mondaca

Chile – Arica - 2008


El último rincón del sol 2 Luis D. Milanés Mondaca

DEFINICION

Leyenda es una “relación de sucesos que tienen más de tradicionales


o maravillosos que de históricos o verdaderos”.

La leyenda es un relato hablado que se conserva en la tradición oral


de un pueblo. Indica lugares con precisión y en su origen tiene
antecedentes históricos. Por lo mismo, sus personajes son
identificables, aunque nunca iguales al personaje o hecho en el cual
se basan. Posteriormente, la leyenda pasa a la escritura, con lo cual
se fija, perdiendo una de sus características: la capacidad de
transformarse.

La leyenda es una narración ficticia, pero basada en la realidad, ligada


a temas de héroes, de la historia patria, de seres mitológicos, de
almas, de santos o sobre los orígenes de hechos varios.

La leyenda pertenece al folclore y por ello corresponde a la más


arraigada sabiduría de un pueblo.

Expresa los deseos, los anhelos, los temores, los ideales y sueños
que son parte de la visión global que tiene ese pueblo de su propia
historia y de sus relaciones con la naturaleza.

Cuando se hacen estudios históricos, etnográficos, sicológicos,


sociológicos y geográficos es necesario recurrir también a la leyenda
para ver cómo la colectividad percibe su forma de ser y su medio.

La leyenda no pretende explicar lo sobrenatural; es un relato que, a


partir de hechos y personajes reales, hace resaltar algún atributo o
característica de un pueblo, región o ciudad.

La leyenda no pretende explicar nada, sino relatar un suceso. Tiene un


fin moralizante y es didáctica.

Si bien transcurre en un tiempo histórico reconocible, la leyenda se


diferencia de la historia porque ésta son hechos comprobables,
mientras que nadie puede probar que lo narrado en una leyenda haya
ocurrido realmente, y porque la historia se conoce por la escritura, a
diferencia de la leyenda que se difunde oralmente.

Real Academia ESPAÑOLA de la Lengua


El último rincón del sol 3 Luis D. Milanés Mondaca

INVENTARIO

KAPILQULLU
(Cerro Castrador)
LA FIESTA DE LOS ESPIRITUS
LOS TRES ZORROS Y LAS NIÑAS
LA LEYENDA DE LA PRINCESA KAPULI
LA VISITA DE DON FLORENCIO FLORES
LA CULEBRA Y SU ESPOSA
EL LAGARTO Y SU ESPOSA
EL ÚLTIMO RINCON DEL SOL
EL LABRADOR
UN PASEO POR EL CERRO T’UKURIQULLU
KJASKARA
(La poza embrujada)
LA PAMPA ENCANTADA
EL CERRO SANCHIZA
EL CONDENADO
LA CRUZ DEL CURA
EL ALARACO
EL PUEBLO DE CIVITAYA
EL SAN PEDRO DE ESQUIÑA
PROCESIONES DE ALMAS
LA PIEDRA GRANDE
LA GATITA CASAMENTERA
El último rincón del sol 4 Luis D. Milanés Mondaca

KAPILQULLU
(Cerro Castrador)
Tomado del acervo cultural del pueblo de Cobija

Por allá por los tiempos en que los chaskis transitaban en


caravanas reales, por el Camino del Inca, sucedió esta historia.
Una de esas caravanas transitaba por el camino que pasaba
por el Cerro Kapilkqullu, cerca del pueblo de Cobija, Comuna de
Camarones. En esta real caravana, que venía desde el Cusco, iba
una de las princesas del Imperio Inca, acompañada por un
centenar de fornidos guardias. Tras el cerro, escondidos, estaban
unos bandidos del lugar, los cuales, sin misericordia y de manera
sanguinaria atacaron y mataron a todos los soldados. Sólo
dejaron viva a la princesa y a sus acompañantes. Los
bandidos hicieron fiesta, y luego sin clemencia ultrajaron,
violaron y masacraron a la bella princesa y a sus fieles
acompañantes.
Luego vino el sueño; y con el sueño la noche, y con la noche
se dejó venir la espesa, fría y abrumadora camanchaca; lenta
pasó, vengativa de frío pasó.
Al otro día cuando los bandidos se despertaron se percataron
que, todos ellos, sin darse la más mínima cuenta, habían sido
castrados de sus genitales.
Por eso al cerro se le llamó Cerro Castrador; y cuenta la
leyenda que aquel que pase la noche a los pies de aquel cerro, al
despertarse, amanece castrado.

LA FIESTA DE LOS ESPIRITUS


Tomado del acervo cultural del pueblo de Esquiña

En todos los pueblitos de la Comuna de Camarones se celebra


el “Día de los Difuntos”. Es un día muy especial ya que todas las
familias que han tenido difuntos recientes, es decir hasta tres
años atrás, se preparan de una manera muy efusiva para esperar,
en la noche del primero al dos de noviembre, la llegada de los
Espíritus de sus seres queridos, que por esa única noche del año,
vienen a compartir con sus parentela amada.
El último rincón del sol 5 Luis D. Milanés Mondaca

En esta noche, en que los vivientes tienen un gran festejo con


sus difuntos, nos adentraremos en la familia Chuqichambi del
pueblo de Guañacagua.

Miércoles 30 de octubre, por la mañana, 10 horas.

Toda la familia se ha juntado en la casa de los Chuqichambi


para preparar las cosas que más le gustaban al finado Emilio.

- “Abuela, ya están listas las figuritas de masa para el


abuelo.”

Las figuritas de masa dulce representan las cosas o


sentimientos que más alegraban a don Emilio; o eran sus deseos
o sus herramientas de trabajo. También representan los buenos
sentimientos de sus deudos hacia él. Por ejemplo, entre las
figuritas de masa, se representa un camión, porque él quería
mucho su camión tres cuartos; también hay varios corazones
porque el era muy bueno con todos; humeantes hay también unas
escaleras, que representan el deseo de estar juntos e ir al cielo, o
él bajar para estar con los suyos cuando se le recuerde, como en
esta oportunidad. Hay también algunas cucules que reflejan el
sentimiento de paz que siempre inculcó; junto a estas cucules
está la figurita de su perro regalón para que le acompañe por
siempre.

Jueves 01 de noviembre, por la mañana, 9 horas.

La abuela Felicinda junto a sus hijos Feliciano, Presentación y


Zacarías han llegado temprano por la mañana a limpiar la tumba
del abuelo Emilio, que hace tres años falleciera limpio y tranquilo
en su cama de un infarto cardiaco.
Traen flores del campo y unas coronas de flores de papel que
sus hijas Emilia y Andrea confeccionaron para su viejito amado.
La abuela se sienta sobre una piedra junto a la tumba; luego
fija penosamente su mirada sobre la cruz de madera quemada por
el sol; y los recuerdos le inundan su cansado pensamiento,… una
lágrima de amargura recorre su agrietada carita de setenta y seis
años.
Luego dirigiéndose a su hijo mayor, dice:

- “Zacarías, hoy será la última noche que estaremos con tu


padre. Esta debe ser la fiesta más linda que podamos darle.
El último rincón del sol 6 Luis D. Milanés Mondaca

Que nada falte, pues ya nunca más vendrá su espíritu con


nosotros…que el Cantor le rece bonito.”

Jueves 01 de noviembre, por la noche, 22 horas.

Cuando la familia Chuqichambe llega a las puertas del


cementerio ven un espectáculo que sólo se puede apreciar por
una sola vez en el año, justamente en esta noche, la Noche de los
Difuntos. Todas las tumbas están rodeadas de sus respectivas
familias, las que han puesto multitud de velas en su entorno. El
cementerio a diferencia de las otras noches no es un sitio
espeluznante, pues allí ahora se manifiesta la alegría, el candor y
la calidez familiar. Algunas familias han llevado un radio portátil
en el que tocan la música favorita de su finado. Otra familia más
entusiasta ha contratado un grupo de “Lakitas” que con sus
zampoñas ya entonan hermosos takiraris. Una “Tarkeada”, en el
otro extremo del cementerio, interpreta entristecidos guainitos.
Como es la costumbre, a modo de mesa, sobre la tumba, los
Chuqichambi han extendido una manta colorida sobre la cual se
disponen todas las figuritas de masa, unas cuantas cervezas, una
garrafa de pintatani, un poco de hojas secas de coca, un plato
con asado de cordero acompañado de arroz y ensalada; también
acompañan unas cuantas frutas de la estación arrancadas de los
árboles de sus propias chacras. Todo esto con el fin de atender
muy afectuosamente a don Emilio, cuyo espíritu , ya pasada las
doce de la noche se va a presentar ante sus queridos.
El nexo principal y muy importante en esta “Fiesta de los
Espíritus” es el Cantor, el cual con sus rezos armonizados con
melodías fúnebres, hace sentir el espíritu esperado del difunto.
La abuela está expectante, ya que la tradición cuenta que
llegada la tercera visita el difunto se irá a ocupar su lugar celestial
y ya no regresará. Solamente queda el consuelo de encontrarse,
más adelante, en el más allá.
El Cantor, en estos momentos, está acercando otros espíritus
a sus familias, unos que vienen por tercera, segunda o primera
vez; sólo se puede observar la alegría de aquellos que ya están
con sus seres idos. Se escuchan las melodías preferidas de los
difuntos, y algunas familias ya han empezado a bailar entorno a
las tumbas.
Al escuchar las bellas melodías la abuela Felicinda comenta
con su nieta mayor:
El último rincón del sol 7 Luis D. Milanés Mondaca

- “Hijita, si tu abuelo aquella noche no hubiera ido al festejo


de los ocho días del finado Florencio, estoy segura que
todavía estaría conmigo. Esa noche me comentó que al
quemar la ropa del finado Florencio el humo se inclinó
hacia él. Me dijo – Feli, el humo de la ropa se vino hacia mí.
Estoy seguro que el próximo seré yo – a los cinco meses
después, durante ese caluroso verano del 2002, le dio un
paro al corazón y murió…se fue tranquilito, sin quejarse
siquiera.”
- “Abuelita, aquí llega el Cantor.”

El Cantor saludó a los parientes y comenzó con su ritual.


Todos estaban alegres siguiendo las instrucciones del Cantor.
Por un breve momento todos callaron. Era el momento de recibir
al abuelo Emilio. Los corazones latían más rápidamente que de
costumbre.

- “Ya está” – terminó diciendo el Cantor.

Al terminar la ceremonia dieron al Cantor gran parte de las


cosas que habían puesto sobre la improvisada mesa de difuntos.
Este guardó todo en una gran alforja que llevaba a cuesta sobre
sus hombros; luego se despidió muy amablemente, y la familia
toda le agradeció.

Mientras la familia Chuqichambi se retiraba, en el cementerio


seguía la “Fiesta de los Espíritus”.

- “Ojalá que Percutor le lleve en su nariz cuando tenga que


cruzar las grandes aguas de ultratumba” – comentó
Presentación.
- “Seguro que ahora mismo ya lo está llevando en su nariz
para que no se ahogue el viejito. No en balde era su perro
regalón” – dijo Zacarías.
- “Cierto, para eso lo echamos al fuego cuando
quemábamos la ropa de nuestro viejito, para que se fuera
junto con él, y lo acompañara por siempre” – complementó
Presentación.
- “Bueno, el amor es así; el amor entre la gente y el amor
entre la gente y los animales. Así es la cosa” – dijo
Feliciano.
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- “Yo, menos mal que tengo mi perrito fiel. El que me llevará


al cielo montado en su nariz, para que no me ahogue” –
replicó Zacarías.

En esos momentos la abuela Felicinda miró al cielo lleno de


estrellas, como suele ocurrir en este cielo limpio de Guañacagua,
y vio una estrella fugaz deslizarse por el paño negro, la miró
plácidamente y comentó para sus adentros:

- “Allí va mi viejito, al cielo, montado en su perro Percutor.


Cuídate, ya estaremos juntos otra vez.”

LOS TRES ZORROS Y LAS NIÑAS


Tomado del acervo cultural del pueblo de Illapata

Esta es una leyenda del tiempo de los gentiles.


Estando el pueblo en fiesta de carnavales, todas las tardes se
juntaban a cantar y bailar las ruedas. Y era justo que al ocultarse
el sol llegaban al festejo tres buenos mozos jóvenes, todos ellos
vestidos de impecable tenida café, la nariz muy respingada, los
ojos muy vivaces y los sentidos alerta para estar siempre al lado
de las señoritas.
Lo curioso era que al llegar las horas del alba, éstos con sendas
disculpas se alejaban muy apresurados del lugar.
Lo mismo ocurrió en la segunda noche de fiesta.
Así que en la tercera noche, y cuando estos jóvenes ya estaban
por irse, las niñas los sujetaron firmemente para que no se
escaparan. Grande fue la sorpresa y el terror al ver que estos
señores acababan por convertirse en tres horripilantes zorros que
asustados arrancaban por entre sus piernas.
Desde esa vez las damas, en todas las fiestas, tienen mucho
cuidado de encontrarse con gente extraña.
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LA LEYENDA DE LA PRINCESA KAPULI


Tomado del acervo cultural del pueblo de Codpa

Bien se sabe que el poblamiento del Valle de Codpa se


produjo aproximadamente 500 años después de Cristo, por la
cultura Tiwanaku, quienes se establecieron a lo largo del valle
compartiendo sus tradiciones y cultura.
Hacia el año 1000 después de Cristo la cultura Tiwanaku
decayó. Entonces llega al valle el señorío Karanka quien
comienza a ejercer dominio territorial.
Aproximadamente en el año 1450 después de Cristo entra al
valle el Inca Pachakuti, con su ejército, con el cual logró derrotar
y conquistar al señorío karanka. De esta manera el Inca Pachakuti
incluyó en sus dominios todo el territorio actual del valle de
Codpa.
Junto con los soldados del imperio Inca, que vinieron a
establecerse en esta comarca, llegó una princesa. La hermosa
princesa Kapulí. Ella puso sus pies en esta tierra cuando tenía
quince años de edad, y venía a cargo de su señora madre, una de
las esposas del Inca. A la cual, por su frescura y alegría, la
comunidad entera le demostraba respeto y admiración.
Fue así que, estando entre la gente del valle, halló galanura en
el trato de un joven agricultor. Como era de esperar sus jóvenes
corazones se unieron en un intenso amor, lo cual no fue bien
visto por la guardia real, quienes cuidaban en la niña la
grandiosidad de su linaje.
Apenada, Kapulí, por la prohibición planeó, en esa noche de
luna llena, juntarse con su amado para fugarse a otro lugar y
vivir su amor puro.
Guiados por los plateados rayos de luna llena, los pasos de los
enamorados, bajaron presurosos al encuentro en la chacra
cercana al río.
Pero la guardia real habíase enterado de los planes de la
princesa, por lo cual se dio el aviso para que la detuvieran. Sin
embargo llegado el momento, los enamorados, opusieron tenaz
resistencia. Se enfadaron los soldados y a la orden de detener a
los fugitivos a como diera lugar, blandieron sus espadas y con
gran golpe certero atravesaron los cuerpos de Kapulí y su joven
amante. La sangre de las víctimas se esparció por los aires
cayendo sobre las flores de un débil arbusto, quienes viendo la
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inmolación de un gran amor, quisieron guardar para sí las


valiosas gotas de sangre cerrando sus pétalos al instante.
Al día siguiente la madre llorosa fue al lugar, acompañada de
una de sus damas de honor, a recoger la seca sangre de su hijita.
Grande fue su sorpresa al no hallar una gota sobre la arena.
Entristecida, y para apoyarse, estiró su mano al próximo arbusto
que encontró allí, y arrancó de él una de las tantas vejigas
hinchadas que sobresalían en su ramaje. Sus dedos rompieron la
débil cáscara del farolillo, y en su interior localizó una baya de
color rojo, del porte del grano de una uva. Y creyendo que el fruto
fuera venenoso lo echó dentro de su boca con la intención de
autoeliminarse, y de esa manera acabar con su cruel destino;
pero la generosa Pachamama no quiso que así fuera, más le
entregó el exquisito sabor agridulce de un fruto, hasta esa fecha,
desconocido; al cual, la madre lo llamó kapulí, porque este fruto
le haría recordar por siempre la muerte de su amada hija, lo agrio;
y la dulzura, por haber disfrutado por quince años de la
compañía de una princesa llena de un amor incomprendido.

LA VISITA DE DON FLORENCIO FLORES


Tomado del acervo cultural del pueblo de Esquiña

Me encontraba leyendo un ameno libro de literatura infantil


cuando desde el exterior de mi casa se dejan oir los acentuados
pasos vacilantes del viejo Florencio Flores, su voz no se hace
esperar y rompe el silencio.
- ¡Don Luis! ¡Don Luis!

Me apresuro a abrir la puerta acompañándome de la generosa


flamita de una vela.
- Buenas noches don Florencio, pase.

El viejo se sienta. Y otra vez, como tantas anteriores, comienza su


conversación a través de una mezcla de castellano con aymara.
Yo le escucho atento e interesado en cada palabra, en cada gesto,
porque sé que ahí, frente de mi, tengo todo un tratado de rica
historia altiplánica; y me siento complacido, casi afortunado de
hallarme en este pequeño trozo de tierra chilena llamada Esquiña,
en donde cada hombre refleja en su rostro el exquisito legado
andino.
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- Aquí he traído mismo, un poquito de pintacho para


conversar con usted. Es que no podía agarrar el sueño y me
dije…Don Luis ha de soportarme nuevamente.
- ¿Y qué es lo que le preocupa Don Florencio?
- Pienso en lo que está pasando en los corrales con los
corderos, con las crías. Todos los días desaparecen unas
cuantas. Y ese maldito zorro, o titer, o lo que sea ni siquiera
deja rastros. Desaparecen como en la nada; y nadie quiere
mover un dedo para acabar con el problema…es que la
juventud de ahora no es como la de hace años atrás. Es que
hacen falta hombres como mi abuelo, ése si que no le temía
a nada.
- -¿Sí? – Alcancé a interrogar.
- Mire, Don Luis. Todo esto lo escuché de mi finado abuelo,
que en paz descanse. Cuando yo todavía andaba en el
espinazo de mi madre. Bueno, este abuelo mío, el recordado
Don Verónico, era un arriero que trajinaba por todo el alto
cordillerano, y esa vez venía con su carga de carne de llama,
para cambiarla por semilla de alfalfa o maíz del bueno, de
ese que sabe salir. Un día le faltaba para llegar. Se le vino la
noche y decidió pernoctar cerca de unos bofedales que hay
por esos lados. Amarró firme la carga de carne en los cuatro
mulares que traía, y los ató a una roca junto con su caballo.
Al despertar no encontró mulares, ni rastros de la carne, ni
de su caballo. El anciano pensó que quizás se habrían
desatado, pero no los halló en ningún lugar. Este Don
Verónico lloró como cabro chico. Pensaba y pensaba y no
encontraba explicación. Hasta que de repente, cuentan
gritó: “¡El Alaraco, diablos! Ese maldito fue”.
- ¿Y quién es el Alaraco?
- Bueno, dicen que es un animal parecido a un sapo, pero tan
grande como un cordero; que tiene un solo ojo en la frente y
que se lo cubre con una membrana. Ese ojo es tremendo de
maldito, porque es de puro oro; y cuando despierta sale de
él un rayo potente que se traga todo lo que mira…Y eso fue
lo que se comió a los animales del finado Don Verónico.

La oratoria había cansado al anciano Florencio. Su garganta


rascaba las cuerdas vocales; y para eso se propuso un breve
descanso. Luego, cogió su vaso y con la otra la botella del dulce
vino codpeño y se sirvió hasta final, pero teniendo cuidado de no
derramar una gota siquiera.
El último rincón del sol 12 Luis D. Milanés Mondaca

- Oye, Don Luis sírvete un vasito de pintatani; está bien


rico…dulcecito. ¡Jallalla!
- ¡Salud! – Le contesté.
- Don Verónico empezó a buscar al Alaraco – Prosiguió
Florencio – y lo encontró durmiendo. Tomó su escopeta que
andaba trayendo para cazar vizcachas, y se acercó por
detrás muy despacito, en silencio. Le apuntó le hizo saltar
los sesos. En menos de tres segundos alcanzó al animal y
con la mano le arrancó el ojo de oro, porque si se demoraba
un poco siquiera, el maldito animal se esfumaba en el aire
con ojo y todo, así mismo como hacía desaparecer todo lo
que se le cruzaba por su vista. Suerte la del viejo; con el ojo
del Alaraco recuperó todo lo perdido.
- Pero, Don Florencio ¿Será cierto todo eso que me cuenta?
- Ahora sé, pero por algo sus hijos tienen retantitas tierras y
hasta piensan comprar un camión..de esos grandes.

Con sus últimas expresiones clavó sus ojos en la fragua de la


vela, y al cabo de un rato se puso a dormir.
Seguramente su sueño descansa en que el que está haciendo
daño en los corrales es el mismísimo Alaraco; y que él lo trata de
cazar para forjarse alguna fortuna.
En un rato más despertará y todas sus ideas se habrán esfumado,
y tomará su botella vacía de pintatani, y se marchará tan
lentamente como llegó. Mientras yo no podré conciliar mi sueño
pensando en ese Alaraco.

LA CULEBRA Y SU ESPOSA
Tomado del acervo cultural del pueblo de Illapata

Esta es una leyenda del tiempo de los gentiles.


Ese día el esposo debía trabajar mucho en el potrero, así es que
le dijo a su esposa:
-¡Mujer, tendrás que llevarme almuerzo al potrero, porque hoy no
volveré a casa a almorzar!
La esposa, obediente, cuando el sol estaba en lo más alto del
cielo, llevó a su esposo la merienda. Buscó, buscó y volvió a
buscar, pero no lo encontró en ninguna parte. Cansada fue a
reposar bajo un molle, cuando de repente vio colgada del árbol
una inmensa culebra. Aterrada se fue a casa.
Al atardecer, el esposo encaró.
El último rincón del sol 13 Luis D. Milanés Mondaca

-¡Mujer, no me llevaste de comer!


-Sí, lo hice, pero tú no estabas; y como me encontré con una
culebra, entonces corriendo me vine a casa.
-Pero mujer, si era yo que reposaba.
La esposa no lo sabía.

EL LAGARTO Y SU ESPOSA
Tomado del acervo cultural del pueblo de Illapata

Esta es una leyenda del tiempo de los gentiles.


Era un señor que había llegado de otro lado a casarse con una
buena moza jovencita del sector.
Levantaron su casa y se hicieron de sus utensilios más
necesarios.
El esposo, una mañana, le dijo a su mujer:
-Vas a tenerme en ese tiesto buena cantidad de agua caliente para
cuando vuelva; ya que de tanto trabajar en la tierra tendré que
bañarme.
Así lo hizo la dedicada esposa.
Al atardecer Osta l e tenía preparada el yagua caliente.
Cuando de repente, sobre el tiesto, un arrugado y grandote
lagarto trataba de meterse en él. La esposa con un garrote,
pegándole en la cabeza, lo ahuyentó del lugar.
Esperó, esperó y esperó pacientemente a que llegara su esposo.
Pero él no llegó hasta la mañana siguiente y con la cabeza
vendada.
-¿Pero qué te sucedió? Te esperé con el agua y no llegaste.
-Si vine -repuso el esposo- pero tú me diste con un palo en
la cabeza.

EL ÚLTIMO RINCON DEL SOL


Tomado del acervo cultural del pueblo de Cobija

El sol ya había cumplido su jornada y cansado se acunaba tras


los cerros oestianos dejando escapar sus últimas sonrisas, las
cuales iban a anidarse en el último de los rincones de la más alta
montaña que rodeaba al caserío dejando en el paisaje un sentimiento
cálido de tristeza y melancolía.
- Ya es hora de regresar, Luciano - Insinuó Trinidad mirando
con agudeza los rayos solares que coronaban al gigante.
El último rincón del sol 14 Luis D. Milanés Mondaca

- Sí. Y ojalá que Idalia se sienta mejor - Masculló lo último


entre dientes.
Encerraron las llamas en el corral y emprendieron el regreso a
su casa. La más pequeña, Yola, entre sus bracitos llevaba una cría.
Yola era la menor y amaba mucho a su hermana, de hecho la
extrañaba en sus juegos entre los trajines de la hermosa naturaleza
del lugar.
- Kamisaraki, Yola. – Interrogó Trini entrando a la pieza de la
niña.
- Mama, me duele mucho las piernitas. - Y la niña miró
interrogante a sus padres esperando, quizás, que trajesen el remedio
para sus males.
Luciano se sentó y, por la ventana que aún permanecía abierta,
miró pensativo hacia la gran montaña. “Qué mala suerte que el frío le
entrara por los huesos a mi pequeña”, pensó.
Yola se acercó lentamente hasta donde se hallaba su querida
hermanita y suavemente posó, sobre las piernas dolidas, el tibio
cuerpecito del wajchu que había traído del corral.
La pieza calló, y la chirriaría de los grillos cantores se dejó oír
con estrépito en la vasta, fría y desolada comarca cordillerana de
Cundurumaya.
Los ojos secos, diminutos, tristes de Luciano no cesaban de
mirar la gran mole de roca que se erguía incólume, a la distancia,
frente a su casa, como si allí fuera a encontrar la respuesta para la
sanidad de su pequeña. La oscuridad ganó definitivamente a su vista
y le entró un miedo terrible, un miedo de no poder hacer nada y que
de a poco se fuera diluyendo la vida de su hijita. Quería ganarle a la
profundidad de la noche, no dejarse atemorizar; y en el último
esfuerzo por ganarle a la oscuridad abrió grandemente sus ojos y
sus pupilas se dilataron como las del fiero puma cuando por las
rocas nocturnas busca sus presas y allí, pegada en el último rincón
del sol, una pequeña luz se dejó ver.
- ¡ El yatiri ¡ ¡ El viejo yatiri ¡ ¡ Yola, Trini, el yatiri puede ayudar
a sanar a nuestra Idalia ¡
Y en lo que dura un suspiro estaba locamente dando su gran
idea a su amada familia.
- Vieja, el yatiri. Acuérdate que él sanaba a todo aquel que
fuera a verlo. ¿Por qué no me acordé antes?
- ¿Desde cuándo que ya nadie lo visita? Ya nada debe saber.
El último rincón del sol 15 Luis D. Milanés Mondaca

-¿Y qué importa? – Refunfuñó Luciano – Debemos intentarlo.


-¿Subir hasta allí a la niña? ¡Qué locura! Si el viejo está más
loco que un chivato. Cada día al ponerse el sol se le ve hacer y decir
cosas muy extrañas.
- ¿Tú has visto?
- Me han dicho.
- ¿Sí?
- …Sí…
- El sanaba hasta los animalitos.
Al amanecer Luciano cargaba en su espalda a su hija Idalia, y
por el estrecho sendero, más abajo, le seguían Yola y Trinidad.
El sol, con sus rayos, comenzaba a rasgar la helada falda del
gran cerro. Sol, polvo, calor… algo que ya había olvidado en sus
trajines; algo que había pasado hacía mucho tiempo atrás en el
gran juyphi pacha de la comarca, en el tiempo de sus años mozos, al
comienzo de su primer matrimonio. En ese tiempo debió ir en busca
de las llamas a las frías y despastadas alturas para traerlas a los
valles cordilleranos. El ir a buscarlas a los empinados cerros, por los
angostos senderos que estos mismos auquénidos trazaban en su
devenir tras los escasos pajonales, le hacía lenta y sufrida la tarea.
Luciano metió su mano en la ch’uspa, sacó unas cuantas hojas
de coca y las echó en su ansiosa boca para combatir el cansancio.
Luego prosiguió en su andar.
El sol, de a poco, se iba instalando en sus espaldas. Trini había
comenzado a sudar, y las polleras enormemente le incomodaban. Su
pensamiento hizo puerto trágicamente en la cima de la montaña, en
la casa del viejo yatiri, sintiendo cada vez más fuerte que todo era
inútil. Pero hasta allá había de subir, hasta el último rincón del sol de
la tarde, donde vivía el viejo Serapio. Trini tenía sentimientos
encontrados en la fe que debía practicar en el anciano sabio
curandero. “¿Será en verdad un sabio, un agorero… o un
condenado? “ Se preguntaba en cada paso que daba. Es que en una
noche de San Juan jach’amama Margarita había explicado muy bien
la procedencia de los poderes de Serapio. “Hija – le había dicho su
abuela – no te acerques nunca a ese hombre, es maligno. Predice
muertes. Con sólo verte te indica cuántos carnavales te quedan por
bailar. Es que él ve los espíritus endemoniados al igual que los
perros por las noches. El tiene ese don desde que tomó con sus
dedos los cerrados ojitos de los perritos del Custodio Chambe, y
El último rincón del sol 16 Luis D. Milanés Mondaca

luego con ellos se restregó sus propios ojos.” A la vez, en contra


posición, le venía a su recuerdo la acostumbrada sentencia de su
difunto padre: “Yatisawa arusiña, jani yatkasaxa amüskañawa”
(Sabiendo se habla, sin saber hay que estar callado), lo que le daba
impulso a seguir adelante.
Casi al mediodía llegaron al lugar.
La puerta estaba abierta. Entraron. Era una gran y espaciosa
choza hecha de cañas y ramas de wakan; colgaban, adosados a los
horcones de la pared, secos zapallos, cáscaras y trozos de cuero,
pedazos de carnes secas y bolsas con semillas, hojas y raíces
secas. Se dejaba oír desde afuera un suave murmullo de agua, la
cual brotaba generosa desde la montaña.
De pronto el anciano apareció en escena.
- Les vi venir; sé muy bien que la muchacha tiene entumido
sus huesos. Déjenla sobre mi cama y regresen mañana.
El awki se volvió lentamente, sin dar tiempo a nada, y por la
ventana que daba al océano se puso a contemplar las grandes nubes
blancas, que a pasos agigantados, se le venían encima.
- ¿La dejamos?
- ¡No¡ ¿ Acaso no ves que está loco?
- No nos iremos; nos esconderemos.- Susurró Luciano.
Idalia con sus ojitos asustados miraba al anciano que estaba
parado frente a la ventana.
- ¿Crees que sanarás?
- No lo sé.
- No debes perder la fe. La fe es la fuerza de todo. Con ella
se hicieron las grandes aguas y las inmensas montañas. – Explicaba
el yatiri haciendo ademanes y explicaciones con sus manos –Se
hicieron el gran cielo y los dulces valles. Si tienes fe te sanarás. –
Dijo acercándose a la niña – Hace mucho tiempo atrás hubo aquí una
gran sequía…¡Wañapacha!...Las comunidades pensaban en
abandonar las tierras. Un día, don Eustaquio, yatiri de la montaña,
reunió a la gente y le dijo”: ¿Saben? He dejado de alimentarme por
varios días, y el Gran Hacedor con su Gran Espíritu ha entrado en mi
y ha respondido mi rogativa. El me ha dicho: “Sube a la montaña y
rompe la roca que te he mostrado en sueños. Allí brotará agua para
tu pueblo.” Así es que hoy subiré a la montaña y heriré la roca.
El último rincón del sol 17 Luis D. Milanés Mondaca

Subió el yatiri y, tras él, parte de la comunidad que le había


escuchado. Al llegar al lugar con su bastón hirió la roca y, ante los
asombrados e incrédulos ojos de todos, brotó fresca y dulce agua.
Uno a uno pusieron las manos a jarra para beber; y por último un
pequeño que le había seguido. El pequeño bebió de la roca misma y
luego levantó su manta, que le cubría del frío, y de ella sacó un
cantarito que había traído y lo llenó de agua. El anciano le preguntó
por qué había traído la jarra, ya que nadie más lo había hecho. El
niño le miró y respondió: “Yo creí en tus palabras; traje este tiesto
para llevarle agua a mi madre que no pudo llegar hasta acá.” Fue el
único que tuvo fe en el yatiri. Los otros sólo iban a ver si el viejo
loco se equivocaba. Esa fue la diferencia, la fe. Ese niño…era yo. Ese
día el Gran Yatiri de la Montaña me ungió con sus poderosas manos.
Desde ese momento el viejo Eustaquio emprendió la marcha por las
muchas tierras y se perdió en las montañas. Esa vertiente aún me
prodiga su frescura; la tengo al lado de mi casita. Idalia ¿Tienes fe en
que sanarás?
- Sí, tengo fe. – Asintió segura la niña.
El sol se ocultaba lentamente, y sus rayos se desvanecían
graciosamente en la comarca de Cundurumaya; y al agonizar
completamente clavó su rostro en el último rincón de la montaña. El
yatiri salió fuera de la casa y subiéndose a una roca plana alzó sus
brazos como lanzas hacia el sol agonizante: los mantuvo rígidos,
absorbentes, y cuando el sol comenzó a quemar su rostro añil sufrió
un extraordinario cambio.
- ¡Gracias Pacha Mama ¡ ¡ Gracias Wilka Tata!
Sus ojos, su rostro, sus brazos y su cuerpo todo se llenaron de
luz, de una pura luminosidad que conllevaba poder y magia. Todo en
torno a él se transfiguró. Era él y no era él. Era la imagen de todos
los yatiris. Era la ciencia y la sabiduría de todos los yatiris juntos.
Era él y no era él. Era el más anciano, y también era el más joven.
Luego de un momento se acercó a la niña con paso seguro y sin
siquiera tocarla pasó sus manos sobre ella, de los pies a la cabeza,
exclamando con suave, pero potente voz el antiguo ritual de los
yatiris.
- Wilka… awki yatiri…tayka yatiri…waliki, waliki. ¡ Inti ¡ … ¡
Pacha ¡… ¡ Imilla ¡ … ¡ Qullana ¡ …Juma, jumatuki, imilla munañani.
(Amado dios Sol…anciano yatiri…madre yatiri…bien, bien. ¡Sol!...
¡Niña Idalia!... ¡Que se restituya tu salud y calme el dolor! Para ti mi
niña poderosa).
El último rincón del sol 18 Luis D. Milanés Mondaca

Al otro día, muy temprano, Luciano, Trini y Yola se acercaron


con respeto al lugar, después de haberlo observado todo.
Allí estaba ella sentada en la cama conversando con el viejo
yatiri. No se había dormido aquella noche. La magia ya había
desaparecido; entonces con la dulzura de un padre la abrazó.
Al despedirse, el awki, con el índice de su mano, a través de la
ventana, le mostró el majestuoso sol.
La familia bajó la gran montaña.
Al llegar a casa la alegría era inmensa. Nadie podría creer que la
imilla Idalia estuviera sanita.
- ¡Gracias Dios mío ¡ - Exclamaba fervoroso Luciano.
Trinidad preparaba el más suntuoso y mejor de los desayunos
con tostado de maíz, charqui, queso y leche de cabra.
Yola, en tanto, se acercó a su hermana y despacito al oído
susurró:
- ¿Viste que el wajchu te sanó?
- Sí, que bueno que lo trajiste. ¿Dónde está ahora?
- Allí, lo traje porque tenía sus patitas rotas. Las llamas más
grandes la pisaron…pronto morirá, pues no puede caminar.
- A ver, tráela; déjame tenerla en mis brazos.
Idalia posó suave sus manitas sobre la criatura; luego la dejó en
el suelo, y la pequeña llamita corrió hacia fuera haciendo cabriolas.
- ¡Mira, mamá! ¡Mira papá! El wajchu se sanó – Exclamó
alegre Yola.
Pero sus padres estaban muy ocupados poniéndose al día en los
quehaceres de la casa.
Esa tarde, cuando el sol posó sus rayos sobre el último rincón
de la montaña, por primera vez Serapio faltó a su cita.

EL LABRADOR
Tomado del acervo cultural del pueblo de Esquiña

Acababa el hombre de limpiar su gran potrero y sudoroso bajo el


sol acomodó la amada semilla de maíz en el cálido vientre de la
madre tierra. Cuando ya se disponía a terminar la jornada sintió
que, a desenfrenada carrera, por la falda del cerro vecino, un
El último rincón del sol 19 Luis D. Milanés Mondaca

hombre de aspecto adulto se acercaba hasta donde él se


encontraba.
Jadeante el hombre se acercó al pircado cerco del potrero, y
llamando al labrador le pidió agua.
-Dadme, buen hombre, un poco de agua para continuar en mi
fuga.
-No puedo -repuso el labrador-, debo terminar de sembrar este
maíz hoy mismo, y si me atraso, aún más me tardaré en comprarle
remedios a mi hijita enferma... la cosecha se me tardaría.
-Unos hombres me persiguen para matarme, y si no me ayudas
con un poco de agua, entonces me atraparán.
El labrador dejó a un lado la bolsa con semillas, y
parsimoniosamente le dijo:
-Tendría que ir a casa a buscar un jarro, en ese trámite perderé
mucho tiempo, pues mi casa, como ves, queda lejos. Aún más
lejos queda el río donde tendría que alzar el agua. Perdería mucho
tiempo. El sol ya está por ponerse, y mi hijita está muy enferma.
-Si tú me ayudas, seguro, alguien te ayudará para que puedas
comprar remedios a tu hijita. ¡Ayúdame, por favor! ¡Dame a beber
de tu agua!
-Bien -contestó el labrador- lo haré.
Cuando el hombre reinició su agitada carrera, y al perderse tras
la lomada vecina, unos hombres, armados con garrotes, en loca
carrera se acercaron donde el labrador que todavía no reanudaba
el fin de su siembra de maíz.
-¡Hey, tú! ¡Responde! ¿Haz visto a un hombre por aquí? Pues lo
buscamos porque debemos castigarle.
-Bueno -respondió el labrador- sí, pasó por aquí, bebió agua y se
fue por esa lomada.
-¿Y hace cuánto tiempo que sucedió eso?
-¡Ah! Fue cuando terminaba de sembrar, este mi potrero, con
semillas de maíz.
-¡Ah, entonces no vale la pena seguir tras él, pues miren este maíz
ya está a punto de ser cosechado! ¡Qué mala suerte!
¡Vámonos ya!
Atónito, el labrador, volteó la cabeza y vio que era realidad.
Desde firmes chalas de maíz colgaban sendos y corpulentos
choclos listos para ser cosechados.
El último rincón del sol 20 Luis D. Milanés Mondaca

UN PASEO POR EL CERRO T’UKURIQULLU


Tomado del acervo cultural del pueblo de Cobija

Este cerro se encuentra a cinco kilómetros al este del


pueblo de Cobija, Comuna de Camarones; es un cerro muy bonito
y motivador para subirlo a explorar; su belleza se incrementa aún
con su flora y fauna silvestre siempre presente en el lugar.
Al comenzar a subir el cerro por un estrecho sendero, que
generoso se presenta a los pies del indagador, a la mitad de la
dura jornada se empiezan a presentar vestigios de viviendas
antiguas hechas de piedras. A medida que se avanza en el
trayecto van aglomerándose estas construcciones apegadas a
grandes rocas que, seguramente, les servían además para
guarecerse del frío siempre presente del lugar.
Al llegar a la cumbre se observa un centenar de estas
“pirkas” en formas circulares, casi intactas, muy limpias por el
barrido de los vientos cumbrereños. Realmente es el bosquejo de
una verdadera comunidad con calles entrelazadas entre las
viviendas para socializar. Estas viviendas están construidas en
forma circular aproximadamente de unos dos a tres metros de
diámetro; algunos muros de piedras son de un metro, otros lo
superan alcanzando aproximadamente los dos metros de altura.
Tienen una entrada curva que sobresale a la construcción en un
breve pasadizo el cual, al parecer, estaba hecho con el fin de
evitar la entrada tempestuosa del viento, y que a la vez pudiera
refrigerar el sitio en tiempos de extremo calor. Es posible que su
techumbre fuera de troncos y de ramajes de vegetales nativos
del lugar como sawayas, kardones, qeñoas y chillkas.
Abundancia hay de estas construcciones; cada cual con su
troja al lado posiblemente para almacenar sus cultivos, sus
enseres o sus herramientas.
Si se pudiera trasladar en el tiempo unos mil cuatrocientos
a mil quinientos años atrás, entonces, quizás, podríamos
presenciar un gran bullicio comunitario donde las personas en su
quehacer diario estarían cocinando sus sabrosos platos con
productos de sus propios esfuerzos, otras hilando o tejiendo en
sus telares, otras trayendo su caza de guanacos o dirigiéndose a
la ladera del frente a sembrar, regar o cosechar; algunos niños
El último rincón del sol 21 Luis D. Milanés Mondaca

por allí jugando; algunos en vigilia por si viniesen tribus


enemigas, otros chuñando papas en la fría mañana cerca del
sombreado cerro del frente; otros conversando o contando
cuentos o historias en torno al amigo fogón de la noche…
Pero al volver al presente se puede observar como este
poblado se esfumó en el tiempo. ¿Qué los haría abandonar este
hermoso paraje? Sólo quedaron las hermosas e imperecederas
construcciones en el tiempo.
Seguramente, antes de mi, otro expedicionario ya estuvo
en este lugar y se hizo las mismas conjeturas, y suponiendo que
luego de estar este pueblo con mucha actividad, hoy es un pueblo
abandonado, sin vida…sin ánimo. Es un Cerro si ánimo,
T’ukuriqullu. Hoy su nombre ha degenerado en Cerro Tocore.

KJASKARA
(La poza embrujada)
Tomado del acervo cultural del pueblo de Guañacagua

Warmi mojssa, en voz aymara quiere decir


"Dulce mujer; que viniendo del Valle de
Guañacagua, en donde todo es dulce debido a sus frutas que
produce, no está mal decir a una mujer que sea dulce.
Resulta que hace muchísimo tiempo atrás, cuando en esos valles
correteaban por doquier los componentes de la cultura incaica,
cubiertos de extravagantes ideologías, mitos y todo lo misterioso
de esa legendaria civilización, nació esta leyenda.
Había allí, cerca del río que parte en dos el camino que va desde
Guañacagua hasta
Chitita, una vertiente que a chorros dejaba escapar de lo más
profundo de la montaña el exquisito elemento natural, que con
gracia se fue estancando hasta formar una poza de agua dulce, a
la cual acudía toda la gente del sector a calmar su sed.
Bajo ese chorro de agua dulce habíase formado una gruta
misteriosa, de la cual, varias mujeres, habían visto que salía de
ella una misteriosa mujer muy joven y hermosa que se refrescaba
con los agradables y fríos salpicones de agua que sobresalían de
las adormiladas aguas del pequeño estanque.
Junto a la aparición de la bella mujer los jóvenes del sector iban
desapareciendo uno a uno. Todo indicaba que las desapariciones
El último rincón del sol 22 Luis D. Milanés Mondaca

sucedían cuando estos jóvenes se acercaban a la refrescante


poza.
Un anciano quiso desentrañar el misterio y sacrificó a su joven
hijo. Nada le dijo de sus intenciones, y le mandó a buscar agua de
la poza de la vertiente. Luego, el anciano, le siguió. Tras unos
arbustos vio como su hijo sacaba agua. Cuando ya daba vuelta
para marcharse sintió como una voz de mujer llamaba a su
vástago.
En efecto, la mujer, que no era más que una princesa inca
hechizada, comenzó a hacerse notar en la poza, y el joven
maravillado por la belleza desnuda de la mujer ante sus ojos no
pudo resistir al llamado. Excitado al punto de la locura, empezó a
desnudarse, y con señas comunicaba a la bella joven que ya iba a
su encuentro. Se empinó en los pies y seguidamente se zambulló
en las aguas. Luego de un rato, en la palma de la fresca y
hermosa mano de la bella joven había un mocetón
sapo, que con sus grandes ojos afligidos miraba la belleza del
rostro hechicero.
Después de un rato, la joven besó al sapo en su hocico y lo lanzó
a la orilla de la poza.
El anciano, triste, contó a la gente lo ocurrido con su hijo. Pero, a
pesar de todo, los jóvenes no resistían la idea de ir a ver una
belleza tal; y así de ese modo, la hermosa y fresca vertiente, con
sus apacibles aguas es morada de cientos y cientos de sapos,
que desde un tiempo ido, y hasta hoy lloran y lamentan el
encuentro con la hermosa y dulce mujer, y que de un momento a
otro puede aparecerse a cualquiera, tal como ayer, hoy y siempre.

LA PAMPA ENCANTADA
Tomado del acervo cultural del pueblo de Esquiña

Hasta ahora el viaje había sido largo. Carretera de asfalto, camino


de tierra, y ahora desde este punto, cruce de los caminos Codpa a
Esquiña, el trayecto se presentaba peligroso; angosto en la
bajada serpenteante hacia la pequeña Quebrada de Chocaya. Los
ojos, adormilados por el constante vaivén de la camioneta, se
dejaban llevar al dulce sueño momentáneo. De pronto, en una
curva, encima de un elevado monte, las luces amarillentas
presentaban, al frente, dos promontorios cerros, que a esa
distancia y con la suave luz parecían como dos espléndidos
senos erguidos majestuosamente; a los pies de los mismos se
El último rincón del sol 23 Luis D. Milanés Mondaca

divisó una planicie de arena que se extendía suplicante al


vehículo para que lo transitase. La camioneta vira ligeramente a la
izquierda continúa su trayectoria a Esquiña.
-Esa es la Pampa Encantada -murmura el chofer.
-¿Qué cosa? -preguntamos el resto que iba en la abrigada cabina
del vehículo.
-Esos cerros que parecen dos tetas, y esa guata que se viene al
camino... esa, es la Pampa Encantada, prosiguió el conductor,
como preocupado de deshacerse de sus pensamientos -no hay ni
siquiera que detenerse allí, menos en las noches; no vaya a ser
cosa que a uno lo pille la mala hora y la Pampa lo llame y se lo
trague... como pasó con aquella banda de músicos que venían a
una fiesta.
Todos quedamos en silencio por un rato. Se notaba que afuera,
sobre las rocas, se barnizaba un frío seco, capaz de empalar a
uno hasta los huesos.
-¿Por qué está encantada esa pampa? -preguntó, por entre un
montón de brazos y piernas, un niño que se interesaba en la
historia.
-Esa Pampa conduce, por entre esos dos cerros, a la ciudad
perdida de los incas, que está a pocos kilómetros de allí. En
algunas noches, durante las malas horas, se siente un llamado
dulce, musical, lejano, insinuante, que obliga a acudir... y en
cuanto se está sobre esa pampa...
-¿Qué pasa?
-La arena se lo traga... uno desaparece poco a poco. Hubo un
murmullo de ahes.
-Hace tiempo ya -continúa el relator- venía una banda musical en
mulares. Justo en esa curva se paran a descansar. De pronto
empiezan a escuchar gimoteos y llamados de voces dulces que
excitaron sobremanera a los hombres. Sacaron los instrumentos
musicales y comenzaron a tocar, a la vez que caminaban felices
sobre la pampa. Antes de marcharse un músico dijo al niño que
venía con ellos: "Asegura los animales, ya volvemos”. Pero no
volvieron. El niño los esperó hasta el amanecer. Cuando estaba
claro y no divisó a nadie sobre la pampa, ni cerca de allí,
entonces echó a correr como un diablo; y llegando al pueblo
contó todo a todo el mundo.
-¿No aparecieron más?
-Por eso hay que tener cuidado con esa pampa; uno se puede
terciar con las malas horas... por eso ya para otra vez me voy a
venir con el sol arriba, no vaya a ser cosa...
El último rincón del sol 24 Luis D. Milanés Mondaca

Luego llegamos a Esquiña. Era una noche muy oscura, la que


invitaba a pensar seriamente en esa Pampa Encantada.

EL CERRO SANCHIZA
Tomado del acervo cultural del pueblo de Esquiña

EI Cerro Sanchiza está ubicado en la Quebrada de Camarones,


frente al pueblo de Esquiña.
En el tiempo de la colonia había allí una gran mina de oro que era
trabajada por los lugareños y curas españoles que vivían en el
sector.
Tiempo después, los españoles abandonaron el lugar y la mina
quedó perdida, oculta en las entrañas del magnífico Cerro
Sanchiza. El tiempo se ha encargado de borrar todo rastro y, a
pesar que mucha gente ha tratado de hallarla, hasta ahora el
colorido cerro, muy celosamente, guarda la preciada mina.
Cuenta la leyenda que para encontrar la mina hay que ofrendar al
colorín Sanchiza "siete negros capones".
Otra manera de poder dar con la mina es hacer lo siguiente,
cuentan: "En la noche del 24 de junio, para San Juan, en el lugar
justo en que se halla la mina, a las doce de la noche aparece una
gran llamarada. Aquel que se atreva debe concurrir al lugar y
lanzar una prenda de vestir a las llamas. Al otro día, muy de
mañana, el afortunado encontrará, justo en el lugar en que está su
prenda tirada, la boca de la mina perdida de los españoles, en
este misterioso Cerro Sanchiza.

EL CONDENADO
Tomado del acervo cultural del pueblo de Esquiña

EI Condenado es un muerto deambulante, quien ha sucumbido en


pecado o culpa mortal.
Corre el rumor que este Condenado sale a las doce de la noche,
desde su lúgubre morada, a realizar un peregrinaje por todo el
pueblo, visitando los cuatro calvarios que generalmente están en
los cerros para proteger a la comunidad de los malos espíritus.
Estos calvarios están erigidos en memoria de los Santos
Patrones del pueblo. El Condenado, a esa hora, lamenta su
destino y clama a los santos y espíritus para que rueguen por su
alma en el más allá.
El último rincón del sol 25 Luis D. Milanés Mondaca

Hay ocasiones en que personas se han encontrado cara a cara


con el
Condenado y, según cuentan, que primeramente se presenta en
forma de perro, gato o cualquier animal para luego, cobijado por
las tinieblas, transformarse en la forma de alguna persona
fallecida.
Para el Condenado existen dos alternativas en su frustrada
existencia: Si al aparecerse ante un mortal éste no se asusta,
entonces quiere decir que su alma ya está pagando todas sus
maldades, y que luego descansará de pánico, entonces tendrá
que seguir su peregrinaje indefinidamente hasta saldar sus
culpas o aberraciones cometidas en vida mortal.
En el pueblo de Esquiña son numerosas las situaciones y
anécdotas que surgen en torno al Condenado. Algunas personas
cuentan que por dudar de la existencia de este fatídico personaje,
tres muchachos enloquecieron de terror al ir a constatar en los
calvarios, a las doce de la noche, la presencia del macabro ser de
las tinieblas.

LA CRUZ DEL CURA


Tomado del acervo cultural del pueblo de Esquiña

Frente a Esquiña, en el Cerro Sanchiza, cuenta la leyenda que hay


oculta una gran campana de oro.
La campana de oro fue enterrada por un cura para que no se la
robaran del templo. Cuando el cura tuvo que dejar el pueblo,
entonces fue al lugar, sacó un pedazo de campana, para dar
testimonio a sus superiores que la campana aún existía, la volvió
a enterrar y luego puso una cruz como referencia para más tarde
hallarla con más facilidad. El cura no volvió, y desde ese tiempo
colonial aún está enterrada la gran campana de oro.
Cuentan que desde lejos se puede apreciar la cruz que indica el
lugar, pero al llegar allí, ésta ha desaparecido. La cruz se ve, por
lo tanto existe... y la campana de oro también.
El último rincón del sol 26 Luis D. Milanés Mondaca

EL ALARACO
Tomado del acervo cultural del pueblo de Illapata

Sobre la fisonomía del Alaraco no hay una definición, pero de él


se cuenta que es semejante a un sapo, de unos cincuenta a
ochenta centímetros de altura. Mas su característica principal es
que tiene un solo ojo, el cual es de oro; este ojo está cubierto por
siete membranas a modo de párpados, la última es de plata.
Habita en zonas donde abundan los bofedales y, preferentemente,
en las colinas muy cerradas en donde casi las sombras son la
tónica permanente del ambiente.
La gente que afirma su existencia hace hincapié en que no hay
que mostrarse a él, ya que si éste presiente a algún ser vivo de
inmediato levanta sus siete membranas y con su fulminante ojo
de oro, sino mata, hace desaparecer lo que ve.
Cuentan por estos lados de Esquiña que cierto arriero con tiro de
escopeta mató a un alaraco y le arrancó el ojo de oro, con lo cual
recuperó todo el daño que le había causado eliminándole yeguas
y mulas.
En el sector Caritaya, al interior de Esquiña, a unas diez horas a
lomo de mula, en el sector llamado "Mar Colorado”; se halla una
inmensa roca negra. Los lugareños dicen que esa roca es un
Alaraco muerto, y ha quedado así a causa de su sangre que es de
color negro.
Cuentan que por ese sector acostumbraban a arrear el ganado,
pero luego cuando se detenían a pacer corderos, llamas y alpacas
caían muertos. "Es el orín del Alaraco que envenena los pastos" -
comentaban todos.
Así es que montaron guardia, le tendieron una trampa y lo
mataron en el "Mar Colorado'. Lo cierto es que aún persiste esa
gran roca negra en ese sector, y alrededor de ella hay un gran
campo de piedras salpicadas de sangre negra de Alaraco.

EL PUEBLO DE CIVITAYA
Tomado del acervo cultural del pueblo de Chitita

Se cuenta que el pueblo estaba festejando a su santo patrono San


Pedro. Como de costumbre la fiesta era animada por una buena
El último rincón del sol 27 Luis D. Milanés Mondaca

banda y una numerosa zampoñada, en donde no faltaba la buena


comida del lugar, y los más cálidos y abundantes alcoholes
altiplánicos.
El hecho es que en esa oportunidad las manifestaciones
religiosas quedaron, si no olvidadas, rezagadas aun ínfimo plano
de atención popular, pasando a ser como si la patanería fuera
centro de halagos para el santo.
Desde lejos el pueblo parecía una gran hoguera, en donde había
tragos, bailes, bullas y lujurias.
San Pedro, observador de la fiesta en su honor, tomó forma
humana y se vistió con lo más pobre y raído que pudiera haberse
indumentado el más mísero de los pordioseros.
Bajó de su altar y lentamente fue a pararse al centro de la fiesta.
Se acercó a un anciano que estaba borracho.
- Hombre, dime ¿Qué se celebra que beben tanto?
- Oye viejo, y tú ¿De dónde vienes? ¿Acaso no sabes que
estamos celebrando a nuestro querido San pedro?
- Mira, buen hombre. Yo soy San Pedro, al que dices tú que
aquí veneran; te ordeno que digas a la gente que ya no
hagan más pagana y miserable mi fiesta. Que se pongan a
celebrar misas y rezar rosarios, que así me tendrán
contentos. de lo contrario, en castigo, haré desaparecer este
pueblo, y para siempre quedará sepultado bajo inmensas
rocas.
- -¿Tú San pedro? Viejo tonto…ja, ja, ja, jaaaaa
- Te lo advertí …

Muy triste comenzó a caminar por entre la gente, y al llegar a la


cocina encontró a dos mujeres, una anciana y a una joven madre.
La más anciana se acercó a él, le limpió su cara sucia y le ofreció
un rico y caliente plato de cazuela. San Pedro, agradecido por la
atención, le anunció lo que iba a ocurrir a ese pueblo. Pero,
además, les dijo que cuando, al anochecer, al abandonar el
poblado, sucediera, o que sucediera no mirasen atrás, de lo
contrario irían a quedar petrificadas, como una roca salina.
Las mujeres, pensando en si hacían bien en hacerle caso al viejo
decrépito, comenzaron a dejar el pueblo de Civitaya. La anciana
cargando fiambres y la joven madre cargando a su pequeño hijito.
Cuando estuvieron prudencialmente retiradas del pueblo se oyó
un estruendo espantoso, la anciana al recordar la sentencia del
anciano siguió adelante en su caminar, sin volver la vista a tras;
en cambio la joven madre, curiosa, se volteó a mirar, de inmediato
El último rincón del sol 28 Luis D. Milanés Mondaca

quedó petrificada, tal como lo dijera el santo, y con su guagüita a


la espalda.
El pueblo, en ese instante, caía sepultado bajo inmensas rocas
que caían de las cercanas montañas.
Fue cuestión de breves minutos; luego todo quedó en silencio.
La mujer, al otro día, después de viajar al pueblo de Guañacagua,
volvió a Civitaya, con gran tristeza y lamento se dio cuenta que
todo había sido destruido, todo estaba sepultado bajo esas
inmensas masas rocosas. Como únicos testimonios de lo
ocurrido encontró, en el camino, petrificada a su joven amiga; y
entre las tantas rocas que sepultaban al pueblo, erguido
milagrosamente, un calvario…el calvario en honor a San Pedro. Y
es todo lo se puede encontrar, a parte de lo que se supone todo
un pueblo, con su gente y sus viviendas, sepultado bajo unas
inmensas rocas

EL SAN PEDRO DE ESQUIÑA


Tomado del acervo cultural del pueblo de Esquiña

Luego del siniestro acaecido en Civitaya, San Pedro decidió


buscar un nuevo lugar donde radicarse, y así, ser homenajeado
por gente nueva.
Atravesó cerros y quebradas, llegó hasta el camino que conduce
a Esquiña, en el sector denominado Tantas Aguas Grandes, en el
cruce del actual camino a Saguara.
A la distancia venía un lugareño, San Pedro al divisarlo volvió a
tomar su aspecto pétreo, y el hombre, impresionado al ver botado
allí en plena pampa la imagen sacra, la llevó al pueblo de Esquiña,
y la comunidad, entusiasmada, lo instaló en un altar destacado en
la iglesia.
Llegó el día en que el pueblo debía rendirle veneración a su nuevo
santo patrono; pero aconteció que allí estaba sucediendo lo
mismo que en Civitaya, mucho de bailes, tragos y ceremonias
paganas. Al segundo día del festejo, antes del amanecer, San
Pedro comprendió que nada tenía que hacer allí, por cuanto la
población era escasa de fe; así es que decidió marcharse de
Esquiña. Tomó forma humana y emprendió la marcha.
Picaron las campanas para celebrar el segundo día del santo.
Debían comenzar los bailes mundanos y las borracheras. Una
anciana devota del Santo entró a la capilla a ofrecer un par de
El último rincón del sol 29 Luis D. Milanés Mondaca

velas, pero grande fue su sorpresa al encontrar el altar


desocupado. Alarmada corrió por las calles anunciando la
desaparición de la imagen del santo.
La comunidad toda, preocupada por la situación, se aglomeró en
la placita del poblado.
De pronto, sudoroso, se apareció un joven pastor quien a suerte
de gritos dio a entender a la gente que desde su potrero había
divisado a San Pedro a unos cuantos kilómetros camino al oeste
del pueblo.
La gente no podía entender cómo había sucedido aquello, de que
la imagen hubiera cobrado vida. Al fin determinaron que eso no
podría ser, y atribuyeron el caso a que alguien de otro pueblo
quería robárselo.
Todos fueron a buscarlo, y parado, al borde del camino lo
encontraron.
Una mujer misteriosa que se encontraba con ellos dijo que el
santo estaba enojado con toda la comunidad de Esquiña, y para
evitar que les abandonara nuevamente debían quitarle del pecho
un librito de plata que tenía puesto, y que al parecer le daba vida.
Trasladaron la imagen hasta la iglesia y dos jóvenes abrieron el
pecho de la imagen y sacaron un librito de plata que traía puesto.
Ubicaron la imagen nuevamente en su altar, y allí, en la puerta de
la iglesia enterraron el librito. Al salir de la capilla, los jóvenes
cayeron muertos. Todos lo atribuyeron a que fue castigo del
santo patrono.
Es así como hasta ahora han conservado la imagen del patrono, a
pesar de que, supuestamente, éste no los favorece.

PROCESIONES DE ALMAS
Tomado del acervo cultural del pueblo de Esquiña

Es común decir en los pueblos de la comuna de camarones, y


genéricamente en todos los poblados de las comunas de la
provincia de Parinacota que una o dos semanas antes de
celebrarse las fiestas de Semana Santa, por las noches, en las
solitarias calles de la población, lentamente pasan las
procesiones de las almas. Las almas adoptan las ceremonias en
la otra vida, y las desarrollan según las costumbres del pueblo.
A las doce de la noche de los días ya mencionados sale de la
iglesia la procesión de las almas cargando las imágenes
sagradas. Todo es igual, cuentas los que las han visto; hay
El último rincón del sol 30 Luis D. Milanés Mondaca

varones encapuchados que cargan andas, y a los lados,


prestando lumbre a las filas van almas portando velas de huesos
de sus esqueletos. Cantan himnos lastimeros y al amanecer la
procesión entra a la iglesia, y las almas retornan a sus
sepulturas.
Las almas no quieren otra cosa que recoger a los de esta vida;
por eso en las procesiones de almas nunca hay un testigo de
carne y hueso, ya que es peligroso, ya que las almas se lo
pueden llevar.
Las almas siempre, antes de acabar la procesión eligen a su
preferido para llevárselo, y en su ventana ponen un hueso, a
modo de seña, que en el fondo es una vela con la que debe
participar el elegido. El que encuentra un hueso de esqueleto por
la mañana, debe participar obligadamente en la procesión de esa
noche, o de lo contrario, estas almas se encargarán de que
durante el año le pase lo peor de lo peor.
Los que han acudido a la amable invitación cuentan que hay que
ir sin temor a la iglesia, pero debajo de las ropas, bien escondido,
se debe llevar una criatura inocente de la vida, una guagua. Eso le
salvará de que las almas lo arrastren a sus sepulturas.
Estando ya la medianoche, de a poco, salen silenciosas de sus
tumbas, y una vez estando reunidas todas, comienzan las
procesiones de las almas; el elegido debe acompañar alumbrando
con el hueso de esqueleto en su mano. Ya terminada la procesión
las almas entran las imágenes de los santos, y todas ellas,
lentamente empiezan a rodear al elegido para llevárselo a sus
tumbas; en ese instante se debe pellizcar a la guagua para que
llore y las lamas al oír el llanto de una criatura inocente de
pecados, apresuradas retornan a sus eternas moradas.
Entonces se debe en cuenta que días antes de Semana Santa,
nunca, nunca se debe salir por las noches a las calles, ni mucho
menos recoger ningún hueso que le hayan puesto en la ventana
de sus casa…porque puede resultar ser el elegido.

LA PIEDRA GRANDE
Tomado del acervo cultural del pueblo de Illapata

Al sur este del pueblo de Esquiña, Comuna de Camarones, se


encuentra el pueblo de Illapata. Este pueblo carece de
cementerio, y cuando fallece un poblador se debe trasladarlo al
cementerio de Esquiña. El camino es serpenteante y largo, y tiene
El último rincón del sol 31 Luis D. Milanés Mondaca

un tono de pesadez para los que van cargando al difunto. La


senda se manifiesta escarpada al momento de alcanzar la mitad
del camino, para luego bajar, casi al trote al poblado de Esquiña.
Justo en la mitad del camino, cuando el sarcófago ya se
encuentra demasiado pesado se llega al lugar denominado Piedra
Grande, allí se descansa para reponer fuerzas.
Curiosamente este hito, la Piedra Grande, sirve de descanso para
todo el transeúnte que va de un pueblo al otro, lo curioso es que
de noche con o sin luna, en este preciso lugar se escuchan
lamentos, lloros y gemidos que vienen de la Piedra Grande. Otros
han visto sombras, bultos e imagines sinuosas que entran y
salen de esta piedra fantasmal.
Se cuenta que allí se han quedado las almas de los difuntos que
eran llevados al cementerio de Esquiña, justo en el momento en
que se han puesto a descansar los cargadores, en ese momento
abandonan el frío e inerte cuerpo para ir a encontrarse con sus
similares que le llaman y acogen desde el interior de la piedra.
Se cuenta que cada vez que alguien muere la Piedra Grande
crece más y más.

LA GATITA CASAMENTERA
Tomado del acervo cultural del pueblo de Cobija

El fuerte viento helado de la madrugada no fue obstáculo para


que Luciano se levantara a las cinco de la mañana. La faena, por
este día, se perfilaba ardua; primero forrajear las tres yeguas, un
macho, una potranquita y su fiel burro Lanudo. Subir al potrero,
en contra del iracundo ventarrón era toda una epopeya. Sin
embargo, con sus manos en los bolsillos del pantalón, avanzaba
a paso truncado por el angosto y resbaladizo sendero chujkoso.
“Luego de ver los animales bajaré hasta Ciruelares a regar los
jóvenes perales, no vaya a ser que este tremendo viento helado
los arranque y me los seque. Luego las habas y las arvejas; más
tarde ya veremos…” – pensaba mientras caminaba; pues el
trabajo de campo le agradaba.
Alguna vez había bajado a la ciudad de Arica a trabajar en las
industrias, pero no era lo suyo. El campo le dejaba satisfecho con
las ganancias de la producción de tunas, tumbos, habas, arvejas,
papas y orégano; además para fin de año agarraba su tropa
equina e iba a trabajar al Santuario de Livilcar, donde la
“Virgencita de las Peñas”, como arriero, cargando bultos y
El último rincón del sol 32 Luis D. Milanés Mondaca

personas. Podría decirse que es un hombre emprendedor y


medianamente exitoso.
¿Por qué medianamente exitoso?
Porque su vida, año tras año, transcurre sin emociones afectivas.
Nadie comparte sus penas, ni sus alegrías, ni mucho menos sus
éxitos económicos. Nadie le despide, en sus amaneceres, cuando
va rumbo al trabajo; tampoco nadie le espera en casa, por los
atardeceres, con la cena caliente.
En verdad es un hombre solitario en sí, ya que ni vida social hace
para las fiestas del pueblo.
Al salir de casa, con finura pausada en su caminar, una pequeña
figurita, delicada, felina, le acompañó hasta la puerta,
runruneando y sobajeando su cuerpecito en las piernas de su
querido amo Luciano.
- ¡Chauu, Juanita! Cuida la casa.
- Miau, miau… - respondió la gatita negra, como queriéndole
decir “No te preocupes.”
Su caminar, entre las oleadas de viento, era tortuoso, no quería
perder un segundo del día.
La gatita negra había quedado entumecida al borde de la puerta.
Luego de un rato, al ver perder a su amo en la noche, se fue a
echar a la ahora cama desocupada de Luciano.
- Esto no es vida para él. ¿Quién podrá ayudarle? – Y con
esos sentimientos nuevamente se quedó dormida,
profundamente dormida.
Al despertar de su profundo sueño fue a echarse sobre el borde
de la ventana para que los rayos del sol le dieran sobre su
brillante pelaje negro; en tanto sumergía su quieta mirada en la
lejana silueta del gran Cerro Colorado. De pronto, no muy lejana,
a la entrada del pueblo de Cobija, por un sendero que se viene del
otro lado del cerro, aparece la figura de una persona… la de una
mujer… una mujer joven. De un salto salió de la ventana y fue a
sentarse sobre la plana piedra, a la entrada de la casa, a esperar
que pasara por allí la fugaz e inesperada visita.
- Buenos tardes, hija.
- Buenos días, abuelita.
- ¿Qué te trae por estos lados?
- Voy al pueblo de Timar; a lo de la fiesta de “San Juan”, y
pensé que por aquí se acortaría el camino.
- Antes no te había visto.
- Es que vengo de Bolivia, a ver a unos familiares, aquí en
Saytocollo.
El último rincón del sol 33 Luis D. Milanés Mondaca

- Pero ya es tarde, y como no conoces muy bien estos


parajes… ¿por qué no te quedas y me acompañas un
poquito? Estoy solita y enferma. Sólo me acompaña mi hijo
que ahora está en el campo… él llegará al atardecer. Me
ayudarías a preparar la cena para él…
- No sé, es que me estarán esperando.
- El siempre llega muy cansado y tiene que preparar la cena
para los dos. Pobrecito, y tan bueno que es. Te cuento que
después de la cena me acurruca en sus brazos y me hace
cariño por mi cabecita. Tiene tanto amor…¿Sabes? …No
tiene esposa…Y es tan joven y guapo. ¡Ayúdame hijita,
aunque sea sólo por hoy! ¿Ya?
- Bueno, la verdad es que ya está bajando el sol. Me apuraré
en preparar la cena.
La joven mujer hizo el aseo de toda la casa, lavó los platos,
ordenó la cama, encendió el fogón y preparó una rica cena.
- ¿Abuelita le sirvo ya la cena? No sea que cuando llegue su
hijo sea demasiado tarde y se duerma sin comer.
- Bueno hijita, pero ahora cómo te vas a ir, ya está
oscureciendo; no hay luna, el camino será largo…y hace
demasiado frío. ¿Por qué no te quedas esta noche mejor?
- Está bien abuelita. Me quedaré. Así será mejor. Pero ¿Cuál
es su plato?
- Aquel, ese que está allá en el rinconcito.
La anciana comió muy alegre su cena, pues anidaba una gran
esperanza en su corazón.
- Abuelita, parece que ya se acerca su hijo. ¿Vamos a
encontrarlo?
Ambas se apresuraron al ir hasta la puerta.
- Buenas tardes, señorita – dijo Luciano asombrado. ¿Quién
es usted?
- Bueno, yo pasaba por aquí y me puse a conversar con su
mamita, y ella me solicitó que la acompañara por el día, de
hecho me invitó a quedar hasta mañana y yo…accedí.
Perdone usted.
- Yo no tengo mamá. Ella murió hace un par de años atás.
- Pero si ella recién estaba aquí. ¡Abuelita, abuelita!
- Yo vivo solo en este pueblo.
- Qué extraño. Ella me pidió que cocinara para usted, Le di de
cenar… ¡Mire, aquí esta su plato!
Luciano observó detenidamente el plato y expresó entre dientes:
- Este es el platito de mi gatita Juanita.
- No puede ser…
El último rincón del sol 34 Luis D. Milanés Mondaca

- Sí, así es. ¿Sabe?, aún sigue en pie el ofrecimiento que le


hizo mi….gatita…si todavía usted desea.
La joven mujer se sonrojó y musitó, suavemente:-“Muchas
gracias, joven; me quedaré por esta noche.”
La gatita Juanita, en su acostumbrado rincón, abrió contenta sus
hermosos ojos celestes y runruneó un satisfecho y largo miau.
Cuenta la gente que la muchacha se quedó por mucho tiempo con
Luciano y se dice que fueron muy felices.
Este cuento aún se escucha comentar en las noches de luna
sobre los techos por los miaus de los gatos del pueblo de Cobija.
El último rincón del sol 35 Luis D. Milanés Mondaca

Obra acabada en Arica-Chile


2008
Patrimonio de la familia Milanés-Calvo

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