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De Brujas Y Duendes
C O
ANGAS
DE NÍS
Y su Parador C
Ancestral Dicho Popular
De unas y otras cosas hay muestras, casi vivas, por muchos de estos
contornos. Hermosas cuevas talladas por el tiempo –la de Moria, en
Rivadesella– o vividas y tapizadas por las más madrugadoras tribus hace
decenas de milenios: La cueva del Bruxu, en Cangas de Onís, donde ya se
inventó la geometría; la de Les Pedroches, cerca de Villaviciosa ;el Ídolo
de Tú, al lado de Llanes... Y, quizá, más que ninguna, la de Tito Bustillo,
que compite con holgura, con la de Altamira, en lo más hondo de los
tiempos rupestres.
Justo por aquellos calendarios del noveno siglo serían plantadas dos
obras magistrales de la arquitectura religiosa secular que no por conocidas
perdonan visita y repaso cuando menos: Santa María del Naranco, antes
esplendoroso palacio del rey Ramiro I, y San Miguel de Lillo. Ambas
empinadas en el monte Naranco; las dos también modelos del arte y la
sabiduría de los tiempos. La catedral, que el viajero hoy puede retratar
flamígera de gótico, era ya un elegante edificio de lo primero del románico.
Sus coros, por poco gregorianos, ofrecían cotidiana bienvenida a los
romeros numerosos que acudían a venerar las reliquias milagrosas
guardadas, intocables, en la Santa Cámara. Es tesoro admirable y
codiciado -robado y milagrosamente devuelto hace pocas décadas– que
muestra las más golosas obras de las orfebrerías románicas. La auténtica
Por entonces, una cuadrilla de monjes benedictinos, que andaban en Cruz de la Victoria, joya y escudo de este Principado. En su interior está la
busca de morada y lugar propicio para poner unas reliquias al resguardo cruz de madera de carballo obradora de la singular y portentosa victoria
de los sarracenos, encontraron un lugar llamado Oveato. Edificaron allí de Pelayo.
iglesia y monasterio en honor de su protector mártir san Vicente. Llegaron
enseguida los primeros reyes asturianos y ovetenses. Fue el tal Fruela Pero es, sobre todo el Arca Santa lo que más maravilla y sobrecoge al
quien mandó hacer una mejor iglesia, para dedicarla al Salvador, sin piadoso y aún al impío visitante. Tal era su fama y la virtud de sus
saber, seguramente, que acabaría siendo presumida y señera catedral, reliquias que el rey Alfonso VI quiso hasta aquí peregrinar en compañía de
refugio y relicario de la escasa y huidiza cristiandad, aunque resultaría casi su hermana doña Urraca, del Cid Campeador y de varios obispos. Tras
a cascotes reducida por la furia mahometana que había vuelto a las una semana de la penitencia preceptiva de los unos y los otros, se pudieron
andadas. dar las condiciones suficientes para que fuera abierta la sagrada caja. Tal
fue el tesoro que encontrase el rey que hubo de mandar hacer un nuevo
Llegado el segundo rey Alfonso –por su exceso de virtud llamado El cofre de adecuado y más precioso rango. Mandó, después, que fuera
Casto– convendrá al viajero que se coloque en el sosegado trance de los cerrado para no poderse abrir jamás. Y así permanece hoy para impedir
tiempos: está instalado en el Oviedo prerrománico, cuando corría, cualquier asomo de miradas de incredulidad o irreverencias tentadoras y
perezoso, el siglo VIII. Estas calles estaban no muy llenas de vecinos, de envidiosas. Tantas son y tan sagradas las reliquias en el Arca contenidas
nobles y de algunos peregrinos piadosos y crédulos en la medida que fuere que llegaron a achicar las del propio Compostela.
menester. Vivían también
frailes que
La ruta del río Cares aconseja un día completo que muy bien lo vale.
Quizá quiera el huésped saber algo de este mítico y divino río Cares. Sepa,
por si así fuera, que su nacimiento viene de la sierra llamada de “La
Cebolleda” y que, desde allí sus aguas se escurren y discurren, camino de
Caldevilla, en el Valle de Valdeón.
“Es el Cares río de limpias, ricas y dulces aguas, pero de aguas que
hasta con las piedras pueden: no hay más que verlo...” Y así es; y claro
que se ve y se comprueba en todo su recorrido como tan indómito río pudo
excavar tan insólito cauce.
Y a muy pocos pasos, la encantada y encantadora playa de La Franca. La osada aventura del Cares empezó hace algunos cientos de millones
Seguirá sorprendiendo al transeúnte la Sierra de la Cueva coronada por de años y lo hizo, paciente pero inexorablemente, a base de disolver los
una cuesta que rebasa los mil trescientos metros de altitud. Desde lo más materiales calcáreos del Período Carbonífero: por eso y sólo por eso son así
alto son fácilmente visibles los mares cántabros a la vez que los Picos de los colores de estas tierras. Primero y desde abajo vemos tierras más bien
Europa. rojizas; un poco más arriba son algo rosadas. Después hay tonos
negruzcos. Por último, las cimas blancas, soberbias y orgullosas de caliza.
Y ,aún, una sorprendente curiosidad: son los llamados “bufones”:
estrechas cavidades por las que los vientos modulan especies de silbidos En cualquier caso, este paseo por el Cares divino no comporta cansancio
amables o sobrecogedores que hacen resucitar surtidores de las aguas, (a poco que el caminante sea prudente y sosegado) No hay que ser ningún
cuando está más brava la mar. atleta para recorrer la ruta del Cares. Cuente el huésped con que este
paseo necesita alrededor de un día completo. Tan espectaculares son estas
También cerca –junto a la Cueva– se empina el ídolo de “La Peña- cumbres que desde ellas se ve –se domina, casi– parte del Parque Nacional
Tú”, un sugerente y enigmático testigo de la Edad del Bronce. de Covadonga, los bosques abarrotados de hayas, robles, nogales, fresnos y
tilos, donde aseguran que fue coronado el Gran reconquistador Don
Cangas Pelayo...
Mi madre dióme de palos Y, en el caso que sea ésta su primera visita a tierras asturianas y no ande
Por querer a un marinero muy corto de tiempo, le aconsejamos acercarse a Oviedo, bellísima ciudad
Y al son de los palos dixe que invita a ser paseada.
¡Vivan la barca y el remo!... (Retahíla marinera)