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DANIEL COS{IO VILLEGAS EL sistema polztico mexicano LAS POSIBILIDADES DE CAMBIO MEXICO, 1976 Primera edicion (Institute of Latin American Studies, The University of Texas at Austin), 1972 Segunda edicién, corregida y aumentada, diciembre de 1972 Tercera edicién, marzo de 1973 Cuarta edicion, agosto de 1973 Quinta edicion, mayo de 1974 Sexta edicion, octubre de 1974 Séptima edicion, diciembre de 1974 Octava edicion, marzo de 1975 Novena edicién, octubre de 1975 Décima edicion, agosto de 1976 D. R. © 1972, Editorial Joaquin Mortiz, S.A. Tabasco 106, México 7, D.F. BREVE ADVERTENCIA El origen remoto de este Ensayo fue una iniciativa del profesor Stanley R. Ross, entonces director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Te- xas, encaminada a reflexionar sobre la vida publica del México de hoy, El método empleado en lo que acabé por Hamarse Indagacién Politica: México fue el conocido de pedirle a un ponente que presentara por escrito cierto as- pecto del problema mayor, escrito que, distribuido con oportunidad entre los comentaristas invitados, es objeto de una detenida discusion, que se graba en cinta magne- tofénica. El propdsito final era hacer un libro con las ocho ponencias pedidas y sus respectivos comentarios. Pero como suele ocurrir cuando los mexicanos intervenimos en estas cosas, no todas se presentaron por escrito, sino oralmente, aunque con el solemne ofrecimiento de repa- rar pronto esa falta. Yo mismo, el primer mexicano invitado, la cometi, si bien traté de componerla, haciendo, no una, sino tres exposiciones orales y ofreciendo enviarlas escritas en bre- ve plazo. Pero al poner manos a la obra me asaltaron dos dudas. Primero, yo habia dedicado la mayor parte de esas exposiciones a estimar criticamente la aportacién de los politélogos norteamericanos al entendimiento de nuestro sistema politico, un tema que podia interesar a un audi- torio norteamericano, pero no mucho al mexicano. Se- gundo, si los invitados mexicanos hubiéramos cumplido nuestro compromiso, todas las aportaciones habrian dado una vision global de nuestra vida publica actual; pero como no fue ese el caso, me parecié que mi fallida expo- sicion escrita debia dedicarse abora a esa visién general. El Instituto de Estudios Latinoamericanos publicéd una edicién limitada de mi Ensayo pensando sobre todo en el auditorio restringido que. tendria en Estados Unidos; 7 pero como quizds el lector mds numeroso e interesado fuera el mexicano, se pensé en la conveniencia de hacer aqui otra edicién. El profesor William Glade, actual di- rector del Instituto, aprobé amable y generosamente esta idea. En realidad, el texto del Ensayo que aqui se ofrece es bien distinto del publicado primitivamente por el Ins- tituto. Desde luego, he revisado escrupulosamente su es- silo para conseguir una expresion mds tersa de sus ideas. Después, he corregido errores de hecho y de interpreta- cién en que incurri por haber aceptado como veridicas las informaciones que hallé en los bistoriadores “clésicos” (lamémoslos asi) de nuestros partidos politicos, errores que descubri al estudiar yo mismo las fuentes primarias respectivas. Pero la diferencia principal esté en el material nuevo que ofrezco en los capitulos finales del Ensayo. Cuando hice mis exposiciones orales en Austin don Luis Eche- verria acababa de ser declarado candidato a la presidencia. Y el ensayo publicado por el Instituto se concluyé antes de que fuera posible tener una idea de la persona misma del nuevo Presidente y menos atin del tipo o clase de gobierno que se proponia hacer. El partido politico ofi- cial, la otra “piexa central” de nuestro sistema politico, parecia proseguir la vida rutinaria que llevaba desde hacia largos atios. Sin embargo, en marzo de 1971 convocé a una Asamblea Nacional, y otra ocurriéd en octubre de 1972. En una y otra se mudaron los principales diri- gentes, a mas de modificarse los tres “documentos funda- mentales” del Partido: la Declaractén de Principios, el Programa de Accién y los Estatutos, Habia, pues, materia nueva y preciosa para otras re- flexiones, tanto mds tentadoras de hacer cuanto que, cualquiera que sea el saldo final de su gobierno, no puede dudarse ya de que México no habia tenido desde Cardenas un presidente tan original como el actual, 8 No me queda sino renovar mi reconocimiento a los profesores Ross y Glade, y desear, por supuesto, que este Ensayo interese al lector mexicano, a quien esta destinado. . DCVY. 16-xi-72 I. ENTENDIMIENTO OSCURO, CLARA ORIGINALIDAD Pocos seran los mexicanos mas 0 menos “leidos y escre- bidos” que no tengan opiniones definidas sobre la po- litica y los politicos de su pais. Deberian, sin embargo, llamarse “impresiones” y no opiniones, pues son marca- damente subjetivas, es decir, hijas del temperamento de quien las emite, 0, cuando mucho, de su visién personal y del circulo de sus relaciones inmediatas. El fundamento usual que tienen es Ja lectura del diario, el dicho de otras gentes o el vago recuerdo de un hecho o un dicho del presidente de la Repiblica. Rara vez esas “opiniones” son hijas del estudio o siquiera de una reflexién cautelosa que rehuye la generalizacién extremosa que divide al mundo en una zona de negro azabache y otra de un blanco an- gelical. Cerca de esas “impresiones” esta la opinion “re- buscada”, es decir, aquella cuyo autor quiere darle el sus- tento de algtin hecho, y que por no encontrarlo acaba por enunciarla condicional, aun vacilantemente. En fin, estan unos cuantos politélogos, incluso de formacién uni- versitaria, no pocos de los cuales esctiben para hacer po- litica y no exactamente para estudiarla. Tal vez deban singularizarse dos clases de opinién que tienen un mejor fundamento que las anteriores. La pri- meta procede de lideres obreros que se destacaron hasta llegar a dirigir sindicatos importantes, y que, por una razén oO por otra (en general su caracter independiente) fueron expulsados de ellos. Esta experiencia les ha dado un conocimiento intimo de un aspecto bien importante del sistema politico mexicano: cémo manipula el gobier- no los lazos que lo unen con las organizaciones obreras. Por desgracia, hasta ahora semejantes opiniones se han presentado tan sdlo de un modo ocasional y sin la su- ficiente congruencia para apreciar su verdadero alcance. 1 La otra fuente de opinién suele proceder de gente jo- ven, en general estudiantes, que siguen con sostenida aten- cién el juego politico diario y que tienen una informa- ‘cién sorprendente acerca de los principales actores de la politica nacional. Como es de esperarse, suele ser tremen- damente critica, y aunque esta mejor informada y no ca- rece de cierta reflexién, en general se detiene en los fac- tores meramente personales, sin intentar dar con otros, digamos los socioeconémicos, que pueden explicar in- clusive la conducta individual de tales actores. Semejantes opiniones deben considerarse, pues, como una materia prima promisora, que algin dia un politélogo profesional aprovechara recogiéndola mediante una encuesta. Por estas y otras circunstancias, puede decirse que no ha existido en México la investigacién sistematica de los problemas politicos nacionales o locales, y ni siquiera el examen serio y ordenado de ellos. Después de todo, esta situacién, por muy lamentable que se la considere, no deja de tener algunos motivos. Desde luego, al parecer México es tierra poco propi- cia para el gran pensador y el gran escritor politico, hecho extrafio a primera vista porque la nacién inicia su vida independiente a la sombra de brillantes escritores politicos: Fray Servando, Mora, Otero, Alaman. Pero ya es significativo que el segundo gran sacudimiento na- cional, el de la Reforma, no haya producido un solo escritor politico, aunque se dieron entonces los hombres de mas talento y de mejores aptitudes literarias que hasta ahora ha tenido el pais. Diganlo, si no, Melchor Ocam- po, Miguel Lerdo de Tejada, Ignacio Ramirez, Francisco Zarco, etc. En los albores del Porfiriato apuntan como seductoras promesas los jévenes Justo Sierra, Telesforo Garcia, Francisco G. Cosmes, y sus mayores José Maria Vigil e Ignacio Altamirano. Ninguno de ellos, empero, cuaja en un gran escritor politico, o sea el que deja algo mas que el comentario periodistico ocasional, por opor- 12 tuno y agudo que haya sido en su momento. En cambio, el responso del Porfiriato lo cantan un sdlido escritor politico, Emilio Rabasa, y un comentarista brillante y lamativo, Francisco Bulnes. La Revolucién Mexicana, la mis reciente conmocién que ha sufrido el pais, tampoco ha sido fecunda. Luis Cabrera no dejé de reunir sus ar- ticulos de las postrimerias del Porfiriato y de los inicios de la Revolucién en un grueso volumen que tituldé os- tentosamente Obras Politicas; pero a pesar de su inne- gable talento y de la eficacia de su pluma, no ofrece un gran lienzo del antiguo régimen y menos un bosquejo de Ja futura sociedad mexicana. Debe admirarse la per- severancia y los sufrimientos que a los Flores Magén les acarred su vida de agitadores incendiarios y aun lo que algunos Ilaman su “‘pensamiento”, pero seria dificil sos- tener que incluso el mejor de ellos, Ricardo, fue un gran escritor politico. Su dominio de la lengua, aun de la gra- matica, es precario; tampoco alcanza las grandes concep- ciones generales y ni siquiera cierta congruencia en sus escritos, y menos podria decirse que la lucidez fuera una de sus prendas distintivas. El hecho extrafio de que México haya dado contados grandes escritores politicos tiene, a su vez, una explica- cién. En efecto, es incuestionable que el pais ha produ- cido hombres de clarisimo talento; ademas, el mexicano se ha interesado vivamente en la politica y ha participado en ella al grado de que hasta muy recientemente ha pre- ferido ese oficio a los socorridos de la iglesia y de las armas; en fin, como la historia nacional y local ha sido accidentada, por fuerza ha tenido que atraer su atencidn. Sin embargo, a esas tres circunstancias innegables se han sobrepuesto otras.-De 1830 a 1876, digamos, los bue- nos talentos y las grandes plumas cambiaron 1a profe- sidn del escritor por la del soldado, o pretendieron com- binar el ejercicio de ambas, siempre en desmedro de las letras. (De Vicente Riva Palacio se decia que cuando 13 queria combatir, sacaba la pluma, y cuando queria escti- bir, echaba mano de la espada.) La esperanza que repre- sentaron Sierra, Vigil y Garcia se explica porque escri- _bieron cuando el régimen de Diaz ain no habia tomado forma y, en consecuencia, incitaba a reflexionar sobre él. De 1888 a 1911 los intelectuales de mayor relieve sir- vieron al gobierno de Diaz, y, por lo tanto, se adormecié su espiritu critico, optando los menos por callar, y los més por cantar las proezas del régimen. La caida de Diaz en 1911 hizo posible los escritos de Rabasa y de Bulnes. Bastante mas insegura es la explicacién en cuanto a la historia contemporanea. Ninguno de los miembros del Ateneo de la Juventud tenia un interés verdadero en la politica, de modo que su rebeldia se enderezd mas bien contra el estancamiento de Ja cultura en general y sobre todo de la educacién superior. De los escritores de la €poca heroica (1909-1911), cuando el gobierno de Por- firio Diaz era atin lo bastante fuerte para castigar con rudeza a sus opositores, sdlo Madero produjo un libro; Cabrera, Ricardo Flores Magén, Juan Sanchez Azcona, etc., se quedaron en el articulo periodistico. Ningtin his- toriador o politédlogo, mexicano o extranjero, ha conce- dido a La sucesién presidenctal de 1910 otro valor que el de su oportunidad, pues aparecié cuando existia ya una opinion publica desfavorable a Diaz y asi ayudé a darle mayores vuelos a la campafia electoral de 1909-1910. Para mi es un gran libro: bien escrito, con un minimo de demagogia, es el mejor anilisis condenatorio del régimen porfiriano, digno pendant de La cuestién presi- dencial en 1876 de José Maria Iglesias. Los escritos periodisticos de los otros, siendo en su época de un valor moral ejemplar, y hoy importantes testimonios histéricos, poca sustancia ideolégica han dejado. La brillante generacién de “1915”, 0 de los Siete Sa- bios, tampoco ha dado un gran escritor politico por las razones que traté de explicar en el prdlogo de mi libro Ensayos y Notas. Ni siquiera Narciso Bassols, dos o tres afios menor que los Sabios, y con un interés por la po- 14 litica casi obsesivo, supo escapar a la ilusién de que mas valia “hacer” algo por el México Nuevo nacido de la Revolucién que pensar y escribir acerca de él. Sobre to- dos ellos, en efecto, obré un factor sumamente desfavora- ble: cuando eran jévenes y animosos, cuando su vida era mds simple, cuando, en suma, la tarea de escribir largo y tendido hubiera sido relativamente llevadera, admiraban tanto a la Revolucién, que su deseo predominante era ser- virla en la accién. Cuando les vino el desencanto, a unos ya en 1929 y a todos sin excepcién en 1940, era dema- siado tarde para sentarse quietamente a escribir. Como no se interesé en atraerse a los verdaderos in- telectuales, ni éstos se esforzaron en abrirse paso hasta las posiciones de poder, la Revolucién se quedé con fos menos dotados, los cuales se dedicaron, sea a cantar sus glorias, sea a servirla como “técnicos”. Sin embargo, Ja mayor calamidad de todas es la forma peculiar como se hace politica en México. Alguna vez fue abierta, digamos durante los afios que precedieron al Congreso Constituyente de 1856 y durante los diez de la Republica Restaurada (1867-1876). Hubo entonces una prensa que representaba los distintos matices de los partidos conservador y liberal, que gozaba de la mas com- pleta libertad y que contaba con escritores de una inte- ligencia sorprendente. El gobierno en turno, por su- puesto, solfa tener asegurada una fuerte mayoria parla- mentaria; pero en ningin momento dejé de haber una minoria opositora que, por su agtesividad, su talento y su destreza, desempefid con eficacia la funcién de cen- sor avisado y resuelto del gobierno. Y los presidentes y los secretarios de estado estaban acostumbrados a consi- derar los efectos que sus actos publicos, y aun los priva- dos, podian tener en el sentir publico. Esta situaci6n comenzé a cambiar con el advenimien- to de Porfirio Diaz. Decliné 1a calidad intelectual y moral de los periodistas; la oposicién parlamentaria fue debili- 15 tandose hasta desaparecer por completo desde 1888. El poder ejecutivo federal acabé por ser la mayor fuerza po- litica y econédmica del pais, y, por lo tanto, como todo dependia de él, sdlo los suicidas desatendian la necesidad de acercarsele. Ademdas, Porfirio Diaz, que naturalmente le dio un tono personal a su largo reinado, sentia un ver- dadero horror por lo que él mismo Ilamaba el “escan- dalo”, es decir, ventilar en publico las diferencias poli- ticas. Prefirié siempre, aun si otro procedimiento le hu- biera dado mayores 0 més rapidos beneficios, la nego- ciacién directa, callada, con los actores de cualquier drama politico. Cuando no podia evitarlo, usaba la correspon- dencia epistolar, que hacia llegar al destinatario directa- mente o a través de un conducto de su plena confianza; pero su método preferido era la convetsacién personal y sin testigos. Ademés de sustraerse asi a la mirada pi- blica sus actos preparatorios, la resolucién tomada se daba a conocer sin anuncio o explicacién alguna, a pe- sar del riesgo de que fuera interpretada equivocada o des- favorablemente. Durante la Revolucién se ha producido una situacién muy semejante, aunque por razones diversas. De 1911 a 1928 la politica es abierta, y en ocasiones tan ruidosa, que sus conflictos mas escondidos Iegan a dirimirse a balazo limpio. Esto ocurre en parte como una reaccién natural contra la politica a puerta cerrada del antiguo régimen, y en parte mayor porque, como el pais se ha embarcado en un camino nuevo, cada uno de los cami- nantes grita para que se le reconozca algtn descubri- miento. Por afiadidura, de la contienda armada brotan muchos héroes que reclaman honores y compensaciones proporcionados a lo que ellos juzgan una contribucién decisiva a la victoria. Y claro que estas reclamaciones no se presentan en un documento escrito y razonado, sino con el apoyo de las armas o del grito de los secuaces politicos, Asi se forman las facciones y se entabla entre ellas una lucha que resulta imposible mantener en secre- to, pero ni siquiera dentro de un orden tolerable. La 16 sucesién presidencial da la mejor oportunidad para que Jas maniobras facciosas se agudicen hasta ser el pan co- tidiano del comentario piblico. Las desavenencias de Ma- dero con Orozco y los hermanos Vazquez Gémez; las de Carranza con Villa, Zapata y los convencionistas y mas tarde con Obregén; las de éste con De la Huerta y las de Calles con Cardenas, no podian ser sino hechos pi- blicos, como que conmovian a toda la nacién. A partir de 1928 esta politica abierta, ruidosa hasta la violencia, comienza a modificarse, en parte porque un buen numero de los lideres sobresalientes de la Revo- lucién ha sido eliminado de un modo o de otro, y en parte por la creacién del partido unico de la Revolucion, cuyo fin inmediato fue el de confiar a la lucha civica y no a las armas la solucién de los conflictos politicos. Por primera vez desde 1911 se introduce un minimo de dis- ciplina entre los miembros de la gran familia revolucio- naria y entre los muchos aspirantes a pertenecer a ella. Esta etapa de organizacién y de disciplina dentro del Partido, y en general dentro del grupo gobernante, lo mismo el federal que los locales, avanza con tanta prisa, que puede decirse que cal vez para 1940, pero ciertamente en 1946, llega a un grado de perfeccién increible: desde entonces Ja politica mexicana, sobre todo en cuanto a lo que los politdlogos gustan de lamar el decision-making process, se convierte en un misterio poco menos que impene- trable. Vaya un ejemplo. Hay un consenso general entre los - politdlogos, aun entre los legos, acerca del procedimiento que se sigue para designar al candidato del PRI a la ptesidencia de la Republica: el presidente saliente lo es- coge, pero ha de someter al elegido, por lo menos, a la opinidn o consejo de los ex presidentes. Y como demos- tracién de que asi en efecto ocurre, se cita el caso del presidente Miguel Aleman, que, habiendo escogido pri- mero como su sucesor a Fernando Casas Aleman, enton- ces jefe del Departamento del Distrito Federal, tuvo que rectificar su decisién en vista de las obijeciones puestas 17 por alguno o algunos de los ex presidentes, y acabé por amparar la candidatura de Adolfo Ruiz Cortines. Pues bien, no hay un solo testimonio de los participantes en esta supuesta consulta, 0 siquiera de una persona cercana a ellos. No sdlo eso, sino que todos los ex presidentes han declarado explicita y reiteradamente que jamas han sido consultados, explicando que no hay raz6n alguna para que asi se haga puesto que el Partido lleva a cabo Ja seleccién a ta vista del publico. No es éste, por su- puesto, el unico misterio de la politica mexicana, pues se repite en todos los puestos de eleccién popular. Dar con los hechos que puedan fundar su explicacién racional, es la ocupacién y la preocupacién mayores de quien estudia un fenédmeno determinado; pero como el politdlogo que examina nuestra vida piblica no logra descubrir, por ejemplo, los que determinan Ja sucesién presidencial, lejos de renunciar a explicarlo racionalmen- te, se lanza a Ja suposicidn y aun a Ja fantasia. Acude, digamos, a pintar las caractetisticas que debe tener un aspirante a la nominacién del PRI, y acaba por presen- tarlas con tanta seguridad que parece haberlas hallado como si estuvieran escritas en un cédigo pablico o que alguien le ha revelado el secreto. Entonces dice que el candidato ha de ser un hombre lo menos objetable po- sible, sin pensar que siendo valida esa observacién para el caso de México, lo es también en cualquier pais, puesto que irfa al fracaso un personaje generalmente impopu- lar, y al éxito seguro el que es querido y admirado por todo el mundo. Sefialan asimismo el requisito de que sus ideas sean, no ya alejadas de todo extremo, pero ni siquiera muy definidas. La historia mexicana de los Ul- timos treinta afios asi lo comprueba, en efecto; pero, por una parte, este requisito de no estar comprometido a un programa demasiado rigido o explicito es valido en la mayor parte de los paises occidentales, y, por otra par- te, la realidad mexicana es que, antes de llegar a serlo, los candidatos del PRI no han expresado ninguna idea de cualquier clase que sea, puesto que la norma es que 18 la Gnica voz oficial autorizada es la del presidente de la Republica. Este rasgo inconfundible de misterio que tiene la po- litica mexicana desde 1940 o 1946 en verdad obliga a -quien pretende estudiarla a inventar supuestos y razo- nes, a extremar la especulacién fantasiosa ante la falta de hechos comprobables que pudieran dar a sus opinio- nes un fundamento convincente. Citense dos ejemplos ilustrativos. Forzado a pintar los requisitos que ha de lenar un aspirante a la nominacién del Partido para la presidencia de le Republica, un politélogo afirma que es una tara definitiva tener una esposa extranjera, sobre todo de nacionalidad norteamericana, como le ocurtié en 1946 al candidato Ezequiel Padilla. La esposa de Padilla tenia ascendientes franceses y no norteamericanos, y fran- ceses, ademas, con mas de un siglo de residencia en Mé- xico, y tan mexicanos, de hecho, que acabaron por es- cribir equivocadamente el apellido del antepasado primi- tivo francés, llegado a México hacia 1818. Padilla perdid las elecciones porque siendo miembro de la familia revolucionaria, rompio con ella al lanzar su candidatura; perdié porque luchaba contra un partido politico orga- nizado que contaba con el apoyo oficial; y perdié porque a él, no a su esposa, se le acusaba de “pro-americanis- mo”, cargo que hace impopular a cualquier mexicano y mucho mas al aspirante a la presidencia de la Repiblica. El cargo provino de la actuacién de Padilla como se- cretario de Relaciones Exteriores en los afios inmediatos a su aventura presidencial, actuacién que, ademas, debe entenderse. México declard formalmente la guerra a las potencias del Eje; entonces Padilla no podia haber se- guido sino una politica de solidaridad con los Aliados, al frente de los cuales, como el factor decisivo en la con- tienda, se hallaba Estados Unidos. Otro politdlogo se adelanté a los tiempos al conside- rag como requisito para ser el candidato oficial a la presidencia, el de no ser declaradamente feo. Tal aseve- racién se hizo pensando en Ia guapura juvenil de Mi- 19 guel Aleman y de Adolfo Lopez Mateos, y antes, por supuesto, de la nominacién y eleccién eventual de don Gustavo Diaz Ordaz. La organizacién politica de México ha llamado mucho la atencién del extranjero (el mexicano la ‘da por con- cedida) desde hace unos veinte afios. Sobre ella se han escrito mas de una docena de libros, un buen numero de articulos eruditos e incontables crénicas periodisticas. Es mas: tras independizarse, algunos de los paises africanos enviaron en su momento misiones que estudiaron de modo discreto su posible adopcidn. No es dificil dar con la causa principal de esa curio- sidad. México, que vive en frecuentes convulsiones du- rante los primeros sesenta afios de su vida independiente, goza de treinta y tres de paz y de estabilidad durante el régimen porfiriano; pero en 1910 vuelve a las an- dadas del levantamiento militar y de la revolucién, que s6lo concluyen en 1929. De entonces acé, ha dado un espectaculo sorprendente de siete sucesiones presidencia- les hechas pacificamente, y una vida publica en que no ha habido una conmocién perceptible hasta 1968 y des- pués en 1971, en ocasion de la rebeldia estudiantil. A esa situacién inusitada de tranquilidad pablica, ha afia- dido desde hace treinta afios un progreso econdmico sin paralelo en toda su historia anterior. Estos dos hechos: gran estabilidad politica y sefialado avance material, co- bran una singularidad todavia mayor si se piensa en la agitaci6n aparentemente inexplicable en que viven los otros paises latinoamericanos, y en su progreso econdmi- co siempre inferior al mexicano, a excepcién del muy reciente de Brasil. Es mas: la comparacién sigue siendo favorable a México si se extiende a todos los paises la- mados subdesarrollados. La singularidad, notable en si misma, de esta estabili- dad politica y de semejante progreso econémico crece si se reflexiona que México los ha conseguido sin acudir 20 a ninguna de las dos férmulas politicas consagradas: la dictadura o la democracia occidental. Es obvio que no ha sido gobernado dictatorialmente durante los ultimos treinta afios, y menos obvio, peto comprobable, que si bien la Constitucién de 1917 le dio una organizacién politica democratica, muy a la occidental (0, si se quiere, muy a la norteameticana), el poder para decidir no reside en los dérganos formales de gobierno prescritos por la Constitucién, digamos los cuerpos legislativos y munici- pales. Es también comprobable que la independencia de los poderes legislativo y judicial respecto del ejecutivo es mucho menor que en una verdadera democracia. Y es asi- mismo signo de una organizacién democratica impura o sui generis, la existencia de un partido politico oficial o semi-oficial, no unico, pero si abrumadoramente predo- minante. Por eso se ha concluido que Jas dos piezas principales y caracteristicas del sistema politico mexicano son un poder ejecutivo —o, mas especificamente, una presiden- cia de la Repiblica— con facultades de una amplitud excepcional, y un partido politico oficial predominante. II. LAS DOS PIEZAS CENTRALES 1. La Presidencia de la Republica Las amplisimas facultades que tiene el presidente de Mc- xico proceden de la ley y de una serie de circunstancias del mas variado caracter. Es un hecho histérico notable, y hasta ahora insufi- cientemente explicado, que de la Constitucién revolucio- naria de 1917 salid un régimen de gobierno en que el poder ejecutivo tiene facultades visiblemente superiores a las de los otros dos poderes, sobre todo el legislativo. Los constituyentes del 56 hicieron de éste el poder princi- pal por dos motivos: primero, porque les obsedia ei re- cuerdo de los cincuenta afios anteriores, en que repetida- mente el jefe del ejecutivo se transformaba en dictador; y segundo, porque considerando inconclusa la obra de la Reforma, quisieron confiar su prosecucién a una camara unica de diputados con cierto aire de asamblea nacional revolucionaria a la francesa. Cualquiera diria que esas dos mismas consideraciones se repitieron en 1917. Justamente la Revolucién habia derribado al régimen dictatorial mas prolongado que México habia tenido hasta entonces, y parecia incuestionable también que los constituyentes re- volucionarios dudaban mucho de que su obra legislativa (como lo demuestra Ja amplitud y el detalle con que redactaron el articulo 123) aseguraba la victoria defini- tiva de sus ideas. Del lado opuesto se puede pensar en varias circuns- tancias. La primera, que yo senalé hace ya tiempo, pero que no ha sido admitida por los constituyentes del 17, consiste en que éstos trabajaron inspirdndose en el libro de Emilio Rabasa (La Constitucién y la Dictadura), cuya tesis principal es que el régimen autocratico de Porfirio Diaz no habia sido obra de Ja ambicién o el capricho de 22 un hombre, sino impuesto por el hecho inevitable y pro- fundo del escaso desarrollo politico nacional. La conclu- sién de Rabasa, en suma, era que la Constitucién de 57, al limitar las facultades del Ejecutivo, habia impuesto la dictadura extra-constitucional. Puede suponerse también, aunque esto no trascendié a sus discusiones, que los cons- tituyentes del 17 juzgaron necesario dotar de facultades amplias al ejecutivo para que templara las Juchas fac- ciosas, ya perceptibles, dentro del propio grupo revolu- cionario. Y con certeza cabe afirmar que no influyé en lo mas minimo la consideracién, hoy obvia, de que para una época de reconstruccién y de avance econdémico, po- dia estorbar una asamblea deliberativa, y ser necesario, en cambio, un ejecutor fuerte y dindmico. Lo cierto es que la Constitucién de 17 creé un eje- cutivo extraordinariamente poderoso, y que de alli ema- nan muchas de las facultades amplias de que goza en México el presidente de la Republica. Otras provienen de los errores de las leyes, comenzando por la mismisima Constitucion. Piénsese, por ejemplo, en Ja fraccién XVI del articulo 73, que define las facultades del Congreso en asuntos educativos y culturales. Cualquiera diria que la disposici6n constitucional debia haberse limitado a decir que correspondia al Congreso de la Union fijar las bases generales conforme a las cuales ha de desarrollarse la acci6n educativa del ejecutivo federal. Pues no: faculta al Congreso, por no decir que lo obliga, a “establecer, organizar y sostener en toda la Republica” la gama com- pleta de escuelas, desde las rurales y primarias hasta las de ensefianza superior, a mas de museos, bibliotecas, ob- servatorios “y demas instituciones concernientes a la cul- tura general del pais”. O sea que la Constitucién pensd convertir al Congreso en toda una secretaria de Educa- cién Publica y Bellas Artes. Sobra decir que en los cincuenta y cuatro afios que tiene de vida la Constitu- cién, el Congreso jamas ha creado o dirigido una sola escuela u observatorio, y que el Ejecutivo no ha vaci- lado un momento siquiera en moyerse por su propia 23 cuenta en estas materias, sin consultar al Congreso sino cuando le somete el presupuesto anual de egresos, en el cual figura, por supuesto, el correspondiente al ramo de educacion. El amplisimo poder del Presidente proviene no sdlo de las facultades que acertada o desacertadamente le dan las leyes, sino de otras fuentes. Desde Juego una de caracter geografico: el asiento de los poderes federales esta en la Ciudad de México, que se halla mas 0 menos en el centro del pais, pero, en todo caso, y como ocurre con Paris, en una posicién “radial”. Esto quiere decir, por ejemplo, que las mercancias europeas desembarcadas en el puerto de Veracruz tienen que pasar por la ciudad de México para llegar al consumidor de todos los estados de la Rept- blica, excepto los de Puebla y Tlaxcala, que estan de paso. Este simple hecho geografico ha determinado con el tiempo una concentracién demografica, econdmica, cultural y politica que ha convertido al Distrito Federal en el 6rgano vital de toda la nacién. Es decir, México, a despecho del régimen federal de gobierno establecido por la Constitucién, es un pais gobernado en la realidad por una autoridad central incontrastable. El Distrito Fe- deral tiene hoy mas habitantes que el mas populoso es- tado de la Republica; los recursos fiscales del gobierno federal son superiores a los de todos los estados juntos; Ja mayor concentracién bancaria, comercial, industrial, se halla también en el Distrito Federal, y en ¢l, por su- puesto, se encuentran las instituciones educativas y cul- turales mejor dotadas. El Distrito Federal es, pues, el érgano director del pais; en él estan los poderes federales, que son, a su vez, el foco de poder y de actividad de esa pequefia zona geografica, y en la cima de todo se encuentra el presi- dente de la Republica. Escasa sorpresa puede causar que éste tenga una fuerza tan grande. El mismo desarrollo econémico, objetivo principal de 24 la accién publica y privada, ha robustecido el poder del Presidente. Aqui esta un ejemplo ilustrativo: el progreso industrial se ha logrado con el conocido procedimiento de la sustitucién de importaciones, que exige un control de éstas. En México se ha Ilevado al extremo de que el “ochenta por ciento de las importaciones requiere un per- miso especial y especifico de la secretaria de Industria y Comercio, es decir, de una dependencia directa del presi- dente de la Republica. Se supone, es verdad, que seme- jantes licencias se dan conforme a criterios generales; pero aparte de que se trata de simples normas administrativas, sujetas a cambio en cualquier momento por decisién pre- sidencial, en la practica su interpretacién permitiria con- ceder o negar los permisos al arbitrio de los funcionarios de esa secretaria. México ha cambiado mucho desde la época porfiriana; pero, aun asi, sigue siendo una sociedad insuficientemente diferenciada. En los viejos tiempos, el mejor porvenir po- sible para un joven de mediana instruccién y de algunas ambiciones era una carrera publica, es decir, un empleo administrativo 0 como miembro del congreso o la magis- tratura judicial. Las otras dos posibilidades, el clero y el ejército, focos muy vivos de atraccién durante la época virreinal y la primera mitad del siglo x1x, habian dejado de serlo. Se dio asi en la época porfiriana la situacién curiosa de que los negocios estuvieran en manos de ex- tranjeros, no por las razones habituales de competencia técnica o por ser ellos duefios del capital, sino porque no pudiendo dedicarse a la politica, tenian que desenvolverse dentro de los negocios privados. Hoy, repito, las cosas han cambiado mucho, de modo que las empresas privadas (in- dustriales, comerciales, bancarias y agricola-comerciales) ofrecen un buen campo de actividad a los jévenes deseo- sos de enriquecerse y de encumbrarse socialmente. Aun asi, la vida publica sigue siendo la atraccidn mas seduc- tora, y claro que aqui se abre un nuevo campo de in- 25 fluencia del presidente de la Republica, puesto que él de- termina en buena medida el curso de esa vida publica. " Quizds valga la pena sefialar otra razén que ayuda a ex- plicar el origen extralegal de algunas de las muy amplias facultades del Presidente. En Ja escala del poder civil ofi- cial, el ultimo peldafio lo ocupa el presidente municipal, el gobernador del estado el intermedio, y el superior el presidente de la Republica. Juridicamente, cada una de esas autoridades ejecutivas tiene un campo de accion pro- pio e independiente, de modo que, en principio, una resolucién dictada por el presidente municipal no puede ser modificada, y menos anulada, sino por el fallo de una autoridad judicial competente. En la realidad ocurren Jas cosas de un modo distinto. Subsiste mientras no sea obje- tada por nadie, sea porque los miembros de la comuni- dad respectiva la encuentran justa o ventajosa, sea porque los que la desaprueban no se resuelven a acudir a la auto- ridad mas fuerte del gobernador para inducirlo a que de algan modo intervenga cerca del presidente municipal y logre que la medida se revoque o se modifique. Igual ocurre en el dmbito del gobernador de un estado, con esta agravante: como la Constitucién general declara con mucho énfasis que los estados de la Repiblica son “li- bres y soberanos en su régimen interior”, juridicamente debiera ser imposible la intervencién de cualquier autori- dad federal, como no fuera la judicial, y eso en casos muy restringidos. Pero en la realidad ocurre que los inconfor- mes con una disposicién, sea del ejecutivo, sea del legis- lativo de un estado, acuden al presidente de la Republica para que sea modificada por la via de la “persuasion”. En esta forma el Presidente resulta ser el juez de ultima instancia o el arbitro final de los conflictos entre los go- bernantes y los gobernados de las comunidades munici- pales y estatales. Algo muy semejante ocurre en el campo de la accién federal. Un particular que debe ventilar un negocio en 26 una secretaria de estado, acude a la autoridad inferior a cuyo cargo inmediato esta encomendado su conocimiento, digamos lo que se llama en el lenguaje burocratico me- xicano el jefe de seccién. Pero si el particular encuentra desfavorable su resolucién, 0 si cree que acudiendo a la autoridad inmediata superior sacard una ventaja mayor, somete el asunto al jefe de departamento, de aqui al director general, después al subsecretatio, en seguida al secretario de estado y finalmente al presidente de la Re- publica. Asi, una vez més, éste se convierte en el juez de Ultima instancia o en el arbitro superior de la enorme variedad de asuntos que manejan las secretarias de estado y los departamentos del gobierno federal. A este modo ascendente, Ilamémoslo asi, de manejar Jos asuntos pi- blicos, se agrega otro procedimiento, que consiste en plantearlos directamente al presidente de la Republica, saltandose a todas las autoridades inferiores a él. No pueden usarlo, desde Juego, sino los escasos individuos que por una razén o por otra tienen una vinculacion personal con el Presidente, o los grandes grupos de pre- sibn, como las c4maras industriales y de comercio o la Asociacién de Banqueros. Se dira que, después de todo, estos fendmenos no de- bieran sorprender, porque entre la autoridad inferior del jefe de seccién y el presidente de la Reptblica hay una escala ascendente de autoridad, y es natural que la superior pueda revocar o modificar la resolucién dada por la autoridad inmediatamente inferior a ella. Esa reflexién es valida sdlo en teoria, pues aparte de la indefinicion, quizas deliberada, de los campos propios de cada autori- dad, esta la actitud viciosa del superior, que suele reser- varse el derecho de revocar cualquier resolucién de sus subordinados simplemente por el deseo de hacer sentir su superioridad, o por la conveniencia personal de usarlo. Aun admitiendo que es comprensible e incluso justificada esa subordinacién al presidente de la Repiblica de todas 27 las autoridades, altas, medias y bajas, de las secretarias de estado y de los departamentos, puesto que son depen- dencias suyas, cualquiera diria que no lo es el que se subordinen también a él los miembros de los poderes judicial y legislativo, que, por definicidn, tienen una auto- tidad propia e independiente. En el caso de los magistrados de la Suprema Corte de Justicia, por ejemplo, Ja situacién es clarisima. Estdn bien remunetados, y ni el Ejecutivo ni el Congreso pueden disminuir sus sueldos; cuentan, ademas, con una buena jubilacién y sus nombramientos son vitalicios, es decir, no cabe removerlos sino mediante un juicio de respon- sabilidades 0 por una mayoria de votos de las camaras de diputados y senadores que apruebe la acusacién de mala conducta presentada por el jefe del ejecutivo. Pa- recetia, pues, que la Constitucién los ha rodeado de todas las garantias necesarias para asegurar su independencia. Y de verdad Ja tienen generalmente, excepto cuando por alguna razon el presidente de la Republica se interesa de modo especial en algun asunto. El caso mis claro lo da el articulo 98 de la Constitucién, que faculta a la Suprema Corte a nombrar a un miembro del poder judicial o a un comisionado ad hoc para averiguar “la violacién del voto publico”, es decir, un asunto de orden politico. Un partido oposicionista le pidié alguna vez que usara de esa facul- tad, y la Corte se negé, sin duda por no querer interferir en un campo donde el Ejecutivo tiene un interés prin- cipal. Puede explicar parcialmente esta sujecién intermitente del poder judicial el hecho de que los magistrados y ministros de la Corte son nombrados por el Senado a peticién del presidente de la Republica. Esto quiere decir que en alguna forma, directa o indirecta, el aspirante a esos puestos debe tener ligas con el Presidente y ser bien visto por él. La Constitucién, por supuesto, faculta al Senado para rechazar a un candidato propuesto por el Presidente, pero como el Senado esta bien atado al jefe del ejecutivo, en la realidad el nombramiento de un 28 magistrado depende exclusivamente de la voluntad pre- sidencial. Claro que, una vez aprobado por la camara alta, nadie puede revocar su nombramiento, segtin se ha dicho ya. Podria pensarse que, pasado ese momento de suje- cién, el magistrado goza de una independencia plena. No es asi, sin embargo, dadas esas razones, y por motivos que también operan con los miembros del poder legis- lativo. Teéricamente, la subordinacién del poder legislativo al Presidente es explicable, pues la mayoria parlamentaria esté compuesta de miembros del partido oficial, cuyo jefe supremo es el presidente de la Republica, aun cuando formal o abiertamente no aparezca como tal. La verdadera raz6n, sin embargo, es de otra naturaleza. Los candidatos a diputados y senadores desean en general hacer una ca- rrera politica, y como el principio de la no-reeleccién les impide ocupar el mismo lugar en el Congreso por mucho tiempo, se sienten obligados a distinguirse por su lealtad al Partido y al Presidente para que, despucs de servir tres afios como diputados, puedan pasar en el senado otros seis, y de alli, digamos, otros tantos de gobernadores de sus respectivos estados o alcanzar un puesto administra- tivo importante. Esto quiere decir que después de los tres afios de su mandato, el porvenir de un diputado no de- pende en absoluto de los ciudadanos de su respectivo distrito electoral, sino del favor de Jos dirigentes del Partido y en Ultima instancia de la voluntad presi- dencial. Todos estos hechos, y varios otros que podrian agre- garse, no explican de un modo cabal el papel deslucido que viene desempefiando en el escenario politico nacional el poder legislativo desde hace por lo menos treinta afios. A buen seguro que el mexicano no veria con ojos compla- cientes un parlamento que, como el de la IV republica francesa, formara y derribara gobiernos sin mas objeto que demostrar el mayor poder de una fraccién sobre otra, con la consiguiente paralizacién de toda accién benéfica del poder ejecutivo. Es de suponerse que tampoco apro- 29 baria la conducta de un Congreso que mantuviera sin motivos perfectamente claros y justificados una actitud levantisca frente al poder ejecutivo. Pero asimismo es claro que el mexicano medio no aplaude camaras de di- putados y senadores que creen Ilenar sus funciones con Jas ruidosas ovaciones que le dispensan al presidente de la Republica, pues semejante actitud significa renunciar al papel de cooperadores del Ejecutivo y, si el caso lle- gara, el de sus mAs severos criticos. En todo caso, el mexicano, por Io visto, ha acabado por creer que ha caido en desuso la independencia de crite- rio, sin contar con que una experiencia larga y hasta ahora no desmentida ensefia que la sujecién es mucho mas lucrativa que la independencia. Y no deben descartarse los efectos puramente sicolégicos que estas situaciones producen, pues basta que la gente crea que un hombre es poderoso para que su poder aumen- te por ese solo hecho. Si una persona supone que la fortuna personal de un banquero es de cien millones de pesos cuando en realidad sdlo Ilega a cincuenta, la equi- vocacién no le agrega al banquero un solo peso. En cam- bio, aumenta mucho el poder del Presidente la creencia de que puede resolver cualquier problema con sdlo querer © proponerselo, creencia general entre Jos mexicanos, de cualquier clase social que sean, si bien todavia mas, como es natural, entre las clases bajas y.en particular entre los indios campesinos. Estos, en realidad, le dan una pro- yeccién divina, convirtiéndolo en el Sefior del Gran Po- der, como muy significativamente llaman los sevillanos a Jesucristo. No han faltado, por supuesto, observadores que sosten- gan que, contrariamente a las apariencias, el poder pre- sidencial ha acabado por ser muy festringido. Apuntan desde luego al principio de no-reeleccién, que lo limita, 30 si no en cantidad, por lo menos temporalmente a los seis afios de su mandato, Después, a que el caudillo militar fue sustituido desde 1946 por gobernantes civi- les, eliminandose asi el poder adicional de las armas. Sefialan en tercer lugar que la creacién de Ia secretaria de Ja Presidencia refleja no tanto el deseo como la nece- sidad de “institucionalizar” las dadivas presidenciales, su- jetandolas a ciertas normas generales, y no, como antes, que quedaban libradas al capricho circunstancial dei dis- pensador. Por ultimo, razonan que el hecho mismo de haber tenido un poder tan exorbitante que practicamente todo dependia de él, ha convertido al Presidente en ob- jeto de fuertes y multiples presiones que le impiden actuar conforme a sus opiniones, gustos e intereses personales. Es incuestionable que el principio de no-reeleccién ha ejetcido una influencia decisiva en nuestra vida publica, y asi lo confirma el que su unica violacién tuviera el tra- gico desenlace del asesinato de Obregén. Del mismo modo, si bien en una escala menor, la suspicaz acogida que tuvo la idea de prortogar el mandato del presidente Aleman y la més reciente de excluir del principio a los diputados federales. Esto no ha impedido, sin embargo, que todos los presidentes, con excepcién de Ortiz Rubio, hayan tenido un poder enorme durante su respectivo periodo. Por eso se ha dicho que la mexicana es la unica reptblica del mun- do que se da el lujo de ser gobernada por una monar- quia sexenal absoluta. Y la circunstancia de que para ser presidente sea preciso pertenecer a la Familia Revo- Jucionaria, ha Ilevado al comentarista chocarrero a afinar Ja definicién anterior diciendo que se trata de una Mo- narquia Absoluta Sexenal y Hereditaria en Linea Trans- versal. Como cada uno de los sumandos es siempre menor que la adicién de todos ellos, parece matematicamente exacto que el presidente civil tenga menos poder que el presi- dente militar, ya que éste afiade al de la ley el de las armas. Aqui, sin embargo, también conviene puntualizar un poco las cosas. Quizés no sea muy aventurado suponer 31 que, salvo en el caso de una crisis mortal, digamos el le- vantamiento militar de Obregén para oponerse al suce- sor elegido por Carranza, o al ocurrir la rebelién dela- huertista, las armas han tenido que ver en la politica nacional bastante menos de lo que generalmente se su- pone. El unico presidente que puede considerarse como un gtan caudillo militar es Obregon, pues nadie tomd nunca muy en serio los hechos de armas de Ortiz Rubio, Avila Camacho, Abelardo Rodriguez y aun de Calles, siendo los de Cardenas mas bien oscuros. A Obregén pudo favorecerlo politicamente su aureola militar, pero el poder que tuvo como presidente, y el que tuvieron los otros, se debid ante todo a la destreza‘ para usar la enorme suma de facultades “civiles” que la ley y los ha- bitos politicos le ofrecian. Un modo convincente de com- ptobar esto lo da nuestro proceso electoral. Al desta- parse, el Tapado es una figura politica sumamente fragil, pues aun cuando ha sido durante Jos seis afios anteriores secretario de estado, la nacién apenas sabe de su exis- tencia. A esa debilidad original corresponde la necesidad y la urgencia de una campafia electoral prolongada, ex- tensa y costosa, durante la cual el candidato, al mismo tiempo que se da a conocer fisicamente, establece un contacto personal con los grupos politicos de cada lugar visitado para crear en ellos esperanzas e intereses con el conocido doble sistema de alabar al héroe local y sobre todo prometiendo el oro y el moro. Una vez hechas las elecciones, su fuerza basta para que un Congreso en cuya composicién apenas ha intervenido, facilice y apresure la declaracién de haber sido electo. Y el dia mismo en que toma posesion de su puesto, esta ya en pleno uso de sus amplisimas facultades. Parece cosa de magia, pues sdlo en un mundo imaginado podria verse el espectaculo de que en sdlo ocho meses un hombre pase de Ja indigencia politica mas cabal a tener un poder casi absoluto sobre un pais, una nacién y un estado. Revela también cuan gtande es el hecho de que, salvo un caso conocido, el ejército no haya puesto en duda la autoridad presidencial. 32 Y eso a pesar de que ningun presidente civil se ha des- vivido por halagarlo, dotandolo, por ejemplo, de armas modernas y costosas. No se saben a punto fijo cuales fueron los verdaderos propésitos que se persiguieron con la creacion de la se- cretaria de la Presidencia. Su antecedente lejano fue una comisién que, operando dentro de la secretaria de Ha- cienda, tuvo como funcién armonizar las inversiones del poder ejecutivo. El presidente Ruiz Cortines la sacé de alli para ponerla bajo su autoridad inmediata, ampliando sus funciones a una incipiente fiscalizacién de las inver- siones aprobadas. Entonces se pasé a la secretaria de la Presidencia que, por seguir con esa funcidn, dio pabulo a creer que se trataba de una supersecretaria encargada, no solo de coordinar y vigilar las inversiones del sector publico, sino de hacer del poder ejecutivo un instrumento de accién unitaria, y no, como siempre habia ocurrido, una serie de feudos, cada uno de los cuales tiraba por su lado. Nétese que en estos antecedentes no asoma si- quiera el propdsito de “institucionalizar” los dones presi- denciales; pero de cualquier manera, e independientemente de todo, es un hecho que esta secretaria ha resultado una unidad burocratica mas, con facultades mal definidas y en conflicto continuo con otras, sobre todo las secretarias de Hacienda y del Patrimonio Nacional. Y ciertamente no ha podido ser ni es la unica dispensadora de los regalos presidenciales. Bastante mas atendible es la observacion de que justa- mente por depender de la voluntad del Presidente tantas cosas importantes, ha hecho surgir y ha robustecido una serie numerosa de presiones, todas ellas avidas de ganarse esa voluntad para favorecer intereses particulares de per- sonas y de grupos. Desde luego, es un fendmeno cono- cido y muy estudiado por los politdlogos este de los “gru- pos de presién” o “grupos opresores”, como parece mds grAfico lamarlos. En Estados Unidos, donde afloran como en ninguna otra parte del mundo, han acabado por crear toda una profesién, la del Jobbyst, encargado de propiciar, 33 sobre todo en el Congreso, leyes y disposiciones favorables a sus representados o que no lesionen sus intereses. Pero en Estados Unidos, donde el parlamento es libre y donde la prensa, a mas de serlo también, juzga que su princi- pal funcién es desenmascarar al delincuente y al inmo- ral, el publico est4 en mejores condiciones de localizarlos y de reaccionar contra ellos. En México, a la inversa, sdlo conocen y pueden medir esas presiones los grupos que las ejercen y el Presidente que las sufre. No puede, pues, discurrirse mayormente sobre este tema de si tales gru- pos opresores han debilitado, y en qué grado, el poder del Presidente. Se sabe, si, y perfectamente, que los beneficios del ptogreso material de los ultimos treinta afios se han dis- tribuido del modo mds inequitativo posible e imaginable. La parte mayor, mucho mayor, ha ido a los empresarios, razon por la cual se ha dicho que si en el partido oficial estuvieran representados de verdad los intereses de los obreros y de los campesinos, el reparto hubiera sido muy diferente. Asi, no puede haber duda alguna de que los grupos opresores existen y de que han tenido Ja fuerza suficiente para desviar de su cauce natural los propédsitos originales de la Revolucién Mexicana. Es de presumirse, ademas, que aparte de esos grupos opresores “privados”, el Presidente también es objeto de continuas y fuertes presiones de los miembros de la Familia Revolucionaria, y que cada uno de ellos alegara que pretenden ganatse su beneplacito, no para engrandecer su propia persona, sino por abogar en favor de los intereses “superiores” de unos representados mds o menos imaginarios. El problema, empero, no es el de la existencia de gru- pos opresores, que puede darse por resuelto afirmativa- mente, sino el de la medida en que de verdad han li- mitado y limitan el poder del Presidente. No puede des- cattarse la posibilidad de que asi sea, pero tampoco de que el Presidente lo conserva intacto, s6lo que su ejercicio se ha hecho mis complicado y un tanto azaroso. En todo caso, si ese poder estuviera, en efecto, muy limitado por 34 semejantes presiones, habria que aceptar dos consecuen- cias. La primera, que esta pieza de nuestro sistema politico, la presidencia de la Republica, que se creia, como la vieja Anahuac de Alfonso Reyes, la region mds transparente de la politica mexicana, es ya también victima de las tinieblas y de un denso y envenenador smog. Y la segun- da, que una situacién semejante nos alejaria ain mas de una vida publica sana y abierta, pues quedaria acen- tuado hasta lo indecible su caracter palaciego y oculto, de ruda intriga y de pufialada trapera. 2. El Partido Oficial No parece haberse insistido bastante en las tres. impor- tantisimas funciones que desempeifid inicialmente el par- tido oficial al fundarse en 1929 con el nombre de Par- tido Nacional Revolucionario: contener el desgajamiento del grupo revolucionario; instaurar un sistema civilizado de dirimir las Juchas por el poder y dar un alcance na- cional a la accién politico-administrativa para lograr las metas de la Revolucién Mexicana. Algunos recuerdos histéricos pueden ayudar a medir la magnitud de la primera tarea. Cuando la Republica y el liberalismo triunfaron en 1867 sobre la Intervencién y el partido conservador, quedo al frente de los destinos nacionales el grupo gobernante mas experimentado y pa- triota que México ha tenido en su historia. Sin embargo, ese grupo fue incapaz de mantenerse unido para recoger los frutos de su victoria: pronto se dividid en facciones personalistas cuyas luchas hicieron estéril el triunfo lo- grado, y acabaron por abrir la puerta a la dictadura por- firiana. A los cuatro meses de esa victoria, en las elec- ciones de diciembre de 1867, Porfirio Diaz contendid con- tra Juarez, formandose asi las facciones juarista y por- firista. En las elecciones siguientes, de 1871, surgid una 35 tercera faccién, la de Sebastian Lerdo de Tejada; y en las de 1876, desaparecido Juarez, a las facciones super- vivientes, la Jerdista y la porfirista, se agregd la de José Maria Iglesias. Tanto descalabro hizo surgir una y otra vez el anhelo de reconstruir el “Viejo Partido Liberal”, y para ello se hizo un esfuerzo aparatoso en 1880, en oca- sion también de una eleccidn presidencial en la que par- ticiparon como candidatos nada menos que seis figuras destacadas de ese afiorado partido. Se hizo otro intento en 1893, mediante la Unidn Nacional Liberal, nombre significativo, porque, en efecto, se queria unir nacional- mente a los liberales. Este intento, como el ultimo de 1903, fracasd. El movimiento revolucionario estuvo todavia mas ex- puesto al desgajamiento ya que, salvo el grupo de Chi- huahua que conservé inicialmente una cierta unidad bajo ja jefatura de Madero, en muchos de los estados de la Republica brotaron como por generacién esponténea nt- cleos rebeldes que apenas habian oido hablar del pro- grama y de los lideres anti-reeleccionistas. Es mas, aun dentro del grupo de Chihuahua, apenas iniciado el movi- miento rebelde, Pascual Orozco y Francisco Villa pre- tendieron desconocer Ja autoridad de Madero. Triunfante ya la Revolucién, durante el interinato de Leon de la Barra, se hizo manifiesta la disidencia de Emilio Vazquez Gomez. El hermano de éste, Francisco, fue descartado como candidato vicepresidencial en favor de José Maria Pino Suarez, y apenas llegado Madero al poder, se le- vantaron contra él Pascual Orozco y los hermanos Vaz- quez Goémez. La situacién empeord al renacer el mo- vimiento revolucionario, pues desde los comienzos el grupo carrancista estuvo amenazado por el bando villista, para no hablar de la desconfianza con que el ultimo vio siempre la participacién de los rebeldes sonorenses. Esta primera etapa de divisiones fue poca cosa al lado del rompimiento ya declarado de Villa, del grupo con- vencionista y la actitud separatista del zapatismo. Electo Carranza como presidente constitucional, el grupo revo- 36 lucionario que habia sobrevivido a las primetas divisiones apenas se conservé junto, pues desde el comienzo de esta presidencia constitucional se planted el problema de la sucesion, a la que aspiraban figuras militares tan sobresa- lientes como Alvaro Obregén y Pablo Gonzilez. Al in- ¢linarse Carranza por un candidato civil, el grupo obre- gonista acudié a una de las rebeliones mas sangrientas que hasta entonces habia habido. Una peor atin se repitio al plantearse en 1924 la sucesién de Obregon. Y en 1928 Ja lucha facciosa concluyé con la muerte de los tres can- didatos revolucionarios: los generales Serrano y Obregon, asesinados, y Arnulfo R. Gomez, fusilado. Este hecho inesperado planted una serie de problemas a cual mds delicado. Ante todo, habia que nombrar un presidente interino que iniciata el periodo para el cual Obregén habia sido ya electo. Ese presidente tenia que satistacer al grupo obregonista, deseoso de asegurar su acceso al poder (frustrado transitoriamente por el asesi- nato de su lider) en la préxima eleccion de presidente constitucional. Al mismo tiempo, el presidente interino debia darle garantias a Plutarco Elias Calles, el manda- tario a punto de salir y, desaparecido Obregén, la per- sonalidad mas hecha del grupo revolucionario, si bien en ese momento no parecia contar con un apoyo mayori- tario. Cosa atin mas importante, era necesario seleccionar al mejor candidato para las elecciones de presidente cons- titucional, que debian celebrarse en plazo breve. Pare- cia, pues, que la tnica manera de evitar una reaccion violenta del bando obregonista, que incluso podia desem- bocar en un levantamiento militar, era que Calles mismo lanzara y apoyara la candidatura de un obregonista decla- sado y conspicuo. Pero eso habria signiticado su propia desaparicién del escenario politico, ya que, primero, los obregonistas no lo hubieran aceptado en sus filas sino como simple soldado, y segundo, ya que los obregonistas, por una raz6n o por otra, llegaron a sospechar que Ca- 37 Iles no era enteramente ajeno a la desapaticién de Obre- gon, Semejante arreglo resultaba, pues, poco menos que imposible, pero apenas cabia esperar algo mejor de una negociacién de Calles con los obregonistas para convenit en un candidato “neutral”, es decir, ni amigo ni enemigo de ellos. En una forma o en otra las figuras mas cons- picuas del momento se hallaban comprometidas con al- gan bando; pero, sobre todo, esta segunda solucidn resul- taba todavia menos aceptable para los obregonistas; puesto que convertia la posibilidad inmediata de hacerse de la ptesidencia en una probabilidad remota. Frente a esta situacién tan embrollada, y sin duda con el recuerdo de las escisiones sangrientas de 1920 y de 1924, en las cuales habia participado activamente, Calles tuvo que optar por la solucién de formar un Partido Nacional Revolucionario de cuya primera convencién saliera el candidato a presidente constitucional, que todos se comprometerian a aceptar y apoyar. EI partido oficial nacié, pues, de la necesidad de con- tener el desmembramiento de lo que comenzaba a Ila- marse la “Familia Revolucionaria’, necesidad que, por lo visto, habia Hegado a considerarse muy apremiantemen- te, ya que, a pesar de no haber favorecido al candidato obregonista Aarén Saenz, sino al “viejo revolucionario” Pascual Ortiz Rubio, la nominacién del Partido fue acep- tada, en efecto, consiguiéndose asi el segundo fin, a sa- ber, confiar la solucién de la lucha por el poder al medio civilizado de un partido politico, y no a Jas armas, como habia ocurrido desde que se inicié la revolucién made- tista, pero de un modo mas espectacular y sangriento a partir de 1920. Desde su fundacién y hasta ahora, es decir, durante cuarenta y tres aiios continuos, el Partido ha cumplido bien esas dos funciones; de hecho, las ha desempefiado cada vez mejor. En efecto, desde 1929 sdlo se han registrado tres escisiones: la del general Juan Andrew Almazin en 1940, la de Ezequiel Padilla en 1946 y la del general Miguel Henriquez Guzman en 1952. En los tres casos, el Partido, ademas de haber Ile- 38 vado a sus respectivos candidatos a la silla presidencial, no sufrié un resquebrajamiento irreparable en su orga- nizacién, ni vio mermar gran cosa el numero de sus adhe- rentes. Y por si fuera poco este resultado, hace dieciocho afios, en ocasién de las tltimas tres elecciones generales, io ha habido escisibn alguna, de modo que ha Ilegado a hablarse de una organizacién “monolitica” del Partido. No que el Partido Nacional Revolucionario fuera el pri- mero en fundarse después de la caida de Victoriano Huer- ta, ni tampoco que dejara de encontrar serios obstaculos en su ptimera prueba, o sea en las elecciones de 1929. Es bien significativo que si bien de un modo esporadico y un tanto desarticulado, comenzara a hablarse de la necesidad de fundar un partido politico nacional aun antes de la victoria militar del Constitucionalismo. El 1° de ene- ro de 1915, en ocasién de repasar los sucesos principales del afio anterior y de vislumbrar qué podia deparar el siguiente, se dice que nada Je hacia tanta falta al México nuevo que se estaba forjando como un “partido de go- bierno”. No transcurrid ni una semana sin pasar de ese deseo romantico a la accién. El 6 de enero de 1915 Mo- desto C. Rolland, Salvador Alvarado, Gustavo Espinosa Mireles y otros, lanzaron una invitaci6n para constituir una “Canfederacién Revolucionaria’ cuyo objeto princi- pal seria “la organizacién civil revolucionaria”, que con- sideraban como el coronamiento “definitivo” de la victo- tia armada. Dos dias después tuvo la Confederacién su ptimer mitin en Puebla, presidido por el general Obre- gon, y que se aprovecha para designar una comisién que redacte una ley agraria, A la dificultad intrinseca, [lamémosla asi, de crear un partido politico nacional, se sumaba la falta del estimulo de luchar tras el poder, puesto que el pais vivia aun en plena guerra civil y no podian hacerse elecciones. Pero cuando Ia lucha queda reducida a Ja persecucion de las facciones villista y zapatista, y el de Carranza es reconocido 39 como gobierno de hecho por Estados Unidos, ya podian celebrarse unas elecciones generales, tanto mds necesarias cuanto que encauzar constitucionalmente al pais consoli- daria el poder y el prestigio del grupo vencedor. Esta ul- tima circunstancia hizo inevitable el que fueran los mi- litares quienes tomaran la iniciativa, que, en el fondo, tenia como fin principal aplazar hasta 1920 el enfren- tamiento de las dos figuras militares mayores, los gene- rales Pablo Gonzalez y Alvaro Obregén, concediéndole a Carranza la primera presidencia constituciona]l. El 21 de.octubre de 1916 Gonzalez lanz6 la idea de “unificar el criterio del elemento revolucionario”. A Ja primera reuni6n asistieron, a mas del anfitrién, los generales Obre- gon, en ese momento secretario de Guerra, y Candido Aguilar, de Relaciones; Alejo E. Gonzalez, jefe de ope- raciones militares en el estado de México; Cesdreo Castro, comandante militar y gobernador de Puebla; Francisco Cosio Robelo, jefe de la 4° Divisién de Oriente; César Lopez de Lara, gobernador del Distrito Federal; etc. Pero en seguida se vio la necesidad de llamar a los civiles y aun la de darles cierta prominencia en Ja direccién del partido. De alli que, por lo pronto, se nombraran como vocales a los abogados Jess Urueta, José Inocente Lugo y Manuel! Garcia Vigil, y al médico Luis G. Cervantes, con- cluyéndose por designar presidente a Eduardo Hay. EL 25 de octubre de 1916 se constituyé formalmente el par- tido al que se le dio el nombre de Liberal Constituciona- lista a propuesta de Obregdn, tras de rechazarse Jos de “Constitucionalismo Electoral”, de Roque Estrada, y “Cons- titucionalista” a secas, del general Rios Zertuche. En su manifiesto, el partido explica que ha seleccionado a Ve- nustiano Carranza como candidato a la presidencia por sus prendas personales y porque sabré mantener unidos a los revolucionarios, lo mismo civiles que militares. De alli que el manifiesto concluyera con la aseveracion de que “ahora es tiempo de que los revolucionarios demos- tremos una vez mas Ja indestructible solidaridad que nos une”. 40 Es de suponerse que esa necesidad de mantenerse uni- dos Jlegé a preocupar de verdad al grupo revolucionario, y no sin motivo. A pesar, en efecto, de que el Partido Liberal Constitucionalista habia nacido al amparo de las mas recias figuras militares y civiles del momento, apa- ‘secid un “Partido Constitucional Fronterizo”, un “Club Constitucionalista Democrdtico” y aun otro que llevaba exactamente el mismo nombre de “Liberal Constituciona- lista”, todos los cuales, sin embargo, postulaban a Ca- rranza. La preocupacién debid ser mayor porque no pa- recfa que Jas circunstancias fueran muy propicias para lograr esa unidad. Desde luego, dificilmente podia disi- mularse que sus dos sostenedores mds fuertes, Gonzalez y Obregon, pretendian usar el nuevo partido para pre- parar sus candidaturas ptesidenciales. Sin embargo, como no tocaba hacer elecciones hasta 1920, esa manipula- cién podia haberse mantenido mas o menos cubierta si no hubiera sido porque a poco de formarse el partido tu- vieron que ser convocadas las elecciones de unos dipu- tados encargados nada menos que de redactar una nueva Constitucién, la constitucién revolucionaria, porque en- tonces los grupos personalistas, sobre todo el de Obregén, comenzaron a actuar abiertamente. EI primero en resentir esa situacién fue Carranza, pues si el partido se habia creado, como dijo en su momento Pablo Gonzalez, para “unificar el criterio del elemento revolucionario” acerca del primer candidato presidencial, era de esperarse que Carranza, electo gracias al partido, hubiera contado con el apoyo de éste para su gestién gubernativa. No fue asi, y por eso lo vio desde los co- mienzos con desconfianza. Pidié, por ejemplo, a Juan Sanchez Azcona que observara su conducta para averi- guar si correspondia al propésito de “uniformar el senti- miento revolucionario”. El observador acabé por creer que el PLC estaba cometiendo el error de limitar su accion al parlamento y a “las oficinas piblicas”, con des- medro de una accién propiamente popular. En todo caso, Carranza no se sintid muy obligado con el partido, como Al lo revela el hecho de que no figuré en su gabinete alguno de sus miembros sobresalientes. No sdlo eso, sino que en el parlamento mismo Carranza se apoyaba en un grupo de diputados adictos a su persona, como eran José Nati- vidad Macias, Félix F. Palavicini, Luis Manuel Rojas, Alfonso Cravioto, Hilario Medina, Pastor Rouaix etc. Esta fue una de las razones por las cuales este grupo, que acabé por Ilamarse “renovador”, fue combatido ru- damente en el Constituyente, donde la pugna entre Obre- g6n y Carranza se hizo ya ostensible. El PLC legé a tener una fuerte mayoria en las ca- maras, pero en parte por esa circunstancia y en parte por Ja proximidad de las elecciones de 1920, fue combatido por los grupos opositores hasta infligirle su primera de- rrota al elegirse en 1919 la Comisién Permanente del Congreso. De alli que, a pesar de que en términos genera- les el PLC habia servido sus intereses, Obregon, al lanzar su candidatura con un afio de anticipacidn a las elecciones de julio de 1920, declarara que no deseaba que la sostu- viera un solo partido. La razdn que dio fue que el PLC, como otras agrupaciones mas o menos definidas, no eran sino fracciones del viejo Partido Liberal, y que, por lo tanto, apoyarse en uno solo ahondaria las divisiones, cuando el propésito deseable era unificarlos en un solo organismo politico. Llega Obregén al extremo de incitar a los ciudadanos a que voten sin pensar que para hacerlo debieran afiliarse antes a un partido cualquiera. Una vez, sin embargo, que Obregén llega a la presi- dencia, el Liberal Constitucionalista recobra y aun ro- bustece su influencia, hasta que sus dirigentes cometen en diciembre de 1921 un desliz imperdonable, pero no por eso menos ilustrativo de las condiciones politicas de entonces. Un grupo de diputados de ese partido presenté en la cdmara una iniciativa para reformar la Constitucién de modo de instaurar en México un régimen parlamen- tario de gobierno. Seguin ella, el presidente de la Re- publica seguiria siendo electo popularmente; pero el “pri- mer ministro” y los secretarios de estado serian designados 42 por el Congreso de ternas que para cada caso le some- tiera el Presidente. Es verdad que desde junio de 1918, en ocasidn de las elecciones de una nueva legislatura federal, el PLC lanz6 todo un programa, que debian aceptar y sostener sus can- didatos a diputados y senadores, y en el cual figuraba “el establecimiento del régimen parlamentario de go- bierno”. Aun asi, el que ahora proponia no dejaba de tener rasgos bastante peculiares. Resultaba tedricamente insostenible que los diputados y senadores, cuyos man- datos populares estaban restringidos, respectivamente, a un distrito electoral y a un estado, limitaran el poder de un presidente cuyo mandato popular era nacional. Lo peor del disparate, por supuesto, estaba en el desconoci- miento de las realidades politicas. Si a Obregén se debia la existencia misma del constitucionalismo, puesto que él aseguré en muy buena parte su predominio militar. Si Obregon no habia vacilado hacia afio y medio escaso en acudit a la rebelién militar para oponerse al designio de Carranza de favorecer la candidatura de un civil. Si, con su victoria sobre Carranza, Obregén se habia conver- tido en el caudillo unico de Ja Revolucién, ¢era cuerdo imaginar que se sometiera de buen grado a esa limitacién de sus poderes, a dejar de ser el jefe del gobierno para convertirse en un simple jefe de estado? Con toda la in- sensatez que muestran los actores de este episodio, no deja de revelar su deseo de limitar institucionalmente el poder del caudillo militar. Al mismo tiempo, ensefia que !as con- diciones politicas no habian madurado lo suficiente para hacer realizable semejante propdsito aun si hubiera sido més perspicaz de lo que fue. Obregén, por supuesto, acudid a otras agrupaciones policicas para anular Ja influencia general, pero més in- mediatamente la parlamentaria, que hasta entonces habia tenido el Partido Liberal Constitucionalista. Para conseguir esos nuevos apoyos, sin embargo, Obregén no usd el agravio del sistema parlamentatio, sino el de que los peleceanos se oponian a la pronta aplicacién de la re- 43 forma agraria y al control de las compafifas petroleras extranjeras. En todo caso, Obregén logré su propédsito seis meses después, en las elecciones de diputados de 1922. Para ello, se fundé la Confederacién Nacional Revolucionaria con los partidos Nacional Cooperatista, Nacional Agrarista, Laborista y Socialista del Sureste. Ya acusaba una debilidad inicial el que a pesar del califi- cativo de “nacional” que llevaban dos de sus miembros y la propia Confederacion, no fuera ésta, en realidad, una organizacién nacional. Por afiadidura, no se trataba de un partido unico, sino de una especie de alianza, de ca- racter necesariamente temporal; en fin, era inevitable que alguno de los componentes tratara de predominar, de modo que los restantes, o desaparecian, o abando- naban la Confederacién. Asi ocurrid, sobre todo porque el Nacional Cooperatista, fundado desde 1917, estaba ma- nejado por lideres habiles y dindmicos. El Partido Laborista Mexicano, creado en diciembre de 1919, tenia raices mas antiguas, como que algunos de sus dirigentes habian hecho sus primeras armas desde 1915 en la Casa Amiga del Obrero; también su composicién mostraba mayor homogeneidad y su programa era mas definido. Y, sin embargo, no habia cobrado mucha fuer- za. El Nacional Agrarista, fundado en 1920, contaba con dirigentes conocidos, como Antonio Diaz Soto y Gama y Aurelio Manrique. Tenia el programa claro, pero evi- dentemente parcial, de propiciar la reforma agraria, pues siendo ése, sin duda, uno de los objetivos mayores de la Revolucién Mexicana, no era ni podia ser el unico. Y el Partido Socialista del Sureste dificilmente podia desem- pefiar un papel activo y eficaz dentro de la Confedera- cidn: sus lideres radicaban en Yucatan y estaban empe- fiados en una accién radical apenas compatible con el oportunismo del Cooperatista, El resultado fue que pron- to se advirtis el predominio de este Ultimo; pero como al acercarse las elecciones de 1924 se inclind por la can- didatura de Adolfo de la Huerta, en oposicién a la de Calles, que contaba con el apoyo del presidente Obre- 44 gon, el Partido Nacional Cooperatista acabé por verse desalojado del escenario politico. Sobrevino, como se sabe, la rebelién delahuertista de 1924, que partid literalmente en dos al grupo revolu- cionario, causando, ademas, una gran destruccién fisica que a todas luces empobrecié al pais. De allf que no mucho tiempo después del triunfo electoral de Calles, se hicieran esfuerzos mayores y mas elaborados para cons- tituir un gran partido nacional. Desde mayo de 1917 se habl6é de que iba a formarse en la camara de diputados un “Bloque Socialista”, promovido por Basilio Vadillo y J. D. Ramirez Garrido. Les disgustaba comprobar que sus colegas se ocuparan sdlo de “labores politicas”, mien- tras que ellos querian atacar los grandes problemas del pais: el agrario y el obrero, el religioso y el educativo, etc. El Bloque se formé sin alcanzar mayor resonancia; pero tras la triste experiencia de la revuelta delahuertista y en el poder ya Calles, resolvié convocar el 2 de mayo de 1926 a todos los partidos para formar una “Alianza de Partidos Socialistas de la Republica”. Las razones es- gtimidas para crearla resultaron un tanto contradictorias de aquel buen propésito de abandonar Ja “politiqueria” para ocuparse de los grandes problemas nacionales. En efecto, declaran desde luego “imposible concebir la idea de grandes electores que manejen a su antojo la maqui- naria electoral del pais”, debiendo estar en manos de todos los partidos. Al lado de ésta, es verdad, se dieron otras razones: por lo pronto, que la Alianza fuera “el verdadero exponente del sentir nacional”, unificar las tendencias socialistas “que se agitan en los diversos par- tidos de la Revolucién”, etc. La convocatoria fue comen- tada por la prensa. Excélsior protests porque aquellos sefiores creian que “la nacién mexicana estaba compuesta tan sdlo por los partidos revolucionarios”. El Universal, en cambio, acerté: consideraba ridicula la fragmentacién de los nuevos politicos en “partidos, partiditos y partidi- llos”, cuando lo necesario era un partido “completo”, sustentado en principios y con un programa llamativo. 45 El comentario resulté profético, pues al pasarse lista de presentes en la primera sesién, se vio que concurrian 818 delegados, que bien podian haber representado a otros tantos partidos, ya que la convocatoria habia limi- tado a un solo delegado la representacién de cada par- tido. Por supuesto que no fue asi, pero, de todos modos, resulté facil advertir ciertas irregularidades en las repre- sentaciones. Guerrero y Jalisco, por ejemplo, contaron con 47 representantes cada uno, a pesar de las marcadas diferencias de poblacién y de politizacién. Llamé mas la atencién que Yucatan, donde habia un partido socialista combativo y famoso, enviara un solo delegado, y 6 es- casos el Socialista Fronterizo, también de tenombre. De hecho, aparte de estos dos, apenas tres mds Ilevaban el nombre de socialista: los de Campeche, Tabasco y “Occi- dente”. Los demas tenian nombres tradicionales: “Club Politico Venustiano Carranza”; Partido Politico “General Victoriano Zepeda”; Partido Politico “Guadalupe Victo- tia”, etc. No falté la nota cémica que dieron los nombres de ciertos delegados: Medegiro Ruiz, Byron Guerrero, Segundo Arenaza, Dimas Popoca, etc. Lo mas notable de todo, sin embargo, resulté la increible pulverizacién a que habian liegado las organizaciones politicas del pais. En Coahuila, digamos, existian 43 partidos politicos, cosa explicable ya que sdlo en Sabinas habia 6. De Chihua- hua concurrieron representantes de 23 partidos y de San Luis Potosi 34. Era sumamente problematico que prosperara como par- tido nacional aquella Alianza. Por lo pronto, su nombre mismo revelaba que no era su propésito crearlo, ya que se trataba simplemente de juntar a los partidos locales existentes. Aun asi de reducido el propdsito, resultaba dificil aliar de verdad tantas organizaciones politicas, la mayor parte de las cuales tenian un subido color local, puesto que no abarcaban siquiera un estado, sino un mu- nicipio 0, cuando mas, departamentos 0 jefaturas. Y estaba también el escollo de que fuera el socialismo el denomi- nador comtn de partidos tan ajenos a credos ideoldgicos. 46 De alli que, en cuanto se instala, la Alianza se ocupa de definir el socialismo, asunto bien escabroso en si mismo y més atin si la definicién aspiraba a recibir una acep- tacién general. En parte por esa circunstancia y en otra por simple ignorancia, lo pints como “una tendencia desinteresada completamente de hacer feliz a las clases sociales mexicanas en un ambiente de socialismo mexi- cano, verdadero y practico”. Pero aun estos devaneos no dejaron de ofrecer cierto interés. Primero, comenzé a opo- nerse una mentalidad nueva, la revolucionaria, a la vieja liberal, al fin y al cabo del siglo xix. Y segundo, se re- pitio la idea de que el interés colectivo debia prevalecer sobre el individual. La convencién concluyé con el nombramiento de una mesa directiva con 30 vocales, para que en ella estuvieran representados los estados y territorios de la Republica. Asimismo, con el anuncio de que la Alianza convocaria a una nueva convencién con el objeto de seleccionar al candidato presidencial de 1928, que todos sus miembros se comprometian a sostener. Se apunté a Obregén, que, al parecer, contaba ya con un apoyo mayotitario, si bien la Alianza no Hegé a pronunciarse por él considerando que atin faltaban dos afios para esas elecciones. Asi fracasé de nuevo el propésito de constituir un partido estable y de alcance nacional. Y esto teniendo ya a la vista las elecciones de 1928, que amenazaban celebrarse sin que se hubiera podido presentar la can- didatura presidencial de un caudillo lo suficientemente destacado para ser admitido por las principales facciones. Y el hecho de que la candidatura de Obregén hubiera exigido una reforma constitucional equivalente al aban- dono del principio de no-reeleccién, que habia desatado todo el movimiento revolucionario, era ciertamente un mal presagio, Desde luego se resucité el viejo nombre de Partido Anti-Reeleccionista para postular al general Arnulfo R. Gémez, hecho al cual se contesté con Ia fun- dacién del Centro Director Obregonista, que claramente denunciaba su origen personalista. Tras la del general 47 Francisco Serrano, surgieron las candidaturas disidentes de José Vasconcelos, Antonio I. Villarreal y Gilberto Va- lenzuela, En fin, ocurrié lo que se temia: la sublevacién en Sonora de los generales Francisco Manzo y Gonzalo Escobar. En estas condiciones tan dificiles se lanz6 la convocato- tia para una convencién nacional, que tendria lugar del 1° al 5 de marzo de 1929, con objeto de constituir el Partido Nacional Revolucionario. De los 929 delegados que asistieron, poquisimos tenian algun relieve, si bien en el Comité Nacional Directivo figuraron dirigentes de cierto nombre: el general Manuel Pérez Trevifio, el in- geniero Luis Leén y lideres de partidos locales, como Mel- chor Ortega de Guanajuato, y Gonzalo N. Santos, de San Luis Potosi. La organizacién recibid su toque final con una “Declaracién de Principios’, un “Programa de Accién” y los Estatutos correspondientes. Puede decirse, asi, que este partido, destinado a sobre- vivir mucho mas tiempo del que se imagind, correspondié a la necesidad, segin se ha dicho antes, de confiar el desenlace de Ja lucha por el poder, no ya a las armas, sino al medio civilizado de un juego puramente politico. Pero no se ha dicho lo que ahora se ve claro: que en el PNR culminé una larga experiencia negativa, de nueve afios por lo menos (1920 a 1929), durante los cuales hubo una serie ininterrumpida de. intentos fallidos para formar un gran partido politico. El nombre mismo que se le dio fue acertado, pues los dos calificativos de “na- cional” y de “revolucionario” indicaban sus principales aspiraciones, Era, en primer lugar, una organizacién “na- cional”, o sea algo mas que una agregacion de pequefias unidades politicas aisladas, Es verdad que en la Conven- cién misma, y en los documentos que de ella salieron, se insistis en que el nuevo partido respetaria la autono- mia de esas agrupaciones locales, pero el designio de asi- milarlas era la condicidn misma del éxito de la nueva 48 organizacion. Ademas, a diferencia, digamos, de los viejos partidos Agrarista, Laborista, Cooperatista y socialistas, el Partido se llamaba simplemente “revolucionario”. Esto queria decir que su programa era mas amplio 0 mas com- pleto que el de los tres primeros y, menos radical o menos comprometido que el de los “socialistas”, 0 sea mas apto para seguir un curso medio y cambiante, segtin lo dictaran las circunstancias. México no se habia recuperado del desgaste fisico y de la desorganizacion que necesariamente trajeron consigo la revolucién maderista, el golpe reaccionario de Huerta, el movimiento constitucionalista y las rebeliones de Obre- gon y de Adolfo de la Huerta, Ademas, la accidn enca- minada a lograr las metas revolucionarias apenas se habia iniciado. Enderezar todo esto y comenzar a construir la nueva sociedad que se habia propuesto Ja Revolucién, exi- gia una gran unidad en el grupo dirigente y una aquies- cencia general de parte de los gobernados, condicién que no podria conseguirse sino mostrandoles a todos ellos los resultados practicos de la accién renovadora de la Revolucién. Es verdad que. ésta no tuvo nunca un “programa” propiamente dicho, ni siquiera el que pre- sentaba la Constitucién de 1917; pero sus tendencias principales eran inequivocas: un nacionalismo marcado, un “populismo” visible y la elevacién no sdlo econémica y social, sino concretamente politica, de los sectores de Ja poblacién menos favorecidos, o sean los campesinos y los obreros. De aqui una de las grandes ventajas del Partido: si conseguia asegurarse como “base” suya a esos dos grandes sectores de Ja sociedad mexicana, y si lo- graba organizarlos, contaria no sélo con un gran niimero de ciudadanos, sino con los votantes mds organizados y activos. Esta ultima funcién iba a ser una de las de mayor importancia y duraderas que desempefiaria el partido: legitimar las elecciones de todos los candidatos a puestos de eleccién popular, quitandole a ésta el aire que en buena medida habia tenido hasta entonces la reparticidn y ocu- pacién de los puestos por derecho de conquista, 0 sea, 49 por el simple hecho de que un movimiento militar se habia apoderado del gobierno. Y también se vio con gran claridad una Ultima cit- cunstancia que hacia imperativa la organizacién politica de la nacién. Durante el primer siglo de la Independen- cia, el caudillo, asi se Ilamara Santa-Anna, Juarez o Por- fitio Diaz, habfa sido el principal sostén de esa organi- zacién, y dentro del mismo periodo revolucionario, Ma- dero, Carranza y Obregén desempefiaron ese papel nece- sario. Pero para 1929, no ya esos tres caudillos mayores, sino muchos de los que los segufan y podian, en conse- cuencia, reemplazarlos, habian desaparecido, fisica 0 po- liticamente. Calles mismo, entonces ya con cincuenta y dos afios a cuestas, no debié ver muy lejano su fin. Dada esta situacién, se imponia un sustituto institucional que reemplazara al caudillo, especie a punto de extinguirse. Calles y el Partido fueron afortunados por una ra- z6n mas. El general habia dejado de ser presidente de la Republica, lo cual le daba un margen de maniobra mas amplio y un tanto invisible para guiar al Partido en sus primeros pasos. Por otra parte, logré que la conven- cién nominata, no a un candidato presidencial obrego- nista, sino a un “viejo revolucionario”, es decir, a un elemento neutral. En fin, Calles se hizo el sucesor de Obregén, o sea el lider revolucionario de mayor fuerza. Y no ha de descuidarse una circunstancia mas que favo- recié los primeros afios del Partido. Puede decirse que a la Revolucién le tomo diez, de 1911 a 1920, destruir el antiguo régimen porfiriano; pero como la obra acabé por ser total, Ja Revolucién se quedé en 1920 sin ene- migo al frente, duefia indiscutida del campo. Esto quiere decir que las posibles oposicién y divisién estaban dentro del grupo vencedor y no fuera de él. Si al fin, con el Partido, se unificaba, la Revolucién no tendria enemigo exterior, y, en consecuencia, contaria con via libre para caminar a sus anchas. Cabe, pues, concluir que la creacién de un partido po- litico nacional, revolucionario y aun “oficial” o semi- 50 oficial, correspondié a genuinas y grandes necesidades generales. Desde luego, se proponia ser, como dicen los politdlogos, un aglutinador de los intereses opuestos de personas y de grupos, de manera de evitar, no ya la gue- rra civil, pero incluso la escisién natural dentro del par- “tido mismo, Buscaba dar coherencia a la accién politico- administrativa de las autoridades oficiales, sobre todo, claro, las federales, viendo y tratando de resolver los prin- cipales problemas del pais en su conjunto, y no como casos locales, aislados, independientes unos de los otros. Adoptando lo que vino a llamarse “el programa” de la Revolucién Mexicana, trataba de crear e imponer un con- senso general acerca de las reformas de mayor impor- tancia y urgencia, evitando asi la esterilidad de los par- lamentos en que no hay una fuerte mayoria gobiernista. Viendo las ventajas con cierta perspectiva de tiempo, po- dia también esperarse que el Partido sirviera para ca- pacitar, con prédicas y experiencia, a los jévenes deseosos de hacer una carrera politica y, ya formados, darles en el Partido una oportunidad real para ejercerla. 3. El Avance Econémico Se ha dicho ya que Ja segunda raz6n por la cual se pue- de hablar de una sefialada singularidad en el sistema politico mexicano es el gran avance econdmico que México ha logrado en los ultimos treinta afios. En efec- to, los economistas especializados en la historia econdmi- ca reciente del pais parecen estar de acuerdo en dividirla en dos periodos, uno de “Revolucion y Reforma’, que va de 1911 a 1940, y otro de desarrollo, que se inicia en 1941 y continda hasta el dia de hoy. Durante el prime- ro, el conjunto de la economia mexicana, o desciende del nivel alcanzado en el antiguo régimen de Porfirio Diaz, 0 apenas lo supera, pero, de todos modos, no mues- tra una tendencia sostenida hacia el progreso. En cambio, durante el segundo periodo el avance es continuo. Asi, 51 mientras el producto interior bruto crece a una tasa anual de 3.3% durante 1900-1910, baja a 2.5 y 1.6, respec- tivamente, de 1910 a 1925 y de 1925 a 1940. En cambio, llega al 6.3 y mantiene este promedio de 1941 a 1965. Las cifras anteriores cobran una significacién acentuada si se comparan con las de los paises mayores de la América Latina, que se hallan también en vias de industrializarse. La América Latina en su conjunto ha crecido apenas a una tasa de 4.6, Argentina a la de 2.0, Brasil 4.1, Chile 5.4 y Venezuela 5.1, es decir, a tasas todas ellas inferiores a la de México. Se llega al mismo resultado si la comparacién se establece sobre la base del producto interno bruto per capita: el de Mé- xico es de 3.3, el de América Latina 2.2, el de Argen- tina, 1.9, el de Brasil 2.6, el de Chile 1.0, y el de Vene- zuela 1.3. Esta situaci6n no se modifica hasta 1971, cuando se quebranta la tasa anual de crecimiento de Mé- xico y la brasilefia asciende espectacularmente hasta 10%. Esos dos indices, el producto interno bruto global y el per capita, son los mas usados para medir los avances de uma economia; pero cualquier otro que se aplique tendra el mismo sentido. La tierra cultivable, por ejem- plo, ha aumentado en México de 15 a 24 millones de hectareas de 1930 a 1960. En 1940 el 65% de la fuerza de trabajo estaba dedicada a la agricultura y 25 afios después sdlo el 52, en contraste con la industria, que sube del 13 al 20, mientras los servicios ascienden del 22 al 28. Las inversiones de fondos federales aplicadas al desarrollo econémico han llegado a representar el 53% del total, y las inversiones sociales el 19. No puede, pues, ponerse en duda que la economia me- xicana se ha desarrollado de un modo perceptible y sostenido durante Jos Ultimos treinta o treinta y cinco anos. 52 III. EL SALDO NEGATIVO ‘1. El Politico Esta por hacerse una historia del partido oficial que pet- mita ver en detalle las grandes vicisitudes por las que ha pasado en su ya larga historia; pero quizas no sea aventurado suponer que camina por un sendero mas o menos seguro hacia su consolidacién de 1929_.a.1940, ygue en 1941 se inicia una inflexién que lo conduce al estado en que ahora se encuentra. El punto culminante de Ja primera etapa fue la reorganizacién hecha por el presidente Cardenas, consistente en sustituir la nocién geogratica, determinante hasta entonces de las represen- taciones que tenian los agremiados del Partido, por una representaci6n “funcional” o de “sectores”. Y el punto inicial y decisivo del segundo periodo fue la importancia que dentro de estos sectores se dio al “popular” como freno a un “partido de masas”, objetivo este que se le achacé a Cardenas y que se juzgd tremendamente des- quiciador por revolucionario. No es que los factores que han conducido finalmente al empobrecimiento de los pro- positos y caracteristicas primitivas del Partido hayan na- cido en esa segunda época, pero si parece cierto que de entonces aca se han acentuado de un modo visible. El primero de Jos factores empobrecedores es la falta de un programa breve, claro, convincente, en suma. Por supuesto que el Partido hizo desde su nacimiento una “declaracién de principios’, y un “programa de accién”™ que, ademas, ha retocado despucs en siete ocasiones, la ultima de ellas, segin se vera despucs, en octubre de 1972. Pero estos documentos adolecen de una debilidad tan manifiesta que resulta explicable su ineficacia, Lar- gos, “historiados”, escritos en un Jenguaje altisonante, abarcan todos los problemas nacionales habidos y por 53 haber, de modo que resulta imposible que alguien re- tenga su esencia y mucho menos que se grabe en la con- ciencia popular. Después, es facil comprobar que no corresponden al sentir colectivo y ni siquiera a las rea- lidades politicas y socio-econdémicas de la época para la cual se supone que van a regir. Més bien son fruto de la imaginacién y del “buen (0 mal) decir” de un indivi- duo o de una “comisién” compuesta por cuatro 0 cinco personas. Pero el pecado mas grave de estas declaraciones y de estos programas de accidn es que sus autores, lejos de darse cuenta de la necesidad de que se distingan del programa gubernamental, se limitan a repetir lo que el Presidente en turno ha dicho en su gira electoral o en sus pronunciamientos ya oficiales. Es claro que el Par- tido carece de los medios econdémicos y aun juridicos ne- cesarios para llevar a la practica un programa, y que el gobierno si cuenta con ellos. Esta circunstancia hace pensar en una idea elemental: si el Partido tuviera un programa interno propio, de beneficios inmediatos para sus asociados, podria actuar cerca del gobierno como un grupo de presién para lograrlos. Es perfectamente conce- bible (de hecho ésa debe ser la funcién principal de los Sectores) un mecanismo como éste. Las “demandas”, peticiones 0 exigencias de un Sector, Ilegarian a sus di- rigentes, quienes las colarian para armonizarlas. Repe- tida esta tarea en los otros dos, las demandas de los tres Sectores serjan aglutinadas o articuladas por los miem- bros del Comité Ejecutivo Nacional, cuidando, desde luego, el aspecto de su viabilidad politica, Una vez con- cluido este proceso, se presentarfan al gobierno para su satisfaccién. Pero esto no ha ocurrido ni es facil que ocurta porque la idea de “enfrentarse” en alguna forma al gobierno Ilenaria de horror a los dirigentes del Par- tido, Todo lo cual impone la necesidad de definir la forma como el Partido puede contribuir efectivamente en la elaboracién del programa del gobierno y a su eventual ejecucién. 54 La verdadera razén por Ja que al Partido y al gobierno mismo. les repugna tener un programa es que éste su- pone la definicidn de metas y de métodos para alcan- zarlas, asi como el tiempo en que se espera conseguirlas. Tal cosa, por supuesto, significa un compromiso moral “y politico, que no quieren echarse a cuestas. De alli que el Partido declare que su programa es el de la Revolu- cién Mexicana, y el gobierno, que la Constitucién de 1917 sefiala el suyo. Como es de suponerse, la opinién pt- blica del pais abriga ya un franco escepticismo ante es- tas dos formulas, que han acabado por indicar el deseo de escamotear las realidades. Estas observaciones acerca del programa [levan a se- falar otra causa del descrédito actual del Partido, que es la ambigiiedad de sus relaciones con el gobierno. A nadie puede ocultarsele, por supuesto, que todos los go- bernantes, desde el presidente de la Republica hasta el ultimo municipe, han sido postulados por el Partido. Todo el mundo observa que en cuanto Ilega a su puesto el nuevo presidente de la Republica, incorpora en su equipo de gobierno a dos o tres de los mas altos diri- gentes del Partido, y que los restantes son sustituidos por otros mas de su agrado. Todo el mundo ve que al pre- sentarse el Presidente a inaugurar un congreso obrero o campesino, va acompafiado del presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido. Y asi consecutivamente. A pesar de todo esto, el Partido mantiene la apariencia de que el Presidente no es su jefe nato o ex officio, sino que su vida esta regulada exclusivamente por sus propios érganos de gobierno: asambleas nacionales, consejo na- cional, comité ejecutivo nacional, etc. Pacas. cosas, sin embargo, han desacreditado tanto al Par- tido como el no haber democratizado sus. procedimicntos electorales al paso del tiempo. La teoria inicial, que atin en el dia de hoy se presenta como una realidad, cra la bien conocida y aceptada de que para escoger los can- 55 didatos del Partido a cualquier puesto de eleccién po- pular, se convocaria a una convencidn seccional, distri- tal o nacional; que el aspirante que venciera en ella por una votacién mayoritaria seria el candidato unico del Partido; que por él votarian todos sus miembros, y que éstos, por ser la mayoria ciudadana, lo Ilevarian a la vic- toria. Esa ficcién se mantuvo por algun tiempo, pero aparte de que la opinién publica, desde hace mucho, esta segura de que jamas se aplica semejante teoria demo- cratica, es un hecho que si la apariencia se guarda con gran rigor en ciertas designaciones, tipicamente la del candidato a la presidencia de la Republica, no siempre se la guatda tratandose de los gobernadores de los esta- dos, de los miembros de los poderes legislativos, locales y federal, y menos aun por Jo que toca a los cuerpos mu- nicipales. Ahora bien, parece poco dudoso que ni los dirigentes del Partido, de cualquier época, ni los presidentes de la Republica de los ultimos treinta aftos, han sabido estimar los cambios profundos que han afectado a toda la sociedad mexicana, y de un modo particular en los aspectos po- liticos. Piénsese, desde luego, en las petsonalidades que figu- raron en la escena politica digamos hasta 1940, y en quienes las han reemplazado después. Cuando se retne por primera vez la convencidn del Partido Anti-Reelec- cionista, Madero es designado su candidato presidencial por una buena mayoria, pero no por unanimidad y menos por aclamacién. Una vez, sin embargo, que se lanza a la rebelidn armada y derroca a Porfirio Diaz, Madero es una figura indiscutible, de modo que su eleccién se im- pone a su propio partido y a la nacién entera. En una situacidn semejante se hallan en su momento Carranza y Obregén, y en un grado menor Calles y Cardenas. Pero los candidatos oscuros, discutibles, comienzan con Avila Camacho y siguen sin interrupci6n hasta el dia de hoy. No se trata de determinar si esos candidatos “oscuros” resultan o no buenos presidentes; de hecho, un politdlogo 56 norteamericano ha expresado admiracién por su capacidad politica y administrativa. El problema es que, no habien- do sido antes figuras siquiera identificables, su nomina- cién tiene que justificarse ante cl sentir ptblico, lo cual s€ conseguiria usando procedimientos abiertos, claros, de- mocraticos, en suma, sobre todo porque el Partido, pro- clamando y sosteniendo que si los usa, no ha conseguido sino extender mas el descteimiento de esa opinién pt- blica. Y no sdlo han cambiado las personalidades, sino tam- bién lo que puede Ilamarse los principios. Aunque, segin se ha dicho ya, la Revolucién Mexicana no tuvo una ideologia bien definida, y su “programa” jamas fue sufi- cientemente explicito, nadie podia dudar de ciertos rasgos distintivos suyos, como el nacionalismo y el propésito de mejorar la condicién de los campesinos, los obreros y, en general, los elementos mas desamparados de la so- ciedad. Pero el nacionalismo, que suponia un cierto aisla- miento de México con relacién al mundo exterior, re- sulté insostenible después de la Segunda Guerra Mundial, con su comunicacién telegrafica y radial instantanea y la velocisima del avién. Se cred asi una atmdsfera de uni- versalidad de la que ni ain el més poderoso pais de la tierra podia escapar. También resulté insostenible ese nacionalismo después de decidir México hacer del pro- greso econdémico la meta principal de la accién oficial y prtivada, pues entonces tuvo que acudir a la ayuda del capital y la tecnologia extranjeros. El logro de la segun- da meta, el mejoramiento del pobre y el desvalido, re- sulté mucho mas complicado de lo que creyeron cando- rosamente los primeros revolucionarios, de modo que, tras un esfuerzo tenaz y sostenido, si bien no siempre muy inteligente, los éxitos parecen poco convincentes o bas- tante dudosos, De alli que se hayan debilitado el entu- siasmo y la fe en que ese objetivo de la Revolucidn esta a la vuelta de la esquina. Por si esto fuera poco, las ideas y sentimientos nacio- nalistas e igualitarios nacieron cuando la sociedad era en 57 México predominantemente rural y agricola; pero de treinta afios a esta parte es bien clara su tendencia a conyertirse en urbana o industrial. As{ han surgido pro- blemas tan graves y tan complicados como la urbaniza- cién, el turismo, la dualidad de una agricultura tradicio- nal y otra moderna y comercial, y la industrializacién, sobre los cuales no dijo ni pudo haber dicho una pa- labra el “programa” primitivo de la Revolucién Me- xicana. Ademéas de las personalidades que operan en el pri- mer plano del escenario politico y del programa nor- mativo de la accién oficial y privada, la sociedad misma a la que pretenden gobernar ha experimentado cambios profundos, muchos de ellos provocados por la accién de los gobiernos revolucionarios. El numero de analfabetos ha disminuido de modo notable durante los tltimos aiios, y ha crecido paralelamente el de los estudiantes en to- dos los grados de la educacién. Los medios de transporte y de comunicacién se han extendido y mejorado muchi- simo, y los de comunicacién de masas, prensa, cine, radio y televisién, tienen hoy auditorios que se cuentan por millones. La poblacién se ha multiplicado a un ritmo impresionante, y su composicién se ha alterado, de ma- nera que los jovenes, los que apenas se asoman a la vida publica, representan una proporcién muy respetable de ella. Por afiadidura, ha habido una sefialada concentracién urbana, de modo que hoy viven dentro de ciudades de cierta magnitud varios millones de seres humanos antes aislados o semi-aislados en el campo. Todas estas cosas, y muchas otras, han conducido a despertar una conciencia civica que antes no existia o que era menos sensible y exigente. Parece que, frente a estos cambios, numerosos y complicados, pero visibles, no ha surgido atin en México un hombre ptblico que los apre- cie, y mucho menos que determine transformaciones pa- ralelas dentro del Partido y en la vida publica general del pais. 58 El obstaculo mayor pata democratizar los procedimientos del Partido y, en general, la actividad publica del pais, es, por supuesto, lo que se llama el “tapadismo”, es de- cie la seleccién oculta o invisible de los candidatos del PRI a los puestos de eleccién popular, sobre todo los superiores y particularmente el de presidente de la Re- publica. Tomando este ultimo caso como el mas ilus- trativo, recuérdese, en primer lugar, que, segtin una tra- dicié6n no contrariada durante los ultimos treinta afios, el elegido sale del circulo cercano al Presidente, mas con- cretamente de sus doce secretarios de estado y todavia mas (con la excepcién de un caso unico), de la secre- tara de Gobernacién. Estos hechos, que, por supuesto, no son inmutables, pero que se han repetido a lo largo de treinta afios, indican el margen estrechisimo de la selec- cién que hace el Presidente, lo mismo si se piensa en los quince miembros de su gabinete, que en sus doce secreta- trios de estado y mas atin, por supuesto, en el solitario ministro de Gobernacién. Pero es que, desde el punto de vista del publico, aun esa seleccién asi de apretada se hace dentro de una oscuridad tan impenetrable, que el mexicano ha renunciado a entender como ocurre, y se conforma con rogar a Dios que sea tolerablemente acer- tada. Desde el dia mismo en que reciben sus nombramientos, los secretarios de estado comienzan a taparse, a cerrarse, a ocultarse, a disimular y callar... pero no totalmente, porque entonces serian olvidados, inclusive por el presi- dente de la Republica, que es quien al final rasga el velo que cubre al Tapado. Este juego resulta endemoniadamen- te dificil, si bien su esencia consiste en hacerse presente, pero de ninguna manera omnipresente. El personaje debe situarse en el fondo del escenario politico, pero jamas al pie de las candilejas, y caer alli como angel alado, posan- dose tan leve, tan suavemente, que incluso pueda dudarse de si su presencia no es, después de todo, mera ilusién 59 6ptica. El juego consiste en musitar, en hablar entre dien- tes y a medias palabras mientras no se aluda al “Sejfior Presidente”, porque entonces han de escucharse estas palabras distinta y rotundamente. Por supuesto que en cualquier pais, Francia, Inglaterra o Estados Unidos, la figura sobresaliente es la del jefe de gobierno, llamese presidente 0 primer ministro; pero esto no impide que la opinién pablica conozca la conducta de los secretarios de estado y tenga un juicio bien formado sobre cada uno de ellos. El juego del tapadis- mo, por el contrario, impide conocer a los colaboradores cercanos del presidente de México, de modo que cuando se destapa el Tapado, el publico poco o nada sabe sobre sus méritos y habilidades. A lo mas que se atreve es a suponer’ que el elegido debe tener una que otra prenda positiva y muchas negativas. De entre las positivas, la principal y la mas segura es una lealtad inquebrantable hacia el Presidente; una cualidad incierta, en realidad una simple esperanza, es su capacidad de despertar cierta simpatia popular. Las prendas negativas son mas nume- rosas: no haber cometido un disparate garrafal en su gestibn administrativa, pero, sobre todo, no tener ene- migos y no suscitar fuertes antipatias; en suma, ser lo menos objetable posible. La ultima fase del largo proceso del destapamiento es —segtin se ha creido siempre— el sondeo que hace el presidente saliente acerca de su elegido, sobre todo —se asegura— con los ex presidentes. Nadie ha probado hasta ahora si se hace de verdad o no semejante sondeo, si se limita en efecto a los ex presidentes o si se amplia a otros circulos y cuales son ellos. Por lo que toca a los ex presidentes, hoy disponemos de sus testimonios. El mas terminante de todos es el de Miguel Aleman: Seguin él, jamas se les consulta sino “respecto de algin problema especial en relacién con el puesto que ocupan”, es decir, a él en materia de turismo, a Emilio Portes Gil sobre seguros, al general Cardenas en cuanto a la Cuenca del Balsas y a Adolfo Ruiz Cortines acerca de la fa- 60 bricacién de productos de asbesto. Emilio Portes Gil ase- gurd que los ex presidentes estaban obligados a “disci- plinarse a la resolucién que en su oportunidad tomara el Partido”, io cual equivale, no sdlo a negar que se les consulta, sino a afirmar que si no les place la persona escogida por el Presidente, tienen que aguantarse y con- ducirse, ademas, como si ellos mismos hubieran parti- cipado en la seleccién. Mas significativamente, Adolfo Ruiz Cortines aseguré que recae sobre el presidente en turno “la enorme responsabilidad de interpretar qué es lo que quiere y necesita nuestro pueblo”. Esto significa que el Presidente puede y debe escoger libremente a su sucesor, si bien ha de hacerlo consciente de la que se le espera si desacierta. El general Cardenas no fue interro- gado por los periodistas, de modo que nos quedamos para siempre sin sus opiniones. Sin embargo, cuando sus colegas hicieron estas declaraciones, Cardenas exhorté a un grupo de estudiantes a participar en la vida politica nacional presentandose como candidatos a diputados y senadores para que en el Congreso defendieran fielmente los intereses de sus mandantes. Tal vez expresara esta incitacién cierta inconformidad con algunos de los can- didatos seleccionados por el PRI y aun con los métodos que éste usa para escogerlos. En cambio, algunos de sus colegas se acomidieron a hacer una especie de “retrato hablado” de un buen can- didato a la presidencia de la Republica. Retrato no muy inteligente o muy sutil, pero que, aun asi, da motivo a alguna reflexién, Aleman sastuvo que deberia tener “las mejores. cualidades civicas y..politicas”, ademas de haber desempefiado “un puesto piblico”. Tal vez valga la pena preguntarse si hay alguna diferencia entre las cualidades “civicas” y las “politicas”. En cuanto al re- quisito de haber ocupado un puesto publico, explicdé que, de otra manera, “es muy diffcil poder calificar sus ap- titudes, sus conocimientos, sus experiencias, su actua- cién’”. Evidentemente este antiguo mandatario juzga ne- cesario que el candidato pertenezca a la “Familia Revolu- 61 cionaria , pues sdlo sus miembros desempefian los cargos publicos superiores; pero la falla mayor, segtin se ha explicado ya, es que con el sistema del Tapado Ja ac- tuacién de un secretario de estado a lo sumo puede servir para que el Presidente, que lo mira de cerca e interna- mente, se aventure a suponer que seria un buen sucesor suyo, pero jamds bastara para justificar ante los ojos del publico Ja seleccién hecha. Emilio Portes Gil fue mas explicito, aunque menos Util. Tras pedir que el candidato fuera “revolucionario a toda prueba”, honesto, capaz, ex- perimentado y ecudnime, aseguré optimistamente que en el gobierno habia “muchas gentes” que Ilenaban tan exigentes requisitos. Apenas cabe agregar que desde un punto de vista ra- cional, es dificil entender cémo ha podido subsistir du- rante tanto tiempo (por lo menos veinticinco afios) este método del Tapado. No, desde luego, porque no parez- ca humano que un Presidente, cualquier Presidente, cuyo mandato concluye inexorablemente a los seis afios de ha- ber iniciado su reinado, desee prolongarlo escogiendo un hombre décil que siga sus “consejos”. También es perfec- tamente comprensible que procediendo asi, quiera pro- tegerse contra la critica y aun contra la denuncia publica de los desaciertos de su gestién. Pero treinta afios de ex- periencia han ensefiado que el sucesor se libera de la influencia de su antecesor en brevisimo tiempo, digamos dentro del plazo maximo de los -seis primeros meses de su gobierno. El nuevo Presidente asume pronto una actitud de plena independencia, y no sdlo él, sino tam- bién sus colaboradores inmediatos. Se han dado muchos casos de que el nuevo Presidente hereda del anterior dos o tres secretarios de estado, a quienes, segin se su- pone, el segundo ha recomendado insistentemente. Pues bien, hasta ahora ninguno de ellos ha cometido el error de creer que debe actuar como representante y defensor de los intereses, opiniones o gustos del anterior. En esa forma, todas las largas y complicadas maniobras. enca- 62 ee 1 1 minadas a asegutarse como sucesor a un testaferro_re- sultan pronta y absolutamente initiles. Recordando, digamos, la historia de los ultimos dieciocho afios puede advertirse en el tapadismo un verdadero peli- gto, que antes hubiera parecido inexistente, 0, en el me- jor de los casos, remoto. No puede caber duda de que dentro del gabinete de cada Presidente hay siempre tres © cuatro sectetarios de estado que aspiran a sucederlo. Para lograrlo, cada uno de ellos extrema sus atenciones y proclama su fidelidad con la esperanza de ser el ven- cedor final. Mientras las maniobras se reducen a esos ejercicios adulatorios, el no ser escogido apenas produce la reaccién resignada de achacar el fracaso a mala suerte o ingratitud, y alli quedan las cosas. Pero el hecho mismo de que la seleccién final haya quedado librada durante tantos afios al azar o al capricho del mandatario saliente, ha llevado a algunos ministros mds emprendedores a trabajar discreta pero tenazmente para crearse simpatias e intereses con el 4nimo de forzar hasta el maximo po- sible la mano del Presidente, mostrando, por ejemplo, que, de no recaer la seleccién en ese ministro empren- dedor, el mandatario contrariaria a grandes grupos poli- ticos organizados, exponiéndose a la consiguiente censura e impopularidad. Las cosas no han parado alli, pues en los ultimos afios se ha producido un fenédmeno que, después de todo, no podia dejar de traer sus consecuencias. La inconformidad y la rebeldia, primero de un grupo de profesionistas, y después, por dos veces consecutivas, de los estudiantes y profesores de ensefianza superior, hicieron pasar al go- bierno por tres crisis serias. La primera y la segunda de ellas fueron manejadas por un secretario de estado que aspitaba a la presidencia, y la tercera por otro miembro del gabinete, también aspirante. El hecho de prestar ser- vicios tan “eminentes” como ésos tiene que crear en un ministro la nocién de que ha fincado un derecho a la 63 sucesién, con el deber correlativo del Presidente de reco- nocerlo. De no elegirsele a él —y sdlo uno puede serlo—, la reaccién de este nuevo tipo de aspirante no puede ser la antigua de atribuir el fracaso a mala suerte © ingratitud, sino a haberse violado una obligacién casi contractual, digamos un gentlemen’s agreement. Esta frus- tracién puede traducirse en una reaccién violenta, con dos posibles consecuencias lamentables: denunciar, abierta o calladamente, los malos manejos del Presidente violador del derecho sucesorio, y lo que es mas grave todavia, transferir el rencor al nuevo Presidente, a quien necesa- tiamente el postergado juzgara indigno de ocupar el pues- to. Y puede Ilegar esa reaccién hasta organizarle al mandatario conflictos que lo pongan en aprietos. Asi se produciria un doble resultado cuya gravedad es ahora dificil de medir. Por una parte, se rornperia de he- cho, aunque por lo pronto no abiertamente, la clara tra- dicién iniciada por Cardenas de que el mandatario sa- liente se retira a la vida privada, renunciando a hacer politica. Por otra, esa ruptura puede ser la iniciacién de un resquebrajamiento del grupo gobernante, que parecia haberse consolidado paulatinamente desde 1929 hasta alcanzar un grado monolitico. Es claro como la luz del dia que este tipo de con- flictos desaparecerfa, o que su gravedad se rebajaria mucho, si la sucesién presidencial se ventilara a la luz del dia, democraticamente, pues entonces los petdidosos no podrian alegar mala suerte, ingratitud y mucho me- nos traicién. El Partido y la Familia Revolucionaria toda se han des- gailitado siempre para negar que existan el Tapado y el Destapamiento; en cambio, poco han dicho acerca de la sustitucién de las convenciones seccionales, distritales, por lo que el Partido llama tan seductoramente “auscultacién popular’. Se supone que la hacen los representantes lo- cales del Partido, o tratandose, digamos, de los candida- 64 tos a la gubernatura de un estado, el propio presidente del Comité Ejecutivo Nacional. Aparte de que este mé- todo de la auscultacién es y sera siempre un pobre sus- tituto del democratico de la convencién abierta, nunca se ha explicado cémo se hace, y nadie ha visto hacerla. Lo mas grave, sin embargo, es que hace poco tiempo nada menos que el presidente del PRI declaré que el Partido no recoge propiamente el sentir popular, sino que lo interpreta, es decir, lo inventa. 2. El Econémico El desarrollo econdmico de México, segtin se ha dicho ya, es indudable y sefialado, y por serlo, el gobierno lo ha exhibido y ponderado como prueba de su buena ges- tidn y como justificativo del sistema politico del que ha vivido. Cosa semejante han hecho los negociantes, pero con el fin principal de hacer resaltar la enorme contribucién que han aportado a ese desarrollo. Impli- citamente, sin embargo, y en ocasiones hasta de modo explicito, elogian la estabilidad politica a cuyo amparo han visto fructificar sus desvelos, que, de otro modo, por lo visto, habrian sido estériles. Estas afirmaciones hechas sin condicién o limitacién alguna, resultan insostenibles, pues a la vista de todos los habitantes del Distrito Fe- deral, por ejemplo, estan las Mamadas “colonias prole- tarias”, en donde viven hacinados en la mayor pobreza millares y millares de campesinos que buscan trabajo en la gran urbe. Y quienes viajan alguna vez por el Bajio, se percatan sin esfuerzo de que la condicién del campe- sino de esa region apenas ha cambiado, y si el viaje coincide con un afio de sequia, ven a las mujeres y los hijos del campesino acercarse a los automoviles para pe- dir limosna. Pero no es sélo eso: hace algo mas de diez afios al- gunos economistas mexicanos comenzaron a estudiar el gran problema de cémo se estaban repartiendo los be- 65 neficios de ese progreso material. Y hallaron que la nota dominante era una reparticién dispareja. Habia, por ejem- plo, estados de la Republica sefialadamente présperos, digamos Jalisco, Nuevo Leén o Puebla; otros cuya con- dicién era mds o menos satisfactoria, y un tetcer grupo, el mds numeroso, en que la nota de atraso y de pobreza resulta visible. En cualquier pais, por supuesto, existen esas diferencias, determinadas en general por condiciones naturales o grandes e inesperados progresos tecnoldgicos; pero en el caso de algunos estados mexicanos el retraso y la pobreza eran atribuibles en gran medida a circuns- tancias remediables si las autoridades oficiales y los ne- gociantes se lo propusieran. Los estudiosos hallaron tam- bién que las retribuciones a los distintos contribuyentes al progreso eran marcada e injustificadamente desiguales. Claro que eran mucho mayores las que recibian los em- presarios (industriales, bancarios, comerciantes y agrico- las); pero es que dentro de Ja retribucién al trabajo per- sistian las disparidades: Ja retribucion era més alta para Jos trabajadores ocupados en la industria y los servicios que para los campesinos, y entre éstos, la mas baja era la del hombre empleado en Ja agricultura tradicional, en contraste con lo que ocurre en la agricultura moderna y comercial. Estas diferencias por zonas y por ocupacio- nes se agravaban porque en los estados de mayor pobreza vivia una porcién mas alta de habitantes, y los hombres ocupados en la agricultura tradicional eran claramente mas numerosos que los otros. Pronto se concentraron las estudios en la distribucién del ingreso, y aun cuando no siempre se contd con los datos necesarios ni se usaron las mejores técnicas de investigacién, el resultado final no podia prestarse a muchas dudas y era, ademas, im- presionante. Presentaban un cuadro de una manifiesta inequidad. En 1950, por ejemplo, el 10% de las fami- lias privilegiadas recibian el 49% del ingreso, mientras que sélo les tocaba el 14% al 409% de las familias pobres. De estos y ottos estudios, un escritor norteamericano (Roger D. Hansen) ha sacado una conclusién que im- 66 porta destacar aqui: muy otra seria la estrategia del des- arrollo econémico mexicano si en el partido oficial es- cuvieran representados real y efectivamente los intereses de los campesinos y de los obreros. Dicho con otras pa- labras: las grandes decisiones econémicas se toman fuera del Partido. Y asi es —-confirma este autor—, porque los verdaderos beneficiarios del progreso econdmico de Mé- xico no son ni jamas han sido miembros de ese Partido. 67 IV. CONTENER PARA LIMITAR Dadas las amplisimas facultades, legales y extra-legales, del presidente de la Repablica, y dado también el abru- mador predominio del partido politico oficial, apenas puede exagerarse si se afirma que el problema politico mas importante y urgente del México actual es contener y aun reducir en alguna forma ese poder excesivo. Re- cuérdese la observacién de Madison: “La gran dificul- tad de idear un gobierno que han de ejercer unos hom- bres sobre otros radica, primero, en capacitar al gobierno para dominar a los gobernadores, y después, en obligar al gobierno a dominarse a si mismo.” Es indudable que México ha salvado de sobra la primera dificultad, pero no la segunda. Véase qué puede esperarse de los partidos distintos del ofi- cial. Nada del Partido Auténtico de la Revolucién Me- xicana (PARM): como su nombre mismo lo indica, pre- tende ser mas “auténticamente revolucionario” que el PRI, 0 sea mas priista que el PRI. Tal pretensién ha sido reconocida paladinamente por su presidente actual: al explicar el general Juan Barragan por qué obtuvo él escasisimos 1 602 votos en el distrito en que presentd su candidatura para diputado federal, contra los 56 664 de su rival priista, dijo que era porque el elector confunde a los candidatos del PARM con los del PRI. Y asi tiene que ser, como que el nombre que se le dio a este par- tido fue un dapsus: el unico reclamo que hizo al fun- darse fue el de que sus lideres eran mas viejos que los del PRI. Debid, pues, llamarse partido cronoldégico o histérico de la Revolucién Mexicana. En todo caso, el haber obtenido un pobrisimo 1.1% de los votos emitidos 68 en las elecciones generales de 1970 mide la nulidad de su arrastre electoral. El PPS (Partido Popular Socialista) tiene una histo- ria mas agitada pero no menos deslucida. Intenté en sus inicios reunir a los grupos de izquierda inconformes con la marcha conservadora del gobierno y de su partido, intento que correspondia a una realidad. Fracasé por dos zazones principales: porque su fundador, animador y di- rigente, Vicente Lombardo Toledano, hombre de muchos otros méritos, fue siempre un factor divisivo y no unifi- cador de la izquierda mexicana; y mds que nada, por- que crear y sostener en México un partido politico, no va opositor “sistematico” del gobierno, sino independien- ze de él, requiere por lo menos en los lideres un espiritu apostdlico que muy pocos hombres tienen o pueden im- provisar. De cualquier modo, y como en el caso del PARM, el secretario del PPS sacé 2 229 infelices votos en esas mismas elecciones y fue, en consecuencia, derrotado por el candidato priista. Queda el Partido Accién Nacional (PAN) como el unico independiente y opositor del gobierno. Algo es al- go, desde luego; pero no suficiente para la salud poli- tica nacional. Como no ha ganado ni esta ganando bas- rante fuerza, es dificil esperar confiadamente que en un futuro previsible Ilegue a ser un muro de contencién del poder desbordado del gobierno y de su partido. No dejé de ver el PAN con claridad este problema fundamental de la vida publica nacional al afirmar en sus Principios de Doctrina que “el cumplimiento de un programa de gobierno para bien de la colectividad no debe fincarse en el predominio que se mantiene en favor del presidente de la Republica”, pues éste —agrega— “ejerce de hecho una supremacia sobre los demas pode- res federales y estatales”. Bien vistos, esos Principios de Doctrina son defendibles, ademas de estar expuestos con moderacién y con inteligencia. Lo cierto es, sin embar- gO, que en sus treinta y dos afios de existencia, el PAN no ha logrado presentar un programa que sea diferente y 69 mas atractivo que el que se abrogan el gobierno y el PRI. Quizds se deba esto en parte a las artimasias de los politicos oficiales y en parte a que pronto cambiaron los supuestos politicos sobre los cuales comenz6 a ope- rar, 0 creyé que podia operar el PAN. El gobierno y el PRI, se ha dicho mas de una vez, se apropian el “pro- grama” de la Revolucién Mexicana, un programa indefi- nido pero tefiido de un claro sentido reformista, sin in- dicacién especifica de qué, cémo y cuando va a reformatse. Ademés, como desde Calles se ha sostenido que la Re- volucién Mexicana es permanente, se colige que su ca- lidad de reformista es también eterna. Ninguna reforma o cambio pueden, asi, ser ajenos a ese programa y, por lo tanto, el gobierno y su PRI dicen estar en todo mo- mento listos y dispuestos a acometer cualquier reforma. Por otra parte, parece que la iniciativa de fundar el PAN se debié a una condenacién apasionada y sobre todo pre- matura, de la accién desordenada pero revolucionaria de Cardenas. Esto hizo suponer a sus fundadores que el PAN contaria con el apoyo de los elementos’ conserva- dores mas amenazados, el clero y la gente adinerada. Pero la accién cardenista comenzo a desvirtuarse desde la ad- ministracién de Avila Camacho, y con la de Miguel Ale- man el giro conservador se completé. Entonces, la Iglesia y esa gente adinerada dieron pronto por cierta la posibi- lidad de entenderse directamente con semejantes gobier- nos y, en consecuencia, juzgaron inutil el riesgo de res- paldar, aun de trasmano, a un partido que por defini- cién iba a oponerse al gobierno. Existe la impresién de que a los dirigentes del PAN les ha costado tiempo y esfuerzo sobreponerse a esta falla de sus primeros su- puestos politicos y por eso su actitud posterior ha sido la de apelar a la opinion general del pais y no a gru- pos o clases determinados. Esto le ha permitido ganar en las sucesivas elecciones presidenciales, y aun en las de diputados locales y federales, mayor numero de votos. Debe reconocerse, sin embargo, que el PAN, como cualquier otro partido politico actual o futuro, tropieza con 70 un obstdculo técnicamente insuperable: el PRI y el go- bierno hacen el escrutinio de los yotos, y, segtin el viejo dicho, “el que escruta, elige”. En las ultimas elecciones de diputados a la legislatura del estado de México, por ejemplo, el PRI se atribuyd el 94 por ciento de los vo- tos emitidos, le dio el 4 y medio al PAN, ocho décimas de uno por ciento al PPS y tres décimas de uno por ciento al PARM. Parece claro que en el momento de hacer este escrutinio, el PRI se sintid tan avaro, que no repard en que condenaba publica y matematicamente al PPS y al PARM, puesto que resulta insostenible la existencia misma de un partido que alcanza menos de uno por cien- to de los votos, y en el caso del PARM, apenas tres dé- cimas de ese uno por ciento. Al contrario, en las ultimas elecciones de diputados hechas en el Distrito Federal, el minimo que el PRI le concedid al PAN fue el 25 por ciento, y en algdn distrito electoral Ilegd a darle el 40. A pesar de esta pirotecnia electoral, se admite genero- samente que el PAN ha ganado algun terreno, si bien hay una marcada disparidad de opiniones sobre si debe darse a ese progreso un signo positivo en favor del PAN, © un signo negativo en contra del PRI, o sea que un buen niimero de ciudadanos que no suscribirian el programa o Ja actuacién general del PAN, al encontrarse ante la disyuntiva concreta de escoger entre un candidato de él y otro del PRI, votan por el del PAN considerando que de todos modos no sera peor que el del PRI, 0 que sera mejor, aunque sdlo en un grado pequefo. Por supuesto que hay ciudadanos que optan por abstenerse de vorar, pero, al parecer, la mayoria de estos votantes libres 0 no comprometidos prefieren sufragar por los candidatos pa- nistas. Si asi fuere habra que reconocer que el PAN esta desempefiando una funcién util, porque, en principio, le ofrece al elector una opcién que antes no existia, al me- nos con la claridad de hoy. No deja de ser util tambicn el que en la Camara federal el PAN cuente con veinte “diputados de partido”, ya que esto le permite usar una tribuna de cierta resonancia para expresar sus ideas y, so- 7h bre todo, para censurar la conducta del gobierno. Tienen el mismo sentido las frecuentes declaraciones que hacen sus lideres a la prensa. Todo esto no es incompatible con la afirmacién hecha antes de que el peso politico general del PAN es muy reducido y que, en consecuencia, no desempefia, ni podra desempefiar el gran papel de contener el poder desmesu- rado del presidente de la Republica y del Partido oficial. éPodria esperarse que en un futuro préximo surgiera un nuevo partido politico que desempefiara esa funcién? Es mas que dudoso aceptar semejante supuesto, no sdlo por- que las leyes electorales han sido ideadas para impedirlo, sino porque no se vislumbran los hombres y las ideas que podrian acometer una tarea tan ingrata como estéril, pues no debe olvidarse nunca que el motor de todo partido politico es la conquista del poder, motor que no fun- ciona ni puede funcionar eficazmente cuando Ia posibili- dad de alcanzarlo es tan remota como lo es en el Mé- xico actual. De todos modos, si alguna vez surgiera ese nuevo partido, seria un desgajamiento del PRI y no algo ajeno a él. Ciertos grupos de presién, en cambio, han Ilegado a tener fa fuerza suficiente para limitar el poder oficial. No son los campesinos, los obreros y las clases mas bajas del pais, sino los banqueros, los comerciantes, los industria- les y los agricultores que explotan la agricultura comer- cial. Desde luego, la inversién del llamado sector privado viene representando desde hace bastante tiempo un tanto por ciento superior a la del sector oficial. Al gobierno le preocupa enormemente que las inversiones privadas dis- minuyan o desaparezcan porque, convencido de que no puede suplirlas, sabe, por el contrario, que la respon- sabilidad de una detencién del avance econdémico caera sobre él, ya que la opinién publica cree, y no sin raz6n, que puede inducir, y aun forzar en caso necesario, al ca- pitalista privado a seguir invirtiendo mds y més. Por otra 72 parte, estos grupos de presidn tienen en la exportacién de sus capitales un arma de oposicién de suma eficacia, pues el gobierno no podria contenerla aplicando el conocido recurso del control de cambios, que resulta imposible por ja enorme extensién de la frontera con Estados Unidos, ‘a lo largo de la cual se haria un contrabando ilimitado de divisas. Que el uso de estos dos instrumentos, la abs- tencién de la inversibn y la fuga de capitales, no es una mera posibilidad sino una realidad, lo prueban las de- claraciones recientes del presidente de la Asociacién de Banqueros, quien admitid que los dos instrumentos ope- raron con el leve e€ injustificado pretexto del ultimo cam- bio de Presidente. No es que al gobierno le falten otras armas para com- batir una posicién decidida y prolongada de los capi- talistas, peto la verdad es que no esta hoy en la posi- cién que alguna vez tuvo de elegir libremente un cami- no determinado para su accién. Por otra parte, sobra decir que_estos grupos de presién no tienen interés alguno en que se democratice 1a vida publica del pais, pues para ellos el gobierno ideal sigue siendo el que no interfiere para nada en sus actividades. Asimismo, sobra decir que el halago que debe prestar a estos grupos de presién le quita al gobierno ciertas posibilidades de conseguir un “desarrollo econdmico con justicia social”, meta que, sin embargo, proclama como principal y aun como unica. Faltaria por examinar la fuerza de contencién al poder oficial ilimitado que representa lo que tan vagamente se llama “la opinién publica”. Desde luego se supone que ésta tiene manifestaciones visibles, y aun mensurables, en los Ilamados ahora medios de comunicacién masiva o de masas: el libro, el cine, el teatro, la radio, la televisién y Ja prensa. El que se mueve en México con mayor libertad es el libro, pues, en principio, no existe la censura, ni previa ni @ posteriori; pero su alcance como orientador de la 73 vida publica nacional es sumamente limitado. Primero, porque lo es toda actividad editorial en un pais donde la porcién de analfabetos sigue siendo muy alta; donde la educacion, a pesar de sus innegables progresos, guarda una situacién precaria, donde no hay comunicaciones su- ficientes y donde el comercio librero, confinado a los cen- tros urbanos de bastante importancia, esta en manos de gente ignorante y rutinaria. Mas que nada, sin embargo, Jas casas editoriales, incluso las que tienen una orienta- cién politica discernible, no cuentan con escritores que examinen seriamente los problemas politicos nacionales, de modo que buen nimero de sus publicaciones son me- ras traducciones, que se refieren a otros paises y a otras circunstancias bien distintas de las de México. En fin, porque ho esta en la naturaleza del libro producir una conmocién tan grande que arrastre a los lectores a una accién politica que corrija la conducta de un gobierno. EI teatro y el cine, en cambio, estan sujetos a una cen- sura previa que se ejerce con un rigor tanto mas sor- prendente, cuanto que varias disposiciones constituciona- Jes la prohiben de modo terminante. A esta situacién de hecho debe agregarse que un buen numero de las salas de espectaculos, asi de teatro como de cine, pertenecen al gobierno o a instituciones semi-oficiales, y que buena parte del financiamiento para hacer peliculas procede de empresas oficiales de crédito. La radio y la televisién no son objeto de censura previa, si bien se han dado casos de sanciones a actores y locutores que se han permitido alguna pequefia libertad. Pero son empresas privadas, que viven y medran gracias al anuncio comercial, y éste, en buena medida, es pagado por empresas extranjeras, a las cuales, como es logico y natural, nada les importan los problemas politicos del pais. Asi, la radio y la televisién de México no han sido ni son medios para expresar opi- niones de ninguna naturaleza, y menos, por supuesto, opiniones politicas. Ni siquiera son 6rganos informativos que puedan dar ocasién a que, partiendo de esas informa- ciones, se forme una opinién publica. Estan por verse los 74 + RRR resultados de un cambio anunciado recientemente, a sa- ber: que a partir de las elecciones de julio de 1973, con que se renueva la camara de diputados federal, todos los partidos politicos tendran un acceso equitativo a la television para presentar sus programas y defender a sus

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