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© Punk desperezamiento
© Cristino Bogado
Diseño de exteriores:
Diego Muñoz, Liz Santander, Shylla Marcos.
Contactos:
info@saritacartonera.com
www.saritacartonera.com
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Cristino Bogado
PUNK
desperezamiento
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Cristino Bogado (Asunción-Paraguay, 1974).
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A los lectores de Sarita Cartonera:
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Sarita Colonia simboliza la esperanza popular; por este motivo fue
escogida para encabezar el nombre de este singular proyecto (o de esta
singular institución, no sabemos) y el uso del cartón, de donde proviene el
término Cartonera, nos ayuda a convertir la lectura en una práctica
popular en el Perú.
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Sarita Cartonera busca poner en circulación la literatura
latinoamericana, sin mayores prejuicios. Siendo un proyecto
comunitario, construye una red en la que interactúan
distintos actores sociales con un fin común: editar libros
atractivos, económicos y de alto nivel literario.
Sarita Cartonera
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PUNK DESPEREZAMIENTO
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A Carrá y al Sampi de Candy
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Ha llegado solo, sin necesitar un guía o un conocedor
de la zona, tal vez con un croquis garabateado allá lejos venga
de donde venga, porque no ha hablado en ningún momento,
no ha preguntado nada a nadie, caminando marlonbran-
descamente pero sabiendo dónde iba, sabiendo el fin de esa
trayectoria desganada y lenta, sin cansarse de cambiar la bolsa
pesada del hombro izquierdo al hombro derecho y viceversa,
totalmente tranquilo, demostrando que no es de aquí, que
no conoce a su población formada de ladrones diurnos y
nocturnos, sus negros constantes en el cuchillo y la pistola,
caminado por las calzadas del barrio como un galán de
telenovelas, sintiéndose el punto absoluto de la cámara, galán
con bolsa, el blanco de las ansiedades libidinosas de todo un
encuadre visual, caminando despreocupadamente, pensando
que la tarde es infinita, hecha para él y su secuencia de joven
desconocido llegando con voluminosa bolsa
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Ha llegado en la tarde con una bolsa voluminosa y
pesada, y sus pasos ateológicos, es decir, caminando como
sobre una tarde infinita, como sobre una calzada eterna, más
bien flotando que caminando, flotando porque caminaba
pero no progresaba, iba a algún lado pero no se sentía que
iba a ese algún lado, es decir, eternizaba sus pasos, más
todavía, porque no decía nada como sólo no decía nada un
mudo o un extranjero, en todo caso un perfecto extraño, un
extraño con croquis, al fin, porque no preguntaba, no rogaba,
no se perdía, tal vez un ángel, tal vez un ladrón o mejor un
asesino prófugo, tal vez un santo con una voluminosa y
pesada bolsa sobre el hombro izquierdo, tal vez el Anticristo
y los males metidos en la bolsa pesada y voluminosa, un
anticristo bello y joven, soñador y dulce, andrógino y mudo,
hablando sólo la lengua de los pies, eterno idioma del
hombre-sacerdote, del hombre-brujo, de los profetas y de
los ermitaños, una caminata sin fin, ateológica, ateleológica,
en todo caso, o un disparo del acaso que hacía su curva fatal
sobre los ladrones y caería no se sabe dónde, tal vez después
de la eternidad, después del barrio
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ternativamente derechos o izquierdos, luego otra vez el
silencio, la des-urgencia de la palabra que pide o
pregunta, la des-emergencia del dedo que apunta o ataja,
luego des-ontoteología de un caminar reducido a simple
alternancia, del pie derecho y del pie izquierdo, un juego
dialéctico habitual del cuerpo, un ajedrez en juego sin los
jugadores, una ruptura sin fin del espacio, una lucha de
persistencia entre el pie izquierdo y el pie derecho, lo
apolíneo y lo dionisiaco trenzados, luz-oscuridad girando,
un vértigo, en fin, un vértigo repugnante para cualquiera
con pistolas y cuchillos
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si sabe que podemos habitar una masa de fuego que va de lo
más improbable a lo más probable o un universo claro y
tomista, inmóvil y ordenado, sin fantasmas de bizarros
nombres como entropía generalizada, si en la gran ruleta de
la enciclopedia jerárquica, la postura política, apostaría por
Aristóteles o Nietzsche, si se compraría, aun en forma de
pastillas o polvo o cigarrillo, cultura, el arte de cultivar, de
MacLuhan o la de los sacrificios y el potlatch, la sensibilidad
en el sistema nervioso central, el cerebro, o la sensibilidad
en la población de los poros, la piel, sin intuir siquiera para
peligro de los pobladores del barrio, si es comunista o
comunista-maoísta o comunista-trotskista o castrocomunista,
si está a favor de la eliminación de la Policía que «vela por el
bien común», plusvalía cristianoburguesa, si es racista,
conservador, de derechas
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realidad, pesada y voluminosa, y el presente de la palabra
que tantea a ciegas esa bolsa y a Marlon Brandon y Pollock y
Mingus, la nostalgia de carne que tiene todo Verbo, como el
ciego de Buñuel en Los olvidados que cita Jorge Polaco en
Siempre es difícil volver a casa, una fuerza ciega tanteando en
el vacío, tanteando con violencia hacia dos cuerpos que
copulan (Polaco), hacia la calle copada por niños ladrones
(Buñuel), hacia Marlon Brandon que llega
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se escribe ni se traduce, palabra que habita en el tiempo, es
decir, entre la vida y la muerte, en vez de abandonar a Marlon
en su frenesí neobarroco, sin beat, pero también sin política y
sin sexo, neobarroco cuyo sustrato es como sabemos el tedio,
el horror vacui, pesado y voluminoso, el mismo que mueve
a algunos a cremar judíos, a otros a romperles las costillas a
los negros, a las mujeres a entregarse con afán extático a la
hermosa limpieza de los judíos sábados, viernes con sol,
bolsa, voluminosa, road, pesada, story
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pistolas, mierda, ladrones, mierda, fuera del beat, mierda,
dentro de la road story, mierda, escamas, mierda, trip, mierda,
fatamorganas, mierda, jazz, mierda, punk, mierda,
aristocrático, mierda, subversivo, mierda, trompeta, mierda,
guitarra, mierda, sax tenor, mierda, sin solos narcisistas y
masturbatorios, mierda, Davis-Col, mierda, Rotten-Vicious,
mierda, to be or no to be, mierda, vivir o morir, mierda,
pastillas, polvo, cigarrillos, mierda mierda mierda,
MacLuhan-cerebro, Potlatch, mierda, realidad carne Marlon
Pollock Mingus Mingus Mingus, mierda mierda mierda, y
el Verbo ciego Buñuel Polaco después, mierda, metafísica
dualista, metafísica monista, mierda mierda, nada nada,
palabra impotente viejo mierda, mierda, lluvia, mierda,
words, mierda, words, mierda, words, mierda, Shakespeare,
mierda, Win Wenders viejo, mierda, Win Wenders joven,
mierda, revolución, mierda, burguesita, mierda, culí, mierda,
culona, mierda, acción, mierda, neobarroco, mierda, horror
vacui, mierda, voluminoso, mierda, pesado, mierda, ha
llegado
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LA ETERNIDAD DE UN PERDEDOR
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«Acá sólo te permiten ser
o asesino, o idiota».
H. A. Murena.
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momentáneamente, se enfriara y llegara a coagularse en luz,
en pensamiento. Esta leve fisura luminosa es mi salvación.
Para cuando la tormenta haya recrudecido, entonces ya me
veréis al socaire de una nueva estrategia. Hoy soy un clipper
travieso brincando en las calientes aguas de la UCA, en medio
de sirenitas pequeñoburguesas, devotas de malos
pensamientos, hijas de militares ansiosas de látigo, y de la
generalidad carnosa, entre la monotonía del melodrama y la
insipidez de la violencia machista. Soy un genio, es cierto,
un genio virgen y con las manos sudadas por el trabajo de
topo de la libido sobre las adrenalinas y los nervios. Pero
hasta Napoleón me concedería que un general debe seguir
vivo mientras tenga batallas que librar. Y yo tengo la UCA
como campo de batalla. Me permito frotarme las manos
mojadas, lubricar la garganta; todo es cuestión de elegir la
víctima propicia. Hago pública promesa de respetar a las
chicas del personal de limpieza, de no desbordar el tranquilo
y pacato límite, ya sea hacia la impensable pedofilia, ya hacia
el delictivo fetichismo, y de omitir a las jovenzuelas medio
sórdidas que emergen de los bajos. Tal vez me permita algún
pecadillo tan folclórico e inofensivo como el adulterio, o algún
roce urgente resuelto en la fellatio universalmente popu-
larizada por las memorias de Casanova, quien la restringiera,
sin embargo, a los casos rigurosamente prescritos, como la
vejez ya muy fofa y reseca o la noviciatura sobresaltada por
una mirada más diabólica que piadosa.
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alusión a esa genealogía onomatopéyica y como salvaje y
dura, a ese arrastrar de ecos e inflexiones guturales, a ese
idioma más cercano al fin a los ruidos de la naturaleza que a
los de la palabra. Burguesitas etéreas, encapsuladas en los
autos importados de sus papis trabajadores y sudorosos,
apenas un tereré al día, cristianas y delicadas, mostrando en
su rutina una tendencia hacia la asepsia, no moral, desde
luego, sino, diría, material, física, una hipersensibilidad no
sólo hacia el sol desbocadamente asesino desde la retirada
del ozono, sino hacia todo lo que huela a proletario, a pobreza,
a barrio obrero, encapsuladas en el auto importado como en
una ermita, persiguiendo una pureza escasa hoy en día, un
tal cultivamiento del espíritu en su soledad hierática, santa y
venerable. Ermitañas on the road. Un Honda modelo 90 como
ermita sólo chocaría a los espíritus antiprogresistas que
proliferan en este país de vagos –de paso, se puede agregar,
para realzar la imagen, en este país de vagos mantenido por
campesinas machistas y serviles–. Una ermita moderna, afín
al espíritu práctico del prêt-à-porter de fin de siglo, para
aprovechar los beneficios de la técnica en pro de la superación
personal. Sin mayores conflictos y sin dilemas entre la materia
y el espíritu. Si primero el huevo y luego la gallina… No, la
reconciliación de los opuestos, la negación recíproca de los
dos elementos contrarios y en tensión resuelta en una
superación conciliadora, el consenso, la mansedumbre
siempre como modelo de vida, el Opus Dei como verdadera
opción individual.
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oro y la plata, que son, como se sabe, cosas finas y de gente
fina), y hay que considerar, además, que el trabajo y la
civilización, el interdicto, no suele dar lugar, cito a Bataille
(tipo con look erudito en rarezas, cuyos libros importados son
muy caros por acá), ese hegeliano sin aufhebung, atrapado
fatalmente en una dialéctica circular rarófila del humano
saliendo de la animalidad y lo humano a su vez de nuevo
que añora lo animal perdido, bueno, el interdicto, decía, no
suele dar lugar a la manifestación de esa íntima bestia
nuestra. Un laberinto sin Ariadna.
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cual simula casi siempre asombro y temor. Como mi pobre
sadomasoquista, que repitió esa mueca de asepsia física y
moral en mi escenario afro-afrodisíaco y ante su decorado
kitsch, cuasi glitter, almodovariano, preparado de una forma
consciente como resistencia a lo profano y vulgar. En un siglo
freudiano, Sigmund tiene todo el derecho de exclamar: «¿Se
me ha comprendido, se me ha comprendido acaso?»
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digresión visual sobre las pantorrillas pubescentes, bastaría
para desbaratar el acorralamiento. Durante los primeros
cuatro minutos la estuve poseyendo sostenidamente por el
orificio llamado oído. Para probar si su pasividad y su
atención callada se debían más que nada al encantamiento
de mi logos-sexual, paré de hablar. Verificada la potencia
verbal, me sentí ya a mis anchas, y entonces llevé mi perorata
hacia el disco que había sido el objeto de distracción de la
púber y el pretexto para la aproximación –cuya iniciativa,
dicho sea de paso, había sido asumida por ella, quien diera
este primer paso movida por su deseo de usufructuar el
objeto mediante un préstamo–. Para precisar, se trata de The
dark side of the moon, de los Pink Floyd. La convencí de irnos
a tomar un par de… gaseosas («no, no tomo bebidas
alcohólicas», me dijo, contrita, ante la propuesta inicial) a su
casa escuchando Athom heart Mother («sincretismo
posmoderno», pensé para mi coleto, súbitamente lúcido).
Hicimos a pie las pocas cuadras hacia la casona, con un servi-
dor, charlatán y desenvuelto, convertido repentinamente en
catedrático ad honorem de pop music. Ya inmersos en un clima
contracultural –platónicamente degradado, obviamente–, con
el tocadiscos girando con los pequeños saltos que el zafiro –
último galeote de la edad de piedra sobreviviendo a la tem-
pestad de la modernización acelerada– imprimía a los surcos,
y sintiéndome un poco avergonzado por la presencia de la
coca-cola que la muchachita bebía bastante complacida, no
me quedó, lógicamente, más opción que empezar a entrar
en materia y hablar de mariguana, amor libre y toda esa
cantinela anacrónica y aburrida pero siempre eficiente en
estos casos.
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Cahiers du Cinema e Imagen y movimiento, sin los
emolumentos de Toubiana ni la fama de Deleuze, y
visiblemente «apiñadas» y necesitadas de «espacio» y de
un más lento desarrollo, ardua tarea en la que no estaba
dispuesto en absoluto a gastar energías. Las enviaría tal
como estaban.
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apologetas de la mayor vitalidad de lo real por sobre la razón
y sus abstracciones (otra vez Nietzsche). No hay mayores
razones para pensar en un abismo insalvable entre vida y
cultura. La Sensación, encerrada siempre en el individuo,
ante la presencia de la muerte, literalmente, ha sangrado y
rebasado su recipiente tradicional, rompiendo su circularidad
mítico-metafísica. Pero el flujo de las sensaciones, una vez
cristalizado por la cultura, sigue siendo tan real, vital y
verdadero, dentro de la cultura (memoria), como antes lo
había sido en el individuo (olvido). En suma, hay continuidad
entre vida y cultura. Entonces, Freud no tiene por qué
inventar el concepto de sublimación y colocar a ésta por
debajo de (o subsumirla en) la sexualidad.»
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narcisista atascado en las praderas más anacrónicas y zonzas.
Que me enfundara por fin una vida más adulta y unos vicios
más acordes a nuestra contemporaneidad. Robar, por
ejemplo. O amasar una fortuna lo más rápidamente posible,
sin escrúpulos o censura alguna. Sólo atiné a esbozar como
defensa el gesto inútil y decadente de excusarme en mi falta
de talento y concentración para el caso. Comprendí (con
semejante sosegante a mis ínfulas anarcointempestivas) que
la Semana Santa era la totalidad del territorio donde me había
tocado en suerte nacer, vivir y sufrir, y el Viernes Santo su
atmósfera habitual, su tiempo (metafísico y meteorológico)
regular y constante. No me quedó otra opción que cambiar
de metodología contra el tedio, el silencio y la existencia
vegetativa que integraban el triunvirato de este reino y que
al mismo tiempo formaban el suelo común sobre el cual
resonaban mis pasos rudos y atolondrados de hijo despistado
y obstinado en su egoísmo fastidioso y exótico. Me refugié
en la somnolencia fantasmal que obsequian los pequeños
comprimidos rosados del Neurotol. Suficiente para tapar el
noise que brotaba no sé bien si de los rizomas esquizoides
del cerebro o de los laberintos de mi oído. Vivir así, como los
bueyes uncidos, con los ojos fijos en los zapatos, agobiado el
pescuezo por la insustentable carga del Neurotol, me cansó
rápidamente. En especial porque la gracia del día empezaba
recién a la noche y yo a esa hora, agotado, ya empezaba a
dormir como un bebé, cuando lo que me interesaba era salir
volando hasta las ventanas iluminadas de alguna princesa
bañándose y acceder a su visión, como los budistas voladores
de que hablan ciertas fuentes. (La iluminación soltaba las
amarras del cuerpo, mientras que el apego a los engaños del
mismo nos atornillaba a la tierra. El Neurotol sería más bien
un colaboracionista de la «dictadura de las apariencias de lo
real», en el sentido de esta secta budista. En el mismo sentido
se entendía el escolio de Montaigne a Platón en el que
afirmaba que el problema del griego se hallaba, no en que
no pisara tierra, sino en que, en realidad, no se elevaba lo
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suficiente.) Quebré la estatua in progress del Neurotol (o me
sacudí de ese gradual sueño pétreo, de ese entumecimiento
progresivo del cuerpo), que no era otra cosa que la
continuidad de ese paisajismo petrificado y paralizado que
constituía la cotidianidad. Como en aquellos cuentos de
hadas o en las historias medievales de viajes, el
encantamiento del héroe era posterior al del topos en el que
se introducía o en el que irrumpía o se arraigaba. Estúpido
de mí, intenté alcanzar la fluidez de un pescado estando en
el desierto. Me encontraba definitivamente atrapado en el
viejo e infatigable dilema: salvar lo mínimo, el individuo y
su egoísmo, o el todo, el sistema y la ley. La radio era grumo
solidificado, el diario un pedazo de granito que taladraba
los sesos. La gente no caminaba ni cambiaba, apenas posaban
como estatuas de yeso en un jardín rococó y silencioso. Me
quedaba el recurso, no de reanimarlos con inofensivas
cosquillas en los sobacos, sino de rajar lo duro, de
resquebrajar lo detenido, de abrir paso al dolor, de mutilar
su forma preclara y neta para que lo que los renacentistas
llamaban el «alma» circulara de nuevo como sangre entre la
cabeza, el torso y los miembros, entre el cielo, la tierra y el
infierno. Me queda aún, antes del frío final y de la
inmovilidad, la opción vislumbrada en lo oscuro de la sala
con el VHS rodando su sugerencia subtitulada. Camino ahora
hacia ella. Mientras ustedes me acompañan hacia su posible
materialización, les cuento. Su propia brillantez me hace
estremecer. No termino de creer que pudiera surgir algo tan
sólido y palpable de mi mísero cerebro de provinciano
subcontinental que desde el principio de todo estuvo fuera
de la Historia y que sólo ingresó en ella al precio de ser
ultrajado en su ADN por los europeos y después por los otros,
mis compatriotas. Sacrificar mi juventud, mi brillantez
intempestiva o «fuera de foco», o definitivamente imposible,
mi nada, a una idea, a la realización de una idea. Como
Gavrilo Princip (de la Joven Bosnia) ante el príncipe heredero
del Imperio Austro-húngaro, como Bruto ante Julio César,
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como el italiano aquel ante Sissí, como Lee Harvey Oswald
ante Kennedy, como el asesino de Lincoln ante el presidente
abolicionista, quedar, a través de un acto atroz, unido de por
vida a una figura del panteón de la Historia, sellar una alianza
de origen espúreo, pero inderogable, con la Historia, con los
poderosos que son los héroes de esa Historia. Entrar mau en
esa maldita epopeya mítica sin la cual el mundo no avanza,
o no simula avanzar. Lo bruto del poder o la belleza unido
por la transgresión de la sangre, acaso, a lo ínfimo, a lo
minúsculo, a lo insignificante, a lo irrisorio, a lo vulnerable,
a lo feo (¿a lo inteligente?), conformando ad aeternum una
hermandad (por una especie de consanguinidad adquirida
e indeseada, o deseada unilateralmente, pues es el asesino el
que elige a su víctima –y entonces se le impone, y entonces
el poderoso es él–) como la de los grandes amantes que se
suicidan juntos. Cuantas veces la Historia mencione, para
legitimarse o engatusar, las peripecias de su Heroína, ahí,
sutilmente callado, sordo pero tangible, como una sombra
obstinada, como un bulto deforme o una desarmonía estética,
ahí yo, el débil, el don nadie, el fracaso de la Historia, el
perdedor, el alma sin cenotafio del señor Kis, el dolor
obliterado benjaminiano, estaré riendo para siempre con mi
risa fálica más que sádica. Inseparables hasta el infinito. Si el
que mató (en su virginidad, en su esplendor juvenil pletórico
de deseos e ideas, etc.), cruzando las vicisitudes de los astros
y de los que los contemplan con expectativas inexplicables,
atravesando las banalidades que exudan las palabras de los
historiadores, logra imponer su enormidad, allí nuestra unión
artificial acaso soporte los embates de la nada y aun los de
los historiadores-narradores. Sí, ustedes dirán, al final se trata
simplemente del Placer petrificado, eternizado, monumen-
talizado en ese horizonte difuso llamado Eternidad. Pero
piensen que, además de divertirlos (con el morbo, por lo
menos), por lo menos les he hecho aprender –lo que nunca
ha sido función del relato–. De mí aprendieron la existencia
resentida de un fracaso pujando, hozando por echar un
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vistazo sobre el esplendor de las porquerías que a ustedes el
destino les regala y que ustedes pisotean diariamente. Es algo,
¿no?
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Para tolerar los fastidios en el micro o la combi, para no
desesperar en la cola, para espantar cualquier tipo de fantasma
o para cuando tengas simplemente ganas de leer.
Un libro cartonero, tu mejor cómplice.
Últimos títulos:
Sacrificios, Chrystian Zegarra .29
Peruvians Do It Better, Alejandro Neyra .30
Taki Onqoy. El largo camino del mesianismo andino, Luis Millones .31
Borrachos de amor, Víctor Vich .32
La máquina de hacer paraguayitos, Wáshington Cucurto .33
Los vigilantes, Diamela Eltit.34
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