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ACERCA DE LA ESTRUCTURA PERVERSA * Willy Baranger, Nora R. de Bisi, Raquel Z. de Goldstein, Néstor Goldstein y Gela Rosenthal Un simposio, si cumple con su finalidad, debe producir en los participantes una cierta modificacién. Si la confrontacién: de ideas y experiencias ha sido fructifera, es de esperar que uno salga con una posicién algo distinta —eventualmente mas rica 0 profundizada— con relacién a la que trafa, El presente texto apunta a reflejar el impacto sobre los autores de las discusiones del XX Symposium de la Asocia- cién Psicoanalitica Argentina, realizado en abril de 1980. El conjunto de los trabajos alli presentados proporciona una idea de la enorme extensién del tema y de la dificultad de englobar en una estructura coherente 1a totalidad de los fenémenos llamados “perver- $08” por un-uso idiomético excesivamente laxo. Acostumbramos hablar de fantasias perversas, de suefios perver- sos, de episodios perversos en la conducta relatada, de transferencia perversa en el andlisis, de “campo perverso” inclusive, de microper- versiones en las personas neurdticas o psicéticas, al lado de las perversiones estructuradas que moldean la actividad sexual de ciertas personas. Todos estos fendmenos tienen algo en comtn, aunque no todos se refieran a una estructura perversa. La dificultad en ponernos de acuerdo acerca de lo que entendemos por perversién nos parece pro- venir de tres lados. Por una parte, el problema consiste en encon- trar el nivel adecuado para ubicar nuestro objeto: la multiplicidad fe- noménica de las manifestaciones perversas nos obliga a buscar, por ccciones: Sevilla 2954, (1425); 9 de Febrero 2161, 1° D, (1428); Ramén Castilla 2943, (1425); idem; J. F. Segui 4517, 8° C, (1425) todas de Capital Federal, R. Argentina, 654 W. Baranger, N. Bisi, R. Goldstein, N. Goldstein y G. Rosenthal debajo de ella 0, si se quiere, dentro de ella, factores estructurales que le otorguen cierta unidad intrinseca. Por otra parte, nuestro con- cepto de perversion no puede coincidir exactamente con un criterio médicolegal (el hecho de que ciertas legislaciones consideren la ho- mosexualidad manifiesta como un delito, y otras no, lo muestra con claridad), y sin embargo la referencia de la perversién a una norma cultural no puede obviarse del todo desde un Angulo propiamente ana- litico, como tampoco puede pasarse por alto la relacién del complejo de Edipo con el mito y la civilizacién. En tercer lugar, nada nos asegura que todas las perversiones ma- nifiestas catalogadas por psiquiatras y sexdlogos, desde Kraift- Ebing y Havelock Ellis hasta Kinsey respondan a una estructura tnica. Inclusive esta dificultad se ve incrementada por el hecho de que nues- tra experiencia analitica nos permite estudiar algunas perversions con frecuencia y otras excepcionalmente —o aun, nunca—. Los “grandes sddicos” no suelen frecuentar los divanes analiticos ni tampoco los necréfilos, ni los canibales, ni muchos otros. Inclusive nuestro estu- dio de la homosexualidad manifiesta se encuentra limitado por el hecho de que no todos los homosexuales consideran que su forma de acti- vidad sexual justifica emprender un andlisis. Si, por lo tanto, tratamos de definir con mayor precisién lo que puede ser la estructura perversa, tendremos que focalizar nuestro es- tudio hacia los casos en los cuales ésta se presenta en forma mas nitida. Aqui nos sera de utilidad retomar una distincién que estable- cia la psiquiatria francesa del siglo XIX entre los “grandes sddicos” y los “pequefios sédicos”, generalizando al conjunto de las perver- siones esta diferenciacién fenoménicamente valida. Entenderemos por “gran perversién” o “perversién verdadera” una estructura que de- termina lo esencial de la vida sexual manifiesta de un sujeto, que en- globa sus fantasias y tipos de angustia dominantes, su “solucién” del complejo de Edipo y de castracién, los mecanismos de defensa uti- lizados, la conformacién particular del Yo y del Superyé involucrada en el conjunto. La perversién nos parece asi escalonarse segiin tres ejes: el pri- mero entre la perversién verdadera y tas manifestaciones menores; el segundo, segin los grados de cristalizacién y fijeza de la conducta perversa, entre el extremo del polimorfismo completo y el extremo de la ritualizacion exclusiva. Tendriamos que ubicar otro eje entre el extremo del gran sadismo, como colmo de la destructividad, y el otro extremo del fetichismo, como ejemplo mas puro de la desmen- tida de la castracién. Buscaremos la estructura perversa del lado de la “gran perversion”; del lado de Io fijo y cristalizado, y estariamos tentados de cuestionar Acerca de la estructura perversa 655 el fetichismo como paradigma de a perversién verdadera, conside- rando este ultimo punto como problema a dilucidar. EI uso que hacemos de la palabra estructura carece de toda re- ferencia a una posicién “estructuralista”. Designamos con ella a una configuracién determinada de elementos que mantienen entre si po- siciones y funciones que se determinan reciprocamente dentro de una totalidad relativamente estable. Asi se suele hablar en psicoandlisis de “estructuras de la personalidad”, o “estructuras del Supery6”, etc. No pensamos en absoluto que existen tantos tipos de estructura perversa como tipos de perversion manifiesta para la observacién: al contrario, la estructura perversa se expresa en formas multiples se- guin factores histéricos 0 circunstancias coyunturales que determinan la eleccién del tipo de actividad perversa. Estamos todos de acuerdo en un punto: el concepto analitico de perversién no recubre exactamente el concepto pre-analitico sobre el tema. La mera afirmacién de Freud: “el nifio es un perverso polimor- fo”, por mal entendida que sea la mayoria de las veces, marca la aparicion del concepto analitico de la perversién. No nos alcanza el enfoque freudiano que a partir del fetichismo sefiala la escisin del Yo, la castracién y la desmentida; ni el enfoque Kleiniano haciendo hincapié en el sadismo, la identificacién proyectiva y la pulsién de muerte, para comprender suficientemente las caracteristicas de la es- tructura perversa. Ha ocurrido con el término perversién uno de esos desplazamien- tos de sentido frecuentes en la historia del pensamiento analitico: por un lado la ampliacién o extensién, tal como lo hace Meltzer cuando se refiere a estados mentales perversos; por el otro lado, una progresiva dilucién de sus elementos especificos hasta el punto en que desapa- recen las caracteristicas que configuran la estructura perversa. No se puede pasar por alto la relacién del concepto de perversién con el as- pecto fenoménico de la conducta sexual y la manera de conseguir el orgasmo, La primera tendencia llega a confundir la perversién con una for- ma retorcida de relacionarse con el objeto, llena de maldad, provo- cada por angustias psicéticas a flor de piel, y sin que esta relacién forzosamente tenga que ver con lo fenoménico sexual de la perversién. Eso equivale a llevar a un extremo abusivo las conclusiones de M. Klein acerca de las psicosis, las perversiones y de su vinculo con el “instinto de muerte”. Reservariamos para estos fenémenos el término de “perversidad”, y nos parece referirse a una modalidad caractero- légica sddicoenvidiosa, de personas no estructuralmente perversas. La segunda tendencia, que tiene (entre otros) el mérito de resca- tar el hecho de que la perversion es una modalidad especifica de la 656 W. Baranger, N. Bisi, R. Goldstein, N. Goldstein y G. Rosenthal conducta sexual, tiende por otro lado a diluir el concepto de estruc- tura perversa. La perversion no es sélo “una traduccién de lo mismo en otros términos”, “una manera distinta de decir lo mismo”, porque si asi fuera nos remitiria a un polimorfismo perverso universal en el cual las equivalencias imaginarias o las ecuaciones entre significantes borran por completo lo especifico de la estructura perversa. Sostener que la sexualidad humana, por su ruptura con el orden natural, es perversa en esencia, y remitir la normalidad a una primacia genital al servicio de la reproduccién, constituye una solucién de gran debi- lidad teérica al problema de la sexualidad, y no quita en absoluto la diferencia existente entre un verdadero perverso y un individuo dota- do de una sexualidad neurética o “normal”. Mantenemos, al contrario, que una estructura perversa ocupa ne- cesariamente un lugar determinante en la actividad sexual concreta del individuo y repercute en toda su vida. Queda bien claro asi que no nos referimos a manifestaciones “per- versas” episédicas 0 aisladas, que no se incluyen en la descripcién anterior. ‘A medida que Freud profundiz6 el concepto de perversién, modi- ficé su idea inicial segin la cual la perversién se limitaria a la fija- cién en una de las pulsiones parciales. En una evolucién normal, esta pulsién por fusién con las demas pulsiones parciales, constituye la pul- sién genital cuyas formas estén abiertas a la inventiva del hombre. La perversién aparecié asi como una construccién, tan compleja como la neurosis, y por consiguiente, tan susceptible como ella de un abordaje psicoanalitico. Tratando de describir e! mecanismo especifico de la maquinaria perversa en el ejemplo del fetichismo, Freud lo encuentra en la pre- sencia de una particular escisién de la experiencia. Un mismo sujeto aceptando por un lado que existe la castracién (la diferencia de los sexos), mientras por otro lado la desmiente (todos tienen pene). La perversién aparece entonces como una manera particular de enfrentar el complejo de Edipo y de intentar eludir la castracién. Pero Freud no aplicé al estudio de las perversiones su descubri- miento de la pulsién de muerte. M. Klein se propuso aplicarlo, y su aporte enfatiza las consecuen- cias de este descubrimiento en la comprensién de la estructura per- versa. La conducta perversa aparece entonces, para ella, como una respuesta a un incremento de angustias (paranoides o depresivas) de indole psicética; se produce un estado de pérdida de limites entre el self y el objeto, de confusién acerca de {a naturaleza del objeto y la propia identidad sexual del sujeto. En su raiz proviene del predomi- nio de fantasias sddicas en el sujeto, que provoca un uso excesivo de Acerca de la estructura perversa 657 identificaciones proyectivas y el borramiento de las discriminaciones que Io llevarian al establecimiento de la sexualidad adulta. La cons- titucién perversa tiene asi una funcién semejante, dentro de la esfera de la conducta sexual, a la funcién restitutiva (fallida) que tiene la creacién de un delirio en las psicosis. Por este motivo se encuentra para M. Klein como formacién intermedia entre la neurosis y la psico- sis y no, como sostuviera Freud, como solucién alternativa a la neu- rosis. Dentro de las perversiones manifiestas, M. Klein privilegia evi- dentemente el sadismo —expresién de la pulsién de muerte en el vineulo con el objeto— como la mas representativa (0 menos defor- mada) mientras que Freud privilegia el fetichismo. Otra linea de investigacién recalca las particularidades del Yo y del Superyé en los perversos manifiestos, y en particular los clivajes del Superyé, partes extremadamente crueles y arcaicas de éste que coexisten con otras muy tolerantes en una esfera limitada. La angustia y la multiplicidad de las perversiones manifiestas Las manifestaciones fenoménicas de la pérversién son extremada- mente numerosas. {Tenemos el derecho de postular que corresponden a alguna estructura comtin? La experiencia analitica deja pocas dudas acerca de ello: observamos en general que varias perversiones coexisten 0 se suceden en una misma persona. El caso de la perver- sién “pura”, sin mezcla con otras perversiones, es la excepcién. Ade- més, observamos con suma frecuencia en pacientes afectados de una perversién, la aparicién de otras perversiones en el curso de! proceso analitico, sin que la estructura perversa en si se encuentre alterada ni que desaparezca la perversién ya existente. Tanto las descripciones clasicas de la perversion como las dis- cusiones del simposio nos enfrentan con una paradoja: por un lado, las formas de perversién manifiesta son casi inagotables, y la pro- duccién de actividades perversas en un sujeto determinado puede Ile- gar a ser extremadamente variada; por otro lado, la definicién misma de la perversion manifiesta que utiliza Freud. como punto de partida de su estudio en los Tres ensayos sobre una teoria sexual recalca el carécter fijo y exclusivo de la actividad perversa; ésta sustituye a una actividad sexual comin que resulta irrealizable o carente de in- terés para el sujeto. En esta ultima direccién, Mauricio Abadi, en co- municaciones recientes, ha subrayado el “monoglotismo” del discurso perverso, frente al “‘poliglotismo” de una sexualidad mas libre: el per- verso cuenta siempre la misma historia en el mismo idioma. La oscilacién entre el polimorfismo, por un lado, y la fijeza y ritua- lizacién, por el otro, caracteriza las manifestaciones de la estructura 658 W. Baranger, N. Bisi, R. Goldstein, N. Goldstein y G. Rosenthal perversa, pero al mismo tiempo nos proporciona indicaciones precio- sas acerca de su funcionamiento. Si admitimos una relacién definida de la actividad perversa con la angustia, y toda la experiencia clini- ca de que disponemos confirma la existencia de esta relacién, podremos considerar la ritualizacién, la fijeza y el monoglotismo como ideal del funcionamiento perverso. Asi como el ritual obsesivo bien establecido sirve para mantener a raya las angustias correspondientes, también el ritual perverso crea un marco fijo en el orden espacial, temporal y ob- jetal, en el mejor de los casos libre de angustia, dentro del cual el goce sexual se puede alcanzar. Sabemos, por otra parte, que este ideal no siempre se realiza: puede ser que el sujeto fracase en su intento de establecerlo, y en este caso lo vemos ensayar sucesivamente per- versiones varias sin decidirse por ninguna, 0 bien que, habiendo conseguido establecer un ritual determinado, distintas circunstancias concurran a desorganizarlo (por ejemplo: desaparicién de los objetos involucrados en su realizacién, irrupcién de angustias activadas por dis- tintas circunstancias vitales, incremento de sentimientos de culpa que proviene de otras fuentes, etc.). En casos extremos, la perversion se desorganiza del todo, y el sujeto recurre a actuaciones perversas po- limorfas como dando manotazos para evitar el surgimiento del pénico © de estados claramente psicéticos. Esta descripcién encuentra su mejor fundamento en el estudio de los “acting-out" perversos durante el proceso analitico, 0 las “recai- das” en analizandos perversos en vias de mejoria. El cortocircuito entre incremento de la angustia y actuacin perversa aparece con cla- ridad, en particular como respuesta a las vicisitudes habituales del vinculo analitico (ausencias del analista, por ejemplo). Esto nos introduce en el problema de la clase de angustia que esta en juego en las perversiones. Cualquiera sea el esquema referencial que adoptemos en el problema de la angustia en general, y de la o las formas de angustia basica, nos podemos preguntar si hay alguna forma de angustia especificamente relacionada con el “acting-out” perverso. La relacién establecida por Freud entre la angustia de castracién y una cantidad de formas de perversién queda fuera de duda. Por otra parte, las relaciones estudiadas por Freud, y después de él, entre pa- ranoia y homosexualidad muestran la alternativa de ambos trastornos en un mismo sujeto y la utilizacién, indudable en ciertos casos, de la perversién manifiesta como medio de aplacar angustias persecuto- rias. Tampoco podemos dejar de lado los casos, muy frecuentes, en los cuales una angustia de tipo depresivo esta en la raiz de la conducta perversa: uno de nuestros casos de homosexualidad femenina mani- fiesta habia tenido que cuidar desde chiquita a su madre psicética. En su vinculo homosexual, cuidaba a su compafiera como su madre hu- Acerca de la estructura perversa 659 biera tenido que cuidarla a ella misma, reparando asi magicamente los dafios causados a su madre en la rivalidad edipica. En otros casos la conducta perversa se produce como respuesta inmediata a una angus- tia de desintegracién y de muerte. El “acting” perverso en pacientes indudablemente psicéticos en el nivel clinico responde en ta mayoria de los casos a un intento desesperado de mantener alguna forma de goce 0 de definicién frente a la desintegracién total. Sin prejuzgar de la naturaleza Ultima de la angustia, y mantenién- donos a propésito en un nivel no muy “profundo” de andlisis, podemos decir que todas las formas de angustia pueden desencadenar un “ac- ting” perverso, o una recaida en nuestros analizandos. Nos parece sin embargo, que una forma de angustia tiene con la perversién manifiesta una relacién més especifica y consistente: se trata de la angustia des- crita por Melanie Klein y Herbert Rosenfeld como angustia confusional: Ella no est ausente de las descripciones de Freud, ya que déstaca la desmentida de la diferencia de los sexos como elemento consti- tutivo de la perversién. Pero una cosa es confundir activamente los sexos con la finalidad de mantener la pretensién de tenerlos a am- bos, y desmentir asi hasta la posibilidad de la castracién, y otra cosa la angustia de no poder definirse sexualmente (de no saber a qué sexo pertenece uno en el fondo) y de sentirse preso de identificaciones con- tradictorias y sin identidad sexual propia. Muchos autores lo han notado: el perverso no puede arreglarse- las ni con la bisexualidad biolégica ni con las identificaciones con per- sonas de ambos sexos que lo constituyen. Sufrida como falta de iden- tidad sexual, como indefinicién, no ubicacién angustiante, o reivindi- cada omnipotentemente, como posesién de todas las identidades po- sibles, esta situacién, manifiesta 0 encubierta por el sistema de las desmentidas, yace en el nédulo de la constitucién perversa. Pero no se trata tan solo de la angustia de indefinicién sexual: ésta a su vez corresponde a una estructura fantasmatica inconsciente que Melanie Klein ha descrito como “escena primaria confusa”. Se trata de la fantasfa inconsciente del coito de los padres en la cual falla el intento de triangulacién que ubicaria al sujeto como observa- dor excluido de una escena en la cual cada uno de los protagonistas, tendria una ubicacién definida. El sentido mismo de la escena no aparece: el sujeto no sabe si los padres se estan amando o matando, si gozan o sufren, quién es activo y quién es pasivo, qué érganos estén en juego, si se estén alimentando, cubriendo de excrementos, inun- dando, ditacerando o acariciando. Una gran cantidad de rituales perversos son intentos muy trans- parentes de ubicar al sujeto mismo y a los padres en una posicién y en una funcion determinadas, repitiendo esta escena primaria segun pautas y modificaciones destinadas a evitar la angustia confusional. 660 W. Baranger, N. Bisi, R. Goldstein, N. Goldstein y G. Rosenthal Por ejemplo, el sujeto varén es el centro (y no excluido); él sélo tiene el pene; esta con dos mujeres (distribucién de la falta de pene); las dos mujeres no estan celosas entre si (en el paraiso, no hay celos); las dos mujeres lo admiran y aman a él (no existe odio ni destruccién en la escena); él, como poseedor del falo es el rey de la situacién, confirmado en su funcién por la actitud reverencial de las sibditas y esclavas voluntarias de Su Majestad. Se notara en ese ritual la con- currencia de elementos relativos a la situacién edipica con aspectos narcisistas, de elementos destinados a evitar la castracién y de otros utilizados para neutralizar las fantasfas agresivas. Los aspectos pla- centeros del ritual intentan administrar los roles de los protagonistas y eliminar el aspecto destructivo y angustiante de la escena inicial. Entre la escena inicial y su modificacién, hay un gran desaparecido, el padre, como agente de la prohibicién y de la castracién: su lugar y su funcién han sido ocupados por el hijo-y al mismo tiempo despo- jados de aspectos confusionales. Otra ventaja de la escenificacion es que !a identificacién materna del, sujeto y sus aspectos homiosexuales estén ubicados en las protagonistas femeninas de la representacién. Ademds la identidad sexual de! sujeto es doblemente afirmada: “si tengo a dos mujeres, soy doblemente macho”. Como defensa contra la angustia y como intento de controlar los aspectos angustiantes de una’ escena primaria confusa, la perversién parte de lo indefinido y apunta a la cristalizacién: Pensamos que la perversién en si es polimorfa y sdlo se cristaliza y se vuelve monotematica por un control y autolimitacién por parte del sujeto. En este cambio —a menudo caleidoscépico— resulta muchas ve- ces dificil determinar si una forma perversa se habria establecido co- mo defensa contra la forma perversa més grave o primitiva, 0 si se trata de una reorganizacién de los mismos elementos en una forma nueva. En este punto, cabe preguntarse hasta dénde es licito el intento de establecer una “genealogia de las perversiones” y de ubicar a al- guna de ellas como perversién mas primitiva, y a las otras como de- rivadas. La perversion, el incesto, el Edipo y el narcisismo El ejemplo princeps del ‘cantante incestuoso” (el mas polimorfo de los perversos), matricida, “Dios”, Emperador de los Romanos: Nerén, no tiene por qué engafiarnos acerca de la relacién entre incesto y per- versién. EI incesto realizado con los progenitores directos en la adoles- cencia o en la edad adulta, como fue el caso de Nerén y su madre Acerca de la estructura perversa 661 Agripina, suele coexistir con conductas perversas miltiples. Este cua- dro parece mantener con la perversién como estructura perversa una relacién de exclusién reciproca. Al contrario, la estructura per- versa tiene una relacién consistente con el “incesto verdadero”, en el sentido que le da Leclaire (conducta erética compartida con la madre, durante el periodo edipico de la infancia, donde se pone en juego una excitacién genital concreta por parte de ella, pero carente de coito por razones obvias). Es probable que podamos admitir como general la presencia del incesto infantil “realizado” en las estructuras perver- sas. Este incesto infantil implica a su vez, segiin los hallazgos de Lacan y de Leclaire, una estructura familiar en la cual el padre esta ausente, sea fisicamente, sea en su funcién de establecer la castra- cién (prohibicién del acceso a la madre como objeto sexual). Seria el prototipo de la alianza de la madre y del hijo —o hija— para desa- fiar la ley del padre o decretar su inexistencia. También Masud Khan, siguiendo otro esquema referencial, describe la relacién madre-hijo de los futuros perversos como un vinculo caracterizado por un intenso amor y cuidados corporales por parte de la madre mientras que el padre no habria sido registrado como presencia 0 como persona. La realizacién adolescente o adulta del incesto con el progenitor directo parece mucho mas frecuente en pacientes psicéticos que en perversos. El desafio perverso de la ley por una parte la mantiene, al mismo tiempo que se rebela contra ella; mientras el desmoronamiento psicético implica la pérdida de ta ley. Si bien {a estructuracién de una perversién nos aparece exclu- yente de una consumacién adulta del incesto, la perversién esta siem- pre en el borde de fa realizacién incestuosa. Hemos mostrado cémo Dolmancé, el héroe sadiano de La filosofia en el. Tocador, apologista del incesto y corruptor de menores, duda sin embargo frente a la con- sumacién de! hecho. Encontrariamos en él, y en muchos perversos, un juego con la idea del incesto, una necesidad de transgresién de la ley paterna y antes que todo de esta ley fundamental que, segin Freud y Levi- Strauss, diferencia el estado de naturaleza y el estado de cultura, la prohibicién del incesto. Se trata de un desafio a la ley, de una exhor- tacién a transgredirla, pero no de una supresién de la ley, porque esto ltimo provocaria el advenimiento del caos psicético. En el plano interno, esta comprobacién nos !leva a entender la es- tructura perversa en su relacién con una falla en la estructuracién edipica caracteristica de la posicién neurética o normal. La triangu- lacién edipica no se puede realizar, o da lugar a una desestructura- cién parcial que desemboca en la perversién. 662 W. Baranger, N. Bisi, R. Goldstein, N. Goldstein y G. Rosenthal De hecho, una de las razones mas poderosas para mantener el concepto de estructura perversa’es que los perversos no tienen un complejo de Edipo estructurado segun el modelo comun. Esto proviene a su vez de dos tipos de factores. Leclaire y Masud Khan, cada uno a su manera, apuntan a subrayar la importancia de determinados acon- tecimientos, determinadas relaciones madre-hijo, una determinada es- tructura del nucleo familiar padre-madre-hijos en la génesis de la estructura perversa. Nuestra experiencia clinica coincide ampliamente con este énfasis: los hijos perversos son el producto de padres per- vertidores (no forzosamente perversos manifiestos ellos mismos). Tenemos que aportar més precisiones. Algo aparece como de- terminante en la génesis de la estructura perversa: la combinacién de una falla en la funcién-padre con una alianza erdtica secreta de la madre con el hijo —o hija— para burlar al padre. La falla de la funcién-padre puede originarse en distintas circuns- tancias, que van desde la ausencia fisica 0 afectiva del padre, hasta una actitud seductora de su parte, o una duplicidad suya con respecto a sus propias leyes, pero existe un elemento comin, que Lacan ha sub- rayado: la madre por un motivo o por otro no reconoce ni comparte la ley paterna. No se trata solamente de las desavenencias que pueden existir, en mayor 0 menor grado, en cualquier pareja parental, sino de algun tipo de juego sucio de parte de la madre, que aparenta respetar en publico lo que denigra y socava sutilmente en su fuero intimo. Aunque esta situacién tenga que ver con lo contradictorio de las identificaciones arcaicas que vienen a constituir la personalidad, se agrega en ella un elemento de duplicidad, de engafio, de mentira, que afecta profundamente el discurso perverso y asimismo da origen a la fantasia de profanacién de la madre, por venganza contra su duplici- dad, que parece ser caracteristica de la estructura perversa. La desestructuracién del complejo de Edipo no se produce sin una participacién activa de los padres reales, y sin una alianza erdtica mas © menos deliberada de la madre y el hijo disfrazada de amor materno- filial. “Edipo era un buen muchacho que queria mucho a su mama”, dice el cuento. La falla de la triangulacién y la alianza erdtica de la madre y del hijo reactivan la relacién diadica indiscriminada con la madre y, con mayor precision, la relacién narcisista del sujeto con- sigo mismo 0 con su imagen especular. Este ultimo elemento (descu- bierto por Freud en su analisis de la homosexualidad de Leonardo da Vinci) constituye un aspecto importante de la estructura perversa. Uno de nuestros colegas, F. L. Aberastury, formulé la siguiente tesis: “en la perversién, lo sexual es a lo manifiesto como lo narci- sista es a lo latente”. El cardcter radical de la tesis (matizado, es cierto, por fas otras tesis que la acompafian) nos parece abrir una Acerca de la estructura perversa 663 tercera via en la bisqueda de la genealogia de la estructura perversa: ademas del sadismo o del fetichismo, podriamos encontrar en el nar- cisismo (ya no como fase o estado sino como perversién manifiesta) la via de acceso a las otras perversiones y a la estructura perversa. Reconocemos en este punto la validez de muchos desarrollos de Lacan y de los analistas que lo acompajian, asi como la raigambre freudiana de este enfoque. Sin embargo, esta prioridad légica del narcisismo nos parece imponerse con una evidencia mucho mayor en ciertas per- versiones manifiestas (en la homosexualidad en general y mas eviden- temente todavia en algunas de sus formas) que en otras, en las cuales la referencia al narcisismo en su aspecto escépico parece no presen- tarse (el masoquismo, entre otras). El “discurso” perverso Pensar en una estructura perversa no equivale a postular, debajo de cualquier conjunto de fenémenos observables arbitraria 0 ideolégi- camente agrupados, algo que sustente este conjunto término a térmi- no. No sélo es buscar alguna unidad latente debajo de la multiplici- dad de lo manifiesto sino también poder dar cuenta de una cierta coherencia entre los acontecimientos de una historia individual, los modos de funcionamiento psiquico que intervienen en ella (determina- dos-determinantes) y sus formas de expresién. Esto tltimo, podriamos llamarlo “discurso perverso” —entendiendo por ello no sélo el re~ lato verbal de la actividad perversa y de su contexto vivencial y fan- tasmatico, sino también las distintas formas de “decir” con palabra y en accién (dentro y fuera de la sesién analitica) esta historia que se ex- presa en forma perversa. Abandonamos aqui, por un momento, la di- ferenciacién estricta entre lo consciente y lo inconsciente que nos sir- ve de brijula en el estudio de otros fenémenos: este discurso cabalga, de una manera muy particular, entre lo consciente y lo inconsciente, y ésta es quiza su caracteristica mas relevante. El discurso perverso asi entendido es discurso de la mentira. Na~ turalmente —lo ha notado Lacan— la existencia de la mentira es la condicién misma de la posibilidad de! psicoandlisis. Si el sujeto no se mintiera fundamentalmente a si mismo, no tendria ninguna nece- sidad de descubrir lo que es en verdad. Pero, hay mentiras y mentiras. Una forma de mentir puede ser el lavarse compulsivamente las manos para redimirse de sus pecados masturbatorios (sin saber el porqué del lavado); 0 tener una descompostura para no sentir un miedo; o sentirse “cero kilémetro” para eliminar la percepcién de alguna enfermedad. Hay en el discurso perverso una mentira mas especifica, mas mentira (si se puede decir), y no se trata solamente’ de la “desmentida” de 664 W. Baranger, N. Bisi, R. Goldstein, N. Goldstein y G. Rosenthal la castracién, aunque ésta proporcione una muestra de la mentira per- versa (el mecanismo de la desmentida consiste en acusar de mentiro- $08 a quienes afirman algo que, por otro lado, sabemos que es ver- dad). El obsesivo, el histérico, el hipomaniaco, sufren la mentira; el perverso la utiliza én todas sus formas, desde la mala fe, juego eva- nescente a mitad’de camino de la verdad, hasta la mentira cinica, po- sitiva © por omisién. Todo analista sabe que el relato mas sincero de su analizando puede ser falso 0 distorsionado o delirante, pero no todos reconocen la mentira deliberada como categoria clinicamente vigente. En este Ultimo caso, la forma del encubrimiento puede llegar a ser mucho mas importante —en el nivel técnico— que lo que se busca encubrir. La empresa analitica entra en contradiccién radical con la em- presa perversa, porque ésta ha sido destinada a preservar una forma secreta de goce sexual. Descubrir el secreto significa perder este go- ce que se necesita conservar aunque el sujeto tenga que pagarlo al precio de muchos sufrimientos. La red de mentiras, en particular muy perceptible cuando se trata de encubrir algiin “acting” perverso, o una recaida después de un progreso hacia la curacién, apunta a mantener simulténeamente el crimen y su castigo. EI secreto que debe preservar el discurso perverso con las men- tiras se refiere en dltimo andlisis a la alianza secreta con la madre para engafiar al padre, o eventualmente con cada uno de los padres pa- ra engajiar al otro. El analista en todo caso se ubica como objeto privilegiado del engafio, a menos que, en una maniobra mas sutil toda- via, el discurso perverso trate de establecer con él una relacién de complicidad tacita para burlarlo en su funcién de analista: “vamos a juntarnos en secreto para burlar el encuadre, la institucién, ta ‘ley’ ana- litica en sus diversas formas”.. Por poco que el analista se deje enre- dar en el discurso de Circé, se crea lo que hemos llamado un campo perverso y el andlisis prosigue en forma ambigua, dejando de lado el baluarte de la estructuracién perversa. La diplomacia 0 duplicidad secreta del discurso perverso nunca esconde del todo su aspecto de desaffo que puede inclusive hacerse muy ruidoso y reivindicante cuando se trata de movimientos colectivos en defensa de los “derechos” de sus afiliados (“gay power”, asocia- ciones de sédicos, etc.): en estos casos el encubrimiento del discurso perverso puede ser de orden ideolégico. Pero el desafio del discur- sO perverso es en realidad mas profundo e intrinseco. La mentira, y las formas sofisticas que adopta a menudo ya constituyen de por si un desafio a la verdad y a la légica. Dolmancé, en sus discursos “edu- cativos”, se burla de la légica y de la razén de la misma manera que se burla de la moral y de la autoridad. Acerca de la estructura perversa 665 El discurso perverso es siempre: un desafio a la ley y una exhor- tacién a transgredirla. Pero es al mismo tiempo una denuncia de la ley misma como engafio. El sentimiento expresado muchas veces por el perverso podria expresarse: “me hago mentiroso porque mis padres me engafaron”. Las blasfemias utilizadas sistematicamente por Dol- mancé y sus compajieros en la obra de Sade para sazonar sus activi dades perversas constituyen un elemento esencial de su placer, y mu- chos rituales perversos incluyen elementos manifiestos 0 solapados de sacrilegio y profanacién, La raiz de este aspecto del discurso perverso debe buscarse, se- gun creemos, en experiencias de desilusién infantil frente a los pa- dres. Tales experiencias se encuentran por supuesto en toda historia individual como momentos inevitables, ya que los padres reales nunca pueden estar a Ia altura de las imagenes ideales edificadas por los nifios, pero, en la normalidad de los casos, el proceso de desilusin se produce en forma gradual, al mismo tiempo que se va discrimi- nando a los padres como personas reales de la ley que ellos mismos encarnan, y que se reconstruye como ‘instancia interna o sistema de valores. El establecimiento de la complicidad secreta con la madre © los padres para burlar la ley paraliza este proceso, y los padres que- dan profundamente denigrados, como la ley misma. La consecuencia de tal denigracién es un sentimiento de pérdida y desamparo, de un trauma que no se puede superar, de un universo arbitrario, desprovisto de sentido y de ordenamiento. El ritual perverso y el discurso per- verso se presentan en parte como repeticin de esta situacién trau- matica. Engafio de parte del Superyé, dice Angel Garma apuntando a estos hechos; es cierto, y también lo es el correlative engafio al Superyé, el engafio se vuelve universal. La profanacién simbélica de la madre, 0 de los padres, tan caracteristica del discurso perverso rio es sino la repeticién, en el fondo dolorosa y mortecina, del aconteci- miento traumdtico del derrumbe de las figuras idealizadas, la venganza del sujeto tratando de repetir activamente y con el beneficio secunda- rio encubridor del goce, el derrumbe de las figuras parentales frente a su propia denigracién. Pensamos en las descripciones proustia- nas de la “madre profanada”, como descubrimiento de un aspecto no- dular de! discurso_perverso. De Ia castracién a la pulsién de muerte En teoria, si la perversion fuera nada mas que una manera exitosa de evitar la angustia de castracién, nada se opondria al mantenimiento de esta ilusién. El perverso seria, sexualmente y en toda su existen- cia, feliz, y no tendriamos a ningun perverso en nuestros divanes, salvo 666 W. Baranger, N. Bisi, R. Goldstein, N. Goldstein y G. Rosenthal en el.caso de alteraciones en el funcionamiento de su perversién, por las cuales vendria a buscar una reparacién de su actividad perversa. Pero las cosas se presentan en otra forma; el perverso nos llega por algo intrinseco a su perversion, porque sufre con ella, aunque pueda representar su unica posibilidad de goce. No se trata simplemente del hecho de que la estructura perversa siempre se presenta acompafiada de aspectos neuréticos, y de que el su- frimiento_provenga de estos iltimos, y no de la perversién en si. Ni se trata tampoco de las dificultades externas o de la eventual repro- bacién que puede encontrar la actividad perversa (y que, en muchos casos, son utilizadas por el perverso en forma inconsciente para con- seguir un castigo: caso del homosexual vergonzante al vincularse con delincuentes que lo despojan o lo maltratan), sino de la ubicacién mis- ma de la estructura perversa en la escala nosogratica. No podemos olvidar la proximidad recalcada por Melanie Klein entre estructura perversa y psicosis, ni el hecho de que las angustias psiccticas, en particular .Jas angustias confusionales, estén siempre presentes en el perverso. Los casos de alternancia entre brotes psicéticos y periodos perversos en un mismo sujeto ilustran esta proximidad nosogrdfica. Nuestra éptica en materia de perversiones puede encontrarse de- masiado orientada por el estudio del fetichismo por Freud. El fetichis- mo, én la gran mayoria de los casos, es una perversién limitada, solo perceptible para el sujeto mismo, y no corresponde a lo que llamamos aqui estructura perversa. Es cierto que se organiza alrededor de ta angustia de castracién y del mecanismo de la desmentida, pero debe ser situado como caso limite, no como el modelo de una serie. Lo mismo diriamos de una homosexualidad como fa de Leonardo da Vinci. Ni sabemos a ciencia cierta si fue una homosexualidad sublimada 0 si correspondia a alguna clase de manifestacién directa: de todas ma- neras Leonardo no se puede enmarcar dentro de lo que describimos como perversion verdadera. No diriamos lo mismo del caso de otros homosexuales geniales, y esto deja por investigar la coexistencia de perversion verdadera y del genio creativo en una misma persona. Si el fetichismo se ubica como caso-limite, en un extremo de la serie de perversiones manifiestas, la necrofilia se encontraria, junto con el “gran sadismo” (el de Jack el destripador, por ejemplo), en el otro extremo. Aqui, ya no se trata de la castracién, sino de la muerte, en lo manifiesto. Los elementos libidinales y el placer genital tienden a desaparecer del todo. Entre estos dos extremos se escalonan las combinaciones entre la castracién y la busqueda de'la muerte, pero en todos los casos el elemento tanatico se encuentra presente. Diriamos aun que el Edipo del cual se trata en la perversion ver- dadera se introduce en ella por el atajo del parricidio y, sobre todo, Acerca de la estructura perversa 667" del matricidio. El desafio a la ley caracteristico del ritual perverso equivale a un juego con la fantasia del parricidio: “Dios ha muerto, todo esta permitido”. Se trata de un juego porque el parricidio consu- mado, 0 la abolicién definitiva de la ley, anularia ipso facto la posibi- lidad misma de la perversion. La ley, o su representacidn, tiene que permanecer vigente, aunque maltrecha, para asegurar la perennidad del desaffo y de la transgresi6n. Lo mismo la madre debe ser profa- nada, pero no muerta, para que Dolmancé pueda seguir gozando. Bien ilustrativo de esta necesidad es el ejemplo del Marqués de Sade, sal- vando de la guillotina a su suegra, quien lo habia hecho encarcelar durante varios afios, antes de la Revolucion Francesa de 1789. El momento ldgico del narcisismo presente en la estructura per- versa apunta igualmente a la predominancia de los elementos tanati- cos. Cuando Freud descubre el fenémeno que llamara narcisismo, elige para nombrarlo el mito del enamoramiento de Narciso por -su propia imagen para enfatizar el caracter letal de este proceso. En otros tex- tos, sugiere la existencia de una “organizacién narcisista de la agre- sividad”. Narciso muere de la relacién suya consigo mismo. Sélo después de Més alla del principio def placer podemos entender que Narciso no muere por exceso de amor. Pero el cardcter letal de la perversién verdadera no proviene pri- mordialmente ni de la vigencia de la fantasia de parricidio o matrici- dio, ni de la insercién de a pulsién de muerte en el momento narci- sista, sino de algo ubicado mas alld del placer. Como se sabe, Freud llega a formular la pulsién de muerte a partir de la compulsién a re- petir situaciones que no tienen la menor posibilidad de producir pla- cer, y por consiguiente pertenecen a un orden distinto de! orden libi- dinal: las neurosis trauméticas, los suefios pesadillescos que repiten el trauma, la repeticién transferencial del fracaso de las fantasias edi- picas, la reaccién terapéutica negativa, etcétera. Este elemento repetitivo ha sido muchas veces notado en el “‘ac- ting” perverso, pero nos parece que debe ser entendido en dos nive- les. En lo mas aparente, la repeticién compulsiva perversa tiene por finalidad, muchas veces fallida, la transmutacién de una situacién an- gustiante en un goce sexual. La ritualizacion permite en parte mantener a raya la angustia que amenaza al sujeto, imponiendo un ordenamiento, una distribucién de roles apuntando a un final previsto, que neutralizan las fantasias an- gustiantes. En ef mejor de los casos, el procedimiento tiene éxito, y el goce libidinal consigue encubrir la amenaza tandtica. Pero pasa aqui algo semejante a lo que ocurre en los suefios. El suefio erético pla- 668. W. Baranger, N. Bisi, R. Goldstein, N. Goldstein y G. Rosenthal centero enoubre con su vestidura libidinal la conflictiva de! sujeto, que se expresaria mas fielmente en forma de una pesadilla. . En otras palabras, a repeticién idealmente placentera det ritual perverso encubre otro tipo de repeticién: la de todo lo traumatico que amenaza la existencia del sujeto, desde la castracién hasta la desin- tegracion total. El primer nivel repetitivo es manejado y utilizado por el sujeto en un esfuerzo defensivo; el segundo nivel es sufrido pasiva- mente como una pesadilla. A través de sus enmascaramientos libidi- nales, la perversién verdadera nos lleva al masoquismo primario. Si es cierto que la sexualidad humana es conflictiva por esencia —y en forma independiente de todas las restricciones impuestas por la cul- tura—, la sexualidad perversa es mas conflictiva todavia. La crueldad del Superyé reconocida en la perversién verdadera no hace sino ex- presar en un nivel mas estructurado lo que se da mas profundamente como pulsién autodestructiva. EI campo de las perversiones aparece como excesivamente vasto y variado en lo fenoménico; el uso de la palabra perversién se ha vuelto demasiado laxo en psico- anélisis; al mismo tiempo, los enfoques teéricos para encarar este campo se han multiplicado, Se plantea el problema de saber si existe algo, dentro de esta multi- plicidad, que podamos llamar estructura perversa. ‘Al oponer ta “perversion verdadera” a las manifestaciones perversas episédicas de pacientes neuréticos psicéticos, se muestran grandes constantes que configuran la estructura perversa: la relacién especitica del “acting” perverso con las angustias confusionales y més precisamente con el intento de ritualizacién de una fantasia con- usa de la escena primaria (M. Klein); el desafio al padre y la profanacién de la ma- dre; las identificaciones bisexuales y confusas; el juego con la idea del incesto y va desmentida de la castracién; la predominancia de elementos narcisistas. Los autores recalcan la existencia de un “discurso perverso” mediante el cual la estructura perversa se expresa en el diélogo analitico, y que se caracteriza por las distintas formas de la mentira, desde el juego de la mala fe hasta la mentira cinica. Desarrollan la hipdtesis de que la estructura perversa no se puede enfocar tan solo desde el éngulo del fetichismo (donde predominan angustia de castracién y des- mentida) ni desde el narcisismo como perversion manifiesta, ni desde el sadismo, sino ‘que requiere Ia articulacién de estos tres factores determinantes, articulacién variable ella misma segtn las diversas formas de la perversién, desde el extremo det fetichismo hasta el del gran sadismo 0 de la necrofilia. ‘Subrayamos en la génesis de ta perversién el papel de una familia “corruptora”. ‘Lo-mas frecuente es que sea la madre quien desempefie el papel corruptor, pero también pueden desempefiarlo el padre o ambos padres. En esas familias reina un alto grado de ambigiiedad acerca de la formulacién y del cumplimiento de la ley Raterna. De todos modos, la “perversion verdadera” nos parece ser una opcién estructu- tada por el sujeto en el intento de evitar la desintegracién psicética y de lidiar con ja pulsién de muerte. Acerca de la estructura perversa 669 ‘Summary CONCERNING THE PERVERSE STRUCTURE The field of perversions appears to be too vast and varied on the phenomenic level; the use of the term perversion has become too loose in psychoanalysis, while the theoretical approaches have multiplied in this respect. The problem Js, then, to find out whether, within that multiplicity, there is somehing that we may call a perverse strucure. By contrasting “true perversions” and transient perverse manifestations in neurotic or psychotic patients, some common elements are brought out which make out the perverse structure: the specific relationship between the perverse acting out and con- fusional anxiety and, more precisely, the attempt to ritualize a confuse fantasy of the primary scene (M. Klein); the rebellion against the father and the profanation of the mother; bisexual and confused identifications; playing with the idea of incest and the denial of castration; the prevalence of narcisistic elements. ‘The authors stress the existence of a “perverse discourse” by means of which the perverse structure finds expression in the analytic dialogue and which is characterized by the different forms of lying, which ranges from statements made in bad faith to cynical lies. They set forth the hypothesis that the perverse structure cannot be approached only from the point of view of fetichism (where castration anxiety and denial prevall), ‘or from the poirt of view of narcissism as a manifest perversion, or sadism, and point ‘out that it requires the combinations of these three determinants, a combination which is in itself variable according to the various forms of perversion, from the fetichism to extreme sadism or necrophilia, As to the genesis of perversion, the authors stress the role of a “corrupting” family. This role is usually played by the mother, but the corrupting agent may also be the father or both parents. In these families there is a high degree of ambiguity concerning the formulation and enforcement of the paternal law. Anyway, in our view “true perversion” is an alternative structured by the subject In his attempt to avoid psychotic desintegration and cope with the death instinct Résumé SUR LA STRUCTURE PERVERSE Du point de vue phénoménique, le champ des perversions apparait excessivement large: en psychanalyse l'emploi du mot perversion est devenu trop souple, en méme temps que les approches théoriques sur ce champ se sont multipliés. Donc il est possible de poser la question de savoir s'il y a, dans cette diversité, quelque chose qu'on puisse nommer structure perverse. Dans ce travail on tente de confronter la “vraie perversion” aux manifestations Perverses épisodiques de patients névrotiques ou psychotiques, dans le but de relever certains invariants qui forment la structure perverse: le rapport spécifique de acting Pervers aux angoisses confusionnelles et plus précisément a la tentative de ritualisation un fantasme confus de la scéne originaire (M. Klein), le défi au pére et la profanation de la mare, les identifications bisexuelles et confuses, le jeu avec lidée de l'inceste et le déni de la castration, et la prédominance d’éléments narcissiques. 670 W. Baranger, N. Bisi, R. Goldstein, N. Goldstein y G. Rosenthal Les auteurs remarquent l'existence d'un “discours pervers” caractérisé par les diverses formes du mensonge, depuis le jou de la mauvaise foi jusqu’au mensonge cyni- que, et grace auquel la structure perverse peut se manifester dans le dialogue analytique. Ensuite, les auteurs posent une hypothése sur l'impossibilité d’envisager la struc- ture perverse du point de vue du fétichisme (ou ressortent I'angoisse de castration et le déni), ou du point de vue du narcissisme comme perversion manifeste, ou depuis le sadisme. Il faut au contraire une mise en articulation de ces trois éléments déterminants, cette mise en articulation étant en soi-méme variable selon les diverses formes de la Perversion, depuis l'extréme du fetichisme jusqu’a l'autre extréme du sadisme ou de la nécrophilie. Les auteurs soulignent le role de la famille “corruptrice” dans la genase de la perversion: te plus frequent c'est que ce role soit interprété par la mére, quoique Te pére puisse le jouer aussi ou tous les deux ensemble. Dans ces familles régne un haut degré d'ambiguité dans la formulation et accomplissement de la loi paternelle. De toutes facons, la “vraie perversion” —selon les auteurs— semble étre un choix structuré par le sujet dans le but d'éviter la desintégration psychotique et, en plus, de falre face & la pulsion de mort. El trabajo de los autores reproduce con fidelidad, en sus miltiples movi- mientos y rincones en sombra, el estado actual del conocimiento psicoanalitico sobre las perversiones, asi como es tam- bién un ejemplo acabado de las. di cultades que se nos plantean, en tanto psicoanalistas, cada vez que intentamos encarar la ubicacién de una entidad o tun conjynto de entidades nosogréficas. La enunciacién de fo que los analistas entendemos por perversiones, al com- pararlas con los conceptos que, sobre el tema, tienen psiquiatras, médicos le- gistas, normas culturales, religiosas 0 estudios sexolégicos no parecen cons- tituir conjuntos semejantes. Aun asi, como fo afirman los autores del trabajo, estas comparaciones son fértiles y me- recen ser proseguidas. La complejidad y ta amplitud de tos asuntos planteados hacen que prefiera limitarme a un comentario muy parcial del trabajo, considerando solamente al- gunos de los puntos de vista expuestos: 1. Coincido con fos autores en la in- suficiencia de tos enfoques freudianos y Kleinianos para comprender suficiente- mente todas las caracteristicas de las perversiones y de la estructura perversa. DISCUTIDORES Hugo R. Bianchi Villelli Jorge M. Pantolini Rubén G. Piedimonte Escribe Hugo R. Bianchi Villelli Sin embargo, no puedo evitar sentir ‘como verdaderos indicadores en la teo- ria las categories freudianas de des- mentida (Verleugnung) y de escisién del Yo (Ich Spaltung), tas que, en mi exp riencia, permiten un acceso viable a ta comprensién de tos procesos de pen- samiento y de las conductas de tos per- versos verdaderos. 2. Coincido, asimismo, en ta com- prensién de la estructura perversa, a través de su génesis, en relacién con una estructura edipica anémala o des- estructurada, y en la observacién de que las relaciones del grupo familiar en la estructura perversa se caracterizan por una alianza secreta madre-nifio, ante la presencia impotente del padre Me gustaria agregar, a partir de las categorias freudianas ya mencionadas, y coincidiendo con las ideas de P. Cas- toriadis, y J. Clavreul, que en la es- tructuracién edipica temprana del futuro perverso nos encontraremos en presen- cia de una pareja parental en la que el deseo de ta madre no tomaré en con- sideracién al padre (incluso menospre- clandolo © burléndose de él, como lo sostienen los autores del trabajo), ni a su ley. Esta madre consideraré al bebé 672 como “la justa compensacién ante tan- tos sinsabores y frustraciones”, como ‘su pertenencia, en la cual concentrar todos sus deseos. Esta particular rela- clén es una de las tantas comprobacio- nes que he podido observar en la practica de estos hechos en la génesis perversa. 3. Como lo sefalan los autores, “la falla de Ia triangulacién (edipica) y la ‘alianza erética de la madre y ef niffo reactivan la relacién diédica indiscrimi- nada del nifio con su made, y, con ma- yor precisién, la relacién narcisista def ‘sujeto consigo mismo, 0 con su imagen especular". Aunque surge claramente de la expo- sicién transcrita, me parece interesante repetir que, al ocurrir estos procesos durante los muy tempranos momentos de afirmacién yoica, de separacién Yo-no Yo, la alteracién de.los mismos en ta forma ya sefialada por los autores, pro- duciré, como.es dable suponer, severas alteraciones en la -formacién del Yo, ‘como,-por otra parte, son observables en. toda relacién “simbiética” dilatada, 4. Los autores sefialan como elemen- to caracteristico del’ discurso perverso el desafio y la trasgresién de la ley,-asi como la denuncia dé la ley misma como ‘mentirosa,’ y ubican como origen de es- tos aspectos’ las tempranas experiencias de desilusién infantil frente a los padres, © en todo caso, la desilusién brusca sin osibitidad de reconstruir un sistema in- terno de valores a causa del estableci miento de Ia alianza secreta con la ma- dre y la desvalorizacién de la imagen Paterna, quedando como consecuencii ‘de esta denigracién una percepcién de un universo arbitrario, desprovisto de sen- tido. Desde mi punto de vista, esta descrip- cién se ajusta a la realidad del perverso, en el que a menudo esta visién coexiste con pensamientos fatalistas, pero me gustaria discutir con los autores acerca de la importancia de las experiencias Hugo R. Bianchi Villelli tempranas de desilusién infantil. Como lo sefialara Freud, la desilusién del nitio frente a las mentiras parentales cons- tituye un proceso normal del desarrollo del bebé; ella fue sefialada como parte de la serie de sucesos que, como el descubrimiento de la diferencia de los sexos, contribuye a la discriminacién madre-nifio; asi, el descubrimiento de las mentiras parentales, que por un lado inicia (0 completa) el desmoronamiento de las creencias en la omnipotencia pa- rental, por otro lado contribuye a la crea~ cién de un espacio propio y singular en el que crear pensamientos, que po- dran ser enunciados, mentidos, 0 guar- dados, si tal es el deseo del nifio como fo seftala en forma tan poética P. Au- lagnier. Es esta posibilidad alternante —men- tir - decir ta verdad, hablar - callar— la que conserva como posesién preciada el neurético, y aquello de to que ca- rece el perverso, ya que en la base misma de su desmentida (Verleugnung) se hallan tanto ta reprobacién de la ca- tencia de falo en la madre, como la reprobacién a su propia carencia de saber. El neurético que decide mentir (0 no hhacerlo) concibe dentro de sf la caren- cia de. saber (como se to han probado Jas mentiras parentales uniyersales), la que permite al neurético aceptar otras “carencias" emparentadas, la del falo materno, por ejemplo, y con ello el de- seo que sélo la carencia puede suscitar (al decir de Clavreul). El perverso, en cambio, es incapaz de concebir en si ninguna carencia de saber, ya que podria evocar en él el horror a ta castracién. Esta rigida im- posibilidad de aceptar su carencia de saber Io lleva a sostener el ‘conocimien- to” indiscutible de la posesién falica uni versal y, como corolario, a desafiar todo saber de aquel que podria con toda ra- z6n discutir su conviccién, el “padre, cuya anterioridad en el saber sobre la madre es tan evidente como insoporta- Discusi6n ble; este rechazo y desaffo se acompafian de ta alteracion de otra serie de “sabe- tes” sobre el mundo, cuya carencia (0 duda razonable) es rechazada arrogan- temente, Es esta misma rigidez cogni- tiva la que se constituye en obstruccién de toda posibilidad de deseo por cual- quier objeto poseedor de genitales, que podrian desnudar la carencia temida.. . lo cual nos conduce nuevamente a la clinica, y a las ilustraciones que los autores hacen de relatos de profanacién © crueldad dirigidos a los mismos ger tales femeninos, bien que evitando cx dadosamente toda posibilidad de incesto ‘© matricidio, aunque no la enunciacién desafiante de los mismos. cién de los autores (formulada en el apartado sobre “el discurso perverso” acerca de que el mismo “cabalga de una manera muy particular, entre lo cons- ciente y Io inconsciente". Me pregun- taba si la observacién estaba conectada, a juicio de los autores, con el concepto de escisién yoica, con esa particular situacién expresada por Freud (“la neu- rosis es, por asi decirlo, el negative de Ja perversion”) que permitiria enunciar la mentira de la caréncia negada mientras se la recubre y adorna con el fetiche. Ante la posibilidad de que no sea ésta la idea de los autores, espero la res- puesta de este comentario para satistacer mi curiosidad. 6. Con respecto a tas series en as que el dolor o fa muerte son lo mani- fiesto de la perversion, quisiera confe- Sarme incurso en las consideraciones que los autores hacen sobre {a influen- cia, quizés excesiva, de las categorias freudianas emergentes del fetichismo, y como consecuencia de ello, mi vision sobre las perversiones ligada a los con- ceptos desmentida-escision yoica-angus- tia de castracién no me parece formar parte de la misma categoria nosogrética ue las perversiones ligadas a los con: ceptos de sadomasoquismo-necrofilia-ho- mmicidios sadicos. 673 Freud mismo sefiala en 1915 la posi- cién particular que sadismo y masoquis- mo tienen entre las otras perversiones debido a lo universal para la ivda sexual de las caracteristicas de actividad-pa- idad. Sin tener en este momento mas ole- mentos para plantear adecuadamente es- tas preguntas acerca de si las perver- siones no deberian en realidad separarse en dos grupos de acuerdo con los con- ceptos teéricos arriba mencionados, qui- siera, sin embargo, agregar una idea més. Es la de que tampoco ‘veo ade- cuada fa ‘agrupacién en un mismo eje, tal como proponen los autores, del gran sadismo y del fetichismo, ya que no los veo alineados en el mismo eje semén- fico, teniendo un polo relacién con la pulsién y el otro, en cambio, con el objeto. 7. Quisiera, por. ultimo, sefialar mas completo acuerdo con la propuesta de considerar como expresién pura del masoquismo primario el juego completo del devenir perverso, que tanto se ma- nifiesta como une huida a través del goce, ‘de las amenazas tanéticas, como en su movimiento opuesto, el sufrimiento pasivo tanto de las fantasias de castra- cién y muerte, como, @ veces la encar- rnacién de dichas pesadillas en conductas que determinan en lo real mutitaciones y-muertes. Me resulta atrayente tratar de unir esta idea del trasfondo maso- quista primario de la estructura perversa, con otra linea también latente en ta estructura, la del narcisismo en su va- rlante tandtica, descargada, pero el tiem- po de finalizar ha Hlegado (y las posibi- lidades de seguir pensando, por ahora, también), Deseo agradecer la oportunidad brin- dada de comentar este trabajo, cuyo proceso results sumamente gratificante, y también, zpor qué no decirlo?, dificul- toso de encarar debido al respeto que siento por los autores. 674 La verdad a secas, pero también la verdad cientifica, exige, mas allé de su verificacién objetiva, que sea comparti- da por otros 0, por lo menos, que se la crea compartible por aquellos a los que esta destinada. Este trabajo cuyo texto se ofrece para el comentario invita a ta meditacién, a la reconsideracién de for- mulas que parecen definitivas, y esto Porque una suerte de corriente intima que alimenta su discurso hace que el saber que se expone posea un cierto grado de teorizacién en suspenso, en estado de interrogacién, que propicia la respuesta del interlocutor, como por otra parte hube de comprobarlo durante su lectura en el simposio. Para comprender y aportar un nuevo enfoque al tema de las perversiones se- xuales parece necesario, aunque no sea suficiente, apuntar, més alla de lo que pueda decirse de la relacién de objeto, al lugar en que pueda concebirse la articulacién del deseo con la subjetivi- dad, y, més allé de este lugar, al tér- mino de la culminacién de ta tendencia fen ta unién sexual. Esta cuestién pasa 4 un primer plano en funcién de la meta a la cual la sexualidad tiende y empuja, desenlace que lamamos orgasmo. Coincido con los autores en to dificil de encontrar una estructura comin para fenémenos que parecen caracterizarse por la heterogenidad de sus manifesta- ciones, dificultad explicable en parte por el hecho de que el psicoanilisis, como ciencia en ciernes, adopta con- ceptos, estructuras y clasificaciones de otras disciplinas. Sin embargo creo que muchos de los intentos de depuracién del concepto de perversin han tomado Ja via unilateral de su ubicacién en la nosogratia y olvidado et otro pilar sin el cual todo postulado queda rengo. Me refiero a la etiologia. Jorge M. Pantolini Escribe Jorge M. Pantolini Esa es la razén que me impulsa a recordar el fructifero esquema metodo- égico empleado en La sexualidad en fa teoria de as neurosis. Alli Freud plan- tea cémo el estudio de la etiologia le permitié separar las neurosis actuales del conjunto ambiguo y confuso de tas neurastenias. “...Se aceptaba en gene- ral que en la causaci6n de tales formas patolégicas podian intervenir tactores sexuales; pero no habia llegado a pro- barse su actuacién regular, ni se pensaba siquiera en concederles algin predomi- rio sobre las demés intluencias etiol6gi- as. Por lo que @ mi respecta, me sor- prendié desde un principio 1a frecuente existencia de graves perturbaciones en la vide sexual de fos nerviosos. Contorme tui avanzando en Ia labor de buscar tales perturbaciones, guiado por Ja idea de que los hombres ocultan siempre la verdad en lo que @ sexualidad se refiere, y segin ful adguitiendo ma- yor destreza en la prosecucién de esta labor investigadora, no obstante 1a ‘ne’ gativa inicial de tos pacientes, tue ha- ciéndose més constante el descubrimien- to de tales factores sexuales etiolégicos, hasta convencerme, casi, de su generali- dad. Dada la extrema cosrcién que en este orden de cosas ejercen sobre el individuo las normas sociales, la tre- cuencla de semejantes irregularidades sexuales era de antemano sospechable, ¥ s6lo faltaba precisar qué medida ha- bia de elcanzar la anormalidad sexual para poder ser considerada como causa de enfermedad. Habia, pues, de con- ceder af descubrimiento regular de di- chas desviaciones sexuales menos valor que a otra circunstancia que me parecié mucho més univoca. Result6, en efecto, que fa forma de la enfermedad —neu- tastenia 0 neurosis de angustia— apare- Discusién cia en relacién constante con ef orden de fa anormalidad sexual descubierta.” ‘Sabemos Ia insistencia con que Freud distinguia en su teoria el uso conven- clonal de masculino-temenino, del’ par contrastante actividad-pasividad, aclaran- do que sélo este iltimo tiene signitica- cién eri el plano de ta teoria de tas pulsiones. La polaridad masculino-feme- nino no parece guardar con la teoria de Ja: libido una’ relacion ni Constante’ ni exclusiva, ya que nd existe en nuestra experiencia ningun elemento que res- ponda a los términos masculino y feme- nino, justamente porque el juego de les pulsiones es de un orden distinto del de la diferencia sexual anatémica. Por lo tanto, .qué argumentos intrin- secos a la experiencia analitica pueden ser invocados para mantener dentro de Jas coordenadas freudianas a los fend- menos ‘perversos? Los criterios que le Permitirén establecer las’ cuatro formas diferentes del funcionamiento psiquico: neurosis, psicosis, perversién y norma- lidad, las obtiene “dél” andlisis de’ tas espuestés que el sujeto opone a la coercién ejercida por las exigencids de la realidad. . Este recuerdo ‘de las perversionés catalogadas por sexdlogos o psiquiatras no s6lo parece propuesto por los autores ‘como antecedente ‘de un proceso histé- Fico que remitiré muy pronto a las teo- rlas freudianas y postreudiarias-(M: Klein) sino que inaugura a modo de introduc- cién este ensayo y' permite’ inteligir entre ‘sus motivos la preocupacién por no ig- norar las criticas, a menudo justificadas, a las extrapotaciones que desde la teo- tla 0 desde la clinica ‘realizan con alguna ligereza ciertos psicoandlistas. Agregaria entonces a la dificultad, ex- puesta en el trabajo, del estudio de algunas ‘perversionés ‘en fuestra expe- rlencia analitica, entre otraé razones por lo limitado de este dominio, que en’ ta medida en que la indagacién toniéra como centro el fendmeno perverso, el sindrome perverso o Ia estructura per- versa, no seria extrafio ver caer el saber analitico en una psicologla generalize- dora 0 bajo Ia influencia de una ideo- 675 Jogia o de un programa terapéutico que tiene por finalidad la eficacia; por ejem= plo readaptacién del “enfermo” a la vida familiar, sexual 0 social. Por otra parte no deja de ser controvertida la meta a Je que parece apuntar de ordinario el amor heterosexual en a obra de Freud cuando parece quedar subordinada a los fines de la teproduccién, desde una perspectiva que superficialmente parece emanada de una concepcién teleolégica biotogizante en la que la sexualidad esta como libido genital al servicio de la perpetuacién de la especie o de un ideal social impuesto por la cultura, tal como Jo puntualiza Freud en E/ malestar en Je cultura, interpretacién que me impre- siona como més adecuada, Si enfocamos ahora nuestra atencién sobre el fetichismo, caso ejemplar para el abordaje de la estructura perversa en e! hombre, observamos que dos corrien- tes de la vide psiquica integran en una relacién velada dos juicios opuestos y que én razén de la escisién del Yo que determinan no sélo no tienden a anularse sino que se yuxtaponen y producen tran- sacciones como si no existiera entre ellas ninguna contradiccién ‘Se puede interrogar a razén que tle- v6 a Freud a establecer la escisién en el plano del Yo, en lugar de realizarla en el nivel de una estructura metapsi- colégica més econémica tal como re- sultaria de aplicar la disociacién entre el Yo y ef Supery6. Para contestar esta pregunta que ha lanzado en su articu- To “El fetichismo”, Guy Rosolato recurre al hecho de que el modo de defensa “tactico” con que el mecanismo de la escisin deja’ sin efecto la amenaza de ‘castracién, que supone el reconocimiento de la diferencia sexual, dislocando la articulacién de la instancia que interna- liza la castracién como Ley, ha borrado, en esta alternancia entre la aceptacién y ef rechazo, el interluego entre la sub- jetividad y el deseo. Tenemos, por lo tanto, la obligacién de interrogarnos, aun cuando reconoz- amos la irreductible separacién, cudtes son los limites que pueden trazarse entre una estructura neurética y una perversa, 676 sin que elo cuestione las teorias sobre fas que se funda ta préctica del psico- analisis. Es necesario en este punto precisar os contornos de un campo dentro’ del cual debe desenvolverse toda concep- tualizacién teérica de ta estructura per- versa, en relacién con fo cual me parece legitimo aplicar esta afirmacion de Jac- ques Lacan: “EI que todo lo analizable sea sexual no implica que todo lo se- xual sea analizable”. No obstante, creo que el permanente ‘retornar sobre sus postulados, tan propio del discurso ana- Iitico, replantea tanto lo que contiene como aquetlo que pudiéndose constituir ‘como su causa modifique sus fronteras. El espiritu que los autores han impreso al texto “Acerca de la estructura’ per- versa” parece encaminarse en esa direc- cién sobre todo cuando incluyen ta per- versién como posicién intermedia entre la neurosis y la psicosis, segin lo pos- tulado por M. Klein, utiizando para es- tablecer el enlace la nocién de sadismo, elevando para ello esta nocién de su tando de pulsién parcial al de fase o po- sicién de la libido. Merece cierto grado de rectificacion la afirmacién de que es de gran debi- lidad tebrica sostener que por su rup- tura con el orden natural 1a sexualidad humana es en esencia perversa, pues en todo caso tal ruptura provoca en primer lugar que sea especificamente humana, pues no es suficiente para dar cuenta de ella a maduracién lineal de las es- tructuras corporales, ya que solo hay sujeto cuando se estructura el fantasma del deseo y sdlo se concibe el deseo or su articulacién con significantes cla- ves a través del proceso de simboliza- cién, Con esto quiero decir que la per- versién como posibilidad-es un fendmeno Unicamente humano. Esto me impulsa también a ampliar el sentido de las inteligentes investiga- ciones que M. Klein emprendiera para caracterizar el periodo preedipico al otorgarle a la madre la condicién’ de primer objeto de amor y odio, con el agregado de que se constituye en el’ pri mer objeto de deseo para el nifio, lo que Jorge M. Pantolini implica decir que el instante ‘en que ta madre soporta como objeto la constitu- cién del mundo exterior, no se trata de tun espacio creado por la proyeccién de las pulsiones solamente sino el lu- gar donde se ubica el deseo del otro. De otra manera se corre el riesgo de hacer coincidir el exterior y el objeto con la dialéctica de lo bueno y lo malo —deformacién sin duda que se ha hecho del pensamiento de M. Klein, tal vez por- que ha sido més “interpretada” que lei da—, lo que conduce a un acceso sin salida de la realidad en la medida en que no articula en su desarrollo la es- tructuracién del fantasma asi como la existencia de la realidad psiquica. Esto quiere decir que en relacién a los estadios primarios de la relacién de objeto, donde ta referencia al sexo re- sulta indiferente, excepto por supuesto para el deseo de los padres, importa sobre todo que la madre se constituye en el lugar det deseo, en la medida en que el nifio es deseado, pero porque en la: discontinuidad de su presencia: ausencia crea la referencia al tercero con Ia alternativa de su propio deseo. Y es precisamente en el punto dondé el establecimiento de la: subjetividad sélo puede concebirse en la constitucién del fantasma de! deseo, surgido como efecto de ta articulacién entre el objeto imaginario (alucinado) y los significantes fort, da) del lenguaje originario, donde me resulta ambigua la ubicacién que los autores hacen del “discurso perverso”, en’ cuanto a través de una referencia topogratica lo hacen cabalgar entre cons- inte e inconsciente. En otras palabras, este cardcter esen- cial del discurso del perverso, de la puesta en acto en su relato verbal, de una historia que parece no existir por carecer de inscripcién simbélica por referencia a la Ley, gcémo juega en re- lacién a ta desmentida propia del fe- ichismo, sobre todo a partir del cues- tionamiento que los autores realizan del “fetichismo como paradigma de la per- version verdadera’”? También deseo saber si la estrategia 2 la que apunta la mentira perversa para Discusién preservar el secreto de un goce sexual, y su consecuencia, la tendencia com- pulsiva al acto o la escenificacion, puede Vincularse a lo que René Mayor dice en su articulo “Lenguaje de la perver- sién y perversin del lenguaje”, de que el discurso perverso da a ver precisa- mente alli donde podria hacerse escu- char, volviendo inoperante en itimo término la palabra que vendria a anun- clarle la amenaza de castracién, Retomo en ditimo término el proble- ma fundamental de ta escision del Yo como modo especifico de defensa de la organizacién perversa para eludir el reconocimiento de la castracién mater- na, al precio de la desarticulacién entre la ley paterna que impone la.castracién Los autores del trabajo: ponen en re- lieve un importante hecho que, habitual- mente, escapa a la expresién clinica que habita e! consultorio del psicoanatista y, muchas veces también, el del psiquiatra. Destacan que la perversién ocupa un campo mucho més amplio del que es- tamos acostumbrados a manejar dentro de nuestro quehacer tanto clinico como teérico. Nos hablan de la gran perver- sién 0 perversién verdadera y de otros tipos de manifestaciones perversas més comunes que se pueden encontrar en diversos cuadros 0 formas de estructu- racién de 1a personalidad. Es tan cierto esto —y tomemos por ejemplo el caso que trasunta ta noticia periodistica actual al reconsiderar nue- vamente el caso Robledo Puch— asi co- mo aquellos casos. por todos conocidos a través del estudio de la medicina legal, como el famoso perverso Santos Godino (el “petiso orejudo"), que no constitu- yen exactamente los casos a los cuales 677 y el deseo. Es dentro de este marco que deseo aclarar ta duda que surge al eer el pasaje donde los autores sefialan que la condicion de desafio a la ley pro- pia del ritual perverso tal como es expre- sada por el personaje de Dostoiewsky: “Dios ha muerto, todo esta permitido”, juega con el parricidio, con la desapa- ricién de ta ley, pero no la anula porque su abolicién impediria la posibilidad mis- ma del goce perverso. La duda con- cleme al hecho de que no es sobre la ley fundada historicamente que surge el valor que el perverso otorga a la trans- gresion, sino la transformacién velada y complaciente que hace de aquélla has- ta reducirla al rango opaco de la ley social o al texto andnimo del cédigo penal. Escribe Rubén C. Piedimonte dedicamos nuestra atencién a diario. No escapé el mismo Freud a quedar algo enredado en este tipo de consideracio- nes. No es ocasional que haya tenido necesidad de apelar a ciertos paréme- {ros y asi contornear la perversion al aludir, por un lado, a razones de indole sexual, en tanto hablaba de la fuente exclusiva de placer hallada especifica- mente en una pulsién parcial; 0 acaso, cuando no queda satistecho solamente con esto, recurre a una propuesta te- leolégica: todo aquello que se desvie de los fines de la perpetuacién de la especie. “Perversion” en su sentido etimol6- gico de “‘trastornar” 0, segin una defi- nicién més extensiva, como “‘corromper © ser corrupto” implicaba, de hecho, clertas connotaciones éticas 0 morales que dificultan siempre la posibilidad de establecer los confines de estos trastor- nos con cierta pureza metapsicologica. Por otra parte, ef perfil nosografico de la perversion o las distintas: manite 678 taciones perversas nunca ha resultado facil poder establecerlo, como lo vernos incluso en los cuadros realizados por los organismos internacionales; porque la nosogratia es una medida impuesta por el hombre —en este caso el psiquia- tra— 0 todos los que se hayan ocupado del tema. En general, el perfil-nosogré~ fico tiene mucho de agrupamiento feno- ménico y de dato estadistico y ha resul- tado siempre muy util a los fines didéc- ticos y a la comprensién de estas ma nifestaciones, pero en tanto no ha nacido con el sujeto la nosografia y no es una marca que adviene con el trastorno 0 con el sintoma en si, los confines de las distintas manitestaciones perversas tienen algo mas de creacién nuestra que de estatuto propio. De esta manera, las zonas de diferenciacién, inevitablemen- te, siempre se verén mixturadas por pro- cesamientos que se imbrican. Ocurre asi en las estructuraciones psicéticas, en las neuréticas y en las perversas; sus limites nunca son del todo precisos. .No es acaso una palmaria prueba de esta dif cultad en Freud cuando con su titulo Un caso de homosexualidad en fa mujer nos relata un caso donde ni responde exactamente a la pulsién parcial como nica fuente de placer, ni tampoco da garantias de que dicha joven no haya intentado, con su sexualidad, perpetuar la especie, pues tédavia no tenemos no- ticia de que haya iniciado el ejercicio de su sexualidad? En este ejemplo no tiene privilegio ni uno ni otro de los pi rametros tomados por Freud para con- tomear la. estructura -peiversa. Justa- mente, toma como centro que define la ‘conducta homosexual aquello que cons- tituye fo mas contingente de la pulsién: la modalidad de relacién de objeto. Por {o.tanto, la distincién entre el sindrome histérico serio y la perversion, en este caso, No nos es sencilla, puesto que contamos solamente con los datos que Freud nos aporta. Y nos aporta ademés algo que debemos considerar no como accidental, y es en la evolucién de este easo —tan poco exitoso como lo fue el de Dora— donde vierte al epilogarlo iN que contradice su postula- Rubén C. Piedimonte cién teérica sobre la transferencia: ta indicacién de elegir un analista con un sexo determinado; ademés de su infe- rencia respecto al inconsciente cuando nos intenta convencer de que éste —el inconsciente de la paciente— le ha men- tido. ‘Mas adelante, destacan los autores que para Melanie Klein ol paradigma de la perversién estaria centrado en el s dismo —en tanto expresién de muerte— en su vinculo con el objeto, distinguién- dolo del centro de la perversién que toma Freud, cuyo modelo seria el feti- chismo. Probablemente, no quedaria ex- cluido de la teoria freudiana el sedismo asi como tampoco el masoquismo, si lo interpretésemos a la luz de lo que nos muestra en Un nifio es pegado, donde tanto uno como otro, sadismo 0 maso- quismo, aparecen no como fines de la pulsién sino como intermediarios © con- ién erdtica que intentan dar acceso al placer. Quizés esto podria ayudarnos @ comprender aquello que hacia el final de su trabajo sefialan los autores. Me re- iero al placer hallado a través de estas conductas sédicas y masoquistas como condicién erética; conductas que cabal- gan sobre la pulsién de muerte y cons- fituyen la puesta en escena de la com- pulsién a la repeticién, donde obtienen ademés un plus de placer que no es facil distinguir en su esencia del placer logrado en otro tipo de actividades so- xuales. Esto es lo que hizo probable- mente decir a Freud, también en Un aso de homosexualidad en la mujer, que “resulta tan complejo convencer a un homosexual de que acceda a la hetero- sexualidad como realizar la propuesta inversa, convencer a un heterosexual de que acceda a la homosexualidad”. En el sujeto perverso existe un he- ‘cho que es indudable: se niega a que fo Privemos de un placer prometiendo la sustitucién por algo que no conoce y cuyo registro no tiene, Cuando los autores sefialan, ademas, ‘que muchas de estas conductas perver- sas se levantan para evitar situaciones de angustia que pueden colocar en se- rios compromisos la estructura del sujeto Discusién —nuevamente lo sefialan en el capitulo sobre ““Angustia y multiplicidad de tas perversiones manifiestas"—, quedaria por preguntatnos si dicha propuesta implica- ria adjudicar.al sintoma —en este caso, el sintoma perverso— alguna condicion teleolégica a los efectos de evitar un mal mayor © algo que pudiese amena- zarlos. {Es tan solo entonces el sinto- ma perverso un método defensive contra el posible acometimiento de algo presen- tido como peor?, 0 acaso, ctiene eficacia inconsciente por si mismo? Podemos Pensar, en tanto adscrito a la compulsién a la repeticién como lo sefialan los au- tores en el capitulo “De la castracién a la pulsién de muerte”, que resultaria el vano intento de escenificar, una vez mas, aquellas escenas que constituyeron pro- meses en la infancia y que debido a la Particular estructura que constituye al Perverso, estas promesas prefiadas de ambigiedad y sadismo colocan al sujeto frente a una irrenunciable pero ilusoria espera de una satisfacci6n que nunca ha de darse facticamente. Retomando el problema de la angus- tia, los autores plantean la estructuracién de ta condicién perversa en forma es- tratificada —como ya lo he sefialado— donde ésta se levantaria detensivamen- te contra ansiedades tanéticas —asi lo vuelven a sefialar hacia el final del tra- bajo— o contra ta pulsién de muerte expresada como temor a la psicosis. Esto aclara, ademas, la razén de que los au- tores se hayan adelantado a clarificar que le utilizacién de! término estructura no sea confundido en su conceptualiza- cién con os postulados que sustenta el estructuralismo. Seguin el planteo que hacen, cabria preguntarnos si frente a ta propuesta de que detrés de estas ma- nifestaciones perversas existen ansieda- des psicéticas 0 miedo a la desorganiza- cién subyacente a esa inevitable doble escena que aparece implicita en todo sintoma 0 en toda produccién del apa- rato psiquico, y suponer entonces que esta tercera escena tendria ademés otra descripcién dramética que le diera sus- tento, siendo alimentada por lo que los 679 autores sefialan como temor a la psicosis © ala muerte. De todas maneras,-debemos sefialar —situacién que con frecuencia es dable observar— que en las conductas per- versas y especialmente en aquellas que gozan del privilegio de mantener ain ciertos procesamientos neuréticos con- servados, la angustia como resultado de Ia produccién perversa surge frente al sentimiento de haber defraudado al ideal del Yo; ideal impregnado por cierta ética cultural que se contrapone a di- cho ejercicio.. También la angustia suele surgir frente a ese remanente de inse- tistaccién siempre inscrito en la conduc- ta perversa, puesto que éste nunca da salida en tanto to buscado constituye tun imaginario inalcanzable. Agregan ademés los autores, y con mucha claridad, la problemética de la confusién, o la ansiedad confusional, en estos pacientes. Resulta muy bien de- tallada la dindmica del ejercicio dialégi co entre fos componentes de la conste: lacién edipica y las resuitantes a que arriba todo el malentendido existente entre las contradictorias propuestas que ‘cargan de estimulos y comprometen la salida y resolucién edipica; se constitu- yen asi aporias en las que quedan atra- pados aquellos que en el mejor de los ‘casos devendrén neuréticos. Seffalan luego que la perversion en los padres —no necesariamente mar fiesta— puede accionar como trasmision que en tos hijos estalla en forma de conducta. Podriamos solamente acotar dentro de toda esta trama discursive existente ‘con mucha frecuencia en la constitucién del perverso, a los padres que, mani- fiestamente 0 no, ejercen lo opuesto que predican. , dicho de otra manera, son Jos primeros en ostentar normas que, en nombre de fa ética 0 la moral, prohiben clertas costumbres a las que ellos son adeptos. Pero los autores puntualizan ‘que lo que sostiene fa confusién en estos sujetos es la particular percepcién dis- torsionada, desproporcionada y con roles no fijos de ta escena primaria, apoyén- dose en lo sefialado por Melanie Klein. 680 Y, a no dudarlo, esto es asi y funciona como moneda corriente y a diario en todo escucha analitico, no solamente en los pacientes perversos sino en todo discurso perverso que atraviesa nuestros divanes. Mas,

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