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El tantrismo no rechaza nada, todos los procesos corporales y mentales son leña
que echamos al gran fuego que consume el ego y nos hace entrar de lleno en lo
absoluto. En el tantrismo se pone siempre en juego la totalidad del ser humano, sin
hacer distinción entre lo puro y lo impuro, la belleza y la fealdad, el bien y el mal.
Todos los pares de opuestos se disuelven en lo divino. Nadie carece de pulsiones
terribles y capacidades sublimes. Empezamos a comunicar con lo divino cuando
aceptamos totalmente la gama completa de nuestros pensamientos y de nuestras
emociones. Toda belleza tiene su parte de sombra y si intentamos suprimirla nos
secamos.
Actualmente una parte de la sociedad ha comprendido que debe volver a esos valores
si no quiere caer en el caos y la destrucción. El camino tántrico se abre a toda la
riqueza de la vida humana y la acepta sin condiciones. Posiblemente sea la única vía
espiritual en la que nada ni nadie está excluido y es precisamente en este punto en el
que converge con las aspiraciones más hondas de las mujeres y hombres de hoy en
día. Aquellos que están dispuestos a reconocer embelesados el poder la mujer y la
parte femenina que está dentro de ellos mismos, y que es una fuente de riqueza y
evolución permanente, ya no necesitan entrar en la guerra de los sexos. Este
reconocimiento los ha completado y los ha liberado de la dualidad constante que les
impedía todo avance importante.
El Tantra es para los pobres, para aquellos que no pueden cambiar su realidad, pero sí
pueden transcenderla. Todos estos valores se basan en el respeto incondicional a una
libertad igual para todo ser humano, y son los valores que el tantrismo nos propone
recuperar sin perdernos en búsquedas externas ilusorias.