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R.H.P.
-Oh, pap!, por favor, no te deshagas de Panka rog Esteban-.
Ya sabes que es mo y estoy seguro de que no har ms
fechoras. Te lo ruego, pap, djalo quedar!
Panka, el monito, otra vez haba robado algo. Primero se haba
corrido por el borde del techo de la casa de uno de los maestros
africanos. Despus haba pasado por la ventana para penetrar
en el comedor y con presteza haba vaciado un plato grande que
contena pltanos, y que estaba sobre el aparador. Esta vez el
ladronzuelo haba sido sorprendido en el acto. Naturalmente, el
maestro no estaba satisfecho, porque, adems, no era la
primera vez que sus frutas desapareciesen misteriosamente.
Hasta ese momento, estaba convencido de que algunos
muchachos traviesos, despus de atravesar la propiedad de la
misin, haban entrado en su casa sin ningn escrpulo. Mas he
aqu que se descubra por fin al verdadero culpable, y no era
sino el monito del hijo del director de la misin.
Los daos y fechoras ocasionados por el pcaro Panka eran ya
incontables y el Sr. Morn, el misionero, haba decidido que esto
deba terminar.
Panka tendr que volver al bosque tropical decret con voz
firme-. Esto no puede continuar.
-Pero, pap intercedi Clara-, hace mucho que no haba hecho
picardas. Te lo ruego, djalo quedar.
Pero el pap no estaba muy convencido.
-Hace mucho? dijo- Y mi calzado del sbado que encontr en
el patio?
-Fue tal vez el perro que lo llev all dijo Felisa en defensa del
monito.
-El perro? Oh, no, Felisa! Fue Panka y no el perro a quien se
encontr en el lugar donde recobr mi calzado. Era vuestro
bandido de mono.