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Cuando yo lo conocí, en mayo de 1989, el instituto era un centro pequeño (14 grupos,
300 alumnos y 30 profesores) y muy activo, con tres ramas de Formación Profesional
(administrativo, electricidad y sanitaria). Un centro que crecía rápidamente y que
requería de una atención preferente. Ese mes de mayo de 1989 viajé por primera vez
a Pozoblanco para conocer su Instituto de FP, mi nuevo destino como profesor de
Lengua y Literatura. Un año antes había acabado la mili, había comenzado a trabajar
como profesor interino en una cárcel de jóvenes, había aprobado el carnet de
conducir, me había casado, había aprobado las oposiciones (por ese orden) y estaba
allí a mediados de mayo de 1989, un día no lectivo de la Feria de Osuna, para
conocer mi nuevo Centro. Aquella mañana se celebraba una jornada festiva plagada
de actividades y el equipo directivo no estaba para nadie. Sólo al fin pude ver a la
vicedirectora, Adela Villén, que estaba muy avanzada en su primer embarazo. El 12
de septiembre volví al Centro, ahora ya con la idea de regresar cada jornada. Conocí
al profesorado de mi amplio departamento y al nuevo equipo directivo, que se había
estrenado hacía unos meses. El día quince tuvimos reunión de Claustro y
comenzamos la preparación del nuevo curso, que se dilataría hasta final de mes, tras
la Feria de septiembre.
Dirección
En junio de 1992 fui elegido director del IES Antonio María Calero, tras el traslado
de Francisco J. Anillo, profesor de Matemáticas y director entre 1989 y 1992. Ese
verano nos trasladamos a vivir a Pozoblanco. El equipo de jóvenes profesores que me
acompañaba era muy diverso: Mª del Mar Velázquez (Inglés), como secretaria; Julia
Plà (Biología), como administradora; José Mª Escribano (Dibujo), como jefe de
estudios; y Manuel Puntas (Física y Química), como vicedirector. Fueron tres años de
intenso trabajo y sólo hubo una baja, por traslado, la de Mª del Mar, que se cubrió con
la incorporación de Antonio Vizcaíno a la Secretaría, puesto que conocía bien, pues
había ejercido el cargo durante seis años en la etapa de Fernando Castelo. Eran años
de crecimiento intenso y de actividades. Con 18 grupos, 572 alumnos y 40
profesores, el Centro se había quedado pequeño. Admitir a un nuevo grupo de
Administrativo resultaba imposible. Por eso, recurrimos al Ayuntamiento de
Pozoblanco. En ese mismo verano de 1992 en que yo me hacía cargo del Centro,
recuerdo una entrevista con el concejal de Educación, Francisco Navarro, y con el
alcalde de Pozoblanco, Antonio Fernández Ramírez, junto a un grupo de padres
preocupados por el futuro de sus hijos. El Ayuntamiento comprendía el problema y
ponía a nuestra disposición unas aulas provisionales en el paseo Marcos Redondo,
con las que solucionamos parcialmente nuestros problemas de espacio. De aquellos
padres, uno, José García Alba, se haría cargo de la presidencia del AMPA e iniciaría
una etapa de colaboración cordial con el nuevo equipo directivo. En esas precarias
aulas esperamos las ansiadas obras de ampliación, que se demoraron hasta el verano
de 1995.
Las actividades impulsadas por el nuevo equipo directivo eran múltiples. Por
ejemplo, recuerdo el depósito de papel usado que se colocó en una esquina del patio
trasero, con la colaboración del Ayuntamiento y de varias ONG de Pozoblanco. O el
primer intercambio de alumnos, que se realizó en combinación con Le Mée-sur-
Seine, la ciudad cuasi parisina hermanada con Pozoblanco, impulsado por Fernando
Torrero y Francisco Roldán. De ahí vendría una tradición de intercambios que se
prolongaría por muchos años con la ciudad francesa de Angers, coordinados por
Luisa Amo y la profesora francesa Jocelyne Lebras. Y proyectos novedosos como el
proyecto de innovación educativa (PIE) que aplicado a las nuevas tecnologías de la
imagen desarrolló durante muchos años Antonio Tamajón, profesor de Física y
Química. En prácticas de FP mejoramos la relación con el hospital y las empresas de
la comarca e impulsamos un proyecto Petra II de la Unión Europea de prácticas de
alumnado de FP sanitaria en Francia, dirigido por la profesora Ana Mª Sánchez Ruiz.
Fue un proyecto difícil y pionero en Andalucía, que se desarrolló durante tres cursos
y que cuando lo analizamos en la distancia comprendemos la importancia del mismo.
Como los recursos de que disponía el Centro eran escasos, tuvimos que emplear la
imaginación. Para la falta de espacio en Secretaría, nos sirvieron unos antiguos
servicios, que se habilitaron con estanterías para alojar boletines oficiales y
expedientes personales. Manuel García Gálvez -profesor recién llegado y luego jefe
de estudios- me ayudó con sus propias manos a montar las estanterías metálicas en
sus horas de reducción. Al aliviar la biblioteca de boletines, el espacio aumentó y se
ampliaron los armarios para contener nuevos ejemplares. También en la Semana
Cultural había que ingeniárselas con poco presupuesto, pero la labor de Manuel
Puntas era más que meritoria. Con la ayuda de José Enrique Martínez del Pino,
profesor de Historia y jefe del Departamento de Actividades, cada año lograba
superar al anterior, con semanas cargadas de actividades. Recuerdo la participación
de excelentes profesionales de la comarca, tanto de empresas como de la Sanidad o la
Educación. Como Ángel Valverde, médico de Pozoblanco; Antonio Arroyo,
responsable comarcal de Cajasur; Ricardo Delgado Vizcaíno, responsable entonces de
la asesoría jurídica de COVAP; José Carlos García, gerente de Solar del Valle; Rafael
Agudo, gerente de Citroën y empresario de cocinas; todos ellos participaron en
alguna ocasión en nuestras innumerables actividades. En algunas conferencias, eran
los propios profesores del Centro los que las impartían. Una semana cultural
contamos con la colaboración de la profesora de Biología Julia Plà Céspedes, que nos
habló sobre Células y evolución en el Salón de Actos de la Convivencia. Como en
otros muchos casos, fue un éxito rotundo.
Aprovechando nuestra amistad con un profesor leonés, Ángel Cantero, durante 1993
y 1994 realizamos un proyecto de intercambio de alumnos de distintas comunidades
autónomas españolas, financiado por el Ministerio de Educación. Durante una
semana, un grupo de alumnos pozoalbenses viajaba a la localidad leonesa de Santa
María del Páramo, donde residían en casa de sus correspondientes e iban a clase
algunas horas. También había tiempo para conocer de primera mano su provincia. El
proyecto se repitió en dos ocasiones. Cuando regresamos a finales de noviembre de
1994, nacería mi segundo hijo, Pablo, en el hospital de Pozoblanco.
Sería ese curso 95-96 un año importante, porque comenzaba a extinguirse 1º de FPI,
que era sustituido por 3º de ESO. Los cambios empezaban a hacerse patentes. La
rama Administrativa tenía sus días contados y pronto tendrían que trasladarse de
Centro. El nuevo jefe de estudios, Manuel García Gálvez, farmacéutico y profesor de
Prácticas Sanitarias, de origen almeriense, resultó ser un magnífico organizador y
colaborador eficaz. Fue seguramente uno de los años más complejos: 20 grupos, 720
alumnos, 51 profesores, y una reforma que se abría paso con dificultad.
Final de etapa
La vida académica seguía. Con el curso 97-98 se extinguía el primer curso de FPII y
el llamado Curso de Enseñanzas Complementarias (CEC) en la rama Sanitaria.
Francisco Luque había obtenido traslado y la jefatura de estudios, ese potro de tortura
de los centros educativos, la ocuparía Antonio Vizcaíno Alcaide para hacer un último
servicio a un Centro al que había dado tanto. Y la Secretaría la gestionaría Julia Plá,
como un favor personal. Los nuevos estudios de Bachillerato llegaron entre mimos y
algodones para un grupito de alumnos que, sin embargo, mostraron un fuerte
compromiso con el instituto. Dos grupos, dos especialidades: Humanidades y
Ciencias Sociales, que era una novedad para un Centro hasta entonces técnico, y
Tecnología. Pero nosotros luchamos para que la rama Sanitaria tuviera su engarce en
los nuevos estudios. Movimos cuanto hubo que mover para que optativas como
Biología y Química fueron ofertadas por el Centro. El trato era personalizado y de su
éxito dependía el futuro del Bachillerato en el Centro. Por el contrario, ese curso
aparecía el primer curso del ciclo de Marketing en el IES Los Pedroches. José
Jiménez y Purificación Leal tuvieron que trasladarse para poner en marcha el nuevo
ciclo de la familia Administrativa. En abril de ese año nacaría mi hija Julia, también
en el hospital de Pozoblanco.
Tras un período tan intenso de once años en Pozoblanco, podría decirse que una etapa
decisiva de mi vida había concluido. La comarca de los Pedroches había sido mi
segunda casa, y su tierra y sus gentes habían sido mi tierra y mis gentes. Con mi
salida, el IES Antonio Mª Calero quedaba en las mejores manos y su futuro estaba
ligado al de una Comarca que había confiado en él desde el primer momento.