Vous êtes sur la page 1sur 11
x Cuando se interroga por Ia finalidad de la in- vestigacién histérica quedan planteadas cues- tiones cuya conexién intima no autoriza a confundirias. La pregunta chistoria para qué? pone a debate de manera explicita el proble- ma de la funcién o utilidad del saber histérico. Sin embargo, como lo vio acertadamente Mare Bloch, con tal pregunta también se abre el asunto de la legitimidad de ese saber. Se recordaré el comienzo de la Apologie pour Uhistoire: “ ‘Papa, explicame para qué. sirve la historia’, pedfa hace algunos afios a su padre, que era historiador, un muchachito allegado mio... algunos pensardn, sin duda, que es una formula ingenua; a mi, por el con- trario, me parece del todo pertinente. El pro- blema que plantea... es nada menos que el de la legitimidad de Ia historia.” Se trata de cuestiones vinculadas pero discernibles: unos son los criterios conforme a los cuales el saber histérico prueba su legitimidad teo- rica y otros, de naturaleza diferente, son los rasgos en cuya virtud este saber desempefia cierta funcién y resulta titil mas alld del plano cognoscitivo. Por ello aclara Bloch pdrrafos adelante que “el problema de la utilidad de la historia, en sentido estricto, en el sentido ‘pragmatico’ de la palabra util, no se confun- Mare Bloch, Introduécién a la historia, México, Fondo de Cultura Econémica, 1972, un 12 CARLOS PEREYRA de con el de su legitimidad, propiamente in- telectual”. No siempre se mantiene con rigor la dis- tincién entre legitimidad y utilidad; nada hay de extrafio en ello pues desde antiguo ambas aparecen entremezcladas. En las primeras paginas de la Guerra del Peloponeso, Tuci- dides escribe: “aquellos que quisieren saber la verdad de las cosas pasadas y por ellas juz- gar y saber otras tales y semejantes’ que podran suceder en adelante, hallaran wtil y provechosa mi historia; porque mi intencidn no es componer farsa o comedia que dé placer por un rato, sino una historia provechosa que dure para siempre”. Este pasaje muestra has- ta qué grado estaba convencido Tucidides de que su intencién (elaborar una historia pro- vechosa) se realizaria en Ja medida en que la investigacién permitiera “saber la verdad de las cosas pasadas”. En este caso verdad y utilidad son mutuamente correspondientes porque se parte del supuesto de que el cono- cimiento de ciertos fenémenos constituye una guia para comportarse cuando ocurran de nuevo cosas semejanies. Una larga tradicién encuentra el sentido de Ia investigacion his- térica en su capacidad para producir resul- tados que operen como guia para la accidn. La eficacia del discurso histérico (como, en general, de las distintas formas del discurso cientifico) no se reduce a su funcién de co- nocimiento: posee también una funcién social cuyas modalidades no son exclusiva ni_pri- mordialmente de caracter tedrico. Sin ningu- na duda, pues, el estudio del movimiento de la sociedad, més allé de la validez.o legiti- midad de los conocimientos que genera, aca- trea consecuencias diversas para las confron- Pusu, cramA Y taciones y luchas del presente. No hay discurse historico cuya eficacia sea puramente co: citiva; todo discurso histérico interviene (se inscribe) en una determinada realidad social donde es mas o menos itil para las tintas fuerzas en pugna. Ello no conduce, sin bargo, a medir con el mismo rasero las cua- lidades teéricas de un discurso histérico (su legitimidad) y su funcionamiento en el debate social: su utilidad ideolégico-politica no es una magnitud directamente proporcional a su validez teérica. Es preciso no incurrir como lo advierte Hobsbawm, en la “confu- sién que se hace entre las motivaciones ideo- ldgicas 0 politicas de la investigacién o de su utilizacién y su valor cientifico”’. La tendencia a identificar utilidad y legi- timidad del discurso histérico tiene con fre- cuencia su origen en la idea de que la historia sigue un curso ineluctable: los historiadores procuran entonces formular regias de con- ducta —en los comienzos, por ejemplo, de esta disciplina en Grecia y Roma— porque se presupone la repeticién del proceso con- forme a ciertas pautas establecidas de una vez por todas. La confianza en que hay una vinculacién directa e inmediata entre cono- cimiento y accién se apoya en la creencia de que Ia comprensién del pasado otorga pleno manejo de la situacién actual: de ahi el peculiar cardcter pragmatico de la indaga- cién histérica tradicional. Esa identi también se origina a veces en el conveaci- miento de que unos u otros grupos sociales Eric J. Hobsbawm, “De la historia social historia de la sociedad", en Tendencias actuales de la historia social y demogrdjica, México, SepScten tas, 1976. 1 CARLOS. PEREYRA extraen provecho de ia interpretacién hist6- rica y de que, en este sentido, la captacién intelectual del pasado desempefia cierto papel en la coyuntura social dada. Debiera ser cla- ro, sin embargo, que el provecho extraido es independiente de la validez del relato en cues- tidn; utilidad y legitimidad no son, en conse- cuencia, magnitudes equivalentes. Se puede convenir, por tanto, con el modo en que Bloch plantea el asunto: “gqué es justamente lo que legitima un esfuerzo inte- lectual? Me imaginé que nadie se atreveria hoy a decir, con los positivistas de estricta observancia, que el valor de una investigacion se mide, en todo y por todo, segin su aptitud para servir a la accién aunque la historia fuera eternamente indiferente al homo faber o al homo politicus, bastaria para su defensa que se reconociera su necesidad para el pleno desarrollo del homo sapiens.” Tal vez sea pre- ferible decirlo en otros términos: sin negar, por supuesto, el impacto de la historia que se escribe en la historia que se hace, la apro- piacion cognoscitiva del pasado es un obje- tivo valido por sf mismo 0, mejor todavia, la utilizaci6n (siempre presente) ideolégico-po- litica del saber histérico no anula la signifi- cacién de éste ni le confiere su tinico sentido. La utilidad del discurso histérico no desvirtia su_legitimidad, es cierto, pero ésta no se reduce a aquélla No obstante, al parecer hay cierto apresu- ramiento en la opinién de Bloch segtin Ja cual “nadie se atreveria hoy a decir que el valor de una investigacion se mide segiin su aptitud para servir a la accion”. Chesneaux, por ejem- plo, se atreve y, mds atin, encuentra en esa tesis de Bloch un ejemplo del intelectualismo HISTORIA, PARA QUE? 15 profundamente arraigado en los historiadores de oficio quienes distinguirian, segiin este reproche, entre la historia-asunto de los po- Iiticos y la historia a cargo de los historia- dores. El argumento de autoridad que ofrece Chesneaux a favor de su posicién es tan in- consistente como son siempre los argumentos de esta indole. “Marx no consideré jamds el estudio del pasado como una actividad inte- lectual en si, que tuviera su fin en si misma, enraizada en una zona auténoma del conoci- miento... lo que contaba para él era pensar histéricamente, polfticamente. .. el estudio del pasado no era para Marx indispensable sino al servicio del presente... su opcién era po- litica: el conocimiento profundo y sistemd- tico del pasado no constituye un fin en sf mismo. Marx no era un ‘historiador marxis- ta’, pero sf ciertamente un intelectual revo- lucionario.” * No hace falta colocarse en una endeble posicién intelectualista para advertir que la perspectiva del intelectual revolucic- nario no agota la razén de ser de la inves- tigacién_histérica. En efecto, frente a quienes suponen (con base en una confusa nocién de objetividad donde ésta se vuelve sinénima de neutralidad ideoldgica) que la tinica posibilidad de cono- cimientos objetivos en el ambito de la his- toria esté dada por el confinamiento de la investigacién en un reducto ajeno a la con- frontacién social, es imprescindible recordar el fracaso del proyecto tedrico encandilado con la'tarea ilusoria de narrar lo sucedido wie es eigentlich gewesen ist. Ranke tuvo motives suficientes para reaccionar a media- «Jean Chesneaux, ¢Hacemos tabla rasa del pasa- do? México, Siglo XXI, 1977. dos del siglo pasado contra la tradicional historia moralista y pedagégica, apostando a favor de un programa cefiido a contar lo que realmente acontecis. Es claro, sin embargo, que no hay descripcién (ni siquiera observa: cién) posible fuera de un campo problema- tico y de’ un aparato teérico, los cuales se estructuran en un espacio en cuya delimita- cién intervienen también las perspectivas ideolégicas. La confianza ingenua en la lec- tura pura de los documentos y en el ordena- miento aséptico de los datos fue tan sélo un estadio pasajero en la formacion de la ciencia historica. Se vuelve cada vez més insosteni- ble Ja pretensién de desvincular la historia en la que se participa y se toma posicién de la historia que se investiga y se escribe. En definitiva, “la funcién del historiador no es ni amar el pasado ni emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderlo, como clave para la comprensién del presente”. Ahora bien, el énfasis requerido para sa- lirle al paso a las actitudes “farisaicas in- clinadas a elaborar un discurso histérico pre- tendidamente aislado de la vida social en curso, no tiene por qué conducir al esquema reduccionista segiin el cual todo el sentido del conocimiento histérico esta supeditado a las _urgencias ideolégico-politicas mas inme- diatas. El academicismo cree encontrar en la doctrina de Ia neutralidad ideoldgica un refugio para preservar el saber contra Jos conflictos y vicisitudes del momento y, en rigor, s6lo consigue mutilar la reflexion arrancéndole sus vasos comunicantes con Ia principal fuente de estimulo intelectual: ter- *E. H, Carr, ¢Qué es 1a historia?, Barcelona, Seix Barral, 1969, ‘cognoscitiva en la vordgine de las luchas s vergonzante las formas ideolégicas ma tas y reblandecidas. Lucien Febvre se burla con razén de esta actitud: “demasiados his- toriadores, bien formados y conscientes (eso es lo peor)... hacen historia de la misma manera que tapizaban sus abuelas. Al punti- lo. Son aplicados. Pero si se les pregunta el porqué de todo ese trabajo, lo mejor que saben responder, con una sonrisa infantil, es la candida frase del viejo Ranke: ‘para saber exactamente cémo paso’. Con toda de- talle, naturalmente.”* El] rechazo de la toria como mero afan de curiosidades no autoriza, sin embargo, a diluir su fun ciales. Ya se sabe donde suele desembocar flexién presidida por la idea —segi formula empleada por Chesneaux— de que “el estudio del pasado no es in sino al servicio del presente”. Cuando s suelve por completo la légica discurso histérico en los zigzagueos opcién politica inmediata, entonces no pue- den extrafiar ocultamientos, silencios y defor. maciones: elementos trivi on se vuelven taba (el papel de Trotski en la Revolucion rusa, por ejemplo), 4reas enteras del proceso social se convierten en zonas pro hibidas a la investigacién, falsedades burdas pasan por verdades evidentes de suyo, etc. Bi hecho de que el saber histérico es: y en todo caso conformado también po! lucha de clases, ya que “la ciencia se hace la vida misma y por gentes que trab: ®L. Febvre, Combates por la histor’ Ariel, 1970 7 CARLOS PEREYRA en ese momento... esta ligada a través de mil sutilezas y complicados lazos a todas las actividades divergentes de los hombres” (Febvre), no basta para simplificar las cosas y abogar por una historia convertida en apo- logética de una plataforma ideolégica circuns- tancial como ocurre sin remedio alli donde la funcién cognoscitiva de la practica teérica es anulada en aras de su funcién social en una coyuntura dada. Durante largo tiempo la historia fue conce- bida come si su tarea consistiera apenas en mantener vivo el recuerdo de acontecimientos memorables segtin criterios que variaron en las distintas formaciones culturales. La fun- cién de esta disciplina se limit6 primeramente a conservar en la memoria social un conoci- miento perdurable de sucesos decisivos para ja cohesion de la sociedad, la legitimacién de sus gobernantes, el funcionamiento de las ins- tituciones politicas y eclesidsticas asf como de los valores y simbolos populares: el saber histérico giraba alrededor de ciertas image- nes con capacidad de garantizar una (in) formacién compartida. Casi desde el princi- pic Ja historia fue vista también como una eccién de hechos ejemplares y de situacio- s peradigmaticas’ cuya comprensién pre- ‘a los individuos para la vida colectiva. { Ja antigua tendencia, ya mencionada, a solicitar de la historia que gufe nuestra ac- cin. A finales del siglo pasado, sin embargo, ya aparecia como “ilusién pasada de moda creer que Ja historia proporciona ensefianzas HISTORIA, PARA QUE? 19 practicas para guiarse en la vida (historia magistra vitae),-lecciones-de inmediato pro- vecho para” individuos y sociedades. Las condiciones en que se producen los actos jhumanos son raras veces suficientemente se- mejantes de un modo a otro para que las ‘lecciones de la historia’ puedan ser aplicadas directamente.” * Si bien, para indicar algunos nombres, Po- libio y Plutarco escribieron a fin de ensefiar, con él d4nimo de ofrecer soluciones a las necesidades practicas de las generaciones pos- teriores, esa idea pedagégica de la historia dio paso a otra concepcién centrada en el supues- to bdsico de que la historia posibilita la comprensién del presente “en tanto —como lo formulan Langlois y Seignobos— explica los origenes del actual estado de cosas”. En efecto, puesto que toda situacién social es re- sultado de un proceso, ningun conocimiento de tal situacién puede producirse al margen del estudio de sus fases de formacion: el conocimiento de las circunstancias a partir de las cuales se gesta una coyuntura histérica es indispensable para captar las peculiarida- des de ésta. Las entidades y fenémenos que se pueden discernir en e] movimiento de la sociedad constituyen una realidad’ caracteri- zable en términos de proceso y sistema. En tal sentido parece incuestionable una respues- ta que se incline a favor de la primera opcién en la alternativa presentada por Bloch: “gha- bré que considerar el conocimiento de! perfo- do més antiguo como necesario 0 superfiuo para el conocimiento del mas reciente?” *C. V. Langlois C. Seignobos, Introduccidn a los estudios histéricos, Buenos Aires, La Pléyade, 1972. Se estaria tentado a creer que superflua es Ja pregunta misma por cuanto es impen- sable la inteligibilidad de un momento his- torico fuera de los iazos que Io vinculan con Jos momentos precedentes. Sin embargo, los excesos del evolucionismo obligan a matizar Ja cuestion. Por ello afirma Marx que la es. tructura anatémica del hombre es la clave de la disposicién organica del mono y no al revés como seria més facil suponer, Dos planteamientos aparecen implicados en esta indicacién: uno refiere al hecho de que en un nivel de complejidad no se encuentran los elementos suficientes para explicar un plano de mayor complejidad y otro subraya que la génesis de una realidad no basta para expli- car su funcionamiento. Se entiende, en con- secuencia, por qué formula Bloch ‘ese inte. Frogante asi como su reaccién contra el mito de los origenes. “La explicacién de lo mas proximo por lo més lejano ha dominado a menudo nuestros estudios... este idolo de la tribu de los historiadores tiene un nombre: la obsesion de los origenes... en el vocabu- lario corriente los origenes son un comienzo que explica. Peor ain: que basta para expli, car. Ahi radica la ambigiiedad, ahi esta, el peligro,” Si bien para todo fenémeno social el conocimiento de sus origenes es un mo- mento imprescindible del anélisis y un com, ponente irrenunciable de la explicacién, ésta no se agota aqui: saber como algo Ilegé a ser Jo que es no supone todavia reunir los elemen, tos suficientes para explicar su organizacion actual. Ninguna respuesta a las preguntas que hoy pueden formularse respecto a la situacin presente es posible en ausencia del saber his. HISTORIA, @PARA QUE? térico. Mientras mds confusa y caética apa- rece una coyuntura dada, como es él cas de ésta que se vive a comienzos de los afio ochenta, mas contundente es él peso de la in- vestigacién histérica en el esfuerzo ies pejar tales caos y confusién. Guardar istane cia conveniente para no extraviarse en ls obsesion de los origenes, no impide admitir gue sélo es posible orientarse en las compli- eaciones del periodo contemporaneo a partir del mas amplio conocimiento del proceso que condujo al mundo tal y como hoy es. Quienes participan en Ja historia que hoy se hace estan colocados en mejor perspectiva para interve- nir en su época cuanto mayor es la co prensién de su origen. Planteada asf la fun- cién central de Ja historia, resulta claro que el estudio de los uiltimos cien afios tiene mas repercusiones que el de los siglos y milenios anteriores. Sin embargo, con mas frecuencia de lo que pudiera creerse en primera Cee cia, aspectos fundamentales de la forma actual de la sociedad se entienden con base en fac- tores de un pasado mds .o menos Iejano, Tal vez por elio no tiene ningi empacho Febvre en escribir: “yo defino gustosamente la histo- ria como una necesidad de la humanidad —la necesidad que experimenta cada grupo hurna~ no, en cada momento de su evolucidn, de bus- car y dar valor en el pasado a los hechos, los acontecimientos, las tendencias que preparan el tiempo presente, que permiten compren- derlo y que ayudan a vivirlo”. . E] impacto de la historia no se localiza so- lamente, por supuesto, en el plano discursivo de la comprensidn del proceso social en curso. Antes que nada impregna la préctica misma de los agentes, quienes acttian en uno u 8 & 22 CARLOS PEREYRA otro sentido segtim el esquema que la his- ioria Jes ha conformado del movimiento de la sociedad. La actuacién de esos agentes esta decidida, entre otras cosas, por su vision del pasado de la comunidad a la que pertenecen y de la humanidad en su conjunto. Los grupos sociales procuran las soluciones que su idea de la historia les sugiere para las. dificultades y conflictos que enfrentan en cada caso. Por ello el saber histérico no ocupa en la vida social un espacio determinado sélo por consi- deraciones culturales abstractas sino también por e] juego concreto de enfrentamientos y antagonismos entre clases y naciones. Pocas modalidades del saber desempefian un papel tan definitivo en la reproduccién o transfor macién del sistema establecide de relaciones sociales. Las formas que adopta la ensefianza de la historia en Jos niveles de escolaridad basica y media, la difusién de cierto saber historico a través de los medios de comunica- cién masiva, la inculcacién exaltada de unas cuantas recetas generales, el aprovechamien- to mediante actos conmemorativos oficiales de los pasados triunfos y conquistas popula- res, ctc., son pruebas de la utilizacién ideo- logico-politica de la historia. “Nuestro cono- cimiento del pasado es un factor activo del movitniento de la sociedad, es lo que se ven- tila en las luchas politicas e ideoldgicas, una zona violentamente disputada. El pasado, el conocimiento histérico pueden funcionar al servicio del conservatismo social 0 al servicio de las luchas populares, La historia penetra en la lucha de clases; jams es neutral, jams permanece al margen de la contienda” (Ches- neaux). No es frecuente encontrar entre los histo- HISTORIA, ¢PARA QUE? 23 riadores una sensibilidad perceptiva de las implicaciones que tiene su actividad profe- sional en la vida social y politica. Todo ocurre como si la evidencia cmpirica respecto a la omnipresencia del saber histérico en la vida cotidiana representara para la mayoria de los historiadores un motivo adicional que em- puja a buscar el deslinde entre las preocupa- Giones académicas y las vicisitudes del con- texto social. Sin embargo, tanto las clases dominantes en las diversas sociedades, como los grupos politicos responsables del poder estatal, suelen invocar el pasado como fuente de sus privilegios. De ahi que, como sucede con muy pocas modalidades del discurso ted- rico, Ia historia es sometida a una intensa explotacién ideoldgica. Si entre las cuestiones basicas a plantear, Pierre Vilar incluye “1? geual fue, cudl es el papel histérico de la historia como ideologia? 2° gcual es ya, cual podria ser el papel de Ja historia como cien- cia?" ello se debe a que, en efecto, la historia se emplea de manera sistematica como uno de los instrumentos de mayor eficacia para crear las condiciones ideolégico-culturales que facilitan el mantenimiento de las relaciones de dominacién. El papel de la historia como ideologia se eleva como obstaculo formidable para la realizacién del papel de la historia como cien- cia. Aunque todas las formas del saber se desarrollan ligadas a resortes ideolégicos que intervienen con vigor en la seleccién de te- mas y enfoques como en la utilizacién pos- terior de los conocimientos, en el caso de la historia la intervencién de esos resortes ha storia en cons- * Pierre Vilar, Historia marxista truccién, Barcelona, Anagrama, 1974. CARLOS PEREYRA sido decisiva. No se trata, claro esta, de afir- mar que la mera presencia de mecanismos ideoldgicos invalida por si misma la produc cion de conocimientos y anula la posibilidaa de explicar el proceso ‘social, pero sf de ai mitir que la elaboracion de una imagen del pasado esta demasiado configurada por loc intereses dominantes en la sociedad. El Est. Por ejemplo, dispone de numerosos oa. nales mediante los cuales impone una version del movimiento social idénea para la precont vacion del poder politico. “El control del at. sado ~escribe Chesneaux— y de la panei ria colectiva por el aparato de Estado neteg sobre las ‘fuentes’. Muy a menudo, tese at cardcter de una retencién en la fuente. so. sreto de los archivos, cuando no destruccha, de los materiales embarazosos. Este conteel gstatal da por resultado que lienzos enter de Ja historia del mundo no subsistan sins Por lo que de ellos han dicho o permitido de, cir los opresores... la ocultacién es uno do los procedimientos més corrientes en “eas gispesitivo de control del pasado por el oc, der. EI pasado es un importuno del que he fire desembarazarse.” Asf pues, es tarea de la_investigacién histérica recuperar el movi- miento global de la sociedad, producir con, tematico incorporando jas cuestiones suscite. das desde la perspectiva ideolégi Social eeegia Perspectiva ideolégica del bloque HISTORIA, PARA OUE? ua La progresiva madurez de las ciencias socia- les y la integracién de la historia en éstas acompafian el abandono de cierta tradicién para la cual contaba ja historia como un género literario. La investigacién histérica también se ha despojado cada vez mas del lastre que suponia la idea de que su tarea central consiste en dar preceptos pricticos para guiarse en la vida. Las formas del dis- curso histérico se apartan crecientemente de esas pretensiones diddcticas y literarias. Re- sulta avin mds complicado, sin embargo, li- berar el saber histérico de las tendencias apologéticas. Las dificultades para eliminar esta carga provienen en buena parte del he- cho de que el conocimiento del pasado tiene su punto de partida en el presente. La dis- tincién misma pasado/presente es hasta cier- to punto arbitraria: “Ia historia es una dia- léctica de Ia duracién; por ella, gracias a ella, es el estudio de lo social, de todo Io social, y por tanto del pasado; y también, por tanto, del presente, ambos inseparables’”* Son en buena medida los acontecimientos contemporéneos los que permiten profundi- zar en el conocimiento del pasado. El estudio del movimiento anterior de la sociedad s realiza a través del proceso en el cual es inscritos quienes investigan. No se trata de sostener la tesis del presentismo en el sentido de que toda la historia es “historia contem- pordnea” por cuanto cada generacién cons- truye su verdad acerca del pasado. La his- toria no seria entonces sino un conjunto de *F, Braudel, La historia y las ciencias Madrid, Alianza, 1968. sociates, 26 CARLOS PEREYRA interpretaciones de validez relativa, adecuada cada una de ellas a la visién que en los su- cesivos presentes se tiene del pasado. Las tendencias apologéticas se cubren, en defini- tiva, con el pretexto de que Ja historia ne- cesariamente interroga por las cosas que sucedieron en tiempos anteriores a fin de ofrecer respuestas a los problemas de hoy. En la pendiente del pragmatismo inmediatista el saber acaba teniendo validez segiin su con formidad con alguna finalidad circunstancial. Sin asumir compromiso algune con las tesis relativistas, en cualquier caso es cierto que no sdlo ei conocimiento del pasado permite ja mejor comprension del presente sino tam- bién, de manera reciproca, se sabe mejor qué investigar en el pasado si se posee un punto de vista preciso respecto a la situacién que se vive. “El pasado nos resulta inteligible a ia luz del presente y sélo podemos compren- der plenamente el presente a la luz del, pasa- do. Hacer que el hombre pueda comprender la sociedad del pasado, e incrementar su do- minio de la sociedad del presente, tal es Ja doble funcién de la historia” (Carr). El relativismo confunde el problema de los criterios de verdad del conocimiento hist6- rico con Ja cuestién de los méviles que im- puisan la investigacion, cl desplazamiento de jas preocupaciones hacia unas u otras Areas de Ja totalidad social, Ia preferencia por tales © cuales temas, etc. La reflexién histérica aparece como una tarea urgida precisamente por las luchas y contradicciones que caracte- fizan a una época. La historia no se desen- vuelve exclusivamente en virtud de sus vacfos de conocimiento y de Ja progresiva afinacién | de sus hipétesis explicativas, sino también | goes HISTORIA, ¢PARA QUE? 2r empujada por factores extratericos salidos de Ja Iucha social misma. El estatuto_cienti- fico del discurso no esté dado por su funcién en las pugnas contemporaneas, pero no se puede hacer abstraccién de que la historia desempefia un papel destacado en la confron- tacién ideoldgica: las fuerzas politicas se de- finen también por su comprensién desigual v contradictoria de] desarrollo de Ia sociedad. Los académicos que entienden su labor como algo aislado de toda responsabilidad politica, no pueden evitar que el resultado de sus in- vestigaciones tienda a desdibujarse: esto es consecuencia natural de la separacién forzada entre el saber histérico y el horizonte politico en que ese saber se produce. Como lo recuer- da Chesneaux, “la reflexién histérica es re- gresiva, funciona normalmente a partir del presente, en sentido inverso del fluir del tiem- po, v ésta es su razén de ser fundamental”. Es sintomético que en una sociedad coexis- tan de modo conflictivo definiciones contra- puestas dé su pasado. Ello no tiene que ver solo ni primordialmente con la inmadurez de la historia (como proyecto analitico con pretensiones explicativas y no de mero relato descriptivo) o con la phiralidad de modelos tedricos enfrentados: es también resultado dela divisién social y del consiguiente ca- racter fragmentario de Jo que interesa a las diferentes corrientes recuperar en el pasado. La existencia de un sistema de dominacién social implica en si misma formas diversas de abordar el examen de la realidad, incluido el movimiento anterior de ésta. Si, como. se- fiala Febvre, “organizar el pasado en funcién del presente: eso es lo que podria denomi- narse funcién social de la historia”, entonces a. OO no puede sorprender que compitan distintos CARLOS PERE modos de organizar el pasado. Ww La funcién teérica de Ja historia (explicar el movimiento anterior de Ia sociedad) y fancién social (organizar el pasado en ees le Jos requerimientos del presente) son com. plementarias: el saber intelectual recibe = estimulos mas profundos de la matriz social en permanente ebullicion y, a la vez, los co- Hocimentos| producidos en la investigacion rica estén en la base de las jones plementariedad, sin embargo, no elimina las fensiones 'y desajustes entre ambas funcio- nes, Ast, por ejemplo, la protongada discusion Saiceeing al carécter nocivo 0 benéfico de los juicios de valor en el discurso histérico puede ¥ vista como indice de que tal complemen. tariedad no carece de fricciones. Parece obvi que las interpretaciones histéricas inclayes siempre juicios de valor y que ningin apeso a la pretendida objetividad del dato anule cl peso de los esquemas ideolégicos en la na- tracién explicativa. La tendencia a rehuir los Juicios de valor para preservar una supuesta pe cientifica y evitar la contaminacién di los ingredientes “ideolégicos, exhibe incom. PrensiOn seria de cuales son los modos en que interviene la ideologia en la produccién de conocimientos. seinen Ahora bien, ¢se justifica sin mds la antigu: tradicién segtin la cual junto con su taces informativo-analitica, la historia esté obliga: da a juzgar los acontecimientos y sus prota. “ gonistas, 0 sea, acompafiar la descripcié SegBASTORSAG-GYARA GUE vy explicacién del proceso de sentencias laude torias o reprobatorias elaboradas desde cr terios morales, nacionales 0 partidarios? Cier, ta orientacién positivista insistié tanto en | neutralidad e imparcialidad propias de Ia jencia que, corno reaccién justificada ante esa actitud pueril, se da con frecuencia une respuesta plenamente afirmativa a Ja cuestion anterior. Sin embargo, no sélo las pretensio- nes de neutralidad son un obstaculo para el desarrollo de la ciencia histérica. También en- torpece este desarrollo la mania de enjuiciar alli donde lo que hace falta es explicar. “Por desgracia a fuerza de juzgar, se acaba casi fatalmente por perder hasta el gusto de expli car. Las pasiones del pasado, mezclando sus reflejos a las banderias del presente, ten la realidad humana en un cuadro cuyos colores son unicamente el blanco y el negro” (Bloch). Algunos se muestran inclinados a creer que centrar el esfuerzo tedrico en sus propdsites explicativos (incluyendo, si es preciso, la pre- ocupacién por el matiz) es un prurito inte- lectual del que ha de prescindirse para todo fin prdctico. Esa creencia se apoya en la idea de que la funcién social de a his exige una dosis de maniqueismo y oblig ende, a identificar responsables (tanto cx pables como héroes) de la marcha de las cosas. E] problema no radica, pues, en la per- misible combinacién en un mismo discurso de argumentos explicativos y juicios de valor, sino en el desplazamiento del discurso hists- rico de un campo problematico presidido por la pregunta gpor qué? a otro donde el int rrogante clave es gquign es el culpable? o, en 30 CARLOS PEREYRA su caso, gquién es el Mesias? Es mucho mas facil centrar el examen del proceso social en un nticleo apologético o denigrativo que bus- car en serio las causas inmediatas y profun- das de los fenémenos historicos. Se puede localizar en el acervo de Ja historia, sin nin- guna dificultad, una abrumadora cantidad de ejemplos de textos en los que el analisis es sustituido por la glorificacion o satanizacion de algiin personaje. Esta actitud no puede menos que empobrecer 1a funcién tedrica de la historia. Per ello se pronuncia Febvre con- tra el historiador-fiscal y sefiala que “ya es hora de acabar con esas interpretaciones re- trospectivas, esa elocuencia de abogados y esos efectos de toga... no, el historiador no es un juez. Ni siquiera un juez de instruc- clon. La historia no es juzgar; es comprender —y hacer comprender Si la manfa de enjuiciar deriva con facili- dad en un obstaculo adicional para la expli- cacién histérica, ello se debe a que tiende a ocultar Ja constitucién del mundo social: un proceso formado por numerosos subprocesos articulados entre si. Los juicios de valor im hiben la recuperacién de las luchas, sacri- ficlos, forcejeos, y contradicciones que inte- gran el movimiento de la sociedad y borran fodo con la tajante distincién entre los prin- cipios del bien y el mal. El achatamiento del esfucrzo explicativo generado por la propen- sion a juzgar limita la capacidad de pensar hisidricamente. Si, como le gusta recordar a Vilar, no se puede “comprender los hechos” nds que por la via de “pensarlo todo hists- ricamente”, entonces es preciso ir més alld de la simple localizacién de aciertos y fraca- sos en la actividad de Jos hombres, para en- HISTORIA, ZPARA OUE? contrar en los componentes econémico-poli- ticos e ideolégico-culturales de la iotalidad social la explicacién, incluso, de esos aciertos y fracasos. Los juicios de valor son inheren- tes a la funcién social de ia historia pero ajenos a su funci6n tedrica. Un aspecto deci- sivo del oficio de la historia consisie, precisa- mente, en vigilar que la preocupacién por la utilidad (politico-ideolégica) del discurso his- torico no resulte en detrimento de su legiti- midad (tedrica).

Vous aimerez peut-être aussi