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Sao al sto general dol hombre europaoy esta fete convoca aes minimosexpecistas de sto ‘toga ect arn eral tos¥ pesos ‘risa, el mercader, mujer, € arginado- init reprerentatvos de cada porodo stein, Rar ter denied de & HOMBRE ROMANO significa nts fodoindgarenellapernto daa sosedad mas ‘ompej anterior a Revehcon Industria Como en ‘aque laberint, es fal perdere, peo ia invest Sica i nfopocheds vader de otros; Ba a ‘Breen de ANDREA GIARDIN (ator deb areata Sloe eomeraane), han colorado enol pecente Volumen fos souentes autores Claude Nolet Cl ‘kidndano), to Schelde sacerdote), Aldo Seis ‘el urs), loansichel Cari al fldado), Yvon ‘Thabort (al esdavo}, Jean Andrea (cl bet), Jerzy ‘endo (el amperine), lend Mel flares 10), Cares f Whiter! pobre) rent, shay {band Paul ene ts oman os domi) Enesta misma seie,ybaj la declon Softy Eugenio Gai: sl hombre medieval El ombe det Renacntenton. ISBN 86-206-9612-9 Ln 1420'696126) J. Andreau, J.-M. Carrié, A. Giardina, J. Kolendo, J.-P. Morel, C. Nicolet, I. Scheid, A. Schiavone, B. D. Shaw, Y. Thébert, P. Veyne, C. R. Whittaker El hombre romano Edicion de Andrea Giardina Version espafola de: Jimena Castafio Vejarano: capitulos 1, 1, IV, V, VI, VIM y XIT Juan Antonio Matesanz: Introduecién, capitulos HI, VIE y 1X Fernando Quesada Sanz: capitulos X y XI Alianza Editorial ‘Reservados todos los derechos, De conformidad con lo dispuesto en el art. $34-bis del {Ciigo Penal vigete,podsin ser cattigados con penas de malta y privaciG de libertad ence algirenen ooo on pat, wna ob es ‘Keetie oda en caus po de sopare in receptive autores © 1080, ius, Latra Fig Sp, Roma-Bar Binet: alana Biol, A: Madd 1991 Ex Mid Snot Mais ct 20000 &3 Deposit ep M.33.0751991 Dep leu 35.08 Pepa vet: Las ann nave 6 Homans (Madd) Pinot in Sa INDICE, = Introduceién El hombre romano, Andrea Giardina Capitulo T El ciudadano y el politico, Claude Nicolet . Capitulo IL El sacerdote, John Scheid Capitulo TIL El jurista, Aldo Schiavone Capitulo IV El soldado, Jean-Michel Carrié Capitulo V El esclavo, Yvon Théhert Capitulo VI El liberto, Jean Andrea .....eecseeveves Capitulo VII El camp Capitulo VIII El artesano, Jean-Paul Morel Capitulo IX El comerciante, Andrea Giardina Capitulo X El pobre, C. R. Whittaker . Capitulo XI El bandido, Brent D. Shaw ........++ Capitulo XI «?! “Se trataba de un argumento antiguo, pero en absoluto anquilosa- do. Fl emperador Claudio, hombre cultisimo —fue autor, entre tras cosas, de una obra sobre las antigitedades etruseas, Tyrreni- Salviano, De gubert Dei, 5,17; 18; 21 y22. Sobre esta sranslatiohumanita tis, de les romano lon germanos, cfr. C, Leonardi, Alle origine della crisianita ve thevale: Giovanni Cassiano e Salviana de Marsigiae, en Studi Medieval, 11, 18. 1977, pp. 91-608. 19 gan Agostina, Civ, Dei-4, 4 (el toposya esta presente, por ejemplo, en Séne- ca, Nal Quaest., 3, pret. 5) 205, Mazsarino, Le fine del mondo antico, Milén, 1988, p. 68 2 PHO IY 8 = KC. Blockley, The Fragmentary Classicising Historians of the Later Roman Evpire, i, Liverpool, 1983, pp. 266-72; cfr. también G. Dagron, cee d'en acer, rLes peuples étrangors dans les traités militares byzantine» En Travauer ef Mémoires, 10. 1987, pp. 229-32 EL hombre romano/21 +n su famoso discurso al Senado del 48 d.C.” quis aor senadores romney de gue adnteran en Eero neta Wages nee ea Antiguo s6liamente igadon« Roma eiupregrados lo eultura ro ttn No ro area oll deep, cmora perder pe Rg al eau ere fenadores hacia una rigid obsiruccon El egetater Gonsrayd is iy Vo mop ae NEI Cee do entermente en detrminacign de un cestode la historia ro Iman Ys dese nin ogee, shite de Roma scat crater oun ran apertura scan cso macho esha ead de fer Num proven de abhood Teilede Pas ca be pelea ovine y deine ose apes hia comunidades mits no desea Isms, ao mimo nel, dels nao e rien vel ejemplo mis signifatvo lo representaba la peripecis de Servo Tall, mito pono del aralsoo fomancr ePabicaeeido, se Bin Ia traickin romana, de una prisoners lamada Ocresia ue Cycom sno congener Eeseee a ee al eleva oa ecorile rv or sto delononigsnes de Roma, Relat Parco ue Sin un ae str de sombre romation gue iio poablemte Rac ‘AC), los gerneloe Romulo} Remo, alos que deblé a orlgsn Roma, no habian nacido de estirpe regia (como nos ha ensefado la exalt vlan lee dager ;ntaban a los. arose vay aia Lage ecole ue se ditinguii por el alot prin fortunay por ler Tarquecio has Gace iseanieylanno euure aad fvinmchchae eulsenondonwncsnachulug Fase nobien tv conoimieno dl ena noisy condns armbasa mer topes Ne ta, apareciéndosele en suefios, le prohibié que las matara [...] [late meet a gtesler is CaS oUeSTREE 7 LS, 212; cfr. Taco, Annales, 11, 24 ; / 22/Andrea Giardina ‘modo se salvaron y, cuando hubieron erecido, se enfrentaron a Tarquecio y lo veneieron?s Extrafia ciudad, esta Roma, donde se narraba, al menos hasta una cierta época, sobre esos miticos fundadores, nacidos no ya de estirpe divina —como hubiese sido lo natural y previsible—, sino de una esclava. La particular relacién de los romanos con la esclavitud no pasa- ba inadvertida a los extranjeros. A los griexos les impresioné, En ‘otro documento famoso, la carta (epigrafica) escrita por el rey Fili po IV de Macedonia, en el 214 a..),a los habitantes de Larisa”, la parte griega planteaba el asunto con evidente admiraeién. De esta manera, el ejemplo romano era sefialado como modelo. Justamente obsesionado por los problemas de la oliganthropia (cescasez de hombres») que afligian a las polcis griegas, el soberano queria convencer a los habitantes de Larisa de que acogieran como ciudadanos a los metecos (los extranjeros residentes), Pensad en los romanos, escribia Filipo, que conceden la ciudadania incluso a los csclavos: «Una vez liberados, los acogen en el seno de la ciudadania y les hacen participes de las magistraturas; de este modo no solo han engrandecido su patria, sino que también han fundado cerca de setenta colonias.» Pasemos por alto las imprecisiones (en realidad, ceran los hijos de los libertos quienes obtenian las magistraturas y1n0 los propios libertos; en cuanto a las colonias, en el 214 aC. éstas ‘eran bastante menos de setenta); lo que cuenta de verdad es el reco- nocimiento de una especificidad romana, contemplada como un factor de vitalidad y de poderio, y la relacién entre esta especifici- dad y la asimilacién, dactil y abierta, de extranjeros y de escla jguiendo el ejemplo de Filipo V, los historiadores modernos han insistido a menudo en la contraposicién entre egenerosidad» 2 Plutarco, Vida de Romulo, 2,48 (NT. La trndueclon del texto griego al ita- ano sedebe aC. Ampolo, Eltexto que se ofrece aqui, por tanto, sla traduccion desu version en lengua moderna.) La narracion de Plutarco fue valorade, en cls ede koi, etruscortalica, por: Mazzarino, al que se remonta la muy probable «ve nit en auxilio» de la colectividad; es decir, responder en cada ins tante a su llamada. Sélo puede sustraerse a ello arriesgandose al exi lio o a la secesién: hablaremos de ello més adelante. Indiquemos por ahora que en la mayoria de las ciudades, y en todo caso en la Roma republicana, estas diferentes funciones afectan igualmente —en principio— a todos los ciudadanos. No estan, por un lado, los, que dan su sangre; por otro, los que dan su dinero, y luego los que mandan o los que obedecen; sino que cada uno segtin las circuns- tancias ¢s, si hace falta, soldado, contribuyente; elector o magistra- do; cada uno debe saber, como dicen Cicerén y Tito Livio, obedecer y mandar a la vez. Todos deben tomar parte en las decisiones, pues- to que éstas comprometen al epueblo», que es la totalidad. No exis- ten en Roma (ni en la mayoria de las ciudades) especializaciones funcionales, desigualdades estructurales ey hereditarias» entre sol dados y productores, sacerdotes y dirigentes, contribuyentes y privi- legiados, ciudadanos, «activos» o «pasivoss, sino que, por el contra- rio, un concepto unitario exigente —se dice a veces: totalitario— de la vida civil que impone a todos y por turnos cada una de estas fanciones. La literatura historica y politica romana (a menudo con- fundidas, desde Caton y Tacito pasando por Cicerén y Tito Livio) i siste constantemente en los «pasajes», que por ser escolares y ret » abandono de los derechos adquiridos; senadores, caballeros rival 40/Claude Nicolet cos, no dejan de revelar una idcologia perfectamente admitida, en esta imposicién de la ciudad sobre todos los ciudadanos. Cincinato en el campo investido como dictador; Decio Mure, el general, «ss- crificandose> por su ejército; Espurio Ligustino (LIV. 42, 32-25), dando cjemplo de obediencia ciega a los reclutas militares y del zando entre si para socorrer al tesoro extinguido durante la guerra de Anibal; Cicerén predica la modestia la resignacién a los desgra- ciados candidatos que el sufragio universal ha rechazado —otras tantas ilustraciones de este amor a la patria, de este «desvelo por los asuntos pblicos» sin los cuales, se nos dice, ningin estado podria subsist. Esta estructura coherente era particularmente fuerte en Roma (Polibio, VI, 54). Esta ciudad «totalitaria» que parece exigir indistintamente todo dde todos no es, sin embargo, ni un convento ni, al contrario, una de- ‘mocracia. Porque los antiguos —y en todo caso, bastante claramen: te, los romanos— estan convencidos de que la imposicién fisica 0 ‘moral no lo puede todo. Por exigente que sea, una ciudad no podria obtenerlo todo, siempre y por parte de todos, hasta el sacrificio su remo, sino obtiene una adhesién racional que venga en primer Iu gar del propio interés de cada uno, En la vida en comtin hay inmen- sas ventajas, pero tambien inconvenientes, peligros y vargas. Asi mismo, en el derecho privado, los juristas griegos y romanos re- prueban los «contratos leoninose donde todas las ventajas estén en tun solo lado, y todos los inconvenientes, de otro —por ello, este tipo de contrato debe excluirse de la ciudad. Puede inculearse a los ciudadanos una moral colectiva que se les da desde la infancia y, ante todo, en la familia, espiritu civico, sacrificio y resignacién, en ia en que sea posible: si la carga es demasiado pesada, y si festa mal repartida, el lazo terminara por romperse. El problema fundamental de la ciudad es, pues, el del reparto de cargas y de ven- tajas. Reparto entre los dos balances: las ventajas deben ser, por principio, superioresa las cargas. Reparto de tiempo: deben turnar se (las cargas, particularmente, no deben ser ni definitivas ni per- manentes). Reparto, en fin, entre los ciudadanos: no siempre los imismos, no siempre las cargas para unos, todas las ventajas para los demas. Estos principios muy empiricos (y realistas, sino cinicos) son los de todas las ciudades, Platon, Aristotcles, Tedfrastes 0 Dicearco los habian teorizado y discutido; inspiran una copinién comin» que ve- mos aparecer en el lenguaje de los decretos, en las inscripciones. Pero en ninguna parte esta teoria aparece mas claramente que en Roma. ¥ es que los romanos han conservado unas instituciones ar- caicas durante mucho mas tiempo que la mayoria de las ciudades FA ciudadano y el politico/4i griegas; fueron conscientes de que poseian un sistema de organiza ci6n eivica muy coherente y estructurado, cuyo fin supremo era, precisamente, ante sus ojos, introducir un equilibrio tan perfecto ‘como fuera posible en este reparto de las ventajas e inconvenientes de los cargos y de los honores. Este sistema se basa por completo en tuna operacién de recuento y de reparto de los ciudadanos (descrip- tio) que la ciudad efectiia periddicamente y que se llama census, ‘Una vez mas, todas las ciudades antiguas, incluso las més «democré- ticas», conocian el census eyyna y son més © menos censitarias © timocraticas. Ninguna lo sera durante tanto tiempo y tan plenamen- te como Roma. Los romanos atribuyen la inveneion del census a tuno de sus tltimos reyes, Servio Tullio, y sitian su introduccién, pues, en los origenes de la Repiiblica. Se trata, pues, en primer Iu- sar, de contar exactamente a todos los ciudadanos; pero digo bien, los ciudadanos, es decir, aquellos que pueden ser movilizables en caso de guerra, que pagan sus impuestos, que participan en las deci siones yen la accién. Por lo tanto, sélo los varones adultos, El resto de la poblacién no aparece mas que alrededor de estas «caberas les», para mejor definir a cada uno. Pero lo que también lo definia es —aparte de su nombre, eminentemente significativo que habla de sus origenes y define claramente su estatus— un conjunto dé da tus que se reficren a la edad, al origen local o familiar, al méito, pero también y sobre todo al patrimonio; en una palabra, a la rique- 2a, Teniendo en cuenta estos diferentes criterios (que s6lo reflejan la opinion comin de todos sobre cada uno), Ios magistrados encar gados del census van a repartir a todos los ciudadanos sequin este sistema (ratio) que les asignara un lugar conereto en un orden rigu: r0s0 y jerarquico, Ahora bien, este lugares esencial, cada uno debe- 4 conocerlo y reclamarlo, ya que es el tinico que va a determinar el papel exacto que tendra que interpretar en el teatro de la vida ciu- dadana: su rango y sus deberes en el ejército, el montante de sus contribuciones eventuales, pero también (y es propio de Roma) sus derechos a participar en las deliberaciones politicas y a acceder a sus grados y a los «honores* de la ciudad. En fin, vemos que de esta asignacién a un lugar determinado en un vasto sistema de érdenes, clases, tribus, centurias, dependera en gran medida la condicién de cada uno, su verdadera existencia conereta. En resumen, sila patti- cipacién en la ciudad, en el plano mas general, hace del hombre na- tural un sujeto de derecho en la reciprocidad (civis también quiere decir ) y hu- ‘manos, ya que los individuos y las familias también se reagrupan alli, segan su origen o segiin la voluntad del legislador o del magis- trado. También habra clases censitarias que reagrupan a todos aquellos que tienen un patrimonio comprendido entre tal y tal va- lor, Dentro de las clases, cuyos efectivos son muy desiguales (los po- bres son mucho mas numerosos que los ricos), los hombres se re- parten en cierto ntimero de «centurias» segiin su edad (es decir, se- ‘glin un criterio militar). Las mismas clases censitarias ademas (al f- nal seran cinco) determinan a su vez, en origen (lo cual duraré has. ta la segunda guerra piinica), el armamento y por lo tanto el lugar y la funcién de cada uno en el campo de batalla, Entre los ricos, por Fl cludadano y el politico/43 ejemplo, los mas ricos (y los «mejores») tienen una vocacién para servir a caballo: las 18 «centurias» de caballeros se anaden, pues, a las 176 «centurias» de soldados de infanteria (y de xobreross). Hubo encierta época una evidente relacién entre el ntimero de estas 195 centurias y los efectivos de la legién (la «legios) efectivamente re- clutada, Pero esta relacién desaparece rapidamente: ya que, de to- dos modos, vemos que se llega claramente a unas unidades que aunque levan el mismo nombre, son de dimensiones muy varia: bles; Cicerén asegura que hay més gente en la ciltima centuria «sin clasificaciéns compuesta por los profetarii que en todas las demés: jmas de la mitad de los eiudadanos, por lo tanto, en un 1/195 del to fal de las centurias! No podemos entenderlo; mientras no veamos que se trata, de hecho, de un marco de reclutamiento, de percep cidn del impuesto y también de voto. Es por todo ello que los efecti- vos son tan desiguales —ya que la igualdad de prestaciones es el re- sultado final, no la situacién inicial. Cada centuria, en resumen, debe proveer el mismo niimero de hombres, la misma fraccién del impuesto total, y dar una opinién que cuente por un «voto». Los ti: cos eran mucho menos numerosos en sus centurias que los pobres: se ve inmediatamente que su contribucion (en sangre y en dinero) sera mayor y mis frecuente. Pero, inversamente, el sistema de cen- {uta es también (y lo sera durante mucho tiempo) un sistema poli tico «comicial». Es por ello que las centurias de los ricos son mas numerosas que las de los pobres: la primera clase y los caballeros ticnen en ellas la mayoria (98 centurias sobre 193, 88 en el sistema rmodificado en el siglo 1). Se ve, pues, que todo esti admirablemen. te combinado a ojos de los romanos para que las cargas militares y fiscales recaigan en efecto sobre los mas ricos, los poderosos, los bien nacidos»: y es que no son buenos soldados y leates contribu yentes si no son los que tienen algo que defender en la ciudad. Pero, por el contrario, y en compensacién (ya que, de otro modo, la ten- sidn serfa insoportable), estos mismos ricos tienen en lasasambleas “donde se vota (para las elecciones, las leyes o los juicios) una in- fluencia preeminente. Nadie, en principio, queda excluido de nin- gin deber o de alguna ventaja: si se moviliza més a menudo y mas fi- cilmente a los ricos, se puede recurrit en casos de urgencia a las til- timas clases, a los proletarios (e incluso, como se ve durante la se gunda guerra plinica, a los esclavos voluntarios, comprados por el Estado, y que sélo mas tarde seran manumitidos o condenados). Asimismo, en lo que concierne a las contribuciones, los pobres, a veces dispensados de hecho, no lo son de derecho: se ve tambien urante las guerras piinicas. En cuanto al voto, la presencia de una centuria de proletarios salva las apariencias y los principios: «nadie csta juridicamente excluido del sufragio», dice Cicerén (De Rep. 1, 44/Claude Nicolet 40), lo cual seria trinico; pero la emuchedumbre> no tiene influen- Cia real, lo cual seria peligroso. He aqui los principios. La préctica, evolucionando durante va- Flos siglos de historia, es légicamente bastante diferente. Toda apre- surada generalizacién (0 si se quiere, todo retrato existencial de un «ciudadano romano tipo») es doblemente peligrosa: por un lado, a causa de los profundos cambios seqtin épocas y lugares, y de la de: gradacion y desintegracion del sistema teérico en los siglos uy 1 C,, que conducirin, al final, al paso de la Republica al Imperio. Y or otro lado, porque el sistema mismo, como veremos, era de he- cho diferenciador y desigualador, porque desembocaba en unas cargas y unos beneiicios reducidos para unos, acumulativs, por el contrario, para los demas, al menos antes de que unas instituciones «populares» vengan a corregir, en cierto modo, este desequilibrio, Recordlemos ripidamente, desde este punto de vista, los tres cam. pos esenciales de la vida cotidiana, El ambito militar. Este no ¢s cl lugar, por falta de espacio, para examinar detalladamente el papel militar de los ciudadanos roma nos; sin embargo, tal como sabemos, es el principal. Y también son las necesidades y las consecuencias de las conquistas, particular. mente el reclutamiento de los coldados, las que han sumido a la Re- iiblica en una crisis de donde, a fin de cuentas, surgieron un niievo jército y una monarquia militar. Sin embargo, debemos recordar, a grandes rasgos, esta evolucién e insistir en ciertos datos globales. El ejército romano es, pues, en origen —y hasta principios del siglo a.C.— una milicia ciudadana reclutada anualmente para una de- terminada campafia y, a ser posible, licenciada posteriormente. El soldado cobra una soldada que no es un salario, sino una indemni zacién, cuyo montante queda asegurado por la leva de un tributurn, impuesto directo sobre la fortuna, pagado por los movilizables (y, evidentemente, por los mas ricos); impuesto que también es cir ‘cunstancial, no permanente ¢ incluso, sil botin lo permite, jreem bolsable! Estamos ante un sistema simple, muy estructurado y eco- némico. Recordemos que en principio se Ilamaba a la lucha, priori- tariamente, a los mas ricos. El primer golpe dado a este sistema fue Ja guerra de Anibal; los desastres que marcaron sus inicios, las du- ras y lejanas campafias que siguieron, tuvieron en primer lugar uunas consecuencias demograficas sobre las que nunca se insistira demasiado: el 13 por 100 de la poblacién total, movilizada, los muertos debidos a la guerra fueron un 20 por 100 de los varones adultos, es decir, un cataclismo que nos recuerda la Gran Guerra De ahi, légicamente, la falta de hombres y las dificultades cronicas del siglo siguiente, y sin duda la necesidad en que se encontraron El ciudadano y el politico/45 las autoridades para rebajar progresivamente la cifra de la cualifica- cién censitaria de los movilizables. Pero, desde ahora, la guerra se desarrolla mas alld de sus fronteras, de ahi la aparicién de hecho de los ejércitos epermanentes> y el alargamiento de la duracién real del servicio —en Hispania primero y luego en Africa— y la tenden- cia a recurrir lo mas posible (pero, precisamente, no siempre lo era) tinicamente al voluntariado. Un voluntariado que sélo puede ser suficiente si se dirige a los més pobres y si ofrece la esperanza de ‘una compensacién financiera, sila guerra se convierte en algo «ren- table»; de ahi la espiral bien conocida de un ejército cada vez mas permanente, cada vez mas «profesional», cada vez mas «proletario» —y de una politica cada vez mas «imperialistar. Claro que no se tra- tade un ejército de mercenarios (Roma emplea a no-romanos, pero como aliados, no los ecompray; el ejército romano, hasta el Impe- rio, sera un ejército de ciudadanos) y ni siquiera, un verdadero ejé cito profesional: éste sélo aparecera realmente con el Imperio. Abn habra (hasta el gobierno de Augusto) movilizaciones masivas en pe- riodos de crisis o de guerras civiles (25 por 100 de iumiores en armas en 44.a.C.). Sin embargo, en tiempo ordinario, esté claro que desde ahora la obligacién militar no pesa de igual manera para todos: par- tes enteras de la sociedad pueden escaparse. Pero la ideologia no si- gue el mismo ritmo: y es muy curioso constatar, a fines de la Repti- blica y bajo el Imperio, la permanencia de modelos militares en am: bitos que cada vez lo son menos. El hecho, ademas, no ha obtenido: la atencién que se merece. Porque la clase «politica» queda, por lo tanto, sometida a estos modelos en su mayoria; el servicio militar, ‘como oficial, seguira siendo obligatorio para quien quiera acceder al cursus honorwm. No menos notables son los desequilibrios financieros generados ‘por estos cambios. Son de dos tipos: en primer lugar, los éxitos exte- riores permiten desde el 167 a.C. suspender —sin suprimirla del todo en un principio— la leva del impuesto directo. Asi, todos los , «ordenao, jerérquicamen: te; aqui, los votos se pesan, y no solamente se contabilizan. Fs el es- pectiiculo de la asamblea centuriada, donde se organizan los «érde- nes», las fortunas, las edades, bajo el simbolo de la graviras que se ‘opone a aquellas asambleas democraticas de las ciudades griegas, reunidas en el teatro, donde, sentado confortablemente, todo el mundo se codea y donde manda la emuchedumbres. En los comi- , las finanzas, lain- ustria: que estén camufladas y que lleguen a excluir de la memoria colectivaa los que los han tentado, sigue siendo muy significativo. Habida cuenta de estos tres datos fundamentales y cuasi perma- nentes: cualificaciones censitarias, obligacién del servicio militar, determinacién del estatus social por los honores politicos habria que ir mss lejos e intentar delimitar, bajo diversos aspectos, la con- dicion existencial del hombre politico romano y los rasgos que le impone. Esta estrechez del reclutamiento hace de ella, naturalmen- tc, el tipo mismo del shombre oligérquico». Hay que aiadir que muy pronto, en la sociedad romana totalmente patriarcal y donde El cludadano y el poltico/65 se valora la ancianidad del hombre o la costumbre, el hecho de te- nerancestros (entendmonos: ancestros ya «politicoss) crea un ju cio previo favorable: la heredad de hecho (de derecho también para cl patriciado) es, pues, determinante. Pero no basta nunca (al con- trario que las noblezas modernas) para asegurar el mantenimiento del estatus: hace falta la sancin o la uncién del voto popular para ‘cada generacién. Nada puede hacer olvidar que los honores no son nivitalicios ni adquiridos con antelacién. Hay casos y épocas donde el pueblo se inclina ante estas imagenes, pero siempre es libre de {dejar patente su negativa o su inconstancia. El hecho no crea el de- echo. Y es que incluso si ¢s falso historicamente —estos honores, estos titulos, estas dignidades no son regalos gratuitos—, solo son funciones, exigidas por la res publica. Y algunos Hegaron incluso —a partir de fines del siglo —a sostener que no son mais que dones del pueblo que los otorga, y que los que los reciben estin, pues, al «servicio» (la-palabra es empleada y no solamente por los «demé: cratas) no tanto del interés colectivo abstracto como de las volun tades concretas de los ciudadanos. Al limite, un voto podria revocar ‘un magistrado electo, lo cual se produjo (raras veces) después de 133 ac. EThecho, afin de cuentas, de que casi todo dependa de los sutra sgios del pucblo tiene, en todo caso, una conseeuencia notable (como en la mayorfa de las ciudades); incluso sila decisién a veces se obtiene mediante comportamientos puramente rituales, implica ‘a menudo (incluso para la opcién de los hombres, las elecciones) tun verdadero debate. Por lo tanto, un lenguaje comtin, una argu: ‘mentacion, unas técnicas de persuasion. De ahi, en primer lugar, el papel de la clocuencia, no una fuerza cautivadora, sino el arte de convencer —al menos en principio. Lo cual implica el conocimien- {oy el reconocimiento del otro. Estos principios, con los que Cice- ron, en el siglo 1, hard la teoria ideal (y reciproco, tanto para el pue- blo como para la politica) siguiendo las huellas de los griegos, aca- bbaron por hacer del arte oratorio el crisol y la sintesis de todas las virtudes piblicas. Ciertamente, en todo momento otras formas de didlogo con los ciudadanos coexisten con él: el recurso brutal a la ‘autoridad, la astucia, o Ia intimidacién, la ealumnia, los pantfletos, Jas invectivas: en un remolino cada vex més veloz, llevando al abis- mo de las guerras civiles, la politica romana arrastra desordenada ‘mente lo mejor y lo peor, la elocuencia de Tiberio Graco (0 de Cice rén o de Catén), los denarios de Verres, las calumnias obscenas del seuido-Bruto, los libelos anénimos, los falsos testimonios y el altivo valor de Pompeyo. Pero todo ocurre como en un amplio escenario, todo 0 casi todo es piblico. El secreto y el silencio s6lo llegaran con el Imperio. TSS 66/Claude Nicolet Palabras, sin duda, Pero estas palabras no eran un juego gratuito, Esta Repiblica a la vez conformista y turbulenta sabia inspirar de- vocién ¢ incluso sacrificios. Otra cosa es saber como aseguraba el sistema politico un minimo de competencias para las diversas acti- vidades que exigta: militares, financieras, diplomaticas 0 juridicas El contenido de la ensenianza y de la cultura antiguas se para poco cn estas cuestiones, La organizacion del cursus honorwm asegura sabiamente un aprendizaje gradual imponiendo unas condiciones de edad y un orden fijo de las magistraturas: la experiencia suplia asi la formacién tedrica cuasi inexistente. Pero esta gerontocracia po- tencial comporta también un antidoto: el tribunado de la plebe, abierto a menudo a los hombres j6venes (nobles 0 no), es derivado de la accién, una especie de «magistratura de sediciéns. Para clla, ‘més 0 menos, el monopolio de la iniciativa legisladora: forma atin mas exultante sin duda, pero también més peligrosa, de atraerse las ‘miradas y el favor de un pueblo que, por ejemplo, atiborrarlo de jue 408 y especticulos en el momento de una fastuosa edilidad. En ma- teria de competencias, esta oligarquia, mirandolo bien, sélo tiene dos bienes consolidados: la ciencia militar (que en Roma, segiin Po- libio, esta hecha de disciplina y de aplicacién) y el derecho, primero cl civil, que es la gran escuela de accion y de pensamiento. No la abogacia, el trabajo de abogad; pero ex0 vende més tarde, on el si glo 1a, y bajo el Imperio, sino la ciencia del jurisconsulto, que s6lo trata los hechos desde el punto de vista del derecho; que di ppensa sus responsa a unos clientes que son sus amigos o sus deudo- res con la autoridad que da tanto la funcién como la ciencia ola I gica. ¥ quien, por estos procedimientos —hecho notable—, consti- tuye poco a poco la practica juridica y contribuye a la construccién misma del derecho, Buen soldado (empieza obedeciendo), buen of cial, buen general, el «politico romano» es también aquel hombre de sabios consejos, rodeado de consultores, de clientes (y de alum: nos), que a consecuencia de su sabiduria, de su sentido comtin y de su moralidad (vir bonus), como también dice el derecho, ilumina al pretor, y contribuye asi, dando en lo posible a cada uno «lo que le es debido», a la salvacién de la patria. Mas tarde, claro, la elocuencia judicial se entremeteré, el arte de enternecer al jurado —y a los es- pectadores—, de manipular a los testigos, de convencerles a cual- ‘quier precio; en fin, de poner en marcha ese gran espectaculo que ‘es un juicio criminal romano: transcurre en el Foro, en el mismo es- pacio y con los mismos actores, el juego es proximo ala politica; turalmente, la imita en lo bueno y lo malo. Curiosamente, en estas ramificaciones reales de formacién y de seleccién de gobernante estamos sorprendidos por la ausencia apa- rente de todo lo que coneierna a la administracién y a las finanzas. Bl ciudadano y el politico/67 En este dltimo punto, la jgnorancia de algunos era notoria. La expli cacién es relativamente sencilla, En primer lugar, habia un corte bastante limpio entre los magistradas responsables y la administra cidn propiamente dicha (la del Tesoro, por ejemplo), abandonada a escribas profesionales, organizados en un «orden corporativo» de dudoso reclutamiento, a veces, duefios de hecho de las operacio- nes. Asimismo, la administracién fiscal no existia —confiada a unas ‘compaiias privadas de publicanos que suscribian con el Estado un contrato general deimpuestos—;lossenadores, ylos magistrados,en un principio, quedaban excluidos. De ahi su concentracién en ma- nos de los caballeros hombres ricos, pero precisamente no. senadores. Que hubicra contactos (y réficos) clandestinos entre los dos grupos es seguro; la ley, sin embargo, que a veces se aplicaba, se ‘oponta.a ello, De ahi, aparentemente, la inutilidad de la competen cia inanciera como cualificacién para los altos cargos. Pero el in- conveniente era pequeio. En la sociedad romana, cada «grande» esta, en la préctica, rodeado por un amplio estado mayor privado de esclavos, libertos, clientes cuya educacién especializada ha sido realizada para servir al patrono: «por muy pocas luces que tuviera el individuo, era suplido por el ingenio ajeno»; lo que realizar el em- perador mds tarde para su servicio exclusivo, existia ya como ger- ‘men, en varios cjemplares, ei la Republica agonizante, Ademas —y ese tiltimo punto que voy a tocar—, por grandes que hayan sido las responsabilidades de los magistrados en Roma, a fin de cuentas era 1 control colectivo del Senado el que era determinante: la memo- ria colectiva del grupo, la vigilancia de los primogénitos o de los ad- versarios formaba o sustituia la competencia. Presién social, cohe- sion de grupo, respeto a la tradicidn, a fin de cuentas, sirven de miento para esta Repiiblica ristica y militar cuya irresistible ascen- sion maravillé a Polibio. La vida politica de Roma no era ficil, sin embargo. Continua mente se arriesgaba algo, desde el principio. En primer lugar, la vida: magistrados y antiguos senadores ante todo son oficiales y ge nerales. La guerra antigua no perdona a los jefes: 170 senadores (de 300) habian muerto ya en 216, después de tres afios de guerra con: tra Anibal. Pero lleg6 el momento en que incluso en las luchas in: {estinas, y pronto en las guerras civiles, los hombres politicos roma. nnos reencontraron el peligro supremo. Los grandes juicios erimina: les se convirtieron, desde 149, y sobre todo desde 123, en elemento esencial de los conflictos. Normalmente imponen el ritmo de las ca- rreras, pero a menudo las destrozan, y se paga con la muerte civil o la muerte propiamente dicha. Yano és el momento de examinar las causas de esta espiral del riesgo; indiquemos, claro, que culmina con las guerras civiles, con los muertos en el campo de batalla, con 68/Claude Nicolet Jas masacres o con los ajustes de cuentas —en fin, con las eproscrip- ciones»—, aquella condena sin juicio y sin apelacién. Incluso si las cifras de las victimas transmitidas por nuestras fuentes se hayan ‘exagerado (40 senadores en 81; 300 en 43) representan una propor- cién considerable de lo que debe llamarse «clase politica». Mucho antes de estos sangrientos episodios, la escalada de peligros habia ‘sido (tenemos testimonios seguros) muy icidamente percibida por algunos: de alli, para los hijos de los senadores o para muchos caba- eros, el rechazo a las ambiciones personales, el refugio en cl otium. La literatura o los negocios salieron quiz ganando, La Repti- blica murié come consecuencia de ello. [REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS P. A., Baunr, ftalian Manpower, 225 B. 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Estas funciones sélo pueden considerarse desde el punto de vista de la pluralidad y en funcién de un contexto social Lay condiciones religiosas eran incomtables, y las competencias sacerdotales, por lo tanto, eran muy numerosas. La riqueza de estas figuras romanas del sacerdocio esta muy lejos de ‘acabarse con la distincién entre los llamados sacerdotes (sacerdo- tes) y los que no Hevan este titulo; entre sacerdocios pablicos y sa- ‘cerdocios privados. Cualquier categoria que examinemos siempre incluira unos actores culturales de los cuales unos se lamaban sa- cerdotes y otros no. Ademés, junto al poder saeerdotal de Roma existian innumerables funciones sacerdotales, propias de las dife- rentes ciudades de Italia Dicho de otro modo, hablar de sacerdotes en Roma obliga siem prea hacer una serie de distinciones y de precisiones: hay que dilu Cidar, sobre todo, si se trata de romanos porque son ciudadanos 0 porque son habitantes de Roma, sin olvidar que progresivamente la mayor parte de los ciudadanos remanos no vivian ya en Roma, sino en las ciudades del Imperio, dotadas a su vez de unas instituciones sagradas propias. Por razones de espacio, también de legibilidad, trataremos del sacerdocio en el tradicional contexto romano, sobre todo en Roma, lo cual nos permitira aunar Republica e Imperio y ‘realizar una descripcién bastante compleja de las figuras sacerdota: les, que pueda servir de modelo para la mayoria de las ciudades de cultura y derecho romano, Hay que recordar una vez mas que si adoptamos el punto de vista de un contemporaneo de Cicerén o de a ‘72/t0hn Scheid Marco Aurelio, deberemos tener presente que existen sacerdocios y funciones religiosas diferentes a los sacerdocios romanos stricto sensu. Un romano podia encontrarse y relacionarse diariamente con los responsables religiosos de las comunidades extranjeras es- tablecidas en las riberas del Tiber, ya sean egipcios, judios o griegos, de Siria o Asia menor, que ejercian ademas una cierta influencia cespiritual» y penetraban a menudo, segtin los acontecimientos, en l patrimonio religioso del pueblo romano. Por ello, el mimero y naturaleza de los sacerdotes romanos nunca dejara de incrementar- se, antes de la definitiva victoria del Cristianismo, y habré que tener presente el caricter provisional y parcial de cualquier catélogo de figuras sacerdotales romanas. La mayor parte de nuestras deducciones se referiran a cultos pi- blicas no porque sean superiores a las demés expresiones cultura- les de los romanos, sino porque han marcado durante més tiempo y con mayor fuerza al conjunto de su pueblo, y simplemente, porque también son las que mejor se conocen. De todos modos, el modelo que ofrece la vida religiosa publica de Roma puede aplicarse sin va- cilacién algunaa la vida cultural privada, alos colegios, a la familia; o bien a la de las ciudades del Imperio, por poco que profundice- ‘mos en las formas tradicionales de la religién, Despuies de estas observaciones se plantea la primera cuestidn,

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