Vous êtes sur la page 1sur 12

EL PASO DEL MITO AL LOGOS

LOS COMIENZOS DE LA FILOSOFÍA


MITO Y LOGOS
Se suele decir que el inicio de
la filosofía radica en el paso
del mito al logos, es decir, en
el paso de explicaciones o
respuestas tradicionales y
arbitrarias a explicaciones
lógicas y racionales. Los
griegos protagonistas de este
paso o salto fundaron lo que
llamamos filosofía; ahora
bien, ¿este paso se dio una
vez por todas o, al contrario,
constantemente tenemos que
repetirlo?

1. La actividad de los primeros que filosofaron

Los mitos son relatos fabulosos que explican o dan respuesta a


interrogantes o cuestiones importantes para los humanos; en
segundo lugar, los mitos son relatos que pretenden dar modelos de
actuación. Los mitos se imponen como relatos llenos de autoridad
pero sin justificación; se apela, emotivamente, a que las cosas
siempre han sido así. Los mitos griegos, por ejemplo, explican cómo
se hizo el mundo, como fue creado el primer hombre y la primera
mujer, como se obtuvo el fuego, como apareció el mal en el mundo,
qué hay tras la muerte,…; al mismo tiempo, las actuaciones
extraordinarias de los personajes míticos son un ejemplo o pauta a
seguir. Los griegos disponían de gran número de mitos; nosotros,
también. Disponemos de mitos que cumplen tanto la función
explicativa como la función ejemplificadora.
En Grecia, en el siglo VI
antes de Cristo, unos
hombres emprendedores,
los primeros filósofos,
empezaron a cuestionarse
tanto las explicaciones
que daban los mitos como
las pautas de conducta
que ofrecían. Eran unos
hombres a los que atraía
hacerse preguntas, que
notaban incoherencias en los relatos míticos de su entorno, y que
constataban relatos diferentes en pueblos diferentes. Estos
hombres, dominados por una plural curiosidad y por una actitud
crítica, son los que protagonizaron lo que se conoce como milagro
griego: el paso del mito al logos. Para ellos, este paso significaba
desconfiar de las imaginativas narraciones o explicaciones
populares y, con una mirada nueva, observar y analizar la
naturaleza, intentando descubrir en ella las causas de los
acontecimientos; por ello, en vez de hablar de divinidades
empezaron a en inventar conceptos. Con los mitos, el mundo era
caótico y arbitrario: nada estaba sometido a leyes naturales fijas;
con la visión racional del mundo, éste deviene ordenado y regido por
unas leyes estables y fijas que se pueden descubrir.

Este paso fundacional de la filosofía, acontecido en Grecia y


explicable por una confluencia de factores, no es algo «natural» y
definitivamente adquirido, es un paso que tiene que realizar toda
persona que quiera mantener una actitud despierta e investigadora.

Cuando un niño de seis o siete años comienza a descubrir


incoherencias y contradicciones en el encantador mundo de los Reyes
Magos, entonces comienza a revivir una experiencia parecido a la
de los primeros filósofos. Aquello que el niño había creído durante
toda su vida es ahora asediado con multitud de preguntas; el proceso
de superación de su mito será conflictivo y aleccionador. El abandono
o pérdida del agradable relato de los Reyes Magos y la aceptación de
que éstos son los padres será, probablemente, su primer paso del
mito al logos. Si el niño o niña, ya adulto, mantiene su inquietud
original, revivirá nuevos episodios de este paso; niño y niñas se
hallan cerca de la genuina actitud filosófica.

2. Mitos y logos, ayer

El doble mito de Prometeo y Pandora es un mito clásico de ayer que


explica el origen de la humanidad y la aparición del mal al mundo.
Prometeo, benefactor de la humanidad, comprueba que los animales
estaban más armónicamente provistos que los hombres —desnudos,
descalzos y desarmados—; a fin de equiparlos mejor robó a Zeus el
fuego, recurso que hace posible la habilidad técnica, y lo dio a los
humanos; de este modo, adquirirían las artes útiles a la vida. Pero
Zeus, temiendo que éstos llegaran a ser demasiado fuertes y
sabios, se enfureció por el don que
Prometeo les había otorgado y, a cambio,
creó un alegre regalo portador de
desgracias. El regalo era Pandora, la
primera mujer; a Pandora le fue dada una
jarra llena de males, los males que afligen
la vida de los hombres.

Ciertamente, los mitos tienen poder explicativo. Constituyen el


inicio de un proceso intelectual. Prometeo y Pandora pueden
simbolizar las dos caras de la situación humana: el bueno y
positivo que todos tenemos y las inevitables contrariedades que nos
acompañan. El mito, creado en una sociedad de creciente machismo,
puso en la mujer el origen del mal; obviamente, el progreso
intelectual llevará a cuestionarse esta explicación interesada.

Pero con los mitos y con sus indicaciones —constataban los primeros
filósofos— los barcos se hundían, siendo la navegación insegura.
En los mitos clásicos a menudo se expresan, con bellas palabras,
profundas intuiciones; pero incluyen pluralidad de elementos
irracionales que los primeros filósofos querían identificar y separar
de su actividad.

La nunca satisfecha curiosidad de los


primeros filósofos, su constante
hacerse preguntas, su actitud crítica,
sus dudas frente a las explicaciones
oficiales, etc. condujo a buscar
explicaciones o respuestas
argumentadas y abiertas al debate. La
propia palabra filosofía, utilizada para
designar la actividad de estos griegos,
significaba y significa «afán o anhelo
de saber», no posesión de saber o conocimiento: eran
suficientemente conscientes de la dificultad de expresar la
última palabra sobre temas como: ¿qué es el ser humano?, ¿de
dónde proviene el mal presente al mundo?, ¿cuál es el principio o
cuál es causa de toda la realidad?

3. Mitos y logos, hoy

¿Mitos, hoy? Nuestro mundo también nos ofrece relatos míticos,


es decir, explicaciones arbitrarias que quieren imponerse
apelando no a las dimensiones intelectuales de la persona, sino
sólo a las dimensiones emotivas. ¿No son relatos míticos, por
ejemplo, los spots publicitarios que nos dicen qué merece la pena,
qué se debe hacer, qué es lo que tiene sentido? Si uno no
despierta su logos puede creer que si adquiere este nuevo
producto enunciado probará una mágica libertad, una eterna
belleza.

Uno de los mitos frecuentes de nuestra sociedad es el relato que


sobre la ciencia nos transmiten los medios de comunicación: la
ciencia aparece como un conocimiento objetivo y definitivo
capaz de liberar los humanos de sus sufrimientos y de abrir
las puertas de la felicidad. Ahora bien, quién conoce la
trayectoria de diferentes ramas de la actividad científica sabe
suficientemente bien que no es esta la grandeza de la ciencia;
son muchos los científicos conscientes de los límites de la
ciencia, de su provisionalidad, de
la imposibilidad de crear una
teoría definitiva y de eliminar la
duda. Pero pese a la inseguridad
y al espíritu crítico latente en
el corazón de la actividad
científica, los medios de
comunicación la mitifican
contradictoriamente: se
proclama que nuestra sociedad
está dominada por la ciencia y,
simultáneamente, las noticias] científicas son transmitidas de un
modo nada científico. Si uno no despierta su logos, se mantendrá
en la perspectiva mítica de la ciencia que conviene a diferentes
poderes.

Desde la filosofía también podemos hablar de otro mito actual:


el mito de la opinión pública. ¿A qué realidad se hace
referencia cuando se habla —y se hace muy a menudo— de
opinión pública? La opinión pública tiende a presentarse como la
voz del pueblo, una voz sacralizada y llena de autoridad. Pero,
¿cómo y quién detecta esta opinión pública mitificada?, ¿por
qué se insiste tanto en ella? En esta cuestión, como en otras
parecidas, el paso del mito al logos pasa por descubrir que la
opinión pública es la interesada opinión de aquéllos que tienen
poder para hacer pública su opinión.

Como ya hemos visto, la actividad de los hombres que por


primera vez pasaron de explicaciones míticas a explicaciones
racionales, se ha llamado filosofía o «anhelo de saber»; pero
otra palabra muy significativa podía haberse impuesto: ‘aletheia’,
que quiere decir «des-cubrir» aquello que está escondido, «des-
velar», «desenmascarar». Unas actividades que realizaron los
griegos y que han realizado, en mayor o menor medida, los
filósofos de todos los tiempos.
EL PASO DEL MITO AL LOGOS
LOS PRIMEROS FILÓSOFOS

TALES DE MILETO
Tales nacio hacia el año 640 antes de
Cristo en Mileto o, tal vez, como dice
Herodoto, en alguna ciudad fenicia. Lo
que sí es cierto es que desarrolló su
actividad como legislador, matemático y
astrónomo en esa ciudad del Asia Menor,
hasta su muerte, acaecida en torno al año 545 a. de C.

Tales es considerado el primero de los siete sabios griegos por


Diógenes Laercio. No sólo fue el primer filósofo, es decir, el
primero que, históricamente, intentó explicar el mundo por
causas naturales con los medios de un pensar independiente y
adecuado a la razón, sino que también destacó como astrónomo
(predijo el eclipse de sol del año 585 a. de C.), como ingeniero y
como matemático (formuló el teorema que todavía hoy lleva su
nombre).

Al preguntarse por el origen de las cosas, por la causa del


cambio, por el principio de toda la realidad, Tales dio comienzo a
la especulación filosófica propiamente dicha. La respuesta de
Tales es que el agua es el principio de todas las cosas. El agua es
el sustrato esencial y primario del universo, del que se derivan
todas las cosas.

De Tales no se conserva ningún escrito. Su pensamiento nos es


conocido a través de otros tratadistas y filósofos griegos, como
Aristóteles y Diógenes Laercio. Así, Aristóteles dice lo siguiente:
«De los primeros que filosofaron, la mayoría pensaron que los
únicos principios de todas las cosas son los de naturaleza
material: y es que aquello de lo cual están constituidos todos los
seres y a partir de lo cual primeramente se generan y en lo cual
últimamente se descomponen, permaneciendo la entidad por más
que cambie ésta en sus cualidades, eso dicen que es el elemento y
eso el principio de los seres, y de ahí que piensen que nada se
genera ni se destruye, puesto que tal naturaleza se conserva
siempre, al igual que tampoco decimos que Sócrates se hace
totalmente cuando se hace hermoso o músico, ni que se destruye
cuando pierde tales disposiciones ya que el sujeto, Sócrates
mismo, permanece: del mismo modo tampoco podrá decirse
respecto de ninguna otra cosa.

Ha de haber, pues, alguna naturaleza, sea una o más de una, a


partir de la cual todo lo demás se genera, conservándose aquélla.
No todos dicen lo mismo sobre el número y la especie de tal
principio, sino que Tales, quien inició semejante filosofía,
sostiene que es el agua (y por ello también manifestó que la
tierra está sobre agua). Tal vez llegó a esta concepción tras
observar que todas las cosas tienen un alimento húmedo y que el
calor se produce y se mantiene en la humedad (ya que aquello a
partir de los cual se general las cosas es el principio de todas
ellas). Por eso llegó a esta concepción y también porque todas las
simientes son de naturaleza húmeda y el agua es el principio
natural de las cosas húmedas.»

(Aristóteles, Metafísica, I, 3, 983b)


ANAXIMANDRO
Anaximandro, discípulo y sucesor de
Tales de Mileto, nació en torno al año
610 y murió hacia el 550, a mediados del
siglo VI a. de C. Como su maestro, fue
también astrónomo, geómetra y
geógrafo y escribió una obra, que no se
conserva, titulada Acerca de la
naturaleza.

Para Anaximandro, el principio originario


del mundo no es una realidad concreta, sino algo indeterminado e
ilimitado, ápeiron en griego. Esta realidad indefinida es el
fundamento de la generación de las cosas, que abarca todo lo
existente como su sustrato inmortal e imperecedero. Del ápeiron
surgen todas las cosas: primero lo frío y lo caliente, como
separaciones básicas de la sustancia primordial, luego lo seco y lo
húmedo, es decir, la tierra y el agua, posteriormente el aire y el
fuego, del que se derivan los astros.

Estos elementos se organizan en el universo de acuerdo con el


mayor o menor peso de sus componentes Así, la tierra ocupa el
centro; por encima, cubriéndola, se encuentra el agua; y
rodeándolo todo, los elementos más ligeros, es decir, el aire y el
fuego. Y este orden se mantiene y se renueva constantemente
siguiendo leyes inmutables, como se dice en el único fragmento
que nos ha llegado de Anaximandro (a través de Simplicio,
comentarista de Aristóteles):

«La generación de los seres que existen tiene lugar a partir de


aquello mismo a que conduce su destrucción, como es justo y
necesario. Pues se indemnizan mutuamente y pagan su castigo
unos a otros por su injusticia, de acuerdo con el orden del
tiempo.»

Es decir, para Anaximandro, el universo no es algo terminado


para siempre, sino que constituye un proceso en el que, de forma
infinita, la destrucción de unos seres da lugar al nacimiento de
otros, de forma necesaria, según las leyes inmutables
establecidas por el orden temporal.

ANAXÍMENES
Anaxímenes vivió aproximadamente
entre los años 590 y 525 a. de C. en
Mileto, ciudad griega del Asia Menor,
en la que surgió y se desarrolló el
primer intento de explicación
filosófica de la naturaleza.
De Anaxímenes sabemos muy poco.
Según Diógenes Laercio, fue discípulo
de Anaximandro y escribió una obra,
que se ha perdido, sobre la naturaleza.

Simplicio, discípulo de Aristóteles, dice lo siguiente: «El milesio


Anaxímenes, hijo de Eurístrato, discípulo de Anaximandro, dijo,
como éste, que la naturaleza subyacente es una e infinita, pero
no indeterminada, como dice Anaximandro, sino determinada, y la
llamó aire.»

Anaxímenes sostiene, pues, que el principio originario de todas


las cosas es el aire, a partir del cual se derivan todos los seres
por medio de diferentes procesos de rarefacción y condensación.
Al dilatarse o comprimirse, el aire hace surgir el fuego, el agua y
la tierra y después, todas las demás cosas, que provienen de
estos elementos.

Anaxímenes es el último representante de la escuela milesia,


cuya importancia para el desarrollo posterior de la filosofía no
radica tanto en las respuestas concretas que dieron a la pregunta
sobre el origen o principio de las cosas, sino en el hecho de
haberse planteado esta pregunta, por primera vez en la historia,
sin prejuicios mitológicos y de forma racional.

Vous aimerez peut-être aussi