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una potica del sustrato
Aside November 30, 2016 JV Artculos/EntrevistasDiego Bentivegna, Leonardo Martnez
Tacana o los
linajes del tiempo, de Leonardo Martnez, Buenos Aires, Ed.
Lisboa, 2014.
Texto ledo en noviembre de 2014 en la Biblioteca Nacional con
motivo de la reedicin de Tacana o los linajes del tiempo,
Por
Diego Bentivegna
La estirpe antigua
Se va la estirpe antigua
como un puado de aire,
sombra tenue
que deja de nombrarse.
Nunca ms transhumar los montes
para buscar la madre de los vientos.
Las flores, los capullos,
se acabaron para siempre
en el espejo vivo de sus ojos.
Los caballos dormirn
un sueo de relmpago
y la voz del campo sonar
para los pocos
que puedan escucharla.
Se fue la estirpe antigua.
Quedamos solos para estirar el tiempo.
***
Tacana
piedra bajo el aire difano
molienda azul de las alturas
a dnde irn tu aire
tanto azul
el resuelloo de la tarde
el ondular de los bellidos pajonales
la achacosa sombra
engarzada de luceros?
La dcil ganadera
pasta en las colinas rubias.
El zorzal trina
como una tenue risa
en la tarde clara.
En el hondo barranco
el agua refulge
y es una luz lquida
que se escurre entre las piedras
hasta aquietarse
en la profunda esmeralda del remanso.
En la sierra el aire suena.
Remotas guitarras
flautas que la noche calla
con el fragor del silencio
que derraman estrellas y metales
se precipitan por las quebradas
en la ternura dormida de la tarde.
Crcel libre donde el aire remonta
azules oquedades
como viento disparado
hacia las altas mareas de la noche
miel de sombras que desborda
la tengue fragancia del roco
expandido por la luz rumorosa de las siembras.
En la sierra el aire suena.
La penumbra asciende
en el silencio de los valles.
Los cascos suaves de la noche
van pisando los trboles fragantes
desgarrando la enredadera tibia
de polvorienta luz que se deshace.
***
Alguien muri en 1810
pisando el filo de los nuevos tiempos.
Fue el capitn Don Diego.
Cerr los ojos en su catre de tientos
rodeado de rostros y de objetos familiares,
mirando de soslayo el arcn repleto
y soando con ganaderas, fraguas y puales
que abriran un deslumbrador continente
de degellos matinales,
de sangre fresca salpicando
un cielo de lanzas y campanas.
Asido al crucifijo,
el cuerpo hirviendo de piojos invisibles,
rindi su aliento repleto de miedo
a un cerril camino
de celestes yugulares.
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